172104.fb2 Con el agua al cuello - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 42

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Anoche pasaron por casa Katerina y Fanis para despedirse de nosotros. De repente, han decidido tomarse unas vacaciones, aunque su plan original era irse en septiembre.

– ¿Por qué habéis cambiado de opinión? -se extrañó Adrianí.

– No, no hemos cambiado de opinión. En realidad, era un regalo de boda -responde Fanis riéndose.

– ¿Regalo de boda?

– Tsolakis nos regaló dos semanas de vacaciones en uno de sus hoteles, con todo pagado -explicó Katerina-. Pero teníamos que esperar hasta que hubiera una habitación libre para dos semanas. Acaban de avisarnos del Aegean Coast, un hotel de la cadena Egeo, en Sifnos, de que hay plazas disponibles.

– Además, Katerina no trabaja en agosto, porque los juzgados cierran. Y yo he cambiado mi turno con un colega que prefería hacer vacaciones más tarde, así que hemos podido arreglarlo.

– Espero que os lo paséis bien y descanséis -les deseó Adrianí.

– ¿Vosotros no haréis vacaciones? -preguntó Fanis.

Adrianí los miró de soslayo.

– ¿De verdad quieres que te conteste, hijo mío? La última vez que decidimos ir de vacaciones y fuimos a casa de mi hermana, hubo un terremoto y casi se derrumbó la isla entera. Así que mejor no preguntes.

Cuando Adrianí lanza una de las suyas, espera que le repliques para poder discutir, pero yo no quería estropear la despedida de los chicos y me hice el sueco.

Ahora estoy en las dependencias de la Científica viendo cómo Stratos enseña al segurata, cuyo nombre completo es Vasilis Lambrópulos, varias telas estampadas, para que elija la que más se parece al vestido que llevaba Eftijía Sguridu.

Junto a las fotografías que le había llevado yo y que muestran a Eftijía Sguridu sentada, él ha seleccionado otra en que aparece de pie. Sin duda, la cámara tomó esa foto cuando la mujer salía de la sala de interrogatorios.

– No me digas enseguida cuál es la tela -le indica Stratos a Lambrópulos-. Lo haremos en dos partes. Primero elegirás las telas que se parecen más al vestido que llevaba y después iremos colocándolas sobre la foto, para ver con cuál se parece más a la que viste. Tómate tu tiempo, no tenemos prisa.

Lambrópulos observa las telas una a una y luego empieza a apartar algunas. Lo hace con cuidado y sin precipitarse, como le ha sugerido Stratos.

– Ojalá acertemos -susurro a Dimitriu, que está sentado a mi lado.

– Tenemos un noventa por ciento de probabilidades. No creo que se comprase el vestido en una boutique. Debió de comprarlo en un mercadillo.

Lambrópulos elige cuatro telas distintas y Stratos empieza a recortarlas con las tijeras para colocarlas encima de la foto de Eftijía Sguridu. A la tercera, Lambrópulos exclama:

– ¡Es ésta! ¡La mendiga llevaba esta tela!

– ¿Estás seguro? -pregunta Stratos.

– Completamente.

– Lo repetiremos para no equivocarnos -dice Stratos. Esta vez deja para el final la tela que acaba de identificar Lambrópulos. Éste, no obstante, exclama de nuevo:

– ¡Es ésta, lo juro!

– Muy bien. Ahora le colocaré el pañuelo, aunque éste será pintado.

Stratos empieza a pintar un pañuelo de color marrón encima de la cabeza de la mujer.

– No, es demasiado oscuro -comenta Lambrópulos-. Hazlo más claro.

El claro tampoco le convence. Stratos lo intenta cinco o seis veces más hasta que el segurata grita triunfal:

– Ésta es la mendiga que vi. Pondría la mano en el fuego. -Se vuelve hacia Stratos lleno de admiración-: ¡Eres un genio, tío!

– Tú tampoco lo has hecho mal -digo a Lambrópulos y le doy una palmadita en la espalda-. Déjanos tu dirección y tu número de móvil. Podría localizarte a través de la empresa, pero mejor que nos comuniquemos directamente.

Cuando Lambrópulos se va, Ferentsoglu, el quiosquero, ya está esperando en la sala contigua. El proceso es más rápido en esta ocasión, porque Ferentsoglu vio a una mujer vestida de negro.

– Es ella -dice Ferentsoglu cuando ve la foto retocada y añade, por si acaso-: Estoy casi convencido. -Se vuelve hacia mí-: Tengo alguna duda porque, como ya le dije, sólo la vi pasar una vez por delante del quiosco. Normalmente, la veía sentada en la esquina de la calle. Aunque tiene que ser ella, tal como la veo aquí.

