172547.fb2 Defensa cerrada - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 24

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Capítulo 22

Me he pasado un día y medio, el sábado entero y parte del domingo, examinando el expediente de Petrulias. Toda la documentación está aquí: licencia de árbitro, curriculum, actas de los partidos, comentarios de los jueces de línea… Sin embargo, no he encontrado nada que nos proporcione una pista, quizá porque no hay nada censurable o porque yo no entiendo ni torta de fútbol, cualquiera sabe. En casa no tengo un despacho, de manera que cuando necesito estudiar algún documento de trabajo, me instalo en la mesa de la cocina. Sentado allí en pijama me siento más cómodo. Adrianí ha fingido estar muy atareada y no ha dejado de entrar y salir de la cocina, plantándose a mis espaldas y protestando: que si no obedezco al médico, que si hago lo que me da la gana, que si ahora me canso más porque me traigo el trabajo a casa, y ha acabado asegurando que a este paso nadie me salvará de un infarto, una «oclusión, obstrucción u obturación de los vasos sanguíneos», como diría Hipócrates. Al final he tenido que amenazarla con recoger los bártulos y marcharme a trabajar a la oficina para que se callara y me dejara en paz.

Según Jatzidimitriu, del Colegio de Árbitros de Atenas, la actuación de Petrulias era irregular. Después de una intervención fantástica que apuntaba directamente a un ascenso de categoría, pasaba a arbitrar de un modo tan desastroso que lo precipitaba al último puesto del escalafón. Por eso llevaba diez años en tercera. Él excluía la posibilidad de que hubiese recibido sobornos, ya que jamás lo habían denunciado, más allá de las acusaciones sistemáticas que reciben todos los árbitros.

El lunes por la mañana solté la segunda bomba: declaré que volvería a conducir mi coche. Uzunidis me aconsejó que no me pusiera al volante por unos días y yo he obedecido. Adrianí quiso regañarme, pero le recordé que Katerina prolongaba su estancia en Atenas para ocuparse de su tesis, y que no era justo abusar de ella como chófer. Para ser sincero, cuando me encontré de nuevo al volante no las tenía todas conmigo. Por si acaso, me tomé medio Interal antes de salir.

Afortunadamente, todo ha ido bien y ahora estoy sentado con Nasiulis, el periodista deportivo. Es un chico joven, de unos veinticinco años, que viste con sencillez y, en general, tiene aspecto de persona seria. Está hojeando el expediente de Petrulias mientras Sotirópulos lo observa.

– Aquí no encontrará lo que busca, teniente -dice el periodista-. No me extraña que haya despertado sus sospechas. También nosotros sospechábamos de él después de cada partido, aunque nunca logramos demostrar nada. Jatzidimitriu tiene razón. Sin una denuncia firmada, poco se puede hacer.

– Si tuvieras que señalar los partidos en los que Petrulias aceptó sobornos, ¿cuáles elegirías?

– Sólo los que cuentan para la clasificación. Raras veces se producen fraudes cuando no hay intereses en juego. Nadie estaría dispuesto a perder dinero y el árbitro jugaría limpio.

– ¿Qué partidos arbitrados por Petrulias contaban para la clasificación?

Nasiulis saca del bolsillo un recorte de periódico y empieza a comparar datos con las actas del expediente.

– A primera vista, el partido entre el Falirikós y el Tritón. -Me sorprende que sea el primero que mencione-. La derrota le costó la liga de tercera al Tritón. También el partido entre el Argostolikós y el Anamórfosis de Trípoli. Creo recordar que Petrulias expulsó a dos jugadores de este último, el Argostolikós ganó y salvó la promoción. Según el juez de línea, al menos una de las expulsiones era injustificada. Y el partido entre el Intrépido de Sfakiá y el Jalkidaikós. El Intrépido ocupaba el segundo puesto en la clasificación después del Tritón; el Jalkidaikós estaba en la zona de promoción, pero consiguió ganar en campo contrario. Evidentemente, en este deporte todo es posible, pero a mí me parece sospechoso, sobre todo si tenemos en cuenta que Petrulias pitó un penalti contra el Intrépido en el último minuto del partido, repitiendo su actuación con el Tritón. En este caso, el juez de línea sólo le dio una valoración regular, pero esto no significa nada. -Me mira como si quisiera disculparse por no ofrecerme datos más concretos-. Tal vez podría decirle algo más si me dejara estudiar el caso -añade.

