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Me dio un vuelco el estómago, y sentí que me colocaban de costado mientras unos espasmos dolorosos sacudían mi cuerpo. Oí algo extraño y quejumbroso, y me di cuenta de que era el sonido de mis propios sollozos.
– No pasa nada, Shannon -dijo alguien, con una voz grave que me resultaba familiar-. Estás a salvo.
Traté de abrir los ojos, pero tenía la visión tan borrosa que volví a cerrarlos para no marearme más. Lentamente, mis náuseas fueron disminuyendo, y me quedé inmóvil, respirando profundamente un aire frío y húmedo. Me di cuenta de que la hierba que había bajo mi mejilla estaba mojada, e intenté una vez más abrir los ojos. Entre los resquicios de mis párpados, vi formas verdes y grises, pero antes de poder enfocar la visión, una figura oscura y sombría se colocó ante mis ojos. Quise gritar.
– ¡Shannon! Tranquila -me dijo aquella voz calmante-. ¡No pasa nada!
Sus palabras debieron de tener un efecto negativo en aquella sombra sin color. El punto negro desapareció, y volví a distinguir el gris y el verde de las hojas del bosque. Sin embargo mi visión se volvió borrosa de nuevo. Después de eso, ya no supe nada más.
Cuando recuperé el conocimiento nuevamente, me quedé muy quieta, temerosa de moverme, temerosa de hacer cualquier cosa que le provocara más dolor a mi cuerpo magullado, o que volviera a llamar a la oscuridad que yo había atisbado. Respiré lentamente, intentando calmar los latidos de mi corazón.
Ya no estaba tendida sobre la hierba mojada. Noté la suavidad de un colchón debajo de mí, y por encima, el grosor de un edredón que me tapaba hasta el cuello. Me estremecí, porque de repente, sentí un frío que me llegaba a los huesos.
Alguien se acercó a mí y posó una mano en mi frente. Sentí su aspereza contra mi piel fría.
– No abras los ojos todavía. Tu cuerpo se recuperará mejor si los mantienes cerrados y descansas.
De nuevo, aquella familiaridad esquiva de la voz.
– Toma esto, te sentará bien.
Yo mantuve los ojos cerrados mientras una mano fuerte me ayudaba a levantar la cabeza e incorporarme un poco, de modo que pudiera beber un líquido caliente y dulce. Lo tomé lentamente, para que mi estómago lo aceptara. Cuando la taza estuvo vacía, volví a tumbarme sobre la almohada, agotada por aquel pequeño esfuerzo.
– Descansa. Todo va bien. Estás en casa.
Mientras me sumía otra vez en un profundo sueño, me di cuenta de que quien hablaba era ClanFintan, sólo que su voz sonaba extraña. Luché por mantenerme consciente y entender qué era lo que tenía de diferente, pero mis párpados eran muy pesados. El sueño ganó la batalla.
Café… El aroma jugueteó con mis sentidos, y me recordó los sábados por la mañana, cuando hacía una cafetera de café fuerte, y le añadía crema holandesa antes de volver a la cama con una taza humeante y un buen libro.
Pero en Partholon no había café.
Al recordarlo todo, tomé aire bruscamente. Abrí los ojos, pestañeé y me froté los párpados, inquieta por la debilidad de mis músculos, por la torpeza con que obedecían mis órdenes.
La única luz que había en la cabaña procedía de un fuego que ardía suavemente en el hogar. La chimenea estaba justo enfrente de mi cama. Miré a mi alrededor, con cuidado de no hacer ningún movimiento brusco con la cabeza. Parecía que estaba en una habitación grande, que hacía las veces de dormitorio, y que tenía una zona de estar frente al fuego, delimitada con dos merecedoras y dos mesillas. En cada una de las mesillas había una lámpara de queroseno, en versión moderna, aunque ninguna de las dos estaba encendida. Había un libro abierto, boca abajo, junto a la mecedora más cercana. También había un altillo sobre mi cabeza y otra habitación a mi izquierda, separada del resto de la cabaña por una pared. De allí era de donde provenía el olor a café. Debía de ser la cocina. Oí unos pasos cansados que se acercaban, y me preparé.
ClanFintan apareció desde detrás de aquella pared.
Yo debí de emitir un sonido de queja, porque él se sobresaltó y estuvo a punto de derramar el líquido de su taza. Entonces, en su preciosa cara apareció una sonrisa que me resultó fantasmal por su familiaridad.
– ¿Te encuentras mejor? -me preguntó.
Ahora entendía por qué su voz me resultaba tan familiar y al mismo tiempo tan extraña. Era su voz; la voz de ClanFintan. Sin embargo, carecía del poder de los pulmones de un centauro y de la cadencia musical del acento de Partholon.
– ¿Dónde estoy? -mi voz sonó vacía, sin emoción.
Sin dejar de sonreír, él posó la taza sobre una de las mesillas y se acercó a mi cama. Yo me encogí contra la almohada. Debió de darse cuenta, porque se detuvo a varios pasos del borde de la cama.
– Estás en casa, Shannon.
– ¿Y dónde demonios crees tú que está mi casa?
Él arqueó las cejas con sorpresa.
– En Oklahoma -respondió, y su voz grave me partió el corazón.
Noté que palidecía, y de repente, la habitación comenzó a dar vueltas a mi alrededor.
– ¡No! -susurré, y cerré los ojos, rogando que la habitación se detuviera. Tomé aire profundamente, varias veces, y al abrir de nuevo los ojos me di cuenta de que se había acercado a mí-. ¡No te acerques más! -le grité.
Él se detuvo, y alzó las manos en un gesto de paz.
– No te voy a hacer daño, Shannon.
– ¿Cómo demonios sabes mi nombre?
– Es una historia complicada…
– Quiero una respuesta -insistí yo con frialdad.
– Me lo dijo Rhiannon -respondió él, con evidente reticencia.
– ¡Rhiannon!
El nombre salió de mis labios como una maldición. Miré de nuevo por la habitación, esperándome que ella saltara desde uno de los rincones oscuros.
– ¡No! No está aquí -me aseguró él-. Ha vuelto a Partholon, a su sitio.
Parecía que estaba muy satisfecho de sí mismo.
Yo cerré los ojos y rechiné los dientes.
– Su sitio no es Partholon. Es mi casa. Él es mi marido. Ellos son mi gente.
– Pero… -el hombre estaba confuso-. Pensaba que todo se arreglaría si yo intercambiaba vuestros lugares…
Me incorporé decididamente, y bajé las piernas por un lado de la cama. Entonces me miré, y vi que no llevaba nada puesto, salvo la camisa de un pijama de hombre. Lo fulminé con la mirada.
– ¿Dónde está mi ropa?
– Yo… -tartamudeó él-. Está…
– Oh, no importa. Dame unos pantalones y mis botas, llévame al lugar donde hiciste el intercambio, y vuelve a intercambiarnos.
Él abrió la boca para responderme, pero el sonido del teléfono lo interrumpió. Fue un sonido extraño a mis oídos, que se habían acostumbrado al estilo de vida sin tecnología de Partholon. Volvió a sonar, y él recuperó el movimiento de las piernas, y se apresuró a descolgar el auricular de un teléfono inalámbrico que había en una estantería, junto a la chimenea.
– ¿Diga? -respondió, sin apartar los ojos de mí.
Entonces pestañeó, y dio un paso atrás como si hubiera salido una llamarada del auricular.
– ¡Rhiannon!
Aquel nombre fue como un velo de oscuridad que cubriera la habitación.
Yo sentí un escalofrío, y apreté los dientes para que no me castañetearan.
La cara de aquel hombre se había quedado tan pálida como debía de haberse quedado la mía. Continuó mirándome a los ojos mientras hablaba rápidamente, pronunciando palabras duras.
– Te dije que todo había terminado. No voy a volver a escuchar tus mentiras. No, yo no…
Entonces fue interrumpido. No habló durante varios instantes, y cuando lo hizo, su voz había adquirido el tono glacial que yo reconocía en la voz de ClanFintan cuando estaba dando órdenes en una situación de peligro mortal.
– Shannon está aquí.
Oí el grito de respuesta desde el otro extremo de la habitación. Él se encogió debido al volumen, y después colgó con determinación. Se pasó una mano por los ojos, y por primera vez yo me di cuenta de que tenía una red de finas arrugas alrededor de los ojos, y una lluvia de canas plateadas en el pelo oscuro y espeso.
Por un momento, mi corazón se sintió atraído por aquel hombre que se parecía tanto a mi amado marido, pero entonces, su corte de pelo casi militar me devolvió a la realidad. Aquel hombre era la causa de que yo no estuviera con ClanFintan. No era un amigo.
– Dijiste que Rhiannon había vuelto a Partholon.
– Sí, eso creía -respondió él. Parecía que estaba exhausto.
– Será mejor que empieces por el principio. Quiero saberlo todo.
Él volvió a mirarme a los ojos, y después asintió lentamente.
– ¿Quieres un café primero?
– Quiero un café mientras -respondí. Mi estómago gruñó violentamente, así que añadí-: Y necesito un poco de pan o algo que me calme el estómago.
Volvió a asentir y entró en la cocina. Yo me acomodé de nuevo contra la almohada, y me tapé las piernas desnudas. Él regresó enseguida con una bandeja en la que había dos tazas de café humeantes y unas cuantas magdalenas caseras. Me puso la bandeja en el regazo, con cuidado de no tocarme, y después se dio la vuelta para echar más troncos al fuego hasta que se avivó y crepitó. Después giró una de las mecedoras y se sentó frente a mí, dando sorbos lentos a su café. Me observó atentamente, y cuando comenzó a hablar, sus palabras me sorprendieron.
– Es asombroso lo mucho que os parecéis. Más que dos gemelas, más que nadie que yo haya conocido. Es como si fuerais una el reflejo de la otra, literalmente.
– En Partholon algunas personas son reflejo de las personas de este mundo -respondí-. Al principio puede llegar a ser muy desconcertante. Pero no te confundas. Nos parecemos en el físico, pero no en lo demás.
– Por tu bien espero que no seas parecida a esa… mujer.
– No, no me parezco en nada a esa bruja. Pero lo que yo sea no es asunto tuyo. Lo único que quiero saber es cómo ha ocurrido esto, y cómo podemos deshacerlo.
– Me temo que sólo puedo contestarte en parte. Empezaré presentándome. Me llamo Clint Freeman -dijo, y saludó levantándose un sombrero imaginario-. A su servicio, señora.
Clint Freeman. Aquel nombre se parecía mucho al de mi marido, y no pude dejar de darle vueltas y vueltas.
– ¿Shannon?
Su voz me devolvió a la realidad.
– Muy bien, ahora ya sé cómo te llamas. Tú también sabes cómo me llamo yo, así que continúa con tu historia. ¿Por qué conoces la historia de Rhiannon, y la mía?
– Ella me la contó. Apareció aquí una noche, en mitad de junio.
