172104.fb2 Con el agua al cuello - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

Con el agua al cuello - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

8

Estamos sentados en torno a la mesa rectangular donde Guikas celebra sus reuniones, que él preside, como siempre. Stazakos, el jefe de la Antiterrorista, está a su derecha, y yo, a la derecha de éste. Frente a nosotros están los dos hijos de Zisimópulos: Ioannis, que ahora se llama John, y Nikólaos, que ahora se llama Nick, ya que ambos residen en Londres.

La escena se parece más a una reunión para hablar de sueldos y pensiones, o para modificar las prestaciones sociales, que a un interrogatorio. Y se diría que los hijos de Zisimópulos tienen la misma sensación.

– Os lo están recortando todo, ¿no es cierto? -dice John-. Sueldos, pensiones, hachazos por todas partes. Sólo os han dejado la alimentación, aunque no tendréis más remedio que recortarla vosotros mismos.

– Se acabó la época de las vacas gordas -añade Nick-. Aunque, bien mirado, nunca estuvieron realmente gordas: las hinchabais a golpe de préstamos.

– Ahora hay que despertar -vuelve a arremeter John-. Sólo que, en lugar de poneros el despertador, os despiertan a patadas.

Por esa manera de alternarse al hablar, da la impresión de que son gemelos, aunque, a primera vista, John parece mayor que Nick. Las características comunes, que harían pensar en unos gemelos, son los trajes negros a rayas grises que llevan ambos, sus cuerpos esbeltos y las corbatas negras en señal de luto. Aunque la guasa con la que se regodean en nuestras desgracias recuerda cualquier cosa menos el luto.

Nosotros tres aguantamos el chaparrón instalados en un incómodo silencio. Guikas los observa con indiferencia mientras yo recuerdo la antipatía que les tiene Kalaitzí, la secretaria de Zisimópulos, y le doy toda la razón. Sólo Stazakos abre la boca y, por una vez, no me pone de los nervios.

– Les hemos llamado porque estamos investigando el asesinato de su padre, no para analizar la situación económica en Grecia -dice con voz cortante bajo la mirada siempre inexpresiva de Guikas.

– Buscamos información o datos que puedan ayudarnos en nuestra investigación -añado yo.

Los hermanos Zisimópulos se miran como si acabaran de comprender por qué están aquí.

– No veíamos mucho a nuestro padre -dice Nick-. Él se hartó de viajar cuando dirigía el banco. Una vez jubilado, desplazarse de Koropí a Atenas se le hacía una montaña, e ir a Londres ni se lo planteaba. Únicamente lo veíamos cuando nosotros veníamos a Grecia en viaje de negocios y entonces sólo para tomar un café, ya que solíamos quedarnos un día, máximo dos.

– ¿Tampoco se veían en vacaciones? -pregunto, receloso.

John interviene en la conversación.

– Escuche, señor comisario. Nick y yo estamos casados con inglesas. Nuestros hijos crecen como ingleses en Inglaterra. Usted ya ha visto la casa en Koropí. No se puede encerrar a una familia inglesa en medio de la nada, lejos del mar. Cuando veníamos a Grecia de vacaciones, siempre íbamos a alguna isla. Si pasábamos por Atenas, dormíamos una noche en casa. Pero, por lo general, cogíamos vuelos directos de Londres a nuestro destino.

Guikas nos lanza una mirada de sorpresa, que podría significar: «¿Está hablando en serio?» o «¿Qué familia es ésta?».

– Según los datos de que disponemos, no podemos descartar que su padre haya sido víctima de un atentado terrorista -dice Stazakos.

Si lo ha soltado así, de golpe y porrazo, para ver su reacción, la jugada no le ha salido bien. Los dos hermanos se miran estupefactos.

– Señor Stazakos, los atentados terroristas son siempre a ciegas -dice Nick en tono didáctico-. Nunca he oído de un atentado terrorista que tuviera como objetivo a una persona concreta y, además, utilizando una espada. Cualquier policía del mundo le diría que los terroristas matan siempre con bombas.

