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Las jornadas en pareja con Ginette Saint-Preux fluyeron fácilmente, a pesar de la creciente complejidad del cursillo, que había obligado a Adamsberg a tomar notas al dictado de su compañera. «Paso por la cámara de amplificación, producción de copias de la muestra por aparato de ciclaje térmico.»
– Bueno, Ginette, como quieras.
Pero Ginette, tan parlanchina como tenaz, advertía la vaga mirada de Adamsberg y volvía a la carga.
– No seas mula, no es tan duro de entender. Imagina una fotocopiadora molecular que produce miles de millones de ejemplares de objetivos. ¿Correcto?
– Correcto -repetía maquinalmente Adamsberg.
– Los productos de amplificación se marcan con un indicador fluorescente que facilita la detección ante el barrido por láser. ¿Lo comprendes ahora mejor?
– Lo comprendo todo, Ginette. Trabaja, te estoy mirando.
Noëlla le esperaba el jueves al anochecer, plantada en su bici, con el rostro sonriente y resuelto. Después de extender el colchón en el suelo de la tienda, se tendió en él apoyándose en un codo y alargó el brazo hacia su mochila.
– La nena tiene una sorpresa para ti -dijo sacando un sobre.
La muchacha lo agitaba ante sus ojos, riendo. Adamsberg se había incorporado, desconfiado.
– Ha conseguido una plaza en el mismo vuelo que tú, el martes que viene.
– ¿Regresas a París? ¿Ya?
– Regreso a tu casa.
– Noëlla, estoy casado.
– Mientes.
La besó de nuevo, más inquieto que la primera vez.