172104.fb2
«Préstamo, m. 1. Dinero o valor que se toma para su futura devolución con intereses. / 2. Crédito indigno y amargoso. Tomar en préstamo – contraer una deuda – acostarse sin deuda y amanecer con ella – préstamo interno – préstamo externo (el que contraen los estados dentro o fuera de sus fronteras nacionales). / 3. Préstamo en lotería (el que otorga el derecho de participación en un sorteo). - Préstamo forzoso (contratación de deuda interior impuesta por el Estado). / 4. Acepción legal moderna: convenio heterónomo según el cual se traspasa la titularidad de bienes reemplazables bajo condición de entrega de bienes de valor y cantidad equivalentes.»
Leo la voz por segunda vez y me doy cuenta de que el delincuente que quiere vengarse de los bancos y el Estado griego corresponden a la segunda acepción. Tanto él como Grecia se acostaron sin deuda y amanecieron con ella, y corren, por lo tanto, la misma suerte.
El delincuente, que considera que contrajo con el banco «un crédito indigno y amargoso», ahora tiene sed de venganza. Pero este sentimiento lo comparte toda Grecia: ha contraído un «crédito indigno y amargoso» con el FMI y la Unión Europea. Por eso ahora nos recortan los sueldos y los incentivos y desbaratan nuestro sistema sanitario. El delincuente y el país entero están con el agua al cuello. Por otra parte, el préstamo fue forzoso también para ambos, no en el sentido del diccionario de Dimitrakos sino porque, sencillamente, no tenían más remedio que recurrir a él.
«expropiación, m. 1. Confiscación, retención, requisa. / 2. Apropiación. / 3. Acepción legal moderna: privación por medios judiciales del derecho de disposición de bienes de parte del titular para la satisfacción directa o indirecta de su acreedor. Expropiación forzosa – expropiación conservadora – expropiación a terceros.»
El delincuente entra de lleno en la tercera acepción, mientras que la primera queda descartada. Su expropiación no tuvo ningún efecto de retención. Por el contrario, resultó en su desmadre y posterior empapelado de Atenas.
Éstos son los pensamientos que me taladran el cerebro desde las cinco de la mañana, cuando de repente me he despertado y me he dado cuenta de que ya no tenía sueño. Entonces he cogido el Dimitrakos y me he trasladado a la sala de estar. Allí me he encontrado a Adrianí, que suele levantarse a eso de las siete.
– ¿Qué te pasa? -se inquieta, porque tiene la mala costumbre de alarmarse ante la menor alteración de nuestras rutinas.
– Nada. Que me he desvelado.
– No será por Katerina, ¿no?
– ¿Estás loca? Tú has hecho lo que tenías que hacer. Y no te preocupes, que si Fanis se enfada, ya hablaré yo con él.
Adrianí, cariñosa, pone una mano en mi hombro.
– Sabía que lo entenderías.
– Sí, pero la próxima vez avísame, para que esté preparado.
– Tienes razón, te avisaré -asegura, pero miente, sé que no me dirá nada.
Llego a Jefatura y bajo a la cantina para comprar mi desayuno de todos los días: un café y un cruasán. La señora Dímitra, que sirve en la barra, grita a un joven policía que ocupa una mesa con otros colegas:
– Bendita sea su boca. Por fin alguien se ha atrevido a decir que no estamos obligados a pagar a los ladrones.
– ¿De quién habla, señora Dímitra? -pregunto.
– Del que pegó los carteles. El hombre tiene razón. Nos han desplumado, ¿y aún les hemos de pagar más? -Calla y nos mira a todos-. Qué pena me dais, pobrecitos -añade.
– ¿Por qué? -pregunta Lazaridis, que está a mi lado.
– Porque estáis obligados a detener a los que benefician a la sociedad.
Cojo mi desayuno y me alejo de la barra mientras, detrás de mí, oigo a Lazaridis:
– Toda Grecia piensa lo mismo.
– ¿Qué piensa?
– Que el banco que te concede el préstamo es como la Iglesia, y el director, como el obispo. Porque te exigen el pago de las letras, el banco se convierte en un tiburón, y el director, en sus dientes. -Me mira riéndose-. Siempre tenemos las de perder -concluye.
En mi despacho, después de comerme el cruasán, estoy disfrutando del café cuando entra Kula con un sobre.
– Acaba de traerlo un mensajero, señor Jaritos.
Lo remite la Asociación Griega de Banca. El sobre contiene dos documentos. El primero es una lista de apenas página y media, dividida en cuatro columnas: nombres y apellidos, nombre del banco, fecha del despido y causa del despido.
El segundo documento tiene muchas páginas y es la relación de las expropiaciones realizadas por los bancos a lo largo de los tres últimos años. Observo que la lista de despidos también cubre el último trienio. Ésta será fácil de repasar. La cuestión es qué hacer con el listado de las expropiaciones. Nos llevará días revisarlo y no tendría sentido pasarlo a las chicas del departamento de análisis de datos: ¿qué van a buscar, si ni siquiera yo lo sé?
