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El Hijo de Sam, o el Asesino del Calibre 44 (Estados Unidos)
David Berkowitz nació el 1 de junio de 1953, en Brooklyn, Nueva York, con el nombre de Richard David Falco, ya que su madre, Betty Broder, estaba legalmente casada con Anthony Falco, aunque no vivían juntos. Pero él fue el fruto de los amoríos de su madre con Joseph Kleinman, un hombre casado. Poco después de su nacimiento, su madre lo abandonó, y Nat y Pearl Berkowitz lo adoptaron.
Su madre adoptiva murió en 1967, cuando él tenía trece años, y su padre adoptivo se casó nuevamente. David no se llevaba bien con su nueva madre y comenzó a sufrir arrebatos de ira, así como un desmedido afán por la piromanía y los pequeños hurtos. Desde siempre, sintió odio por las mujeres en general, con las que no tenía mucho éxito.
En 1971 ingresó en el Ejército, en el que sirvió hasta 1974. De regreso, localizó a su verdadera madre, Betty Falco. Ella le contó toda su historia, lo que le perturbó más de lo que ya lo estaba.
Buscó empleos en diferentes sectores de la Administración, y al ser detenido trabajaba en correos. Sus compañeros no podían imaginar «su otra actividad».
Según su propia declaración, su primer crimen serio sucedió la noche de Navidad de 1975, en la que atacó a dos mujeres con un cuchillo. Una de sus víctimas, Michelle Forman, sufrió serias heridas y tuvieron que hospitalizarla. No lograron detenerlo por este delito, y poco después se mudó a un apartamento en Yonkers.
Por esas fechas compró un revólver Bulldog calibre 44, con el que inició sus crímenes en el área de Nueva York, entre 1976 y 1977, periodo en el que mató a seis personas e hirió a siete más. Su método difiere mucho del de otros asesinos seriales, ya que él jamás estuvo cerca de sus víctimas, pues disparaba su revólver calibre 44 a quien se cruzaba en su camino, sin que le importase su edad, su sexo o su raza, pero prefería las parejas, a las que odiaba, al no verse reflejado en el componente masculino.
A la una de la madrugada del día 29 de julio de 1976, en el Bronx, Nueva York, Donna Lauria, de 18 años, y su amiga Jody Valenti, de 19, estaban ante la casa de la primera, charlando. Jody, antes de irse a su casa, acompañó a Donna a pasear a su perro, y vieron un auto amarillo en cuyo interior dormía un hombre. Regresaron a su vehículo y siguieron charlando un poco más. Cuando Donna se disponía a salir del auto y Jody a irse a su casa, el hombre se detuvo ante la ventanilla, y, sin palabras, disparó tres tiros. Donna recibió una bala en el pecho, que la mató al instante. Jody recibió una bala en el muslo, y la tercera no alcanzó a ninguna de ellas. El hombre se alejó caminando.
Jody describió al hombre como de 1,75 de altura y 73 kilos, de cabello corto y negro. Algunos vecinos confirmaron que la descripción correspondía al hombre que conducía el auto amarillo. La Policía determinó que el arma era una Bulldog 44, porque dejó distintivas marcas en la bala.
El 23 de octubre de 1976, Cari Denaro, de 25 años, y Rosemary Keenan, de 38, salieron de una fiesta, después de medianoche, y se dirigieron a casa de él. La mujer conducía su auto Volkswagen Beetle, y Cari iba de copiloto. Estacionaron frente a la casa de Rosemary, en el área residencial de Flushing, Queens (Nueva York), a la 1.30 de la madrugada. Estaban charlando, cuando, de improviso, explotó el vidrio del auto, y cinco balas irrumpieron en el interior. La mujer apenas sufrió heridas por los pedazos de vidrio de la ventanilla, pero Cari recibió un balazo en la cabeza. Presa del pánico, ella condujo hasta el bar Peck, a un kilómetro de distancia. A Denaro le colocaron una lámina metálica en el cráneo y quedó dañado para el resto de su vida.
La noche del 26 de noviembre de 1976, Donna DeMasi, 16 años, y Joanne Lomino, de 18, caminaron desde el cine a sus domicilios; se detuvieron ante la casa de Joanne. Un hombre se aproximó y se detuvo a unos tres metros de ellas. Entonces dijo: «¿Cómo puedo llegar a…?» y disparó. Las dos jóvenes fueron hospitalizadas, a causa de las heridas. Donna se recuperó pronto, pero Joanne quedó parapléjica.
Retrataron al hombre como de 1,75 de alto, 68 kilos, ojos negros, pero cabello rubio, lo que no coincidía con la descripción anterior.
El 30 de enero de 1977, Christine Freund, de 26 años, y su prometido, John Diel, de 30, estaban charlando en el auto de él, un Pontiac Firebird, cerca de la una de la madrugada. Habían estado en el cine, viendo Rocky, y se disponían a ir a bailar. No se percataron de que un hombre se acercaba al coche, con un arma en la mano. A poca distancia, disparó tres veces, y dos balas dieron en la cabeza de Christine. John salió del coche, pidiendo ayuda. Unos vecinos, que escucharon los disparos, llamaron a la policía. La mujer fue llevada a un hospital, donde murió horas más tarde.
En esta ocasión, la policía determinó que las balas eran de una Bulldog 44, y relacionó el asesinato con los anteriores; sin embargo, en esta ocasión, los testigos describieron al asesino como una mujer joven con el pelo negro y largo. Por tanto, solamente concordaba el arma.
