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Falto de inspiración, decido visitar al tal Batís, el que está en la lista de despedidos y ahora tiene una agencia de viajes. Cuando te quedas ciego, intentas cualquier cosa a la desesperada para recuperar la vista. Mi primera reacción fue ir a hablar con Tsolakis, para que me contara qué había descubierto en el informe del Coordination and Investment Bank, pero tenía que hacerse unos análisis y me pidió que fuera a verle por la tarde.
Dejo a mis ayudantes lidiando con los listados y voy solo a ver a Batís. La agencia de viajes de Leónidas Batís se llama Endless Travels y está en la calle Nikis. Dejo el Seat en el aparcamiento de la calle Kriesotu, para evitar problemas, y me dirijo a Nikis andando. La agencia es pequeña y no se distingue en nada de las incontables agencias de viajes diseminadas por toda Atenas. En la parte delantera hay anuncios de distintas aerolíneas y ofertas de viajes, después hay dos escritorios de atención al cliente y, al fondo, un tercero donde se sienta un cincuentón calvo. Imagino que se trata de Batís, pero pregunto, por si acaso, y me lo confirman.
Me acerco a su escritorio y me presento. Batís me mira más con extrañeza que con inquietud y al final me invita a sentarme. Este hombre tiene un aire que reconforta. Da la impresión de afrontar con tranquilidad hasta los trances más difíciles.
– He venido para hacerle algunas preguntas.
No se sorprende, sino que ríe distendido.
– Lástima. Pensaba que estaba interesado en alguna de nuestras ofertas de viaje.
– No, no se trata de ningún viaje. Su nombre figura en una lista de empleados bancarios que fueron despedidos por fraude.
– Sí, ¿y qué? -pregunta sin perder el aplomo ni su actitud relajada.
– Me gustaría hablar un poco de las circunstancias de su despido.
Ahora Batís se ríe abiertamente.
– Las circunstancias de mi despido no le interesan en absoluto. Le interesa ese guerrillero antibancos, como le llaman los medios de comunicación, el que pega carteles y subleva a la gente. Algún listillo le metió a usted en la cabeza la idea de que los empleados resentidos han montado la campaña para vengarse de los bancos. ¿He acertado?
Hasta el momento, me gana en elocuencia y desenvoltura.
– Centrémonos en las razones de su despido -insisto.
– Como quiera. ¿Qué sabe sobre eso?
– En primer lugar, que le acusaron de aceptar sobornos.
– En primer lugar, no acepté ningún soborno sino un regalo, como se suele decir. Un buen cliente nuestro, un importante empresario, quería solicitar un préstamo cuantioso por vía expeditiva. Yo conseguí que lo aprobaran. A la semana siguiente me regaló un coche.
– ¿Qué coche?
– Un Toyota Yaris. -Batís me mira ahora con seriedad-. Infórmese si quiere, pero los servicios de este tipo suelen ser recompensados con un diez por ciento sobre el importe del préstamo. Cuando el cliente vino a mi despacho y me ofreció las llaves del coche envueltas como un regalo, mi primer impulso fue rechazarlas. Luego pensé que mi hijo acababa de pasar el examen de ingreso a la universidad y había entrado en la politécnica. ¿Por qué no regalarle un coche? La mayoría de sus amigos recibían regalos parecidos de sus padres, no quería que se sintiera inferior. Además, no tendría que coger dos autobuses para ir a la facultad. Eso fue todo. Perdí mi empleo por un Toyota Yaris.
– ¿Por qué cambió ese hombre de opinión y le denunció?
– Porque no le concedí un segundo favor que me pidió. Él pensaba que con su regalo había comprado un lacayo en el banco. El coche estaba a mi nombre, pero a él, con la factura del vehículo en mano, no le costó demostrar que yo había aceptado el regalo.
– ¿Está diciéndome que lo hizo para vengarse de usted?
Batís me mira como si le estuviera tomando el pelo.