Entonces yo lo interrumpí.
– ¿En qué mes estamos?
– En octubre. El último día de octubre.
– Así que el tiempo pasa igual -susurré con alivio.
– Eso parece lógico. Los mundos son también reflejos el uno del otro -dijo él, con naturalidad, como si estuviéramos hablando del tiempo de Oklahoma.
– Parece que te sientes muy cómodo con todo esto.
– He visto mucho como para fingir incredulidad.
– Intenta explicarme qué significa «mucho».
Él tomó aire profundamente y continuó.
– Rhiannon apareció aquí en mitad de la noche, justo antes de una desagradable tormenta de verano.
– Era de esperar -murmuré yo, pero él no hizo caso de mi comentario.
– Apareció en la puerta de mi casa como si fuera un duende del bosque -explicó, y sacudió la cabeza como si estuviera disgustado consigo mismo-. Era salvaje y bella. Yo le pedí que entrara, casi esperando que se desvaneciera a la luz de mis lámparas. Ojalá hubiera desaparecido. Por supuesto, pensé que se había perdido, y le pregunté si podía ayudarla. Ella me dijo que no se había perdido, que había seguido mi magia y que había venido por mí.
– ¿Tu magia?
– Se me da muy bien vivir en el bosque -respondió lentamente.
Yo arqueé las quejas y esperé con impaciencia a que terminara su explicación.
– No siempre he vivido aquí. Hace cinco años, vivía en Tulsa. Trabajaba y me comportaba del modo que la sociedad consideraría normal. Siempre me gustó acampar, y el campo era el lugar en el que mejor me sentía. Hace cinco años, ese sentimiento de satisfacción cambió, aumentó, y se convirtió en algo más que un sentimiento. Comencé a oír a la tierra que me rodeaba -sonrió con timidez.
– ¿Palabras claras, o sólo una sensación? -pregunté.
Me dio la impresión de que él se sentía aliviado porque yo no lo hubiera llamado loco, y se apresuró a responder.
– La mayor parte del tiempo es sólo una sensación. Era como si la tierra me diera la bienvenida. Cuanto más me alejaba de la civilización, más contento me sentía. Comencé a pasar todo mi tiempo libre de acampada, caminando por el campo. Entonces tuve un accidente laboral, y me lesioné la espalda. Eso terminó con mi carrera profesional. Así que acepté mi pensión de invalidez y me retiré aquí.
– ¿Y dónde estamos, exactamente?
– En la parte sureste de Oklahoma. Perdidos en mitad del Estado.
– Espléndido -murmuré yo-. ¿Y fue después de mudarte aquí cuando empezaste a oír que la tierra te hablaba?
– Sí. Los árboles susurran, la tierra se alegra, el viento canta. Sé que esto suena poético y esquizofrénico, pero yo puedo sentirlo.
– Por eso Rhiannon te tomó como objetivo.
– Sí. Me dijo que era la encarnación de una diosa y que era como la tierra y los elementos, alguien a quien había que adorar e idolatrar.
A mí se me escapó un resoplido sarcástico.
– Deja que lo adivine -dije-. Se acostó contigo, y entonces tú la creíste.
Él titubeó por un instante.
– Sí, la creí. Tenía algo que hizo que quisiera creerla.
– Sí. Su entrepierna.
– Tal vez, pero tú deberías saberlo porque tú también tienes ese «algo».
– Oh, por favor -dije, y puse los ojos en blanco para transmitirle mi incredulidad.
– Tú haces que me sienta de la misma manera que ella.
– Eso es una tontería. Entre nosotros no hay nada. Yo soy una mujer casada, y ni siquiera te conozco.
– No es eso -replicó él, y alzó una mano para impedir que lo interrumpiera-. Sí, me acosté con ella. Sí, la deseaba. Pero no era sólo eso. Quizá esto te suene ridículo. A mí me suena ridículo. Pero me siento… no sé, bien contigo, como si fuera mi sitio. Con vosotras, con las dos.
Yo abrí la boca para decirle que era mentira, pero entonces recordé de repente lo que me había dicho ClanFintan: «Nací para quererte». Yo había llegado a creer a mi marido, y el hombre que estaba frente a mí era, incuestionablemente, su reflejo.
– De acuerdo, lo que tú digas. Si ella te gustaba tanto, ¿qué es lo que te hizo despertar?
– Al principio, como dices tú, no desperté.
– Traducción: «No te dejó salir de la cama durante una temporada».
Yo conocía el modus operandi de Rhiannon.
– Podría decirse así. Y cuando ella no estaba en la cama, estaba en el bosque, o navegando por Internet.
– ¿Sabe utilizar un ordenador?
– Y muy bien -respondió él irónicamente.
– ¿Así que fingió que era una loca del bosque para que tú siguieras enganchado con ella mientras ella se recorría toda la Red?
– En realidad, no tenía que fingir su afinidad con la tierra. Daba la impresión de que sacaba algo del bosque. Se iba a caminar sola, no quería que yo la acompañara, y volvía horas más tarde llena de energía.
– Mmm… -archivé aquello para más tarde. Si Rhiannon obtenía algún tipo de poder de la tierra que la rodeaba, quizá yo también pudiera usarlo. Quizá me sirviera para volver a casa-. ¿Y qué buscaba en Internet?
– Dinero. Buscaba hombres. Hombres ricos, viejos, y solteros.
Yo parpadeé de la sorpresa.
– ¿Y encontró a alguno?
– Sí. Sinclair Montgomery III. Setenta y dos años, viudo, y forrado de dinero del petróleo de Tulsa. Un filántropo, un tipo verdaderamente agradable que no había mantenido relaciones sexuales desde los setenta.
– Parece una presa fácil para Rhiannon.
Él asintió con gravedad.
– Sí. Ella comenzó una relación por correo electrónico con él. Le dijo que era una profesora de la zona, que quería comenzar una carrera como oradora pública.
– ¡Dios santo! ¡Rhiannon de oradora pública! ¿Y de qué demonios iba a hablar?
– De cómo inspirar a la gente joven para ser creativa y permanecer en la escuela.
– ¿Y cómo iba Rhiannon a inspirar a los chicos de las escuelas públicas?
– No creo que tuviera que perfilar su discurso. Que yo sepa, lanzó el cebo y él lo mordió, y concertaron una cita.
– Si Rhiannon sólo necesitaba conocerlo en persona para pescar a esa vieja trucha -terminé yo.
Él asintió.
– ¿Y tú permitiste que te dejara y se metiera en la cama de ese ricachón con tus bendiciones?
– En realidad, yo estaba tan ocupado detestando a su amigo que no me di cuenta de lo que estaba sucediendo hasta que todo hubo terminado.
– Espera, ¿ella tenía aquí un amigo?
– Decía que se llamaba Bres, y que era su seguidor, si es que puedes creerlo.
– ¿Alto, esquelético, y con un aliento apestoso? -pregunté.
– ¡Sí! -respondió él sorprendido.
– Es su seguidor. De hecho, la siguió hasta aquí -me detuve a reflexionar unos segundos-. No, no es así. Bres vino aquí primero, para asegurarse de que el viaje podía realizarse con éxito. Ella lo siguió.
– Ese desgraciado no la perdió de vista.
– ¿Así que Bres te mantuvo celoso, y tú no te diste cuenta de que ella estaba acostándose con el viejo?
– No, él sólo me tenía exasperado mientras acechaba por aquí como una maldita cucaracha. Yo no sabía que Rhiannon se estaba acostando con el viejo porque no me quedé en Tulsa con ella.
Sentí mucha curiosidad. ¿Qué había ocurrido entre Rhiannon, Clint y Bres? ¿Por qué no se había quedado Clint en Tulsa con la mujer a la que adoraba? ¿Y qué demonios tenía Rhiannon para conseguir que todos los hombres cumplieran su voluntad?
– Mira -dije-, todo esto es muy interesante, pero lo que yo quiero saber es por qué he vuelto a Oklahoma. ¿Por qué me trajiste aquí? ¿Y cómo lo hiciste? ¿Y cómo demonios puedo volver a Partholon?
– Te traje de vuelta porque quería intercambiarte por Rhiannon y sacarla de este mundo.
– ¿Sólo porque te dejó por un tipo viejo y rico?
– No, porque es mala. Ella lo mató. Y sus asesinatos acaban de empezar. La única vida que tiene importancia para ella es la suya.
– ¿Sinclair está muerto?
– Murió un mes después de que se casaran, de un ataque al corazón.
– Vaya. Era viejo, y estaba cabalgando como Seabiscuit. Seguramente murió siendo muy feliz. ¿Por qué piensas que lo asesinó?
– Porque ella me lo dijo.
– ¿Qué?
– Que ella me lo dijo. Me lo dijo con tanta calma como nosotros estamos hablando ahora. Me dijo que lo planeó, y que lo eligió a él porque era viejo y rico y no tenía hijos que pudieran impugnar el testamento. Primero lo enloqueció de deseo, para que lo encontraran en un estado de sobrexcitación. Después, según lo que me explicó, Bres lo sujetó y ella le clavó una jeringa llena de aire en la yugular. Incluso admitió que lo había convencido para mantener unas relaciones sexuales duras, con mordiscos, para cubrir el pinchazo de la aguja. Me dijo que él tenía un historial de problemas coronarios, y que había dejado estipulado que incineraran su cuerpo. Para ella fue muy fácil.
– ¿Y porque admitió todo eso ante ti?
– Rhiannon pensaba que yo no podía negarle nada. Pensaba que yo la ayudaría si ella me necesitaba. Me dijo que yo podía ayudarla a dominar la magia de este mundo. Rhiannon pensaba que podía tenerlo todo aquí, la magia y la tecnología. Incluso me dejó ver ese otro mundo durante…
– ¡Ver Partholon! -grité yo.
Asintió lentamente.
– ¿Cómo?
– No estoy seguro. Creo que me hipnotizó, y mientras yo estaba en estado hipnótico, mi cuerpo se separó de mi espíritu y mi espíritu se vio arrastrado hacia algo que parecía un túnel. Al final de ese túnel salí sobre un edificio asombroso. Era de noche, pero vi claramente a seres que eran mitad hombre, mitad caballo, caminando y hablando los unos con los otros. Era fantástico.
– ¿Era un templo de mármol color crema con unas murallas anchas y redondas? -pregunté, con un nudo en la garganta.
– Sí.
– El Templo de Epona -dije yo, presa de la nostalgia.
– Eso dijo Rhiannon.
Tuve que carraspear antes de preguntar:
– ¿Y cómo volvió aquí tu alma?
– No lo sé. Yo no tuve nada que ver con ello. Después de volver me sentía bien, pero Rhiannon estaba exhausta. Debió de dormir dieciséis horas sin moverse.
– ¿Y se despertó pensando que tú ibas a formar parte de su plan para dominar el mundo?
