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La inspectora Bodil Andersson había salido de la oficina hecha una furia y Peter se había encerrado en la sala de reuniones para continuar la investigación con renovadas fuerzas.
Disfrutaba enormemente del valor que había comenzado a crecer en su interior y casi podía sentir cómo se ramificaba para llegar a cada rincón de su cuerpo.
Ya casi había olvidado que su nueva pista era solo una conjetura.
Poder ver la expresión del rostro de Bodil Andersson ya había valido la pena.
Olof entró y cerró la puerta.
– Acaban de telefonear de la clínica Sophiahemmet. No tengo sífilis.
– Vaya. Enhorabuena -dijo Peter y le sonrió.
– Eso, por lo menos, debería significar que no he estado con ella, si es cierto que tiene la enfermedad desde hace tiempo. Te aseguro que eso me tranquiliza. Al parecer, a pesar de todo tuve suficiente lucidez durante aquel tiempo.
Peter continuó leyendo su lista.
– He hecho unas llamadas y he averiguado algunas cosas. Margareta Lundgren está muerta, de modo que podemos tacharla -informó.
Olof resopló.
– ¿Estás seguro de que eso es una garantía?
Peter levantó la mirada y se dio cuenta de que bromeaba.
– Lena Ljunggren se trasladó a Malmö hace ocho meses. Así que nos quedan cuatro nombres. Todas parecen vivir en la dirección indicada.
– Buen trabajo -dijo Olof-. ¿Qué te había dicho?
Le guiñó un ojo, Peter se sonrojó por el cumplido e intentó ocultarlo cogiendo el teléfono. Marcó un número de la lista.
– ¿Karin Södergren?
– Sí -respondió una voz indecisa.
– Llamo del departamento de suscripciones del Dagens Nyheters. Solo deseaba comprobar que ha recibido el periódico de hoy.
Olof arqueó las cejas, movió la cabeza sonriendo y salió de la habitación.
– ¿Qué? -respondió la mujer al otro lado de la línea.
No estaba seguro de si reconocía la voz.
– ¿Ha recibido el periódico hoy? ¿Qué parte le gustó más?
Deseaba que ella hablara más.
– No estoy suscrita a ningún periódico y quienquiera que sea no se meta en esto. ¡Hay gente que me protege y si no tiene cuidado puedo enviar a alguien para que le haga una cara nueva!
– Bueno, entonces no la molesto más -dijo Peter y colgó.
Era imposible determinar si era la voz de la diabla pero lo que había dicho la colocaba sin duda como la primera en la lista de sospechosas.
Se abstuvo de realizar más llamadas de momento.
Se levantó y se dirigió al despacho de Olof para contarle su conversación. Llamó a la puerta y entró. Lundberg levantó la mano como para detenerlo y él reaccionó inmediatamente como un perro apaleado, retrocedió encogido para salir de la habitación.
Lundberg tenía el auricular pegado al oído. Arqueó las cejas irritado y agitó la cabeza para que Peter comprendiera que lo había malinterpretado. Le indicó con la mano que entrara y cerrara la puerta. Señaló el auricular.
Peter comprendió que tenía a la diabla en la línea.
Reaccionó de inmediato. Abrió la puerta y la cerró tan silenciosamente como le permitieron las prisas. Corrió hacia el teléfono del mostrador de recepción y marcó el 90 000.
Había visto alguna que otra película policíaca en la televisión.
– El número marcado no existe. El nuevo número es el 112.
Cortó la comunicación apretando en el botón y, mientras marcaba el nuevo número, se preguntó cuántos moribundos debían de haber conseguido marcar el 90 000 con sus últimas fuerzas y luego habían muerto oyendo esa información.
– Policía, dígame.
– Necesito ayuda para localizar una llamada. ¡Es urgente!
– ¿Con quién hablo?
– Me llamo Per Wilan…
Lundberg salió por la puerta de su despacho.
Peter dudó un segundo y a continuación colgó el teléfono.
Entraron en el despacho y dieron un portazo. Lundberg asintió.
– Era ella.
Estaba visiblemente afectado y hablaba en voz baja.
– Susurraba, de modo que tuve que esforzarme para oír lo que decía.
Peter esperaba impaciente a que continuara.
– Dijo que pronto tendría la oportunidad de enviar a mi chico de los recados de nuevo a la floristería Löwstedt para encargar una corona de flores para la cerda de mi cuñada. Luego insinuó entrever algo sobre que yo había matado a mi esposa y que sabía cómo lo había hecho. Pensaba utilizar a mi cuñada para ver si funcionaba.
Lundberg agitó la cabeza acongojado.