– No, señor comisario, no lo hizo por venganza. A los grandes empresarios de ese calibre, la venganza no les sirve de nada. Lo hizo para atemorizar a mi sustituto, y lo consiguió. Desde entonces, quien me sustituyó le ha hecho todos los favores que le ha pedido, para curarse en salud. -Hace una pausa antes de añadir con toda naturalidad-: En cuanto a la pregunta que le preocupa, la de si soy el guerrillero antibancos, sepa simplemente que no soy la persona que están buscando. Jamás se me ha ocurrido vengarme de los bancos. Me pareció mucho más sencillo cortar toda relación con ellos. Sólo tengo una cuenta bancada a nombre de mi empresa, para que los clientes puedan depositar el dinero de los viajes que ofrezco. No guardo mi dinero en un banco, sino en la Caja Postal. Ni siquiera tengo tarjeta de crédito. Si pidiera un préstamo, podría ampliar mi negocio, pero no me hace falta. Así ya me va bien. Le será muy fácil corroborar lo que le digo.
– Lo haré, aunque antes prefería oírlo de usted mismo.
– Muy bien. Por otro lado, le diré que la única manera de pillar a ese guerrillero de los bancos es con las manos en la masa. No hay otra.
– ¿Por qué lo dice?
Batís sonríe.
– Mire, toda Grecia funciona a base de préstamos. Sean hipotecarios, al consumo, a las empresas o para ir de vacaciones, los préstamos son la palanca que mueve al mercado griego. Los bancos tienen como rehén a más de la mitad de la población griega. Ahora, con la crisis, las cosas han empeorado. A ningún rehén le gusta su condición. Al principio intenta liberarse pero, cuando ve que no le es posible, sólo le queda la venganza. La mitad de la población griega podría ser ese rehén que está vengándose. ¿No es como buscar una aguja en un pajar?
En efecto, no me parece fácil en absoluto, y Batís me está demostrando por qué todos mis esfuerzos son en vano. Y pillar al guerrillero con las manos en la masa tampoco es fácil. Hay sucursales bancadas en casi todas las esquinas del país, y ese hombre puede actuar en cualquier parte, no sólo en Atenas.
Batís me ve inmerso en mis pensamientos y dice, como si quisiera darme ánimos:
– Le queda una esperanza.
– ¿Cuál?
– Que el guerrillero se envalentone e intente violar la seguridad de los bancos, para entrar en su sistema informático y destruir los datos relativos a los préstamos. En este caso, se enfrentará a un hacker y le será más fácil localizar la fuente, es decir, el ordenador desde el que opera.
Seguramente, Kula estaría de acuerdo. Pero el tipo es listo y sabe cubrir sus pasos. No creo que se atreva a hackear a los bancos. Además, si realmente quisiera hacerlo, podría usar un ordenador fuera del territorio griego. Y entonces a ver quién le echa el guante.
Pienso en todo esto mientras me dirijo al aparcamiento de Kriesotu para recoger el Seat. Batís ha conseguido deprimirme. Por más que me devano los sesos, acabo encontrándome en un callejón sin salida, igual que nuestras investigaciones.
A esta hora de la tarde, en el recorrido hasta la casa de Tsolakis, el tráfico avanza como en fila india. La avenida Kifisiás es transitable, pero del desvío de Jalandri en adelante las cosas se ponen muy feas.
Ya anochece cuando llego a la casa de Tsolakis. Está sentado en la terraza, con el criado negro a su lado.
– Siento el retraso, pero me he encontrado en medio de un embotellamiento -me disculpo.
– No importa, sólo he tardado un poco más en tener compañía -responde él con una sonrisa-. Rashid, will you bring us something refreshing to drink, please? -dice a su criado.
Éste se retira en silencio para preparar los refrescos.
No hablamos hasta que Rashid vuelve con una jarra llena de zumo de naranja y un par de vasos. Nos sirve sin decir nada, como siempre. Tsolakis toma un sorbo, espera hasta que yo también bebo un poco y después rompe el silencio.
– Así que está impaciente por saber qué dice el informe del Coordination and Investment Bank, ¿eh? -dice con una sonrisa.
– Sólo si contiene datos que puedan interesarme.
– Eso no lo sé. Pero sí sé que el informe se muestra extremadamente favorable a Grecia.
– ¿O sea?
– El informe sostiene que, a este paso, los esfuerzos del gobierno griego, supervisados por el Fondo Monetario Internacional y la Unión Europea, darán buenos resultados y no será necesario que Grecia renegocie su deuda, es decir, se declare en quiebra.