– En realidad, no se hacía ilusiones de dominar el mundo. Era demasiado racional como para eso. Sólo quería dinero. Mucho dinero. Y el poder que puede comprarse con el dinero, según decía.
– ¿Y no tenía ya mucho dinero de ese anciano?
– Sí, pero ni siquiera varios millones de dólares eran suficientes para Rhiannon. Aprendió muy bien sus lecciones en Internet. Aprendió que ni siquiera varios millones de dólares son una fortuna según los estándares de hoy en día, y que no conseguiría comprar todo el poder y la autonomía que deseaba. Necesitaba más, así que lo encontró.
– ¿Y cómo?
– Con las drogas.
– ¿Con las drogas? ¿A qué te refieres?
– Cuando Rhiannon averiguó la fascinación que existe en este mundo por las drogas ilegales, y el beneficio que podía conseguirse con el tráfico de drogas, dijo que sólo un idiota dejaría pasar la oportunidad para hacerse rico con un método tan fácil.
– ¿Está traficando con drogas?
– Sí. Al principio pensé que no sabía en lo que se estaba metiendo. Le mostré muchas páginas de Internet que alertaban sobre los peligros del consumo de las drogas, lo que le hacía a las familias, a las comunidades y a los niños. Sin embargo, ella me dijo que lo que los débiles se hicieran a sí mismos no era asunto suyo, y que parecía que en este mundo había demasiados niños, de todos modos. Que, probablemente, matar a unos cuantos era buena idea. Rhiannon cree en la supervivencia del más fuerte. Le expliqué que traficar con drogas era un delito y que podía ir a la cárcel. Se echó a reír y dijo que no iba permitir que la atraparan. Entonces le dije que tenía muchas más cosas de las que preocuparse aparte de la policía, que si vivía en esa parte de nuestro mundo estaría relacionándose con ladrones, asesinos, adictos y mentirosos.
– ¿Y eso no le molestó?
– No. Esa perspectiva le pareció excitante. Dijo que ahí era donde entraba yo, que juntos podríamos usar a un demonio muy antiguo para controlar esta forma del mal moderno y evitar que la atraparan.
– ¿Y qué quería decir con eso?
– No estoy seguro. No le di la oportunidad de que me lo explicara. De repente la vi como lo que era en realidad, una sociópata. Le dije que se marchara y que no volviera. La eché de mi casa, a ella y a su seguidor.
Ninguno de los dos habló durante un momento. Mi mente trabajaba febrilmente, intentando asimilar todo lo que acababa de oír.
– Eso me lleva a tu primera pregunta.
Yo lo miré con confusión.
– El motivo por el que intenté intercambiaros a las dos -me recordó él-. Es muy sencillo. Ella es malvada. Me había hablado de ti, y decidí que seguramente una profesora de literatura y lengua inglesa de instituto no podía ser una diosa sociópata que quisiera traficar con drogas valiéndose de una magia negra y antigua. Además de eso, ella se había reído porque te había dejado en Partholon para que te enfrentaras con una especie de demonios.
Yo rechiné los dientes al saber de la traición y la cobardía de Rhiannon, que había dejado a su pueblo cuando debería haberse quedado para avisarlos y protegerlos.
– Creía que estarías feliz de poder salir de allí. Me pareció buena idea intercambiaros.
– Está bien. Después de que te hayas explicado, entiendo tu razonamiento, pero tienes que darte cuenta de que donde yo quiero estar para siempre es en Partholon. Quiero a la gente a la que ella traicionó. Adoro a la diosa que ella usó. Acepto al marido a quien ella rechazó.
– No lo sabía -respondió Clint con tristeza.
– Entonces quedan otras dos preguntas. ¿Cómo me trajiste hasta aquí, y cómo puedo volver?
– Bueno… Rhiannon me dijo cuál era el hechizo que usó para intercambiar su sitio con el tuyo. Dijo que uso un ánfora como punto focal. Primero la envió a este mundo, es evidente que Bres trajo el ánfora cuando precedió a Rhiannon aquí. Cuando el ánfora estuvo en este mundo, Rhiannon la usó para atraer el poder que permitiera intercambiaros.
– Tiene sentido. Continúa.
– Así que yo decidí que necesitaba un objeto de poder con el que trabajar. Algo que estuviera en ambos mundos.
– Los árboles -susurré yo.
– Sí. Sabía que tienen un poder poco corriente, y más en un bosque que resuena de energía como éste.
– ¿Y cómo sabías que también estaban en Partholon?
– Ellos me lo dijeron. Toqué su poder e intenté llamarte. Al principió no creía que fuera a funcionar. Percibía tu presencia, pero estaba amortiguada y fragmentada, como si tú no estuvieras oyendo de verdad mi llamada.
– Eso es porque no fui yo quien oyó tu llamada, sino Epi -dije con frustración.
– ¿Quién es Epi?
– Mi yegua. Bueno, no exactamente. No es una mascota ni nada por el estilo. Es la encarnación equina de la diosa Epona. Y supongo que puede decirse que yo le pertenezco a ella tanto como ella me pertenece a mí. Ella fue quien se sintió atraída hacia los árboles, no yo. Sin embargo, cuando llegamos al claro en el que estaban, comenzó a actuar de una manera extraña, como si supiera que algo no iba bien.
– Eso explica por qué me resultó tan difícil reconocerte.
– ¿Reconocerme?
– Sabía lo que sentías hacia Rhiannon. Sí, tú dices que no os parecéis, y admito que no tienes su frialdad ni su dureza. Pero es como si fuerais partes de un todo. No sé de qué otra forma de describirlo.
Yo lo miré con escepticismo.
– Piénsalo de este modo: todo el mundo tiene un aura. Incluso muchos científicos lo admiten.
Yo asentí.
– Mientras esté conectado con el bosque, veo con claridad las auras. Incluso puedo buscar una que conozca. Tu aura y la suya son casi idénticas.
Aquello consiguió que me sintiera muy mal.
– De acuerdo, entonces me encontraste por mi aura, que también debe de ser similar a la de Epi, ya que tú la reconociste y la llamaste a ella también. Después, ¿cómo me trajiste hasta aquí?
– Te llamé a través de los árboles. Rhiannon me explicó que hay pliegues entre nuestros mundos. Me dijo que una vez que se encuentran esos pliegues es posible deslizarse entre las dimensiones.
– ¿Y los árboles provocan un pliegue?
– No sé si ellos provocaron un pliegue, o a la inversa, pero, sí, localicé un pliegue dimensional entre los árboles. Fui allí, me concentré en tu aura y en la razón por la que quería intercambiaros a Rhiannon y a ti. Cuando tú tocaste los árboles, yo toqué aquella dimensión. Te agarré y tiré.
– ¿Me agarraste a través de los árboles?
– Estaba tocando los dos árboles y concentrándome, imaginando una especie de honda de poder que te lanzara hasta aquí y enviara a Rhiannon allí. De repente sentí algo… como si mis manos se deslizaran dentro de su corteza, y noté tus manos. Así que tiré.
– Muy bien, así es como me trajiste. Entiendo que así es como puedo volver.
– No lo sé.
– Bueno, lo que sí es seguro es que vamos a ir a averiguarlo.
Bajé los pies al suelo y comencé a incorporarme. Inesperadamente, el sonido del océano invadió mis oídos, y la habitación comenzó a girar peligrosamente alrededor de un eje inclinado.
– ¡Tranquila! -dijo él, y yo noté sus manos fuertes sujetándome y guiándome de vuelta a la cama-. Los árboles seguirán allí por la mañana.
Miré su imagen desdibujada, y cerré los ojos, asombrada por la debilidad de mi cuerpo.
– Quiero volver a casa -susurré.
– Ya lo sé, mi niña -me dijo él con suavidad-. ¿Cuánto tiempo estuviste incapacitada cuando hiciste tu primer viaje dimensional?
Intenté concentrarme, y respondí:
– Un par de días, como mínimo. No lo recuerdo bien -después añadí-: Y no soy tu niña.
Él pasó por alto mi comentario.
– Mantén los ojos cerrados y duerme. Concédete un tiempo para recuperarte. No olvides que tienes que tener fuerzas suficientes para sobrevivir al viaje de regreso.
Yo mantuve los ojos cerrados, intentando relajarme y respirando profundamente. Traté de no estremecerme al notar una mano cálida que me apartaba un rizo de la cara.
– Duerme, Shannon -murmuró él.
Yo no respondí, y oí cómo tomaba la bandeja del té y las galletas. A través de los párpados medio abiertos lo vi desaparecer por la puerta de la cocina, y volver a salir con otra taza de café humeante. Volvió a acercar la mecedora al fuego, bajo la lámpara de queroseno. Hizo un gesto de dolor mientras se sentaba cuidadosamente, y encendió la lámpara. Con evidente rigidez, alargó el brazo y tomó el libro que descansaba boca abajo sobre la mesilla. Me di cuenta de que había visto aquella misma expresión de dolor en el rostro de ClanFintan cuando recibió las heridas en la batalla, y sin poder evitarlo, me pregunté por qué tipo de lesión se habría retirado Clint. Era evidente que todavía le molestaba.
Se me cerraron los ojos. Mi última imagen consciente fue la de la tapa del libro que estaba leyendo Clint. Era una colección de ensayos de una escritora de Oklahoma, Connie Cronley, titulada De vez en cuando se cae una rueda.
Vaya si era cierto.
Al principio, el sueño fue como una niebla seductora. A medida que me sumergía en él, sin embargo, mi mente se llenó de premoniciones oscuras, y yo no podía despertarme. En la pantalla de la noche se proyectaron escenas inconexas. Eran apariciones fantasmales, a medio formar, en parte centauro, en parte demonio, en parte humano, nada que yo pudiera reconocer ni que tuviera sentido para mí.
Mi alma durmiente se estremeció e intentó hacerse con el control de las visiones, como siempre había podido hacer en el pasado, pero en esta ocasión, el espacio que normalmente estaba lleno de alegría y fantasía había cambiado. Se había transformado en un paisaje de pesadilla.
Yo sabía que estaba durmiendo, y me decía que podía despertar en cualquier momento, pero eso no me dio consuelo porque las imágenes deshilvanadas se fundieron y se hicieron sólidas, y se transformaron en algo grotescamente familiar. Vi una recreación sangrienta de la batalla final entre Partholon y los Fomorians, menos la intervención de Epona y nuestra victoria final. Los cadáveres de los centauros y los humanos que yo sabía que habían muerto en batallas previas estaban despiertos y, como si fueran muertos vivientes, se levantaban para ser asesinados de nuevo.
Algunos de ellos sólo tenían ojos. Otros sólo tenían bocas con colmillos. Y el resto parecían tocados por una mano divina y eran increíblemente bellos. Mi alma se encogió a la vista de todos ellos.