El 8 de marzo de 1977, a las 7.30 de la noche, la estudiante de la Universidad de Columbia, Virginia Voskerichian, de 19 años, regresaba de sus clases. Vivía a una calle de donde fue asesinada Christine Freund. Un hombre se le acercó, mostró un revólver y le apuntó al rostro. Ella se cubrió con los libros, pero una bala atravesó éstos y su cabeza. En este caso, el homicida no buscó una pareja, ni atacó en la madrugada.
Un vecino que oyó los disparos corrió a la esquina de la calle de Virginia, y vio correr al asesino, a quien describió como un jovencito de 16 ó 18 años, con una gorra que le tapaba parte del rostro.
El 17 de abril de 1977 volvió a atacar. De nuevo fue una pareja, y a las 3.00 de la madrugada. Valentina Surani, de 18 años, y su novio Alexander Esau, de 20, se besaban en su coche, en la avenida Hutchinson River, del Bronx, a poca distancia de donde fueron atacadas Lauria y Valenti. Un auto se colocó junto al suyo, y un hombre disparó dos veces a cada uno. Suriani murió en el acto; Esau, pocas horas después, en el hospital.
En esta ocasión, hubo algo sorprendente: una carta dejada en el lugar del crimen, en la que el asesino se autodenominaba el Hijo de Sam. La carta iba dirigida al capitán Joseph Borrelli, de la operación Omega, la que investigaba al Asesino del Calibre 44, como se le llamaba hasta entonces. Y también envió una carta al periódico New York Daily News, que seguía el caso, agradeciendo la atención que le prestaban y prometiendo más «actuaciones».
El 26 de junio de 1977, a las 3.00 de la mañana, Salvatore Lupo, de 20 años, y Judy Placido, de 17, salieron de la discoteca Elephas, en Bayside, Queens, comentando los sucesos del Hijo de Sam: «Es escalofriante cómo el hijo de Sam surge de cualquier parte. Nadie sabe quién será el próximo». Apenas entraron en el coche, y apareció quien estaba en la mente de ambos: disparó sobre ellos cuatro veces. La joven recibió tres impactos, y el joven: uno. Por fortuna, ambos sobrevivieron y pudieron contar que justamente estaban hablando del asesino cuando éste los atacó.
Un testigo dijo haber visto a un hombre alto y de cabello negro por la zona, y otro describió a un joven rubio con bigote. Los retratos, por tanto, correspondían a los dos descritos anteriormente, pero ambos parecían estar en la escena del crimen.
El 31 de julio de 1977, a las 2.35 de la madrugada, una joven llamada Stacy Moskowitz y su novio Bobby Violente, ambos de 20 años, estaban en el coche de ella, bajo una farola del parque municipal. Se estaban besando cuando un hombre se detuvo ante el vidrio de la ventanilla del pasajero y disparó. Bobby recibió dos impactos en la cara, y Stacy uno en la cabeza. La chica murió poco después; Bobby perdió el ojo izquierdo y casi la total visibilidad del derecho.
En este homicidio hubo bastantes testigos, en especial uno: Tommy Zaino, de 19 años, que estaba dentro de su auto, cerca de las víctimas. Poco antes del ataque, vio acercarse al asesino y miró por el vidrio trasero de su vehículo qué sucedía. Gracias a que la zona estaba bien iluminada, vio muy bien al hombre, a quien describió como de entre 25 y 30 años, de alrededor de 1,75 de altura, con un cabellera revuelta de color marrón claro que parecía una peluca. Otro testigo, una mujer que estaba con su novio en un extremo del parque, le vio entrar en un auto pequeño, de color claro. Anotó la matrícula, al menos gran parte de ella. Otras personas vieron un Volkswagen amarillo que huía con las luces apagadas. Un hombre lo persiguió en su auto, durante un rato y dio una buena descripción del criminal.
Con los datos obtenidos, el 10 de agosto de 1977, la Policía fue en busca de David Berkowitz. A las 19.30, un hombre salió del edificio donde vivía éste, con una bolsa de papel en la mano. Cuando se aproximó a su auto, los detectives le ordenaron detenerse. El oficial le preguntó quién era. La respuesta fue: «Soy el Hijo de Sam, David Berkowitz».
Admitió que asesinaba por odio a las mujeres. Matarlas le producía una gran excitación sexual. Después de disparar se masturbaba en su automóvil. Y cuando no mataba, regresaba a las escenas de crímenes anteriores, para revivir la fantasía. Se excitaba ante los restos de la sangre o la silueta de tiza en el suelo. Incluso tenía ganas de asistir a los funerales de las víctimas, aunque nunca se animó.
Confesó todos los crímenes, pero los envolvió de una historia fantástica sobre que pertenecía a una secta satánica, relacionada con Charles Manson, y un demonio, Belcebú, que se reencarnaba en Sam, el perro de su vecino, y le ordenaba matar. Por ello se daba el nombre de Hijo de Sam. Implicó a varios miembros de la secta satánica en los homicidios, y fue dando nombres de cada uno y su participación. Un miembro llamado Michael Carr fue quien disparó sobre Lupo y Placido; dijo que había habido al menos cinco de sus asociados en el tiroteo contra Freund y Diel; quien los liquidó fue un tipo apodado Manson II. En el caso de Voskerichian, dijo que quien disparó fue una mujer de Westchester. En cuanto a Moskowitz y Violente declaró que se trató de un amigo de Carr, que llegó de Dakota del norte para efectuar tal trabajo.
