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Al redactor deportivo Nasiulis lo conocí hace un tiempo, también por mediación de Sotirópulos, mientras investigaba un caso relacionado con un equipo de fútbol de tercera. [10]
– Nuestros caminos vuelven a cruzarse, señor comisario -dice cuando me acerco.
Están sentados fuera, en las mesas que la brasería tiene en la acera de la calle Valaoritu, porque a estas horas el calor todavía no aprieta y, dentro, con el aire acondicionado, hace frío.
– Debe de ser mi destino -contesto-. Primero me lío con el fútbol y ahora con el atletismo. Y en los dos casos no sé ni papa.
Sotirópulos no ha abierto la boca. Sigue con curiosidad la conversación, al acecho del rumbo que tome. Nasiulis se divierte con mi ignorancia.
– Todo es competición atlética, señor comisario. Sea el fútbol, el baloncesto o el balonmano. Antaño, ¿sabe?, se les llamaba atletas a todos los que participaban en los Juegos Olímpicos. Aunque supongo que usted se refiere a las actuales competiciones de pista. ¿Me equivoco?
– No se equivoca. Necesito que me ilumine acerca de dos atletas que un buen día desaparecieron y de los que nadie volvió a hablar. La primera es Eftijía Sguridu.
Ahora ambos me miran sorprendidos. ¡También Sotirópulos la conoce!
– ¿Cómo ha dado con la Sguridu? -se admira Nasiulis.
– Siguiendo pistas secundadas…, pero esa historia no viene ahora al caso. Lo que me interesa es saber por qué desapareció del atletismo de la noche a la mañana, como se suele decir.
Nasiulis se ríe de nuevo.
– Nueve de cada diez veces, los atletas que desaparecen de la noche a la mañana, como dice usted, son los relacionados con el dopaje.
– ¿Eftijía Sguridu se dopaba?
– Se lo contaré rápidamente. Sguridu fue una de las atletas más reconocidas del panorama deportivo de Grecia de los últimos treinta años. Corría los mil quinientos metros, aunque ganó la mayoría de sus medallas después, cuando se pasó a los tres mil. Hasta que en los Juegos Olímpicos de 1996 dio positivo en un control de dopaje y fue expulsada de la competición poco antes de las finales. Entonces tomó la decisión más apropiada: se fue a casa.
– El otro atleta es Stéfanos Varulkos.
– ¿Esos dos tienen que ver con las decapitaciones? -se asombra Sotirópulos.
– Si me preguntas si uno de los dos asesinó a cuatro personas, la respuesta es no, rotundamente no. Sin embargo, están relacionados con el ataque a los bancos y quiero averiguar de qué manera.
– En todo caso, Stéfanos Varulkos tiene razones para odiar a los bancos -dice Nasiulis, que parece conocer su trayectoria.
– ¿El Banco Central lo hundió?
– En realidad, se hundió dos veces. La primera, cuando la Agencia Internacional Antidopaje lo descalificó en los Europeos del 86 o del 87, si no recuerdo mal. Varulkos no se dio por vencido. En esa época, los atletas no se sometían a los entrenamientos agotadores de hoy en día. Tenían tiempo para estudiar. La mayoría se preparaban para ser entrenadores, otros iban para médicos. Varulkos terminó la carrera de ingeniería civil en la Politécnica. Cuando abandonó el atletismo, pensó que podría llegar lejos como contratista. Y entonces el banco se la jugó.
– ¿Son muchos los atletas que se dopan? -pregunto desde mi infinita ignorancia.
Nasiulis se encoge de hombros.
