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Jueves, 18 de marzo. 18:30 h
NORDDEICH, FRISIA ORIENTAL
Era un lugar que él había considerado su hogar. Un lugar que siempre supuso que lo había definido. Pero en ese momento, de pie en un paisaje que era puro horizonte, supo que pertenecía a otra parte. Hamburgo era el sitio que definía verdaderamente quién era Jan Fabel. Quién era él ahora. En quién se había convertido. La separación de Fabel de ese paisaje se había producido en dos etapas: la primera había tenido lugar cuando se marchó de la casa de su familia y viajó a Oldenburg, el interior del país, donde estudió inglés e historia en la flamante Universität Carl von Ossietzky. Luego, después de graduarse, se trasladó a la Universität de Hamburgo para estudiar historia europea. Y para vivir una nueva vida.
Fabel aparcó su BMW en la parte trasera de la casa. Salió del coche, abrió la puerta posterior y buscó el bolso de viaje que había preparado apresuradamente. Cuando se irguió se quedó de pie un momento en silencio, absorbiendo todas las formas y sonidos que habían sido constantes durante su infancia: el pulso continuo y lento del mar oculto por la hilera de árboles detrás de la casa y el dique y las dunas más allá; la geometría sencilla y seria de la casa de sus padres, achaparrada y recia bajo su amplio techo de tejas rojas; el pasto verde pálido que ondeaba como agua bajo la fresca brisa frisona y el inmenso cielo que se desplegaba con fuerza sobre el paisaje plano. El agudo pánico que sintió cuando recibió la llamada en el Präsidium se había aliviado hasta convertirse en un dolor suave pero constante durante las tres horas y media de viaje por la A28, y se había calmado un poco más al ver a su madre sentada en la cama del hospital de Norden, diciéndole a Fabel que no era tanto escándalo y que se asegurara de que su hermano no se preocupara demasiado.
Pero luego, entre los detalles familiares de su infancia, la agudeza de aquel primer pánico volvió a asaltarlo. Buscó la 11ave de repuesto en el bolsillo del abrigo que había tirado encima del bolso de viaje y abrió la pesada puerta de madera de la cocina. En la parte inferior de la puerta todavía se veían, debajo de años de barniz, las oscuras marcas donde Fabel y su hermano, cargados de libros de la escuela, acostumbraban a empujarla con los pies. Incluso en ese momento, con un bolso de cuero y una cara cazadora abrigo Jaeger en vez de un bolso escolar en el brazo, sintió el instinto de empujar la puerta con el pie cuando hizo girar el picaporte.
Entró en la cocina. La casa estaba vacía y silenciosa. Dejó el bolso y el abrigo sobre la mesa y se quedó de pi8e un momento, asimilando todo lo que no había cambiado en la cocina: los paños con motivos florales sobre la barra cromada de la cocina, le viejo juego de mesa y sillas de madera de pino, los tableros de corcho llenos de capas de notas y postales, la pesada cómoda de madera contra la pared. Fabel se dio cuenta de que al niño que había en él le disgustaban los escasos y pequeños cambios que había hecho su madre: una nueva tetera, un horno microondas, un nuevo armario estilo Ikea en un rincón. Era casi como si, en lo profundo de su ser, sintiera que esas incursiones contemporáneas eran como traiciones diminutas; que el hogar de su niñez no debería haberse modificado en todos los años que han pasado.
Se preparó un poco de té. Jamás se le hubiera ocurrido toar café: estaba de regreso en su casa de Frisia Oriental, don-el té era un elemento fundamental de la vida. Su madre, aunque no había nacido en Frisia, había adoptado con entusiasmo los rituales locales sobre el té, incluido el intervalo de s tazas antes del mediodía conocido como elfürtje en frisón, el impenetrable dialecto local que estaba entre el alemán, el holandés y el inglés antiguo. Buscó automáticamente en los armarios, donde cada ingrediente estaba donde lo esperaba: el té, los tradicionales kluntjes de azúcar cristalizada, las tazas color blanco y celeste. Se sentó a la mesa y bebió el té, escuchando los ecos de las voces de su padre y su madre en lo profundo del silencio. Un silencio que se quebró cuando sonó su teléfono móvil. Era Susanne, con la voz tensa por la preocupación.