De repente se me ocurre la solución y telefoneo a Kula.
– ¿Tienes tiempo para hacer un trabajo para mí?
– Con mucho gusto, señor Jaritos, pero sabe que no depende de mí.
Cuelgo el teléfono y llamo a Guikas.
– Si Kula está disponible, necesitaría encargarle un trabajo.
Sigue un breve silencio.
– ¿Para qué la quieres? -me pregunta.
– Para que busque en Internet las empresas que desaparecieron después de haber sido expropiadas por los bancos.
– ¿Por qué no se lo encargas a las analistas?
– En primer lugar, porque perderemos mucho tiempo. Las chicas tienen otros trabajos que hacer y reciben presiones, porque cada uno dice que lo suyo es prioritario. En segundo lugar, porque no sabrían qué buscar. Kula tiene buen olfato y terminará antes.
– De acuerdo, pero no te prometo exclusividad. Si yo la necesito, tendrá que interrumpir la búsqueda.
– Muchas gracias, con eso me basta.
Cojo el listado de expropiaciones y subo al despacho de Kula. Guikas ya ha hablado con ella y me está esperando.
– Kula, necesito que repases esta lista. Empieza con las pequeñas y medianas empresas. Las sociedades limitadas y las anónimas déjalas para después; las revisaremos si las primeras no dan resultado.
– ¿Qué debo buscar, exactamente?
– Las direcciones actuales de los empresarios y si han creado nuevas empresas o se arruinaron definitivamente. Aquí hay que dar prioridad a los que se arruinaron.
– Entendido, señor Jaritos. Le informaré cada vez que descubra algo.
Sigo el consejo de Nestoridis, no sólo porque tiene sentido, sino también porque es mucho más fácil localizar a individuos aislados que a grupos de accionistas.
Vuelvo a mi despacho y me ocupo del listado de ejecutivos y empleados de banca que han sido despedidos. No tardo en repasar los dieciséis nombres de la lista. Todos cometieron irregularidades. Unos recibieron sobornos para la concesión de préstamos, otros amañaron subastas, e incluso alguno orquestó toda una operación fraudulenta con cuentas de ahorro. Confieso que no me aclaro, pero si se lo encargo a Kula, se oirán desde aquí los gritos de Guikas.
Llamo a Vlasópulos y le entrego el listado para que haga una primera investigación. Creo que los despidos nos conducirán antes a buen puerto.
– ¿Por dónde empiezo? -me pregunta.
– Y yo qué sé. Hazlo a cara o cruz.
Me mira indeciso.
– ¿Qué miras? Todos son malversadores. ¿Por qué íbamos a sospechar más de un malversador que de otro? Empieza por el principio y sigue hasta el final.
Antes de que Vlasópulos pueda replicar suena el teléfono.
– Le llamo del Centro de Operaciones, señor comisario. Tengo al teléfono a una mujer histérica que grita y se lamenta. Si la he entendido bien, es una mujer de la limpieza. Ha ido a limpiar y ha encontrado un cadáver. Pero no logro entender dónde ni quién ha muerto.
– Vale, mantenía en línea y bajo ahora mismo.
El ascensor no es lo más indicado cuando se tiene prisa, así que bajo los escalones de tres en tres. Entro en el Centro de Operaciones y el policía que atiende la llamada me hace señas. Cojo el auricular mientras pienso que, para tranquilizar a la mujer, antes debo serenarme yo.
– Escúchame con atención -le digo-. Me llamo Kostas Jaritos y soy comisario de policía. Trata de calmarte y cuéntame todo lo que has visto, para que pueda ayudarte.
– ¡Un cadáver! ¡He venido a limpiar y me he encontrado un cadáver!
– ¿Es el cadáver de un hombre o de una mujer?
– Creo que de un hombre.
– ¿Por qué lo crees? ¿No lo puedes ver bien?
– Lo veo, sí, ¡pero le falta la cabeza! -grita.
– Tranquilízate y dime dónde estás.
– En un bar de la calle Atanasia, en Pangrati.
– ¿Cómo se llama el bar?
– Meetings.
– ¿Y dónde está el cadáver?
– En el patio de atrás, donde guardamos los cascos vacíos.
– De acuerdo. No salgas al patio, quédate en el bar y cierra la puerta. Estaremos allí en diez minutos.
Llamo a Guikas para informarle.
– De momento, no avises a la Antiterrorista -me dice-. Ve tú primero al escenario del crimen y después ya decidiremos cómo proceder.
Ya está, pienso. Tenemos otro cadáver y a un sospechoso detenido sin pruebas suficientes. El ministro, el director general de la policía y Stazakos se tirarán de los pelos, sobre todo Stazakos. Esta vez no se libra de cargar con el mochuelo.
Me precipito hacia el despacho de mis ayudantes.
– Ha aparecido otro cadáver decapitado.
– ¿Dónde? -pregunta Dermitzakis.
– En un bar en Pangrati. Conseguid un coche patrulla y avisad a la comisaría de la zona.
Me miran estupefactos. Luego echan a correr.