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– Pero ¿qué es lo que tengo que hacer, ponerme a hablar así, sin más? ¡Qué difícil! Con esta grabadora delante… Aunque, bueno, no importa… Es que me cuesta hablar ahora… Desde que me he despertado esta mañana he tenido un mal presentimiento. Y ya le he dicho antes que tengo la sensación de que han pasado días o semanas desde esta mañana… Y mire que no ha pasado ni una noche. Tan sólo unas pocas horas. Pero si todo ha sucedido hoy mismo. Desde el principio he tenido la sensación de no querer empezar el día. Hay veces en que abres los ojos por la mañana y, antes de darte cuenta de nada, te sientes como después de un sueño…, de una pesadilla… Además anoche soñé algo…, no recuerdo qué… Es que últimamente me cuesta… Antes, me dormía enseguida, todos lo sabían: a Aviva, dadle una cama y una almohada, y al instante la veréis dormida como un niño de días. Desde pequeña. Pero lo de Tirtsa y Mati Cohen me ha afectado mucho, y no puedo… No es que yo fuera una persona muy próxima a ellos, pero ya sabe usted cómo es esto, las personas trabajan juntas durante años… Con Tirtsa, que estuvo aquí desde los comienzos de la televisión, lo mismo que yo, llevaba ya casi veinte años, porque entré aquí con veintidós… Y de repente se mueren, de golpe; yo no… Además, todas esas habladurías sobre Tirtsa, de que si ha sido un accidente, de que, si no, no la dejan a una estar tranquila. Antes de verlo, al ultrarreligioso ese de la cara quemada, de pie, al lado de mi mesa… No sabe cuánto odio que la gente entre así, sin llamar… Estaba sentada de espaldas a la entrada, hablando por teléfono, y al hacer girar la silla, lo vi ahí, ya a mi lado. Nadie puede entrar en el despacho de Tsadiq sin que yo lo vea, nadie. Porque su despacho no tiene ninguna otra entrada… O por lo menos ninguna otra entrada que se haya usado hasta que… Bueno, ya sabe… Todo pasa por mí. Absolutamente todo; las llamadas telefónicas y las citas. No me había levantado de la silla en toda la mañana, todavía no me había tomado ni siquiera un café… ni había ido al baño… Porque hoy, encima, tenía que salir antes…
»Pero es que ya no entiendo nada, pero lo que se dice absolutamente nada… No comprendo cómo ha sido posible que entrara alguien tan…, tan deforme, con semejantes quemaduras, porque es que tenía la cara llena de manchas, y las manos, el cuello; y ¿cómo es posible que nadie lo haya visto? Nadie recuerda nada… ¿Cómo es eso posible? Pero ¿nadie se fijó en él? La única respuesta que me dan es que es invierno y todo el mundo va muy tapado, pero ¿y las manos? Desde que le vi las manos ya no he podido calmarme. ¿Y la cara? ¿Se imagina usted el susto que me he llevado? Con ese abrigo largo y negro, la barba, el sombrero, todo, absolutamente todo… como los ultrarreligiosos de Mea Shearim. Mientras que la voz… Ha hablado como uno de nosotros, sin ningún acento de la Diáspora… Tenía una voz muy bonita, sin nada de yidish, sin acento, con un hebreo completamente israelí, y pasó por delante del vigilante de seguridad, lo sé porque me llamaron desde abajo y me dijeron: «Aviva, aquí hay un hombre que dice que está citado con Tsadiq». Y sí, estaban citados. Yo misma lo había anotado. Tsadiq me había dicho que escribiera S y yo no le había hecho preguntas. Lo anoté y punto. Después desapareció y tampoco lo vio nadie. Ni siquiera ustedes. ¿Lo han visto, lo han encontrado? Pero si es lo que yo digo: desapareció.
»Es que hoy ha sido el día de los desaparecidos: a todos les ha dado por desaparecer. Basta con que necesitara a alguien, para tener la seguridad de que no iba a estar. Y eso ha empezado ya de buena mañana, lo de las desapariciones. Primero nos informan de la desaparición de las mujeres de esos obreros con las botellas: desaparecen los camiones y desaparecen las mujeres. ¿Había oído usted antes algo parecido? Como en Nápoles. Una vez estuve en Nápoles, sólo por un día, pero nunca lo olvidaré, porque estuve con uno que… No voy a decir nombres porque todos lo conocen… Y no puedo decir que sea un tacaño, porque por otro lado…; pero sí, en definitiva es un tacaño. Pero eso no importa, el caso es que está casado, que es un tacaño y que estábamos en el sur de Italia, en Nápoles. Habíamos ido de fin de semana… Pero ¿por qué hablo ahora de eso? Ah, sí, por lo de las obreras, porque al final ha resultado que han sido ellas las que han cogido los camiones y han tirado las botellas. Lo mismo ocurrió en Nápoles, había huelga de trenes… El caso es que allí cada uno hace lo que le da la gana. ¡Y los semáforos! ¿Un semáforo en rojo? No le obliga a uno a detenerse, sino que es una simple invitación que se hace a los conductores… Así que esta mañana ya hemos empezado con lo de los camiones, que si los habían robado, y después, uno por uno, nos han ido informando sobre lo que estaba pasando en todos los cruces importantes del centro del país, que si el de Check Post, que si el de Glilot, que si la entrada a Tel-Aviv, que si la de Jerusalén, y Dani Benizri sin localizar. Desaparecido. Sin dejar rastro. Les ha llevado cuatro horas dar con él, y eso que es su hombre, el que vela por esos obreros… Ni siquiera ahora sé dónde ha estado, y eso no ha sido más que un aviso de lo que iba a venir después. Un primer aviso.
»Después Tsadiq que me dice: «Aviva, avísame a Beni Meyujas». Y me pongo a buscarlo. ¡Dónde no lo habré buscado! Pero nada. El hombre ha desaparecido, y ni siquiera Rubin sabe dónde pueda estar, y eso que es su mejor amigo. Eso antes de…, antes de que… ¿Puedo tomar un poco de agua? Perdóneme, pero con tantas pastillas, ya ni sé lo que… Y cada vez que veo… No tiene importancia, porque el caso es que Beni desapareció antes de, ya sabe… Perdóneme que llore… pero trabaja una con alguien durante años y años, y de repente, todo se acaba… Todavía no me lo puedo creer… Encontrar así a Tsadiq, que no es cualquier… ¡Estamos hablando del director de la cadena! Dentro de…, con toda esa sangre…, degollado. ¿Cómo puede alguien hacerle eso a una persona? ¿Cómo es posible? Toda una vida, y de repente… ¿Ha visto usted cómo le han cortado el cuello? Siento estar tan afectada, pero es que era un buen hombre, no de esos que… No importa, dejémoslo. Se lo juro, le juro que nada más abrir los ojos esta mañana, he tenido el presentimiento de que iba a tener un mal día. Es que hay personas que lo notan; ¿usted no cree que hay gente que lo nota? No todo el mundo, pero hay personas que son muy sensibles, que captan las vibraciones; yo soy de ese tipo de… Llámelo como quiera… pero yo he notado algo… Para empezar, hoy he llegado a las siete y media, porque Tsadiq… Perdone, pero tengo que tomar un poco más de agua. Tsadiq me había pedido que viniera temprano porque tenía prevista la reunión semanal con los directores de los distintos departamentos y se esperaba tener problemas porque… Pero eso ahora ya no importa. Pero como me lo pidió, y Tsadiq y yo… tantos años juntos… Yo lo conocía… No quiero que piense que había nada sucio entre nosotros, porque entre nosotros jamás hubo nada… ¿Cómo se lo diría?… Al principio su mujer tenía miedo de que yo fuera su secretaria, y venía por aquí a comprobar que… Ya sabe usted cómo son estas cosas, no sé cómo decirlo, pues que no soy fea, y su mujer… En fin, que soy muy resultona con los hombres, aunque con Tsadiq nunca tuve nada que…; ¿me entiende? Pero nos conocíamos desde hacía quince años, yo ya había sido la secretaria de otros tres directores antes que de él, y nunca tuve ningún lío con ninguno de mis jefes… Es una cuestión de principios, porque una cosa así no puede traer más que problemas… A Tsadiq, además, lo conocía ya de antes, de cuando era un simple cronista… Esto… estuve… Bueno, no tiene importancia… El caso es que me pidió que estuviera a las siete y media, en pleno invierno, con todo oscuro fuera, con la lluvia y todo lo demás, por la radio avisaban ya de los embotellamientos pero todavía no habían dicho nada de lo de las mujeres de la fábrica, y encima mi coche, que arrancaba y se calaba, hasta que un vecino me echó una mano; a pesar de todo llegué a las siete y media, en punto, puede usted comprobarlo en mi tarjeta de entrada en la que aparece la hora: las siete y treinta y siete. Llegué un poquito tarde, aunque conozco un camino… en el que no hay atascos. Sin embargo, comprendí que no podría entrar en la ciudad, por lo de las botellas. Pero dígame, ¿cómo lo han hecho? Así, a medianoche, ellas que ya no son ningunas niñas, llevarse todos esos camiones… Las felicito, ¿qué otra cosa puedo decir? Me quito el sombrero ante ellas. Y tirar todas esas botellas de cristal y hacerlas añicos en los cruces más importantes, de verdad que me descubro ante ellas, es igual que en Nápoles… Aunque ahora no van a tener más que problemas… Llegué a las siete y media y fuera estaba completamente oscuro, llovía, hacía frío, y aquí, usted ya lo sabe, aquí siempre hay alguien, y no sólo el retén de seguridad y los radioescuchas…, también en la cafetería… Fui a buscar un café y una sufganiyá bien recientita, no para mí… yo no… yo estoy a dieta, se la llevé a Tsadiq; aunque tampoco le hubiera venido mal perder unos kilos… Pero dejemos eso… porque ahora ya… Lo siento, no quisiera estar llorándole a usted aquí, pero no me puedo dominar, deben de ser las pastillas o el sedante que me han inyectado; porque me han puesto de todo… Se lo estoy contando con todo detalle, como usted me ha pedido, aunque me cuesta mucho concentrarme… Pero para mí es muy importante poder ayudar…
Aviva se quedó callada un momento y miró a Michael tensa pero esperanzada.
– Ya me doy cuenta de que eso es muy importante para usted -se apresuró a decir Michael-, y sé muy bien lo difícil que le resulta, así que no sabe cuánto se lo agradecemos y lo muchísimo que valoramos su esfuerzo.
Ella respiró profundamente y soltó el aire dando un fuerte resoplido.
