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Era el único nombre con que se habían topado dos veces y gracias a fuentes bien distintas. Brendan Royall era el antiguo alumno de Jenny Burden, el muchacho a quien nunca habían parecido importarle demasiado los derechos humanos, pero que había cometido once delitos relacionados con el robo y la consiguiente liberación de animales.
Para Quilla, que se apellidaba Rice, según descubrió Wexford, Brendan Royall era el enemigo, el activista que no sólo manchaba la reputación de sus protestas, sino que hacía cosas que quebrantaban todos sus principios. Wexford creía que era la indignación hacia el caso que Jenny había mencionado lo que la impulsó a hablar con él.
– Todos los animales a los que supuestamente dejó en libertad murieron. Los pájaros no sabían volar, y Brendan no sabía con qué alimentarlos. Un día, mientras llevaba a los animales en la caja de su furgoneta, las puertas traseras se abrieron. Fue una auténtica masacre, una barbaridad. No creo que le importara demasiado, porque lo había hecho por principio, como él mismo decía.
– Me sorprende que no haya venido -comentó Gary-. Esperaba que apareciera en cuanto surgió el primer campamento. Esto es lo que le va.
Quilla asintió con vigor.
– No tanto la destrucción del paisaje como los insectos y demás. La Araschnia lavaría y el frígano amarillo. Mataría a cien personas para salvar un solo insecto palo. Una vez le oí decir que las personas no eran necesarias, sino unos parásitos.
Wexford les ofreció llevarlos a casa. En un principio se negaron alegando que podían ir a pie y que no querían molestarlo, pero empezaba a llover de nuevo, y Wexford repuso que, de todos modos, le iba de camino. Quilla dijo que desconocía el paradero de Brendan Royall. Debería estar allí, montando algún numerito a orillas del Brede, y no comprendía por qué no estaba. La última vez que Gary había tenido noticias de él, Royall se hallaba en Nottingham, pero Quilla se había topado con él más tarde, durante una acción destinada a practicar un túnel para comadrejas bajo la autopista A314 a la altura de Suffolk. El problema radicaba en que, al igual que ellos, carecía de domicilio fijo.
– Sus padres viven por aquí -señaló Quilla-. Es posible que Brendan fuera a la escuela en esta zona.
– Sí -asintió Gary-. No sé si vive por aquí, pero me dijo que su abuelo tenía una casa muy grande cerca de un sitio llamado Forby, y que debería haberla heredado él, pero que su padre se la agenció.
– Qué típico de él decir algo así.
– Quería convertirla en un santuario para animales importados ilegalmente. Era una casa enorme con mucho terreno…, pero su padre la vendió. Le dio a Brendan parte del dinero, pero eso no le bastaba. Quería la casa o bien todo el dinero para la causa.
Eran casi las seis cuando Wexford llegó a la comisaría. No había noticias de Planeta Sagrado. Si hubieran llamado se lo habrían comunicado por el móvil, pero aun así había abrigado la esperanza…
– Ese tal Brendan Royall es la pista más sólida que tenemos de momento -dijo a Burden-. Es la clase de tipo que buscamos, totalmente obsesionado con lo que todos ellos llaman Naturaleza con N mayúscula, indiferente a la vida humana… -Al pronunciar aquellas palabras hizo una mueca, pero Burden fingió no darse cuenta-. Gary Wilson afirma que no entiende por qué no ha venido para unirse a la protesta, pero yo sí lo entiendo, al menos eso espero.
– ¿Te refieres a que pertenece a Planeta Sagrado? ¿Que no está en ninguno de los campamentos, sino en otro lugar, con los rehenes?
– ¿Por qué no? Quiero que todo el mundo deje lo que está haciendo y salga en busca de Brendan Royall. Alguien, tú, si quieres, debe hablar con Jenny para ver si recuerda dónde vivían… o viven los padres de Royall. Sólo hace seis años, y ese tipo no tiene más de veintitrés. Su abuelo tenía una casa por aquí; seguro que en Forby hay alguien que la conoce. No creo que cueste mucho localizarla. Que entre el equipo para que podamos poner a todo el mundo en antecedentes.
