172589.fb2 Desaparecida En La Muerte - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 9

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CAPITULO OCHO

COMO ATRAPAR A UN ESPÍA no era su trabajo usual, Eve optó por un pequeño, compacto equipo. Ella tenía dos oficiales en ropa de calle estacionados en la parte trasera de la estilizada town house del Upper East Side, McNab manejando la comunicación con Roarke en una furgoneta sin marcar. Ella, con Peabody, tomaría el frente.

Pensó que era demasiado para un solo hombre, pero ella tenía el factor de que ese solo hombre tenía más de cuarenta años de experiencia en espionaje, y se había escapado de un ferry con más de tres mil personas con un cuerpo muerto.

En la furgoneta, ella dio la entrada a la cinta de seguridad de la estación de transporte. -Ahí está, pareciendo inofensivo. Ordenador, aumentar segmento seis, treinta por ciento.-

El hombre actualmente conocido como Frank J. Plutz ocupó la pantalla mientras hacía su camino a través de la máquina de ticket. -Hombre de negocios anónimo, completo con lo que parece un maltrecho maletín y una pequeña bolsa de viaje. Con un poco de exceso de peso, un poco calvo, la papada un poco floja.-

– Y este es el tipo que troceó a una asesina de alto nivel, y luego se esfumó con ella.- McNab, su pelo dorado recogido en una coleta, los lóbulos de sus orejas pesados con media docena de coloridos aros cada uno, agitó su cabeza. -Él se parece un poco a mi tío Jacko. Él es famoso en nuestra familia por cultivar enormes nabos.-

– ¡Él lo hace!- Peabody dio al amor de su vida una palmada en el hombro. -Le conocí la pasada Acción de Gracias cuando fuimos a Escocia. Es adorable.-

– Sí, estoy segura de que este será tan adorable como Tío Jacko. En el sentido 'he dejado un gran, revuelto charco de sangre detrás’. Consiguió un arma, asumimos, a través de los controles sin ninguna pega. Lo que, desafortunadamente, no es tan duro como debiera ser. Más importante, según mi fuente, él ha encabezado o ha participado en la invención y desarrollo de todos los tipos de aparatos de alta tecnología, armas y comunicación en particular.-

– Me encantaría conocerle, – dijo McNab y recibió una sonrisa rápida de Roarke.

– Estoy contigo.-

– Afortunadamente vosotros obsesos podréis tener una bonita charla pronto.- Eve cambió su mirada a otro monitor. -No veo ninguna fuente de calor ahí.-

– Eso sería porque no está ahí.- Roarke continuó el examen de la casa. -He hecho tres escáneres de calor, de movimiento. No hay nadie ahí dentro.-

– Le quita toda la diversión. Bueno, tenemos la orden de registro. Vamos, Peabody. McNab, mantén tus ojos en la calle. Si vuelve a casa, quiero saberlo.-

– Cuidado con la espalda, Teniente, – dijo Roarke mientras ella salía. -Los llaman fantasmas por un motivo.-

– Yo no creo en fantasmas.-

– Apuesto a que ellos sí creen en ti.- Peabody saltó justo a su lado.

Examinando el edificio, Eve sacó su llave maestra según se aproximaban a la puerta. -Vamos a ir adentro como si tuviéramos un sospechoso en el interior. Y comprobamos el área, habitación por habitación.-

Peabody asintió. -Un tipo que puede desaparecer podría engañar a un sensor de calor y movimiento probablemente.-

Eve solo sacudió su cabeza, luego golpeó con un puño en la puerta. -Somos la policía.- Ella usó su maestra para abrir la puerta, notando que la seguridad estándar cambió de rojo cerrado a verde abierto. -Él tiene cámaras aquí fuera. No puedo verlas, pero él las tiene. Aún así, no hay respaldo de las cerraduras, y la placa de palma no está activada.-

– Es como una invitación.-

– La estamos aceptando. Vamos a entrar, – dijo Eve para alertar al resto del equipo.

Ella sacó su arma, asintió una vez a Peabody. Ellas golpearon la puerta, Peabody por arriba, Eve por abajo. Barrieron el corto vestíbulo con su paragüero de hierro y el perchero, y el estrecho recibidor con su alfombra de rayas azules. A un gesto de Eve ellas se separaron, comprobando la primera planta, moviéndose a la segunda, luego a la tercera.

