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Granja avícola Wesley, Blackness Road. Verano de 1922
A Elsie le encantaba la cabaña de Norman. Nunca había sido tan feliz como durante los fines de semana que pasó en la granja. Alquiló una habitación en casa de los señores Cosham, situada en la misma carretera, e iba andando hasta el terreno todos los días. Colaboraba en dar de comer a las aves y recoger los huevos, pero se negaba a limpiar los gallineros.
– El olor me pone enferma -le dijo a Norman-. Y no puedo volver a Londres apestando a gallinas.
A Norman no le importaba. Se conformaba con tenerla allí, aunque fuera sin hacer nada. La alegría de Elsie era contagiosa y él empezó a creer que el proyecto llegaría a buen puerto después de todo. Ciertamente, los gallos y las malditas gallinas estaban haciendo un buen trabajo y producía más huevos. de los que podía vender. Ahora tenía un buen número de pollitos a los que engordar y vender.
Elsie le preguntó cómo pensaba matarlos.
– Les partiré el cuello -dijo él.
– Papá dice que en Escocia su madre lo hacía con un cuchillo.
– No quiero que las plumas se manchen de sangre.
– ¿No tienes que desplumarlos, tesoro? ¿Quién va a comprar un pollo que no esté desplumado?
– Sólo hay que quitar las plumas del cuerpo, Else. La cabeza y el cuello se dejan como están para que el carnicero pueda colgarlos sobre el mostrador. Tienen peor aspecto si están cubiertos de sangre.
Ella se agachó para contemplar a un grupo de suaves pollitos.
– Pobrecitos.
– Pobre de mí, querrás decir -dijo Norman-. Desplumaré hasta en sueños si el negocio despega. Las plumas se arrancan con facilidad si el cuerpo aún está caliente, pero incluso así el trabajo es duro.
– Habrá un montón de plumas, cielito. ¿Qué piensas hacer con ellas?
– No lo sé -dijo él, paseando la mirada por el campo-. Quemarlas tal vez. El olor inundará todos los rincones, pero al menos me libraré de ellas.
Tenía un buen problema con la paja sucia de los gallineros. Su intención era pudrirla para luego venderla como abono, pero el proceso requería tiempo. Mientras tanto, las montañas de paja daban a la granja un aspecto aún más cochambroso y descuidado del que tenía en realidad. Al principio, Elsie no pareció percatarse de ello, pero transcurridas unas semanas empezó a regañarle.
– Nadie comprará tus huevos si han visto de dónde proceden. Creerán que están en mal estado. Tienes que pintar los cobertizos, que den sensación de limpieza.
– No puedo permitírmelo -repuso él, con evidente malhumor-. La pintura cuesta dinero.
– Pídeselo a tu padre.
– Ya me ha dado bastante.
Cuando sus reprimendas se volvieron insoportables, él le sugirió que fuera ella quien le facilitara el dinero para poder pintar.
– Tú quieres que nos casemos, Elsie, pero eso no sucederá si la granja fracasa. Sé que tienes ahorros. No te arruinarás por prestarme unas cuantas libras, ¿no crees?
– Papá me arrancaría la piel a tiras si se enterara de que le presto dinero a un hombre que no es mi prometido -repuso ella con coquetería-. Antes tendrás que regalarme el anillo, cielito.
– ¿Y con qué voy a comprarlo? ¿Conoces a algún joyero que cambie gallinas por diamantes?
Pero a pesar de la recurrente discusión por el dinero y el matrimonio, el verano y el otoño transcurrieron con bastante felicidad. Hizo calor en septiembre y octubre, y Elsie bajó a Sussex casi todos los fines de semana. Los sábados, cuando terminaban sus tareas, ella y Norman encendían un fuego en la puerta de la cabaña; los domingos por la mañana se dirigían a la capilla metodista situada en el centro de la ciudad antes de regresar a casa a saborear la comida que Elsie había preparado.
Devino una experta en las diversas formas de cocinar el pollo. La mayoría de las veces se trataba de un ave vieja que sólo podía hervirse con zanahorias y cebollas, pero en ocasiones especiales N orman mataba un pollo joven que podía ser asado con manteca de cerdo procedente de la granja del pueblo. Se parecía más a ir de acampada que a llevar una casa como Dios manda, pero como a Elsie le gustaba repetir: «Es como estar de vacaciones».
El padre de Norman le había dicho en una ocasión que las vacaciones eran el peor momento para enamorarse.
– La gente se comporta de manera distinta cuando está lejos de casa, hijo. No puedes juzgar a una chica por el modo en que actúa cuando está en la playa.
