171443.fb2 Arena en los zapatos - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 8

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FINAL

“-¿Y estos hombrecitos que aparecen en el fondo

de sus cuadros e ilustraciones, qué hacen, adónde van?

– ¡Qué sé yo adónde van! ¡Al carajo van!”

OSKI, Último reportaje

Tal como Tony y Sayago sospechaban, Etchenike volvió sin un peso a Buenos Aires y ni siquiera tuvo el pudor de inventar una excusa -que los dos estaban dispuestos a aceptar-, para explicar el destino final de los mil dólares de Hutton.

De los demás, se supo que finalmente Laguna se jubiló comisario, que Friedrich llegó a inspector, que el Hotel Atlantic terminó en manos de previsibles especuladores que el Polaco no pudo soportar y se fue con las películas a otra parte, no se sabe adónde.

Juan Ludueña aparentemente volvió a la oscuridad que no debería haber abandonado, su hija Evita terminó revoleándose por el mismo balcón, apretada entre las culpas y el bastón; y los alfajores Los Lobos siguen ahí; detrás de los Havanna y los Balcarce, con su dulce de leche característico.

Etchenike jamás volvió a Playa Bonita ni -por lo que se sabe- a Mar del Plata. Nunca intentó verificar lo que el Polaco sostenía respecto del carguero hundido. Ahí está todavía, con su secreto. Tampoco fue jamás a cobrar el vale por los dos gatillos de 38. Es probable que temiera volver a perder como las dos veces anteriores.

Al que volvió a encontrar fue a Mojarrita, en diciembre del mismo año, tomando mate en el balneario La Balandra bajo los sauces. Hubo abrazos espontáneos, exclamaciones y un relato atropellado y feliz en que un juez sensible, ex olímpico también, le encontró todos los atenuantes del estado emocional y la defensa propia.

– Como jamás apareció la droga -concluyó Mojarrita- ella también zafó.

Y Etchenike apenas contuvo el asombro al verla a ella allí, junto a él, como si nada; la malla entera que ocultaba las huellas de los infructuosos balazos, nuevas flores chillonas para vender una carne gastada.

Etchenike frunció las cejas, hubo un cruce de miradas, una leve sonrisa.

– ¿Y?

– Sigue muy puta, Etchenike… -dijo Mojarrita, confidencial, sacándose el pastito del short blanco-. Tengo que andar con los ojos así…

Y el veterano supo que, en algún lugar, alguna pieza cerraba el rompecabezas, lo justificaba.

Entonces le dio un empujón liviano, casi cariñoso. Lo sentó de culo y se fue.