De vuelta al despacho, llamo primero a Guikas.

– Tenemos a dos testigos que han identificado a la mendiga. Es Eftijía Sguridu. El primero está seguro al cien por cien, el segundo, al noventa por ciento.

– Estupendo, ya veo que hacemos progresos -dice Guikas con satisfacción-. ¿A quién debo felicitar esta vez? ¿Al dibujante?

Después llamo al fiscal, para pedirle una orden de registro para la casa de Eftijía Sguridu y otra que nos autorice a escuchar sus llamadas telefónicas. No tengo muchas esperanzas de encontrar el disfraz en su casa. Si no se deshizo de los vestidos al terminar su misión, seguro que los tiró después del interrogatorio. A pesar de todo, no pierdo nada realizando un registro, especialmente en este caso: todo lo descubro de rebote.

Cuando termino con el fiscal, que se hace de rogar antes de emitir las órdenes de registro y para intervenir un teléfono, llamo a mi despacho a Vlasópulos y a Dermitzakis para ponerles al día.

– Quiero que vigiléis a Eftijía Sguridu las veinticuatro horas del día. La vigilaréis incluso mientras duerme. Y cuidado, no encarguéis la vigilancia a unos pardillos, que podrían perderla. También quiero una lista de todas las llamadas realizadas con el móvil y con el fijo en los últimos treinta días. La orden del fiscal llegará mañana.

Mientras trazamos nuestro plan, entra Kula en el despacho. Se detiene en la puerta y me mira pensativa.

– Adelante, Kula.

– He seguido investigando a Eftijía Sguridu y he encontrado un nuevo dato aunque no sé si será relevante.

– ¿Qué has encontrado?

– Era atleta, señor Jaritos. Ganó muchas medallas. Corría los mil quinientos y los tres mil metros.

– ¿Atleta, dices? ¡Qué burro soy! -exclama Vlasópulos y se pone de pie de un salto.

– ¿Qué pasa? -pregunto sorprendido.

– ¿Se acuerda de cuando le dije que el nombre de Varulkos me sonaba de algo? Varulkos, el constructor, también fue atleta.

– ¿Un atleta famoso?

– Para que le conozca yo, que nunca me ha interesado el atletismo, imagino que sí.

– Busca más información sobre él -ordeno a Kula, y llamo enseguida a Mavromatis-. Señor fiscal, necesito que investigue a una persona más. Stéfanos Varulkos.

– No recuerdo que haya tenido nada con nosotros, pero de acuerdo, lo investigaré.

Un cuarto de hora después Kula reaparece con una sonrisa.

– Ya está -dice-. Era lanzador de disco. Vlasópulos tiene razón, debió de ser un atleta conocido. Aunque tanto en el caso de la Sguridu como en el de Varulkos hay algo que no entiendo.

– ¿De qué se trata?

– Sus trayectorias se interrumpen bruscamente. Sólo dicen que se retiraron de la competición, sin más explicaciones. Pero, si nos fijamos en la edad que tenían cuando dejaron de competir, podrían haber seguido bastante tiempo más. No me lo explico.

Sólo un periodista como Sotirópulos puede ayudarme a resolver misterios como éste. Lo llamo al móvil.

– Necesito que me hagas un favor.

– Conmigo tienes una cuenta ilimitada -contesta, burlón-. Pero empiezas a estar en números rojos y te queda poco crédito. Tu deuda aumenta día a día. -Se pone serio y pregunta-: ¿Qué quieres, exactamente?

– Hace algunos días me pusiste en contacto con un amigo tuyo, un redactor financiero.

– Nestoridis.

– Exacto. Ahora quiero que me busques un redactor deportivo.

Su silencio delata su estupefacción.

– ¿Un redactor deportivo? ¿Para qué? ¿Tiene que ver con el caso?

– Puedes estar presente en la conversación, aunque no puedes publicar nada al respecto. Quedas advertido.

– De acuerdo, espera junto al teléfono. -Me devuelve la llamada a los cinco minutos-. Han empezado las eliminatorias de los campeonatos europeos y va a estar ocupado toda la tarde. ¿Qué tal mañana a las diez?

– Ningún problema.

– Estupendo. A las diez, entonces, en la brasería de la calle Valaoritu.

En mi cabeza empieza a esbozarse una teoría que no me gusta ni pizca, hasta el punto de que deseo estar equivocado, aunque eso retrase la investigación.