Yo no presencié mi propia muerte, pero sí vi cómo Alanna, Carolan, Victoria y Dougal caían bajo los dientes y las garras de los Fomorians. Y a medida que la batalla se reproducía una y otra vez ellos resucitaban para ser asesinados nuevamente. Después apareció el Señor de los Fomorians, Nuada. En aquella ocasión mi marido no lo venció. Yo presencié, impotente, cómo el demonio desmembraba despiadadamente a ClanFintan.
Acto seguido, Nuada eligió a un guerrero solitario, uno a quien yo reconocí rápidamente: era el padre resucitado de Rhiannon, el reflejo de mi padre. Con un silbido de victoria, la criatura alada cercenó el cuello pálido de El MacCallan
El grito que se me había estado formando en la mente penetró en mi sueño, y oí el eco del nombre de mi padre en el perímetro de la espantosa pesadilla. De repente Nuada se volvió y miró a su alrededor, como si estuviera buscando a alguien. Con los ojos entornados, se irguió hasta adoptar su altura completa, con las alas erectas y distendidas. De su boca brotaba sangre y espuma, mientras gritaba: «¡Sí, mujer! He oído tu llamada. Ya nunca seremos libres el uno del otro. ¡Iré a buscarte estés donde estés!».
Tomé aire, y mi propio grito de terror me despertó repentinamente. Unos brazos fuertes me estaban zarandeando, y escuché una voz grave llena de preocupación.
– ¡Shannon, Shannon! ¡Despierta!
Abrí los ojos y vi la cara de Clint. Se me encogió el corazón ante la familiaridad de sus facciones. Echaba de menos a ClanFintan profundamente.
– No pasa nada, estoy bien -dije, e intenté sonreír mientras me zafaba de sus manos.
Él me soltó de mala gana.
– ¿Sólo ha sido una pesadilla? -me preguntó.
– Sí. Una pesadilla.
– ¿Quieres que te traiga un vaso de agua o un poco de té?
– No, estoy bien -respondí. Su mirada de decepción hizo que añadiera-: Pero muchas gracias. Sólo estoy muy cansada. Creo que necesito dormir más.
Él miró su reloj.
– Todavía quedan varias horas hasta el amanecer.
– Gracias -repetí, y me tumbé de costado para quedar de cara a la pared y de espaldas a él.
Oí que se sentaba de nuevo en su mecedora, y me pregunté brevemente si iba a pasar la noche velándome. A mí no me importaba. Podía pasar la noche como quisiera, porque yo iba salir de allí al día siguiente y volvería con mi marido y mi gente. Sin embargo, no podía evitar sentir preocupación.
Yo nunca había tenido una pesadilla. Nunca.
Era una niña cuando me di cuenta de que no todo el mundo podía dirigir sus sueños como yo. Yo siempre había tenido el control de lo que llamaba el Paraíso de los Sueños. Después, a través de mis visiones, Epona separaba mi alma de mi cuerpo dormido y me permitía ser sus ojos y sus oídos por todo Partholon. Sin embargo, aquella noche había sido distinto. No había experimentado las visiones que me proporcionaba la diosa a través del Sueño Mágico. Estaba segura de eso. Las imágenes que me habían atravesado la mente no habían sucedido en realidad. En ninguna dimensión. Sólo había sido una pesadilla.
Cerré con fuerza los ojos, intentando olvidar el mal que había sentido en Partholon. La misma oscuridad que había sentido cuando Clint tiró de mí a través de los árboles hacia Oklahoma. La misma maldad que interesaba tanto a Rhiannon y a Bres. En aquel momento no podía hacer nada sobre de ello. Tenía que dormir. Me obligué a relajarme.
Afortunadamente, el agotamiento venció a la paranoia y a la preocupación, y volví a quedarme dormida. No iba a pensar más en premoniciones del mal, ni en cosas que me recordaran mi pesadilla.
A la manera de Escarlata O'Hara, respiré profundamente y dejé que el sueño me venciera. Ya pensaría en ello al día siguiente…
El canto incesante de un ruiseñor me despertó.
– Dios, que criaturas más molestas -refunfuñé mientras me frotaba los ojos. Los ruiseñores y sus canturreos eran una de las cosas que no había echado de menos de Oklahoma.
– ¡Buenos días, mi niña! -exclamó Clint.
Parecía descansado y fresco mientras se ponía un jersey grueso de lana.
– No soy tu niña -respondí yo.
Él se echó a reír con ganas.
Estupendo. Otra de esas personas activas por la mañana. Constaté otra similitud entre mi marido y él. Por lo menos, aquél era molesto en vez de atractivo.
Bajé los pies al suelo y me levanté, envuelta en el edredón.
– ¿Dónde está el baño?
– Al otro lado de la cocina -respondió él, y señaló con la cabeza en dirección a la puerta-. Hay un cepilio de dientes nuevo en el armario. Y te he dejado allí algunas de las cosas de Rhiannon.
Él me echó una mirada de evaluación, y de repente, me sentí como si él fuera capaz de ver a través del edredón.
– Te quedarán bien. Siéntete como en casa -me dijo alegremente.
– Mmm -murmuré yo, dirigiéndome en dirección al baño.
– Haré café y huevos revueltos.
A mí me dio un vuelco el estómago al oír aquella mención de la comida. Sin embargo, aquellas náuseas matinales casi me hicieron sonreír. El bebé estaba bien.
– Yo sólo tomaré un té y una tostada. Y puedo hacer ambas cosas. No tienes por qué molestarte -le dije por encima del hombro, ligeramente desconcertada al comprobar que ya estaba haciendo mi cama. ¿Acaso era un maniático del orden? Sin esperar respuesta, sacudí la cabeza y atravesé rápidamente la cocina inmaculada.
El baño era grande y confortable, tenía una espaciosa ducha y una bañera que me hicieron suspirar de placer.
Sobre la encimera del lavabo había ropa. Me di cuenta de que eran unas prendas carísimas, incluso antes de tocarlas. Unos pantalones de cuero negro con una etiqueta de Giorgio Armani y un jersey de cachemir de cuello de pico, del color de las hojas del otoño, ribeteado de piel oscura que sólo podía ser visón. Rhiannon debía de haberse familiarizado muy bien con las tiendas de lujo de la Quinta Avenida de Tulsa. También había un conjunto de braguita y sujetador de encaje negro. Yo hice girar la diminuta prenda interior alrededor del dedo índice y sacudí la cabeza.
– Rhiannon, Rhiannon, parece que tienes obsesión por los tangas.
Después de una larga ducha caliente, me lavé los dientes dos veces, me sequé el pelo y me maquillé con los cosméticos de Rhiannon. Parecía que había dejado vacío el mostrador de Chanel. Cuando terminé, me miré al espejo y sonreí. Tenía que reconocer una cosa de Rhiannon, y era que, verdaderamente, sabía cómo vestirnos para mostrar nuestros mejores atributos.
Descalza, caminé hacia la cocina. Clint estaba de espaldas a mí, ocupado removiendo algo que olía a huevos revueltos y queso. Con una náusea, me dirigí hacia la mesa, donde ya había servido pan tostado, galletas recién hechas y varios condimentos. Mientras mordisqueaba la esquina de una tostada, carraspeé. Clint se sobresaltó y volvió la cabeza para sonreír. De pronto, se quedó helado. La sonrisa se le borró de los labios y su expresión cambió por completo. Casi me abrasó con la intensidad de su mirada. Yo conocía bien aquella mirada, íntimamente. Era la cara de mi esposo mirándome con el calor de su deseo.
¡No! Mi mente se reveló. Él sólo se parecía a ClanFintan. No era ClanFintan. Aparté los ojos de Clint y le di un gran mordisco a la tostada. Con la boca llena pregunté:
– ¿Hay té?
Fingí que no me daba cuenta de que su voz todavía tenía un tono de lujuria reprimida.
– Sí, he puesto las bolsas en el agua.
– Bien. Tomaré un poco.
Puso los huevos revueltos y el té sobre la mesa, y se sentó.
– ¿Quieres huevos?
– No, gracias, creo que me conformaré con las tostadas y alguna galleta con mermelada. Todavía tengo molestias en el estómago.
No estaba segura del motivo, pero no quería revelar nada de mi embarazo.
– Como prefieras -dijo él, mientras se servía una generosa ración de huevos revueltos.
Comimos en un silencio incómodo. Él no me miraba. Yo no lo miraba a él.
Mientras se servía una segunda taza de café, me arriesgué a observarlo de reojo. Él seguía mirando cualquier sitio salvo a mí.
– Las galletas están muy buenas -dije amablemente.
Él respondió con un gruñido. Suspiré. Lo mejor sería enfrentarme a los hechos y dejar de jugar al escondite.
– Supongo que el hecho de que yo me parezca tanto a Rhiannon es toda una impresión, sobre todo si voy vestida con su ropa.
Clint me miró.
– Una «impresión» no es la palabra que usaría yo -replicó.
– Bueno, parecía que te habías quedado asombrado.
– ¿De veras, mi niña? -respondió él con ironía-. No era asombro lo que sentía.
Oh, oh. Yo tragué saliva.
Nuestras miradas quedaron atrapadas la una en la otra. Sus ojos eran oscuros y sinceros, y tan familiares, que se me formó un nudo en la garganta. Su expresión era la de ClanFintan; Clint era tan, tan parecido a mi amor…
Pero no era él, me recordé, y tomé un largo y sonoro trago de té.
– ¡Qué té más bueno! -exclamé, con una sonrisa resplandeciente, y con la esperanza de tener un gran moco seco colgándome de la nariz.
– Gracias -dijo él, y después, añadió con una sonrisa-: Creo que tienes algo entre los dientes.
– Odio que me pase eso -dije, entre risas, y me pasé insistentemente la lengua por los dientes, como una buena oriunda de Oklahoma.
Él volvió a sonreír, y agitó la cabeza antes de concentrarse de nuevo en su comida.
La tensión se había roto, y yo exhalé un suspiro de alivio mientras terminábamos el desayuno en un silencio mucho más agradable.
Después de lavar los platos y recogerlo todo rápidamente, Clint fue hacia un armario que había entre la cocina y el baño.
– Toma… -me dijo, y me entregó un par de calcetines gruesos y unas botas de montar inglesas muy elegantes.
– Gracias -le dije yo con una sonrisa-. Se me estaban congelando los pies.
– Deberías haberlo dicho antes -respondió Clint con la voz ronca; se volvió hacia el armario para sacar dos abrigos.
– No pasa nada -le dije mientras me ponía las botas-. Me sorprendió que el suelo estuviera tan frío, eso es todo.
– Hace un frío poco habitual para esta época del año. Incluso han dicho que va nevar esta noche o mañana.
– ¡Vaya, nieve en Oklahoma en noviembre!
Sujetó el abrigo para que yo pudiera ponérmelo. Yo me dije que era ridículo sentirse incómoda por ello, porque sólo me estaba ayudando. Eso era lo que se suponía que debían hacer los caballeros.
