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Septiembre de 2006
Escribo ahora en un nuevo cuaderno, aunque no he escrito desde hace mucho. Estoy en otro lugar después de que pasaron muchas cosas.
Cuando murió Galina estuvimos tristes de otra manera, y Sergej y Denja también estaban diferentes. Hablaban mucho en voz baja y con secretos, y cuando llamaban clientes les decían que estábamos cerrados. De esa forma las chicas tuvimos dos días para descansar y fueron bastante amables y callados con nosotras. Denja también quería consolarnos cuando llorábamos. Pero nos apartábamos porque estábamos muy enfadadas con ella y con Sergej por lo de Galina. ¡Era culpa suya!
Luego, una tarde, alguien llamó al timbre. Sergej fue hacia la puerta y se quedó en silencio hasta que esa persona se fuera, pero volvió a llamar y a golpear la puerta y gritó, por lo que supimos que era un hombre. Sergej le dijo que tenía que marcharse, que estaba cerrado, pero el hombre gritaba que quería ver a Galina. Entonces pensé, y por la voz supuse que era el cliente fijo de Galina que quizá quería casarse con ella. Había llamado cuando Galina estaba enferma y quería verla, pero Sergej le dijo que no era posible. Ahora Sergej le dijo, o más bien le gritó, al hombre que Galina no estaba, que había vuelto a Rusia. Pero el hombre gritaba aún más y golpeaba la puerta, y entonces le dijo que se fuera o acabaría herido.
Entonces el hombre se alejó de la casa y del cuchillo de Sergej, y desde las cortinas del salón vi, junto con Liza y Larissa, que era el cliente de Galina. Dijo en voz más baja que no creía que Galina se hubiera ido y preguntó dónde estaba, si estaba bien. Sergej le dijo que estaba bien, pero no allí. Entonces Denja también se acercó hasta la puerta y le dijo con más calma y en un sueco mejor que Galina había viajado hacia Toksovo porque su madre estaba enferma y quería verla. Es lo que Sergej y Denja decidieron que todos teníamos que decir si alguien preguntaba.
Pero el hombre tampoco creyó a Denja. «¿Puedo entrar y ver que no está?», preguntó. Dos veces. Sergej lo pensó un momento, y luego dijo que no. El hombre dijo que Sergej tenía que cuidarse mucho de no hacer daño a Galina. Enseguida volverá y querrá verla, eso fue lo que gritó cuando se alejó hacia su coche. «¡No creas que lo vas a impedir! ¡Y cuidado con hacerle algo!» Luego alargó el brazo y le sacó una fotografía a Sergej con el teléfono móvil. Entonces Sergej corrió hacia el coche, pero no pudo detenerlo. Sergej gritó muchas palabrotas en ruso y estaba muy enfadado.
Cuando entró en casa, él y Denja estaban más nerviosos que enfadados. Nerviosos porque el hombre vuelva, quizá con amigos, o quizá envíe a la policía llamándoles por teléfono. Entonces nos encontrarán a todos y «esas» (se refería a nosotras, las chicas) pueden decir cualquier cosa sobre Galina, le decía Sergej a Denja. Se miraron y de repente empezaron a correr y a buscar cosas en la casa. Nos gritaron que recogiéramos nuestras cosas porque teníamos que salir de viaje inmediatamente.
Denja volvió de la cocina y nos dio muchas bolsas de plástico. Recogí mi ropa, los productos de maquillaje y los cuadernos, que escondí abajo en la bolsa, y pensé en coger otras cosas, pero apenas había nada. Mis cosas antiguas de Rusia estaban rotas o eran infantiles, y los regalos de Sergej y Denja eran adornos pequeños.
Quise coger una chaqueta de calle, pero la que traje de Rusia estaba vieja y me venía pequeña. Le pedí a Denja una chaqueta, pero me gritó que había que darse prisa y no escuchó lo que le decía. Tuve que coger mi chaqueta antigua que era pequeña, y Liza y Larissa también tuvieron que coger las suyas viejas de Rusia. «Pero al menos saldremos de este XXX lugar», dijo Larissa empleando una palabrota rusa. Todas corríamos y teníamos prisa, y Sergej gritaba «Davaj, davaj!», que significa «¡Daos prisa!». Él llevaba una bolsa abierta con algunos cuadernos… ¡y dinero! Montones de billetes sueltos: billetes marrón claro de cincuenta euros como los que le daban los clientes muchas veces.
Pronto Sergej abrió la puerta y gritó «Davaj!» de nuevo y todas salimos rápido hacia el coche, las bolsas rápidamente en el maletero, y luego Larissa, Liza y yo en el asiento de atrás; Sergej conducía y Denja iba sentada a su lado, con la bolsa del dinero en su regazo. Vi que se ponían el cinturón de seguridad y busqué en el asiento, pero atrás no había.
Luego Sergej arrancó el coche y salimos deprisa. Primero pensé que era divertido salir de la casa y viajar por las calles de Forshälla, pero enseguida me di cuenta de que Sergej conducía muy rápido y mal. Le dijo a Denja que mirara todos los coches, por si el cliente de Galina iba en alguno. «Le voy a matar», gritaba, y le decía a Denja también a gritos que no miraba con atención. Conducía como un loco; las chicas salíamos disparadas arriba y abajo y a los lados. Denja gritaba y le dijo que la policía nos detendría si conducía así. Entonces frenó un poco y se calmó algo, pero luego creyó que el cliente de Galina iba en un coche: «Ahí está». Sergej giró rápido a la izquierda, pero no vio ningún otro coche. Liza gritó y yo solo vi un gran coche negro que venía directo a nosotros. Luego ya no recuerdo más. Desperté bajo una intensa luz y me dolía la cabeza. Fue lo primero. Luego el estómago y las piernas, y sentí que no podía moverme. Abrí los ojos y lo comprendí; estaba en el hospital, herida. Tuve miedo y grité, pero apenas salió sonido. El suficiente al menos para que viniera una enfermera, que dijo: «Vaya, hemos despertado. ¡Hola!». Era muy amable y habló mucho rato conmigo. Dijo que había estado inconsciente tres días y que me habían operado dos veces.
Luego vino un doctor y habló de conmoción cerebral, costillas rotas y la pierna izquierda rota por dos sitios. También dijo algo sobre el «bazo» que no entendí. Tenía también heridas en la cara y debía estarme quieta mucho tiempo, pero me pondría bien del todo, dijo. Y tenía razón. Lo puedo decir ahora que ya estoy bastante bien.
Tres meses tumbada en el hospital. Dos meses realmente echada, pero luego caminando con cuidado y entrenando la pierna. Antes de eso, otra operación, del bazo.
