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– Señor comisario, ¿puede venir enseguida a la Asociación Griega de Banca?
Me lo pregunta el fiscal Mavromatis a las diez de la mañana. Entretanto, he podido estudiar el informe forense, que confirma todo lo que me adelantó Stavrópulos ayer: en el último asesinato se empleó la misma arma, y el agresor no decapitó a Fanariotis desde detrás sino desde un costado. La muerte se produjo entre las siete de la tarde y las diez de la noche.
– ¿Algún problema? -pregunto inquieto a Mavromatis.
Percibe el tono de mi voz y me tranquiliza.
– No, no, sólo quisiera enseñarle algo.
– Voy enseguida.
Dejo pendiente la lectura del informe de Dimitriu sobre el coche de Fanariotis, porque no creo que me aporte nada.
La Asociación Griega de Banca tiene su sede en la calle América. Bajo con el Seat y voy directo al aparcamiento de Kriesotu. Tendrían que hacerme una tarifa especial, ¡vengo aquí casi a diario!
Una secretaria me conduce enseguida al despacho del presidente, Galakterós, que está con Mavromatis.
– Si tienen una buena noticia, me alegrarán el día -les digo tras los saludos iniciales-. Porque estoy hasta el cuello de malas noticias.
– Usted decidirá si es buena o mala -responde Mavromatis y me entrega un informe que lleva el nombre de Eftijía Sguridu. Debajo del nombre aparecen tres columnas: fecha, banco e importe.
En un periodo de diez días, alguien le ha hecho a Eftijía Sguridu cinco transferencias desde cinco bancos distintos, por valor de diez mil euros cada una. El importe total es de cincuenta mil euros. La misma suma que había recibido Bill Okamba. Aunque, en esta ocasión, el remitente fue más listo y, después de la metedura de pata con Okamba, envió el dinero desde cinco entidades diferentes.
Mavromatis ha resultado ser más inteligente de lo que pensaba.
– Cuando descubrimos la transferencia al sudafricano, di orden a los bancos de que me remitieran todas las transferencias de entre cinco mil y diez mil euros. Así he podido pillar éstas -me explica.
– Le felicito, es un gran éxito -reconozco.
– ¿Qué opina de esto, señor comisario? -pregunta Galakterós.
– Es muy pronto para sacar conclusiones, aunque descarto la posibilidad de que sea una coincidencia. Aquí hay gente que hace un trabajo y cobra por él. Ahora debemos averiguar qué hacen exactamente los beneficiarios de las transferencias para merecer estos pagos.
– Quizá cobren por los carteles y las pegatinas…
– Me parece excesivo. Aun suponiendo que el remitente tuviera mucho dinero, no pagaría sumas tan elevadas. Y no olvidemos que la orden de pegar carteles la dio un negro, cuando Bill Okamba ya estaba en prisión.
Estoy pensando en la mendiga, pero también me parece excesivo pagar a una mujer cincuenta mil euros para que se vista de pordiosera y vigile a una posible víctima. El asesino podría encontrar a inmigrantes dispuestas a hacer el mismo trabajo por veinte euros al día. Claro que con cincuenta mil euros puedes cerrar bocas. Fuera quien fuese la mujer que vigiló a Robinson y a Fanariotis, es imposible que no supiera que ambos habían sido asesinados. Habría sacado sus conclusiones. ¿Por qué no denunciarlo a la policía? Sus cincuenta mil euros no los perdería, puesto que ignoraba que acabarían muertos cuando aceptó seguirles los pasos. Sin duda el asesino no le comunicó sus intenciones. O sea: la que se hizo pasar por mendiga conoce al asesino, y éste sabía que podía confiar en su discreción cuando le dio los cincuenta mil. Éste es el dato más importante: los dos mendigos conocen al asesino.
Miro al pie de las columnas y veo la dirección de Eftijía Sguridu. Vive en la calle Prusi, en Egaleo.