Sin embargo, su cuerpo estaba tan cerca…
– Sí -me susurró al oído-, nieve en noviembre…
La respiración cálida de Clint hizo que yo me estremeciera, y me aparté rápidamente de él, fingiendo que estaba muy ocupada subiéndome la cremallera del abrigo.
– ¡Ya estoy lista! -dije alegremente.
– Se me olvidaba que tienes prisa.
Su voz sonó tensa, y de nuevo me di cuenta de que tenía arrugas alrededor de los ojos y algunas canas plateadas en el pelo oscuro.
El comentario superficial que iba a hacer murió en mis labios. Le sonreí con tristeza.
– No soy ella, Clint.
– No quiero que seas ella.
Solté un resoplido de frustración.
– Bueno, tú no me conoces, así que te sientes atraído por un recuerdo de Rhiannon.
– No he deseado a Rhiannon desde que conocí su verdadera naturaleza.
No supe qué responder. Nos miramos. En sus ojos había una gran tristeza. Para mí era muy difícil estar con él y no preocuparme de sus sentimientos. Sin poder evitarlo, veía continuamente su parecido con ClanFintan, en muchas más cosas que en su físico. Me decía que Clint era más serio y distante, pero sólo tenía que pensar en lo ocurrido seis meses antes, y recordaba a un centauro muy guapo que al principio también se comportaba de manera distante y grave hacia mí.
Hasta que empecé a quererlo, me recordó mi mente. Hasta que le demostré que yo no era Rhiannon. Y a Clint no tenía que demostrárselo, él ya lo sabía.
Terminé con mis divagaciones.
– Tengo que ir a casa -dije, mientras apartaba mis ojos de los suyos. Me di la vuelta y caminé decididamente hacia la puerta.
– Lo sé, Shannon.
Ambos salimos al exterior, y yo me detuve a la luz nebulosa de aquella mañana fría de Oklahoma.
– Justo después de Samhain -terminó de decir.
– Querrás decir Halloween -dije yo, con una expresión de superioridad.
– No, mi niña. Quiero decir Samhain. No tengo que ser de Partholon para entender el cambio de las estaciones y para respetar los misterios de la naturaleza.
– No quería decir nada. Sólo quería decir que el nombre de Samhain es arcaico aquí -respondí, disgustada conmigo misma por haberme vuelto una esnob. Clint comenzó a caminar hacia el bosque, y yo lo seguí.
– Nada que sintonice con el bosque es arcaico -me dijo suavemente, y me señaló un sendero que discurría hacia la derecha-. Por aquí.
Se alejó, y yo tuve que esforzarme por seguir su paso, murmurando entre dientes cosas sobre los hombres y sus egos.
– ¿Qué? -me preguntó él, mirando hacia atrás sin dejar de andar.
– Nada, nada -respondí rápidamente, y añadí-: ¿Está muy lejos la burbuja dimensional?
Clint se rió al oír mi descripción.
– Burbuja… una buena descripción. No, no está muy lejos. Más o menos, a una hora de paseo rápido.
– Es una pena que no tengas caballos -dije con melancolía.
– No me gustan los caballos -respondió él, en tono defensivo.
– ¿Qué? -no estaba segura de si lo había oído correctamente.
– No me gustan los caballos. Nunca me han gustado. No monto a caballo -respondió él entonces, de manera cortante.
Yo comencé a reírme a carcajadas.
– ¿De qué te ríes tanto?
– ¿Rhiannon no te ha contado nada sobre la gente de Partholon? -le pregunté yo. Aquello me parecía demasiado divertido. Por favor. A él no le gustaban los caballos y su reflejo era en parte caballo.
– Me dijo que no quería estar allí porque iban a obligarla a casarse con alguien a quien no quería. Y que unos seres demoniacos iban a atacar su mundo. Eso es todo.
– Clint, Rhiannon no quería casarse con ClanFintan, el hombre con el que estaba destinada a casarse, porque él habría interferido con su forma de vida. Ella no es exactamente mujer de un solo hombre.
– Sí, eso ya lo he averiguado. Sin embargo, no se qué es lo que te resulta tan divertido.
– Bueno… Tu… reflejo en Partholon… digamos que es un gran jinete -le expliqué, y tuve otro ataque de risa.
– Eso me demuestra que lo que me has contado sobre Rhiannon y tú es cierto. Los reflejos de uno y otro mundo pueden ser muy diferentes.
Me miró con una ceja enarcada, con una expresión tan propia de ClanFintan que no pude evitar sonreírle con calidez.
– Exactamente.
Era muy mono.
Seguimos caminando colina arriba, y Clint impuso un buen ritmo. A mí me agradó comprobar que mi respiración era constante, y que no jadeaba ni resoplaba, ni tampoco tenía que hacer un gran esfuerzo por mantener su ritmo. En realidad, me di cuenta de que cuanto más nos adentrábamos en el bosque, más tonificada me sentía. Sonreí, disfrutando de la sensación que me producía la caminata en los músculos de las piernas y ascendiendo con facilidad.
Mientras andaba, tenía tiempo para mirar a mi alrededor. La arboleda era densa. Había robles y almeces, combinados armoniosamente con abetos y pinos. Sus ramas se entrelazaban y casi no dejaban ver el cielo gris de aquella mañana. El suelo estaba cubierto de hojarasca, de ramas rotas y de zarzas.
Entonces oí el susurro. Al principio pensé que era el viento a través de las ramas. Sin embargo, miré hacia arriba, y me di cuenta de que las ramas no se movían. Había muy poca brisa, sin fuerza suficiente para agitar las ramas.
Pasé junto a un árbol muy grande que tuve que rodear, porque su tronco casi bloqueaba el senderó. Rocé la corteza con el brazo.
«Bienvenida, Amada». La brisa juguetona se convirtió en palabras dentro de mi mente, y di un respingo.
– ¿Shannon?
Clint se detuvo también a unos cuantos metros y me miró.
– He oído algo.
Él observó todo lo que nos rodeaba, y escuchó con atención.
– No hay nadie.
– No, he oído algo dentro de mi cabeza.
– ¿Qué has oído? -me preguntó, en un tono emocionado, mientras volvía apresuradamente hacia mí.
– Algo que me daba la bienvenida. Y que me llamaba Amada -le expliqué, con la voz entrecortada.
Así era como me llamaba mi diosa, pero no se lo dije.
Él volvió a mirar a nuestro alrededor, y puso los ojos sobre el árbol enorme junto al que yo acababa de pasar.
– Quizá haya sido aquél, es muy anciano.
Clint se acercó al árbol y se quitó el guante de la mano derecha. Apoyó la palma abierta en la corteza, cerró los ojos, y se concentró. Entonces, se le relajaron las arrugas de la frente, y en sus labios se formó una sonrisa suave. Abrió los ojos, y asintió para animarme a que me uniera a él.
Yo recordé la descarga eléctrica que recibí la última vez que había intentado oír a un árbol, y me quedé paralizada.
Al ver que no me movía, se acercó a mí, me tomó de la mano y la apretó firmemente contra el tronco del árbol. Me sentí muy tensa, esperando inconscientemente a que ocurriera algo horrible. Sin embargo, aquella vez fue diferente. Primero sentí un calor agradable bajo la mano, como si estuviera posada sobre un animal vivo. Después el calor se extendió por todo mi cuerpo a través de la palma de mi mano, y con él, sentí una emoción maravillosa, como si inesperadamente me hubiera encontrado con un viejo amigo.
«¡Bienvenida, Amada de Epona!».
En aquella ocasión no pude confundirlo con el viento, porque las palabras sonaron con claridad en mi mente.
– ¡Oh! -susurré, con reverencia, y posé la otra mano también sobre la corteza-. Sabes quién soy.
– Sí.
– ¡Oh, Clint! -me acerqué más al árbol y apoyé la mejilla en la corteza-. Me conoce -dije, y tuve que parpadear para no derramar lágrimas de felicidad al escuchar de nuevo aquel saludo.
– El bosque te habla -respondió Clint, en tono de satisfacción.
Yo asentí felizmente, sin soltar el tronco del árbol.
– ¡Si saben quién soy, seguramente podrán ayudarme a volver a Partholon! -exclamé, y le envié una petición silenciosa al anciano espíritu del árbol.
– Entonces debemos continuar andando -respondió Clint, pero en su voz ya no había placer, sino una determinación grave.
Yo me quedé sorprendida al notar el eco de su pena en el árbol.
Acaricié la corteza y me separé de ella, diciéndole mentalmente al árbol que Clint no era mi marido… que no era mi marido… que no era mi marido. Me alejé lentamente del roble.
– Tienes razón, debemos continuar.
Él asintió con tirantez y se dio la vuelta, y volvió a caminar. Yo me puse a su lado, mientras escuchaba con asombro los susurros que resonaban en mi mente.
«¡Ave, Epona!».
«¡Bien Hallada, Amada!».
«¡Bendita seas!».
«¡Te damos la bienvenida, Amada de Epona!».
Me sentí llena de alegría por su aceptación y su reconocimiento, y aproveché todas las oportunidades que tuve para acariciar los troncos y las ramas de los árboles que estaban más cerca del camino. Cada vez que tocaba un árbol, sobre todo uno de los más ancianos y más grandes, sentía en los dedos un calor que se me extendía como una ráfaga por todo el cuerpo. Muy pronto me di cuenta de que con aquella ráfaga llegaba la energía.
– ¡Eh! -le dije a Clint-. ¡Estos árboles me están cargando de energía!
– Lo sé -respondió él, sin volverse a mirarme y sin aminorar el ritmo.
Me detuve lo suficiente como para dejar que mi mano permaneciera posada unos instantes en otro tronco lleno de nudos. ¡Zas! El calor invadió mi cuerpo.
– ¡Dios santo! ¡Es como si fuera Wonder Woman, o algo así!
De repente, Clint se detuvo y se volvió hacia mí.
– No como una superheroína, sino como una diosa.
– Sí -dije yo sin aliento-. Sí -repetí-, divina. Y no divina por un error, divina por elección, por derecho.
Clint elevó la mano hasta casi acariciarme la mejilla. En su rostro se dibujó una expresión de anhelo, y al verla, se me formó un nudo la garganta. Sin embargo, no me acerqué a él. No podía. Bajó la mano y apartó la mirada. Miró hacia la derecha del camino y señaló.
– Es por ahí. Sigúeme.
Yo asentí con entusiasmo, impaciente por salir del sendero y adentrarme más en el bosque. Intenté pasar por alto su expresión sombría y el encorvamiento de sus hombros.
Habíamos dado tan sólo unos cien pasos más cuando salimos de entre los árboles y la maleza y nos encontramos al borde de un pequeño claro. A mí se me escapó un jadeo mientras miraba a mi alrededor con asombro.
– ¡Es exactamente igual que en Partholon!
