172104.fb2 Con el agua al cuello - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 20

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18

En casa me esperan dos agradables sorpresas. Adrianí está viendo la televisión y la persiana de la sala está levantada. Son claros indicios de una vuelta a la normalidad, pero prefiero no hacer comentarios; Fanis me aconsejó que no llamara la atención sobre el tema y lo dejara pasar.

Es Adrianí quien siente la necesidad de dar explicaciones.

– He decidido subir la persiana. Como es de noche…

– ¿Qué tal te encuentras? -pregunto y me siento a su lado en el sofá.

– Esperemos a ver cómo estaré por la mañana.

Concluye con un gran suspiro que confirma la teoría de Katerina: para Adrianí, la mejor terapia es sufrir en silencio.

En la tele vuelven a retransmitir la rueda de prensa del director general de la policía. A mí no me gusta ver la misma película dos veces, y menos en un mismo día, pero no me levanto para no dejar sola a Adrianí. Mi buena acción se ve recompensada, pues descubro dos elementos nuevos muy interesantes. El primero es una conversación del corresponsal con la presentadora.

– Ha mencionado reiteradamente las pruebas incriminatorias, pero no ha dicho en qué consisten dichas pruebas -dice el corresponsal-. No negarás, Ana, que esto deja algunos interrogantes sin respuesta.

– Sin duda se debe a que la investigación sigue abierta -replica la presentadora.

– De acuerdo, pero, más allá de esto, el director general de la policía se ha mostrado reservado e impreciso. A diferencia del señor Stazakos, el jefe de la Brigada Antiterrorista.

– ¿Podrías decirnos en qué ha sido más preciso el señor Stazakos? -inquiere la presentadora.

– En primer lugar, no ha dejado dudas sobre la contundencia de las pruebas. Y, en segundo lugar, ha hablado de la firma del asesino, la D latina.

Me imagino el disgusto del director general cuando oiga el comentario del corresponsal, y me alegro de no encontrarme en la piel de Stazakos. La segunda sorpresa es la declaración del ministro del Interior. No aparece en pantalla, pues establecen con él comunicación telefónica, y se muestra aún más vago que el director general.

– Todos deseábamos que el asesino fuera detenido -dice a la presentadora-. Pero no nos precipitemos en sacar conclusiones. La instrucción aún no ha terminado y no sabemos qué nuevos datos podrían surgir. Nada más lejos de nuestro propósito que crear expectativas que mañana deban ser desmentidas.

– ¿Qué opinas tú, Renos? -pregunta la presentadora al comentarista de las noticias.

– Es evidente que la policía dispone de pruebas, pero no parecen suficientes para acusar de asesinato a Bill Okamba. Por lo tanto, creo que el ministro y la policía hacen bien en mostrarse reservados. Aunque eso conlleva sus riesgos.

– ¿Qué riesgos? -pregunta la presentadora.

– Que se genere una corriente de simpatía hacia el culpable. No olvidemos que en estos momentos, por culpa de la crisis, los bancos y los banqueros no son muy populares.

– Tiene razón -comenta Adrianí-. Pronto tendréis que sacar las fuerzas antidisturbios para dispersar a los manifestantes que apoyan al detenido.

No contesto, pero celebro en silencio la primera pulla de Adrianí en muchos días.

Las declaraciones y los comentarios de los periodistas son el aperitivo. El plato fuerte del noticiario es la crisis económica y las interminables conversaciones con representantes de los partidos y de los sindicatos y con varios expertos en el tema. Pero, a fuerza de repetir noche tras noche, el plato fuerte va convirtiéndose en rancho de cuartel. La cena que nos ofrecen hoy, sin embargo, no es plato fuerte ni rancho. Es un auténtico manjar.

– Y ahora, señores telespectadores, tendrán la oportunidad de asistir a una reveladora entrevista con el señor Henrik de Moor. El señor De Moor es uno de los altos cargos de la agencia de calificación Wallace and Cheney y se encuentra en nuestro país para reunir datos acerca de la evolución de la economía griega. Me gustaría recordar que la agencia Wallace and Cheney fue de las primeras en describir los bonos griegos como «basura», es decir, papel mojado.