– Es que como usted me ha pedido que lo cuente con todo detalle -dijo quejosa-, me estoy tomando mi tiempo.
– Tenemos todo el tiempo del mundo -le dijo Michael en un tono tranquilizador y, haciendo acopio en su voz de sus rasgos más paternales, añadió-: Además usted lo recuerda todo perfectamente, y se nota que es una persona muy sensible.
Una ligera expresión de satisfacción se apoderó del rostro de ella, pero queriendo ocultarla, suspiró y continuó hablando.
– A las ocho llegó el empleado de mantenimiento; y es que hacía ya una semana que le había pedido… Ya sabe usted cómo son estas cosas… Les llamas, te dicen que vienen en una hora, y nada, vuelves a llamar, y encima te dicen, Aviva, deja de dar la lata, no molestes más; no se saben comportar, ¿me entiende?, porque encima te hacen pasar por pesada. El caso es que vino el técnico, el electricista, porque había que hacer algo en la pared exterior del despacho de Tsadiq, ya que las humedades habían afectado el sistema eléctrico, había habido un cortocircuito… Hacía ya una semana que lo había llamado, pero los de mantenimiento, ya se sabe… si no te pones… Pero dejemos eso… Es un electricista nuevo, un chico muy majo, no lo conocía de antes… Parecía bastante joven, como mucho treinta y pico…, con una alianza…; porque los majos ya están casados… Llegó a las ocho, y entró, no eran las ocho en punto, sino las ocho y cinco quizá, no le puedo decir la hora exacta de todo lo que ha pasado, porque como no sabía que luego iba a tener que… El caso es que llegó y se puso a trabajar, y en cuanto empezó, Tsadiq abrió la puerta y empezó a gritar: «Pero ¿esto qué es? ¿Os habéis vuelto locos? ¡Parad ahora mismo!». Eso es lo que pasó, que Tsadiq se puso a gritarnos a mí y al electricista. Y entonces yo le dije: «Por favor, Tsadiq, no puedes gritarle así como si fuera…». Bueno, el caso es que le dije que le diera un cuarto de hora, pero Tsadiq dijo: «No, que se vaya ahora y vuelva más tarde». Así que el electricista, con lo que cuesta que vengan, ni siquiera había empezado y ya se tenía que marchar. Sólo le había dado tiempo a hacer una pequeña raja en la pared, y ya se iba. «No te vayas», le dije yo, porque temí que todo se fuera a quedar así, con el agujero en la pared y lleno de polvo, creí que no iba a volver…, pero él se rió y me dijo: «No tema, que a las once vuelvo a estar aquí, he dejado ahí mis cosas, el taladro y todo lo demás». ¿Qué quiere que le diga? A veces la vida… Puede que, si no hubiera dejado las herramientas y el taladro…, si no lo hubiera dejado…, puede que Tsadiq todavía estuviera con vida… Y toda esa sangre… Pero mire cómo tiemblo… Es de la impresión… Un trauma para toda la vida… Quien pasa por algo así, ya todo lo ve de otra manera… ¿Es o no es? Su vida ya nunca volverá a ser la misma. Yo jamás había… Dejémoslo.
»Y durante toda la mañana ha estado sonando el teléfono, todos buscaban a Dani Benizri; hasta que finalmente lo encontraron. En su casa no estaba, al móvil y al buscapersonas no contestaba. Su mujer me dijo: «Ayer vino tarde y se ha marchado muy temprano, ni siquiera lo he visto». Después pensé que quizá estuviera con las mujeres de los obreros ésos, porque quizá, ya que siempre ha estado metido en ese asunto, lo hubieran avisado desde el principio; aunque yo no lo sabía, simplemente oí que Tsadiq le gritaba, porque la puerta estaba abierta, le gritaba por teléfono, justo antes de que empezara la reunión, y por los gritos entendí que Benizri estaba en aquello, porque Tsadiq le dijo: «¡Un cuarto de hora antes que nosotros, y eso que tú eres su hombre!», y se refería a que en el canal 2 habían informado de la situación antes que nosotros. Y Tsadiq no hacía más que gritar. ¿Cómo que a quién? Pues a Benizri, por teléfono.
»Pero durante un tiempo Benizri estuvo ilocalizable, y nadie sabe dónde estuvo. Pero eso fue antes de… Después vinieron a entrevistar a Tsadiq sobre el papel de la televisión cuando hay una crisis económica. Benizri es el ejemplo de periodista que sobrepasa su papel… ¿Cómo lo dijo, la chica? Era una periodista del Yediot, «Un periodista que modela la realidad con su actuación»; y es que esas palabras se me quedaron grabadas. Pero ¿se puede saber qué es lo que modela? Pero ahí lo tiene, convertido en un héroe. No es que yo tenga nada en contra de él, porque es un chico muy majo Benizri, un buen chico, pero confío en que no se le suba a la cabeza… La chica esa está preparando un reportaje sobre él. Y entonces Tsadiq le dijo al electricista que lo dejara y que volviera a las once, a las once y cuarto, para más seguridad, porque a esa hora tenía que acudir a una reunión con el director general de la Radio-Teledifusión, y el electricista me miró como diciéndome, acabo de ponerme el mono y ya me lo tengo que quitar. Y ahí en medio, con la puerta abierta, se quitó el mono, bueno, aunque debajo llevaba unos pantalones vaqueros y todo eso, y lo dejó en el suelo, en un rincón, porque se había puesto el mono encima de la ropa; y también llevaba una mascarilla y unas gafas protectoras; todo lo dejó ahí. Y las herramientas, el taladro, todo… ¿Cómo iba a poder saberlo yo? Nadie podía adivinarlo… Y encima voy y le pregunto: «¿Volverás luego?». Y él: «Pues claro, naturalmente, ¡qué pregunta!». La verdad es que no sé lo que me pasó, que me sentía rara, que tuve un mal presentimiento, eso es lo que me pasó. Y luego la realidad me ha venido a decir que con razón tuve ese mal presentimiento. Ni siquiera le dio tiempo a salir. La burla del destino fue que al final no tuvo que volver.
»Después, serían las nueve, todos los que estaban citados para la reunión habían llegado ya, y yo entraba y salía, y no solamente para llevarles el café o cosas así, sino que siempre hay asuntos urgentes que atender al teléfono, porque los directores de los departamentos tampoco es que sean Dios, además de que los conozco a todos, así que yo siempre puedo entrar y salir… Por eso no me enteré muy bien de lo que estaban hablando, aunque cada vez que entraba captaba algo… Porque alguien que desempeña mi trabajo no es una simple… Puede que usted crea que una secretaria… pero es que yo no soy una simple secretaria… Yo… No importa…, puede usted preguntar sobre mí. No hay trabajo para el que no haga falta tener sesos… incluso para… Bueno, nada… El caso es que yo entraba y salía…, y oí algunos retazos de la conversación… Me enteré de lo que allí se hablaba en términos generales… Porque una buena secretaria tiene que estar lo más informada posible, ¿no le parece? Hablaban de Resurgimiento, esa nueva serie sobre la creación del Estado, una serie al estilo de La columna de fuego, su continuación. Diti, la directora de programación, decía que no se le estaba haciendo la promoción suficiente a la serie y se puso a discutir con Tsadiq, que le dijo: «¿Qué más quieres? Es dentro de tres semanas y lo estamos anunciando todas las noches. Es más que suficiente». Riñeron, bueno, no exactamente, más bien discutieron, pero poco a poco la discusión fue tomando… Pero eso no tiene importancia… El caso es que, en un momento dado, entré y me preguntaron: «Aviva -porque así es como me llaman-, dinos quién de los dos tiene razón. ¿La promoción que se le está haciendo a la serie es la suficiente o no?». Y yo… ¿qué podía decir yo? Si lo único que quiero es llevarme bien con todos. ¿Cómo voy a tomar partido? ¿Para meterme en un lío? Ah, no, de eso nada. Y después fue Nitsan, el encargado de la parrilla, el que empezó a quejarse de que donde antes estaba el programa de cocina habían emitido ahora los Simpson, y todo sin consultárselo a él, se quejó de que se rieran de él de esa manera, de que nunca lo avisaran con tiempo, y no sólo eso, sino que estuvieran maquinando emitir Ido y Einam, la película que dirigía Beni Meyujas, en prime time y empezar ya a promocionarla, y todo eso sin haberle dicho nada a él. Y la chica que se ocupa de que ya a las seis de la mañana aparezca en pantalla la programación de todo el día también se puso a discutir con ellos. Y… hay también una persona dedicada a sincronizar lo que se recibe del extranjero, a reescribirlo, y ése es un trabajo que tiene que ser hecho con mucha precisión, y también se habló de eso. Después se pusieron a tratar el tema de Ido y Einam, y entonces fue Rubin el que habló. Lo oí por casualidad, porque les estaba llevando más bebidas, y vi que había allí un religioso, con problemas de garganta, porque no hacía más que pedirme tés con limón, así que pude oír los gritos por lo de Ido y Einam, primero a Rubin; y luego proyectaron unas tomas y me llamaron para que les diera mi opinión. ¿Qué quiere que le diga? Impresionante, eso es indiscutible, absolutamente impactante. No entendí muy bien qué es lo que estábamos viendo, una especie de ceremonia, no sé si una boda o un sacrificio, porque había un cordero degollado, sí, un cordero. ¿Pasa algo? ¿He dicho algo raro? ¿Por qué me mira de esa manera? Degüellan un cordero y la chica se sumerge… No, no puedo hablar de eso, tanta sangre… también allí… Pero eso fue antes…, antes de… No importa… Me habían llamado para que les diera mi opinión, yo no soy una cualquiera sin criterio, soy una persona que tiene su propia opinión de las cosas y Tsadiq me valoraba mucho… Les dije que estupendo, que me parecía estupenda, y también les dije que, como habían invertido tanto dinero en ella, que sería una pena que… Pero entonces saltó Hefets y dijo: «¿Y el proyecto del avión de combate Laví, no lo interrumpieron después de haber invertido en él más de dos mil millones de dólares?». Y Rubin le dijo entonces: «¿No te parece buena? ¿Cómo puedes decir que esta película no es buena? ¿Cuándo ha hecho la televisión algo de este nivel?». Pero Hefets no cedía y le respondió: «Nosotros somos la televisión israelí, no la BBC, esto no es lo que el público quiere; lo que tú tienes que hacer es complacer al público, esto va a tener una audiencia nula». Y Rubin le contestó: «Hefets, por favor, pero si hemos invertido muchísimo tiempo y dinero». Y Hefets: «¡Y qué! ¿Desde cuándo se tiene eso en cuenta? Una película no es el proyecto del Laví, y hasta el proyecto del Laví fue interrumpido después de haberse gastado dos mil millones de dólares, ya te lo he dicho, así que esto también se puede detener». Como me ha dicho usted que hiciera memoria de todo, eso es lo que estoy haciendo, porque yo me acuerdo de todo, to-do. Si mañana me hace la prueba de preguntarme todo lo que usted ha dicho hoy, se lo podré repetir palabra por palabra. Después de lo último que dijo Hefets, todos se pusieron a discutir a gritos. Pero me di cuenta de que Tsadiq había sido convencido, no por Hefets, sino por Rubin, que Rubin había conseguido convencerlo, aunque en ese momento no dijo nada, sino que se limitó a mirar a Hefets y le dijo muy bajito, sin que casi nadie se enterara: «Si actuáramos según tus parámetros, lo único que tendríamos aquí todo el día serían informativos y Eurovisión», y Hefets, entonces, le contestó: «¿Le pasa algo a Eurovisión?». Y todo eso lo oí porque la puerta estaba abierta y yo no hacía más que entrar y salir, así que no la cerraba, pensé hacerlo, pero luego… Así que estuve escuchando, y al final, oí cómo Tsadiq empujó hacia atrás su silla, así, como haciéndose notar, se puso de pie y me dijo: «Aviva, búscame a Beni Meyujas, que quiero comunicarle que está autorizado para continuar con el rodaje de Ido y Einam»; y hubo quienes le aplaudieron, aunque no todos. Hefets no dijo nada, se quedó allí sentado con una cara de… También a Hefets lo conozco desde hace muchos años… Hemos pasado mucho juntos… Pero dejemos eso ahora… El caso es que me puse a buscar a Beni Meyujas. ¿Cómo que dónde? Pues por todas partes, en su casa, en el móvil, en casa de Hagar. Pero nada. En su casa no contestaba, al móvil tampoco, y ni siquiera Hagar sabía dónde estaba. Y si no lo sabía ella, ¿cómo iba a saberlo yo? Si ella es como su sombra, ¿no lo sabía usted? No importa, sólo que después, cuando empezó… todo el jaleo, antes de…, antes de que pasara lo que después pasó…
Entonces Aviva ocultó el rostro entre las manos, respiró profundamente y, tras retirar las manos, le dirigió una mirada llena de terror.