– Despejado.- Eve estudió el equipo de datos y comunicación, el equipo de vigilancia y seguridad esparcido por la modesta habitación de la tercera planta. -Equipo azul, tomen la primera planta. Roarke, McNab, podemos emplearos en el tercer piso.-

– ¿Piensas que va a volver?- preguntó Peabody.

– Es mucho para dejarlo atrás. Te garantizo que todo esto va a ser no registrado, calibrado para mantenerse debajo del radar de CompuGuard. Pero no, él ha terminado aquí. Ha acabado.-

– ¿Su esposa y su niña?- Peabody señaló a la foto enmarcada de la consola.

– Sí.- Eve se movió, abrió un mini-frigorífico. -Agua y bebidas energéticas.- Pulsó el menú del AutoChef. -Comidas sencillas, rápidas.- Ordenado, pensó que ella tenía en su propio mini frigorífico, cuando se acordaba de llenarlo, antes de que se casara con Roarke. -Sofá, con una almohada, una manta, pantalla de pared, cuarto de baño contiguo. Él pasaba la mayor parte de su tiempo aquí. El resto de la casa, sólo es espacio.-

– Todo parece tan ordenado, del tipo hogareño y recogido.-

Eve hizo un sonido de aquiescencia mientras entraba en la habitación de al lado. -VirtualFit. Es una bonita unidad. Él quería mantenerse en forma. Una máquina de peso, pelotas para musculación, droide contrincante. Femenino, y supongo, que justo de la altura y el peso de Buckley.-

Eve estudió al atractivo droide rubio actualmente desactivado y apoyado en un rincón. -Practicaba aquí.- Se movió por la habitación, abriendo las puertas de un armario empotrado. -Vaya, el armario de los juguetes.-

– Santa mierda.- Peabody atisbó el surtido de armas. -No tan parecido al Tío Jacko después de todo.-

Cuchillos, bates, stunners (paralizadores), blasters (desintegradores/láseres), garrotes, espadas cortas, pistolas, discos de lanzamiento (estrellas ninja), todos relucientes en ordenada formación.

– Faltan un par, – notó Eve, tocando los huecos vacíos. -Por la forma, él se llevó un par de cuchillos y un stunner. En una de sus bolsas de mano, o consigo mismo.-

– Esto es un enorme montón para abandonarlo, también, – comentó Peabody.

– Él hizo lo que había planeado hacer. Ya no los necesita.- Se giró mientras Roarke entraba con McNab, y captó el brillo en los ojos de Roarke cuando él cruzó hacia el cofre de armas. -No lo toques.-

La más fina línea de irritación estropeó su frente, pero deslizó las manos en sus bolsillos. -Una bonita colección.-

– No cojas ideas,- murmuró ella. -Es en la siguiente puerta donde serás útil.- Ella encabezó la marcha y oyó tanto a Roarke como a McNab silbar de placer como algunos hombres lo harían ante la visión de una mujer hermosa.

– El cielo de los obsesos, – supuso. -Selladlo, luego mirad a ver qué podéis encontrar entre todo esto. Peabody, vamos a la segunda planta.-

– ¿Quieres que ponga a alguien para la vigilancia de la calle?- preguntó McNab.

– Él no va a volver. No lo ha hecho desde que cogió esas armas del armario. No necesita este sitio ya.-

– Todavía hay ropas en el armario, – señaló Peabody cuando bajaban. -Las vi cuando comprobé el dormitorio.-

– Te voy a decir qué no vamos a encontrar. No hallaremos nada de sus IDs, ni su efectivo para emergencias, ni tarjetas de crédito o pasaportes.

Ella entró al dormitorio donde la decoración intentaba ser espartana en lo ordenado y hogareño en sus gruesos cojines y tejidos rayados. Ella abrió el armario.