– «Muchos» es un concepto relativo. Sin duda, son pocos en el conjunto total de atletas. Pero su número aumenta en progresión geométrica. En estos momentos se está librando una lucha entre la Agencia Antidopaje y los laboratorios que fabrican las sustancias dopantes. Estos intentan producir sustancias que no puedan ser detectadas en la sangre y aquél intenta identificarlas. Aparte de esto, el atletismo, con la publicidad y las inversiones de grandes marcas de artículos deportivos, mueve mucho dinero. Las federaciones de los países pequeños se quejan de que la Agencia Antidopaje persigue a sus atletas y hace la vista gorda con los que representan a países importantes. Lo cual es cierto, aunque por otros motivos. La Agencia considera más improbable que un país pequeño produzca un atleta de alto nivel, capaz de arrasar con las medallas, ya que los países grandes, por su extensión, disponen de una mayor reserva de atletas y, en consecuencia, tienen más probabilidades de contar con un campeón entre sus filas. Grecia y Estados Unidos, por ejemplo, no pueden compararse en cuanto a extensión territorial, y es normal que Estados Unidos produzca más campeones y mejor preparados.
– ¿Quién es el atleta griego más famoso que ha sido denunciado por dopaje? -pregunto a Nasiulis, aunque ya sé la respuesta.
– Jaris Tsolakis -responde él sin titubear-. Era un fenómeno de los ochocientos metros lisos. Logró burlar los controles antidopaje durante años. Pero al final le pillaron, como cabía esperar. Nunca se supo qué laboratorio le suministraba las sustancias dopantes, porque él nunca lo dijo. Durante todo ese tiempo ganó mucho dinero, pero su salud se deterioró hasta el punto de que hoy ese hombre es una ruina.
– Y ahora dime, para que lo entienda. ¿Qué es todo esto de los atletas y qué tienen que ver con el caso? -interviene Sotirópulos, que está sobre ascuas.
– Cuando termine la investigación te lo contaré con pelos y señales; incluso te daré detalles que nunca verán la luz, pero no ahora. No porque tema que lo publiques, sino porque no estoy seguro de estar en el buen camino. No tardaré mucho, todo lo más unos días.
– A eso se le llama escurrir el bulto -replica.
– Llámalo como quieras, que eso no cambia las cosas.
– Ya desde un principio recelé de la versión del atentado terrorista, pero jamás se me hubiera ocurrido pensar en unos atletas.
Tras darles las gracias a los dos, los dejo charlando y tomándose un café, mientras yo pongo rumbo a mi despacho.
La Jefatura de Policía del Ática está inusualmente tranquila. El pasillo de mi despacho está vacío. Las dos cosas juntas indican que algo extraordinario sucede. Encima de mi escritorio encuentro una nota: «Llame al fiscal Mavromatis». Le doy prioridad y llamo enseguida.
– ¿Cómo lo sabía? -me pregunta después de saludarme.
– ¿El qué?
– Que habían transferido dinero también a Varulkos. ¿Hay alguna institución filantrópica que reparta cincuenta mil euros a los atletas jubilados?
– Desde luego, no es ninguna institución filantrópica, y el dinero va a parar a ex atletas condenados por dopaje. -Le resumo los resultados de la investigación y se queda atónito-. Stéfanos Varulkos fue el primero en cobrar los cincuenta mil. Incluso antes que Okamba. Aunque los recibió de la misma manera que éste, con cinco transferencias de diez mil euros, siempre procedentes del mismo banco.
– O sea que el remitente cambió de proceder después de que descubriéramos las transferencias hechas a Okamba y su posterior detención.
– Exacto.
– Tenemos que averiguar quién es el titular de las cuentas de las Islas Caimán, señor fiscal. Es necesario descubrir quién ordena las transferencias.
– ¿Cree que no lo sé? Pero no es nada fácil. Lo más probable es que nos topemos con una cuenta que recibe fondos de otra cuenta y tardaremos mucho tiempo en localizar la cuenta principal.
– Lo entiendo, pero me urge mucho.
– A mí también -responde y cuelga.
Intento poner orden en el aluvión de datos que he acumulado en los dos últimos días. Para empezar, tenemos a dos atletas, hombre y mujer, que se vieron apartados del atletismo por consumir sustancias dopantes. Ambos recibieron cincuenta mil euros de un desconocido. Sabemos que la atleta Eftijía Sguridu facilitó información al asesino acerca de dos víctimas: Robinson y Fanariotis. Aunque todavía no hayamos interrogado a Varulkos, no me cabe duda de que él pasó al asesino información sobre De Moor.