– Jan… acabo de recibir tu mensaje. ¿Te encuentras bien? ¿Cómo está tu madre?
– Está bien. Bueno, ha sufrido un pequeño ataque cardíaco, pero ahora se encuentra estable.
– ¿Estás en el hospital?
– No, estoy en casa… Quiero decir, en casa de mi madre. Pasaré aquí la noche y esperaré a mi hermano, que debería llegar mañana.
– ¿Quieres que vaya para allí? Podría salir ahora mismo y llegar en dos o tres horas…
Fabel le aseguró que no era necesario, que él estaría bien y que su madre probablemente estaría de regreso en su casa en un par de días.
– No ha sido más que un disparo de advertencia -explicó.
Pero, después de colgar, Fabel se sintió de repente muy solo. Había comprado bocadillos abiertos ya cocidos pero se dio cuenta de que no podía enfrentarse a la idea de comer y los guardó en la nevera. Terminó el té y subió por la escalera hasta su antiguo dormitorio, bajo la amplia extensión de la empinada inclinación del techo. Arrojó el bolso y el abrigo en un rincón y se tumbó en la cama individual, pero sin encender la luz. Se quedó acostado en la oscuridad tratando de recordar la voz de su padre, muerto hacía ya largo tiempo, gritando desde la escalera para que Fabel y su hermano Lex se levantaran de la cama. Se dio cuenta de que sólo podía recordar la voz de su padre condensada en una sola palabra: traanköppe. Eso era lo que su padre gritaba por las mañanas: «dormilón» en frisón. Fabel suspiró en la oscuridad. Eso es lo que ocurría cuando uno llegaba a la mediana edad: las voces que en una época uno escuchaba to dos los días se desvanecían de la memoria hasta que sólo quedaban una o dos palabras.
Fabel levantó el móvil de la mesilla de noche y, sin encender la luz, buscó en la memoria del teléfono el número de la Cesa de Anna Wolff. Sonó varias veces y luego apareció el contestador. Decidió no dejar ningún mensaje y, siguiendo una corazonada, marcó el número directo de Anna en el Präsidium. I.1 voz generalmente animada de Anna estaba empequeñecida por el cansancio.
– Chef… No esperaba saber de ti… Tu madre…
– Se repondrá. Fue un infarto menor, o al menos eso dije-mu. He pasado la mayor parte de la tarde en el hospital. Regresaré luego. ¿Has avanzado algo con la identidad de la chica?
– No, chef, lo lamento. No. He recibido los resultados de mi búsqueda con la BKA. No hay ninguna persona desaparecida que encaje con la descripción. He ampliado los parámetros de búsqueda: tal vez ella fuera de otra parte de Alemania, o de otro lado. Nunca se sabe, con tanto tráfico de mujeres de Europa del Este.
Fabel lanzó un gruñido. El tráfico de mujeres jóvenes desde Rusia, los Balcanes y otros lugares en los bordes orientales de la riqueza de Occidente se había convertido en un serio problema para Hamburgo. Atraídas por toda clase de promesas, desde contratos como modelos hasta empleos domésticos, estas mujeres y chicas se convertían en virtuales esclavas y en la mitad de los casos terminaban vendidas a redes de prostitución. El nacimiento de un nuevo siglo había traído aparejado el renacimiento de un viejo mal: la esclavitud.
– Sigue en ello, Anna -le dijo, aunque sabía que no era necesario, por la misma razón por la que había deducido que la encontraría en el Präsidium. Una vez que Anna se concentraba en una tarea, era incansable-. ¿Algo más?
– El Kommissar Klatt ha venido esta tarde. Le expliqué que tu madre estaba enferma y que habías tenido que marcharte. Le hice un recorrido por el Präsidium y se lo presenté a todos. Parecía bastante impresionado. Fuera de eso, nada. Oh, espera, Holger Brauner ha llamado. Ha dicho que había preparado los exámenes de ADN y que se los llevará a Möller al Institut für Rechtsmedizin mañana por la mañana.
– Gracias, Anna. Os llamaré mañana y os haré saber cuáles serán mis probables movimientos.