– Espere un momento. Si es así, ¿por qué la agencia de calificación Wallace and Cheney habla de bonos basura, y por qué Henrik de Moor, su agente asesinado, se mostró en una entrevista televisiva tan escéptico no sólo con respecto a Grecia, sino a toda la Unión Europea?
Tsolakis se muestra comprensivo con mi ignorancia.
– Debe entender, señor Jaritos, que las agencias de calificación dan mucha importancia a los datos objetivos en los que basan sus valoraciones. Actúan como consultores de inversores muy importantes y deben estar en condiciones de convencerles de la objetividad de sus calificaciones.
– ¿Cómo pueden considerarse objetivos cuando afirman lo contrario de lo que expone el informe?
– No afirman lo contrario, porque no sólo disponen de este informe. Supongamos que un inversor se dirige a una agencia de calificación para saber cuáles serían los riesgos de invertir en bonos del Estado griego. La agencia de calificación le presenta en primer lugar los informes de los grandes bancos de prestigio internacional. Según Morgan Stanley, Grecia no se librará de tener que renegociar su deuda externa. Lo mismo opina JP Morgan, dicho sea de paso. El Deutsche Bank se muestra ambiguo, no habla claro. En último lugar, la agencia de calificación presenta el informe del Coordination and Investment Bank, una entidad pequeña e insignificante de Vaduz, que se muestra favorable a Grecia. Entonces presenta esta imagen global a su cliente. Y el cliente, evidentemente, da más crédito a los grandes bancos que al pequeño de Vaduz y decide no comprar bonos del Estado griego. Es como si yo le dijera que puede elegir entre un Mercedes y un Suzuki. ¿Optaría usted por el Suzuki?
Por supuesto que elegiría el Mercedes, aunque eso no me consuela. Me consuela pensar que, si mañana nombran a Stazakos nuevo director de Seguridad del Ática y yo los mando a todos a freír espárragos, con todo lo que he aprendido sobre bancos y agencias de calificación podré dedicarme a las inversiones.
– ¿Puede decirme qué hacía De Moor en Grecia? Quizás así llegue a descubrir por qué le asesinaron.
Tsolakis no contesta de inmediato.
– Podemos suponer dos cosas. La primera, que contrastaba sus datos con los del Ministerio de Economía para así completar su informe.
– ¿Y la segunda?
– Que estaba recopilando datos para jugar a las carreras de caballos.
– ¿Carreras de caballos? -repito, como si no le hubiera oído bien.
– Apuestas, señor comisario. En este momento hay en el mercado inversores que están apostando fortunas ante la posibilidad de que Grecia se declare en quiebra. Si no es así, perderán sumas considerables. Toda esa gente basa sus apuestas en los informes de las agencias de calificación. Si las agencias no ofrecen una imagen objetiva y provocan en otros pérdidas multimillonarias, acabarán por cerrar, porque ya nadie confiará en sus valoraciones. Por eso he dicho «a las carreras de caballos». Las condiciones son parecidas. Si los periódicos que se ocupan de las apuestas sobre carreras se equivocan en sus previsiones y los que apuestan pierden su dinero, las publicaciones tendrán que cerrar por no merecer ya confianza. ¿Se da cuenta ahora de la importancia de una valoración objetiva?
– ¿Aunque sea ficticia?
– Es tan ficticia como el dinero mismo -explica Tsolakis-. Porque también el dinero es ficticio. No es depositado en ninguna cuenta, no pasa de un banco a otro, es invisible. La objetividad ficticia sirve a los intereses del dinero ficticio. Lo único real es el asesinato de De Moor. Todo lo demás es imaginario.
– Si alguna vez tengo dinero para invertir, vendré a verle -le digo.
– No esté tan seguro de que sabré invertirlo bien. Una cosa es analizar y otra tener instinto de inversor. No sé si lo tengo.
Cuando me levanto para irme, Tsolakis se despide cálidamente.
– En todo caso, como asesor soy de fiar -dice riéndose. Regreso en un visto y no visto, porque todo el mundo ha corrido a encerrarse en su casa para ver la final del Mundial.