– Antes de ver a Tsadiq así, sobre la mesa, con la cabeza… con toda esa sangre y todo…
Michael se levantó y, en el vaso que tenía a su lado, le sirvió un poco más de agua mineral, luego le puso el vaso en la mano, le tocó el hombro y le ordenó, como haría con un niño asustado:
– Tómesela, beba un poco de agua.
Ella, muy obediente, dio unos cuantos sorbos, se limpió la boca con el dorso de la mano, levantó hacia él la cara y lo miró con unos ojos llenos de agradecimiento y deseosos de complacerlo; y a continuación retomó el hilo de sus palabras.
– También vino Hagar. Es decir, no aquí, sino que fue allí, a mi despacho; créame si le digo que ya no sé ni dónde estoy… Pero no importa, el caso es que Hagar llegó, se plantó delante de mi escritorio y ya no cerró la boca: que si no lo había visto, a Beni Meyujas, desde el día anterior; que si ya había empezado a preocuparse la víspera… Porque, por lo visto, Beni había llegado a la televisión con su actriz, antes de que llegara Tsadiq… La actriz, esa chica etíope, se me ha olvidado cómo se llama, pero es etíope, ¿no? No es que me importe, pero todos la llaman «la india», «la india de Meyujas», pero me parece que es de Etiopía, y que fue ella la que no quiso decir que era etíope y prefirió que pensaran que… Creo que nadie sabe nada de ella, puede que solamente Beni y Hagar; y ellos… En este lugar no se crea usted que todos son muy abiertos… En nuestro trabajo los hay que son muy clasistas… ¡Huy, ya lo creo! Sobre todo los técnicos… Tiene una piel muy oscura, aunque quizá no lo suficientemente oscura, no sé si hay etíopes más… Bueno, no importa… El caso es que la chica esa me contó que ayer, cuando estaba con Beni en su casa, llegó alguien que quería hablarle. Ella no vio quién era, porque estaba… en otra parte de la casa… puede que en el cuarto de baño…; ella dice que en el cuarto de baño, pero yo… no quisiera tener que decirle a usted cuál es mi opinión… Sí, creo que eso es lo más probable…, porque es más que sabido que los directores y sus actrices… Yo no digo que él no… con Tirtsa y todo eso… Claro que Beni está de duelo. Está destrozado. Pero eso no tiene nada que ver. Quiero que entienda usted que eso no tiene nada que ver. Me acuerdo de una vez, cuando era muy joven, que estuve… con un pariente que era ya mayor. Entre tanto, él también ha muerto, el pobre. Dos días después de que su mujer muriera de cáncer, nadie me lo dijo, pero creo que fue de cáncer, yo estaba allí, en su casa… Bueno, la verdad es que era ella la que era familia mía, una prima de mi madre… Yo estaba haciendo el servicio militar y mi madre me dijo: «Ve a visitarlo, Aviva, ve, chatita». Mi querida madre, que Dios la tenga en su gloria, yo era su pequeñita, ¡cuánto me quería! Como yo era una niña buena, pues le hice caso. Siempre le hacía caso. Todo lo que ella me decía, yo lo hacía. Así que cuando me dijo: «Aviva, chatita, el tío Shmulik está de duelo, vete a verlo y a ver si consigues que se anime un poco y deje de pensar en eso», yo la obedecí, y para allá que me fui, a pesar de que no me apetecía nada. Y no me apetecía porque tenía como un mal presentimiento. Ya le he dicho que hay personas que notan las cosas con antelación. En un momento en que fui a la cocina a tomar un poco de agua, él me acorraló allí, en un rincón. Allí, junto al fregadero, empezó a contarme que no habían sido felices juntos, él y su mujer, y eso con el cuerpo de ella todavía caliente y habiendo estado casados durante más de treinta años; él tendría unos cincuenta y pico, con hijos ya mayores, y yo no había cumplido los veinte, pero me acorraló en la cocina, estando de duelo por ella, se lo juro, eso fue lo que me dijo, al tiempo que empezaba ya a toquetearme, primero sólo la cara, pero luego pasó ya a acariciarme por todas partes. ¿Por el dolor que sentía?, ¿por la pena? Yo la he visto, es una chica muy guapa, de eso no cabe la menor duda, guapísima, para quien le gusten así, delgadas, con el pelo oscuro y la cara blanca… Es cuestión de gustos…, a mí, personalmente…
»Pero ¿dónde estaba? Ah, sí, en que no encontrábamos a Beni, y entonces Rubin dijo: «Yo me encargo de buscarlo»; pero Tsadiq le gritó: «Tú no tienes tiempo para esas cosas, no pierdas el tiempo. ¿Tienes listo tu reportaje?». Y Rubin le respondió: «Perfectamente terminado. Ayer traje el material que me dio la madre del chico que fue interrogado… No te haces una idea de los médicos que andan sueltos por el mundo, auténticos colaboradores de los servicios de seguridad del Estado. Lo tengo todo listo… Y prepárate para el escándalo», y entonces Tsadiq suspiró, porque sabía que iba a tener problemas con el portavoz del hospital, con el ministro de Sanidad y con… Pero…
En el despacho contiguo, al otro lado de la ventana cubierta con una pesada cortina, oyeron el rechinar de la silla de Aviva, sus sollozos y los ruidosos tragos de agua que daba. Rafi se apresuró a cambiar la cinta del magnetófono.
– Ésta tiene diarrea mental -dijo-, menudo pico -añadió muy bajito, y le dio al botón del amplificador-. Habla, habla y habla sin que ni siquiera sea necesario preguntarle nada, nunca en mi vida había oído nada igual…
Ahora volvían a oírse unos sollozos ahogados y un balbuceo: «Perdone, pero no puedo…», seguido de una tos profunda y ronca.
– Es por el tranquilizante que le han inyectado -dijo el sargento Ronen-, a algunas personas no las seda sino que les produce el efecto contrario, como si les desbloquearan los frenos.
– Lo que es ésta, dudo que haya tenido los frenos bloqueados alguna vez – masculló Rafi-; pero si parece que…
– Dime -susurró Liliana cuando oyeron a Michael preguntarle a Aviva si se veía con fuerzas para continuar-, ¿qué le pasa a Ohayon, que no dice nada? -y mirando a hurtadillas por una esquina de la parte derecha de la cortina añadió-: ¿Cómo es que ella habla de corrido si él no dice ni media palabra?
Rafi arqueó la boca, se acarició la rubia perilla y dijo:
– Confía en él, eso es lo que hace siempre: la está mirando fijamente con esos ojos suyos, no le quita los ojos de encima; y créeme, con eso basta.
– No siempre es así -dijo el sargento Ronen-, primero pregunta, a veces empieza haciéndoles muchas preguntas… Pero en esta ocasión la verdad es que no ha preguntado gran cosa, le ha bastado con decirle que le cuente todo lo que ha pasado: «Tú no te preocupes por nada y limítate a contarme a mí todo lo que se te venga a la cabeza; tranquila, que me lo estás contando a mí». Cada una de las palabras que pronuncia Michael están más que calculadas, porque ¿te has fijado las veces que ha dicho «a mí»? Es decir, que le ha dado a entender que la está escuchando especialmente a ella, de una manera personal, y a veces eso basta, un poco de trato personal, porque ¿qué es lo que la gente busca, en realidad? Lo que busca la gente es…
– Silencio, que no me dejáis oír -lo cortó Rafi-, que ya vuelve a empezar a hablar.
