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15

Que ella supiera, la maleta contenía lo mismo que había guardado en ella antes de salir de casa.

– Eso es lo que te preguntan en los aeropuertos -bromeó-. ¿Ha hecho el equipaje personalmente? ¿Ha quedado su equipaje sin vigilancia en algún momento? La respuesta a la primera pregunta es sí y a la segunda, quién sabe.

– Creo que he visto el coche que lo ha traído -comentó Nicky Weaver a Wexford-. Un Mercedes blanco. Por alguna razón, no sé qué ángel de la guarda me inspiró, he anotado la matrícula. L570L00.

– El coche en el que llevaron a Dora a casa. El de la matrícula L no sé qué cinco siete.

– Qué temerarios son, ¿eh? -exclamó Burden con cierta admiración-. No parecen los típicos malvados.

– Esperemos que se pasen de listos.

– No me gusta -masculló Wexford, y cuando los demás lo miraron con expresión inquisitiva, agregó-: No me gustan sus bromitas ni que nuestra decisión de hacer público el asunto coincida con que ellos nos lo exijan. Ahora ya es demasiado tarde para cambiarlo, pero da la sensación de que los obedecemos en todo.

Dora había estado tomando un té con Karen Malahyde. En un principio había quedado anonadada ante la reaparición de la maleta y las bolsas, casi como si ello demostrara que los integrantes de Planeta Sagrado tenían poderes sobrenaturales, y su marido recordó que los había tildado de personajes de ciencia ficción que no eran del todo humanos. Se sentó frente a ella, y alguien puso en marcha la grabadora.

– ¿Podríamos pasar al jueves por la mañana, Dora?

– Bueno, aún no he acabado con el miércoles por la noche. Sucedió algo el miércoles por la noche. Dos de ellos entraron mientras dormíamos… o al menos eso creían ellos. De hecho, Roxane y Ryan sí estaban dormidos, y yo fingí estarlo, porque me pareció menos arriesgado. Vi y oí abrirse la puerta, y al cabo de un momento entraron dos de ellos. Llevaban las capuchas, como siempre. En ese instante decidí cerrar los ojos, así que no sé para qué habían entrado ni lo que hicieron, sólo que deambularon por el sótano unos minutos. Antes de irse se acercaron a las camas, supongo que para comprobar que dormíamos. Ya saben que eso siempre se intuye. En fin, el jueves por la mañana, Roxane tenía la cara terriblemente amoratada y el ojo izquierdo, medio cerrado por la hinchazón. Sé que no debería importar, pero en cierto modo parecía más espantoso hacerle algo así a una chica tan guapa. Cara de Goma y Conductor nos trajeron el desayuno. Más pan blanco y muy seco, una loncha de fiambre enlatado barato y tres bolsas de patatas fritas, supongo que con la intención de que nos duraran todo el día, porque no trajeron nada más hasta la noche. No trajeron nada de beber, de modo que tuvimos que recurrir de nuevo al agua del grifo. Luego volvieron a buscar la bandeja. Roxane no les gritó esta vez, sólo les preguntó cuándo nos dejarían marchar, qué querían, cuánto tiempo más duraría aquello. Deben comprender que no sabíamos que se autodenominaban Planeta Sagrado. No sabíamos que querían detener la construcción de la carretera ni estábamos al corriente de las amenazas. Roxane quería saber de qué iba todo aquello. Por supuesto, no obtuvimos respuesta porque, como ya he dicho, no abrían la boca. De hecho, ni siquiera parecían oímos, aunque es difícil asegurarlo con personas que llevan la cara siempre cubierta. Por la tarde, Roxane empezó a golpear la puerta. Ryan estaba bastante apagado desde que lo arrojaran al suelo la noche antes y además le dolía el estómago, pero cuando Roxane se puso a golpear la puerta, se levantó para ayudarla. Estuvieron más de media hora dando puñetazos y patadas a la puerta. Por fin llegaron Cara de Goma y Tatuaje. Me asusté mucho, no me importa reconocerlo, porque creía que volverían a pegar a Roxane y quizá también a Ryan. Pero no fue así. Tatuaje se limitó a agarrar a Roxane e inmovilizarle los brazos a la espalda. La chica gritó y gritó, pero Tatuaje no le hizo ni caso y la esposó con las manos a la espalda. Entretanto, Cara de Goma empujó a Ryan a un lado, y como el muchacho opuso resistencia, lo encerró en el lavabo. Llevaban una capucha con la que cubrieron la cabeza a Roxane. Luego se la llevaron, simplemente se la llevaron, no sé adonde ni sé qué le habrá pasado. Me dijo «Adiós, Dora» a través de la capucha; sonó algo amortiguado, pero eso es lo que dijo. No volví a verla.