Vino la policía y preguntó qué había pasado. Yo dije lo que sabía y les conté sobre los cuadernos. Los encontraron entre nuestras cosas, que se habían llevado a la comisaría tras el accidente, y allí se quedaron porque la policía decía que eran importantes e interesantes. Pero nunca encontraron a Sergej y Denja. Cuando llegó la policía, en el coche solo estábamos las tres chicas, todas heridas. Nadie más, ni tampoco el dinero.
Larissa y Liza también estaban en el hospital, aunque al principio en otra sección, con otras heridas; Larissa en el pulmón, y Liza en los ojos. Pero tras unas semanas pudimos estar juntas en la misma habitación, cuando una asistenta social dijo que lo arreglaría. Era buena, pero preguntaba demasiado sobre la casa y lo que hacíamos allí, aunque nosotras no queríamos hablar de eso. Ni siquiera cuando la asistente social buscó un intérprete de ruso. Pero un poco sí tuvimos que decir.
Cuando las tres estábamos en la misma habitación, hablábamos mucho en ruso y estábamos contentas de estar lejos de la casa y de los clientes, pero también teníamos miedo de lo que Sergej podía hacernos. Podía decir que nos habíamos escapado. Larissa dijo que teníamos que solicitar «asilo» para que no tuviéramos que volver a Petersburgo, donde podían estar Sergej o sus amigos. Hablamos con un médico, pero él dijo que habláramos con la asistente social. Ella nos dijo que el asilo era posible, y habló con un abogado. A él le contamos sobre Sergej, que éramos suyas y que podía estar en Petersburgo, y el abogado dijo que estaba bien como «amenaza creíble». Leyó mis diarios en la comisaría y dijo que eran buenos. Son un «documento estupendo» que muestra que Sergej es peligroso. Cuando nos preguntaran, Larissa, Liza y yo teníamos que decir que Sergej era nuestro dueño y que nos puede matar en Petersburgo. Y también teníamos que contar, aunque fuera desagradable, lo que pasaba en la casa en Gröndal (se llamaba en verdad Gröndalen). «Todos saben que no fue culpa vuestra», dijo el abogado.
Ahora las tres estamos en un campamento de refugiados y vuelvo a escribir en un cuaderno. Aquí hay muchos otros que esperan recibir asilo, pero no hay nadie más de Rusia. Está bien, así no hay nadie que conozca a Sergej y nos cuente cosas sobre él. Tenemos miedo de que nos encuentre.
Vamos a la escuela porque somos jóvenes y sabemos sueco. Yo la que más, y sé escribir, pero Larissa y Liza aprenden también más cada día. Ahora quizá podamos quedarnos en Finlandia y luego, tras la escuela, empezar realmente a limpiar y tener un trabajo. Primero quizá vayamos a una familia de acogida, la misma para las tres si es posible. Tenemos que esperar y ver qué pasa; intentar aprender también finlandés si queremos trasladarnos a Helsinki.
Escribí a la madre de Galina y a Sasha en Toksovo. Les conté que Galina les perdonó, pero que ahora estaba muerta. No escribieron ninguna respuesta, por lo que no sé si las cartas llegaron a la dirección correcta.
Pienso que más tarde puedo hacer que Kolja venga aquí. Le escribí desde el hospital a Petersburgo y lo busqué en su escuela, ¡y tuve suerte! Ahora está en un orfanato, ya que la abuela murió, pero sigue yendo a la misma escuela y sabe escribir y puede contarme cosas él mismo, aunque no escribe muy bien. Nos mandamos muchas cartas, y yo le digo que podrá venirse aquí cuando tenga un trabajo o una familia de acogida. Él me cuenta que el orfanato de chicos no está tan mal en Petersburgo y que quizá no quiera mudarse, pero yo quiero que cambie de idea. Le escribo que quizá Sergej lo encuentre y le haga daño. Por eso también Kolja tiene que dejar el orfanato y venir a Finlandia conmigo. Quizá sea posible.
Lo que sigue a continuación es una transcripción de la conversación que mantuvimos Gunnar Holm y yo, Harald Lindmark, la tarde del domingo 10 de septiembre de 2006. El escenario exterior en el que nos encontramos es Euraåminne, cerca de Olkiluoto. Estamos sentados en una roca cerca de la playa limpiando pescado en una ensenada resguardada. A lo lejos se divisa el perfil de la central eléctrica bajo un cielo azul claro de otoño; a nuestro alrededor está el bosque, en tonos verdes y amarillentos, cerca de la orilla del agua. Hemos estado pescando con caña desde las rocas y hemos tenido suerte; hemos hablado de pesca y de cosas cotidianas. La transcripción comienza cuando la conversación se adentra en asuntos que atañen a las investigaciones en curso.
Lindmark: ¿Por qué no hablas del trabajo, de lo que pasa allí? Comprenderás que esté interesado.
Holm: Creí que no querías. Cuando estuviste en casa hace solo dos semanas dijiste claramente que querías hablar de otras cosas.
Lindmark: Sí, necesitaba una pausa, unas verdaderas vacaciones. Me sentó bien estar con vosotros y pensar en otras cosas, pero ahora vuelvo a tener curiosidad. Por ejemplo, ¿habéis conseguido capturar al Cazador?
Holm [riendo]: Ese es un ejemplo muy grande, y la respuesta es no. Algo así te lo habría dicho.
Lindmark: ¿Y qué pasa con el que informaba a Philip?
Holm: Hemos empezado a llamar a unos cuantos sospechosos, pero todavía no hemos acabado.
Lindmark: Cuando terminéis, quiero saber quién fue.
Holm: Claro. Por supuesto.
[Pausa. Ruido de rascar al limpiar el pescado.]
Holm: De hecho, ha ocurrido algo que puede que te interese. Nos lo pasaron como intento de asesinato. Te acuerdas de Erik Lindell, ¿verdad?
Lindmark: Naturalmente.
Holm: Ha sufrido una brutal paliza.
Lindmark: ¿De veras? ¿Cómo?
Holm: Golpes y patadas. Ocurrió una tarde, hace unas semanas, en Dagmasberg, justo detrás de su casa. Los testigos, una pareja de mediana edad que volvía a casa de un banquete de bodas, vieron a cuatro chicos jóvenes correr desde allí. Uno era muy alto, probablemente somalí. Más no pudieron decir. Cuando se acercaron, encontraron a Lindell inconsciente y muy maltrecho. En el hospital constataron que tenía rota la mandíbula, unas cuantas costillas y el bazo. Aparte, una patada en la espalda le rompió la espina dorsal y quedará en silla de ruedas de por vida.
Lindmark: ¡Diablos, qué barbaridad! ¿Y él qué dice?