La tercera reunión del día tuvo lugar a las seis y media. Todos habían regresado de lo que habían resultado ser expediciones de búsqueda infructuosas. Karen Malahyde había ido a un bloque de pisos de protección oficial en Guilford, donde una anciana cansada le había dicho que no quería volver a ver a su hija jamás, y por fin encontró a Frenchie Collins enferma en una habitación mugrienta del barrio de Brixton. Había estado en África y contraído alguna infección de la que tardaría mucho tiempo en recuperarse. Karen no halló razón alguna para dudar de ella cuando le dijo que había perdido veinticinco kilos.
Barry Vine había hablado con miembros de KCCCV, mientras que el sargento Cook y su agente asignado se habían entrevistado con el colectivo Corazón de Madera, cuya líder, una joven con mucho empuje, preguntó a Burton Lowry si tenía planes para aquella noche. El agente repuso con expresión gélida que debía dedicarse a la caza de unos secuestradores, a lo que la mujer contestó que quizás en otra ocasión, al tiempo que le lanzaba una mirada larga y cargada de significado. Wexford no se enteró de aquellos detalles. Habló a los miembros de su equipo de Brendan Royall, sus padres, la casa del abuelo y los once delitos que había cometido.
– Organícense ustedes mismos. Yo volveré a hablar con la señora Burden, pero ustedes pueden proceder como consideren más conveniente. No hace falta que les diga que no hemos sabido nada más de Planeta Sagrado… Otra cosa: empiecen esta noche, pero no trabajen hasta muy tarde. Lo mejor será preparar el terreno para mañana. Todos estamos sometidos a una gran tensión y necesitamos dormir. Por supuesto, quedan cancelados todos los permisos y bajas, así que mañana debemos presentarnos temprano y en forma. Procuren dormir bien esta noche. Pueden retirarse.
Captó un destello en los ojos verdiazules de Nicky Weaver, un destello que se le antojó, quizás equivocadamente, lleno de simpatía y compasión. Aquella mujer lo atraía. No era la clase de mujer que él admiraba, pues se alejaba muchísimo del prototipo de muchacha dulce, joven y bonita, lo que no hacía más que empeorar las cosas. ¿Por qué tenía que sentir eso precisamente ahora? ¿Por qué experimentar una emoción que le hacia sentir culpable cuando lo único que quería en el mundo era recuperar a Dora? Pese a todo, no podía dejar de pensar en lo maravilloso que sería que Nicky fuera a casa con él, para beber una copa, escuchar sus penas, cogerle la mano y…
Alguien le había dicho que adoraba a su marido, un hombre que la había instado a dejar de trabajar cuando sus hijos eran pequeños y que, como ella no le había hecho caso, la castigaba con la más completa inactividad. Nicky se veía obligada a contratar a una canguro por las tardes porque, aunque no sentía aversión a quedarse en casa, su marido se negaba a hacerlo si ello implicaba cuidar de sus hijos. Pero Nicky no toleraba que nadie hablara mal de él…
– Despierta -exclamó Burden-. Has dicho que irías a mi casa para cenar conmigo y hablar con Jenny, ¿recuerdas?
– Sí, sí, ya voy.
– Prescindiendo de Brendan Royall, estoy convencido de que Trotter está metido en el ajo de algún modo. He vuelto a hablar con él esta mañana, y Vine lo ha ido a ver a esa pocilga en la que vive. Sé que asesinó a esa chica, Ulrike Ranke, y tengo la teoría de que ofrece sus servicios como matón. Ya sabes…, un hombre mata una vez, le coge el tranquillo y está dispuesto a volver a matar…, pero esta vez por dinero…
– Trotter no mató a esa chica, Mike.
– Me gustaría estar tan seguro de eso como tú.
– No, no te gustaría en absoluto. Lo que te gustaría es que hiciera caso de todas esas chorradas que cuentas sobre Trotter y la chica, a pesar de que sabes perfectamente que no pienso hacerlo. Respecto a lo otro, ¿dónde encaja la teoría del matón a sueldo? Aún no han matado a nadie.
Wexford reparó en que Burden lo miraba con expresión cautelosa, casi tierna.