Por el claro discurría el mismo riachuelo claro y tranquilo que se alejaba de nosotros hacia el bosque. Sin embargo, yo no estaba observando la corriente, sino los dos enormes robles que se erguían a cada una de sus orillas. Como en Partholon, sus enormes ramas estaban llenas de hojas verdes, inusuales para aquel tiempo tan frío de noviembre. Sus ramas estaban tan entrelazadas que era imposible distinguir dónde terminaba uno de los árboles y dónde comenzaba el otro. Era como si el tiempo los hubiera fundido el uno con el otro. Sus troncos gruesos estaban cubiertos por un musgo luminoso que resplandecía suavemente.
Sin decir una palabra, Clint y yo caminamos juntos hacia los árboles. Yo me di cuenta de lo quieto que estaba el aire, y de la extraña ausencia del canto de los pájaros. Cuanto más nos acercábamos a los árboles, más podía sentirlos. Nos detuvimos a pocos centímetros de los troncos, y yo miré a Clint.
– ¿Y ahora qué? -le pregunté con ansiedad.
– Haremos lo que hicimos antes -respondió él en voz baja, como si estuviéramos en una iglesia-. Nos concentraremos en reunir el poder de todo el bosque en una sola esfera dentro de mí.
Me quedé sorprendida, y él sonrió brevemente.
– Sí, yo también puedo experimentar el poder de este bosque. Pero no tanto como tú. En mí no fluye libremente, pero soy capaz de reunirlo. Normalmente lo uso para fortalecerme físicamente. Es como un analgésico para mi espalda.
No era de extrañar que se hubiera vuelto tan ágil al entrar en el bosque. Yo asentí para mostrar que lo entendía y él continuó.
– Después de acaparar todo el poder en mi interior, me concentré en que Rhiannon volviera a Partholon, y en que tú regresaras aquí. Entonces, cuando tú tocaste los árboles, yo te agarré y tiré de ti. No sé por qué no afectó a Rhiannon, pero tú sí estás aquí.
– De acuerdo, bien… Por lo menos, esta vez no tenemos que preocuparnos por Rhiannon. Por mí puede quedarse aquí. Pero yo quiero volver a casa.
Puse un pie a cada lado del riachuelo, y con decisión posé ambas manos sobre el musgo color esmeralda. La descarga de calor que sentí me subyugó con su intensidad.
Entre dientes le dije a Clint:
– No creo que sea ningún problema encontrar el poder. Me siento como si pudiera saltar un edificio de un solo bote.
– Concéntrate en Partholon. Adelante, mi niña. Vuelve con él, vuelve a casa.
– Gracias -susurré antes de volver mi atención hacia los árboles.
Incliné la cabeza, apreté las manos con más fuerza sobre el musgo y fijé la vista en el agua clara de la corriente. Entonces me concentré. Lo primero que me vino a la mente fue Epi, y recordé la suavidad de su hocico cuando me saludaba al darme la bienvenida. Recordé cómo sus ojos castaños y líquidos reflejaban los mejores aspectos de mi alma. Y recordé a Alanna, no como un reflejo de mi amiga de este mundo, sino tal y como había llegado a quererla, por sí misma, por su dulzura y su sentido del humor únicos.
Después, dejé que las imágenes de ClanFintan inundaran mi mente. Pensé en cómo se había resistido para no enamorarse de mí, al creer, al principio, que yo era Rhiannon, aunque no fuera capaz de mantener ni la frialdad ni la distancia. En cómo me había protegido y me había amado.
Seguí apretando los troncos de los árboles, con la esperanza de sentir que se volvían blandos bajo mis manos. Sin embargo, eran firmes y duros. Suspiré con exasperación, y aparté las palmas de los árboles.
– No funciona -dije, y me volví hacia Clint-. Tal vez tú debas ayudarme. Acércate y haz las mismas cosas que hiciste antes de que los árboles se ablandaran y tú pudieras agarrarme a través de ellos.
Clint asintió y se colocó a horcajadas sobre el riachuelo.
– ¿Listo?
Volvió a asentir, y los dos levantamos las manos y las posamos en lados opuestos de los árboles. Estábamos uno frente al otro, y yo alcé la vista para encontrarme con la intensidad de su mirada. El poder de los árboles aumentó vertiginosamente entre nosotros dos, y me di cuenta de que sentía los latidos del corazón de Clint y el pulso de su sangre dentro de ellos, como si estuviera conectada con la fuerza de su vida. De repente, vi el aura de su silueta. Era de color azul, brillante como una joya, con matices de ámbar y oro por los bordes. Y era hipnótica.
Su voz sonó de repente, ronca de emoción.
– Si quieres que piense en mandarte a Partholon y alejarte de aquí, tendrás que dejar de mirarme así.
– ¡Lo siento! -respondí, y cerré los ojos con fuerza para quitarme su imagen de la cabeza.
Volví a pensar en ClanFintan y sentí cómo temblaba el musgo. Mantuve la cabeza inclinada, abrí los ojos y me concentré en el riachuelo que discurría por debajo de mí. El agua se movió como si fuera una ventana y se abrió, y yo miré hacia el mundo que había más allá.
Vi el claro de Partholon. Era exactamente igual que aquél en el que nosotros nos encontrábamos, pero estaba vacío. Sin dudarlo, conjuré el poder que había dentro de mí y lo lancé a través del agua hacia Partholon. Instantes después tuve que parpadear rápidamente para librarme de las gotas de sudor que me caían desde la frente hacia los ojos. Se me había acelerado la respiración, y tenía la ropa húmeda de sudor, pegada al cuerpo.
Habían comenzado a temblarme los brazos cuando oí un sonido cada vez más intenso. Entonces, a través de la corriente vi que ClanFintan se abría paso entre la maleza y entraba al claro, con un aura de color zafiro cuyos bordes dorados latían salvajemente.
– ¡Shannon!
El poder de su voz resonó de una manera inquietante a través de la corriente.
– ¡Estoy aquí! -respondí con un grito.
Su cuerpo de centauro se aproximó con una velocidad inhumana hacia los árboles. Se detuvo justo en el lugar que Clint ocupaba en este mundo.
– ¿Cómo puedo ayudarte? -me preguntó, y la frustración de su voz fue como un reflejo de la mía.
– ¡Concéntrate! Pon las manos sobre los troncos de los árboles y piensa en mí.
Rápidamente, él puso las manos en los troncos y me miró.
– Amor mío, no pienso en otra cosa.
Yo empujé y noté que las manos se me hundían un poco en el musgo, que ahora era como una gelatina caliente. Seguí empujando hacia delante y la masa líquida me envolvió los brazos hasta los codos. De repente, toqué las manos de otro; eran unas manos más grandes y más cálidas que las de un hombre humano.
A través de la corriente me di cuenta de que ClanFintan abría los ojos de golpe, e intenté frenéticamente que mis manos obedecieran mis órdenes y se agarraran a las suyas.
Entonces, desde algún lugar por detrás oí un aleteo oscuro que entraba en el claro. En aquel instante sentí un cambio en los árboles. El poder que yo había reunido en mí vaciló y comenzó a disminuir, como si alguien me lo estuviera arrebatando.
Volví la cabeza ligeramente, y centré mi atención entre ClanFintan y la cosa que estaba en aquel momento en mitad del claro de Partholon. La oscuridad se ondulaba y tomaba forma en el bosque, empapando el suelo como un derrame de aceite. A medida que se acercaba, yo noté una sensación muy familiar, y me estremecí al identificar el origen de aquella familiaridad. Era el mal. El mismo mal que había viajado con el ejército de los Fomorians.
La sombra se acercó más y más. No tenía forma definida, y era difícil verla con claridad, como si fuera una sombra dentro de otra sombra.
Yo sentí, a través de nuestras manos, que ClanFintan se estremecía.
– Hay algo que… -musitó; entonces, alzó la cabeza y miró hacia atrás.
En aquel mismo instante, la forma oscura se hizo líquida por completo, y se derramó en la corriente cristalina. Con horror, vi que las aguas que discurrían a mis pies se volvían espantosas, negras, a medida que la oscuridad pasaba de un mundo al otro.
– ¡Shannon! ¿Qué ocurre? -me pregunto ClanFintan. Sin embargo, su voz sonaba muy lejana.
– No lo sé…
Me quedé sin habla al ver cómo la cosa pasaba por debajo de mis pies y se detenían a la orilla del riachuelo. Se elevó y se solidificó en forma de silueta alada. Yo emití un grito de pánico.
– ¡Nuada!
– Sí, mujer -respondió la criatura-. He respondido a tu llamada. Ahora comenzaremos de nuevo nuestro juego.
– ¡No! -le grité yo. Mi concentración se hizo añicos. Ya no podía sentir a ClanFintan.
Mientras los árboles escupían mis manos de su interior líquido, oí la llamada desgarradora de mi marido. Sin embargo, tal y como si un gigante hubiera soplado sobre la superficie del riachuelo, el agua se movió, y el reflejo de Partholon desapareció. Yo di varios pasos hacia atrás y me aparté de los árboles.
La criatura se acercó a mí con un sonido líquido, deslizante.
– Me alegro de que me hayas llamado.
Emitió una parodia oscura de la risa y alzó unos brazos medio formados, intentando que sus manos derretidas formaran unas garras.
Yo no podía creer lo que estaba viendo.
– Pero si estás muerto -dije, como una estúpida.
– Ya no, mujer -respondió él con un silbido-. Estamos conectados. No finjas que no has usado el poder oscuro para despertarme y emplazarme aquí -me dijo, mientras se acercaba. Yo observé espantada cómo comenzaban a solidificarse sus garras-. Te he echado de menos, mujer, casi tanto como he echado de menos el sentir vida dentro de mí.
– No te acerques -dijo Clint con calma, y se puso delante de mí de manera protectora.
Nuada lo fulminó con la mirada.
– Este reflejo débil de tu compañero mutante piensa que le perteneces -dijo, y yo vi cómo algunos fragmentos de oscuridad salían disparados desde sus labios mientras le escupía las palabras a Clint. Percibí el pulso del aura de la criatura. Su oscuridad era la completa ausencia de bondad. Se dividió hasta alcanzar su altura completa, y extendió las salas-. Voy a disfrutar matándolo.
– ¡No! -grité yo.
Nuada se lanzó hacia Clint. Pareció que su sombra se fundía con el humano. Yo me quedé paralizada por la conmoción: lo único que pude hacer fue observar cómo la criatura absorbía a Clint. Sin embargo, a medida que él arañaba con las garras para desmembrarlo, el aura de Clint resplandeció, y el borde dorado se resquebrajó, y lanzó chispas en los lugares en los que contactaba con la oscuridad de Nuada.
La criatura chilló y dio varios pasos atrás.
– ¡Humano! -gritó-. Siento tu magia, pero no tienes la fuerza necesaria para vencerme.
La criatura alzó los brazos hacia el cielo, y pareció que las sombras del bosque volaban hacia sus manos. Su aura de color muerte latió desmedidamente. Entonces, Nuada volvió a avanzar hacia Clint.