La Policía también sospechaba que los homicidios no los cometía él solo, pero no pudieron encontrar a la gente que implicó el asesino. Parece, casi seguro, que fue pura invención.
El 30 de mayo de 1977, en el periódico New York Daily News se recibió una carta enviada el mismo día desde Englewood, New Jersey, en la que alguien decía ser el Asesino del Calibre 44. El diario publicó la carta íntegra, lo que produjo que el pánico se extendiera por toda la zona de Nueva York, pues parecía que el asesino estaba aún suelto.
El 12 de junio de 1978, el Hijo de Sam fue sentenciado a seis cadenas perpetuas y encerrado en el correccional de Attica.
En 1979, otros reclusos lo atacaron con un cuchillo e intentaron degollarlo. Recibió 52 puntos en el cuello, que le dejaron una gran cicatriz. En 1987, se declaró cristiano renacido. En marzo del 2002, envió una carta al Gobernador de Nueva York, en la que aceptaba que se merecía permanecer encerrado el resto de su vida. En junio el 2005, demandó a su defensor, Hugo Harmatz, porque éste incluyó sus cartas en un libro que escribió sobre él, con el que ganó bastante dinero. El año siguiente, un juez decretó que el abogado debía entregar parte de sus ganancias, pero no al asesino, sino a una asociación de víctimas del crimen en el estado de Nueva York.
El Mataviejitas (España)
José Antonio Rodríguez fue un asesino serial español que violó y mató al menos a dieciséis mujeres mayores, todas ellas viudas, de edades comprendidas entre los 61 y 93 años, en la zona de Santander, entre agosto de 1987 y abril de 1988.
Rodríguez Vega nació en la misma ciudad de Santander. Odiaba a su madre porque ella le expulsó de su casa cuando golpeó a su padre, quien tenía una enfermedad terminal. Como venganza hacia ella, comenzó a violar mujeres, hasta el 17 de octubre de 1978, en que fue arrestado. En esa época se le conoció como «el Violador de la Moto».
Le sentenciaron a 27 años, pero salió a los 8, por buena conducta, además de que obtuvo el perdón de las violadas, con excepción de una. Liberado en 1986, fue abandonado por su avergonzada esposa, quien se llevó al único hijo de ambos. Se volvió a casar. En esta segunda ocasión con una mujer con problemas mentales, a quien él torturaba. Para los vecinos era un hombre trabajador, agradable y buen esposo.
José Antonio era atractivo, simpático y seductor, moreno, de mirada penetrante, nariz aguileña y boca muy marcada, con aspecto de ser una buena persona e inofensivo. Por ello, le abrían muchas puertas y no levantaba sospechas.
El 6 de agosto de 1987, Rodríguez Vega irrumpió en el domicilio de Margarita González (de 82 años), a quien violó y asfixió, haciendo que la pobre mujer se tragase su dentadura postiza. Unas semanas más tarde, el 30 de septiembre de 1987, hallaron muerta en su hogar a Carmen González Fernández (de 80 años). En octubre, mató a Natividad Robledo Espinosa (de 66 años), a quien golpeó, violó y asfixió. El 21 de junio de 1988, asesinó a Carmen Martínez González. El 18 de abril de 1988, Julia Paz Fernández (de 66 años) fue hallada desnuda, violada y asfixiada.
Las identidades de las otras víctimas no han sido reveladas.
Su fin se acercó cuando los investigadores repararon en la dentadura que se tragó Margarita González, lo que parecía indicar violencia. En el caso de Natividad Robledo, había sangrado que indicaba violación. Y en una de las casas de «las no reveladas» se halló una tarjeta en la que Rodríguez Vega ofrecía sus servicios de albañilería. Coincidía que varias de las muertas habían efectuado recientes arreglos de albañilería.
El 19 de mayo de 1988, Rodríguez Vega, ya conocido como «el Mataviejitas», fue arrestado cuando caminaba por la calle Cobo de La Torre, en Santander, en donde compartía un apartamento con María de las Nieves, una mujer de 23 años. Al ser detenido, confesó sus crímenes.
Su juicio comenzó en noviembre 1991, en Santander. Si bien había confesado sus crímenes en el momento de su detención, los negó en el juicio, y alegó que las mujeres murieron debido a sus edades avanzadas. Y así lo había considerado la policía en varios casos. Vega actuó siempre con gran pulcritud, puesto que no dejaba huellas ni sangre. Las asfixiaba en la cama sin que ellas pudieran evitarlo; en la mayoría de los casos, la muerte parecía responder a causas naturales. Los informes forenses dictaminaron fallecimiento por un paro cardiorrespiratorio. Era cierto, pero inducido por la asfixia.
Los expertos diagnosticaron que Rodríguez Vega era un psicópata con un modus operandi muy estudiado. Vigilaba a la víctima y aprendía su rutina diaria. Luego la contactaba, ganaba su confianza, realizando algunos trabajos de albañilería o reparando aparatos domésticos, hasta que cometía su fechoría. Aclaró que él tuvo siempre relaciones consentidas con ellas, aunque al terminar las asfixiaba. Además, se llevaba recuerdos de cada asesinato. Cuando fue arrestado, la policía halló un cuarto-museo, con las paredes tapizadas en terciopelo rojo; allí guardaba los trofeos de los horrores: joyas, televisores, alianzas, porcelanas, imágenes de santos, cada uno de ellos de uno de sus crímenes. Los familiares de las víctimas identificaron los objetos y relacionaron a Rodríguez Vega con éstas.