– Mejor será que me pase la botella…, así no tendré que pedirle más… ¿Por dónde iba? Ah, sí, que todos entraban y salían, y entre ellos Niva, que entró buscando a Hefets cuando estaban en plena reunión, y entró Dani Benizri, y después alguien más… No me acuerdo…, no tengo una lista de todos, ¿cómo voy a tenerla? Solamente la tienen los de seguridad, abajo, ellos sí saben quién está dentro y quién fuera, pero ¿yo? Me limito a anotar las citas, y ya les he entregado a ustedes mi agenda… La ha cogido el agente…, el de los ojos verdes… ¿Se llama Eli, verdad? Eli Bahar. Muy agradable, pero es casado. Ya se lo he dicho antes, los mejores ya están casados… ¿Que no? Bueno, dejémoslo… ¿Dónde estábamos? Hubo un momento en el que todos salieron y Tsadiq se quedó solo, sin nadie más en el despacho, porque se quedó a hacer un par de llamadas… Eran ya las diez y media y el informativo seguía sin estar terminado, y todo el que entraba se detenía a mirar en la pantalla del monitor lo que estaba pasando en los cruces de carreteras con las mujeres de los despedidos esos y la embarazada, ¿Eti?, ¿Eti, se llama?, que se había encadenado al volante… Y todos andaban buscando a la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales; y al final la encontraron, pero mire que tardaron… Ni siquiera su consejera parlamentaria sabía dónde podía estar… Y ahora todo dependía de mí… Si no dábamos con la persona a la que buscaban… No importa… Yo… lo único que he pretendido siempre es cumplir con mi deber y volver a casa tranquilamente al final de la jornada, ¿me entiende? Por supuesto que estoy sobradamente cualificada, me han hecho muchas ofertas…, hubiera podido…; pero nada me parece lo suficientemente bueno al lado de la seguridad de una nómina, porque una mujer sola no se las puede arreglar sin una seguridad económica; aunque eso de hablar de seguridad económica quizá sea exagerado, porque cualquiera diría… Tengo un sueldo de miseria, créame, un sueldo mínimo, pero con las horas extra y los años de antigüedad… Siendo soltera no me puedo permitir tirar todo esto por la borda, ¿me entiende, verdad? Soy así, no tengo espíritu aventurero, hace tiempo que comprendí que es mejor mantener lo que se tiene en lugar de apostar por cosas nuevas. Pero ¿por dónde íbamos? Eran las diez y media, alcé la cabeza y vi que no había nadie, puede que Tsadiq los hubiera echado a todos, no lo sé… Hubo un momento en el que allí no había nadie, yo estaba hablando por teléfono y no me di cuenta, hasta que de repente, levanto la cabeza y tengo delante de mí a esa persona, al quemado. Casi pego un grito… Imagínese, primero veo una mano, porque puso la mano encima de mi mesa; pero no oí sus pasos, probablemente porque estaba hablando por teléfono; me dijeron que subía; Alón, el oficial de seguridad, me lo dijo desde abajo, que ese tipo iba a subir, pero lo que yo no sabía era que… Me llamaron por teléfono, ya sabe, alguien de la policía, de los suyos… No lo sé… ¿No fueron ustedes? Vale, vale, pues serían otros, pero dijeron que eran de la policía y se llevaron algunos dossieres. Pero eso fue antes… Lo sé porque Tsadiq se puso furioso y los echó a patadas. ¿Usted no sabía nada de todo eso? Pues Tsadiq llegó a hablar hasta con el comisario jefe, ayer mismo, ¡y menudos gritos le daba! Porque Tsadiq creía que ustedes querían aprovecharse de la situación para averiguar quién había dado el chivatazo de lo del escándalo que tuvieron ustedes por… Pero eso ahora no viene a cuento… El caso es que yo estaba al teléfono y, de repente, la mano ésa, de un tono entre marrón y rojo, encima de la mesa, delante de mí, como la mano de Frankenstein en una película de terror… No puedo soportar ese tipo de películas, porque para película de terror, la de cualquier persona que viva sola, así que no necesito ver eso también en el cine… ¿me entiende? Vi la mano y casi doy un grito… Pero no grité, sino que me quedé mirándolo, espero que no me viera nadie, aunque ahora ya ¿qué más da si él también se dio cuenta o no? Y en ese preciso momento, Tsadiq abrió la puerta y se quedó mirándolo, con el sombrero negro, la barba, un abrigo negro, y todo lo demás. Si me pregunta algo de él, no le podré decir más, porque no sé nada más, excepto que tenía una voz muy bonita… como… la de un locutor» de radio, y hablaba como un israelí nativo. Entonces Tsadiq lo hizo pasar a su despacho y me dijo: «No me pases ninguna llamada hasta que yo no salga y te lo diga. Que nadie me moleste».
– Ha hablado de ti -le susurró Rafi a Balilti, que acababa de aparecer en la puerta-, ha contado cómo se llevaron los dossieres…, ésos a por los que tú mandaste… Ha dicho que pretendías aprovecharte de la situación…
– Pues muy bien, dicho está -soltó Balilti con indiferencia-, pero eso fue antes de que Tsadiq… -y se pasó el dedo por el cuello de lado a lado.
Un ligero rubor cubrió las mejillas pecosas y recién afeitadas de Rafi.
– ¿Qué insinúas, que si hubiéramos sabido lo de Tsadiq no te habrías llevado los dossieres? -le preguntó intrigado.
– Hacedme el favor los dos y no empecéis como ayer en la reunión -dijo Lilian con temor-. Como en la reunión de ayer, no, por favor…
– No, guapo, no es lo que tú crees -le dijo Balilti a Rafi-, si hubiera sabido que iban a degollarlo de esa manera me habría quedado a esperar, porque justamente ahora vamos a poder meter las narices hasta en el último rincón del edificio sin que nadie nos moleste…
– ¿Podéis callaros un momento? -les pidió el sargento Ronen-, que no me dejáis oír.
Balilti se calló y miró la ventana, apartó ligeramente el borde de la cortina hacia un lado y atisbo a través del falso espejo.
– Nos ha pedido que mantuviéramos la cortina corrida -le susurró Lilian.
Y Balilti la miró con la cabeza ladeada, movió los labios como si quisiera decir algo, y finalmente se limitó a emitir un largo «jjjjja» antes de dejar caer la cortina. A los allí presentes no les cupo la menor duda de que lo que había querido decir era «jjjjjaputa».
– La verdad es que tampoco era la primera vez que Tsadiq pedía que no lo molestaran. Al cabo de media hora, entre los que iban y venían, todos se juntaron allí, Hefets, Niva, Natacha, el de los sindicatos, el del seguro, que llevaba buscando a Tsadiq un montón de tiempo y con el que por fin tenía una cita, Shoshana, la de vestuario, que quería hablar con él, y yo, como un perro guardián, a la puerta, vigilando para que nadie lo molestara. Y de repente se oyó como un gran tumulto, todos los televisores estaban encendidos a todo volumen, así que no se oía nada de lo pudiera estar pasando allí dentro. Al cabo de unos veinte minutos salió del despacho de Tsadiq el religioso… Sí, el quemado. Cualquiera hubiera esperado de él que llevara guantes, que ocultara las manos, pero no, parecía que lo hacía adrede, y al salir me miró, me dijo adiós muy educado, despacio, como si no tuviera ninguna prisa. Pero ¡cómo me miró! No sé cómo explicárselo, pero tuve miedo de él. Asco no, miedo. Bueno, no importa, el caso es que me dijo adiós y se marchó. Y después de eso, Tsadiq volvió a decirme por teléfono (no, no salió de su despacho, me lo dijo por teléfono): ¿Me podría dar más agua?
»Lo oí por el interfono, en realidad: «Aviva, no me pases más llamadas. Hasta que yo no salga del despacho no quiero hablar con nadie, ¿me has entendido?». Lo entendí perfectamente, ¡claro que lo entendí!, ojalá también yo tuviera a alguien a quien decirle que no me pasara las llamadas. Sí, pues claro que eso sucedía a veces, cuando estaba con alguien o tenía una llamada importante al teléfono. Entonces me decía que no le pasara ninguna otra llamada y que no dejara pasar a nadie. Solamente que ese día todos lo estaban buscando o llamando por teléfono: la secretaria del director general, el presidente de la Radio-Teledifusión, el presidente del sindicato, la portavoz de la ministra de Trabajo y Asuntos Sociales, el agente de seguros, que ya se había bajado al bar hasta que… ¿Y quién no? Si hasta la mujer de Dani Benizri, el defensor de los obreros despedidos, lo hizo, ¿quién no iba a llamarlo entonces? Y todo consta por escrito, usted mismo puede comprobarlo, todas las llamadas entrantes, está todo registrado, no solamente a través de la compañía telefónica, sino en mi agenda también, todas las llamadas entrantes y salientes…
Al otro lado del falso espejo oyeron decir a Michael: «Espere aquí un momentito», y una silla rechinó al retirarla hacia atrás, una puerta se cerró y, al cabo de un instante, estaba allí con ellos.
– Lilian -le preguntó en un susurro-, ¿sabes si Tsila ha conseguido ya la lista de las llamadas entrantes?
Lilian asintió con un gesto de la cabeza.
– ¿También las del móvil de Tsadiq?
– Todo -le aseguró Lilian-, Tsila lo tiene todo junto, incluidas las horas. Y también las de los dos días anteriores. Las de ayer y las de anteayer. Y si las quieres, te puede proporcionar también todas las llamadas de la semana.
– Quiero verlo antes de nuestra reunión -dijo Michael-; diles que quiero una copia cuando termine con… -y señaló con la cabeza en dirección al cristal-. Quiero verlo y que haya una copia para cada uno.
Lilian asintió con la cabeza, mientras Michael observaba el palillo que llevaba entre los dedos, después se lo metió entre los labios y volvió corriendo a su despacho.
– Poco a poco habían ido llegando varias personas a mi despacho, donde se quedaron esperando; a eso lo llamaba él «dos minutos y vuelvo», a eso lo llamaba él «venga usted a las diez». Tsadiq hacía mil y una promesas, ¿y a quién le llovían luego las quejas? Pues a mí, a nadie más que a mí. Hefets me gritaba a mí, porque ¿quién era yo para decirle que no se podía entrar? Pero como le repetí lo que Tsadiq me había dicho, pues no le quedó más remedio que marcharse. Pero a los diez minutos volvió… Serían las once y cuarto… Y la Natacha esa sin decir palabra, allí esperando en un rincón, pacientemente. Dicen que las periodistas jóvenes… que…, es decir, que son capaces de cualquier cosa por…; pero Natacha no parece que sea de ese tipo de…; no lo sé, pero hay algo en… Como si no fuera una mala chica, ¿me entiende? Los hay que matarían a su madre por…, pero Natacha no, aunque es de lo más terca. Siempre se pone… Creo que llegó hacia las diez, después de que el religioso se hubiera marchado, pero no lo sé con exactitud. Llegó, se colocó allí y no se movió más. Lo estaba esperando, o mejor sería decir que lo estaba acechando. Y también llegó la portavoz de la Radio-Teledifusión, y… sí, el electricista…, el de mantenimiento, que estuvo bromeando conmigo, y también un periodista del Times, al que también había prometido atender, aunque no sé cómo… Pero eso no importa, el caso es que pasaba el tiempo y él no salía. Eran ya las once y cuarto y él tenía una cita fuera. Entonces lo llamo por el interfono, y no me contesta. Me levanto, llamo a la puerta, y no me contesta. Intento abrir, pero está cerrada, lo llamo al móvil, y no responde; hasta que al final… Hefets me mira y dice: «Esto no me gusta, Aviva, ¿y si le ha pasado algo?». Ésas fueron exactamente sus palabras. Y si quiere que le diga la verdad, yo también había empezado a sospechar que le había pasado algo. Porque nunca había hecho… No… tampoco se puede decir que nunca lo hubiera hecho, eso de encerrarse así…; pero ¿durante tanto rato? Yo ya no sabía qué pensar. Además, se me pasó por la cabeza lo de las dos personas que ya habían muerto. Una de ellas ayer. Aunque fuera del corazón. A Tsadiq podía muy bien pasarle lo mismo.