Holm: Eso es lo extraño. Como te he dicho, todo ocurrió por la tarde, antes de que hubiera anochecido. Lindell tuvo que haber visto a sus atacantes, sin embargo contesta con evasivas a las más simples preguntas sobre ello. Tuvo una conmoción cerebral, pero los médicos afirman que no sufre amnesia. No dice nada de los autores. Tengo la impresión de que sabe algo pero no quiere soltarlo.
Lindmark: ¿Por qué?
Holm: Algún asunto privado. Es posible que esté planeando una venganza personal. Quizá a los militares les va eso.
Lindmark: ¿Desde la silla de ruedas?
Holm: Ya. Cuento con que empezará a hablar cuando comprenda que nunca volverá a estar de pie. Entonces, si pretende que los autores sean castigados, solo le quedará la vía legal.
Lindmark: Pero quizá no sea eso lo que quiera.
Holm: ¿Y por qué no? ¿Pondrá la otra mejilla?, ¿es religioso?
Lindmark: No, pero es un tipo extraño y siempre lo ha sido. ¿No recuerdas que en el caso Dahlström se declaró culpable porque tendría que haber impedido que su novia muriera a manos de un asesino en serie en un sendero del parque en mitad de la noche cuando ni siquiera estaba allí? Quizá ahora piensa que tiene alguna culpa que debe expiar.
Holm: Quizá. Cada persona es un mundo, y tú le conoces mejor. Yo solo lo había visto una vez por otra cuestión diferente, una tumba en el bosque.
Lindmark: ¿Una tumba?
Holm: Sí, una especie de hoyo que había visto en Stadsskogen. Me pareció confundido pero simpático. Estuvimos sentados en el despacho, hablando, y yo intenté que pensara en opciones más normales; tras su larga estancia en el calabozo, estaba bastante afectado, por decirlo de algún modo.
Lindmark: ¿Quieres decir que fue culpa mía?
Holm: Era inocente. Aunque, claro, tras la confesión falsa era difícil darse cuenta.
Lindmark: ¿Y tuve yo la culpa?
Holm: Sí, tus interrogatorios son bastante… fuertes. Como la vez que Harju y yo tuvimos que separarte de aquel enfermo mental al que estabas a punto de matar.
Lindmark: Me estrangulaba, ¡fue él quien estuvo a punto de matarme!
Holm: Sí, pero en aquel momento ya no representaba una amenaza. Le teníamos bajo control cuando te lanzaste a por él.
Lindmark: Sí, seguramente esa vez me enfadé. Me ofendió.
Holm: Pero aunque no estés enfadado, eres capaz de hacer cualquier cosa si sabes o crees que tienes razón. Como aquella vez en la academia de policía.
Lindmark: ¿A qué te refieres?
Holm: Al chico de Jakobstad, el de la voz ronca.
Lindmark: ¡Era un racista de tomo y lomo! ¿No recuerdas sus rimas?: «A los monos y a los africanos les gustan los plátanos» y «Ojo con las gitanas y sus chiquillos, que os vaciarán los bolsillos».
Holm: Pero ¿eso te daba derecho a afirmar que te habían robado un fajo de billetes y a meterlo dentro de su taquilla?
Lindmark: Fue lo único que se me ocurrió, y nunca me he arrepentido de ello. Habría sido una calamidad como policía.
Holm: Le destrozaste la vida cuando lo expulsaron de la academia. ¿No viste cómo estaba cuando recogía sus cosas en la residencia? Completamente destrozado por la vergüenza, la confusión y la decepción.
Lindmark: Habría destrozado muchas vidas si hubiese llegado a patrullar por las calles o a entrar en una sala de interrogatorios. Y si tu moral es tan alta, ¿por qué no lo dijiste entonces? Tú lo sabías.
Holm: Te admiraba. Para mí eras un ejemplo, en cierto modo siempre lo has sido. Yo soy más rígido, más convencional, pero siempre he pensado: voy a intentar ser como Harald, más duro, más inflexible. Si él puede, yo también.
Lindmark: Naturalmente. Eres un buen policía.
Holm: Pero está claro que no lo suficientemente bueno.
Lindmark: ¿Qué quieres decir?
Holm [apenas audible]: No he conseguido llegar arriba.
Lindmark: ¿Te refieres a ser comisario?
Holm: Naturalmente.
Lindmark: Lo solicitaste en Björneborg y Åbo.
Holm: Pero no conseguí el puesto, como bien sabes.
Lindmark: ¿A qué crees que se debió?
Holm: No lo sé. Querrían tener a uno de los suyos.
Lindmark: En Åbo eligieron a uno de Helsinki. ¿Nunca has pensado que quizá en realidad…?
Holm: ¿Qué?
Lindmark: ¿… valgas más para inspector?
[Pausa.]
Holm: No. Sí. No lo sé. En la academia de policía no saqué las mejores notas, pero con mi larga experiencia…
Lindmark: La mayoría de los que llegan a comisario sacaron las mejores calificaciones en la academia y en los cursos posteriores. Deberías mirarte un poco en el espejo…
Holm: ¡Yo no lo veo así! Los estudios teóricos no lo son todo. También hay que saber dirigir a la gente y conocer la zona. ¡No hay muchos que conozcan Forshälla y el sudoeste de Finlandia como yo!
Lindmark: Claro, eso lo sabe todo el mundo. Y ser inspector tampoco es un mal cargo. Con un horario. Tiempo para otras cosas en la vida. Y ahora que yo estoy de vacaciones largas, tú eres el jefe de la investigación y tienes plena responsabilidad. ¿Cómo lo llevas?
Holm: Alder es quien se lleva los casos mayores, pero por lo demás bien. Sí, quiero decir, cuando vuelvas habrá…
Lindmark: No hay peligro. Entiendo a lo que te refieres. Bien merecido. Además, estoy haciendo un poco de investigación por mi parte.
Holm: Vaya. ¿Sobre qué caso?
Lindmark: ¿Tú qué crees? El Cazador, por supuesto. Ese caso solo se aclaró a medias.
Holm: Ya, pero, según Alder, prácticamente está cerrado. No hay más pistas. Los ordenadores de ese tal Philip quedaron destrozados y todos los demás rastros no han dado ningún resultado. Si el Cazador no ataca de nuevo, no tenemos nada en lo que basarnos, ningún testigo, ningún ADN.
Lindmark: Pero hay otro factor que debemos tener en cuenta. Como bien recuerdas, hubo tres muertes: Dahlström, Jonasson y Gudmundsson. Pensábamos que había un único asesino porque la mayoría de las señales eran las mismas, pero Philip insistió en que él no había tenido nada que ver con lo de Jonasson.
Holm: Un asesino que se disponía a quitarse la vida enseguida. ¿Hasta qué punto podemos fiarnos de él?