Dora se interrumpió, encogió un poco los hombros y sacudió la cabeza.

– No volví a verla -repitió-. Puede que la llevaran con los Struther, dondequiera que estuvieran, no lo sé. Lo único que sé es que unos diez minutos después de que se la llevaran oí por primera vez pasos en el piso de arriba, pero puede que eso no tenga nada que ver con el lugar en que encerraron a Roxane.

– ¿Pasos de una persona o de más?

– No lo sé, pero creo que de más. Al cabo de una hora. Tatuaje y Conductor vinieron y dejaron salir a Ryan del baño. A partir de entonces estuvimos solos. Nos pusimos a jugar a las palabras. Creo que nunca había deseado tanto como entonces tener papel y lápiz, o el Intelect o el Monopoly, ya puestos. Al cabo de un rato nos pusimos a hablar. Ryan me contó cosas que seguramente jamás ha contado a nadie. Su padre murió en la guerra de las Malvinas. Sus padres llevaban casados tres meses. Ella estaba embarazada cuando recibió la noticia de la muerte de su marido, y Ryan nació siete meses más tarde. La ingresaron en el hospital para hacerle una biopsia uterina, una operación en la que te quitan un trocito de útero porque hay indicios precancerosos. Era la segunda que le hacían. Iba a casarse otra vez y quería tener más hijos… Sólo tiene treinta y seis años, pero no es probable que tenga más después de todo lo que ha pasado… Lo siento, supongo que no les interesa escuchar todo esto, no es relevante. Es que me pareció un poco duro confiar semejantes cosas a un niño de catorce años. En fin, él me lo confió todo a mí, y así pasamos la velada. El viernes por la mañana nos trajeron el desayuno bastante tarde; supongo que antes irían a ver a los demás, me refiero a Owen, Kitty y Roxane, dondequiera que estuvieran. Vinieron Tatuaje y Cara de Goma. Nos trajeron panecillos muy secos, mermelada en tarrinas y una manzana para cada uno. Ryan y yo habíamos decidido que les preguntaríamos por Roxane, aunque no creíamos que nos contestaran. Se lo preguntamos, y no nos contestaron. Creo que fue el día más largo de mi vida. No había nada que hacer. Ryan enmudeció por completo; tal vez creía que la noche anterior se había ido de la lengua y le daba vergüenza. En cualquier caso, no me contestaba cuando le hablaba. Se tumbó en la cama y allí se quedó, mirando el techo. Por primera vez empecé a pensar que no nos liberarían, que seguiríamos así varias semanas y después nos matarían. A la hora de comer apareció Guantes. Era la primera vez que lo veía desde el miércoles por la mañana. Primero pensé que era Cara de Goma, pero era de constitución mucho más menuda que Cara de Goma. Tatuaje vino con él. Fue entonces cuando le vi los ojos a Guantes. Ya he dicho que sólo le vi los ojos a uno de ellos, ¿verdad? Bueno, pues fue Guantes. Supongo que los orificios de su capucha eran mucho más grandes que los de las demás, porque le vi los ojos muy bien. Eran de color castaño claro e intenso. Por un momento se me acercó mucho, como si intentara…, bueno, verificar algo sobre mí, y entonces le vi los ojos, aunque no sé si será de utilidad. Imagino que la mitad de la población tiene los ojos castaños. Aquella noche me liberaron; de eso ya les he hablado. Ah, antes nos dieron de comer, por si les interesa. Espaguetis en lata con salsa de tomate, fríos, por supuesto, pan y más mermelada. Nos lo trajeron Tatuaje y Hermafrodita. Cuando me preparaba para pasar otra noche allí, entraron y se me llevaron. Ryan se quedó solo. Como ya he dicho, no tengo ni idea de lo que les pasó a los demás.