»No tengo ni idea de si telefoneó a alguien…, a mí no me pidió que llamara a nadie…; no lo sé…, porque tiene línea directa desde allí, sin tener que pasar por mí, y además tenía el móvil… Aunque quizá estuviera allí sentado y… Yo no tenía ni idea de la existencia de esa puerta. Hasta que usted me lo dijo, yo no sabía nada… No tengo ni idea de quién podía saberlo… Llevo quince años aquí y jamás he oído hablar de ella… ¿Sigo? ¿Por dónde íbamos? El caso es que Hefets fue a llamar a Alón, el guardia de seguridad, que empezó a llamar a la puerta y hasta intentó abrirla… Pero entonces Hefets mandó a por los de mantenimiento. Sí. Fue Hefets el que los llamó, él mismo. Y la verdad es que llegaron enseguida… Y después… entonces… Bueno, pues… abrieron la puerta. Eso ya lo saben ustedes, porque usted ya estaba allí, pero antes de que usted llegara, Alón no quería dejarme entrar, pero yo… no podía quedarme al margen. Además, es que no me lo podía creer. Así que entré por la fuerza y lo vi todo. Toda mi vida… Trabaja uno con alguien durante tantos años… nunca piensas que… Y de repente; y encima el tercer caso… en una semana, en tres días; sólo que ahora no era…, ahora con todo el… Mire, usted no me conoce, es muy posible que le parezca una mujer histérica, pero créame, yo no soy ninguna histérica, he visto mucho en esta vida… Cuando iba al instituto incluso estuve de voluntaria en un hospital… Vengo de una familia tradicional…, para nosotros eso formaba parte de la educación…; una casa en la que se hacía mucho hincapié en que fuéramos buenas personas… Así es que yo no soy ninguna histérica, pero ante una cosa así… Pero si hasta usted que ya ha visto…, porque no me diga usted que pudo seguir con su rutina diaria como si nada… Sé muy bien que no…, porque me di cuenta de que incluso usted…
Aviva estaba en lo cierto. Ni siquiera él estaba inmunizado para lo que se descubrió en el despacho de Tsadiq. Y no sólo por la cara, completamente machacada -«No hace falta esforzarse mucho para darse cuenta de con qué lo han matado, ¿eh?», había dicho el forense, con una especie de complacencia, mientras señalaba con el codo la taladradora tirada en medio de un charco de sangre, junto a un mono de trabajo de color azul lleno de manchas y tirado allí también-, y la expresión de sorpresa que se le había helado alrededor de la boca; no sólo porque el cadáver se hubiera escurrido a medias de la silla de piel que estaba junto a la enorme mesa de trabajo detrás de que solía sentarse Tsadiq, sino también por la sangre, que lo había salpicado todo alrededor, dándole al despacho el aspecto de un matadero, y que hacía que fuera difícil mantener la mirada en aquel espectáculo. Ése fue el motivo de que, con el pretexto de querer examinar los papeles que habían tirado al suelo, apartase los ojos del cadáver mientras los miembros del equipo forense se ponían manos a la obra tomando las huellas dactilares. Solamente antes de que envolvieran a Tsadiq para depositarlo en la camilla, Michael se acercó a él y lo miró bien de cerca. La sangre lo había manchado todo, la moqueta celeste y la pared de enfrente, y toda la estancia, que tenía las ventanas cerradas, se encontraba ya impregnada por ese olor a óxido agrio que tiene la sangre. «Nadie conocía la existencia de esa otra puerta, hasta que usted la descubrió», le había repetido Aviva varias veces, unas con asombro, otras con reconocimiento y, la última vez, con un cierto temblor en la voz. Y es que a veces sucede que las cosas que descubrimos por casualidad, sin hacer un gran esfuerzo o gracias a una intuición inexplicable, o distraídamente, se revelan luego como un mérito enorme y le dan a uno un prestigio que más bien provoca turbación. Turbación por lo inmerecido de ese prestigio. Porque mientras los miembros del equipo forense estaban haciendo sus primeras averiguaciones arrodillados junto al cadáver, preparando las muestras para analizarlas, fotografiando y marcándolo todo, Michael había sentido la imperiosa necesidad de salir a respirar un poco de aire puro, y fue entonces cuando descubrió lo que nadie había visto antes. ¿Cómo era posible que no se hubieran dado cuenta, que no se hubieran fijado? ¿Cómo es que nadie había intentado abrir aquella puerta desde fuera? Creyeron que se trataba de un armario viejo, que siempre había estado cerrado, le dijeron, y le explicaron que la taquilla de hierro que llevaba años en el pasillo cubría por completo la puerta de madera que se ocultaba detrás. Nadie se había fijado en que la taquilla había sido apartada de su sitio habitual, y tampoco pudo dar con nadie que recordara el tiempo que había transcurrido desde que la taquilla había sido desplazada, ni cuánto tiempo llevaba aquella puerta de madera clara expuesta a la vista de todos. ¿Sería posible que fuera cierto que, de tantas personas como llevaban trabajando allí durante años, ninguna supiera que se trataba de una puerta que daba al despacho de Tsadiq?
– En una ocasión, hace años, intenté abrirla, pero estaba cerrada con llave -le dijo Hefets.
Mientras, Arieh Rubin lo había mirado con verdadero asombro cuando se lo comunicó:
– ¿Una puerta? ¿Una puerta secreta? -dijo casi sonriendo-. Créame si le digo que este edificio, con tantas reformas como se le han hecho, está lleno de esos añadidos, de pasadizos, de sótanos, de puertas y ventanas tapiadas… Nadie puede ser capaz de conocer todos esos recovecos…
– Enséñeme esa puerta -le dijo Niva-, quiero verla, quiero entrar y verla. ¿Lo han limpiado ya todo? Pues no miraré. Pero quiero ver lo de la puerta y adonde da.
Michael la llevó al pasillo y se la mostró. Niva, atónita, la contemplaba incrédula, y cuando posó la mano en el pomo, lo hizo girar y la puerta se abrió quedamente, se volvió hacia él llena de asombro.
– Pero si hasta funciona -dijo con una voz muy débil-. Llevo veinte años aquí creyendo que no existe ni el más mínimo rincón que no conozca, y no solamente en este edificio, tampoco en Los Hilos, y ahora aparece esta puerta en medio del pasillo. Pero ¿dónde ha estado durante todos estos años?
Fue Hefets el que dijo que aquella taquilla alta y estrecha había sido desplazada del sitio en el que llevaba años apoyada, contra la puerta, que con el tiempo había acabado por ser olvidada.
– ¿Olvidada? -le preguntó Michael-. ¿O sea que se había sabido de su existencia y después fue olvidada?
Hefets pareció encogerse ante la mirada de Michael, y abriendo los brazos como en un gesto de asentimiento, replicó:
– Yo mismo ni me acordaba de que lo sabía, puede que lo supiera, pero no podría jurarlo, y si lo supe alguna vez, ni tan siquiera fui consciente de ello. Además, es bien sabido que los lugares que uno mejor conoce -prosiguió con su explicación- y por los que se mueve todos los días, suelen ser en los que menos se fija. Lo evidente es como si no existiera. Esa taquilla llevaba ahí años, y ni siquiera sabíamos que no estaba en uso. Hubo un tiempo en que contuvo material de oficina, ahora me acabo de acordar, folios, grapadoras y cosas así. Estaba cerrada con llave. También ahora está candada, ¿no? ¿No han sido ustedes los que la han abierto?
– Sí, la hemos abierto nosotros -le confirmó Eli Bahar-, pero nadie tenía la llave -le recordó-, ni de la taquilla ni de la puerta oculta.
– Estoy segura de que nadie la había visto porque la taquilla llevaba años ocultándola -dijo Niva, poco después de que desalojaran el despacho de Tsadiq y se llevaran el cadáver en una camilla, antes de los interrogatorios en la comisaría de Migrash Ha-Rusim, mientras se encontraban aún en el despacho de Hefets, no lejos de la sala de redacción-, pero le digo -exclamó muy nerviosa- que ni siquiera nos fijamos en que habían corrido la taquilla, y aunque aquí hay gente a la que no se le escapa una, nadie se dio cuenta. Yo, personalmente, no le puedo decir si la taquilla cambió de sitio ayer, si lo ha hecho hoy o si la movieron hace una semana, porque ni me había fijado. Suelo ir mirando el suelo al caminar, y además vengo muy poco por aquí.
– Pues ésa es justamente la cuestión -dijo Arieh Rubin-, que resulta paradójico que haya tenido que venir alguien de fuera para fijarse en los detalles para los que nosotros ya estamos ciegos. ¿Se da cuenta -le dijo ahora a Michael- de que fue toda una suerte que saliera usted al pasillo?
En el interior del despacho, detrás de una estantería en la que se alineaban varios trofeos y colecciones de banderitas, cajas de cerillas y tapones de botellas de vino, y que tenía un estante con bebidas alcohólicas -no se trataba de un bar, sino de un simple estante-, había una cortina cuyo extremo inferior se encontraba desplazado hacia un lado, como si alguien hubiera empujado la estantería por abajo, la hubiera corrido un poco de donde estaba, y no hubiera vuelto a enderezar la cortina. Al ver aquello, Michael se había agachado y había descubierto, de repente, una superficie clara de madera y algo que parecía el marco de una puerta. Salió entonces del despacho, se dirigió al pasillo, y fue abriendo puerta tras puerta y mirando dentro. Muy cerca de una de las puertas, casi tapándola, pero no del todo, había una taquilla de hierro. Presionó el picaporte con decisión, aunque sin esperanza alguna y, súbitamente, la puerta se abrió hacia un pequeño espacio, una especie de hueco rectangular que llevaba a otra puerta. Intentó abrirla, pero algo la obstruía. La empujó con fuerza y notó cómo al otro lado de la puerta algo se tambaleaba, seguido de la voz de Yafa:
– ¿Qué pasa ahí? Ahí hay alguien… -exclamó muy asustada-. ¿Quién está ahí?