Lindmark: Pero si suponemos…
Holm: Y si hubiese más de un autor, ¿por qué el asesino de Jonasson iba a repetir las señales? No es razonable suponer que se trataba de una coincidencia.
Lindmark: En este caso no tanto. En concreto, los ojos arrancados. Es algo que se le puede ocurrir a alguien como castigo o como venganza, y más ahora, con las películas de Beck. Además, tras el asesinato de Dahlström es posible que lo de los ojos se divulgara a través de Lindell o de la gente de Stensta, decenas de personas vieron la foto de Dahlström con los ojos de porcelana cuando necesitábamos identificarla. Para ellos era algo sensacional: la imagen de una mujer asesinada a la entrada de sus casas y a la que le habían arrancado los ojos. Se lo cuentan a diez personas que se lo cuentan a otras diez y así sucesivamente. El rumor llega a otro asesino, a quien se le ocurre camuflar su muerte como la del Cazador sacándole los ojos a la víctima. Jonasson pudo haber sido asesinado por una razón completamente distinta. Del mismo modo, imagino que el quitarle la ropa y grabarle la letra en el estómago son cosas que corrieron también con los rumores. Es probable que alguien viera a Gabriella Dahlström la noche que estuvo allí tirada, desnuda, y luego no se molestara en informar del hallazgo.
Holm: Eso parece muy cogido por los pelos. Es más lógico suponer que se trató del mismo autor.
Lindmark: Pero supongamos que Philip no mentía. ¿Qué habría ganado haciéndolo? Y supongamos también que el Cazador tampoco tenía ninguna razón para mentir cuando dijo que no había matado a Jonasson. En ese caso se nos plantea otra pregunta.
Holm: ¿Quién mató a Jonasson?
Lindmark: Claro, pero también se nos plantea una pregunta respecto al Cazador: ¿cómo es que dejó una cruz greco-ortodoxa en su segunda víctima, Gudmundsson? Mientras pensábamos que nos enfrentábamos a un solo asesino, había dos posibilidades: o había dejado también una cruz sobre Dahlström, y luego alguien que pasó por allí se la llevó, o lo de la cruz se le ocurrió en esa segunda muerte. Pero si fue otro el que mató a Jonasson, el escenario cambia. No encontramos ninguna cruz sobre Dahlström, así que el segundo asesino no pudo hallar la inspiración en un rumor. La cruz sobre Jonasson era, por así decirlo, verdadera. Fue idea del segundo asesino, no la dejó allí como una imitación o una pista falsa. Pero ¿de dónde salió entonces la cruz de Gudmundsson? No puede ser casualidad que dos asesinos distintos dejen una señal, la misma, tan especial. ¿Dónde halló entonces el Cazador la inspiración para dejarla allí? Es fácil de entender el motivo: la referencia al otro asesinato, del que era inocente, crea un lazo que lo convierte en inocente del tercero, en caso de que fuera sospechoso. Pero ¿cómo se enteró el Cazador de que había una cruz sobre el cuerpo de Jonasson? Holmgren, que fue quien encontró el cuerpo, no ha dicho nada; lo comprobé hace unos días.
Holm: Es difícil saberlo. Una filtración de la comisaría a través de Philip, que tenía allí a un informador.
Lindmark: Pero, según su carta, Philip desconocía totalmente el caso de Jonasson y no estaba en absoluto interesado en él. De haber tenido algún conocimiento especial del caso, se habría expresado de manera diferente.
Holm: Si es que podemos darle crédito, dado su estado. Además de estar atontado por una mezcla de dolor y medicinas. ¡Olvídalo!
Lindmark: Pero si le creemos, solo veo una posibilidad, una posible fuente para la cruz: el grupo de investigación.
Holm: Te refieres a…
Lindmark: Sonja, Markus, Hector. Y tú y yo, por supuesto.
Holm: Y el archivo.
Lindmark: Aún no estaba archivado.
Holm: Entonces, ¿quieres decir que alguno de esos tres les ha pasado información a Philip y al Cazador?
Lindmark: No. ¿Cómo iban a contactar con él? Creo que alguien del grupo es el Cazador.
[Pausa.]
Holm: Caray. ¿En serio?
Lindmark: Claro. Pensé en Markus. Lo pensé durante un tiempo. Me pareció extrañamente conmocionado cuando le conté que a Jonasson también le habían sacado los ojos, como el Cazador podría estarlo al oír de repente que tiene un imitador. Y Markus tiene la costumbre, la mala costumbre, de utilizar hilo dental a todas horas. Una posible arma para estrangular, y cómoda de llevar encima en su cajita. Es un hilo muy resistente, en especial si se pone doble. Imposible de cortar sin algo muy afilado.
Holm: Markus. ¿Lo crees así?
Lindmark: No, ya no.
Holm: Pero no será Sonja, ¿verdad?
Lindmark: Bueno, es lo suficientemente fuerte, podría con otra mujer y con un hombre bajo, y suponiendo que el móvil fuera el dinero, que el Cazador es solo un asesino por encargo, no hay por qué pensar en las habituales premisas masculinas que suelen darse en los asesinos que matan por placer. Pero no, nada indica que Sonja sea el Cazador.
Holm: Entonces queda Hector.
Lindmark: En principio sí, y esa moto tan cara que tiene resulta algo sospechosa teniendo en cuenta su sueldo, pero no. Tampoco hay ninguna señal de que sea él.
Holm: O sea que lo del grupo de investigación al final ha resultado una pista falsa.
Lindmark: No necesariamente. Hay un indicio. Cuando vi la conexión con el grupo, volví a las pruebas. Ya sabes cómo es esto: cuando tienes un pequeño grupo de sospechosos, ves el material con otros ojos que cuando buscas a un autor desconocido. Detalles nimios cobran un sentido nuevo. Así que fui al archivo y abrí la bolsa de plástico que contenía la ropa de Lennart Gudmundsson. Volví a examinarla con lupa. ¿Podría haber en ella una pequeñísima fibra de hilo dental que nos llevaría hasta Markus? ¿Había quizá algún corte pequeño que apuntase a las uñas de Sonja, algo más largas que las nuestras, las de los cuatro hombres? No, nada. Pero supongo que recuerdas lo que dijo Suominen, el viejo profesor de la academia de policía. Observa las pruebas con todos los sentidos: toca, huele, ¡saborea si es necesario! ¿Algún resto del maquillaje de Sonja? ¿Un rastro de perfume? Empecé a olisquear las prendas, en especial el jersey de lana de Gudmundsson; realmente lo olfateé todo. Al principio el olor era solo leve y polvoriento, algo sudoroso en las axilas. Desagradable, pero continué. Hasta que identifiqué un olor. No era perfume, era algo más pesado, más consistente. Algún tipo de aceite… ¿el diésel de Hector? No, no tan… negro. No asociaba ese olor a un garaje o algo similar. Era más bien como algo que había olido dentro de una casa. Por ejemplo, cerca de ti. ¿Sabes que a veces hueles a aceite? Seguramente al aceite de engrasar tu maqueta del tren eléctrico.