– ¡Y no me mires así! Te repito que aún no han matado a nadie, y que si llega a suceder, no será culpa de Trotter. Ese tipo es igual que el resto del personal de Contemporary Cars, un idiota que tiene tanta idea de llevar una empresa como yo de la psychoglypha citreola, y tanta del medio ambiente como mi nieta Amulet. Deja de perder el tiempo con él; tenemos otras cosas más importantes que hacer.
Jenny lo abrazó y besó cuando llegó a su casa. Nada como que secuestren a tu esposa para que las mujeres sean amables contigo, pensó Wexford con sarcasmo. Se sentó en el salón y dejó que Mark le leyera en voz alta. Nunca le había leído en voz alta un niño de cinco años. La vida está llena de sorpresas.
Se trataba de El viento entre los sauces, un libro anticuado pero no por ello menos bueno.
– Espero que no le importe que se lo diga, señor Wexford, pero Badger me recuerda a usted -comentó Mark con toda cortesía en cuanto terminó la lectura.
A Wexford no le importó. Mike le llevó un whisky solo, y lo aceptó porque antes le había ofrecido llevarlo a casa.
Comieron mousse de salmón, pollo estofado y tarta de mora y manzana. Sin lugar a dudas se trataba de una cena especial para él, pues no consideraba probable que Burden cenara tan opíparamente cada noche. Jenny le contó todo lo que recordaba de Brendan Royall, cada palabra que había cruzado con él, cada principio fundamental que le había oído manifestar. Recordaba haberle oído hablar de la casa de su abuelo, un parloteo paranoico sobre la herencia que le habían arrebatado y amenazas vagas de venganza que ella, como profesora suya, había intentado quitarle de la cabeza.
– Los Royall vivían en las afueras de Stowerton, al norte de Stowerton, concretamente, en una especie de granja o… Creo que era una especie de santuario para animales, pero en pequeño.
– Ahora tendrá magníficas vistas sobre la carretera de circunvalación.
– Creo que se mudaron tras vender la casa del abuelo. Brendan decía que se vengaría de su padre, que se haría con la mitad de las ganancias y que en cuanto tuviera el dinero dejaría la escuela.
– ¿Le interesaban especialmente los animales cuando iba a la escuela?
– Que yo sepa no, Reg, pero por entonces no se hacían vivisecciones en la clase de biología.
– Claro, claro. Como has dicho que sus padres tenían un santuario para animales, he creído que…
– La verdad es que no me acuerdo, pero creo que era más bien un… ¿Cómo los llaman? ¿Minizoos? Esos sitios que tienen conejos, un poni y un par de cabras.
Wexford sonrió.
– ¿Sacó algún dinero de la venta de la casa?
– No lo sé, pero dejó la escuela a los diecisiete.
Wexford llamó a Nicky Weaver para darle toda aquella información, pero la inspectora ya lo sabía casi todo. El abuelo había vivido con holgura en una casa llamada Marrowgrave, cerca de Forby, y el santuario de animales o minizoo se había convertido en una especie de parque temático.
– No trabajes hasta muy tarde, Nicky -le pidió Wexford-. Recuerda que debes dormir.
– Ya lo sé; ahora mismo me voy a casa. Mis hijos están solos, o al menos lo estarán dentro de diez minutos.
– Tú también debes dormir, Reg -le recordó Burden, que había oído sus últimas palabras-. Son casi las diez; te llevaré a casa en tu coche, y Jenny nos seguirá para traerme de vuelta.
– ¿De verdad he bebido tanto?
– ¿Y qué más da? Pero si realmente quieres saberlo, te diré que has tomado dos whiskys dobles y tres copas de Borgoña.
– Pues entonces te agradeceré que me lleves.
Debería estar borracho, pero en cambio estaba más sobrio que nunca. Entró en su casa, cerró la puerta tras de sí y permaneció un instante quieto en la oscuridad para empaparse de silencio y vacío. Sylvia se había marchado, Sheila se había marchado. Estaba solo. Entró en el salón y se sentó en un sillón sin encender las luces.