En la siguiente imagen aparecen el comentarista y la presentadora y, sentado frente a ellos, un hombre de cuarenta y cinco años, con pelo y perilla negros. Lleva un sencillo traje gris que le viene un poco holgado, al menos a juzgar por lo que se ve: la chaqueta, la camisa azul marino y la corbata a rayas.

– Señor De Moor, su agencia fue de las primeras en declarar que los bonos griegos eran «basura» -empieza la presentadora-. Esta noche tenemos la oportunidad de oír una explicación de primera mano.

De Moor la mira con una simpática sonrisa.

– En primer lugar, a diferencia de lo que se dice actualmente en todo el mundo, tomar dinero prestado no es malo, señora Berketi. -El hombre habla en inglés y yo tengo que leer los subtítulos para enterarme de lo que dice-. El que recibe un préstamo puede financiar su empresa, su negocio o su país con el dinero de otros. Y los que prestan el dinero obtienen un beneficio por ello. Es una transacción saludable. El problema surge cuando el que ha tomado dinero prestado no puede devolverlo. Grecia se encuentra actualmente en esta situación y es aquí donde intervenimos nosotros. Advertimos a los inversores: «Cuidado, si prestan dinero a este empresario o a este país, el riesgo de no recuperar su inversión es demasiado grande». Es lo que decimos de Grecia. Si los inversores compran bonos griegos, el riesgo de que Grecia no sea capaz de hacer frente a sus deudas es considerable, según los datos de los que disponemos.

– Grecia, sin embargo, tras las presiones del Fondo Monetario Internacional y de la Unión Europea, ha tomado ya medidas muy duras -interviene el comentarista-, medidas dolorosas para la sociedad del bienestar griega.

De Moor le dirige una mirada irónica.

– ¿La sociedad del bienestar? -repite entre risas-. ¿Qué sociedad del bienestar? Europa descubrió la sociedad del bienestar después de la segunda guerra mundial bajo la influencia de los países comunistas. Estos hablaban continuamente de esa sociedad y Europa occidental adoptó la idea para contener el avance del comunismo. Las sociedades del bienestar se vinieron abajo en 1989, señor Galanópulos, y créame, no se ha perdido nada. -Prosigue con gravedad-: Las sociedades del bienestar no existen, señor Galanópulos. Sólo existen los grupos de presión. Empresarios que luchan para defender sus intereses, trabajadores que luchan por los suyos a través de los sindicatos y de otras organizaciones… Sólo existen grupos que defienden sus intereses. La sociedad a la que usted alude es un invento.

– Esto no cambia en nada el hecho de que los más débiles carguen con el peso de las medidas.

– Disculpe, pero a mí me parece lógico que los que más invierten, los que crean empresas y los que generan puestos de trabajo obtengan mayores beneficios y privilegios. Nos guste o no, son los poderosos los que impulsan a la sociedad y los débiles les siguen. Si faltase el impulso, los débiles serían los primeros en hundirse. Y, de acuerdo, es justo que los que ganen más dinero paguen más impuestos. Pero ustedes no tienen mecanismos para recaudar impuestos. Por un lado, quieren que los que más producen y ganan inviertan sus ganancias en beneficio de los pobres, cosa que es injusta. Por el otro, no son capaces de cobrarles impuestos a los más ricos, que sí sería justo. Para concluir diré que uno de los factores que provocaron el desmoronamiento de su país es su incapacidad para asentar sobre unas bases sólidas las relaciones entre los distintos grupos sociales.

– Nos hundiremos sin remedio -comenta Adrianí.

– ¿Por qué? -le digo.

– Nosotros nos pasamos el día haciendo preguntas y él ya tiene una respuesta para todo. Cuando tú te haces preguntas y el otro ya tiene las respuestas, no hay escapatoria: te hundes.