Nos quedan dos preguntas pendientes de respuesta. La primera tiene que ver con Bill Okamba. Dado que él también recibió cincuenta mil euros, ¿tendrá alguna relación con el atletismo? Y después, ¿le dio él información al asesino sobre las horas que Zisimópulos pasaba en el jardín?
Ordeno a Vlasópulos que venga a mi despacho.
– ¿Por qué hay tanta calma hoy?
– Estamos todos de duelo -responde.
– ¿Se ha muerto alguien?
– Han aprobado el proyecto de ley que equipara nuestra edad de jubilación con la de los demás. Nos jubilaremos a los sesenta. Sólo se libran los que se jubilan antes de finales de año.
Toma otro palo, pienso. Nos recortan el sueldo, nos quitan las pagas extra y ahora nos cargan con cinco años más antes de jubilarnos. Los que ya se han retirado son los privilegiados, y los que trabajamos, los perjudicados. A ver cuándo jugaremos los dos equipos nuestra particular final.
– ¿Puedo interrumpir el duelo? -le pregunto.
– Adelante. Además, ¿no ve que no estoy llorando?
– ¿Y eso por qué? Que yo sepa, no te jubilas antes de finales de año.
– Mire, señor comisario. Cada noche vuelvo a mi casa después de comprar la cena en el fastfood del barrio. Cojo la hamburguesa en una mano y el mando a distancia en la otra y veo la tele hasta la medianoche, sin saber muy bien qué echan. ¿Cree que me divertiré más si me jubilo y me paso así el día entero? Deje, mejor posponerlo.
Se me había olvidado que Vlasópulos se ha divorciado hace poco y ahora vive solo.
– Pero ¿tú de qué vas? -exclama Dermitzakis, que ha entrado en el despacho sin que nos diéramos cuenta-. ¿Porque tú te sientas tan solo yo tengo que currar cinco años más? Si pudiera, me jubilaba hoy mismo. Iría a cultivar el huerto de mi abuelo y viviría la mar de tranquilo. Es lo único que quiero en esta vida.
– Tienes razón, Nikos -dice Vlasópulos, compungido-. Os comprendo, a ti y a todos los compañeros.
Uno de cada dos griegos sueña con jubilarse para dedicarse a cultivar el huerto de su abuelo. Cuando se jubila, descubre que el huerto no se puede trasladar al piso de la ciudad y abandona el plan.
– ¿Habéis descubierto algo con el seguimiento de Eftijía Sguridu?
– Nada, señor comisario -dice Dermitzakis-. La mujer lleva una vida normal, nada fuera de lo común.
– Con Varulkos acertaste de lleno -le digo a Vlasópulos-. El también ha cobrado cincuenta mil euros.
Los dos me miran boquiabiertos.
– ¿El también? Es el tercero, si no he perdido la cuenta. ¿Cree que nos pagaría también a nosotros? -bromea Dermitzakis.
– Ni eres atleta ni te han pillado dopándote. No tienes ninguna esperanza. Y ahora conseguid que Varulkos venga lo antes posible. No suele moverse de casa. Que vaya a buscarle un coche patrulla de la comisaría de Koropí. Lo quiero aquí por la tarde.
– Hecho.
– Y decidle a Kula que venga.
Ni death, ni destruction, ni delete, como decían los espabilados agentes británicos. La firma del asesino, la D, es la inicial de doping. Vale, ahora ya lo sé, pero ¿qué significa? ¿Que un ex atleta acusado de dopaje asesina a banqueros? ¿Por qué? ¿Qué culpa tienen los banqueros y los bancos? Si las víctimas hubieran pertenecido a la Agencia Internacional Antidopaje o estuvieran relacionadas con los laboratorios que producen las sustancias dopantes, lo entendería. Ambos le perjudicaron, cada uno a su mañera. Pero los bancos nada tienen que ver con el atletismo ni con el deporte en general.