El homicida declaró que no experimentaba hostilidad hacia las ancianas, sino que mató impulsado por el odio que sentía hacia su madre, a la que temió y deseó desde niño. El complejo de Edipo en su faceta más horrenda.
José Antonio Rodríguez Vega fue sentenciado a 440 años de encarcelamiento, de los que nada más debía cumplir 30. La pena comenzó el 24 de mayo de 1988. En Carabanchel, José Antonio conoció y trabó amistad con otro famoso asesino serial español: Manuel Delgado Villegas, el Arropiero. Luego lo llevaron a Ocaña, Almería y Murcia, y el 22 de octubre de 2002, lo transfirieron a Topas, Salamanca. En Almería había sufrido una agresión en agosto del 2002.
El 24 de octubre de 2002, dos días después de su ingreso, a las nueve de la mañana, Rodríguez Vega salió de la tercera galería al patio de la cárcel salmantina de Topas, junto con otros siete reclusos. A las once y cuarto, se desató una disputa entre Rodríguez Vega y tres reos. Éstos le apuñalaron 113 veces, una treintena en el pecho y las demás repartidas por el cuerpo. Incluso le sacaron los ojos y parte de la masa encefálica. Se desangró completamente; dejó un enorme charco en el patio.
Los presos que le atacaron eran Enrique del Valle, Daniel Rodríguez Obelleiro y Felipe Martínez Gallego. Los dos primeros le acuchillaron con punzones fabricados por ellos mismos, mientras que el tercero le golpeó la cabeza con un calcetín lleno de piedras. Un carcelero pidió ayuda a sus compañeros, pero no pudieron evitar la agresión, porque el resto de los reclusos impidieron su intervención. Una vez consumada la acción, los reclusos, con absoluta tranquilidad, entregaron sus armas a los funcionarios, quienes los encerraron en celdas de aislamiento.
Rodríguez Vega murió a consecuencia de las heridas. Al día siguiente, se le enterró en un féretro barato. En el funeral solamente estuvieron presentes dos enterradores, y le metieron en una fosa común.
En diciembre de 2004, los dos reos que le apuñalaron fueron condenados a 13 años de cárcel, y el tercero a 5, por la Audiencia Provincial de Salamanca. Cuando acudieron a juicio, los asistentes los vitorearon y aplaudieron. Habían declarado que no estaban de acuerdo con la pena que las autoridades impusieron a alguien con delitos tan espantosos, por lo que decidieron constituirse en jueces. Los dos que le apuñalaron ya habían coincidido con el violador en la cárcel de Dueñas, en Murcia, y se la tenían jurada.
El Mataabuelas (Australia)
John Wayne Glover nació el 26 de noviembre de 1932 en Wolverhampton, Inglaterra. Fue un asesino serial de abuelas, señoras de edad avanzada, en North Shore, Sidney, Australia, durante catorce meses, en los años 1989 y l990. Admitió sus crímenes y fue sentenciado a cada perpetua. Se ahorcó en su celda, el 9 de septiembre de 2005.
En 1947 fue apresado por pequeños robos de ropas y bolsos. Le expulsaron del Ejército por ello. En 1956, emigró a Australia y se asentó en Melbourne. Tuvo problemas con su madre, porque ella tras casarse varias veces la frecuentaban varios hombres. Luego, en 1968, los problemas se trasladaron a su suegra, ya que se casó y vivió con ella en Mosman, Sidney. Tuvo dos hijos y trabajó como vendedor de pasteles o tartas de las llamadas «pie». Sus amigos decían que era simpático y amistoso.
Al de poco de llegar a Australia, lo acusaron de robo en Nueva Gales del Sur. En 1962 le detuvieron varias veces por asaltar a mujeres en Melbourne, por herir a una de ellas y por cuatro casos de robo. Los ataques fueron muy violentos, y a varias les quitó o rompió la ropa. A algunas las arrojó al suelo y comenzó a desnudarlas. Persiguió a una mujer de 25 años que iba rumbo a su casa y la alcanzó en una calle oscura. La golpeó y la lanzó al suelo, ya inconsciente. Se despertó en un jardín, sangrando y con sus medias desgarradas. Los gritos que emitió antes de desmayarse alertaron a los vecinos, y Glover huyó. En ese tiempo el agresor trabajaba en la televisión ABC y vivía en Camberwell, un barrio de Melbourne. Le cayeron tres años de prisión, pero le soltaron por buen comportamiento.
A pesar de estos ataques, no hay prueba alguna de que asesinara antes de 1989. Para entonces, ya llevaba casado veinte años, tenía hijos y su esposa no sabía nada de lo sucedido, pues ocurrió antes de que se casaran. Cuando confesó, admitió los seis crímenes, pero no otros que quisieron imputarle, como el de Florence Broadhurst, en Paddington, el año 1977.
El 11 de enero de 1989, Margaret Todhunter, de 84 años, caminaba por Hale Road, en Mosman, cuando Glover, que iba en su auto, la vio. Detuvo el vehículo y caminó hacia la mujer. La golpeó en la cara y le robó su bolso. Luego fue a un bar a gastar los 209 dólares que contenía el bolso. La Policía consideró difícil encontrar al autor del atraco, ya que la mujer no dio muchos detalles.