– Entonces te sugiero que hables con Werner cuando llames. Está preocupado por ti. Por tu madre.
– Lo haré. -Fabel colgó, interrumpiendo el contacto con su nuevo mundo, y volvió a hundirse en la oscuridad y el silencio del viejo.
Cuando Fabel regresó a la Kreiskrankenhaus Norden, el doctor con el que había hablado antes ya había terminado su turno, pero la enfermera jefe estaba allí. Era una mujer de mediana edad con una cara redondeada, franca y honesta. Sonrió cuando Fabel se acercó y le informó de las novedades sin que él tuviera que preguntarle nada.
– Tu madre se encuentra bien -dijo-. Se durmió esta tarde después de que te fueras y le hicimos otro electrocardiograma. En realidad no hay nada de qué preocuparse si se lo toma con calma.
– ¿Hay probabilidades de que tenga otro ataque?
– Bueno, una vez que has sufrido el primero, las probabilidades del segundo son siempre más altas. Pero no, no necesariamente. Lo importante es que tu madre se levante y se mueva, y que mantenga un ritmo de actividad razonable en los próximos días. Yo diría que es posible que esté en condiciones de volver a su casa mañana por la tarde. O tal vez el día siguiente.
– Muchas gracias, enfermera -dijo Fabel, y se volvió hacia la habitación de su madre.
– No te acuerdas de mí, ¿verdad, Jan? -dijo la enfermera. El se dio la vuelta y vio que había algo tentativo y tímido en su sonrisa-. Soy Hilke. Hilke Tietjen.
Fabel necesitó uno o dos segundos para que ese nombre se registrara y destacara en medio de las pilas de otros que había en su memoria.
– Dios mío, Hilke. ¡Deben de haber pasado veinte años! ¿Cómo estás?
– En realidad casi veinticinco. Estoy bien, gracias. ¿Y tú? He oído que eras Kommissar de la policía de Hamburgo.
– Erster Hauptkommissar ahora -dijo Fabel con una sonrisa. Recorrió esa cara redondeada de mediana edad en busca de Vestigios de las facciones más jóvenes, más delgadas y más bonitas que él siempre había relacionado con el nombre Hilke Tietjen. Allí estaban, en la estructura del rostro, como huellas arqueológicas cubiertas por los años y el peso ganado-. ¿Sigues viviendo en Norddeich?
– No. Vivo aquí, en Norden. Ahora me llamo Hilke Freericks. ¿Recuerdas a Dirk Freericks, de la escuela?
– Claro -mintió Fabel-. ¿Tenéis niños?
– Cuatro -rio ella-. Todos varones. ¿Y tú?
– Una hija, Gabi. -Fabel se sintió irritado consigo mismo cuando se dio cuenta de que no quería admitir que estaba divorciado. Sonrió con incomodidad.
– Ha sido un placer volver a verte, Jan -dijo Hilke-. Debes de estar ansioso por ver a tu madre.
– Ha sido bueno verte a ti también -dijo Fabel. La observó alejarse por el pasillo del hospital. Una mujer pequeña, de caderas anchas y mediana edad llamada Hilke Freericks quien, veinticuatro años antes, había sido Hilke Tietjen, delgada, con una rara bonita pecosa rodeada de un brillante cabello rubio rojizo y que había compartido momentos urgentes y jadeantes con Fabel entre las dunas de la costa de Norddeich. Para Fabel, en esos descarnados cambios provocados por el paso de casi un cuarto de siglo había un contraste intolerablemente deprimente y triste. Y esa sensación le produjo la misma urgencia de antes de alejarse lo más posible de Norddeich y de Norden.
La madre de Fabel estaba sentada en la silla junto a su cama, mirando Wetten, Dass…? en la televisión cuando él entró en la habitación. El aparato enmudeció y Thomas Gottschalk siguió sonriendo y charlando sin sonido. Ella sonrió ampliamente y apagó el televisor con el mando a distancia.
– Hola, hijo. Pareces cansado. -Su voz tenía una combinación casi cómica de acento británico y el duro dialecto frisón con que hablaba alemán con su hijo. Fabel se inclinó para besarle la mejilla. Ella le palmeó el brazo.