En aquella ocasión, cuando las auras entraron en contacto, las chispas doradas y brillantes se habían hecho más débiles. Fue suficiente para que Nuada retrocediera una vez más, pero sólo hasta que estuvo fuera del alcance del aura. Yo vi la tensión en el rostro cubierto de sudor de Clint.
– Tus patéticas fuerzas se debilitan -silbó Nuada mientras avanzaba de nuevo.
Entonces, yo agarré el brazo de Clint con ambas manos, que todavía tenía calientes de una manera antinatural a causa de su contacto con los árboles. Me concentré en enviarle todo aquel calor a Clint, y en aquel mismo momento, Nuada entró en el aura vibrante y azul.
Las chispas atravesaron como relámpagos el cuerpo oscuro de Nuada, y su grito resonó por todo el bosque. Pareció que su forma se plegaba sobre sí misma antes de que retrocediera rápidamente.
– Eres mía. Hasta que te posea, destruiré todo lo que amas, en este mundo o en el otro.
Las palabras quedaron suspendidas en el aire mientras su forma sombría se desvanecía en el bosque.
De repente, sentí un mareo tan intenso que me fallaron las rodillas y se me nubló la visión. Con un gruñido, solté la mano de Clint y me caí al suelo helado.
– ¡Shannon! -Clint se arrodilló a mi lado, y me tomó en sus brazos.
– No tengo sensibilidad en las piernas -susurré. Me temblaban incontrolablemente. Miré la cara pálida de Clint e intenté alzar la mano para acariciarle la mejilla, pero el brazo no me obedecía. Me sentía distante de mi propio cuerpo, como si no fuéramos la misma cosa.
– No hables -me dijo Clint.
Frenéticamente, metió las manos bajo mis axilas y las agarró por delante de mi pecho. Con la respiración entrecortada, caminando hacia atrás, me arrastró hacia los dos robles. Suavemente me sentó en el suelo y me hizo apoyar la espalda en uno de los troncos musgosos.
Entonces, Clint se puso de rodillas y apoyó ambas manos a cada uno de los lados de mi cabeza.
– Ayúdala -rogó-. ¡Se está muriendo!
La descarga de calor que fluyó rápidamente por mi cuerpo me asustó, y se me escapó un gruñido de dolor al empezar a sentir los miembros del cuerpo. Noté en los brazos y las piernas miles de pinchazos diminutos. Respiré profundamente, y mi pecho se expandió. Tomé bocanadas de aire vivificante y me percaté de que debía de haber dejado de respirar. Con un miedo paralizante pensé en mi hija, y tuve un acceso maravilloso de náuseas. «Oh, Epona, que esté bien».
Poco a poco, recuperé la visión. La cara de Clint apareció ante mis ojos. En aquella ocasión pude levantar el brazo, y le acaricié la mejilla al mismo tiempo que le quitaba una lágrima con el pulgar.
– Ya estoy bien -dije con un susurro débil.
– Gracias a tu diosa -respondió él con la voz ronca. Me di cuenta de que le temblaban los brazos.
– Y a ti.
Volví a bajar el brazo, y apreté la espalda con más firmeza contra el roble.
Clint se sentó a mi lado y se apoyó en el tronco. Yo notaba que me estaba mirando, pero no volví la cara hacia él. Seguí observando el claro, intentando comprender lo que acababa de pasar.
En aquel momento, el cielo color gris se abrió, y comenzaron a caer copos de nieve delicados y silenciosos.
– Está nevando -dije.
Clint dio un respingo de sorpresa.
– ¿Crees que puedes separarte ya del roble?
Asentí débilmente, y de repente me di cuenta de la intensidad del frío y de la humedad de mi ropa, que estaba empapada de sudor. Clint se puso en pie con rigidez. Yo le tendí las manos y él me ayudó a incorporarme.
– ¿Puedes andar? -me preguntó.
– Sí -respondí, y miré hacia el cielo gris.
Los copos delicados se habían transformado en manchones gruesos, y se había levantado un viento que los hacía caer en un ángulo afilado. Me estremecí, y me ceñí bien el abrigo alrededor del cuello.
– Tenemos que volver a la cabaña -me dijo Clint, con preocupación. Me tomó del brazo, y ambos salimos del refugio de los árboles y comenzamos a caminar bajo los remolinos de nieve.
Las piernas me temblaban y tuve que apoyarme pesadamente en el brazo de Clint. Él tiró de mí hacia el sendero y me guió hacia otro enorme árbol, para que me apoyara en su tronco. Se me cerraron los ojos mientras acaparaba dentro de mí su calor y los hilos de su poder.
«Descansa, Amada de Epona», oí en mi mente.
– ¿Lista?
Clint me puso a caminar de nuevo. El viaje de vuelta a casa siguió aquel patrón surrealista. Yo recorría tambaleándome el sendero, agarrada del brazo fuerte de Clint, hasta que no podía continuar y él me acercaba a un árbol anciano. Era como cargar un teléfono móvil. El omnipresente viento de Oklahoma continuó soplando con fuerza a través de la cúpula espesa de ese bosque sagrado. La luz diurna se desvaneció, y mis pensamientos fragmentados se preguntaron cuánto tiempo habíamos pasado intentando abrir la puerta hacia Partholon. Debí de hacer la pregunta en voz alta, porque Clint me respondió.
– Horas -dijo con agotamiento-. Va a anochecer muy pronto.
Yo emití un jadeo de sorpresa.
– Puedes conseguirlo, mi niña. Ya casi hemos llegado a casa.
«A casa». Mi casa era lo que acababa de dejar en el claro. La pena de la voz de ClanFintan todavía resonaba en mi corazón.
Yo me tropecé en un escalón y sacudí la cabeza con confusión. Clint me rodeó con un brazo y me ayudó a subir las escaleras y a entrar por la puerta de la cabaña.
Me dejó sentada en una mecedora y se arrodilló ante la chimenea. Se quitó los guantes con los dientes y con una cerilla encendió el fuego fácilmente. Sin embargo, el calor no me alcanzaba. Me castañeteaban los dientes y tenía la cara entumecida.
Clint tardó pocos segundos en cambiarse y ponerse ropa seca. Después me ayudó a desnudarme y me secó metódicamente con una toalla, antes de vestirme con unos pantalones y un jersey muy abrigados. Me dejó sentada de nuevo en la mecedora, ante la chimenea, me tapó con una manta y se fue a la cocina. Minutos después apareció con una taza de chocolate caliente y me la dio. Yo la tomé entre las manos y bebí. El chocolate caliente me resultó reconfortante, y sentí que mi cuerpo recuperaba la vida a medida que el líquido me pasaba por la garganta y caía a mi estómago, que gruñó amenazadoramente.
Antes de que pudiera llamarlo, Clint apareció de nuevo, con una bandeja llena de sándwiches, otra taza y un cazo lleno de chocolate humeante. Me entregó un sándwich, acercó la otra mecedora a la mía, y se sentó.
Yo mordí uno de los sándwiches, hecho con jamón y queso y pan casero. Afortunadamente, parecía que mis náuseas se habían limitado a la mañana, y aquel sándwich era lo mejor que había comido en mi vida.
– Está riquísimo -dije.
– Come. Te sentirás mejor.
Yo tomé un trago más de chocolate caliente y asentí.
– Ya me siento mejor.
Él sonrió con alivio, y terminamos nuestra comida en silencio.
Justo al terminar el chocolate, bostecé sin poder evitarlo.
– Necesitas dormir.
– Pero ¿y si vuelve Nuada?
Clint me tomó de la mano y me puso en pie.
– Nuada. Así es como lo llamaste en el claro.
Yo le apreté la mano.
– Era el líder de las criaturas contra las que luchamos. Se supone que estaba muerto.
– Me lo explicarás todo después de dormir. Y no creo que vuelva esta noche. Sólo estaba formado parcialmente, así que su recuperación será incluso más lenta que la nuestra.
– ¿Y si no es así?
– Yo sabría si se está aproximando a la cabaña.
– ¿Cómo? -pregunté.
– Confía en mí -me dijo Clint, mientras me llevaba hacia la cama y me acostaba.
Me cubrió con un edredón grueso, y yo me acurruqué en la blandura del colchón, consciente de que no podría mantenerme despierta mucho más tiempo. Me tumbé de costado, y me di cuenta de que Clint se daba la vuelta hacia la mecedora que había ante la chimenea. Lo tomé de la mano y lo detuve.
– ¿Hay otra cama ahí arriba? -le pregunté, señalando con la cabeza el altillo que había sobre nosotros.
– No -respondió él en voz baja-. Sólo un ordenador y un escritorio.
– Entonces, duerme aquí. Tú también estás exhausto.
Me miró a los ojos. Después asintió cansadamente y se dirigió hacia el otro lado de la cama. Noté que el colchón se hundía bajo su peso. Yo estaba de espaldas a él, y sin una palabra, él me rodeó la cintura con el brazo y me atrajo hacia su calor. Yo sabía que no debía aceptarlo, pero me quedé dormida sintiendo la seguridad de los latidos de su corazón contra mi cuerpo.
En sueños, vi un rancho situado en la cima de una suave colina. La puerta delantera estaba abierta, y daba a un patio de cemento rodeado de jardineras de ladrillo llenas de petunias. Había media docena de sillas de hierro forjado, en diversos estados de oxidación, situadas alrededor de una piedra arenisca típica de Oklahoma. En aquel patio crecía un enorme roble. Sonreí dormida, mientras veía cómo el viento acariciaba con suavidad sus hojas. En aquel patio siempre soplaba una brisa fresca.
Se abrió la puerta de la casa, y mi padre entró en escena. Llevaba un ronzal al hombro, y una herramienta parecida a un punzón en la mano. Se sentó en una de las sillas y se inclinó hacia delante. Entonces comenzó a trabajar con la herramienta. Encorvó los hombros anchos, y los músculos gruesos de sus brazos de jugador de fútbol se tensaron con una fuerza que contradecía el gris de su pelo.
Aunque yo sabía que estaba soñando, mi alma se llenó de alegría. ¡Mi padre estaba vivo en este mundo!
– ¡Cariño! -el acento de Oklahoma dulce y suave de mi madrastra llegó desde el interior de la casa-. Ya sabes que puedes comprar un ronzal nuevo en vez de intentar arreglar ése tan viejo.
– No, no -respondió mi padre-. Este irá perfectamente.
– Bueno, ¿te apetece una cerveza fría?
– Claro -dijo mi padre con una sonrisa.
Entonces, la escena se congeló. Mi mente dormida se puso en tensión al instante, y mi atención cambió desde la imagen de mi padre a los prados que rodeaban el patio. En aquella visión inmóvil, la oscuridad rezumaba de los bordes de la tierra.
«Hasta que te posea, destruiré todo lo que amas, esté en este mundo o en el otro».
Aquellas palabras resonaron una y otra vez en mi mente hasta que la visión de mi padre se oscureció y se desvaneció.