El 1 de marzo, Glover vio a Gwendoline Mitchelhill, de 82 años, paseando por Military Road. Detuvo su auto y metió un martillo en su cinturón. La siguió hasta que la mujer entró en el portal de su domicilio, en Military Road, un edificio de apartamentos. Cuando la mujer abría la puerta, él le pegó con el martillo en la nuca. Continuó golpeándola en la cabeza y el cuerpo, de forma que le quebró varias costillas. Le quitó el bolso, donde llevaba unos cien dólares y huyó. Dos escolares hallaron a Mitchelhill, quien estaba aún viva, pero murió antes de que llegasen la Policía y una ambulancia. No hubo testigos ni pudieron relacionar este caso con el de Margaret Todhunter.
El 9 de mayo, Glover caminaba por Military Road, cuando vio una mujer de 84 años, Winfred Ashton (lady Ashton, viuda del artista sir William Ashton), que se acercaba en sentido contrario. Ella se dirigía a su casa en Raglan Street. Glover se puso un par de guantes (Glover significa guantero en inglés) y la siguió hasta el portal de su apartamento, en donde la atacó con un martillo. La arrojó al suelo, le golpeó varias veces la cabeza contra el suelo, porque la mujer se resistía; de hecho, tuvo que subirse encima de ella y darle con la nuca en el pavimento para que se estuviera quieta. Cuando ya estuvo inconsciente, le quitó las medias y la estranguló con ellas. Le robó el bolso, que contenía unos cien dólares y se alejó.
Por el estado en que se encontraba la difunta, en un enorme charco de sangre que le brotaba de la cabeza -con la media enrollada en el cuello, tan apretada que le cortó la piel, sus piernas cruzadas y los brazos a ambos lados del cuerpo, un hilo de sangre en la boca-, la Policía dedujo que estaban ante un crimen premeditado, no delante de un simple asalto. Y con los dos anteriores, concluían que se trataba de un asesino serial. Las tres mujeres vivían en el mismo barrio, tenían una buena economía y a las tres les robaron los bolsos.
El 6 de junio, Marjorie Moseley, de 77 años, le dijo a la Policía que un hombre le puso la mano sobre su camisón, en las inmediaciones del asilo Wesley Gardens, en Belrose. La mujer no podía recordar cómo era el hombre.
El 24 de junio, Glover fue a la enfermería Caroline Chisholm, en Lane Cove, donde levantó la bata de una anciana y le toco las nalgas. A otra, en el cuarto siguiente, le dio unos golpes en los pechos. La mujer gritó. Entonces, unos empleados de la institución encararon a Glover, quien ya se iba.
El 8 de agosto, golpeó a la anciana Effie Carnie, en una calle interior de Lindfield, en el barrio North Shore, de Sidney.
El 6 de octubre, simuló ser un doctor y metió la mano bajo la ropa de la ciega Phyllis McNeil, paciente de la enfermería Wybenia, en el barrio North Shore de Neutral Bay. Glover huyó corriendo en cuanto ella empezó a gritar.
Hasta entonces, nadie había reconocido o descrito a Glover, por lo que la Policía no sospechaba de él.
El 18 de octubre, el homicida siguió a Doris Cox, de 86 años, por la calle Spit Road, en Mosman, hasta su asilo. La atacó a la entrada de la casa: la arrojó contra un muro de ladrillo en el que chocó con el rostro. Ella sobrevivió sorpresivamente al ataque, pero distorsionó el incidente, ya que tenía problemas mentales. Dijo que su asaltante había sido un hombre joven.
El 2 de noviembre, se acercó a Dorothy Benke, de 78 años, residente en Lane Cove, cuando ella caminaba hacia su casa, por una tranquila calle interior, Longueville Road, a unos diez kilómetros de Mosman. Glover se puso a conversar con ella y le ofreció llevarle los paquetes de la compra. A pesar de que los medios de comunicación avisaban sobre un asesino serial que mataba ancianas, ella le invitó a tomar té en su casa. Glover no aceptó y se alejó sin intentar nada.
Al meterse al callejón que comunicaba la calle interior con la principal, se encontró a otra mujer, que también llevaba paquetes de la compra: Margaret Pahud, de 85 años. Le golpeó en la nuca con un objeto plano; luego le volvió a pegar en una sien. Glover le quitó el bolso y se marchó. Nadie fue testigo de la agresión; pasaron varios minutos hasta que una estudiante pasó por allí. Le pareció que se trataba de un montón de ropa hasta que se acercó. Como la Policía y una ambulancia se acercaban, Glover arrojó el contenido del bolso en un club de golf. Luego fue al bar de costumbre a gastar los trescientos dólares de la mujer.
Al día siguiente, Olive Cleveland, de 81 años, fue la cuarta víctima mortal del ya conocido como «Mataabuelas» (Granny Killer). Entabló una conversación con la mujer, que estaba sentada en un banco fuera del asilo Wesley Gardens, en el barrio de Belrose, cerca de Mosman, donde ella residía. La mujer debió de sospechar algo, porque abandonó el lugar y se dirigió hacia el edificio principal del retiro. Él la agarró por detrás y la llevó hacia una apartada vereda del jardín. Allí, golpeó repetidas veces su cabeza contra el suelo, le quitó las medias y las enrolló en su cuello. Luego le sacó el dinero del bolso, unos sesenta dólares, pero no se lo llevó.
El Gobierno ya había ofrecido una recompensa por la captura del Mataabuelas, que subió de 100.000 dólares australianos a 200.000. En Navidad, ya eran 250.000.