– Yo estoy bien, mutti. No es por mí por quien deberíamos preocuparnos. Pero parece que hay buenas noticias… La enfermera me ha dicho que tu electro salió normal y que podrías salir mañana por la tarde.
– ¿Has hablado con Hilke Freericks? Salisteis juntos en alguna ocasión, según recuerdo.
Fabel se sentó en el borde de la cama.
– Aquello fue hace mucho tiempo, mutti. Apenas la reconocí. -Mientras hablaba, el recuerdo de Hilke, de su largo pelo dorado y rojizo y su piel traslúcida bajo el luminoso sol de un verano lejano chocó con la imagen de la mujer anticuada y de mediana edad con quien había charlado en el pasillo-. Ha cambiado. -Hizo una pausa-. ¿ Yo también he cambiado tanto, mutti?
La madre de Fabel se echó a reír.
– No me lo preguntes a mí. Tú y Lex seguís siendo mis bebés. Pero yo no me preocuparía por ello. Todos cambiamos.
– Es sólo que cuando regreso aquí siempre espero que todo siga igual.
– Eso es porque este lugar es un concepto para ti, un sitio en tu pasado, más que una realidad. Vuelves aquí para reenfocar detalles de tus recuerdos. Yo hacía exactamente lo mismo cada vez que volvía a Escocia. Pero las cosas cambian, los lugares cambian. El mundo avanza. -Ella sonrió, estiró el brazo y pasó la mano suavemente por los pelos de la sien de Fabel, peinándolo con los dedos de la misma manera que lo hacía cuando él era un niño a punto de salir hacia la escuela-. ¿ Cómo está Gabi? ¿Cuándo traerás a mí nieta para que me visite?
– Pronto, espero -dijo Fabel-. Le toca venir un fin de semana.
– ¿Y cómo se encuentra su madre? -Desde la separación, la madre de Fabel no se había referido ni una sola vez a su ex esposa, Renate, por su nombre. Y, cuando hablaba, él podía oír el hielo cristalizándose en la voz de su madre.
– No lo sé, mutti. No hablo mucho con ella, pero cuando lo hago no es muy agradable. En cualquier caso, no hablemos de Renate; eso no hace más que enfadarte.
– ¿Y qué hay de esa nueva novia que tienes? Bueno, ya no tan nueva. Hace bastante tiempo que salís… ¿Es algo serio?
– ¿Qué… Susanne? -Fabel pareció desconcertado durante un momento. No era tanto la pregunta lo que lo había cogido con la guardia baja, sino el repentino descubrimiento de que no conocía la respuesta. Se encogió de hombros-. Nos llevamos bien. Muy bien.
– Yo me llevo muy bien con Herr Heermans, el charcutero, pero eso no significa que tengamos futuro juntos.
Fabel se echó a reír.
– No lo sé, mutti. Es sólo el principio. De todas formas, cuéntame qué te ha dicho el doctor sobre lo que debes hacer cuando salgas de aquí…
Fabel y su madre pasaron las dos horas siguientes charlando despreocupadamente. En ese lapso, él la examinó con más detalle de lo que lo había hecho en mucho tiempo. ¿Cuándo había envejecido tanto? ¿Cuándo se le había puesto blanco el pelo, y por qué él no se había dado cuenta? Pensó en lo que su madre había dicho respecto de que Norddeich era un concepto para él; se dio cuenta de que ella también era un concepto, una constante que él jamás había esperado que se alterara, que envejeciera. Que muriera…
Cuando Fabel regresó a la casa de su madre ya eran más de las diez y media. Cogió una cerveza Jever de la nevera y salió al fresco de la noche. Caminó hasta el final del jardín, atravesó la verja y la hilera de árboles. Luego trepó por la empinada orilla llena de pasto del terraplén y, cuando llegó a lo más alto, se sentó, con los codos sobre las rodillas, llevándose cada tanto a los labios la botella de cerveza frisona con aroma a hierbas. Era una noche fresca y clara y el inmenso cielo frisón estaba tachonado de estrellas. Las dunas se extendían delante de él y, a mitad del horizonte, alcanzó a ver las luces resplandecientes del ferry nocturno de Norderney. Esa era otra constante; ese sitio donde se había sentado, por encima de la tierra llana que tenía detrás y del mar plano que tenía delante. Se había sentado mu-días veces en ese lugar, de niño, de joven y de hombre. Fabel respiró profundamente, tratando de alejar los pensamientos que lo acorralaban, pero éstos continuaron zumbando en su cabeza azarosa e implacablemente. La imagen de una Hilke Tietjen, desaparecida hacía ya mucho tiempo, en las dunas, chocaba con la imagen de la chica muerta en la playa de Blankenese; pensó en los cambios que se habían producido en su hogar en su ausencia y la forma en que la casa de Paula Ehlers se había congelado durante la suya. El ferry, el último de la noche, se acercó a la costa de Norddeich. Bebió otro sorbo de la Jever. Trató de recordar a Hilke Tietjen con el aspecto actual, pero se dio cuenta de que no podía hacerlo; la imagen de la Hilke adolescente era más fuerte. ¿Cómo podía alguien cambiar tanto? ¿Y acaso se equivocaba sobre la chica muerta? ¿Podría haber cambiado en un lapso tan breve?