Holm: Sí, lo sé. A veces no me lo limpio de las manos. Así, cuando estoy en el trabajo, ese olor me recuerda a algo que es agradable en mi vida.
Lindmark: Cuando llevé el jersey de Gudmundsson al laboratorio encontraron justo eso: restos de aceite de engrasar, no era aceite diésel.
Holm: ¿Y qué importancia tiene? Estaría arreglando algo.
Lindmark: Pero lo extraño es que el aceite no estaba en las mangas o en el pecho, sino en la espalda. Es difícil que se hubiera manchado él mismo en la espalda, incluso de tener una afición de ese estilo.
[Pausa corta.]
Holm: ¡Como la jardinería! Seguro que engrasaba algunas de sus herramientas; las tijeras de podar, por ejemplo, para que se mantuvieran en buen estado.
Lindmark: Quizá. Pero, como he dicho, el aceite estaba en la espalda, una franja a ambos lados de la espalda. Como si alguien se hubiera secado las manos en ella. O las hubiera deslizado por ella cuando caía hacia atrás.
Holm: ¡No entiendo a qué te refieres!
Lindmark: Creo que el Cazador estranguló a Gudmundsson desde atrás, lo sujetó cuando caía y entonces dejó rastros del aceite que tenía en las manos en su jersey.
Holm: Y de ser así, ¿qué nos aporta eso? Un poco de aceite de engrasar normal en los dedos del Cazador no es que aporte gran cosa.
Lindmark: Quizá no sea un aceite tan normal. De hecho, existen diferentes tipos, aunque tienen un olor similar. Tenía que ser más preciso, encontrar un aceite con exactamente la misma consistencia, la que había en las manos del Cazador.
HOLM: Seguro que era un aceite estándar que cualquiera puede comprar en un supermercado.
Lindmark: He hecho que examinaran algunos de esos y no he dado con el adecuado. Pero cuando estuve en vuestra casa me llevé una muestra del aceite que tú utilizas.
Holm: O sea que te invito a mi casa porque estás pasando una mala racha en el trabajo y tras la muerte de Inger, y tú abusas.
Lindmark: ¡De veras, te pido que me disculpes! Pero déjame que continúe. El aceite de engrasar que utilizas es, según el laboratorio, poco común, al menos aquí, en Finlandia. Viene de Märkling, en Alemania, y está indicado especialmente para sus modelos de trenes. Huele igual que otros, pero el análisis de laboratorio revela las diferencias entre unos y otros. ¡Y encontraron una equivalencia idéntica! Un aceite que en Finlandia es muy poco común se encuentra en el jersey de Lennart Gudmundsson y en la maqueta de trenes que tienes en tu casa, un aceite que, como has dicho hace un momento, tienes a menudo en las manos, ciertamente empapadas de él. Aceite que a continuación puede quedar impregnado en un tejido acanalado como el de un jersey. Es un indicio en sí mismo. Y, combinado con la cruz, es una prueba.
Holm: ¿Quieres decir que he manipulado las pruebas de una forma tan poco profesional que las he ensuciado con mi propio rastro…?
Lindmark: Sabes lo que quiero decir.
[Pausa.]
Holm: ¿De verdad estás diciendo que soy el Cazador? ¿Que he matado a sangre fría al menos a dos personas?
Lindmark: Eso es lo que dicen las pruebas.
Holm: ¡Estás loco! Son puras especulaciones. Si Philip dice la verdad, si el asesino de Jonasson tenía información policial secreta, si no sucedió a través del informador de Philip en la comisaría. Hace aguas por todas partes. Si esto es cuanto puedes aportar, habrá que preguntarse si no estás perdiendo facultades como investigador.
Lindmark: ¿Eso crees?
Holm: Sí, eso parece. Y además, si creemos a Philip y, por tanto, la cruz sobre el cuerpo de Gudmundsson apunta a detalles internos de la investigación, ¿hasta qué punto has examinado realmente a los otros implicados? Hector, por ejemplo. ¿Cómo es su situación psíquica y económica? Siempre he creído que es extraño, y seguro que también tiene aceite de engrasar su motocicleta en los dedos, y no solo diésel. O Sonja. ¿Qué la impulsó a especializarse precisamente en asesinos en serie en Estados Unidos? ¿No indicaría eso una fascinación enfermiza que puede habérsele ido de las manos?
Lindmark: Estás echando balones fuera. ¡La cruz y el aceite unidos te señalan a ti y a nadie más! Así es y así lo vería también el fiscal. Pero somos amigos. Quizá podamos llegar a un acuerdo, solo tú y yo. Quizá puedas contarme algo que me ayude a entenderte mejor. Pensé que lo sabía todo de ti. Que eres un poco débil, que no eres capaz de dar los últimos pasos contra los delincuentes más peligrosos. Pero estaba equivocado y eso, en cierto modo, es genial: el Cazador que rompe todas las fronteras. Ayúdame a entenderlo y seguro que llegamos a un acuerdo.
[Pausa.]
Holm: No sabes nada de mí. Nada.
[Pausa más larga. Se escucha coger aire.]
Holm: ¿Podemos conjeturar? ¿Ver las diferentes posibilidades?
Lindmark: Sí, claro, por qué no.
Holm: Pero entonces tendrás que permitir que antes te cachee. Tal como me estás acusando, quizá estés ahí sentado y lleves un micrófono. Y luego lo que digo se puede malinterpretar y utilizarse en mi contra.
Lindmark: Naturalmente. Me quitaré la chaqueta para que la examines.
[Una pausa larga con sonidos de crujidos y algunos comentarios medio articulados y difíciles de entender de Holm, Lindmark o de ambos.]
Lindmark: ¿Satisfecho?
Holm: Sí. Hablemos abierta e hipotéticamente, como dos viejos amigos que… quieren llegar a un acuerdo.
Lindmark: Exacto. Imaginemos a un inspector criminalista experimentado que se pasa al otro lado, a la delincuencia, ¿qué motivos le impulsan?
Holm: El dinero.
Lindmark: Sí, claro. Pero hay muchas formas de conseguir dinero: atraco, estafas…
Holm: Son complicadas, llenas de momentos arriesgados. Para realizar un atraco de gran envergadura necesitas cómplices, en los que no puedes confiar nunca totalmente, y para estafas mayores hay que tener acceso a grandes cuentas bancarias o similares. No creo que nuestro… inspector escogiera ninguna de esas opciones.
Lindmark: Pero ¿asesinato?