El 23 de noviembre, Glover estaba sentado en el hotel Buena Vista, en Middle Head Road, Mosman, cuando vio a Muriel Falconer, viuda de 93 años, que paseaba por la acera de enfrente. Él fue a su auto, sacó un martillo y los guantes, y siguió a la mujer hasta su casa en Muston Street. Cuando la anciana, medio ciega y sorda, abrió la puerta, él le puso la mano alrededor de su boca, a la vez que le pegaba repetidamente con el martillo en la cabeza y en el cuello. Cuando Muriel cayó al suelo, el asesino le quitó las medias. Milagrosamente, aunque le golpeó mucho, la mujer comenzó a gritar pidiendo ayuda. Por ello, Glover le aporreó nuevamente con el martillo, hasta que comprobó que estaba muerta. El homicida revisó el bolso y la casa, en busca de algo valioso. Tan solo consiguió encontrar cien dólares australianos. Después se marchó.
El homicidio fue descubierto la tarde del día siguiente, cuando un vecino entró en la casa, usando una llave de repuesto. Afortunadamente para los investigadores, la escena del crimen estaba intacta, ya que en todos los casos acontecidos en la calle, los vecinos retiraban los cuerpos de las ancianas y limpiaban el suelo, lo que hacía que las posibles pruebas se esfumaran. Pero en la casa había unas huellas de zapatos en la sangre.
El 11 de enero de 1990, Glover visitó el hospital Greenwich, en River Road, Greenwich, en su recorrido para vender tartas. Llevaba su uniforme de la empresa y una carpeta para anotar los pedidos. Entró en la Unidad de Cuidados Intensivos, donde había cuatro pacientes, mujeres de edad avanzada. Una de ellas era Daisy Roberts, de 82 años. Glover le preguntó si había perdido el calentador de cuerpo. Le levantó el camisón, y la tocó de forma indecente. La mujer se asustó y pidió ayuda. Una monja acudió en su auxilio y se encontró con Glover. El vendedor salió apresuradamente de allí, pero la monja vio el número de matrícula y se lo reportó a la policía.
No hacía mucha falta, puesto que los empleados del hospital conocían a Glover, porque iba frecuentemente a vender «pies». Una semana después, unos agentes regresaron con una fotografía del hombre, que la enferma y la monja identificaron. Pero este incidente no fue relacionado con los asesinatos, por lo que no lo comunicaron al grupo que buscaba al Mataabuelas hasta tres semanas más tarde.
Los detectives contactaron con Glover y le pidieron que acudiera a la comisaría al día siguiente. Pero él no se presentó y la policía fue a su casa. La esposa les dijo que él había intentado suicidarse con una sobredosis y que estaba internado en el hospital Royal North Shore. Los agentes fueron al hospital, pero no pudieron entrevistarlo; solamente le tomaron una fotografía, que le mostraron a la monja.
Pasaron dos semanas hasta que los detectives que buscaban al asesino supieron que Glover era su hombre, aunque no tenían prueba alguna. Por tanto, ya que lo que había hecho en el hospital Greenwich no era tan grave, le pusieron vigilancia las 24 horas. La Policía estaba segura de que él era el Mataabuelas, porque correspondía a la descripción.
El 19 de marzo de 1990, John Glover mató a su sexta y última víctima, una divorciada de sesenta años, llamada Joan Sinclair, con quien tuvo una relación de meses, algún tiempo atrás, en Beauty Point. La policía los siguió a casa de ella, adonde fueron a las diez de la mañana. Tres horas más tarde, Glover aún no había salido ni había movimiento alguno en el interior. Pasaron cuatro horas más. Entonces los policías pidieron permiso para entrar; una hora más tarde se les concedió. Un agente llamó a la puerta principal, pero no recibió respuesta. Miró por la ventana y vio un martillo en un charco de sangre sobre una alfombra. Los detectives entraron en la casa y hallaron a Joan Sinclair con la cabeza envuelta en toallas empapadas de sangre. Estaba desnuda y tenía una media alrededor del cuello.
La Policía corrió a casa de Glover, al que encontraron en una bañera llena de agua, desvanecido. Había tomado un puñado de pastillas de Valium y una botella de Vat 69, se cortó las muñecas y se metió en la bañera para morir.
Su juicio comenzó el 28 de marzo de 1990 y se declaró inocente de los crímenes porque no estaba consciente de lo que hacía. Un psiquiatra declaró que su agresión provenía de la hostilidad contra su madre, y después contra su suegra. Pero el fiscal refutó tal argumento, ya que él tenía a Glover por un hombre mentalmente sano y dueño de sus emociones, además de inteligente, pues asfixiarlas con las medias y desnudarlas era un truco para hacer creer a la Policía que el homicidio tenía tintes sexuales. Glover era impotente, y su único móvil era el dinero, que empleaba para ir a un bar a beber y jugar con máquinas de póker.
Le condenaron a cadena perpetua, sin posibilidad de revisión y posible reducción o cambio de pena.
Además de las personas citadas, hubo otras nueve que posiblemente fueron atacadas por él, ya que el modus operandi de las agresiones coincide. De dos de ellas no se conoce la identidad. Las otras siete son:
Elsie Boyes, 63 años, en Prahran (el 3 de junio de 1967).
Emmie May Anderson, 78 años, en East Melbourne (el 19 de octubre de 1961).
Irene Kiddle, 61 años, en Saint Kilda (el 22 de marzo de 1963).
Christina Yankos, 63 años, en Albert Park (el 9 de abril de 1968).
Florence Broadhurst, 78 años, en Paddington (el 16 de octubre de 1977).
Josephine McDonald, 72 años, en Ettalong (el 29 de agosto de 1984).
