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Capítulo 72

Malling House, la central de la Policía de Sussex, a quince minutos en coche del despacho de Grace, era un batiburrillo de edificios, situados a las afueras de Lewes, la capital del condado de East Sussex, desde donde se manejaban la administración y gestión claves de los cinco mil agentes y empleados que pertenecían al cuerpo.

Dos edificios dominaban. Uno, de tres plantas, cristal futurista y estructura de ladrillo, albergaba el centro de control, la oficina de registro e investigación de crímenes, el centro de coordinación de llamadas y el centro de mando del cuerpo, así como la mayoría del hardware informático de la policía. El otro era una imponente mansión estilo reina Ana de ladrillo rojo, en su día una casa solariega y ahora un edificio de interés histórico nacional, conservado en un estado magnifico, que había dado su nombre a la central de policía. Se erigía con orgullo a pesar de estar junto a una expansión maltrecha de aparcamientos, viviendas prefabricadas de una sola planta, estructuras modernas de poca altura y un edificio oscuro sin ventanas, con una chimenea alta que a Grace siempre le recordaba a una fabrica textil de Yorkshire. Dentro se encontraban los despachos del director, del director adjunto y de los subdirectores, uno de los cuales era Alison Vosper, junto con su personal de apoyo, además de diversos agentes de alto rango que trabajaban temporal o permanentemente fuera de aquí.

El despacho de Vosper estaba en la planta baja, en la parte delantera del edificio. Por una ventana grande de guillotina se veía un sendero de gravilla y un césped circular detrás. Mientras Grace se acercaba a la mesa, vislumbró un tordo en la hierba, bañándose debajo del chorro de un aspersor.

Todas las salas de recepción contenían muebles espléndidos, estuco magnífico y techos impresionantes, que habían sido restaurados cuidadosamente después de que unos años atrás un incendio destruyera el edificio casi por completo. Originariamente, la casa había sido construida para proporcionar una vida refinada y recalcar a los visitantes la riqueza de su propietario.

Debía de ser agradable trabajar en una sala como ésta, pensó, en este oasis de calma, lejos de los espacios estrechos y asquerosos de Sussex House. A veces pensaba que podría disfrutar de la responsabilidad, y el subidón de poder que la acompañaba, pero luego se preguntaba si podría soportar el politiqueo. En especial esa maldita corrección política insidiosa que obligaba a doblegarse ante mucho más que los rangos. Sin embargo, en estos momentos no pensaba tanto en un ascenso como en evitar que lo degradaran.

Hacía ya algunos años, debido a sus cambios de humor, una persona ocurrente había apodado a Alison Vosper «Número 27», por un plato agridulce del menú de un restaurante de comida china para llevar, y el mote había cuajado. La subdirectora podía ser tu nueva mejor amiga hoy y tu peor enemiga mañana. A Grace le pareció que desde hacía mucho tiempo él sólo era lo último. Aguardaba delante de su mesa, habituado al hecho de que rara vez invitara a sus visitas a sentarse, para acortar las reuniones e ir al grano.

Así que le sorprendió, y le provocó una sensación bastante desagradable en la boca del estómago que, sin levantar la vista de un documento encuadernado con cinta verde, le indicara con la mano uno de los dos sillones rectos junto a la gran extensión de su mesa brillante de palisandro.

De unos cuarenta y pocos años, rubia con el pelo corto y un corte severo que envolvía un rostro duro pero no carente de atractivo, vestía de manera formal, con una blusa blanca perfectamente planchada abotonada hasta el cuello, a pesar del calor, y un traje chaqueta entallado azul marino, con un pequeño broche de strass en la solapa.

Como siempre, los periódicos nacionales de la mañana estaban desplegados sobre su mesa. Grace podía oler su perfume habitual, ligeramente ácido; estaba matizado con el aroma mucho más dulce de la hierba recién cortada que entraba flotando con una agradable brisa por la ventana abierta.

No podía evitarlo. Cada vez que entraba en este despacho su confianza se evaporaba, como solía pasarle cuando, de niño, lo llamaban al despacho del director. Y el hecho de que ella siguiera ignorándole, lo puso más nervioso a cada segundo que pasaba. Escuchó el silbido del aspersor fuera. Luego, dos tonos de un móvil, apenas perceptibles, en otra sala.

Munich iba a ser el primer punto del ataque de Alison Vosper, y Grace tenía preparada su defensa -aunque había que reconocer que era algo débil-. Pero cuando por fin la subdirectora lo miró, si bien no resplandecía de alegría, sí le ofreció una sonrisa cordial.

– Discúlpame, Roy -dijo-. Estaba leyendo unas malditas normas de la Unión Europea sobre el trato que deben recibir los solicitantes de asilo que delinquen. No quería perder el hilo. ¡Menuda chorrada! -prosiguió-. Es increíble la cantidad de dinero de los contribuyentes, tuyo y mío, que se gasta en cosas así.

– ¡Y tanto! -dijo Grace, que tal vez mostró su conformidad con demasiada seriedad, esperando con cautela a que la expresión de Vosper cambiara y utilizara el arma que tuviera preparada contra él.

La subdirectora levantó el puño en el aire.

– No creerías cuánto tiempo pierdo leyendo cosas como ésta, cuando tendría que desempeñar mi trabajo, que consiste en ayudar a supervisar Sussex. Estoy empezando a odiar a la Unión Europea, de verdad. Aquí tengo una estadística interesante: ¿conoces el Discurso de Gettysburg?

– Sí, es más, seguramente puedo recitártelo entero. Me lo aprendí en el colegio para un trabajo.

Vosper apenas asimiló aquella información y extendió lentamente las manos sobre la mesa, como si quisiera sujetarse bien.

