171916.fb2 Carretera De Odios - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 30

Carretera De Odios - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 30

28

– Kitty Struther dijo que había sido la «maravillosa idea» de su marido -empezó Wexford-, pero al parecer, el plan original fue idea de Tarling. Fue a la escuela con Andrew Struther, y a pesar de que a primera vista tienen poco en común, ambos compartían con el padre de Andrew, Owen, el odio por la interferencia de la autoridad en sus vidas o, para ser más precisos, la imposición de voluntades ajenas y por consiguiente el cambio a peor de sus vidas.

Acompañado de Burden, Wexford había ido a Myringham para poner al jefe de policía al corriente de los pormenores. Era lunes, y aquella mañana, cinco personas habían comparecido ante el tribunal de instrucción de Kingsmarkham acusadas de secuestro y retención ilegal. A uno de ellos se le acusaba también del asesinato del sargento Damon John Slesar. Asimismo, todos ellos se enfrentaban, al contrario de lo que Wexford había supuesto, a la acusación del asesinato de Roxane Masood.

– Por supuesto, Tarling estaba muy implicado en protestas y acciones en defensa de los animales y otras causas ecologistas. La primavera pasada, cuando parecía que la construcción de la nueva carretera de circunvalación ya era un hecho casi consumado y los activistas empezaron a llegar en manadas, él y Andrew se encontraron por casualidad en Kingsmarkham. Todavía no sé cómo y tal vez no importe. En cualquier caso, se encontraron. Struther había venido a visitar a sus padres. Se reconocieron y empezaron a hablar de la carretera. De hecho, los ocupantes de Savesbury House se verían mucho menos afectados por ella que casi todos los habitantes de las afueras de Stowerton o de Pomfret, pero lo cierto es que la consideraban una amenaza muy seria, espeluznante. Es una palabra que todo el mundo usa hoy en día. La verdad es que no me gusta, pero en este caso encaja. El valle que se divisa por las ventanas de la casa y desde el jardín quedaría destrozado, eso sí, y además oirían el rumor del tráfico. Se acabaría la tranquilidad, y el silencio que hasta entonces sólo rompía el canto de los pájaros daría paso al amortiguado pero constante rugido del tráfico en la nueva carretera.

– Pero ¿qué impulsó a Andrew Struther a participar? -lo interrumpió Burden-. No vive en Savesbury House. Es joven, y a los hombres jóvenes no suele importarles el canto de los pájaros, la paz y la tranquilidad. Sin embargo, estaba dispuesto a arriesgar la libertad…

– Por dinero, Mike, por dinero y por la herencia. Algún día, Savesbury House sería suyo. Tal vez no querría vivir allí, porque vive en su casa de Londres, pero seguro que querría vender la propiedad. Según los agentes inmobiliarios de Kingsmarkham, la carretera de circunvalación reducirá el valor de todas las propiedades de la zona, en algunos casos a la mitad. Eso supondría que Savesbury House, valorada ahora en tres cuartos de millón, se quedaría en unas trescientas mil libras, por no mencionar las dificultades que tendría para venderla.

– De todo hay en las viñas del Señor -comentó el jefe de policía a Burden.

– Supongo que tiene razón, señor.

– Había dinero -prosiguió Wexford-. La instalación del baño, por ejemplo. Estoy casi seguro de que Gary Wilson hizo las obras, porque es albañil de oficio. Me lo dijo en su momento, pero no le presté atención. Bueno, él no sabía para qué era el baño, pero se alegraba de que le hubieran encargado el trabajo, y más aún se alegró cuando a él y a Quilla les dieron un coche para que se fueran a Gales y luego al norte de Yorkshire, con la condición de que no aparecieran en un par de meses. Todo eso se consiguió con dinero. Owen y Kitty Struther tenían dinero, y el plan les gustaba tanto como a Tarling y a su propio hijo. Y fue Owen quien propuso la idea de utilizar Contemporary Cars. Había usado sus servicios unas cuantas veces para ir a la estación de Kingsmarkham y sabía que eran bastante desastrosos. Pero antes de poner en marcha el plan tenían que encontrar un lugar donde encerrar a los rehenes y contratar a unos cuantos… empleados para que los vigilaran. Por supuesto, tres de ellos serían Tarling, Andrew y su novia, Bettina Martin, más conocida por el sobrenombre de Bibi. Pero tres personas no bastaban… En fin, sí bastaban para vigilar a los secuestrados, sobre todo teniendo en cuenta que Owen y Kitty sólo fingirían ser rehenes, pero el plan de rapto con el coche requeriría la participación de más mano de obra. Por ello Tarling reclutó al hombre al que conocemos como Conductor, al igual que conocemos a Tarling como Cara de Goma (era la media que llevaba sobre la cabeza la que hacía parecer gomosas sus facciones), a Andrew Struther como Tatuaje y a Bibi Martin como Hermafrodita. Y había uno más.