– ¿Te has vuelto loco, teniente? -salta Sotirópulos, que contra todo pronóstico había mantenido la boca cerrada hasta el momento-. ¿Qué estás buscando? ¿Algún directivo dispuesto a sobornar y a matar por… unos partidos de tercera? ¿Por la miseria que allí se juega? Estamos hablando de la escoria del fútbol profesional.

Aunque sé que tiene razón, sus palabras me molestan.

– Ya me imagino que no le habrán matado los directivos, pero tal vez lo hizo algún seguidor fanático. Quizá lo encontraron por casualidad en la isla y decidieron cargárselo. -No es sólo el único argumento de que dispongo, sino también una forma de evaluar la teoría de Guikas.

– Los forofos del fútbol son seguidores de los equipos grandes, en los que desahogan su furia. En los partidos del Panathinaikós, del Olympiakós o del AEK. Es posible que apoyen a los equipos locales por patriotismo, pero en el fondo les importan un bledo.

Miro a Nasiulis, quien asiente.

– Así es -confirma.

– ¿Y de dónde sacaba Petrulias la pasta para llevar ese tren de vida? No declaraba más que un alquiler y sus emolumentos de árbitro.

Sotirópulos se echa a reír.

– ¡Despierta, teniente! ¿De dónde va a ser? ¡Pues de la usura! ¿Sabes qué intereses se cobran en el mercado negro? Más del cien por cien. Quien dispone de cinco millones, al cabo de un año puede tener diez; al cabo de dos, veinte; todo ello libre de impuestos. Y ya está: una buena cantidad de dinero para pegarse la gran vida.

Al principio yo también pensé en esa posibilidad, aunque referida a Kustas. ¿Y si en lugar de Kustas fuera Petrulias el que andaba metido en asuntos de usureros?

– En cualquier caso, sólo realizaría préstamos a la gente de su entorno: los equipos de tercera. Es ahí donde debemos investigar.

– ¿Sabe qué es la defensa en zona, teniente? -pregunta Nasiulis.

– No.

– Es una alineación defensiva en forma de barrera que impide a los delanteros del equipo contrario llegar a la portería. Los directivos de la tercera división están alineados de esta manera. Chocará con una defensa en zona muy difícil de romper.

Pues sí que vamos bien.

– Parece que últimamente no estás en racha -observa Sotirópulos, levantándose.

– ¿A qué te refieres?

– No conseguiste nada en el caso Kustas. Con Petrulias, mucho me temo que vas por el mismo camino. Será cosa de tu enfermedad.

Es el segundo en humillarme por este asunto del corazón. La primera fue aquella mujer del hospital. Me entran ganas de decirle que si salí del hospital para volver al despacho sin pedir la baja fue precisamente para que él pueda aparecer en pantalla y presumir de logros ajenos. Al final decido callarme, ya que Sotirópulos se brindó a ayudarme con Nasiulis.

– Gracias por tu colaboración -le digo al periodista deportivo-. Si necesito algo más, te llamaré.

Los sigo con la mirada, pensando que no debería sentirme ofendido. A mí también me chirría algo en el caso Petrulias, al igual que me ocurría con el asesinato de Kustas. Si bien la lógica y todos los datos de que dispongo apuntan a un ajuste por sobornos recibidos, Sotirópulos tiene razón: esta teoría hace agua. Sin embargo, es la única de que dispongo y no tengo la menor intención de archivar también este caso.

Se abre la puerta y entra Dermitzakis con unos informes mecanografiados.

– Es el movimiento de cuentas de Petrulias -anuncia con aire triunfal.