Wexford se levantó cuando Barry Vine asomó la cabeza y le preguntó si podía hablar con él un momento.

– Se trata de la comida, señor -explicó en cuanto salieron de la sala-. Malas noticias. ¿Recuerda la leche de soja de la tetería de Framhurst?

– Por supuesto.

– No sé por qué, pero me empeñé en que si ese lugar era el único punto de venta de ese producto en todo el sur de Inglaterra… En cualquier caso, no importa, porque se puede comprar en cualquier parte. Como las tiendas abren los domingos, he efectuado una verificación bastante exhaustiva. Se puede comprar en el Crescent de Kingsmarkham y en todas las tiendas de la cadena, es decir, en todo el país.

– Otra pista que se esfuma -suspiró Wexford.

Wexford estaba sentado en el salón de la casa del jefe de policía, situada en las afueras de Myfleet, comiendo pistachos y bebiendo whisky de malta. Lo había llevado Donaldson, que también lo llevaría de vuelta a casa y que en esos momentos estaba sentado en el coche, comiendo un bocadillo de jamón y bebiendo una lata de Lilt. Ya nadie tenía tiempo para comer como Dios manda.

Wexford había ido a ver al jefe de policía para hablar de la revelación del secuestro a los medios de comunicación. Se haría a la mañana siguiente, pero habían acordado un modo de hacerlo que determinaba lo que se diría y lo que se callaría, la hora de la publicación y las medidas defensivas a adoptar. Y ahora Montague Ryder quería hablar de Dora. Había escuchado todas las cintas, la última de ellas dos veces.

– Lo ha hecho muy bien, Reg, excepcionalmente bien. Es una mujer observadora, pero aun así…

No me gusta el «aun así», citó Wexford mentalmente. Ah, sí, Cleopatra.

– Lo sé -se apresuró a responder-. Hay mucho y muy poco al mismo tiempo.

«Pero ¿lo habría hecho usted mejor? ¿O yo?» Con una misoginia que por lo general le era ajena, Wexford pensó que la mayoría de las mujeres a las que conocía se habrían derrumbado en la situación de Dora, se habrían quedado totalmente paralizadas.

– Han sido muy inteligentes, señor -prosiguió-. Inteligentes y osados al correr el riesgo de dejarla marchar.

– Sí. Qué extraño, ¿verdad? ¿Seguimos creyendo que se debe a que descubrieron quién era?

Wexford asintió sin demasiada convicción. El jefe de policía alzó la botella de Macallan con expresión interrogante, y Wexford se sintió tentado de aceptar otro trago, pero se contuvo. Podría haber seguido bebiendo toda la noche, pero ¿para qué? Tenía que moderarse para estar en forma a la mañana siguiente.

– ¿Sabe en qué estoy pensando, Reg?

– Creo que sí.

– Hipnosis. ¿Accedería Dora?

Se trataba de un método que se había puesto de moda, dirigido a obtener información sepultada que a buen seguro seguiría sepultada si no se extraía por métodos distintos de la voluntad y la intención del sujeto. Wexford no sabía gran cosa al respecto, pero había oído que con frecuencia surtía efecto. De repente, la idea de someter a Dora a una sesión de hipnosis le repugnó. ¿Por qué tenía que sufrir semejante… ataque? ¿Por qué tolerar que le arrebataran la voluntad? Le parecía un atentado contra la dignidad.

– No sé si accederá -advirtió.

Para su sorpresa, no sabía cómo reaccionaría su mujer, si con horror o interés, recelo o incluso deseo.

– Debo decirle que…

Estaba a punto de decir algo que resultaba muy difícil expresar ante una persona de tanto rango y poder, pero si no lo hacía, sería incapaz de pegar ojo.

– Debo decirle, señor, que no estoy dispuesto a intentar convencerla.

Montague Ryder lanzó una carcajada bondadosa.

– ¿Y si se lo pido yo? -propuso-. ¿Y si se lo pido esta noche y, en caso de que acceda, convoco al psicólogo para que la hipnotice mañana mismo? ¿Le importaría?

– No, no me importaría -repuso Wexford.