Wexford enmudeció, se levantó, caminó hacia la ventana y contempló otro jardín, otra vista. Revivió mentalmente la escena, el disparo, el rostro cada vez más pálido, la sangre en la camisa blanca bajo la que latía el corazón… hasta que dejó de latir.

– No sospeché de él hasta la noche antes de nuestra visita a Savesbury House -continuó tras apartarse de la ventana-. Y ni siquiera entonces… Bueno, creí que era yo, que veía villanos en todas partes, sin creer nada ni en nadie. Debería haberle impedido que nos acompañara. No supe que iba en el otro coche hasta que me di la vuelta y lo vi. Y como seguía sin creer nada ni en nadie, tampoco creí que Tarling tuviera un arma, ni que, aun en el caso de que tuviera una, la utilizara en aquellas circunstancias.

– No se culpe, Reg -terció Montague Ryder.

Wexford meneó la cabeza, pero no en un gesto de negación, sino de furia. Miró a Burden, sabiendo lo que su amigo pensaba, que de algún modo retorcido y monstruoso, tal vez no había mal que por bien no viniera. A fin de cuentas, ¿qué futuro, qué vida podría haber esperado Damon Slesar?

– No fue a la escuela con ellos, ¿verdad? -preguntó el jefe de policía.

– Que yo sepa no, señor. Creo que fue al instituto de Myringham. Pero si pertenecía a KCCCV, lo que es del todo respetable, y de Especies, que quizás ya no lo es tanto. En términos estrictos, no debería haber entrado a formar parte de la segunda organización, pero por otro lado, durante los últimos seis meses de su vida ha hecho muchas cosas que no debería haber hecho. Debemos creer que todas estas personas estaban convencidas de que su plan funcionaría. Creían que el secuestro detendría la construcción de la carretera porque el gobierno cedería. No estamos en Oriente Medio ni en Tailandia; estamos en Inglaterra, y el secuestro de unos ingleses a manos de otros ingleses arrojaría el resultado deseado. Estaban convencidos de ello. Slesar estaba convencido de ello.

– ¿Tenía alguna razón especial para oponerse a la nueva carretera?

– Supongo que sí -repuso Wexford con aire pensativo-. Al igual que Andrew Struther, estaba preocupado por sus padres, aunque en su caso se trataba del sustento de sus padres, no de una herencia. Lo único que podía heredar era una granja diminuta en la carretera antigua, no muy lejos del pub Brigadier.

– ¿Ese sitio donde venden verduras y fresas recién cogidas? -preguntó Burden-. No lo sabía.

– Casi todas las empresas de la carretera antigua correrán peligro a causa de la nueva -comentó Wexford-. La antigua caerá en desuso, o al menos es la teoría que sostienen muchos, y poca gente se desviará para comprar fresas recién cogidas. Slesar se oponía a la carretera porque arruinaría a sus padres. Su padre cultivaba fruta y su madre hacía hilo y tejía prendas con pelo de animales domésticos.

– Pero ¿cómo se metió en todo esto?

– A través de Especies, creo, probablemente en una de sus manifestaciones. En primavera hubo una manifestación en Kent, la anterior a la que acaba de terminar en Gales. Es muy probable que conociera a Tarling allí y así empezara todo. Seguro que se esforzaron mucho por conseguir su ayuda, sobre todo los Struther, porque necesitaban a alguien como él, alguien de dentro.

– ¿Por qué dice «sobre todo» los Struther, Reg?