– Tres trajes, negro, gris y marrón. Mira el modo en que están dispuestos, ¿ves los espacios entremedios? Probablemente tiene tres más. Lo mismo con las camisas, los pantalones sueltos. Tomó lo que necesitaba.- Ella se puso de cuclillas, cogió un par de robustos zapatos negros, los giró para revelar los tacones desgastados, las suelas rozadas. -Frugal. Vive cuidadosa, confortablemente, pero sin ningún exceso. Apuesto a que los vecinos van a decir lo buen y agradable hombre que era. Callado, pero amistoso.-

– Tiene divisores en los cajones. Cubos para los calcetines, bóxers, camisetas. Y sí, – agregó Peabody, -parece que hay unos cuantos pares ausentes. El segundo cajón es de ropa deportiva. Camisetas, sudaderas, calcetines de gimnasio.-

– Sigue con ello. Yo iré al segundo dormitorio.-

Cruzando el vestíbulo había una habitación más pequeña decorada en una especie de cubil, Eve abrió otro armario. Ella encontró pelucas, maletines de maquillaje, masilla facial, cajas transparentes conteniendo varios estilos de vello facial, formas corporales.

Se vio a si misma reflejada, por delante y detrás, en las puertas con espejos por el interior.

Empezó una búsqueda sistemática en la habitación, luego en el baño. Él había abandonado mucho, pensó. Equipo normal de aseo masculino. Peine, cepillo de dientes, ropa, discos de música y libros, un par de atendidas plantas de interior.

Todo bien usado, pensó, bien cuidado. Muy limpio, ordenado pero sin ser obsesivo.

Comida en el AutoChef, zapatillas bajo la cama. Daba la apariencia de hogar al que alguien volvería pronto. Hasta que te dabas cuenta de que no había nada importante. Nada que no pudiera ser fácilmente sustituido.

Excepto por la foto encima de su zona de trabajo, reflexionó. Pero él tendría copias de ella. Seguramente él tenía copias de esa imagen que lo guiaba. Ella estudió las pelucas y los otros realces de nuevo.

Había dejado todo esto, y las armas, la electrónica. ¿Abandonando todo en lo que había estado todos estos años? Se preguntó. Él había hecho lo que ya había planeado, por lo que nada de esto le importaba ahora.

Peabody entró. -Encontré una caja fuerte, abierta y vacía.-

– Otra aquí, también.-

– Y trozos de adhesivo detrás de los cajones, detrás de la cabecera.-

Eve asintió. -Debajo de los lavabos del baño, detrás del inodoro. Es un tipo cuidadoso. Diría que mantenía armas, documentos para escapar, en muchos sitios de la casa, en caso de que tuviera que salir corriendo.

– No vamos a encontrarle, Dallas. Está con el viento. Es lo que él hace.-

– Lo que hacía. Diría que ha terminado, por lo que depende de lo que decida hacer ahora. Comprueba la planta baja, ¿lo harás?-

Eve subió arriba para encontrar a Roarke y McNab rodeados de electrónica. En un cuarteto de monitores pequeños vio varios espacios de la casa, Peabody bajando las escaleras, sus dos hombres buscando, una cocina vacía, la calle desde el frente de la casa. Cada diez segundos, la imagen cambiaba a otro lugar.

– El tipo ha cubierto su trasero dos veces, – le dijo McNab. -Este lugar está protegido, ni un solo fallo. Movimiento, calor, luz, peso. Tiene detectores en cada maldito rincón. Y mira.-

Él pulsó un interruptor y un panel se abrió en la pared tras ella. Ella se asomó, viendo las escaleras y el arma pegada a la pared. -Salida de emergencia.-

– Escalofriante. Además, él podía cerrar y bloquear la puerta desde aquí.-

– Es a prueba de láser, – añadió Roarke. -Tiene sus datos y comunicaciones enterrados aquí, pero los estamos sacando. Diría que no está tan bien cubierto como esperaría cuando consideras el resto de la seguridad.-

McNab se encogió de hombros. -Puede que supusiera que no tenía que preocuparse de que nadie llegara tan lejos.-

– O no le importara lo que encontraran a estas alturas.

Ella volvió a mirar la foto. -Es posible. Parece que él ha terminado, y con o sin capa de invisibilidad, se ha ido. Ninguna razón para quedarse en Nueva York. Ha eliminado a su objetivo. Excavamos aquí, esperando encontrar un enlace de adónde puede haber ido. Si no lo encontramos, vamos a tener que contactar con el HSO.