Holm: Es sencillo. Un trabajo individual. Bastante rentable si se encuentra el empleador adecuado. Y si nuestro inspector ha trabajado con asesinatos más que, por ejemplo, estafas, sabrá cómo evitar que lo descubran.
Lindmark: Buen tanto. Pero… matar a alguien ¿no es un paso tremendo para una persona por otra parte bastante normal? Es el mayor delito, el que conduce a la pérdida más irreemplazable.
Holm: No si es un asesinato por encargo. Esas personas habrían muerto de todos modos, es solo cuestión de quién realizó el encargo.
Lindmark: Entiendo. Aunque ¿no imaginamos a este inspector viviendo una vida bastante buena, con mujer y quizá dos hijos adultos, casa, coche, casa de campo, todo lo que uno razonablemente puede desear? ¿Para qué iba a querer dinero extra?
Holm: Quizá no se trate solo de dinero. Imagina a alguien que trabaja en una organización, pública o privada. Hace un buen trabajo y tiene derecho a esperar un ascenso ecuánime, pero alguien, una persona en particular, siempre se lo impide. Alguien que es un poco más listo, que hace un montón de horas extra, que a veces tiene suerte con sus tareas. Siempre se le adelanta y ocupa los puestos superiores: «el comisario». Pasa el tiempo y todo cambia. La experiencia ya no cuenta tanto, llegan personas más jóvenes con calificaciones más actuales, llega gente del sexo oportuno y del origen étnico adecuado. Pasan por delante de nuestro hábil trabajador y él comprende que jamás tendrá ya su oportunidad, ni siquiera para un segundo puesto más o menos en paralelo. Primero se conforma con ello y apuesta por la familia y el tiempo libre. Pero en su fuero interno no está satisfecho. Se acerca a la jubilación y una incesante amargura lo corroe. Ya es tarde para hacer carrera. Nunca será más de lo que es, ni siquiera será el segundo, sino solo el tercero, pronto quizá el cuarto.
Lindmark: ¿El puesto como comisario auxiliar?
Holm: ¡Un ejemplo típico! Con una atención explícita a «una mayor variedad y un mayor equilibrio entre mujeres y hombres». Así pues, ¿qué puede hacer nuestro inspector? Pues tomarse la revancha de alguna otra forma: conseguir mucho dinero. Tenerlo escondido en muchas cuentas bancarias y bajo falsas identidades. Saber que aunque otros tienen mayores sueldos, él posee un enorme capital libre de impuestos en, por ejemplo, las islas Caimán, donde le estará esperando cuando se jubile. Una vida de lujo con bebidas junto a la piscina. Pensar en ello hace que se sienta de nuevo completo, que sienta que la amargura se disuelve. E imagínate si lo que hace, además, tiene otra recompensa: demostrar, al menos a sí mismo, que es más listo que esa nueva estrella de las calificaciones e incluso que el no va más de los listos, el que siempre se le ha adelantado. Imagina que él, en su fuero interno, sabe que ese misterio con el que han chocado, ese enigma, ¡lo ha pensado y realizado él! Ellos, con sus investigaciones de asesinatos, son como eunucos, saben cómo se hace pero no pueden hacerlo por sí mismos. Él, en cambio, lo ha hecho, y lo ha hecho tan bien que los otros tienen que trabajar cientos, miles de horas y no dan jamás con la identidad del Cazador. Y encima es tan listo que se protege de su empleador con números de cuentas bancarias secretos y extraños, y con informes medio psicopáticos. Aunque su empleador le traicionara y quisiera denunciarle, el Cazador seguiría libre.
Lindmark: Fue sutil. Previsor. Pero es difícil pensar en todo. No cometer un solo fallo. Es algo que he aprendido con los años. No siempre lo vemos, no solucionamos todos los casos, pero nadie está libre de errores que pueden salir a la luz, si esa luz es la adecuada y las circunstancias lo muestran. El error del Cazador fue querer ser demasiado astuto: ornamentar el plan con una cruz greco-ortodoxa colocada sobre el cadáver de Gudmundsson. Si con eso ese asesinato se relacionaba con una muerte completamente ajena al caso, como era la de la cabaña, el misterio sería finalmente imposible de solucionar. Eso fue lo que te perdió, Gunnar: tu deformación profesional, querer ser tan tremendamente sagaz y consciente de todas las posibilidades. Como lo de escribir sobre el cuerpo de Gudmundsson una «E», de «Amén», cuando sabías que pensábamos que podía ser un fanático religioso. Sin la cruz y las incisiones, el aceite de engrasar no habría significado nada. Ni siquiera lo habría descubierto. Fue el segundo error, no emplear guantes en casa de Lennart porque era un ambiente protegido y él era tan pequeño y débil que las medidas de seguridad parecían innecesarias, y porque tú, tras un primer asesinato con éxito, te sentías invencible y te arriesgaste a dejar huellas. Quizá también querías sentir más de cerca el lazo que corta en tus manos cuando penetra y mata a una persona.
Holm: Es fácil ser cauteloso y ponerse psicológico a posteriori.
Lindmark: Pero es justo después cuando has sido cauteloso. Te has escondido tan bien que solo he visto tu habitual forma de ser calmada.
Holm: Quizá con los años he conseguido ser bueno escondiendo mis verdaderas emociones. Lo más difícil era en las reuniones. Ya sabes cómo son. Uno se deja llevar como en una borrachera y dice aquello que nunca pensó decir, que quizá ni siquiera había pensado antes. Tenía miedo de soltar sin querer algo que solo el Cazador supiera. Algún detalle que no se pillara al momento pero que tú luego descubrirías en la cinta.
Lindmark: No, ahí lograste mantener el tipo. He escuchado las cintas muchas veces, pero no hay nada; todo sellado como alto secreto, por así decirlo.
Holm: Bien.
[Pausa.]
Lindmark: Pero, aun así, encargo o no… ¿cómo pudiste? Una mujer y un jardinero inofensivo, no mucho más alto que un niño de doce años.
Holm: Ya te lo he dicho: ¡habrían muerto de todas formas! Yo, en tanto que el Cazador, no quería cargar en mi conciencia con una muerte que no hubiera sucedido de todos modos.
Lindmark: Entonces, ¿tienes conciencia?
Holm: Sí. Esto no siempre ha sido fácil. Llevarlo. Pensar en ello cada día. Pero lo importante y a lo que hay que aferrarse es que de no hacerlo yo, otro lo habría hecho. Philip ya los había condenado. ¡Recuérdalo, Harald!
Lindmark: Pero Gabriella Dahlström esperaba un bebé.
Holm: Yo no lo sabía.
Lindmark: ¿Lo habrías hecho de saberlo?
[Pausa.]
Holm: No. No contra el bebé. Pero ahora que ya está hecho, solo puedo decir que el niño habría muerto en cualquier caso, pues Philip habría encargado el trabajo a otro.