– Espera un momento -gritó Michael, y regresó de inmediato al despacho de Tsadiq.
Entre todos apartaron la estantería, Michael corrió la cortina y dejó al descubierto la puerta.
– Perdona un momento -le dijo Yafa muy tranquila, pero apartándolo casi de un empujón, mientras procedía a empolvar el picaporte y la estantería en busca de huellas dactilares.
– ¿La han utilizado, verdad? -le preguntó Michael-. ¿Han abierto esta puerta, no?
– Pues claro que la han utilizado -le respondió decepcionada-, no cabe la menor duda de que la han abierto hoy mismo, porque, si no, hubiéramos encontrado algo, por lo menos polvo o alguna telaraña, algo. Pero mira, aquí no hay nada -dijo furiosa-, ni siquiera… Bueno pero ¿qué te esperabas? ¿No pensarías que iba a entrar alguien a asesinarlo dejando sus huellas dactilares en el picaporte? ¿O acaso creías que iba a dejar ahí plantada toda la mano, o por lo menos el pulgar?
– ¿Nada? -le preguntó Michael.
– Rien de rien -masculló Yafa-, hay huellas en la estantería, en las botellas, lo normal, pero nada en el picaporte, ninguna huella dactilar al menos. Pero ya encontraremos alguna otra cosa; no te preocupes, que algo sin duda encontramos, porque, tal como nos han enseñado, todo lo que se toca…
– Deja algún rastro de algo -completó la frase Michael con un hilillo de voz y un suspiro.
– ¿Por qué no te lo crees? -se empecinó Yafa en insistir, al tiempo que se arrodillaba al pie de la estantería y recogía delicadamente con las pinzas un pelo que había en la moqueta-. Hazme el favor -le dijo antes de que Michael pudiera contestar-, tráeme de la bolsa que hay al lado de la puerta una bolsita de plástico; pídesela a Rafi, él te la dará -y antes de que a Michael le hubiera dado tiempo a moverse la oyó gritar-: Rafi, o alguien, pasadme una bolsita para este pelo -y Michael, que se encontraba entre Yafa y un chico al que no conocía, alargó la mano, recibió la bolsita y se la tendió a ella-. No me has contestado: ¿lo crees o no? -prosiguió ella después de sentarse en la moqueta, meter el pelo en la bolsita, sellarla y quedarse mirando aquel pelo muy esperanzada.
– ¿Qué cosa? ¿Que en todo lo que ha sido tocado acaba por aparecer algún rastro? La verdad es que la experiencia nos dice que sí, que eso es lo que suele suceder -le dijo Michael muy pensativo-, pero, como muy bien sabemos, en muchas ocasiones no se trata más que de un golpe de pura suerte…
– ¿Cuándo ha sucedido que no te hayamos llevado algo? -le dijo Yafa muy ofendida-. Después de todos los casos en los que hemos trabajado juntos, creía que tú…
– No, no -se apresuró a apaciguarla-, pero si no me refería a eso, si sois un equipo maravilloso, eso está fuera de toda duda, pero siempre…
– Los principios son siempre difíciles -admitió Yafa, quien a pesar de no haberle dejado terminar la frase sabía muy bien lo que Michael se temía-. Hasta que todo el material se pone en orden, hasta que se comprueban todos los detalles, la sensación que tiene uno es la de que nunca se va a llegar a nada… Pero al final siempre aparece algo -concluyó, no se sabe si para animarlo a él o a sí misma, mientras movía de lado a lado la cola de caballo que le recogía el pelo-. Y aquí hemos tenido mucha suerte, porque hemos llegado de inmediato, antes de que nadie haya podido… Ha sido una suerte que te llamaran enseguida. ¿Quién ha sido? ¿Ronen?
– Ronen -le confirmó Michael.
– ¿Lo teníais destinado aquí como infiltrado? Por eso no lo vi en el trabajo estos días. ¿Tsadiq lo sabía? -se interesó Yafa.
– Sí, lo sabía -suspiró Michael-, Ronen estaba aquí con su consentimiento, por lo de Mati Cohen…
Aunque habían pasado solamente dos días desde que había hablado con él, a Michael le parecía que la conversación con Tsadiq acerca de los resultados de la autopsia que le habían hecho a Mati Cohen había tenido lugar hacía muchísimo tiempo, lo mismo que lo que le había contado a Tsadiq sobre la sobredosis de Digoxina hallada en el cadáver.
– ¿Qué es la Digoxina? ¿No es algo que se les suministra a los enfermos de corazón? -había preguntado Tsadiq-. Porque me suena mucho, creo que Mati Cohen… ¿O me lo diría él?
Michael le había explicado que ese medicamento de uso tan extendido se obtenía de las hojas de la digital y que la digitalina, la sustancia que se extraía de esa planta, era ya conocida en el siglo XVIII por su efectividad para controlar las arritmias, aunque se trataba también de un producto muy peligroso.
– Es sabido, en medicina, y los enfermos de corazón también son conscientes de ello -Michael le repetía a Tsadiq lo que le había contado la forense que había realizado la autopsia-, que el mayor problema que tiene la Digoxina es el escaso margen que permiten las dosis y los efectos secundarios, que pueden llegar a ser mortales si se administra una dosis alta -y después, ya para sus adentros, Michael había estado pensando en el nombre de la planta, digital, que regulaba los latidos del corazón como si de un reloj digital se tratara… Luego, cuando Tsadiq se levantó de su silla con cara de susto, poniéndose la mano abierta sobre el pecho para después masajearse el brazo izquierdo, Michael añadió que ésa era la razón por la que Mati Cohen se hacía constantes análisis de sangre y chequeos, para comprobar la concentración de Digoxina en sangre, y que mientras que dos días antes los resultados habían sido normales, en la autopsia resultó que la cantidad de Digoxina en sangre era cuatro veces más alta de lo normal.
– ¿Cuatro veces superior? -había dicho Tsadiq muy asustado-. ¿Cómo es eso posible? ¿Tomó demasiada? ¿Por error o adrede?
– Resulta difícil de saber -había dicho Michael-, es difícil saber si la tomó a sabiendas o por equivocación, o si se la dieron -y en su mente se agolparon los distintos ritmos del corazón, el correcto, el desbocado y el muy lento.
– ¿Cómo que se la dieron? ¿Te refieres a que pudieron envenenarlo? -había dicho un Tsadiq completamente atónito-. ¡No me hagas reír! Pero esto qué es… O sea que ahora a alguien le ha dado por ir envenenando a la gente… -añadió con pánico ya, para acabar diciendo-: Eso no pueden ser más que habladurías, porque no tenemos ninguna prueba de tal cosa, ¿verdad?
A pesar de estas palabras, Tsadiq había autorizado, y sin oponer demasiada resistencia, que el sargento Ronen se infiltrara en la cadena como contratado temporal, concretamente como electricista del departamento de mantenimiento («con la única condición de que me des tu palabra de honor de que no se va a acercar a mis papeles para intentar averiguar quién filtró la información», le había advertido Tsadiq a Michael. «Y como me fío de ti y me preocupa la historia esa de la Digoxina, no es que quiera decir que alguien…»). Así fue como en el mismo momento en el que Aviva avisaba al guardia de seguridad, Ronen hacía lo propio con Michael, que gracias a eso pudo llegar al lugar de los hechos antes que el médico forense y que el resto del equipo.
Ahora se encontraba mirando los abundantes rizos rubios de Aviva, que había bajado la cabeza para ocultar el rostro entre las manos. El intenso color rojo del esmalte de sus largas uñas resplandecía sobre el fondo de unas manos blanquecinas y en sus oídos seguía resonando el timbre de su voz; no el tono débil y mortecino con el que llevaba hablando durante la última hora, sino el gangoso y quejumbroso con el que había repetido una y otra vez las palabras que había pronunciado cuando entraron en el despacho de Tsadiq y ella todavía estaba junto a su escritorio: «Cómo es posible, si yo no me he movido de aquí y nadie…». Una y otra vez repitió esa misma frase antes de derrumbarse en los brazos del director de la Radio-Teledifusión, que había sido avisado, y antes de que la convencieran para que se tomara el tranquilizante. «Debéis saber que es posible que esta pastilla la haga dormir durante horas, así que estad preparados para ello», le había dicho el médico a Michael; pero pasó muy poco tiempo antes de que volviera a abrir los ojos, se levantara y se mostrara dispuesta a aquel largo interrogatorio que ahora estaba tocando a su fin. Ahí estaba Aviva, con los brazos y las piernas como si fueran de goma, completamente aturdida, por lo que añadió:
– Me siento cansadísima, no tengo fuerzas ni para levantarme de la silla -y mientras decía la última palabra, puso sobre la mesa los brazos, apoyó en ellos la cabeza y quedó sumida en un profundísimo sueño.
Michael se quedó allí sentado un momento, frente a ella, viendo todo el jaleo que se había organizado en el despacho de Aviva antes de que ni siquiera hubieran podido comprobarlo todo. Después entró con el director general de la policía y con Emmanuel Shorer, el comisario jefe del distrito, en el despachito contiguo al de la secretaria. Al cabo de un momento lo siguió también Natan Ben-Asher, el director general de la Radio-Teledifusión -con un traje oscuro y jaspeado y un pañuelo asomándole por el bolsillo del chaleco, el cabello muy negro («Dime, ¿se tiñe?», le susurró Yafa a Michael) y brillante peinado hacia atrás, lo que hacía resaltar la amplísima frente y las hinchadas mejillas- que, mirando a su alrededor, se sacó del bolsillo del pantalón un pañuelo de cuadros, lo pasó concienzudamente por una de las sillas libres, se tiró hacia arriba de las perneras del pantalón y murmuró mientras se sentaba:
– ¡Qué desgracia más terrible, espantosa, no sé cómo…! -y de repente se calló, luego los miró a todos y añadió muy alterado, mientras agitaba un dedo en el aire-: Lo primero que hay que hacer es comprobar que no se trate de un acto terrorista, porque estoy convencido de que se trata de un atentado.
Eso lo repitió varias veces, y cuando el comisario jefe de la policía apuntó la posibilidad de cerrar provisionalmente la televisión, Ben-Asher se levantó de un salto y gritó:
– ¡Aquí nadie va a cerrar la televisión pública! -y acercándose a un monitor que allí había, como en cualquier otro lugar del edificio, se apresuró a subirle el volumen y añadió-: ¿Ven ustedes lo que es esto? ¡Miren bien! -les ordenó, y entonces pudieron ver las imágenes en directo de Dani Benizri subido al estribo de hierro de un semitráiler y entrevistando a Rahel Shimshi, que aparecía con el cuerpo apoyado sobre el volante y las muñecas esposadas a él.
