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Adamsberg se levantó tarde y no fue a desafiar al boss de las ocas marinas, abandonando así cualquier proyecto de visita contemplativa a los lagos. Se dirigió de inmediato hacia el sendero. La joven no trabajaba en domingo y tenía posibilidades de encontrarla en la piedra Champlain. Estaba allí, en efecto, con la ambigua sonrisa y el cigarrillo en los labios, dispuesta a seguirle hasta el estudio.
Adamsberg encontró en el entusiasmo de su compañera un parcial consuelo para el disgusto que había sufrido la víspera.
Fue difícil desalojarla a las seis de la tarde. Sentada y desnuda en la cama, Noëlla no quería ni oírle, decidida a pasar la noche allí. Ni hablar de eso, le explicó con dulzura Adamsberg vistiéndola poco a poco, sus colegas iban a regresar de inmediato. Tuvo que ponerle la blusa y llevarla del brazo hasta la puerta.
Cuando Noëlla hubo salido, sus pensamientos no se demoraron por más tiempo en la muchacha y llamó a Mordent a París. El comandante era un hombre nocturno y no le despertaría a las doce y cuarto de la noche. A su rigor de aficionado al papeleo se unía una antigua inclinación hacia el acordeón y la canción popular, y esa noche regresaba de un baile que parecía haberle alegrado.
– A decir verdad, Mordent -dijo Adamsberg-, no le llamo para darle noticias. Todo marcha, el equipo sigue bien y nada que comentar.
– ¿Y los colegas? -se interesó a pesar de todo el comandante.
– Correcto, como dicen por aquí. Agradables y competentes.
– ¿Veladas libres o se apagan las luces a las diez?
– Libres, pero no se pierde usted nada por ese lado. Hull-Gatineau no es, exactamente, un vasto escenario de cabarets y ferias. Es bastante plano, como dice Ginette.
– Pero ¿es bonito?
– Mucho. ¿No hay líos en la Brigada?
– Nada complicado. ¿Cuál es el objeto de la llamada, comisario?
– El ejemplar de las Nouvelles d'Alsace del viernes 10 de octubre. O cualquier otro periódico regional o local, no lo sé.
– ¿Y el objeto de la búsqueda?
– El asesinato cometido en Schiltigheim la noche del sábado 4 de octubre. Víctima, Elisabeth Wind. Encargado de la investigación, el comandante Trabelmann. Acusado, Bernard Vétilleux. Lo que busco, Mordent, es un artículo o un suelto que hable de la visita de un poli parisino y la sospecha de un asesino en serie. Algo de ese tipo. El viernes 10, no otro día.
– ¿Y el poli parisino es usted, supongo?
– Eso es.
– ¿Información secreta en la Brigada o lo suelto en la Sala de los Chismes?
– Secreto absoluto, Mordent. Este asunto sólo me está jodiendo.
– ¿Y es urgente?
– Prioritario. Téngame al corriente en cuanto averigüe algo.
– ¿Y si no logro nada?
– Es muy importante también. Llámeme en cualquier caso.
– Un segundo -intervino Mordent-. ¿Podría mandarme a diario un e-mail hablándome de sus actividades en la GRC? Brézillon espera un informe preciso cuando regresen de la misión y supongo que preferirá usted que me encargue yo.
– Sí, gracias por echarme una mano, Mordent.
El informe. Lo había olvidado por completo. Adamsberg se obligó a redactar para el comandante un relato de las tomas de los días anteriores, mientras recordara aún los esfuerzos de Jules y Linda Saint-Croix. Justo a tiempo: las recientes apariciones de Fulgence, del nuevo padre y de Noëlla le habían alejado bastante de los cartones de sudor y de orina. No le desagradaba deshacerse, mañana, de su duro y jovial compañero y de formar equipo con Sanscartier el Bueno.
Avanzada la noche, oyó un coche que frenaba en el aparcamiento. Echó una ojeada desde su balcón y vio bajar al grupo de Montreal, con Danglard a la cabeza, inclinado bajo la tempestad de nieve. A él le apetecería cantarle las cuarenta, como habría dicho el superintendente.