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– ¿Qué pone, suegro?
– Todavía no lo sé.
– ¿Está en latín?
– Tampoco lo sé aún.
– Veo letras griegas y latinas mezcladas.
– Muy perspicaz, Davo, has notado la diferencia.
– Davo había recibido clases de Diana, que estaba decidida a enseñarle a leer. Pero le costaba avanzar.
– Pero ¿cómo puede haber letras griegas y latinas juntas?
– Es una especie de clave, Davo. Mientras no la descifre, sabré lo que pone en el texto tanto como tú.
Habíamos pasado del patio al estudio y estábamos sentados a ambos lados de la pequeña mesa de tres patas que había junto a la ventana, observando los pequeños papiros que había sacado de la sandalia de Numerio. Había cinco en total, todos cubiertos de una escritura tan diminuta que tenía que entornar los ojos para ver las letras. A primera vista, el texto no parecía tener sentido; eran letras dispuestas de cualquier manera. Supuse que habían utilizado una clave y que además le habían añadido la mezcla de latín y griego para mayor complicación.
Intenté explicarle a Davo qué era un mensaje cifrado. Gracias a Diana, mi yerno había aprendido la noción básica de que las letras representan sonidos y los grupos de letras palabras, pero su comprensión del alfabeto no llegaba mucho más lejos. Mientras le explicaba que las letras podían combinarse arbitrariamente, su expresión fue oscureciéndose.
– Pero yo creía que el sentido de las letras consistía en que no podían cambiar, que siempre significaban lo mismo.
– Sí, bueno… -Busqué una metáfora-. Imagina que las letras se ponen un disfraz. Piensa en tu nombre: la D podría disfrazarse de M, la A de T, y así hasta el final. Entonces tendrías cuatro letras que no formarían ninguna palabra. Ahora imagina una manera de ver a través de los disfraces y podrás descifrar la palabra completa.
Sonreí, pensando que era una explicación muy pedagógica, pero la cara de Davo estaba saliendo de la confusión y entrando en el reino del pánico.
– Si estuviera aquí Metón… -susurré. El más joven de mis dos hijos adoptivos tenía mucha mano para las letras. Gracias a aquel don natural había ascendido a las órdenes de César, que lo había nombrado escribiente suyo. Según Metón, él había sido el autor material de una parte de los Comentarios de César a la guerra de las Galias, que todos los habitantes de Roma habían leído durante el último año. No había nadie más brillante que Metón para descifrar claves, anagramas y otras combinaciones.
Pero Metón no estaba en Roma. Todavía no, aunque cada día crecían los rumores sobre la inminente llegada de César, lo que causaba alegría en unos barrios y terror en otros.
– Hay normas para resolver claves -proseguí, tratando de recordar los sencillos trucos que Metón me había enseñado-. «Un mensaje cifrado sólo es un rompecabezas, resolver un rompecabezas es sólo un juego y…»
– «Y todos los juegos tienen normas que cualquier tonto puede entender.»
Levanté la vista y vi a mi hija en la puerta.
– ¡Diana! Te dije que te quedaras en la otra parte de la casa. ¿Y si el pequeño Aulo…?
– Mamá lo está cuidando y no le dejará salir al patio. Ya sabes lo supersticiosa que es cuando se trata de cadáveres. -Diana chascó la lengua-. Qué aspecto tan horrible tiene ese pobre hombre.
– Quería evitar que lo vieras.
– Papá, ya he visto otros muertos.
– Pero no…
– No tan extraños como éste, cierto. Aunque ya había visto antes otro garrote. Se parece al que utilizaron para matar a Tito Trebonio hace unos años, el caso del hombre que demostraste que había sido estrangulado por su mujer. Te quedaste con el garrote de recuerdo, ¿no? Mamá dijo que lo utilizaría con Davo si alguna vez me daba un disgusto.
– Seguro que estaba bromeando. Esos instrumentos son ya tan habituales como las dagas -dije.
– Davo, ¿estás ayudando mucho a papá? -Diana se acercó, pasó el delgado brazo por el hombro musculoso de su marido y le rozó la frente con los labios. Davo sonrió. Sobre su cara cayó un largo mechón negro de Diana.
Carraspeé.
