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Después de que la golpeara con la piedra, Merrin dejó de resistirse y pudo hacer con ella lo que quiso. Aflojó la presión de la corbata en su garganta. Merrin volvió la cara de lado con los ojos en blanco y parpadeando de forma extraña. Un hilo de sangre le bajaba desde el arranque del pelo por la cara sucia y emborronada por el llanto.
Decidió que estaba ida, demasiado confusa como para hacer otra cosa que dejarse follar, pero entonces habló con voz extraña y distante.
– Está bien -dijo.
– ¿Ah sí? -preguntó embistiendo con más fuerza, porque era la única forma de mantener la erección. No estaba disfrutando tanto como había pensado. Merrin estaba seca-. Te gusta, ¿eh?
Pero la había malinterpretado otra vez. No estaba hablando de si le gustaba.
– Me escapé -dijo.
Lee la ignoró y siguió concentrado en lo que estaba haciendo.
Merrin ladeó ligeramente la cabeza y alzó la vista hacia la gran copa del árbol bajo el que estaban.
– Me subí al árbol y me escapé -dijo-. Conseguí encontrar el camino de vuelta a casa. Estoy bien, Ig. A salvo.
Lee miró hacia las ramas y la hojas mecidas por la brisa pero no vio nada. No tenía ni idea de qué estaba hablando ni a qué miraba y no le apetecía preguntárselo. Cuando volvió la vista a su rostro algo había desaparecido de sus ojos y no pronunció una palabra más, lo que era una buena cosa, porque estaba asqueado y cansado de sus putas monsergas.