– ¿Por qué no solicitan la ayuda de Scotland Yard? Ellos son expertos, podrán ayudarles -añade su hermano.

Por primera vez, Guikas rompe su silencio para dirigirse a Nick:

– Estamos permanentemente en contacto con Scotland Yard. En Grecia, sin embargo, los terroristas evitan los golpes a ciegas y apuntan contra personalidades concretas. Es nuestra experiencia con la organización 17 de Noviembre. Su padre fue asesinado en Grecia y tenemos que conducir la investigación basándonos en la realidad griega.

Los hermanos Zisimópulos quedan visiblemente perplejos. Se miran como si estuvieran perdidos. Es obvio que no habían relacionado la muerte de su padre con el terrorismo griego. No obstante, pronto recuperan la compostura.

– ¿Cree de veras que un grupo terrorista envió a uno de sus brazos ejecutores a casa de un jubilado para asesinarle? ¿Qué ganarían matando a un banquero retirado? Si hubiera estado en activo, lo entendería, sobre todo ahora que culpan a los bancos de todo -dice uno de ellos.

– Además, de momento no ha reivindicado el atentado ninguna organización -dice el otro.

– A veces tardan días en reivindicar los atentados, e incluso en ocasiones nadie confiesa su autoría -explica Stazakos-. Entretanto, nosotros tenemos el deber de investigar.

De pronto, Nick se dirige a Stazakos en tono triunfal:

– Investiguen, de acuerdo, pero ¿por qué no investigan también las cuentas de los inmigrantes musulmanes en el Banco Central?

Los tres lo miramos desconcertados aunque, por lo visto, su hermano le ha entendido muy bien y sonríe satisfecho.

– ¿Qué quiere decir? -pregunta Guikas con cierta reserva.

– Se lo explico -responde Nick-. Muchos inmigrantes que han conseguido tener un negocio propio abren, como cualquier otro profesional, cuentas bancarias en sus países de adopción. Sin duda, algunos tendrán cuentas en el Banco Central. No podemos descartar que alguno de ellos tuviera problemas con mi padre por culpa de alguna transacción y, considerando que mi padre le perjudicó, hubiera decidido vengarse de él. Yo, en su lugar, investigaría las transacciones de los inmigrantes con el Banco Central cuando lo dirigía mi padre.

Nos miramos y me da rabia que no se me hubiera ocurrido antes, pero Stazakos se me adelanta con su conocida táctica de hablar a bulto.

– ¿Qué opinan del sirviente de su padre, el tal Bill? -pregunta a los Zisimópulos Brothers-. ¿Por qué pensar que su muerte es la venganza de alguien que había tenido tratos con el banco y no de Bill, por alguna discusión que pudieron tener?

Opto por no entrar en la conversación, ya que en mi mente empiezan a perfilarse otras posibilidades. Los hermanos intercambian miradas y se echan a reír. La atmósfera entre ellos es cualquier cosa menos luctuosa.

– ¿Bill? ¿Cree que pudo matarlo Bill? -pregunta John y nos traspasa a todos con la mirada.

– ¿Por qué? ¿Porque es sudafricano y sabe manejar la espada? -Nick concluye el razonamiento de su hermano.

Guikas y yo callamos y dejamos que Stazakos se espabile sólito: no haber hablado por hablar. Y Stazakos prosigue impávido:

– Exacto. Es sudafricano, negro, pero también medio inglés, y no podemos descartar que pertenezca a una organización terrorista.

John hace un verdadero esfuerzo por mantener la calma.