– Pasemos a otro tema -dice Berketi, la presentadora-. ¿Cómo ve ahora a Grecia, una vez adoptadas las medidas de ajuste?

– Para serle sincero, dudaba mucho de que su gobierno se atreviera a tomar medidas tan duras. Pero lo hizo y está en el buen camino.

– ¿Cree que nos salvaremos? -interviene el comentarista.

De Moor sonríe de nuevo.

– No es fácil contestar a esto. Verá, Grecia es como una piedra que cae en el agua: mientras se hunde genera ondas. La primera onda abarca a los países del sur de Europa. Si éstos no se hunden también, Grecia tendrá más probabilidades de salvarse. La segunda onda, más amplia que la primera, abarca a Europa entera, que tiene una moneda común pero carece de una política económica general y se rige por políticas nacionales diferentes y contradictorias. Por eso le he dicho, señor Galanópulos, que la sociedad a la que usted alude no existe. Si existiera, sería la Unión Europea. Sin embargo, en Europa, como en Grecia, sólo existen grupos e intereses en conflicto, aunque utilicen la misma moneda. En consecuencia, corren el riesgo de cobrar todos en la misma moneda: la bancarrota.

– «A otros salvó, a sí mismo no se puede salvar.» [6] -Adrianí acaba de soltar una de sus insuperables sentencias, lo cual me confirma que, definitivamente, se ha recuperado.

La entrevista concluye con sonrisas y agradecimientos por parte de la presentadora y del comentarista. Me dispongo a irme a dormir cuando suena el móvil y reconozco en la pantalla el número de Zisis.

– ¿Cómo es que llamas tan tarde? -pregunto, preocupado. Suele telefonearme al despacho por la mañana o a primera hora de la tarde.

– Quería preguntarte cuándo podré conocer al que mató a los dos banqueros.

No sé si me toma el pelo o si es que se ha vuelto tarumba, por lo que le pregunto con cautela:

– ¿Para qué quieres conocerlo?

– Para estamparle un par de besos.

– Todavía no sabemos si fue él.

– Vale, esperaré a que se cargue también al que acaba de salir por televisión y le besaré por los tres asesinatos juntos.

– ¿Por qué crees que va a matarle?

– Porque, con las cosas que dice, es para matarle.

– ¿Qué te pasa, Lambros? -Empiezo a inquietarme: ahora que por fin se ha solucionado el problema de Adrianí, quizá tenga que vérmelas con Zisis.

– Me han quitado los suplementos y las pagas extra de mi pensión de excombatiente, el quince por ciento en total. Si cobraba cuatrocientos cincuenta euros al mes, ahora se ha quedado en trescientos ochenta y tres. Sabes que los alemanes se quejan de nuestros pensionistas que se jubilaron a los cuarenta y cinco, ¿no? Pues si al menos fuera yo uno de ésos… Pero no, yo empecé a cobrar mi pensión de excombatiente a los cincuenta y cinco. Hasta entonces vivía en la clandestinidad o en el exilio o me molían a palos en los calabozos de la Junta, donde nos conocimos… -Calla por un momento-. Pero no es por el dinero -se excusa-; puedo vivir hasta con doscientos euros. Es por la injusticia. Como si te dijeran: «Bueno, tampoco combatiste tanto; con trescientos ochenta y tres euros al mes vas que ardes».

Cuelga el teléfono antes de que pueda decirle que también a mí me han recortado las pagas y los suplementos, y que cuando me jubile cobraré una pensión reducida.

Me acuerdo de cuando cayó la Junta. Nos sacaban a la calle a cada aniversario de los sucesos de la Politécnica y los manifestantes nos plantaban cara y nos gritaban: «¡El pueblo, unido, jamás será vencido!». Y, mira por dónde, treinta y cinco años después, el comunista y el madero tienen que nadar unidos en la misma mierda.


  1. <a l:href="#_ftnref6">[6]</a> Marcos 15, 31. (N. de la T.)