172213.fb2
Se hizo el silencio; todos miraban a Bobby. Entonces Skip dejó escapar una feroz carcajada que retumbó con fuerza en toda la habitación.
– Matt, que te jodan -dijo él-. Me hiciste ir allí. Casi hiciste que me lo tragara.
– Es verdad, Skip.
– ¿Porque soy actor, Matt? -Bobby me sonrió-. Te crees que todos los actores nos conocemos, igual que Billie se pensó que Kasabian tendría que conocer al maestro. Por el amor de Dios, seguro que en esta ciudad hay más actores que armenios.
– Dos grupos muy vilipendiados -comentó Keegan-. Los actores y los armenios; se les deja morir de hambre.
Yo dije:
– No va a colar, Bobby. Estuviste en ciase con Gary Atwood en la Academia de Arte Dramático de Nueva York. Estuviste en un espectáculo en el Galinda Theater en la Segunda Avenida el año pasado y fue uno de los logros de Lee David Cutler.
– ¿Estás hablando de esa cosa de Strindberg? ¿Seis representaciones para una sala llena de asientos vacíos y con un director que ni siquiera sabía de qué trataba la obra? ¿Así que Cutler era ese tío delgado que hacía el papel de Berndt? ¿Te refieres a él?
Yo no dije nada.
– El «Lee» me ha despistado. Todos lo llamaban Dave. Supongo que lo recuerdo, pero…
– Bobby, hijo de puta, ¡estás mintiendo!
El se volvió y miró a Skip. Preguntó:
– ¿Lo estoy, Arthur? ¿Es eso lo que crees?
– Es lo que sé, joder. Te conozco, te conozco de toda la vida. Sé cuándo estás mintiendo.
– El polígrafo humano. -Suspiró-. Pues resulta que tienes razón.
– No me lo creo.
– Bueno, decídete, Arthur. Es difícil ponerse de acuerdo contigo. O estoy mintiendo o no. ¿Qué prefieres?
– Me has robado. Me robaste mis libros, me has traicionado. ¿Cómo has podido hacerlo? Tú, cabronazo, ¿cómo has podido hacerlo?
Skip se estaba levantando. Bobby seguía sentado en su silla con un vaso vacío en su mano. Keegan y John Kasabian estaban a ambos lados de Bobby pero se apartaron un poco de él durante aquel intercambio de palabras, como si quisieran dejarles espacio.
Yo estaba de pie a la derecha de Skip y estaba observando a Bobby. Se tomó su tiempo para dar una respuesta, como si tuviera que pensarla cuidadosamente.
– Joder -dijo finalmente-. ¿Por qué lo haría cualquiera? Quería el dinero.
– ¿Cuánto te han dado?
– No tanto, a decir verdad.
– ¿Cuánto?
– Pues yo quería la tercera parte. Se rieron. Quería diez y dijeron cinco y al final lo dejamos en siete de los grandes. -Extendió las manos-. Soy un negociador pésimo. Soy actor, no me dedico a los negocios. ¿Qué sé yo sobre regateos?
– Me la has jugado por siete mil dólares.
– Escucha, ojalá hubiera sido por más. Créeme.
– No hagas bromas conmigo, hijo de puta.
– Pues entonces no me lo pongas a huevo, gilipollas.
Skip cerró los ojos. Tenía la frente cubierta de sudor y en el cuello se le marcaban los tendones. Apretó los nudos, relajó las manos y volvió a apretarlos. Estaba respirando por la boca como un boxeador entre asalto y asalto.
Preguntó:
– ¿Por qué necesitabas el dinero?
– Bueno, resulta que mi hermana pequeña necesita esa operación y…
– Bobby, no bromees conmigo. Te mataré, lo juro.
– ¿Ah, sí? Necesitaba el dinero, créeme. Iba a acabar necesitando la operación. Me iban a partir las piernas.
– ¿Qué coño estás diciendo?
– Lo que estoy diciendo es que pedí prestados cinco mil dólares, los invertí en un negocio de tráfico de cocaína que se fue a la mierda y tenía que devolver los cinco mil porque no se los había pedido al Chase Manhattan. No tengo un amigo tan bueno. Se lo pedí a un tipo de Woodside que me dijo que la única fianza que le tenía que dar por el préstamo eran mis piernas.
– ¿Pero qué coño hacías tú traficando con cocaína?
– Quería ganar pasta, para variar. Quería prosperar en la vida.
– Haces que parezca el sueño americano.