Los miembros (o comoquiera que se llamaran) de Planeta Sagrado pasarían muchos años en la cárcel por secuestro, amenazas, retención de personas contra su voluntad, privación de libertad… No recordaba las denominaciones exactas de los cargos. En cualquier caso, la condena no se prolongaría demasiado si mataban a los rehenes. Por otro lado, si los mataban no quedarían testigos que pudieran identificar a los secuestradores.
Pensó en Roxane Masood, la claustrófoba, en las preguntas que Audrey Barker le había formulado, en el matrimonio que quería pasar las vacaciones en Florencia…, pero no podía pensar en Dora, ahora no, porque rompería a llorar si se permitía pensar en ella.
¿Por qué siempre nos acostamos por la noche? La mayoría de nosotros se acuesta por las noches, cuando llega la hora, aunque no tengamos sueño. ¿Por qué no dormimos en sillas o vamos variando la hora de dormir? ¿Por qué no esperamos al momento en que tengamos sueño y entonces nos tumbamos en la cama? Pues porque la vida requiere cierta rutina, un marco en el que encuadrar las cosas. La rutina es lo que te impide perder la cordura, te da algo que hacer en este o aquel instante, te proporciona lugares a los que ir, cosas en que ocuparte.
Subió al dormitorio, se puso el pijama y el batín de terciopelo púrpura, y se tumbó sobre la cama. El libro sobre la Guerra Civil seguía en la mesita de noche, y se le ocurrió que le encantaría cogerlo y estrellarlo contra la ventana cerrada. El estruendo de los vidrios rotos resultaría extrañamente satisfactorio, aunque sólo fuera por un instante. Pero el libro no era suyo, sino de Jenny.
Jenny… Su relato sobre Brendan Royall coincidía con el de Gary Wilson. Ello no significaba que Royall formara parte de Planeta Sagrado. Tal vez Gary y Quilla fueran miembros de Planeta Sagrado y le hubieran hablado de Brendan Royall para desviar su atención. Quizás ellos dos eran los únicos miembros de la organización. Hasta entonces habían dado por sentado que activistas de otros ámbitos afines conocerían la existencia de Planeta Sagrado o incluso pertenecerían al grupo, pero no tenía por qué ser así. Podía tratarse de un grupo de personas que se oponían a título individual a la destrucción del medio ambiente y que se habían unido a causa de un rumor, una pasión compartida, una decisión espontánea.
Pero no, porque, por regla general, las personas respetuosas con la ley no se comportan de esa forma, y los aficionados necesitarían a una o más personas que los organizara para llevar a cabo aquella clase de protesta violenta. Sin embargo, también cabía la posibilidad de que fueran una combinación de aficionados ardientes y profesionales despiadados, lo que lo devolvía al punto de partida, es decir, que algún morador de los árboles o algún miembro de KCCCV, Especies o cualquier otra organización con representación en Kingsmarkham sabía algo.
¿Por qué no había enviado Planeta Sagrado otro mensaje? ¿A qué se debía aquel silencio, un silencio que duraba ya más de veinticuatro horas?
Habían enviado una carta y llamado dos veces por teléfono. Dejando de lado los métodos que facilitarían su identificación, ¿qué otros medios de comunicación les quedaban?
El contacto personal, cara a cara. La última vez habían hablado de negociación, por lo que suponía que tenían intención de enviar a un representante. El siguiente mensaje sería verbal. ¿Quizá por mediación de alguien que llegara ataviado con una camiseta de Planeta Sagrado? ¿O blandiendo una bandera blanca? La persona a la que enviaran se enfrentaría a la detención inmediata, pero aun así…
Debía dejar de pensar en ello. Debía dormir. Dar vueltas a aquel asunto era lo peor que podía hacer; más le valía probar con uno de los métodos reconocidos que constituían variaciones del recuento de ovejas. Se quitó la bata, se tumbó de costado y empezó a repetirse mentalmente todos los nombres de casas que salían en Jane Austen: Pemberly, Norland, Netherfield Hall, Donwell Abbey, Mansfield Park…
Se durmió mientras intentaba recordar el nombre de la casa de Catherine de Burgh. Se durmió a causa del alcohol y la fatiga, pero aun cuando estaba a punto de caer en los brazos de Morfeo, supo que el sueño no duraría mucho.