– Porque Struther es un hombre rico -repuso Wexford con amargura-. Casi millonario, de hecho. Por suerte para todos nosotros, menos mal que algo positivo hay en esta historia; los ricos no pueden sobornar a nadie para detener algo como esta carretera -prosiguió con un encogimiento de hombros-. Es imposible. Sin embargo, los Damon Slesar de este mundo son corruptibles. No estoy seguro, pero creo que Struther ofreció un soborno a Slesar y siguió subiendo el precio hasta que Slesar cedió. Sin duda alguna obtuvo lo suficiente para asegurar el futuro de sus padres si lo perdían todo. Como topo infiltrado en la policía, Slesar conocía la dirección y el teléfono de Burden, por lo que Tarling pudo llamar allí con el segundo mensaje; por lo general, eran las voces de Tarling y Andrew las que oíamos. Además, Slesar también sabía que yo estaría en casa de los Holgate el sábado por la tarde. Por supuesto, el saco de dormir que Frenchie Collins compró en Brixton era el mismo que contenía el cadáver de Roxane Masood, tal como dijo a Slesar en cuanto se quedó a solas con él.

– ¿Ella estaba al corriente? -inquirió Burden.

– No lo sé, puede que no. Tal vez simplemente la tomó con liaren Malahyde. En cualquier caso, lo que Frenchie Collins le dijera a Slesar no llegaría a mis oídos.

– Pobre Karen -suspiró Burden.

– Sí, pero no creo que la relación fuera aún demasiado profunda. Además, saber lo que sabe surtirá su efecto. Mientras ella seguía a Brendan Royall, Slesar debería haber seguido a Conrad Tarling. Ni que decir tiene que no lo hizo. Tarling iba y venía entre el campamento y Savesbury House a su antojo. No cabe duda de que también fue a Queringham Hall, y de una de sus visitas trajo polvo de ala de polilla que por casualidad se quedó en el sótano donde estaban encerrados los rehenes.

Wexford guardó silencio un instante. Suponía que todos ellos pensaban en lo mismo, en cuan espantosa resultaba la idea de que un policía sucumbiera al soborno y a la traición. Se preguntó qué pensamientos habrían asaltado a Slesar al ver a Tarling en aquella ventana con un arma, al ver su rostro fanático, la escopeta apuntándole. Recordaba la mirada de Slesar, su rostro exangüe, la mano alzada en un intento vano de ahuyentar la muerte.

– Ha dicho algo acerca del lugar en que tenían a los rehenes -comentó el jefe de policía.

Wexford asintió, agradecido por el cambio de tema.

– Muchos de estos caserones y casas antiguas que antaño fueron granjas tienen vaquerías. En su mayoría sólo se utilizan como trastero, como seguramente era el caso de ésta. Mi mujer la describió como un sótano, pero no era un sótano, sino más bien una estancia bastante oscura con una ventana pequeña y bastante alta. Supongo que cambiaron la puerta y las cerraduras. Por supuesto, no se atrevieron a contratar una empresa de construcción para convertir la despensa en un cuarto de baño, pero Tarling conocía a alguien que lo haría sin decir nada, alguien sin domicilio fijo que, con toda probabilidad, desaparecería al cabo de unas semanas. Así pues, secuestraron a los rehenes, y creo que ya sabemos exactamente cómo. Naturalmente, Owen y Kitty Struther se limitaron a cruzar el jardín y ponerse las capuchas antes de entrar en la vaquería. Luego se dedicaron a pasarlo bien, jugando a la histérica y el soldado valiente. Imagino que eso los ayudaría a matar el tiempo hasta que Owen escenificara el intento de fuga y los demás se los llevaran, primero de vuelta a la comodidad de Savesbury House y más tarde a Londres para esconderlos en casa de Andrew. Me gustaría saber qué pensó Tarling cuando Kitty llegó al extremo de escupirle. Claro que uno no le da bofetadas a la jefa. Debieron de quedarse atónitos al darse cuenta de que tenían a mi mujer, y creo que lo sabían mucho antes de lo que imaginaba. No les hacía falta saber su nombre ni que nadie les dijera quién soy yo. Slesar lo supo en cuanto llegó con los otros dos miembros de la Brigada Regional y sin duda le faltó tiempo para avisar a Planeta Sagrado.

– Ha hecho un buen trabajo, Reg -alabó el jefe de policía.

– No he hecho un buen trabajo -replicó Wexford-. Podría haber salvado la vida de un hombre y no lo hice.

Dora dijo que debería haberlo sabido, que debería haberse dado cuenta de que los Struther fingían. A fin de cuentas, no eran actores profesionales, ¿verdad?