– Cuando Abraham Lincoln pronunció ese discurso, impulsó los principios más sacrosantos del mundo, libertad y democracia, que se consagraron en la constitución de Estados Unidos. -Hizo una pausa y bebió agua-. Ese discurso tenía menos de trescientas palabras. ¿Sabes cuántas palabras tiene la directiva europea sobre el tamaño de las coles?

– No.

– ¡Tiene 65.000!

Grace sonrió, sacudiendo la cabeza con incredulidad.

Ella le devolvió la sonrisa, más cálida de lo que Grace recordaba haber visto nunca. Se preguntó si habría tomado alguna clase de pastilla. Luego, cambiando de tema bruscamente, pero todavía de buen humor, preguntó:

– Bueno, ¿qué tal por Munich?

Cauteloso de repente, otra vez en guardia, Roy dijo:

– Bueno, en realidad, fue una especie de langosta noruega.

Ella frunció el ceño.

– ¿Perdón? ¿Has dicho «langosta noruega»?

– Es una expresión que utilizo cuando algo no es lo que esperabas.

Vosper ladeó la cabeza, todavía con el ceño fruncido.

– Estoy perdida.

– Hace un par de años fui al restaurante de un pub de Lancing. En el menú había un plato que se describía como «langosta noruega». La pedí, deseando comerme una buena langosta. Pero lo que en realidad me sirvieron fueron tres gambas pequeñas, del tamaño de mi meñique, más o menos.

– ¿Te quejaste?

– Sí, y entonces tuve que enfrentarme al Basil Fawlty particular de Sussex, que me sacó un manual de cocina antiguo donde se explicaba que estas gambas en concreto a veces recibían el nombre de «langostas noruegas».

– Parece que es un restaurante que más vale evitar.

– A menos que sientas la necesidad especial de llevarte una decepción.

– Totalmente. -La subdirectora volvió a sonreír, con menos calidez ahora, como si se diera cuenta de que ella y este hombre siempre estarían en planetas diferentes-. Entonces, imagino que no encontraste a tu mujer en Munich.

Preguntándose cómo sabía que su misión había sido ésa, Grace negó con la cabeza.

– ¿Cuánto tiempo hace ya?

– Un poco más de nueve años.

Pareció que Vosper iba a decir algo más, pero acabó llenándose el vaso.

– ¿Quieres agua? ¿Té? ¿Café?

– No, gracias. ¿Qué tal el fin de semana? -dijo, ansioso por dejar atrás el tema de Sandy y preguntándose todavía por qué Vosper lo había convocado.

– Estuve en una conferencia de subdirectores en Basingstoke sobre la mejora del rendimiento policial o, mejor dicho, las percepciones que tiene la ciudadanía del rendimiento policial. Una más de las operaciones de maquillaje de Tony Blair. Un montón de gurús del marketing parloteando sobre cómo emplear de manera eficaz nuestros resultados, crear estrategias y conducir el proceso. -Se encogió de hombros.

– ¿Cuál es el secreto? -preguntó Grace.

– Ir a lo fácil. -Le sonó el móvil. Miró la pantalla y rechazó la llamada con brusquedad-. En cualquier caso, ahora mismo los asesinatos siguen siendo nuestra prioridad. ¿Qué progresos hay? Y, por cierto, voy a asistir a la rueda de prensa de esta mañana.

– ¿Sí? -Grace se quedó agradablemente sorprendido, y aliviado por no tener que cargar con toda la responsabilidad.

Tenía la sensación de que con la noticia del segundo asesinato, la rueda de prensa, que estaba programada para las once, iba a ser complicada.

– ¿Puedes ponerme al tanto de lo que tenemos? -preguntó-. ¿Algún hueso que podamos lanzarles? ¿Algún sospechoso? ¿Y qué hay del cadáver encontrado ayer? ¿Dispones de suficiente personal en tu equipo, Roy? ¿Necesitas refuerzos?

Casi podía palparse el alivio que le producía que Vosper pareciera haber olvidado el tema de Munich. Con un breve resumen, puso al día a la subdirectora. Después de contarle que el Bentley de Brian Bishop había sido grabado por una cámara mientras se dirigía a Brighton el jueves a las 23.47 de la noche, ella levantó una mano, para frenarle.

– Tienes suficiente con eso, Roy.

– Hay dos personas que han proporcionado coartadas bastante sólidas para él. Hemos interrogado a su asesor financiero, con el que cenó, y el hombre recuerda la hora perfectamente, lo cual no nos ayuda. Si dice la verdad, Bishop no pudo pasar por delante de esa cámara a las 23.47. Y la segunda persona es el conserje de su piso de Londres, un tal señor Oliver Dowler, a quien también hemos interrogado y que confirma que se levantó temprano esa mañana y ayudó a Bishop a cargar su equipo de golf en el coche sobre las seis y media.

Vosper se quedó callada unos momentos, pensativa, absorbiendo la información. Luego dijo:

– Ése es el obstáculo que tenemos que superar.

Grace esbozó una sonrisa forzosa.

De repente, el teléfono de Vosper sonó. Levantando un dedo para disculparse, contestó.

Unos momentos después, sonó el móvil de Grace. Las palabras «número privado» en la pantalla indicaban que seguramente era del trabajo. Se levantó y se alejó de la mesa para contestar.

– Roy Grace.

Era el sargento Guy Batchelor.

– Creo que tenemos algo relevante, Roy. Acabo de recibir una llamada de una tal Sandra Taylor, una analista de la Unidad de Inteligencia que ha sido asignada a este caso. ¿Sabías que Brian Bishop tiene antecedentes?