Peter sintió llegar el terror de nuevo solapadamente. No importaba lo que hiciera, ella siempre llevaba la delantera. Era como perseguir hojas secas en una tormenta de otoño. No importaba cuánto se esforzara, nunca conseguía alcanzarla. Cuando por fin creía que había conseguido acercarse todo se agitaba de nuevo al viento.
– Tengo que hablar con Kerstin -dijo Lundberg y comenzó a hojear su agenda.
Encontró el número y alargó la mano para descolgar el teléfono.
– Peter, ¿podrías llamar a Bodil Andersson? Quiero que intervengan mi teléfono.
Lundberg apagó el botón del altavoz y comenzó a marcar el número. Después de dos señales alguien cogió el auricular.
– Kerstin Tillberg.
– Hola, soy Olof. ¿Cómo estás?
– Hola. ¡Qué raro! Justamente estaba pensando en llamarte y contarte que ayer me encontré con una conocida tuya. Pillín. ¿Por qué no me habías dicho nada?
– ¿Decirte qué?
– Que por fin has encontrado una mujer. Pero estás perdonado, es realmente encantadora. Por cierto, le dije que tenéis pendiente una invitación para venir a cenar a casa, pero me alegro de que ahora ya lo sepas.
Lundberg cerró los ojos.
Peter regresó a la sala de conferencias. Buscó el número de Andersson y respiró hondo.
– Inspectora Bodil Andersson.
Su confianza en sí mismo había comenzado a decrecer. Solo estaba provisionalmente anclada y algo había hecho que una de las sujeciones se soltara.
– Soy Peter Brolin. El ayudante de Olof Lundberg.
El auricular permaneció en silencio.
– Ha recibido una llamada amenazadora aquí, en su oficina, y desearía que de ahora en adelante su teléfono estuviera intervenido.
– Vaya, ¿es eso?
– Sí, si ella volviera a llamar quizá podrían localizar la llamada. Yo intenté llamar a la policía pero no me dio tiempo.
Comprendió que ella resoplaba.
– ¿Qué clase de amenaza? -preguntó ella.
– Ha amenazado con matar a su cuñada e insinuó que Lundberg había asesinado a su esposa -dijo Peter.
– Puedo comprender que se sienta preocupado por lo primero, pero espero que lo otro no le preocupe demasiado. En ese caso, sería una reacción interesante.
A él no se le ocurrió nada que decir antes de que ella prosiguiera:
– Sé por experiencia que estas amenazas rara vez se llevan a cabo. Es solo una manera de hacerse respetar y captar la atención de la víctima, pero dé por hecho que protegeremos a la cuñada de Lundberg y sobre todo la pondremos sobre aviso. Me imagino que ya habrán hecho eso…
– Olof está hablando con ella en este momento. ¿Puede ella contar con algún tipo de protección policial? -preguntó.
Ella resopló esta vez con más claridad.
– Desgraciadamente aquella época en la que se podía ofrecer protección a diestro y siniestro se ha acabado. Pero en las novelas policíacas que al parecer son las que le proporcionan sus primitivas formas de investigación quizá aún existan. Además, tampoco disponemos de los suficientes aparatos para intervenir todos los teléfonos y tenemos muchas más investigaciones que están antes que la suya.
Hizo una pausa como si esperara su reacción. Él no se dejó engañar.
– Le puedo asegurar que Lundberg no es la única persona aterrorizada por otro ser humano. Solo aquí sobre mi mesa tengo una docena de casos parecidos. Y además, en el caso de Lundberg todavía nadie ha sido herido.
Peter sintió su corazón latir desbocado en el pecho. Reprimió la tentación de colgar el teléfono y de esa manera dejar bien claro para ambos que ella era superior a él. Que ni siquiera era lo suficientemente fuerte como para enfrentarse a ella por teléfono.
Tragó saliva y se decidió.
– ¿Por qué le caigo tan mal? ¿Qué he hecho para merecer que me trate así?
El auricular permaneció en silencio. Luego ella respondió:
– No me gusta la gente que cree que puede hacer nuestro trabajo tan bien como nosotros. Ineptos que se creen algo. Es así de simple.
Se preguntó cómo le contaría esta conversación a Lundberg sin que al mismo tiempo le diera un ataque al corazón. Sintió un fuerte deseo de intentar mejorar su relación con Bodil Andersson, ya que veía cada vez más claro que ella por puro orgullo dejaría que la diabla se escapara antes de dejar que él la encontrara. Podía dejar que ella creyera que lo había derrotado con tal de que él sintiera que controlaba la situación.
Su cerebro comenzó a trabajar a toda máquina. No formaba parte de sus conocimientos cómo aplacar a una mujer, pero sabía cómo funcionaba con los hombres.