Norman se repetía ese consejo cada vez que Elsie empezaba a hablar de matrimonio. ¿Cuál era la verdadera Elsie Cameron? ¿La intensa y nerviosa que vivía en Londres con sus padres y aborrecía su trabajo? ¿O la despreocupada que venía a visitarle a Sussex y jugaba a ser su esposa? Él era consciente de que ella pensaba en el sexo tanto como él, y en alguna ocasión habían estado a punto de hacerlo.
La atraía hacia sí, agarrándole las nalgas y frotando su pene duro contra los pliegues de su falda. Siempre pasaban uno o dos segundos antes de que ella le apartara con una risita.
– ¡Chico malo! -decía ella, agitando el dedo índice ante sus narices-. Tendrás que arrodillarte y declararte, N orman. Prométeme que me convertirás en la señora Thorne y tal vez me lo piense.
– En cuanto gane lo suficiente. -¿Y cuándo será eso?
– No lo sé. Hago lo que puedo.
– Siempre dices lo mismo. Si me amaras tanto como yo, me tomarías en brazos y te declararías de todos modos. No me importa vivir en una cabaña.
– Te importaría si estuvieras aquí todos los días, Elsie. No tiene ninguna gracia, créeme. Si no consigo a un carnicero que se quede con las aves, no me quedará más remedio que ir a vender esos condenados bichos de puerta en puerta. Y nadie paga lo que valen… No cuando ven lo desesperado que estoy por quitármelos de encima. Una gallina muerta no se conserva durante mucho tiempo.
Llevarlas a casa no tenía ningún sentido. El único lugar donde colgar las aves muertas era la viga de la cabaña y el calor las pudría enseguida. Las dos o tres veces que lo había intentado había acabado por enterrar los cadáveres en el campo. Nadie quería pollo que no fuera fresco. Y, lo que es peor, el hedor a muerte atraía a zorros y a ratas.
No había respuestas fáciles para sus problemas financieros. Había sido un loco por empezar el proyecto sin aprender algo más sobre el tema, pero ahora ya no había vuelta atrás. Siguió repitiéndose que al final todo se resolvería: le habían enseñado que Dios se preocupa de quienes se preocupan de sí mismos, que el trabajo duro conlleva su propia recompensa… Pero la preocupación se aferraba a su estómago a todas horas.
¿Y si no era verdad? ¿Y si Dios estuviera dándole una lección de humildad? ¿Cómo podría explicarle a su padre que había perdido cien libras? ¿Cómo podría explicarle a Elsie que tal vez nunca estuviera en condiciones de pedirla en matrimonio?
El desánimo alcanzaba siempre su punto álgido en las horas que precedían al amanecer. Yacía despierto, viéndose metido en una trampa que él mismo había fabricado. Si no hubiera conocido a Elsie… si no le hubiera pedido dinero a su padre… si Elsie hubiera sido más joven y sin tantas ansias por casarse…
Se prometieron el día de Navidad de 1922. Norman dejó la alimentación de las aves en manos del señor Cosham y se fue en bicicleta hasta Londres a pasar las fiestas. Le dijo a su padre que ganaba 10 suficiente como para pedir en matrimonio a Elsie Cameron.
El señor Thorne frunció el ceño.
– ¿Estás seguro, hijo? Lo último que sabía era que vivías en una cabaña de madera. ¿Sigues igual?
– Sí.
– ¿Y esperas que una esposa comparta ese lugar contigo?
– Sólo nos prometemos, papá. La boda aún tardará un tiempo en celebrarse, y para entonces ya habré encontrado una casa de alquiler.
– Mmm. ¿Y de quién fue la idea? ¿Tuya o de la señorita Cameron?
Una mirada de obstinación cruzó el rostro de Norman.
– Mía.
El señor Thorne no le creyó.
– ¿Importa algo que no te dé mi bendición? Entiendo a la perfección por qué la señorita Cameron quiere un marido: tiene casi veinticinco años. Pero tú sólo tienes veinte, chico. Eres demasiado joven para fundar una familia.
– No tenemos la intención de tener hijos enseguida.
– Tal vez tú no, chico, pero estoy seguro de que la señorita Cameron opina de modo distinto.
Norman apretó los dientes.
– Ya no soy un chico, papá, y su nombre es Elsie. Ojalá pudieras veda como la veo yo. Es dulce y amable, y sólo desea lo mejor para mí.
– También yo, Norman.
– Pues a veces no lo parece.
El señor Thorne lanzó una mirada fulminante.
– ¿Esa Elsie te ha dado cien libras?
– No.
– Entonces no me acuses de no preocuparme por ti. -No 10 hago -replicó Norman, en tono triste-, pero el dinero no es 10 único que importa en la vida, papá. El señor Thorne sacudió la cabeza.