– No pienso abrir -gritaba Rahel Shimshi con voz ronca-, no me pienso quitar la cadena ni las esposas, dile a todos que yo…, que ya no tenemos nada que perder.
– ¿Quieren que sea el canal 2 el que informe sobre esto? gritó Ben-Asher, con las palabras de Dani Benizri de fondo.
– Comprendo que estés desesperada, Rahel, pero… -gritaba ahora Benizri.
– Que lo sepa el mundo entero -vociferaba por su parte Rahel-, que todos se enteren… Y que nuestros maridos sepan que estamos con ellos, porque todos los han traicionado, que no vayan a creer que estamos en contra de lo que han hecho… Que no crean que los vamos a dejar solos…
– Pero hay que pensar con un poco de lógica -intentaba convencerla Benizri, pero ella lo cortó en seco.
– Déjate de lógicas -le gritó-, ¿cómo puedes pretender que unas personas que han llegado a la desesperación tengan un comportamiento racional? A un desesperado no se le habla de lógica… Eso es así en todas partes, y éste es un país democrático y justo, así que no nos moveremos de los camiones. Sólo por la fuerza nos sacarán de aquí -seguía clamando, mientras señalaba el enorme vientre de Esti-, me va a gustar ver cómo os las gastáis con una mujer embarazada, ¿qué pensáis hacerle?
– ¡Esto es lo que se llama la actualidad en directo! -dijo el director general de la Radio-Teledifusión, con gran satisfacción, como si no hubieran sacado un cadáver del despacho contiguo tan sólo unos minutos antes-, y un trabajo así no se interrumpe; así que con todo nuestro dolor -se apresuró a añadir-, no disponemos de tiempo para pensarlo y lo que tenemos que hacer ahora es buscarle de inmediato un sustituto a Tsadiq, hacer el nombramiento y seguir trabajando; nosotros continuaremos desempeñando nuestro trabajo y ustedes el suyo. Y en cuanto a Tsadiq…, estoy convencido de que las investigaciones determinarán que se ha tratado de un atentado terrorista… Es espantoso…, terrible… Hacía tan sólo unos pocos meses que había tenido su primer nieto…
– Un año y medio -lo corrigió Shorer con delicadeza.
– ¿Cómo que un año y medio? -dijo Ben-Asher confuso.
– El nieto, que nació hace ya un año y medio -le dijo Shorer, fijando la vista en un punto perdido por encima del hombro de Ben-Asher-. ¿Ha pensado usted ya en algún candidato para el puesto de Tsadiq? ¿Alguien que se pueda incorporar al cargo de inmediato? ¿Quizá Arieh Rubin? -preguntó vacilante.
– No, Rubin no -se apresuró a decir Ben-Asher-, porque Rubin tiene que continuar haciendo sus reportajes… -y con mucha parsimonia, recalcando cada palabra, explicó-: Rubin es la prueba de que nos encontramos en un país democrático, porque es un extremista… Ya le hablé de ello a Tsadiq, que en paz descanse… Le dije que Rubin era muy partidista, y que… en cualquier otro lugar…
– Pues ¿en quién ha pensado entonces? -le preguntó Shorer, imperturbable, clavando ahora la mirada en los pequeños ojos del director general de la Radio-Teledifusión, que en ese momento se secaba el sudor del rostro con el pañuelo de cuadros.
– Pues le voy a decir en quién he pensado…; y haciendo uso del poder que me da el cargo, el nombramiento va a ser inmediato… Además de que cuento con el respaldo incondicional de la ministra y del primer ministro…
– ¿Quiere usted decir con eso que el primer ministro y la ministra de Comunicación están ya al corriente de…, de lo que ha sucedido? -inquirió muy sorprendido el comisario jefe de la policía-. ¿Cuándo ha tenido usted tiempo de informarlos? -quiso saber.
– Ante todo, de camino hacia aquí, en el coche, he hablado con el secretario general del Estado -le respondió Ben-Asher con una voz muy tranquila que denotaba cierta satisfacción-, porque no quería que pudiera haber filtraciones… Y también le he explicado que tenemos que arreglar lo del nuevo nombramiento de inmediato… Además, he mantenido una conversación con el primer ministro acerca de la política televisiva… -y, llegado a este punto, sus palabras sonaron vacilantes, y como quien camina ya con pies de plomo añadió-: Tsadiq…, ¿cómo podría decirlo?… Era una persona muy querida, de verdad, pero un tanto… un tanto impulsivo…; aunque eso formaba parte de su encanto, en mi opinión…
Emmanuel Shorer se retorció las puntas del enorme bigote y dio un profundo suspiro.
– Yo desconocía que Tsadiq tuviera algún encanto para usted -le dijo con sequedad-, pero en cambio he oído que pesaba sobre él una amenaza de despido…
– No, no, de ninguna manera -le respondió Ben-Asher, al tiempo que se pasaba la mano por el pelo y se quitaba una mota invisible de los pantalones-; puede que tuviéramos nuestras diferencias… Y de cualquier forma su contrato estaba a punto de vencer…
– Ajá -dijo Shorer-, así es que no tenía usted la intención de renovarle el contrato.
– Bueno, eso no depende solamente de mí -aclaró el director general de la Radio-Teledifusión mientras se revolvía incómodo en su asiento-; además, todavía no se había tratado el tema con seriedad… Sin embargo ahora…
Se hizo un largo silencio hasta que, finalmente, el comisario jefe de la policía preguntó:
– ¿Cómo ven ustedes, entonces, la continuidad de la televisión, a día de hoy?
– ¿Se refiere usted hasta que se aclare la situación? -le preguntó Ben-Asher, sentándose muy derecho en su silla.
– Digamos que sí -dijo Shorer con la esperanza de recibir alguna respuesta-, porque en medio de este ambiente de pánico y desconfianza en el que todos ya sospechan de todos… Y es que hay mucho miedo… Hasta pueden llegar a temer venir al edificio… ¿Cómo ha pensado usted…?
– ¿Todos sospechan de todos? -pareció sorprenderse Ben-Asher-. Pero si está más que claro que no es nadie de dentro, si está claro que se trata de un atentado terrorista… Puede que hasta tenga algo que ver con algún grupo clandestino de judíos extremistas… Lo que yo haría ahora es ponerle escolta a Arieh Rubin y establecer una vigilancia especial en todo el edificio… Por supuesto que gozan ustedes de total libertad y que pueden contar con nuestra colaboración…
– ¿Y quién va a sustituir a Tsadiq? -preguntó el comisario jefe.
– Voy a nombrar a Hefets para el cargo de director de la cadena -declaró Ben-Asher, al tiempo que se levantaba y abría la puerta-. Llamen a Hefets -ordenó con un tono imperativo-. ¿Dónde está?
– Nuestros inspectores están hablando con él -le dijo Shorer, y ante la palidez que se apoderó del rostro de Ben-Asher cuando preguntó: «Pero ¿lo están interrogando?», se apresuró a aclararle-: Estamos interrogando a todo el mundo y, más que de un interrogatorio, se trata de unas simples pesquisas iniciales.
– Pues que lo traigan un momento -exigió Ben-Asher-. Estamos hablando de la televisión, del barco insignia del país, de manera que no podemos dejarlo ni un solo momento sin capitán -sentenció con solemnidad desde la puerta-. Aquí no podemos permitirnos la anarquía, sino que tiene que haber una mano que nos guíe, ése ha sido siempre mi lema -les explicó, para después clamar-: ¡Traed a Hefets! ¿Dónde está? ¿En su despacho?
El comisario jefe miró a Ben-Asher y pareció querer decir algo, pero se quedó callado y se limitó a mirar esperanzado a Emmanuel Shorer. Shorer, que tamborileaba con los dedos sobre sus rodillas, se encogió de hombros y dijo finalmente:
– Bien, pues no nos va a quedar más remedio que aceptarlo, porque si el primer ministro… Si es necesario, pues qué se le va a hacer… ¿Te importaría ir a llamarlo? -le preguntó a Michael, que salió enseguida hacia el despacho de Hefets, situado junto a la sala de redacción.
– Sacad a todo el mundo del despacho de la secretaria -ordenó el director general-, que esperen en otra parte, porque aquí hay demasiado… Y que bajen de una vez el volumen -añadió, señalando hacia el monitor, que tenía la pantalla dividida entre los camiones estacionados en mitad de los distintos cruces del país, y la rueda de prensa improvisada en la recepción del nuevo Hotel Hilton de la ministra de Trabajo y Asunto Sociales, que, jugueteando con unos mechones de su pelo, manifestaba enardecida el deber de acatar la ley: «Si todos los desesperados que hay en este país se tomaran la justicia por su mano…», la oyeron decir, antes de quitarle la voz al monitor. Pero nadie propuso apagarlo.
– Hay que apagar el televisor -gritó alguien desde fuera-, apagarlo y enviar a todo el mundo a casa, porque es peligroso estar aquí.
– Pero ¿qué estás diciendo? -se oyó protestar a una mujer-. No podemos cerrar la televisión, de ninguna de las maneras, cerrar la televisión sería como…, como si estuviéramos en guerra y…
Ben-Asher se apresuró a abrir la puerta del despachito.
– Les ruego a todos que desalojen el lugar -dijo fríamente-, y que permitan que la policía haga su trabajo con la mayor presteza posible. Les pido que salgan todos.
Los allí presentes lo miraron en silencio y empezaron a salir despacio.
– En esta planta hay que poner un agente -le dijo Ben-Asher al comisario jefe de la policía.
– Hemos cerrado el acceso al corredor, así que no veo para qué -objetó el comisario, y le susurró algo a Shorer, quien se apresuró a abandonar la estancia.
– ¡Hombre, Hefets! -dijo Ben-Asher, tensando los labios en una amplia sonrisa y dejando al descubierto unos dientes grandes y blanquísimos.
– Señor Ben-Asher -dijo Hefets con voz temblorosa-, mire usted qué…
– Pero ¿qué es eso de «señor»? Hefets, querido amigo, pero si siempre he sido Natan para ti, ¿y ahora soy el señor Ben-Asher?
– La gente aquí tiene ya verdadero pánico, Natan -le explicó Hefets-, quieren que la televisión cierre, me dicen de todo, como si yo… ¿Qué puedo hacer?