– Señor Stazakos, la familia de mi esposa conoce a Bill desde hace muchísimos años. El hermano mayor de Bill sigue estando al frente del personal de servicio de su casa. Cuando nuestra madre murió, pensamos que Bill cuidaría mejor de papá que cualquier búlgara o rusa. Lo trajimos a Grecia porque confiamos plenamente en él. -Termina de hablar y se pone de pie, seguido de su hermano-. Creo que ya les hemos contado todo lo que sabemos -dice a Guikas-. Si tienen más preguntas, ya saben cómo localizarnos.

Stazakos y yo miramos a Guikas desconcertados. Él se levanta y nosotros le imitamos.

– ¿Cuándo podremos recoger los restos mortales? -pregunta Nick.

– Hoy mismo, si quieren. Nosotros ya hemos terminado -responde Guikas.

Los dos hermanos se despiden de Guikas y de Stazakos estrechándoles la mano. Cuando me llega el turno, me ofrezco a acompañarles con solicitud casi servil.

Guikas y Stazakos se sorprenden pero no pueden objetar nada. Los tres salimos del despacho, los hermanos delante y yo detrás.

– ¿Les importaría pasar por mi despacho un momento? -pregunto mientras esperamos que llegue el ascensor.

Me miran sorprendidos.

– ¿Por qué? ¿Aún no hemos terminado? -dice John.

– Yo no pertenezco a la Brigada Antiterrorista, sino a la de Homicidios. Creo que su padre murió a manos de un asesino común, no de un terrorista.

– ¡Pues claro que mi padre no fue víctima de un atentado! ¡Eso son estupideces! -afirma Nick con total convicción.

– Por eso mismo quisiera hacerles unas preguntas que no tienen nada que ver con el terrorismo.

No contestan, salen conmigo del ascensor en la tercera planta y me siguen a mi despacho. No tengo mesa de reuniones ni sillones confortables, de manera que tienen que conformarse con las dos sillas metálicas que hay delante de mi escritorio.

– Les seré sincero -empiezo-. Por las pesquisas que he realizado hasta el momento, deduzco que su padre era un hombre difícil que no inspiraba simpatía.

Nick suelta una risita amarga, pero John contesta con gran seriedad:

– Nuestro padre no sólo era difícil: era insoportable, señor comisario. Nos mortificó a todos, a nuestra madre, a nosotros y a todos aquellos con los que trabajaba. Sólo le satisfacían sus propias obras. Para él, los demás éramos unos inútiles. Cuando nos envió a estudiar a Inglaterra, Nick y yo supimos que nunca volveríamos a casa.

– Mientras vivía mamá, veníamos a menudo a visitarla -añade Nick-. Después de su muerte, la relación con mi padre se volvió más formal y distante.

– ¿Por qué no lo han mencionado antes?

– Porque no nos lo han preguntado -responde Nick-. Estaban obsesionados con el terrorismo y el pobre Bill.

– Sería una ironía del destino que el hombre que aterrorizaba a todo el mundo hubiera muerto a manos de un terrorista, pero no es probable -dice John y se pone de pie-. Para mí, el móvil más probable es la venganza. Busque entre aquellos a los que mi padre les amargó la vida, a los que perjudicó e injurió, señor comisario. Por desgracia, nosotros vivimos en Inglaterra y no sabemos quiénes son, pero sin duda son muchos.

Sus palabras confirman el testimonio de la secretaria de Zisimópulos y explican por qué los hijos no muestran el menor desconsuelo por la muerte de su padre. Apenas he cerrado la puerta tras ellos cuando suena mi móvil. Es Fanis.

– ¿Vas a trabajar hasta tarde? -pregunta.

– Creo que no.

– ¿Qué te parece si nos acercamos a la casa de Jaris Tsolakis? Le gustaría contarte algunas cosas relacionadas con tu investigación.

– Pues vamos.

Cuelgo el teléfono preguntándome qué puede querer contarme Tsolakis. Por el otro lado, no he avanzado ni un solo paso. No tengo datos, ni móvil, ni un círculo de sospechosos en el que investigar. Cualquier ayuda es bienvenida.