– Fue una jodida pesadilla. El negocio se fue a la mierda, pero yo seguía debiendo el dinero y tenía que lograr reunir cien a la semana para poder seguir pagando los intereses. Ya sabes cómo funciona esto. Pagas cien a la semana durante toda tu vida y sigues debiendo cinco mil. Yo no podía pagarme mis propios gastos, así que no digamos lo de pagar otros cien a la semana. Tenía pagos atrasados, así que tenía intereses sobre los intereses y los siete mil que me dieron Cutler y Atwood pues ya han desaparecido, tío. Le pagué a ese ladrón seis de los grandes para quitármelo de encima para siempre, pagué algunas otras deudas que debía y me metí unos cientos de dólares en la cartera. Eso es lo que me queda. -Se encogió de hombros-. Así como viene se va. ¿Verdad?
Skip se puso un cigarrillo en la boca e intentó torpemente encenderlo con el mechero. Se le cayó y cuando se estiró para recogerlo le dio una patada por accidente y lo metió debajo del escritorio. Kasabian le puso una mano sobre el hombro para tranquilizarlo, encendió una cerilla y le dio fuego. Billie Keegan se tiró al suelo y buscó hasta encontrar el mechero.
Skip le preguntó:
– ¿Sabes cuánto me has costado?
– Te he costado veinte mil. A John treinta.
– Nos has costado veinticinco a los dos. Le debo cinco a Johnny, él sabe que lo recuperará.
– Lo que digas.
– Nos has costado cincuenta mil putos dólares para poder quedarte con siete mil.
– Ya te he dicho que no tengo cabeza para hacer negocios.
– Tú no tienes cabeza para nada, Bobby. Si necesitabas dinero, podrías haberle vendido a tus amigos a Tim Pat por diez de los grandes. Él ofrecía esa recompensa y son tres mil dólares más de lo que ellos te han dado.
– No iba a jugársela así.
– No, por supuesto que no. Pero sí podías vendernos a mí y a John y jodernos, ¿verdad?
Bobby se encogió de hombros.
Skip tiró su cigarrillo al suelo y lo piso.
– Si necesitabas dinero -dijo-, ¿por qué no viniste y me lo pediste? ¿Podrías habérmelo dicho? Podrías haber venido a mí antes de acudir a ese ladrón. O si él te estaba presionando y tú necesitabas devolverle el dinero, podrías haber venido a mí entonces.
– No quería pedirte dinero.
– No querías pedírmelo. Así que me lo robas, pero no podías pedírmelo.
Bobby echó la cabeza hacia atrás.
– Sí, eso es, Arrrrrthur. No quería pedírtelo a ti.
– ¿Alguna vez te he negado algo?
– No.
– ¿Alguna vez te he hecho arrastrarte?
– Sí.
– ¿Cuándo?
– Todo el tiempo. Vamos a dejar que el actor trabaje de camarero un tiempo. Vamos a poner al actor detrás de la barra y esperemos que no me arruine el negocio. Es un gran chiste eso de que yo sea actor. Soy tu muñequito a cuerda, soy tu jodida mascota.
– ¿No crees que me tomo en serio tu profesión de actor?
– Claro que no.
– No puedo creer que esté escuchando esto. Ese pedazo de mierda en el que estuviste en la Segunda Avenida, el puto Strindberg, ¿a cuántas personas llevé a verlo? Había veinticinco personas en aquel lugar y yo llevé a veinte de ellas.
– Para que vieran a tu mascota. «Ese pedazo de mierda en el que estuviste.» Eso es tomarse en serio mi profesión de actor, pequeño Skip. Eso sí que es apoyo de verdad.
– ¡Joder! No puedo creerme esto -dijo Skip-. Me odias. -Miró alrededor de la habitación-. Me odia.
Bobby lo miró únicamente a él.
– Lo has hecho para joderme. Eso es todo.
– Lo he hecho por el dinero.
– ¡Yo te habría dado el puto dinero!
– No quería que tú me dieras dinero.
– No querías que yo te lo diera. ¿Y quién crees que te lo ha dado, cabronazo? ¿Crees que te lo ha dado Dios? ¿Crees que te ha llovido del cielo?
– Supongo que me lo gané.
– ¿Que tú qué?
Bobby se encogió de hombros.
– Lo que he dicho. Supongo que me lo gané. Trabajé para ello. Estuve contigo, no sé cuántas veces, desde el día que cogí los libros. Estuve el lunes por la noche y todo. Y jamás tuviste la más mínima duda. No creo que sea precisamente la peor interpretación de la historia.
– Así que no fue más que un trabajo de interpretación.
– Podrías verlo de ese modo.
– Judas también lo hizo muy bien. Lo nominaron al Oscar, pero no pudo estar presente en la ceremonia de entrega.
– Tú serías un Jesús demasiado gracioso. No eres apropiado para el papel.
Skip lo miró con dureza.
– No lo entiendo -dijo-. Ni siquiera te avergüenzas de ti mismo.
– ¿Eso te haría feliz? ¿Que representara una escenita de vergüenza?
– Crees que está bien, ¿verdad? ¿Hacerle pasar un infierno a tu amigo y costarle tanto dinero? ¿Robarle?