– Me pareció que te encontraría aquí… -Fabel se sobresaltó ante el sonido de la voz. Se giró a medias y vio a su hermano Lex de pie detrás de él.
– ¡Por Dios, Lex, casi me matas del susto!
Lex se echó a reír y le dio a Fabel un fuerte empujón con la rodilla.
– Pasas demasiado tiempo con criminales, Jannik -dijo Lex, usando el diminutivo frisón del nombre de pila de Fabel-. Parecería que siempre piensas que alguno de ellos te sorprenderá por detrás. Tienes que relajarte. -Se sentó junto a su hermano. Había traído dos botellas más de Jever de la nevera y golpeó una contra el pecho de Fabel.
– No te esperaba hasta mañana -le dijo Fabel a su hermano con una cálida sonrisa.
– Lo sé, pero le pedí a mi asistente que me cubriera. Entre Hanna y el resto del personal se las arreglarán bien hasta que yo vuelva.
Fabel asintió. Lex tenía un restaurante y hotel en la isla de Sylt, en Frisia del Norte, cerca de la frontera con Dinamarca.
– ¿Cómo está mutti?
– Bien, Lex. En serio, bien. Es probable que salga mañana. Fue un ataque muy menor, según los médicos.
– Ya es demasiado tarde para visitarla esta noche. Iré mañana a primera hora.
Fabel miró a Lex. «Mayor en años pero más joven de co razón«era la frase con que solía describir a su hermano mayor. No se parecían en nada: Fabel era un típico alemán del norte, mientras que Lex parecía un retroceso a las raíces celtas de su madre. Era bastante más bajo que Fabel y tenía el pelo negro y tupido. Y había más diferencias además del aspecto. Fabel había envidiado muchas veces el buen humor, el estado de ánimo relajado y las incontenibles ganas de divertirse de su hermano mayor. Lex sonreía más rápidamente y más fácil que Fabel y su buen humor le había dejado marcas en el rostro, en especial alrededor de los ojos, que siempre parecían estar sonriendo.
– ¿Cómo se encuentran Hanna y los niños? -preguntó Fabel.
– Excelente. Bueno, ya sabes, el caos de siempre. Pero estamos todos bien y hemos tenido un buen año con el hotel. ¿Cuándo vas a traer a esa psicóloga sexy que tienes?
– Pronto, espero. Pero justo ahora tengo entre manos uno dificilísimo y sé que Susanne tiene mucho trabajo… Pero, con un poco de suerte, no pasará mucho tiempo más. Dios sabe lo bien que me vendría un descanso.
Lex bebió otro sorbo de cerveza. Se volvió hacia su hermano y le puso una mano en el hombro.
– Pareces cansado, Jan. Ha sido bastante duro lo de mutti, ¿verdad? Por mi parte, sé que no me sentiré tranquilo hasta mañana cuando la vea.
Fabel miró a su hermano a los ojos.
– Fue un gran susto, Lex. Me recordó a cuando recibí la llamada sobre papi. Es que en realidad nunca he pensado en una vida sin tener a mutti cerca.