– Lo es cuando uno se compromete a algo que está fuera de su alcance. No queda tiempo para el amor cuando llega la orden de desahucio.
Cuán distinta fue la escena en el hogar de los Cameron. El padre de Elsie le dio una palmada en la espalda y le dijo que era un chico estupendo.
– Nuestra niña siempre ha querido casarse. Cuando su hermano y su hermana se prometieron este año sufrió uno de sus ataques. Pero todo está bien si bien acaba, ¿no crees? Nos alegramos de tenerte como hijo.
La señora Cameron le abrazó.
– Eres un buen chico, Norman. Sabía que un día u otro te declararías. Nuestra Elsie está impaciente por fundar una familia.
Norman le lanzó una sonrisa tímida.
– Todavía falta un poco, señora Cameron. Antes tenemos que encontrar un lugar donde vivir.
Elsie pasó la mano por el brazo de su prometido y estiró el dedo para que la luz del fuego centelleara en el anillo.
– No tanto, cielito. Si puedes regalarle esto a tu novia, también podrás encontrar una casita para ella, ¿no?
Norman pensó abatido en las cinco libras que había pedido a un prestamista para comprarlo.
– El año que viene, tal vez.
Él se refería a doce meses a partir de ese momento, es decir, a 1924. Pero los Cameron asumieron que hablaba de 1923. El hermano y la hermana de Elsie tenían previsto casarse aquel año y parecía adecuado que ella también celebrara su boda. Durante todo el día de Navidad no se habló de otra cosa que de trajes de novia y bebés.
Fue esto lo que provocó que Norman enterrara la cabeza en la arena. Era más fácil acceder que recalcar que todavía no podía permitirse mantener a una esposa y a una familia. Incluso se sintió un poco alarmado ante la prisa que parecían tener los Cameron por librarse de su hija.
– Se calmará cuando viva fuera de Londres -dijo la señora Cameron-. El ruido y la multitud la deprimen. Intenta no prolongar demasiado la espera, Norman.
Después de comer el señor Cameron se lo llevó a un aparte.
– Elsie es una chica de ideas fijas… pero eso tú ya lo sabes. Mi consejo es que no la contradigas. Está mejor cuando se sale con la suya.
– Haré lo que pueda, señor.
– Buen chico. Si consigues rematar la faena antes de que se casen sus hermanos, la harás la mujer más feliz de la tierra.
Norman sabía que eso era imposible, pero se abstuvo de decirlo. Con la ingenuidad propia de un joven de veinte años, confiaba en que el tema se diluyera. Creía que podía mantenerse en la misma posición mientras no se fijara una fecha.
Al:fin y al cabo, nadie podía obligar a un hombre a casarse antes de que estuviera listo para ello…
Clifford Gardens, 86
Kensal Rise
Londres
30 de enero de 1923
Amadísimo Norman:
Ha sucedido lo peor. El señor Hanley me ha despedido hoy, de manera que tu pequeña Elsie se ha quedado sin trabajo. Fue tan brutal, tesoro. Dijo que me echaba por el bien de las demás. Han estado contando mentiras sobre mí otra vez, y todo porque no soportan verme feliz. Están celosas de mi anillo y de que esté prometida. ¡Cómo las odio!
Papá dice que debo buscar otro empleo, pero si nos casamos pronto no me hará falta. Di que será así, por favor. ¡Estoy tan impaciente por ser tu esposa, cielito! Podría encontrar un trabajo de mecanógrafa en el pueblo y volver a la cabaña todas las noches. Nos las apañaremos si prometo no tener hijos durante un par de años.
Oh, cariño, te quiero tanto… Por favor, por favor, di que sí.
Besos de tu amorcito, Elsie
Blackness Road Crowborough Sussex
3 de febrero de 1923
Mi querida Elsie:
Lamento que hayas perdido tu empleo pero creo que deberías hacerle caso a tu padre. Busca otro trabajo en Londres. La cabaña no es lugar para vivir, y no tener hijos no es algo que una esposa pueda prometer. Llegan lo quiera uno o no.
En esta época hace tanto frío que por las noches se hiela el agua de las gallinas. Tengo que dormir con el abrigo puesto para no congelarme yo también. Estarías muy a disgusto. Y nadie daría trabajo a una secretaria que no puede asearse ni lavar su ropa como es debido.
La paciencia es una virtud, Elsie. Si nos casamos ahora no seremos tan felices como si esperamos un poco. Por esta razón creo que lo mejor es retrasarlo todo.
Espero que encuentres un nuevo trabajo.
Te quiere,
Norman