– Al parecer, el problema es un escrito en clave. Davo y yo ya casi lo hemos resuelto. Anda y ve con tu madre.
– ¡Por Isis y Osiris! ¿Cómo puedes leer esta letra tan pequeña? -dijo, mirando el papiro con los ojos entornados.
– Al contrario de lo que se cree en esta casa, no estoy sordo ni ciego -dije-. Y no está bien que las niñas se expresen con ese ímpetu delante de sus padres, por muy egipcias que sean las deidades que invoquen. -Diana se apasionaba últimamente por todo lo referente a Egipto. Ella decía que era un homenaje a las raíces de su madre. Yo prefería llamarlo esnobismo.
– Ya no soy una niña, papá. Tengo veinte años, estoy casada y soy madre.
– Ya lo sé. -Miré de reojo a Davo, que estaba absorto soplando el cabello de su mujer para apartárselo de la nariz, ya que al parecer le hacía cosquillas.
– Papá, si resolver un escrito cifrado es el problema, déjame ayudarte. Davo puede quedarse de guardia en el patio para asegurarse de que nadie vuelve a saltar por el tejado.
Davo sonrió como un bendito al oír aquello. Le hice una seña con la cabeza y se levantó enseguida.
– Tú también, Diana -dije-. Ve con él.
Lejos de hacerme caso, Diana se sentó en la silla que acababa de dejar su marido, enfrente de mí. Suspiré.
– Hay que hacerlo cuanto antes -dije-. El muerto es un pariente de Pompeyo. Por lo que sé, éste podría haber enviado ya a alguien a buscarlo.
– ¿Dónde estaban esos papiros?
– Escondidos en un compartimiento secreto de la sandalia.
Diana enarcó una ceja.
– ¿Era espía de Pompeyo?
Vacilé.
– Quizá.
– ¿A qué vino? ¿Por qué quería verte?
Me encogí de hombros.
– Aún no habíamos empezado a hablar cuando lo dejé un momento a solas.
– ¿Y después?
– Davo fue al patio, encontró el cadáver y dio la voz de alarma.
Diana cogió un papiro.
– Si buscamos vocales y combinaciones corrientes de consonantes…
– Y palabras corrientes y terminaciones de casos…
– Exacto.
– O palabras probables -añadí.
– ¿Probables?
– Palabras con probabilidades de aparecer en un documento que llevaba un espía de Pompeyo. Por ejemplo… por ejemplo, Pompeius. O, más probablemente, Magnus.
Diana asintió con la cabeza.
– O Gordianus. -Me miró de reojo.
– Quizá -dije.
Diana cogió dos estilos y dos tablillas de cera para tomar notas y analizamos los papiros en silencio. En el patio, Davo se paseaba al sol, silbando y observando el tejado. Desenvainó la daga de Numerio y se limpió las uñas. De la parte delantera de la casa llegaban los gritos de Auto y el sonsonete de la nana egipcia de Bethesda.
– Creo que…
– ¿Sí, Diana?
– Creo que he encontrado la palabra Magnos. Veo la misma serie de letras tres veces en este papiro. Mira, también está en el que tienes tú.
– ¿Dónde?-Ahí: lVYCSQ
– Es verdad. ¡Por Hércules! ¡Mira que son pequeñas estas letras! Si tienes razón, eso nos da l por M, V por A…
– Y por G…
Lo escribimos en las tablillas de cera. Diana examinó su papiro, lo apartó y examinó otros dos.
– Papá, ¿me dejas ver el tuyo?
Se lo di. Sus ojos recorrieron el escrito y se detuvieron. Respiró hondo.
– ¿Qué pasa, hija mía?
– Mira -dijo señalando un grupo de letras. Empezaban por Y y terminaban en CSQ; o, según nuestra clave, empezaban por G y terminaban en «nus»; y había otras cinco letras en medio.
– Gordianus -susurró.
El corazón me dio un vuelco.
– Quizá. Olvídate de los otros papiros por el momento. Vamos a trabajar juntos en éste.