El árbitro tenía dos cuentas, una en el Interbank y la otra en el Xiosbank. El mero hecho de que operara con dos entidades nuevas y relativamente pequeñas me anima un poco. Los que se hallan metidos en asuntos turbios suelen dirigirse a bancos pequeños, más dispuestos a hacer la vista gorda con tal de ganar clientela. Intento contener mi impaciencia para estudiar los documentos con detalle. La cuenta del Xiosbank muestra ingresos relativamente pequeños, del orden de las cien o ciento cincuenta mil dracmas, y reintegros similares y frecuentes. El movimiento habitual de un cliente de clase media; incluso podría ser el mío. En cambio, la cuenta del Interbank muestra ingresos espaciados y bastante más importantes, de dos millones y medio a cinco millones de dracmas, efectuados una o dos veces al mes. En cuanto a los reintegros, son escasos. Miro el saldo: treinta y cinco millones quinientas veintidós mil ochocientas sesenta y siete dracmas. Si se dedicaba a la usura prestando dinero, los reintegros deberían ser sustanciosos y frecuentes. Si por el contrario recibía sobornos, los ingresos deberían ser mayores y esporádicos. Aquí pasa algo raro. Sotirópulos y yo quedamos en tablas: todo apunta a que nos equivocamos los dos.

– El dinero del Interbank es negro -interviene Dermitzakis para demostrar que él también se ha dado cuenta.

No le presto atención. Quiero comparar las fechas de los tres partidos señalados por Nasiulis con los ingresos efectuados en la cuenta de Petrulias para ver si, a pesar de todo, esos partidos coincidían con el cobro de sumas importantes. No hay ingresos que correspondan con los partidos entre el Argostolikós y el Anamorfosis en Trípoli, o entre el Jalkidaikós y el Intrépido en Sfakiá. Sin embargo, observo un depósito de dos millones y medio de dracmas el día anterior al partido entre el Falirikós y el Tritón. Tal vez se trate de una simple casualidad, pero por lo general las casualidades aparentes ayudan a encontrar un camino. Si el penalti que Petrulias señaló injustificadamente a favor del Falirikós no fue el resultado de una actuación arbitral errónea, entonces el presidente del Falirikós la compró con dinero contante y sonante.

– Averigua a quién pertenece el equipo del Falirikós -indico a Dermitzakis-. Quiero hablar con él hoy mismo.

Dermitzakis se marcha y aparece de nuevo a los cinco minutos con una sonrisa de oreja a oreja.

– Ya lo tengo -anuncia ufano. Se dispone a cerrar la puerta, pero Vlasópulos la abre y entra en el despacho.

– Se llama Frixos Kaloyiru y es dueño de Ecoelectrónica, una cadena de tiendas de electrodomésticos.

La conozco, habré visto el anuncio al menos un millón de veces en televisión. Son de esas tiendas que te equipan la casa sin cobrar un duro, aunque luego no te queda más remedio que venderla para pagar los plazos.

– El Falirikós juega en Níkea esta tarde -añade Dermitzakis-. Tendremos oportunidad de hablar con él después del partido.

– Yo acompañaré al teniente -interviene Vlasópulos. Ahora entiendo por qué se ha colado con tanta precipitación en el despacho.

– ¿Se puede saber por qué? -replica Dermitzakis.

– En primer lugar, porque tengo más antigüedad en el servicio. En segundo lugar, porque yo descubrí a Saráfoglu, que juega en el Falirikós, y lo conozco.

– Sí, y yo descubrí a Kaloyiru.

Estos dos se han llevado como el perro y el gato desde el primer día. Vlasópulos cree tener ciertos privilegios producto de la antigüedad. Dermitzakis, el más novato, intenta escalar puestos a expensas de Vlasópulos. Sólo coinciden en su habilidad para crisparme los nervios, ya que me veo continuamente obligado a mantener un difícil equilibrio entre los dos.

– No me acompañará nadie. Iré solo -declaro con firmeza-. No necesito refuerzos para formularle cuatro preguntas.

Dermitzakis fulmina con la mirada a Vlasópulos, quien sonríe satisfecho. Aunque él no me acompañe, ha conseguido que el otro tampoco lo haga, de manera que se siente vencedor de un partido amañado.

Saco una pastilla de Digoxin, la parto en dos y me trago la mitad con un sorbo de café griego ma non troppo, que entretanto se ha transformado más bien en aguachirle.