– Siéntate, querido amigo -le dijo Ben-Asher en un tono paternal-, siéntate, toma un poco de agua y serénate, porque tienes que tranquilizarte y dar ejemplo. Mírame a mí… ¿Crees que no me resulta difícil sobrellevar todo esto? ¿No trabajé años con Tsadiq? Desde los tiempos en que fui director del departamento de recursos humanos, cuando todo estaba empezando… Juntos recorrimos un largo camino… A pesar de todas nuestras discusiones, discrepancias y desavenencias… Tsadiq era un hombre que se hacía querer, alguien fuera de lo común…
Hefets asentía moviendo la cabeza de arriba abajo muy deprisa, como si estuviera de acuerdo con todas y cada una de aquellas palabras, y miraba constantemente a su alrededor.
– Hay personas -prosiguió el director general- que te dirán que Tsadiq y yo éramos medio enemigos, por lo de la petición, ¿te acuerdas de la petición? -y Hefets asintió con la cabeza-, y por lo de la carta de dimisión que me presentó hace un año y medio. Pero no… Tú, mi querido Hefets, sabes cuál es la verdad, y es que yo apreciaba muchísimo a Tsadiq, ¿no es así?
– Naturalmente que sí -dijo Hefets y bajó la cabeza como un alumno amonestado.
– Y creo que también él me apreciaba, ¿no te parece?
– Por supuesto -dijo Hefets dirigiéndole una mirada al comisario jefe de la policía.
– Creo, además, que estaría de acuerdo conmigo si supiera que te pido que ocupes su lugar -dijo Ben-Asher, mientras se examinaba las manos y unas uñas pasadas recientemente por la manicura-. ¿Qué dices a eso?
– Yo…, yo… haré lo que haya que hacer…, si no hay más remedio… -balbució Hefets.
– ¿Por qué te veo tan serio? -se sorprendió Ben-Asher-. ¿Acaso no te ves con fuerzas para tomar el timón del barco y enderezar su rumbo?
– No, no es eso -se apresuró a decir Hefets-, lo que pasa es que yo… todavía no… Estoy conmocionado…
– Porque también existe la posibilidad… Se ha pensado que se podría cerrar la televisión hasta que se aclare qué es lo que realmente ha sucedido aquí -intervino el comisario jefe de la policía-. ¿Cómo valora usted esa posibilidad?
Emmanuel Shorer, que entre tanto había regresado al despacho, tomó asiento y alzando las cejas le lanzó a Michael una mirada que expresaba bien a las claras sus pensamientos. Los años que hacía que se conocían y la relación tan estrecha que mantenían hicieron que Michael supiera con exactitud lo que Shorer estaba pensando, y si le hubieran preguntado qué tipo de sonrisa era aquélla habría contestado que una especialmente irónica: la del que observa una representación de aficionados muy poco dotados para el teatro.
Hacía tan sólo unos días que Shorer le había contado, a raíz de una conversación que había mantenido con su nuera, que trabajaba como maquilladora en la televisión, que existía un verdadero enfrentamiento -«guerra, lo llaman allí»- entre el director de la televisión y el director general de la Radio-Teledifusión. Shorer le contó que Tsadiq se había quejado por los arbitrarios recortes que el director general aplicaba a los presupuestos y que afectaban especialmente a un programa que a él no le gustaba y también a los departamentos de vestuario y maquillaje. Le había hablado también de las intenciones del director general de convertir la televisión pública, con el respaldo de la ministra de Comunicación e Información y del primer ministro, en una cadena de programas de entretenimiento y en el órgano de expresión del gobierno. Shorer le mencionó, asimismo, el artículo aparecido hacía unas pocas semanas en un periódico local de Jerusalén -«Avispero de izquierdistas o desobediencia civil»- en el que se ponía de manifiesto la fuerte oposición de los trabajadores de la cadena hacia ese proyecto, que era la causa de la enemistad que se había desarrollado entre Tsadiq y el director general, y que llevó a Tsadiq a presentar su dimisión después de haber sido acusado de ser el responsable de la degradación de la televisión pública por su incapacidad para mantener un equilibrio. En ese artículo, le había seguido explicando Shorer a Michael, se desmentían muchos de los argumentos de Ben-Asher, quien por su parte había sido designado para el puesto por el primer ministro, como por ejemplo que Tsadiq no había sabido ser fiel a las reglas del debate televisivo. Todo eso se lo había contado Shorer a altas horas de la noche en un restaurante del mercado Majané Yehuda, que a Shorer le gustaba sobre todo por el dueño, Menash, un tipo que abría un restaurante nuevo cada cierto tiempo en donde él mismo cocinaba, en unas gigantescas cazuelas de aluminio, «como las que tenía mi abuela», decía Shorer, unos guisos sefardíes exquisitos, sobre todo el llamado calzones, que eran una especie de empanadillas hechas con una masa finísima, como las que hacía su madre para el Año Nuevo, pero que él rellenaba no con queso sino con carne («Me han dicho que los rusos llaman a eso piroshki, pero no se parecen en nada», le explicó Shorer). Michael, que por entonces solamente pensaba en la posibilidad de dejar de fumar, se había atrevido a manifestar sus intenciones en voz alta, al principio de la cena, y Shorer le había dicho: «No tiene vuelta de hoja, tienes que dejar de fumar, mira qué color de cara tienes…, gris, tienes la cara completamente gris… ¿Te has hecho alguna prueba?». A lo que Michael, encogiéndose de hombros, le había contestado: «Hazme el favor, tío, vamos a hablar de otra cosa». Y fue entonces, para cambiar de tema, cuando Shorer le contó, con gran regocijo, el programa de actuación del director general de la Radio-Teledifusión, que pretendía instaurar un nuevo vocabulario en lo tocante a las retransmisiones de contenido político y vetar ciertos términos como, por ejemplo, «la otra parte» para hacer referencia a los palestinos. «¿Y sabes por qué?», le había preguntado Shorer a Michael, y sin esperar respuesta le había contestado: «Porque a la otra parte no se le puede permitir que sea la que dicte la historia, así que desde ahora estará prohibido hablar en la televisión de "Intifada" y habrá que decir "sublevación", y en lugar de decir "Territorios ocupados" habrá que decir "Judea, Samaria y la franja de Gaza". Pero prueba, prueba esta matbuha, que la guisa exactita a como la preparaba su abuela. ¿Verdad, Menash, que la matbuha también la preparas según la receta de tu abuela?», le preguntó al dueño del lugar, que estaba allí junto a ellos frotándose las manos. «Sírvete otro arak», le dijo Shorer a Michael, «ya verás como te entonas un poco. Pero mírame, ya estoy hablando como Balilti; y a propósito de Balilti, ¿dónde está que hace días que no lo veo?».
Se tomaron otro arak a la salud de Menash y brindaron también por su reciente tercer matrimonio: «Una rusa, pero con alma de sefardita», puntualizó Menash. «Nada de una rusa liberada, sino de las que se quedan en la cocina», y señaló, lleno de orgullo, a una mujer muy joven, de cabello dorado, que se encontraba al otro lado de un ventanuco observándolos.
«Puede que Tsadiq no sea el genio del siglo», le dijo Shorer a Michael cuando Menash se hubo retirado, «pero es un tipo íntegro y que los tiene bien puestos. El viernes por la noche estuve con él en casa de los Peled, justo después de que el artículo ese se publicara, y me dijo: "Que quieran controlar las noticias de la radio, todavía, pero que yo le vaya a decir a la gente lo que tiene que decir, y cómo, en los programas sobre política, ¡de eso nada! Porque ¿qué pretenden?, ¿que les tengamos que decir a los contertulios 'no diga usted territorios ocupados, diga Judea, Samaria y franja de Gaza'?". Mira, te repito que Tsadiq no será un genio, pero su sinceridad y su pragmatismo son auténticos. Y después Aliza Peled, ya sabes, ésa del pelo blanco, que da clase en la universidad, la conociste en la boda de Mumik -y Michael asintió con la cabeza para que supiera que sabía a quién se refería-, dice que una amiga suya, que es correctora en la tele, ha recibido la orden de eliminar de cualquier texto, en la medida de lo posible, la palabra palestino. La verdad es que se pasaron toda la noche hablando de lo mismo», suspiró Shorer. «Vas a una cena, quieres pasártelo un poco bien, y no te dan respiro, al instante se ponen a hablar de política. Alrededor de la mesa éramos cuatro parejas, ocho personas, y Tsadiq empezó a hablarnos de los recortes presupuestarios que ni siquiera le permitían llevar a los invitados en taxi a su cadena, así es que ¿qué tiene entonces de raro que sólo quieran ir al canal 2?»
– Informaremos de ello en las noticias de la noche -le ordenó el director general a Hefets-: tú pronunciarás unas palabras a modo de responso por Tsadiq, y digas lo que digas…, quiero ver antes el texto personalmente…, y después anunciarás que has aceptado el cargo…
Michael mordió con fuerza el palillo que sostenía entre los dientes y miró a Shorer, y justo entonces se oyó que golpeaban la puerta del despachito con los nudillos. La puerta se abrió y Eli Bahar le hizo señas a Michael para que fuera hasta donde él estaba. Michael se apresuró a salir, para volver a entrar al instante y mirar primero a Shorer y después al comisario jefe de la policía.
– ¿Qué? -le preguntó el comisario con impaciencia-, ¿qué es lo que ha pasado ahora?
– Beni Meyujas ha desaparecido -respondió Michael-, no lo encuentran por ningún lado.
– ¿Meyujas, el director? -quiso cerciorarse Ben-Asher-. ¿Es a él a quien no encuentran?
– Está desaparecido desde ayer, nadie lo visto desde entonces -dijo Michael.
– Pues entonces puede que ése sea nuestro hombre -dijo el director general-; hay que darle difusión a la noticia para que lo busquen, ¿no les parece?
– Sí -dijo Shorer-, eso es lo que habrá que hacer.
– ¿Qué? -dijo Hefets asustado-. ¿Anunciarlo como si la policía solicitara la colaboración ciudadana? ¿Formularlo como «todo aquel que conozca su paradero…», y demás?
– Y más que eso. Hay que difundir su foto. Seguro que tienen ustedes una fotografía para sacarla en las noticias.
– ¿Cómo? ¿En el informativo? -preguntó Hefets-. Pero ¿qué creen ustedes, que… puede haberle pasado algo?
– Nosotros no creemos nada -se apresuró a decir el director general, mirando al comisario jefe-, no vamos a presentarlo como sospechoso, sino que nos limitaremos a decir que ha desaparecido y que se solicita la colaboración ciudadana para su localización, eso es lo que vamos a hacer.