Nos concentramos en el texto que había a continuación de mi nombre. Fue Diana quien vio la larga cadena de números; más que cantidades parecían años, en consonancia con el nuevo método de Varrón (de moda últimamente) de fecharlo todo desde la fundación de Roma. Las letras clave D e I (deducidas de Gordianus) también lo eran de los números D (quinientos) e I (uno). Descifrando los años, obtuvimos las letras C, L, X y V.
Utilizando nuestra creciente lista de letras descifradas, pronto hallamos nombres familiares enclavados en el texto. Estaba Metón, César… Eco (mi otro hijo), Cicerón… incluso Bethesda y Diana, que pareció más divertida que asustada al ver su nombre en el documento de un difunto. Mientras avanzábamos, los detalles más enrevesados del texto se tornaron transparentes: la clave utilizada no sólo mezclaba letras griegas y latinas, sino que alternaba frases en ambas lenguas, con una gramática un tanto discutible. Mi griego había empeorado en los últimos años. Menos mal que la egiptomanía de Diana incluía el repaso del idioma de los Tolomeos.
Gracias a su mirada, más aguda que la mía, y su veloz estilo, Diana me adelantó rápidamente. Al final, aparte de algún hueco aquí y allá, compuso una versión latina provisional de todo el pasaje y la apuntó en un papiro en blanco. Cuando hubo terminado, le pedí que la leyera en voz alta.
– «Asunto: Gordiano, llamado el Sabueso. Lealtad al Magno: cuestionable.»
– ¡Un informe sobre lealtad! -Cabeceé-. Todos estos papiros diminutos forman sin duda una especie de expediente secreto sobre diversos romanos, la evaluación del partido que tomarían en caso de que…
– ¿En caso de que hubiera una guerra entre César y Pompeyo? -Con qué facilidad pronunciaba Diana las palabras que a mí se me atragantaban; ella no tenía experiencia en guerras civiles ni recuerdos de Roma sitiada y conquistada, ni de listas de enemigos y propiedades embargadas, ni de cabezas empaladas en el Foro. Diana siguió leyendo-. «Plebeyo. Antecedentes familiares oscuros. No se le conoce servicio militar. Unos sesenta años.» Luego hay una especie de resumen, una cronología de tu ilustre carrera.
– Escuchémosla.
– «Poco se sabe de sus actividades anteriores al año de Roma 674, cuando reunió información a cuenta de Cicerón en el juicio por parricidio contra Sexto Roscio. Se ganó la gratitud de Cicerón (fue el primer juicio importante de éste) y la enemistad del dictador Sila. Fue contratado varias veces por Cicerón y otros en los años siguientes, casi siempre en relación con juicios por homicidio. Viajes a Hispania y Sicilia.
»Año de Roma 681: las vírgenes vestales Fabia y Licinia acusadas de relacionarse con Catilina y Craso respectivamente. Parece que Gordiano tuvo algo que ver en la defensa, pero no se conoce bien el papel que desempeñó.
»Año de Roma 682: contratado por Craso (en vísperas de su expedición contra Espartaco) para investigar el asesinato de un pariente en Bayas. De nuevo representa un papel oscuro. Su relación con Craso empeoró a partir de entonces.
»Año de Roma 684: nacimiento de su brillante y hermosa hija Diana…»
– ¿Eso pone?
– No. Está claro que el que recogió estos datos no lo sabía todo. El párrafo siguiente dice: «Año de Roma 690: muerte de su cliente patricio Lucio Claudio. Hereda una granja en Etruria y se va de Roma.
»Año de Roma 691: desempeñó un papel extraño en la conspiración de Catilina. ¿Espió a Catilina para Cicerón, a Cicerón para Catilina, o ambas cosas a la vez? Su relación con Cicerón acabó por entonces. Cambió la granja etrusca por su actual residencia del Palatino. Empezó a darse aires de respetabilidad.»
– ¿Aires? ¡No le leas eso a tu madre! Sigue.
– «Año de Roma 698: ayudó a Clodia en el proceso contra Marco Celio por el asesinato del filósofo Dión. -La voz de Diana tembló-. Su enemistad con Cicerón (que defendía a Celio) aumentó.»
Solté un gruñido.
– Cuanto menos se hable de ese pleito…
– … mejor -concluyó Diana, que, al igual que yo, conocía el secreto de la inoportuna muerte de Dión. Se aclaró la garganta-. «Año de Roma 702: contratado por el Magno para investigar el asesinato de Clodio en la via Apia. Servicio satisfactorio.»