Wanda Amundsen, 83 años, en Umina (el 21 de noviembre de 1986)
El Asesino de Green River (Estados Unidos)
Gary Leon Ridgway conocido como el Asesino de Green River (Río Verde), mató, en un periodo de veintiún años, a cuarenta y ocho mujeres, y se sospecha que posiblemente a otras siete, cuyos cuerpos no han sido encontrados. Es el más prolífico asesino serial en la historia de Estados Unidos, al menos comprobado, ya que en otros casos, como en el de la pareja Lucas-Toole, no se demostraron tantos asesinatos como confesaron.
Nació el 18 de febrero de 1949, en Salt Lake City, Utah, hijo de Mary Rita Steinman y Thomas Newton, y tuvo dos hermanos. Creció en McMicken Heights, Washington. Su madre era una mujer dominante, muy controladora, que siempre se quejó de Gary. El problema entre madre e hijo, sea de odio, de excesiva protección o por un complejo de Edipo, es el denominador común de muchos asesinos de mujeres.
A los catorce años, como algunos otros tristemente famosos criminales, seguía mojando la cama; como escarmiento, su madre le lavaba a mano limpia los genitales. En los test de la escuela se demostró que tenía muy bajo coeficiente mental, y en secundaria repetía los cursos dos años seguidos.
Su historia criminal comenzó a los dieciséis años, cuando apuñaló a un niño de seis, que no murió. Según el niño, Ridgway le persiguió, gritando: «Siempre me pregunté que se sentirá al matar a alguien».
Se casó tres veces y tuvo un hijo. Se dice que llevaba la foto de su hijo en la billetera y que se la mostraba a las víctimas para ganarse su confianza. Además, solía cargar unos juguetes en su camioneta, por la misma razón. Invitó a algunas de sus víctimas a su casa, donde les mostraba la habitación de su hijo, como señal de que era una persona de confianza.
Estaba obsesionado con el sexo, principalmente con las prostitutas, y sufría de disfunción eréctil, algo que es bastante común en asesinos de mujeres. En ambos matrimonios, su pareja le engañó.
Se le imputan cuarenta y ocho asesinatos, desde 1980 a 2001, en los alrededores de las ciudades de Seattle y Tacoma, Washington. La mayoría de los cadáveres fueron hallados en el Río Verde (Green River), lo que motivó su apelativo. Dos de las víctimas se hallaron en Portland, Oregon. Elegía a prostitutas o jovencitas adolescentes, a las que recogía a lo largo de la carretera estatal 99; después, las estrangulaba.
Ridgway fue arrestado en 1982 y en 2001, por cargos relacionados con la prostitución. También se le arrestó en 1983, cuando desapareció Marie Malvar, porque un testigo identificó su camioneta como la del sospechoso de haberse llevado a la joven. Gary negó conocer a Marie y le dejaron libre. En 1984 pasó la prueba del polígrafo. El 7 de abril de 1987, la Policía le tomó muestras de cabello y saliva. Con lo anterior obtuvieron su ADN.
En marzo de 2001, el laboratorio de la Policía comienza a usar el nuevo método de identificación por ADN, y lo aplican a las pruebas dejadas por el Asesino de Green River.
El 30 de noviembre de 2001, dieciocho años después de ser sospechoso, cuando se disponía a dejar la ciudad de Renton, Washington, lo arrestaron, acusado del asesinato de cuatro mujeres, a cuyos casos se le ligaba por las pruebas de ADN, pues su saliva coincidía con el semen encontrado en los cuerpos de las asesinadas, que eran: Marcia Chapman, Opal Mills, Cynthia Hinds y Carol Ann Christensen. Luego la Policía añadió tres más, al encontrar en sus cuerpos partículas de pintura como la que él usaba en su trabajo.
Dos años más tarde confesó ser responsable de más de noventa asesinatos de mujeres -aunque sólo se demostraron cuarenta y ocho, en su mayoría prostitutas- desde 1980. Le sentenciaron a cadena perpetua, sin posible libertad condicional. Lo encerraron en agosto de 2003, en una celda de seguridad de la cárcel del condado de King, en Seattle. Luego fue trasladado a la penitenciaría Estatal de Walla Walla, Washington.
Ridgway indicó a la Policía la situación de tres cuerpos. El 16 de agosto, en Enumclaw, Washington, a unos doce metros de la carretera 410, encontraron a Pammy Annette Avent, de 16 años. En septiembre hallaron a Marie Malvar y a April Buttram. Luego en noviembre, un paseante halló el cráneo de Tracy Winston, de 19 años, que desapareció de Northgate Mall el 12 de septiembre de 1983. El 15 de julio de 1982 unos niños que jugaban cerca de Kent descubrieron el cadáver de Wendy Coffield, de 16 años, de Puyallup. En agosto, se encontraron cuatro cuerpos cerca de Green River.
No incluyo la lista completa de todas las víctimas, aunque se conoce; pero sí un estudio de los meses y años, con el número de víctimas:
1982 (14): 3 en julio, 4 en agosto, 3 en septiembre, 3 en octubre, 1 en diciembre.
1983 (24): 2 en marzo, 5 en abril, 5 en mayo, 1 en junio, 2 en julio, 1 en agosto, en septiembre, 3 en octubre, 1 en noviembre y 1 en diciembre.
1984 (2): 1 en febrero, 1 en marzo. 1986:1 en octubre.
1987:1 en febrero 1990:1 en marzo o abril. 1998:1 en junio o julio.
Además, hay cuatro víctimas no identificadas, que se supone que murieron: una en 1983, una en 1985, otra entre 1982 y 1984, y otra más entre 1980 y 1984.