La luna que la noche anterior había permanecido oculta se asomó por entre las nubes tenues, recortada contra el océano de la noche. Era una luna blanca y llena, con iridiscencias verdosas, de luz intensa y fría. Wexford creyó que fue la luna, el rayo reluciente que se filtró entre las cortinas medio corridas, lo que lo despertó. Una franja de luna le atravesaba el rostro y el cuello como un brazo blanco.
Se levantó y corrió las cortinas del todo. Si lo hubiera hecho antes de acostarse, quizá no se habría despertado. Bien podía ser que la hora que acababa de dormir fuera el único sueño que se le concediera aquella noche. Paseó la mirada por la habitación bañada en una luz grisácea, casi perlada. Había cosas de Dora por todas partes. Cepillos y un frasco de perfume sobre el tocador, una bufanda colgada sobre el respaldo de una silla, sobre su mesita de noche una caja de pañuelos de papel y su otro reloj, el que no llevaba. Al cerrar el armario había pillado sin querer la tela de una de sus faldas. El tejido pálido y sedoso relucía en la penumbra. Abrió la puerta del armario, empujó la tela hacia el interior, deslizó una percha por la barra, aspiró la fragancia de su mujer y volvió a cerrar la puerta.
Oyó el ruido en cuanto se acostó y supo de inmediato que lo había oído antes, un minuto antes, y que era eso lo que lo había despertado, no la luz de la luna.
Se incorporó en la cama y aguzó el oído. Un crujido que se repetía, pasos sobre la gravilla del sendero. Se levantó y recogió la ropa que se había quitado, los pantalones y los calcetines. Sobre el respaldo de la silla había dejado un jersey de cuello redondo. Se lo pasó por la cabeza, caminó de puntillas hasta la puerta del dormitorio y la abrió con sigilo. De la planta baja le llegó otro sonido, una especie de chasquido metálico. Alguien intentaba abrir la puerta trasera.
Pero estaba cerrada por dentro. ¿Qué creían? ¿Qué era un policía que dejaba la puerta trasera abierta toda la noche? Eran los de Planeta Sagrado, no le cabía la menor duda. Tal como había supuesto, enviaban a un representante, y además a su casa y en plena noche. El reloj digital de la mesita de noche de Dora señalaba la una menos siete minutos.
La luna no lograba filtrarse por entre las espesas cortinas del rellano, que estaba sumido en la oscuridad. Sus ojos se acostumbraron a ella mientras esperaba. Ya distinguía los contornos de las ventanas, el brillo pálido de la luna en el vestíbulo, la ventana situada junto a la puerta, la puerta abierta del salón. Bajo la ventana del rellano, en el costado exterior de la casa, se oyeron más pasos. No habían logrado abrir la puerta trasera, de modo que se dirigían a la delantera. Tap, tap, pasos silenciosos, pero no lo suficiente. A todas luces, el silencio no era su máxima prioridad. Fueran quienes fuesen, quisieran lo que quisiesen, no temían a Wexford, de eso estaba seguro.
¿Cómo conseguirían que los dejara entrar? Probablemente llamarían a la puerta. Entonces, ¿por qué habían intentado abrir la puerta trasera? De repente se le ocurrió una idea. Tenían las llaves de Dora.
Tenían la llave de ambas puertas, y por alguna razón habían intentado abrir primero la trasera, pero Wexford la había cerrado por dentro.
Así pues, se dirigían a la puerta principal.
No quería que lo vieran todavía. Entró en el dormitorio de la parte delantera de la casa, pero el tejado del porche le bloqueaba la visibilidad. De repente oyó una llave al girar en la cerradura de la puerta principal. La puerta se abrió, y alguien entró en la casa antes de cerrar con suavidad, casi sigilosamente.
Lo último que esperaba era que el intruso encendiera la luz. Oyó el chasquido del interruptor sin darse cuenta de que se trataba de eso, y la luz del vestíbulo inundó el rellano. Salió del dormitorio y corrió a la escalera, listo para enfrentarse a ellos.
Dora estaba de pie en el vestíbulo, con la vista alzada hacia él.