– ¡Satisfactorio! ¿Eso es todo, después de lo que sufrió esta familia para descubrir la verdad y contársela a Pompeyo?
– Estoy segura de que Pompeyo diría que nos dio una buena recompensa. -Diana miró con nostalgia hacia el patio. Davo le devolvió la sonrisa y le hizo una seña.
– Y cuanto menos se hable de eso, mejor también -susurré-. ¿No pone nada más?
– Hay otro párrafo con fecha del mes pasado. «Año de Roma 704, diciembre: ninguna actividad conocida para ningún partido en las últimas…» -Frunció el entrecejo y me enseñó el texto-. Aquí hay una palabra griega que no conozco.
– Es un término náutico. Quiere decir «maniobra».
– ¿Maniobra?
– Se refiere a la colocación de dos barcos en posición para librar una batalla.
– Ah, vaya. Entonces… «ninguna actividad conocida para ningún partido en las últimas maniobras de Pompeyo y César».
– ¿Ya está? ¿Toda mi carrera reducida a unos episodios arbitrarios? Espero que esto de ser resumido por un extraño no me quite el sueño.
– Hay algo más, referente a la familia.
– Oigámoslo.
– «Esposa: antigua esclava, adquirida en Alejandría, de nombre Bethesda; apolítica. Una hija natural, Gordiana, más conocida como Diana, de unos veinte años, casada con un esclavo manumiso, Davo, anteriormente propiedad del Magno.» Esta frase estaba subrayada en el texto cifrado.
Asentí con la cabeza.
– Tendría sentido si este documento es lo que parece, un informe confidencial encargado por Pompeyo. Pavo es el único lazo familiar que me une a Pompeyo. Es la clase de dato que él querría ver resaltado. Sigue.
– «Dos hijos varones. Eco, adoptado cuando era un golfillo callejero, actualmente de unos cuarenta años, casado con una hija de la familia Menenia. Sin experiencia militar. Reside en la vieja casa familiar del Esquilmo. A veces ayuda a su padre. Tendencias políticas parecidas a las de su padre… muy generales, pero fluidas e inciertas. Lealtad al Magno: cuestionable.» -Levantó la mirada y prosiguió-: El párrafo siguiente también está subrayado: «De especial interés: el otro hijo, Metón, también adoptado. Al principio fue esclavo de Marco Craso. De unos treinta años. Servicio militar desde temprana edad. Se rumorea que luchó con Catilina en la batalla de Pistoia. Sirvió algún tiempo a las órdenes de Pompeyo en el año de Roma 692. Desde 693 está con César. Varios episodios de valentía en las Galias. Consiguió ascender a base de esfuerzo hasta situarse en el círculo más cercano a César. Notable por su habilidad literaria: lleva la correspondencia y ayuda a César en la descripción de las campañas galas. Está firmemente instalado en el campamento de César y algunos dicen que…» -Se le quebró la voz.
– ¿Sí? Continúa.
– «Y algunos dicen que también en la cama de César.»
– ¿Qué?
– Eso pone aquí, papá. Más o menos; el original es algo más grosero. Esta parte estaba en griego, pero conozco todas las palabras.
– ¡Esto es indignante!
– ¿Sí?
– Metón quiere a César; tienes que querer a un hombre para arriesgar tu vida por él en cualquier momento. Adoración del héroe, es frecuente entre militares. Yo nunca lo he entendido, pero eso no significa que…
Diana se encogió de hombros.
– Metón nunca me ha dicho nada concreto sobre su relación con César, pero por la forma que habla de él siempre he supuesto que tenía que haber…
– ¿Qué?
– Papá, no hace falta que grites.
– ¡Bien! Al parecer no eres la única que se dedica a hacer suposiciones absurdas. ¡Nada menos que en un informe confidencial para Pompeyo! Los enemigos de César vienen propagando estos rumores sobre él desde hace treinta años, desde que se hizo amigo del rey Nicomedes. En el Foro todavía lo llaman reina de Bitinia. Pero ¿cómo osan hablar de Metón en esos términos? ¡No pongas los ojos en blanco, Diana! Como si no hubiera motivo para enfadarse.