– Lamento si de alguna manera he parecido irrespetuoso con sus conocimientos y su experiencia. Me doy realmente cuenta de lo mucho que podría enseñarme. Ahora, después de todo, comprendo que fue una tontería dar su nombre en mi conversación con Beckomberga, pero simplemente no lo pensé y le pido disculpas.
Había cruzado automáticamente los dedos de la mano derecha bajo la mesa. No había hecho eso desde que le mintió a su madre, pero los reflejos al parecer seguían ahí.
Se hizo un silencio sepulcral.
– He estado revisando su lista -dijo ella finalmente-. Comprobaré los datos tan pronto como pueda.
Peter se abstuvo de contarle que dos de los seis nombres ya estaban comprobados; decidió mencionarlo en otra ocasión.
Ella continuó:
– Le puede decir a Lundberg que se compre un identificador de llamadas. No cuesta mucho y así tendrá un control total sobre quien le llama. Por lo demás, ya llamaré si encuentro algo interesante.
Peter oyó que sonaba un teléfono cerca de ella.
– Me llaman por el otro teléfono. Supongo que nos volveremos a ver -dijo ella y colgó.
Peter no sabía si realmente había podido controlarla o si, a pesar de sus esfuerzos ella le había vencido.
Colgó el teléfono y decidió que de ahora en adelante tendría el menor contacto posible con ella. Cada vez que la había visto o había hablado con ella tardaba unas cuantas horas en dejar de sentirse desanimado.
Se dirigió al despacho de Lundberg que justo entonces terminaba la conversación con su cuñada. Se puso de pie, irritado, fue hacia la pared de cristal y miró fijamente a sus empleados.
– ¡Ahora la policía tiene que hacer que suceda algo! Ahora también se está metiendo con mis conocidos. ¡Al principio Kerstin no me creyó! La tía se le había acercado en la biblioteca de Sveavägen y se había presentado como Marie Larsson. ¡Aseguró que había reconocido a Kerstin por uno de mis álbumes de fotos y le contó que teníamos una relación secreta desde hacía un año! Kerstin, por supuesto, se sorprendió muchísimo pero estaba contenta de que yo, por fin, me hubiera atrevido a tener de nuevo una relación. ¡Me voy a volver loco! ¡Dentro de poco también acosará a mis clientes!
– ¿Le hablaste sobre la amenaza?
Lundberg se giró hacia él.
– Me prometió que tendría cuidado. Kerstin no es miedosa, pero me prometió que llamaría directamente a la policía si ocurría la más mínima cosa. ¿Qué dijo Andersson?
Peter tragó.
– Dijo que ahora mismo no tenían ningún aparato disponible para intervenir la línea, pero que de momento, podías comprarte un identificador de llamadas. Por lo demás, comenzaría, tan pronto como tuviera tiempo, a analizar los nombres de la lista de Beckomberga.
Lundberg agitó la cabeza.
– Sería una pena que se agotaran trabajando -dijo irónicamente y suspiró-. Está perfectamente claro que tú debes ocuparte personalmente de esto, Peter. Para empezar te agradecería que compraras uno de esos aparatos. Mejor dos. También quiero uno para casa. ¿Necesitas dinero?
Peter estuvo contento de que lo preguntara. Él mismo había pensado sacar el tema en cuanto pudiera.
– Sí, no estaría mal. La cartera empieza a estar algo vacía -contestó.
Lundberg escribió en silencio un cheque y luego se lo tendió.
Peter lo guardó en su cartera sin mirar la suma. Lundberg respiró hondo.
– Creo que hoy me iré pronto a casa. Me siento cansado. Es lunes, de modo que Katerina seguramente ahora estará ahí limpiando pero suele acabar alrededor de las dos. ¿Quieres ir ahora o lo harás más tarde?
Peter tenía otros planes.
– Me parece que daré una vuelta para ver a Karin Södergren de camino a casa.
Lundberg arqueó las cejas interrogante.
– Es uno de los nombres de la lista -explicó-. Hablé con ella por teléfono hace un rato y después sentí algo de curiosidad. Vive en Bergsgatan 35.
– Ten cuidado -dijo Lundberg-. No hagas nada precipitado. Llama a nuestra amiga la policía si resulta ser ella. Toma, coge mi móvil.
Peter cogió el teléfono y Lundberg le dio los datos necesarios.
– No le queda mucha batería de modo que tenlo apagado hasta que lo necesites. El pin es cero, cinco, cero, tres. Si utilizas las letras es Olof. No hay que complicar las cosas demasiado. Ahora no seas excesivamente valiente, podrías acabar mal.
– Me lo tomaré con calma. ¡No soy tan chulo como muchos creen!
Olof sonrió.
Peter se dio cuenta de que había bromeado. Eso no sucedía desde hacía mucho tiempo.