Aparco esta primera cuestión y me centro en la segunda, para mí la más desagradable. ¿Qué relación tiene Jaris Tsolakis con el caso? Para empezar, también fue atleta y lo expulsaron de las competiciones por doparse. Lo que le diferencia de los demás es su situación económica. Tanto Eftijía Sguridu como Stéfanos Varulkos están con el agua al cuello por las deudas. Tsolakis, en cambio, es rico. ¿Será él quien transfirió el dinero a las cuentas de sus ex compañeros? Si es así, ¿por qué? Descarto por completo la posibilidad de que él sea el asesino. Tsolakis es un inválido; ni siquiera puede levantarse de la silla de ruedas sin ayuda. Por otra parte, en mis encuentros con él, me facilitó información correcta y sincera. Quizá no tenga nada que ver; tal vez sea todo una coincidencia o el producto de mi imaginación malsana. En cualquier caso, debo investigarle, aunque sólo sea para asegurarme de que es inocente y quedarme tranquilo.
– ¿Quería verme, señor comisario?
La llegada de Kula me saca de mis cavilaciones.
– ¿Tú también estás de duelo? -me burlo.
– ¿De duelo? -Capta la alusión y se ríe-. No, yo ya apuré mi cáliz cuando nos equipararon con los hombres. Entonces algunos compañeros me tomaban el pelo y me decían: «Anda, que se te acabó el privilegio de jubilarte a los cuarenta». Ahora les toca a ellos llorar. -Calla y me mira-: Perdone que lo pregunte, pero ¿a usted no le duele tardar más años en jubilarse?
– Me duele, Kula, aunque no como tú crees. Pienso que no está mal quedarme en el cuerpo unos años más, hasta que Katerina tenga un hijo y pueda llevarlo a pasear por el parque con el cochecito. A mí hay otra cosa que me saca de quicio.
– ¿El qué?
– Que durante cinco años más tendré que soportar que me llamen cerdo y fascista a la menor oportunidad.
– A mí nunca me ha pasado eso -dice ella, ingenuamente.
– Porque trabajabas protegida en la antesala de Guikas. Ahora que te expones a la vida real, ya verás. En fin, volvamos al trabajo, que, como suelen decir, es la mejor terapia. Te voy a dar dos nombres. El primero es el de Jaris Tsolakis. «Jaris» puede ser diminutivo de Zeojaris, Jarílaos o Jarálambos. El segundo es el nombre de una empresa: Hoteles Egeo. Quiero que busques toda la información posible sobre ambos. No pierdas tiempo investigando la relación de Tsolakis con el atletismo, que esa historia ya me la sé.
– No hay problema, pronto tendrá la información.
Podría llamar a Fanis para preguntarle el nombre de pila de Tsolakis, pero está de vacaciones y no quiero molestarle, tal vez sin motivo.
Finalmente, llamo a Guikas.
– He de pedirle un favor -le digo.
– No puedo jubilarte antes de lo que estipula la ley -responde él secamente.
– No, no, me refiero a otra cosa. Quiero que llame a Leonidis, el abogado de Okamba, y le diga que pasado mañana traiga a su cliente para ser interrogado. Si le pregunta por qué, tranquilícele, dígale que no se trata del caso por el que le acusamos, sino porque necesitamos cierta información.
– ¿Hay novedades? -Está ansioso.
– Para empezar, puede decirle al jefe que tenía razón cuando el otro día me instó a investigar más los cincuenta mil euros de Okamba. El resultado fue que descubrí una transferencia similar a nombre de Varulkos.
– ¿Y eso qué significa?
– Espere a que interrogue a Varulkos y a Okamba para tener más datos. Después le haré un informe completo.
– Te estás vengando porque no puedo adelantarte la jubilación, ¿verdad? -me espeta y cuelga el teléfono.
<a l:href="#_ftnref10">[10]</a> Véase la novela, también protagonizada por Kostas Jaritos, titulada Defensa cerrada (Tusquets Editores, colección Andanzas 650/2, Barcelona, 2008). (N. de la T.)