También fue sospechoso de seis desaparecidas, de las que jamás se hallaron los cuerpos: Patricia Osborn, 19 años, desaparecida el 20 octubre de 1983; Keli Kay McGinness, 18 años, 28 de junio de 1983; Kristi Lynn Vorak, 13 años, 31 de octubre de 1982; Ryan Johnson, 15 años, 12 de agosto de 1983; Ben Dudeck, 16 años, 28 de agosto de 1982; Dillon Mudd, 20 años, 3 de diciembre de 1982.
En el caso de Keli Kay McGinness parece claro que fue asesinada por Ridgway. Y también en el de Kase Ann Lee, porque, aunque no le acusaron formalmente, él confesó haberla estrangulado. No se encontró su cuerpo donde señaló.
En octubre de 2003, Ridgway dio detalles de otras dos mujeres que no están en la lista oficial: Patricia Yellow Robe, de 38 años, y Marta Reeves, de 36.
El 5 de noviembre de 2003, le añaden más cargos: los asesinatos de Linda Rule, Roberta Hayes, Reeves, Patricia Barczak, Yellow Robe y el de una mujer no identificada.
En la actualidad cumple su condena en la penitenciaría de Walla Walla, en el estado de Washington.
La Mataviejitas (México)
Juana Dayanara Barraza Samperio es una asesina serial mexicana, conocida popularmente como la Mataviejitas, que se ha convertido en el caso más impresionante de la historia criminal de México, por el número de víctimas y el lapso de tiempo en que asesinó impunemente. Su modus operandi guarda gran semejanza con el de famosos asesinos mundiales, como el Monstruo de Montmartre.
Juana Barraza, nació en la ciudad de Puebla en 1954. Estudió enfermería, pero se dedicó a varias actividades que nada tenían que ver con lo anterior: probó en el mundo de la lucha libre, bajo el seudónimo de «la Dama del Silencio», y también vendió rosetas de maíz afuera de la arena. Se le supone adoradora de la Santa Muerte, y es famosa porque cometió varios homicidios en la Ciudad de México y en su área metropolitana desde finales de la década de 1990 hasta 2006.
El primer asesinato atribuido a la Mataviejitas fue cometido a fines de los años 90, pero la serie se inicia con seguridad el 17 de noviembre de 2003. Se ha estimado un número total de víctimas entre 42 y 48.
Todas las víctimas de la asesina fueron mujeres mayores o «ancianas» (viejitas en el habla popular), y en su mayoría vivían solas. Las muertes las provocó con golpes, con heridas de armas cortantes o mediante el estrangulamiento. Y tras asesinarlas, les robó. En algunos casos aislados, se encontró alguna prueba de abuso sexual en los cuerpos de las víctimas.
Uno de los errores de la Policía de México radicó en que siempre buscaron a un hombre. Supusieron que transcurría un corto periodo de tiempo entre que conocía a su víctima y la asesinaba; durante ese tiempo se ganaba la confianza de la víctima. Tal cosa ayudó a la asesina, pues, al ser mujer, no encajaba en el perfil. Más adelante se pensó que el asesino se presentaba ante sus víctimas como un trabajador social del Gobierno que ofrecía programas destinados a personas de la tercera edad.
La acción de las autoridades se complicó debido a que investigaron un gran número de pistas contradictorias, tantas que llegaron a suponer que estaban antes dos asesinos diferentes. Se siguió una pista basada en que tres de las víctimas poseían una copia de una pintura del siglo XVIII, Niño en chaleco rojo, del artista francés Jean-Baptiste Greuze: aquello sólo era una coincidencia que les hizo elucubrar teorías que no condujeron a parte alguna. Para ayuda de la asesina, se divulgó que algunos testigos señalaban que «el asesino» usaba ropa de mujer, para poder acceder más fácilmente a las viviendas de las víctimas. Esto establecía un paralelo entre este caso y el famoso del Monstruo de Montmartre, y se pensó en un varón con desdoblamiento de personalidad. Otra observación que despistó fue que algunas de las víctimas de la asesina eran de origen español, por lo que ella podía ser igualmente de tal procedencia. Todas esas suposiciones resultaron erróneas.
El 25 de enero de 2006 se arrestó a una persona que huía del hogar de Ana María de los Reyes Alfaro, de 82 años de edad, residente de la colonia Moctezuma en la ciudad de México. La anciana había sido estrangulada con un estetoscopio y apuñalada, varias veces, con un cuchillo de tipo militar. Para sorpresa de la Policía, que seguía buscando a un hombre, la persona detenida era una mujer: Juana Barraza, de 48 años. Pero ella se asemejaba bastante a las características faciales del asesino, plasmadas en un modelo de arcilla basado en las descripciones de los testigos: cabello tupido teñido de rubio y un rostro de facciones duras. Al ser detenida portaba un estetoscopio, solicitudes de pensión para adultos mayores y una falsa credencial de trabajadora social. Luego, la Policía comunicó que las huellas digitales de Barraza habían sido encontradas en, al menos, diez escenarios de los crímenes. Sin embargo, al no contar la Policía con un banco de datos, ni la forma de analizarlos, tuvieron que detenerla para verificarlo.
Cuando fue capturada e interrogada, Barraza confesó haber asesinado a Ana María de los Reyes Alfaro y a otras tres mujeres, pero negó su culpabilidad en los demás asesinatos.
El 31 de marzo del 2008 fue condenada a una pena de 759 años de prisión, por diecisiete homicidios comprobados. Se le imputan el resto (entre 42 y 48), pero sólo extraoficialmente.