– Lo sé. Pero al menos sabemos que no fue algo muy serio.
– Esta vez -dijo Fabel.
– La vida está llena de puentes que tenemos que cruzar cuando llegamos a ellos, Jan. Tú siempre te has preocupado de-ido. -Se echó a reír de pronto-. Siempre fuiste un chico muy serio.
– Y tú jamás fuiste serio, Lex. Y aún eres un crío -dijo Fabel, sin rastro de amargura.
– Pero no se trata tan sólo de mutti, ¿verdad? -preguntó Lex-. Estás verdaderamente tenso, puedo sentirlo. Más tenso de lo habitual, quiero decir.
Fabel se encogió de hombros. Las luces del ferry habían desaparecido detrás del cabo y las estrellas tenían la noche para ellas solas.
– Como ya te he dicho, Lex, estoy con un caso muy difícil.
– Por una vez, Jan, ¿por qué no me lo cuentas? Nunca hablas de las cosas a las que tienes que enfrentarte. Tampoco lo hacías con Renate. Creo que eso era parte del problema entre vosotros.
Fabel soltó una risita irónica.
– El problema entre nosotros era que ella empezó a acostarse con otro. Y el resultado fue que yo perdí a mi hija. -Se volvió hacia Lex-. Pero tal vez tengas razón. Es sólo que veo cosas, me entero de lo que la gente es capaz de hacerse entre sí. Uno debería poder vivir sin ver ni conocer todo eso. Si no hablo de ello no es porque quiera dejar a los demás a oscuras, sino porque trato de protegerlos. Renate jamás lo entendió. Y nunca entendió que a veces tengo que dedicarme de lleno a un caso, dedicarle toda mi atención, todo mi tiempo. Se lo debo a las víctimas y a sus familiares. Tal vez por eso Susanne y yo nos llevamos bien. Como ella es psicóloga forense, tiene que hundirse en la misma suciedad que yo. Sabe que éste puede llegar a ser un trabajo de mierda y cómo puede afectarte. Renate decía que para mí era como un juego. Yo contra el tío malo. Una competición, a ver quién gana. Pero no es así, Lex. Yo no estoy midiendo mi ingenio contra un enemigo astuto, estoy corriendo contra el reloj y contra una mente enferma, tratando de atraparlo antes de que llegue a su nueva víctima. No se trata de cazar a un criminal, se trata de salvar una vida.
Lex suspiró.
– No sé cómo puedes hacerlo, Jan. Entiendo el porqué, o al menos, eso creo, pero no puedo comprender cómo consigues lidiar con todo ese dolor y ese horror.
– A veces no lo hago, Lex. Fíjate en este caso. Comenzó con una chica… de quince, tal vez dieciséis años, estrangulada y abandonada en una playa. Una chica como Gabi. Una chica como tu hija Karin. Una vida joven truncada. Eso ya es bas tante malo, pero el enfermo hijo de puta que lo hizo le dejó una identificación que pertenecía a una chica diferente, una chica que desapareció hace tres años. Es enfermo. Es enfermo y de una crueldad increíble…, como si él planeara deliberadamente devastar a una familia que ya está destrozada.
– ¿Y es seguro que no se trata de la misma chica?
– Estamos casi seguros. Pero tengo que hacerle exámenes de ADN a toda la condenada familia para confirmarlo.
– Por Dios -dijo Lex, apartando la mirada hacia las dunas y las olas negras como terciopelo-. ¿De modo que crees que el asesino de la chica de la playa tal vez matara a la otra chica, a la desaparecida?
Fabel se encogió de hombros.
– Pienso que hay una probabilidad bastante alta de que así sea.
– De modo que estás de nuevo metido en tu carrera contra el reloj. Tienes que atraparlo antes de que él llegue a otra chica.
– Ésa es más o menos la situación.
Lex dejó escapar un suspiro largo y lento.
– Está haciendo frío y necesito otra cerveza. -Se puso de pie y le palmeó el hombro a Fabel-. Entremos.
Fabel lanzó una última y larga mirada a las dunas y el mar antes de levantarse y seguir a su hermano de regreso por el terraplén hacia la casa que habían compartido en su niñez.