– Siga investigando, señor fiscal -digo a Mavromatis-. Por si le ayuda, le diré que muy probablemente encuentre usted a un tercer beneficiario, un hombre en esta ocasión. -Me mira extrañado, pero un fiscal sabe que no puede pedir explicaciones antes de tiempo-. Estamos en el buen camino -digo a Galakterós para animarle.
– Encenderé una vela a la Virgen -responde el banquero.
De vuelta a Jefatura, llamo a Kula a mi despacho.
– Quiero que busques con el ordenador información sobre una tal Eftijía Sguridu. Deja los informes de los bancos, no interesan en este momento. Ocúpate exclusivamente de Eftijía Sguridu.
– Hecho, señor Jaritos.
Sólo vuelvo a tomar aliento cuando estoy en la quinta planta, donde he subido para informar a Guikas.
– ¿Está ocupado? -pregunto a Stela.
– Me dijo que siempre está disponible para usted, señor Jaritos.
Entro en su despacho y él dice en cuanto me ve:
– Buenas noticias.
– ¿Cómo lo sabe?
– Se te ve en la cara.
Le hago un informe detallado.
– Sí, buenas noticias, sin duda -dice-. Informaré al ministro de inmediato.
La conversación telefónica con el ministro dura un cuarto de hora, lo que tarda Guikas en transmitirle la información y contestar a sus preguntas.
– El ministro quiere que te felicite de su parte -dice después de colgar.
– El mérito es de Mavromatis.
Guikas se me queda mirando.
– Nunca aprenderás, Kostas -dice por fin-. Eres un cabezota.
– ¿Qué tengo que aprender?
– Cualquiera en tu lugar procuraría sacar provecho del éxito y las felicitaciones. Tú intentas que se le reconozca a Mavromatis su labor, ¡como si a él le hiciera falta! De verdad, me parece que mis lecciones no sirven para nada.
Ayer me elogiaba por haber hecho la pelota al director general de la policía, y hoy me catea. Una de cal y otra de arena, como un maestrillo de pueblo.
– ¿Qué piensas hacer ahora? -pregunta Guikas.
– Traer a la tal Sguridu para interrogarla.
– ¿Por qué aquí?
– Quiero grabar el interrogatorio en vídeo, a ver si el segurata o el quiosquero la reconocen.
– Bien pensado.
Cuando bajo a mi despacho, Kula ya tiene las respuestas que necesito.
– Eftijía Sguridu tenía una tienda de deportes en Egaleo -dice-. El negocio no iba bien y tuvo que venderlo para pagar sus deudas. Ahora trabaja como contable por cuenta propia. Son las ventajas de Facebook -añade con una sonrisa.
No sé qué es Facebook ni cuáles son sus ventajas. A mí me preocupa otra cosa. Trabajar por cuenta propia significa poder organizar los horarios como a uno le conviene. Eftijía Sguridu podía organizarse de manera que tuviera unas horas libres para interpretar el papel de la mendiga. Decididamente, vamos cada vez mejor.
Llamo a Vlasópulos y le ordeno que me traiga a Eftijía Sguridu para interrogarla el día siguiente.
– Pero, cuidado, no la telefonees ni le mandes una citación. Ve directamente a buscarla con un coche patrulla y tráemela aquí sin pérdida de tiempo, antes de que pueda avisar a nadie.
– A sus órdenes. Mañana a primera hora me apostaré enfrente de su casa y esperaré a que salga para pillarla.
Llamo por teléfono a Dimitriu y le pido que instale enseguida un circuito cerrado de televisión en la sala de interrogatorios.
Ya que no tengo nada más que hacer, y para no empezar a morderme las uñas de impaciencia, decido leer el informe de Dimitriu sobre el coche de Fanariotis. Aparte de la variedad de huellas dactilares, algunas de la propia víctima y otras no identificadas, el informe no contiene nada novedoso. Acabo dejándolo a un lado.