– Creo que no hace falta que grites, papá.
– Sí. Bueno…
Puso su mano en la mía.
– Todos estamos preocupados por Metón, papá. Porque está muy cerca de César… y por lo que pueda pasar. Sólo los dioses saben cómo acabará todo esto.
Asentí con la cabeza. De repente, la habitación me pareció demasiado silenciosa. La luz procedente del patio era cada vez más tenue; los días son cortos en enero. La cabeza empezó a dolerme. Llevábamos horas trabajando. El único descanso había sido para avivar el fuego del brasero cuando empezó a notarse el frío. El brasero había estado ardiendo desde entonces y la habitación estaba llena de humo.
Miré la traducción de Diana y vi que aún faltaba algo.
– Sigue -dije con calma-. ¿Qué queda?
– «Pocos esclavos en la casa. Entre ellos dos muchachos, hermanos, adquiridos a la viuda de Clodio poco después de su muerte, antes mozos de cuadra en su villa de la via Apia. Mopso (el mayor) y Androcles (el menor). A menudo hacen de mensajeros para Gordiano. Las jarras pequeñas tienen asas grandes.» -Diana arrugó la frente-. Estoy segura de que pone eso.
– Es de una obra teatral de Ennio -dije-. Significa que los niños tienen las orejas muy abiertas; o sea que Mopso y Androcles podrían ser espías. Sigue.
– Sigue hablando de Mopso y Androcles. «Dada la inclinación de Gordiano a adoptar huérfanos y esclavos, ¿es posible que acabe con dos hijos más?» -Arqueó una ceja y esperó mi comentario.
– Sigue -dije-. ¿Qué más hay?
– Un resumen: «El sujeto no tiene peso político ni es rico, aunque está muy bien considerado por muchos que lo son. Una vez Cicerón dijo que era "el hombre más honrado de Roma", pero no se sabe de dónde viene su buena fama. Al no tomar claramente partido en polémicas peligrosas se las arregla para ponerse por encima de la rivalidad y así es libre de moverse entre un bando y otro. Incluso contratado por uno, conserva la apariencia de independencia y neutralidad, y se esfuerza por encontrar la "verdad" en vez de servir a prioridades partidistas. Combina la habilidad del investigador con la del diplomático. Podría ser su principal valor en una crisis: como un mensajero en el que confiaran ambos bandos.
»Por otra parte, algunos lo ven como un pragmático convicto y confeso que explota la confianza de hombres poderosos sin ofrecerles toda su lealtad. ¿Qué clase cíe hombre alquila su integridad, caso tras caso?
»Si se produjera una crisis de primera magnitud, ¿a quién sería leal? Posee una buena casa en el Palatino y ha conseguido no tener deudas (otro puntal de su independencia); es difícil saber qué interés tendría para él una revolución o una guerra civil. Por otra parte, su anómala familia de adoptados y esclavos manumisos indica que es un hombre al que le preocupan poco los valores tradicionales romanos. Es más preocupante su conexión con César a través de su hijo Metón. Sería, más que ninguna otra, la razón que podría empujarlo al partido de César.
»Conclusión: Gordiano podría resultar de utilidad al Magno, pero tendría que ser vigilado de cerca.»
Diana me miró.
– Esto es todo.
Arrugué la nariz.
– ¿Un pragmático convicto y confeso? -Sonaba tan mal como los rumores sobre Metón.
– La verdad es que, en conjunto, creo que te favorece -dijo Diana-. Hace que parezcas un individuo sutil.
– Los individuos sutiles se quedan sin cabeza en tiempos como éstos.
– Bueno, al menos Davo estará a salvo. -Me miró con seriedad y soltó una risita.
Yo sólo conseguí sonreír. Quería animarme, lo sé, pero no tenía idea de la enormidad del peligro que nos acechaba. Sentí una gran ternura por ella. Le acaricié el pelo.
De repente oímos un ligero alboroto en la parte delantera de la casa. Davo abandonó el patio. Al poco rato volvió dando zancadas.
– Otra visita -dijo. Estaba pálido.
– ¿A estas horas?
– Sí, suegro. El Magno en persona.