Roarke la echó una mirada larga, fría. -No veo el valor de eso.-

– No es una cuestión de valor. Es SOP (procedimiento operativo estándar – Es su operativo. Si ha huido o les ha traicionado, y tiene un dispositivo tan peligroso como parece ser éste, necesitaremos sus recursos.-

– Danos un momento, ¿te importa, Ian?-

McNab miró a Roarke, luego a Eve. No necesitaba un sensor para notar las señales de tensión y problemas. -Ah, claro. Yo iré… ah, ver si puedo echar a She-Body una mano.-

– Este es mi trabajo, – empezó ella en cuanto estuvieron solos. -Cuando informe de lo que tenemos aquí, Whitney va a ordenarme que me ponga en contacto con HSO y que les dé todo lo que tenga.-

– Tú no tienes nada, – dijo sin alterar la voz, -tan solo la nebulosa conexión en un tal Frank Plutz, con la palabra de una ‘fuente anónima’ conectándolo con HSO y con Buckley.-

– Le tengo montando en el ferry, y no bajando, que autoriza la orden de registro mucho más que lo que la fuente lo hizo. Tengo lo que hemos encontrado aquí.-

– ¿Y qué has encontrado aquí que verifique que sea un operativo del HSO, o que haya tomado como objetivo y matado a Buckley?-

Ella sintió temblar los músculos de su estómago incluso cuando su columna se rigidizó. -Sabemos que tiene un arma potencialmente peligrosa. Puede tener la intención de vender dicha arma. En las manos equivocadas.

– ¿No es HSO las manos equivocadas?- preguntó Roarke. -¿Puedes estar ahí de pie y decirme que ellos no son tan despiadados y mortíferos como cualquier hombre del saco extranjero que puedas nombrar? ¿Después de lo que te hicieron? ¿Lo que ellos permitieron que te hicieran cuando eras una niña? ¿Estando ahí, escuchando, por el amor de Dios, mientras tu padre te pegaba y te violaba, todo con la esperanza de poder usarlo para pillar a un monstruo mayor?-

El temblor en sus tripas se convirtió en irritación. -Una cosa no tiene que ver con la otra.-

– Y una mierda. Trataste de ‘trabajar’ con ellos antes, no hace mucho. Y cuando encontraste asesinatos y corrupción, intentaron arruinarte. Intentaron matarte.-

– Sé lo que hicieron. Maldita sea, esa no era la organización, por mucho que los desprecie, sino los individuos de dentro. Ivan Draski está probablemente ya a un millar de millas de aquí. No puedo perseguirle fuera de Nueva York. No dónde podría intentar vender esta cosa.-

– Lo echaré un vistazo.-

– Roarke --

– Maldición, Eve, no vas a volver a pedirme que me aparte una segunda vez. He hecho lo que me has pedido antes. Lo he dejado pasar. He dejado marcharse a los que formaron parte de los que dejaron que te torturaran y violaran.-

Ahora era su corazón, agitándose en un puño de tensión. -Sé lo que has hecho por mí. Sé lo que te ha costado. No voy a tener ninguna elección. Es seguridad nacional. Por el amor de Dios, Roarke, yo no quiero que entren en esto. No quiero tener nada que ver con ellos. Me pone mala. Pero esto no es sobre mí, o sobre ti, o sobre lo que me pasó cuando tenía ocho años.-

– Me darás veinticuatro horas. No te lo estoy pidiendo, – dijo él antes de que ella pudiera hablar. -No esta vez. Me darás veinticuatro horas para localizarle.-

Aquí estaba el hombre frío y despiadado que acechaba debajo del hombre civilizado. Ella lo sabía, lo entendía, incluso lo aceptaba. -Puedo demorarlo ese tiempo. A las veinticuatro y un minuto, tendré que cederlo.-

– Entonces hablaremos.- Él empezó a andar hacia ella, se paró, la miró a los ojos. -Lo sentiré si estamos en desacuerdo en esto.-

– Yo también.-

Pero cuando él salió ella sabía que sentirlo era a veces todo lo que podía hacerse.