Lindmark: ¿Existen más? ¿El Cazador tiene otras víctimas a las que no lo hemos asociado?
Holm: No, te lo puedo asegurar.
Lindmark: Entonces Philip tenía razón. ¿El Cazador no mató a Jonasson?
Holm: No. El Cazador no sabe nada de ese caso.
[Pausa.]
Lindmark: ¿Ya has acabado o sigues buscando nuevos encargos en la red?
Holm: El Cazador ha acabado. Ha demostrado lo que quería demostrar.
Lindmark: Y además te han pagado, con un regalo extra de trescientos mil. No olvides que he leído el informe de Philip.
Holm: ¿Has leído también los informes del Cazador?
Lindmark: ¿Sobre los asesinatos y demás? Sí.
Holm: ¿Qué te parecieron?
Lindmark: Bien escritos, personales pero sin indicación alguna de quién los escribe. Y, naturalmente, sin huellas dactilares ni otras pistas.
Holm: Naturalmente.
Lindmark: Pero ¿por qué los escribiste?
Holm: En los informes del Cazador había bastantes exageraciones psicológicas para que el empleador pensase que era un individuo realmente desquiciado y conducirle en la dirección errónea en caso de que acudiera a la policía. Por ejemplo, lo del juego con los ojos en el frasco era inventado. Pero tal vez al Cazador le sentaba bien eso de hablar de los asesinatos como… experiencias. Era distinto de cuando se acercaba al acto en sí. Casi se convertía en otra persona.
Lindmark: ¿Por eso les quitabas la ropa, les sacabas los ojos y les grababas una letra? ¿Porque te sentías como un asesino en serie?
Holm: Sí y no. El Cazador lo había planeado con antelación, para dirigir vuestros pensamientos hacia un verdadero asesino en serie, alguien que asesina por placer, con sus marcas y sus rituales. Pero en el fragor del momento las cosas sucedían por sí mismas. Era lo correcto. Al principio me era desagradable, pero al final fue fácil.
Lindmark: Enviaste los ojos y la billetera de Gabriella Dahlström a Philip y supongo que quemaste su ropa, pero ¿qué hiciste con los ojos de Gudmundsson?
Holm: Nada. Solo eran parte del ritual ficticio de la serie de asesinatos. Los tiré a la taza del váter. No los necesitaba, ya había demostrado al empleador lo que era capaz de hacer.
Lindmark: ¿Te sientes bien al contármelo todo ahora? Hipotéticamente, fingiendo que eres el Cazador…
Holm: Sí, me siento bien. De hecho, es un alivio poder hablar con alguien.
Lindmark: Entonces, ¿Britta no sabe nada?
Holm: ¡Oh, no, jamás! Lo tengo todo planeado. Le explicaré que nuestra dorada jubilación en, por ejemplo, las Bahamas, se debe a que gané una lotería extranjera. A Britta le gusta eso, ponerle un canto dorado a la vida, el cristal, los hoteles de cinco estrellas. Más de lo que hemos podido permitirnos con nuestros dos sueldos.
Lindmark: Y cuando ahora me lo cuentas, ¿también yo he de comprender que no soy el único que es listo y hábil?
Holm: Sí.
[Pausa.]
Lindmark: En fin, ya lo hemos dicho casi todo. ¿Qué opinas que debemos hacer ahora?
Holm: Llegar a un acuerdo, ahora que lo comprendes. Y en cuanto a ti… no voy a ser tacaño.
Lindmark: Creo que va a ser de otro modo.
Holm: ¿Cómo? ¿Crees realmente que vas a coger al… Cazador con un poco de aceite de engrasar y una cruz?
Lindmark: Es difícil decirlo, pero esta conversación ha mostrado algo más que meras conjeturas. ¿Te has dado cuenta?
Holm: Sí, pero no hay más que tu palabra contra la mía.
Lindmark: No, no es así. Lo tengo todo grabado en una cinta en la comisaría.
Holm: ¡No me vengas con esas! Te registré bien.
Lindmark: Sí, pero no te registraste a ti mismo.
Holm: ¿Qué quieres decir?
Lindmark: Tengo que volver a disculparme: cuando dormí en tu casa hice otra cosa en mitad de la noche. Cosí un micrófono de larga distancia en tus tres chaquetas. Comprendí que si podía hacerte hablar tenía que ser al aire libre y supuse que primero me registrarías. Estaba claro que tenía que esperar a que fueras tú quien propusieras un paseo o algo así y me llevaras al lugar que hubieras escogido. Allí donde te sintieras seguro, donde yo no hubiera podido colocar micrófonos en algún lado. A pesar de que cogimos por casualidad mi automóvil, no tenías que sospechar que planeaba algo. Todo debía partir de ti. ¡Y salió bien! Aquí estamos, hemos hecho una agradable excursión, hemos hablado mucho, de muchos temas interesantes, y bajo el forro de tu chaqueta hay un micrófono que enlaza con un…
[Ruido de energía estática en el micrófono.]
Lindmark: ¡Sí, compruébalo! Está ahí, bajo la tela, milagros de la tecnología.
Holm: ¡No puede ser verdad!
Lindmark: Lo es.
Holm: Demonios… ¿y piensas encerrarme? Somos… viejos amigos. Y ya te he dicho que recibirás dinero, mucho dinero que hará más dulces los años de la jubilación, ¿eh?
Lindmark: No, gracias.
Holm: Pero ¡dijimos que llegaríamos a un acuerdo como viejos amigos! ¡Lo prometiste! Y piensa en lo que podrías llevarte. Ahora, sin Inger, eres libre… Mujeres jóvenes, el extranjero, donde no se fijan tanto en la cuestión de la edad. En Tailandia, por ejemplo…, pero ¿qué rebuscas en mi mochila?
Lindmark: Solo esto.
Holm: ¿Una pistola?
Lindmark: Cuando cargamos el coche la pasé de mi mochila a la tuya. Imaginé que me registrarías, así que tanto la pistola como el micrófono estaban más seguros contigo. La cogí porque… después de lo que has hecho…
Holm: Entonces, ¿me tienes miedo, Harald?
Lindmark: Tengo que… poder acabar contigo.
Holm: ¡Confiesa que tienes miedo! Soy más de lo que puedes vencer sin armas. Soy el Cazador, cien veces más hombre que tú. ¡Maldita sea, no creas que…!
[Ruido de pelea y ropa que se rasga. Alboroto, jadeos. Un tiro. Crujidos en el micrófono. Luego solo silencio en la cinta.]