– Hoy en día todo el mundo es actor -replicó Wexford-. La gente lo aprende en la tele. Fíjate en las personas a las que entrevistan después de una catástrofe. No dan muestras de timidez, se comportan como si recitaran un guión aprendido de memoria o leyeran el texto de un chivato.

– ¿Por qué me soltaron, Reg?

– En un principio creí que porque habían descubierto quién eras a través de Gary y Quilla, pero no era cierto. Sabían quién eras porque Slesar lo sabía. Por cierto, llevaba guantes no porque le pasara algo en las manos, sino para hacerte creer que les pasaba algo. Y no fue porque creyeran que podías haber visto la campánula…

– No entiendo por qué no la podaron -lo interrumpió Dora.

– Probablemente porque Kitty Struther se lo prohibió. Recuerda que ella misma plantó las semillas de esa planta. Seguro que le encantaba. No podéis la ipomea bajo ningún concepto, debió de decirles, y con la jefa no se discute. No, te soltaron porque te habían puesto pistas falsas…

– ¿Que me habían qué?

– Eres mi mujer, así que cuando llegaras a casa, lo primero que haríamos sería interrogarte y someter tu ropa a pruebas forenses. Si hubieran soltado a Roxane o Ryan, ¿quién sabe lo que habría pasado con su ropa antes de que llegara a nuestras manos? Quizás habría aterrizado en la lavadora o habría pasado por el cuidadoso cepillo de mamá.

Se detuvo un momento, pensando en Clare Cox, que nunca volvería a ocuparse de la ropa de su hija. Exhaló un suspiro.

– Sabían que eso no pasaría con tu ropa. Sabían lo que ocurriría, que yo metería tu ropa en una bolsa estéril en cuanto te la quitaras. Te habían llenado la falda de pistas falsas, limaduras de hierro, pelos de gato, que Slesar obtuvo de la colección de pelajes de animales domésticos de su madre. También se aseguraron de que salieras de allí con la imagen de un tatuaje en el brazo de un hombre y un olor parecido al que provocan ciertas enfermedades renales. El tatuaje no era más que una calcomanía, y el olor se debía a que el hombre llevaba en el bolsillo un pañuelo empapado en quitaesmalte. La mayoría de estos detalles fueron idea de Slesar, y en parte, espero no estar siendo demasiado paranoico, creo que se estaba vengando de mí por haberle humillado en público.

– ¿Hiciste eso?

– Digamos que él lo creía.

Dora meneó la cabeza con aire pensativo.

– Reg, conoces la identidad de todos menos del Conductor. Aún no sabes quién es el Conductor.

– Sí lo sé. Mañana lo detendremos, y esos pobres Tarling tal vez se convertirán en los únicos padres de Gran Bretaña con tres hijos en la cárcel cumpliendo cadena perpetua. El Conductor es Colum, el hermano de Conrad.

– Pero ¿no va en silla de ruedas?

– Cualquiera puede ir en silla de ruedas. Dora. Como dijo su padre, gran parte del problema residía en su «pobre mente». Dijiste que caminaba de un modo extraño, como rígido, pero no prestamos atención a ese detalle.

– Así pues, ¿todo ha terminado?

– Sí. Todo ha sido en vano. Una joven con toda la vida por delante ha muerto, al igual que un joven descarriado. Un niño incapaz de distinguir la verdad de la fantasía representará durante años un problema para toda clase de psiquiatras y asistentes sociales. Seis personas acabarán entre rejas. Y la carretera de circunvalación se construirá a fin de cuentas.

– No si podemos evitarlo -replicó Dora-. Esta noche hay una reunión de KCCCV para preparar la manifestación del sábado. Lo único que nos ha enseñado toda esta historia es que el valle del Brede y Savesbury Hill merecen que luchemos por ellos. Veinte mil personas vendrán a Kingsmarkham este fin de semana.

Wexford suspiró y asintió con un gesto. Con toda probabilidad, no era la primera vez que el encargado de investigar un secuestro estaba totalmente de acuerdo con las reivindicaciones de los secuestradores pese a detestar sus métodos. En cualquier caso, poco importaba. Sonrió a su mujer.

– Ah, Reg, y después me gustaría ir a pasar unos días con Sheila y el bebé…, si me llevas a la estación -añadió ella con una media sonrisa.