– Tú nunca has robado, ¿verdad, Arthur?
– ¿De qué estás hablando?
– ¿Cómo conseguiste los veinte mil, Arthur? ¿Qué hiciste? ¿Guardar el dinero para el almuerzo?
– No lo declaramos. Pero eso no es ningún secreto. ¿Quieres decir que se lo robamos al Gobierno? Muéstrame al propietario de algún local en el que se trabaje con dinero en metálico que no lo haga.
– ¿Y cómo conseguiste el dinero para abrir el garito? ¿Cómo empezasteis tú y John? ¿También fue evasión de impuestos? ¿Fue el dinero de las propinas no declaradas?
– ¿Y si lo fue?
– ¡Y una mierda! Trabajaste tras la barra en el bar de Jack Balkin y robaste a dos manos. Hiciste de todo menos llevar los cascos de las botellas a la tienda de ultramarinos para quedarte con el dinero del depósito. Le robaste tanto a Jack que es sorprendente que no tuviera que acabar cerrando el local.
– Él ganaba mucho dinero.
– Sí, y tú también. Tú robaste y John robó donde estaba trabajando y, ¡quién lo iba a decir!, los dos conseguisteis dinero suficiente para abrir vuestro propio bar. Y tú me hablas del sueño americano. Eso sí que es el Sueño Americano. Robarle al jefe hasta que puedes permitirte abrir un negocio y hacerle la competencia.
Skip dijo algo inaudible.
– ¿Qué dices? No puedo oírte, Arthur.
– He dicho que los camareros que trabajan detrás de la barra roban. Eso se da por hecho.
– Y eso lo convierte en algo honrado, ¿no?
– Yo no le saqué dinero a Balkin. Le hice ganar dinero. Puedes darle las vueltas que quieras, Bobby, pero no puedes hacerme quedar como lo que tú eres.
– No, tú eres un puto santo, Arthur.
– ¡Jesús! -dijo Skip-. No sé qué hacer. No sé qué voy a hacer.
– Yo sí. No vas a hacer nada.
– ¿Ah, no?
Bobby sacudió la cabeza.
– ¿Qué vas a hacer? ¿Vas a sacar la pistola de detrás de la barra, volver aquí y dispararme con ella? No vas a hacer eso.
– Debería.
– Sí, pero eso no va a pasar. ¿Quieres pegarme? Ya ni siquiera estás enfadado, Arthur. Piensas que deberías estar furioso, pero no lo sientes. Tú no sientes nada.
– Yo…
– Escucha, estoy reventado -dijo Bobby-. Hoy no me quedaré hasta tarde si no os importa. Escuchad, chicos, devolveré el dinero uno de estos días. Los cincuenta mil al completo. Cuando sea una estrella, ¿vale? Soy bueno.
– Bobby…
– Nos vemos -dijo él.
Después de que nosotros tres hubiéramos acompañado a Skip a la vuelta de la esquina y nos hubiéramos despedido de él; después de que John Kasabian hubiera parado un taxi y se hubiera marchado en dirección hacia el norte de la ciudad, me quedé en esa esquina con Billie Keegan y le dije que había cometido un error, que no debía haberle dicho a Skip lo que había descubierto.
– No -dijo él-. Tenías que hacerlo.
– Ahora sabe que su mejor amigo lo odia a muerte. -Me giré y miré hacia el Pare Vendôme-. Vive en un piso alto -dije-. Espero que no decida saltar por la ventana.
– El no es de esos.
– Supongo que no.
– Tenías que decírselo -dijo Billie Keegan-. ¿Qué vas a hacer? ¿Dejar que siga pensando que Bobby es su amigo? Esa clase de ignorancia no puede hacer ningún bien. Lo qué tú has hecho ha sido como sajarle un forúnculo. Ahora mismo duele y jode, pero la herida se curará. Si lo hubieras dejado, habría ido a peor.
– Supongo.
– Dalo por hecho. Si Bobby se hubiera librado esta vez, habría hecho algo más. Habría insistido hasta que Skip se hubiera enterado porque no ha sido suficiente sangrarle con lo del dinero, Bobby también quería restregárselo por las narices. ¿Entiendes lo que quiero decir?
– Sí.
– ¿Tengo razón?
– Probablemente. Billie, quiero oír esa canción.
– ¿Eh?
– El antro sagrado… corta el cerebro en pedazos. La canción que me pusiste.
– Last Call.
– ¿No te importa?
– Hey, venga, sube. Nos tomaremos algo.
La verdad es que no bebimos mucho. Fui con él a su apartamento y puso la canción unas cinco o seis veces para mí. Charlamos un poco, pero, sobre todo, escuchamos el disco. Cuando me fui, me volvió a decir que había hecho lo correcto al desenmascarar a Bobby Ruslander. Sin embargo, yo no estaba tan seguro de ello.