Acontecimientos del 10 de septiembre de 2006
Cuando saqué la pistola, Gunnar se lanzó hacia delante. Vi cómo se me echaba encima y me agarraba para estrangularme. Todavía puedo sentir su pulgar contra mi garganta. Durante la disputa le disparé al azar en el muslo derecho. Cayó al suelo y, gritando, se acurrucó presionando con las manos la herida. Alargué mi brazo y con el dedo en el gatillo le apunté a la nuca.
Mientras esperaba que Gunnar propusiera un paseo o una excursión, yo había visto dos películas en mi cabeza. En una le mantengo a raya con la pistola mientras él conduce a la comisaría, donde lo dejo en el calabozo. Luego subo a mi despacho y escribo un corto informe, sopeso si llamar yo mismo a Britta y contarle lo que ha sucedido con su marido, pero lo dejo para el personal del calabozo. Al fin y al cabo, me parece menos cruel.
En la otra película, apunto a Gunnar con la pistola y le explico que es un asesino que no tiene derecho a seguir viviendo. Tiene que yacer tan muerto como sus víctimas. Le disparo en el pecho y, por seguridad, le disparo también en la nuca. Después lleno su mochila con piedras y se la cuelgo de los hombros. La ato bien con sedal para que no se deslice y evite para siempre que el cuerpo salga a flote desde esa profundidad a la que pienso hundirlo. Me veo dirigiéndome hacia el mar y la costa boscosa. Nada se mueve. Nadie me ha visto. Britta está destrozada y confusa, pero no tiene por qué enterarse de que su marido era un asesino.
Mientras veía todo esto, me acechaba además un miedo que no quería que aflorara. El Cazador era Gunnar, un extraño que podía hacer cualquier cosa. Y entonces veo, me permito ver, que existe una tercera posibilidad: que sea a mí a quien hunden en el mar…
No había podido elegir entre las dos películas.
Sabía casi con total seguridad lo que Gunnar había hecho, pero no sabía cómo había pensado. Había leído y releído las cortas cartas del Cazador a Philip, pero no había conseguido dilucidar si eran psicopáticas o solo autosuficientes e inmorales. Cuando iba en el coche hacia la costa seguía sin tenerlo claro, y pensé que la actitud de Gunnar lo decidiría. Cuando le descubra, ¿se mostrará angustiado y furioso o se justificará desdeñoso?
Estuve mucho rato allí en la playa, apuntándole. Él, con su actitud arrogante, había elegido la segunda película, y mi brazo estaba tenso, mi dedo índice rozó el gatillo…
Pero yo no podía disparar a una persona indefensa y herida. El policía que había en mí tomó el mando y ató enseguida un torniquete por encima de la herida. Sangraba, pero no tanto como cuando se rompió la arteria. La bala había salido por el otro lado, la herida era relativamente superficial, pero la carne estaba tan dañada que Gunnar, con la cara contraída por el dolor y cubierta de sudor frío, balbuceaba sin parar que tenía que verle un médico. Le ayudé a llegar cojeando al coche, le até las manos por seguridad y conduje hasta el hospital comarcal.
De camino hacia allí llamé al servicio de urgencia de la policía y cuando llegamos al hospital, dos de nuestros asistentes estaban allí esperando. Uno de ellos era Markus, alegre como siempre. Cuando el personal del hospital levantó al paciente atado y se lo llevó en una camilla, se volvió extrañado hacia mí y preguntó:
– ¿Qué ha pasado con Gunnar?
– Lo he detenido por los asesinatos de Dahlström y Gudmundsson. Resultó herido cuando lo hice.
– ¿Quieres decir que es… el Cazador? -dijo Markus con una sonrisa insegura, como si todo fuera una broma.
– Sí. Tenemos una confesión -respondí.
Entonces vi que su sonrisa infantil desaparecía. De golpe se convirtió en un hombre adulto.
Y comprendí que la vida había cambiado para todos nosotros.
Con fría premeditación, sin sufrir una situación de pánico ni una enfermedad mental, mi amigo y colega Gunnar Holm había decidido matar a otra persona. Y a continuación lo llevó a cabo, una vez, dos veces. Es imperdonable.
Nunca antes había yo experimentado en profundidad mi responsabilidad hacia las víctimas. Pero al leer sus relatos sentí el pulso de la vida y la devastación de la muerte. Gabriella y su bebé nunca podrán tocarse el uno al otro. Lennart no volverá a ver un árbol ni a hablar con una persona.
Pero Gunnar sigue vivo, aunque sea en la cárcel. Siente su vida interior, ve el mundo, come, lee el periódico, habla con otros. No es justo. Crea un desequilibrio moral que yo pude haber arreglado cuando tenía la pistola apuntada a su cabeza.
Durante las últimas cuatro semanas no he dormido mucho. He pensado en lo que habría hecho si Gunnar no hubiera sido herido, pero no encuentro respuesta. No sé qué vieron mis ojos cuando se me echó encima, si cárcel perpetua o muerte inmediata.
Le dejé vivir.
Era un error, pero justo.
Justo, pero incorrecto.
Por las noches me he quedado levantado y he escrito mi relación de los hechos para entender cómo he cambiado como persona y como policía durante el pasado año. Me ha hecho bien, veo lo que me ha sucedido. Ahora cierro un sobre grande que contiene tanto el informe como copias del material: la transcripción de las grabaciones, los relatos de Gabriella y Lennart, la confesión de Philip y los cortos informes que el Cazador le mandó.
El sobre se abrirá un día.
Quizá quien entonces lo lea podrá entender cómo soy.
Forshälla, 8 de octubre de 2006
Harald Lindmark,
comisario criminalista
Acontecimientos del 17 de octubre de 2006
Mi informe estaba acabado y mi ritmo vital volvió a la normalidad. Cuando había transcurrido algo más de una semana, un martes por la tarde llegué a casa procedente de la comisaría. Eran casi las seis y media, pues había pasado por la tienda de comestibles. Abrí la puerta y dejé la bolsa de la compra al tiempo que con ese mismo movimiento recogía el correo del suelo: un periódico gratuito, la bien conocida factura de la licencia de televisión y un sobre blanco sin remitente. Lo habían mandado desde Forshälla el día anterior. El nombre y la dirección estaban correctamente escritos en mayúsculas con una letra impersonal con un bolígrafo azul.
Me quité la ropa de calle y abrí el sobre con el meñique derecho. Dentro había un folio blanco normal, tamaño A-4, doblado por la mitad. Enseguida vi la foto impresa que cubría medio folio. En ella se veía a un hombre con el brazo extendido que apuntaba con una pistola a un bulto en el suelo. Sus rasgos estaban tan tensos que los ojos no eran sino dos rendijas estrechas.
¡Era mi cara!
Di la vuelta al papel inmediatamente. Detrás, escrito en mayúsculas con la misma caligrafía que en el sobre, ponía:
SÉ QUIÉN ERES