Abrí los ojos bruscamente y vi a Clint inclinado ante la chimenea, avivando el fuego, que ya ardía alegremente. Intenté controlar el ritmo de mi respiración, y los latidos salvajes de mi corazón, antes de que él se diera la vuelta.
Como el sueño de la noche anterior, yo sabía que aquella visión no había sido uno de mis viajes del Sueño Mágico, que eran viajes que realizaba mi alma, guiada por Epona, de modo que yo pudiera presenciar eventos que estaban sucediendo de verdad.
Aquello, por el contrario, era un sueño verdadero, con la sombra de una pesadilla amenazadora. Sin embargo, ¿el hecho de que yo no estuviera presenciando eventos reales significaba que mi diosa no estaba trabajando allí? Quizá los poderes de Epona no estuvieran definidos con tanta claridad en este mundo, sobre todo, si mi instinto tenía razón. Pryderi estaba tomando parte en aquella perversión. ¿Y si Epona estaba intentando advertírmelo?
Me incorporé con tanta brusquedad que Clint se volvió a mirarme, sorprendido de que yo me hubiera despertado.
– Nuada va a atacar a mi padre -dije con total seguridad.
Clint asintió.
– No lo dudo. ¿Conocía al reflejo de tu padre en Partholon?
– Nuada lo mató. Yo vi cómo ocurría.
– Entonces, debemos avisarlo -dijo Clint, y miró el teléfono.
– No creo que pueda explicarle todo esto por teléfono -dije con ironía-. Tengo que ir a verlo.
– ¿Dónde vive?
– A pocos kilómetros a las afueras de Broken Arrow, cerca de Tulsa.
– Antes yo vivía en Tulsa. Conozco Broken Arrow. El bosque me avisó de que el invierno sería muy largo este año, y yo sabía que últimamente hacía un frío poco usual, pero nunca hubiera creído que podía nevar tanto -dijo, mientras observaba el exterior por la ventana sacudiendo la cabeza-. ¿Crees que podrás viajar?
– ¿Te refieres a caminar por ahí fuera? -le pregunté. Me sentía muy cansada.
– No, no soy un ermitaño total. Tengo un vehículo. Pero si esperamos mucho más, me temo que las carreteras serán impracticables, y sí que tendremos que caminar.
– Entonces, salgamos de aquí. Supongo que Rhiannon no dejó más ropa, ¿verdad?
– No. Tendrás que ponerte algo mío hasta que podamos comprar otra cosa. ¿Hay un Wal-Mart en Broken Arrow?
– ¿Un Wal-Mart? -pregunté, y lo miré de reojo mientras recogía las botas, que habían estado secándose ante la chimenea-. No sabía que fueras un tipo con tanta clase.
– Sólo intento ayudar, señora -ironizó él, y me hizo un saludo con un sombrero imaginario, antes de agacharse a tomar sus propias botas.
Yo refunfuñé entre dientes. Hombres.
No me había dado cuenta de que tenía tanta hambre hasta que Clint mencionó que deberíamos llevarnos unos sándwiches, así que comí algo rápidamente mientras los preparábamos, intentando no prestar atención al continuo y extraño repiqueteo de los gruesos copos de nieve contra las ventanas.
– ¿Lista? -me preguntó Clint, señalando la puerta de la cabaña.
Yo asentí y me subí la cremallera del abrigo. Clint abrió la puerta y al instante entró una brisa helada que nos envolvió en el olor tonificante de la nieve recién caída. Salimos al porche.
– ¡Vaya! -exclamé, y mi respiración formó una pequeña nube de vaho delante de mi cara-. Es increíble.
Todavía estaba nevando, y reinaba el silencio que crea la nieve. La escena parecía serena e inofensiva.
– Tenemos que irnos -dijo Clint-. Vamos, el Hummer está en el cobertizo del otro lado de la cabaña.
¿Un Hummer? Dios santo. Debía de tener una pensión de invalidez buenísima; aquellos monstruos costaban una fortuna. Sin embargo, no tuve tiempo de hacer ningún comentario, porque estaba luchando por caminar sobre más de veinte centímetros de nieve. Cuando llegamos al cobertizo, Clint abrió la puerta y yo vi el vehículo, una cosa pintada de gris verdoso, que parecía una mezcla entre Jeep, camioneta y tanque. Clint abrió la puerta trasera y echó dentro la bolsa llena de comida. Después ambos subimos a los asientos delanteros y él arrancó el motor.
– ¿Cómo has dicho que se llamaba esto? -pregunté.
– Es un Hummer -dijo él, y metió la primera marcha para dirigirse hacia la carretera-. Un Hum-V. Y, no, no es una de esas copias cursis que venden los concesionarios a la gente que tiene mucho dinero. Esto es un vehículo militar de verdad.
– Sí, ciertamente es muy robusto -dije yo, mientras me ponía el cinturón de seguridad.
Clint se rió.
– No es bonito, pero puede ir a todos los lugares a los que podría ir un tanque. Nos va a sacar de esta tormenta de nieve.
Mientras él conducía, yo me mantuve en silencio para dejar que se concentrara en recorrer el camino lleno de nieve. Después de viajar durante casi media hora, pude ver señales del amanecer que empezaban a iluminar el cielo gris y nublado.
– ¿De verdad hay una carretera ahí fuera? -pregunté.
– Sí, hay una carretera, pero está a unos cuarenta kilómetros de la cabaña. Llegaremos pronto. Esto sólo es un sendero que yo he marcado en el bosque durante estos últimos cinco años.
– ¿Vives a cuarenta kilómetros de una carretera de verdad?
– Me gusta estar cerca del corazón del bosque -respondió él. Su tono daba a entender que no quería hablar del motivo.
Y, como era de esperar, cambió de tema bruscamente.
– ¿El centauro que entró en el claro es tu marido? -me preguntó en un tono cortante.
– Sí, se llama ClanFintan.
– Él y yo somos…
– Reflejos el uno del otro -dije yo.
Emitió un sonido que era un gruñido masculino de reconocimiento, y después se quedó en silencio.
– Es mitad caballo -dijo por fin.
– Sí.
– ¿Y cómo demonios puedes estar casada con él?
– Es fácil. Hubo una ceremonia. Intercambiamos los votos matrimoniales. Ya sabes, las cosas que se hacen en las bodas.
Él me miró con exasperación.
– ¡Demonios, Shannon! Ya sabes a qué me refiero. Rhiannon dijo que no quería casarse con ese tipo, pero yo no sabía que era porque él no es humano. Y aquí estás tú, haciendo todo lo que puedes por volver junto a ese… ¡animal!
Yo noté que la sangre me subía a las mejillas mientras mi temperamento explotaba para ponerse a su altura.
– Te diré que ClanFintan no es un animal. Es más que un hombre humano en todos los sentidos. ¡Más noble! ¡Más decente! ¡Más todo! Y el hecho de que sea centauro no tuvo nada que ver con que esa bruja no quisiera casarse con él. Ella no lo quería porque no quería dejar de acostarse con todos los que la rodeaban, como demostró acostándose contigo.
– Lo quieres de verdad -dijo él con incredulidad.
– ¡Por supuesto que lo quiero! Y Nuada tenía razón en una cosa. ¡Tú no eres más que una débil imitación de él!
En cuanto pronuncié aquellas palabras, me arrepentí. Era lógico que Clint se sintiera horrorizado al pensar que yo estaba casada con una criatura medio hombre, medio caballo. Yo misma me había quedado espantada al principio. Y Clint no sabía que ClanFintan podía adoptar la forma humana. Me di cuenta de que mi reacción de enfado era algo más que la de una esposa que defendía a su marido. Miré de reojo a Clint, que tenía una expresión pétrea, la boca cerrada y los ojos fijos en el sendero lleno de nieve.
– Clint -dije con suavidad. Él no respondió, pero yo continué-. Siento haber dicho eso. Sé lo que me estás preguntando, y tú no tienes la culpa de estar confundido. ClanFintan es un poderoso Chamán, y eso significa que puede adoptar la forma humana a voluntad.
– ¿Es posible eso? -preguntó él, y su sorpresa superó a su enfado.
– Sí.
– ¿Cambia de forma completamente de centauro a humano? -volvió a preguntar.
– Absolutamente.
– Podías habérmelo dicho antes.
– Lo sé. Yo… bueno, para mí es difícil que él y tú seáis tan parecidos.
– ¿Lo somos de verdad?
– Sí.
Entonces, Clint me miró a los ojos, y me acarició la mejilla. Por un instante, yo apoyé la cara contra el calor de su carne. Entonces, el Hummer se deslizó hacia un lado del sendero, y Clint tuvo que luchar por llevarlo de nuevo al centro.
– ¿Es aquélla la carretera?
– Sí.
– ¡Dios mío! ¡Mira! -exclamé.
Clint detuvo el Hummer y los dos nos quedamos mirando. Frente a nosotros la carretera se extendía hacia la izquierda y hacia la derecha, pero no estaba cubierta de nieve como el resto de la tierra. Su superficie estaba intacta, y parecía que había capturado la luz etérea de la luna. Brillaba. Unos vapores fantasmales se elevaron de su superficie reluciente, como unos espíritus que escaparan de sus tumbas. Se elevaron para flotar a nuestro alrededor, antes de que la nieve los difuminara y se disiparan en la noche.
De repente me sentí muy sola, como abandonada o perdida. Sin darme cuenta, busqué la mano de Clint. Él entrelazó sus dedos con los míos.
– ¿Qué son? -susurré con reverencia.
– Los espíritus de los guerreros olvidados -respondió él sin vacilar.
– ¿Te refieres a los guerreros indios americanos?
Clint asintió.
– En esta tierra hay magia y misterio. Y en parte se originaron con muchas lágrimas.
– ¿Cómo lo sabes?
– Ellos me lo han contado -respondió, y se encogió de hombros-. Tengo afinidad con el mundo de los espíritus. Ya han terminado por esta noche -añadió, señalando la carretera con la cabeza.
– ¿Qué querían?
– Reconocimiento. Desean que no se los olvide.
– Yo los recordaré -dije automáticamente-. Las Sacerdotisas de Partholon no olvidan a los héroes.
– ¿Aunque sean de otro mundo?
– No creo que eso tenga importancia. Creo que lo importante es recordar.
ClanFintan me estrechó la mano. Después volvió a arrancar el Hummer y lo llevó hacia la carretera, donde giró a la izquierda. Yo me di cuenta de que tenía las mejillas llenas de lágrimas. Vaya, las hormonas.
– Hay pañuelos de papel en la guantera -me dijo él, con tanta gentileza que se me formó un nudo en la garganta.
– Gracias -dije.
Tomé uno de los pañuelos y me soné la nariz de forma muy poco romántica.
– ¿Dónde estamos? -pregunté después, mientras me guardaba el pañuelo en el bolsillo de los pantalones.
– Esta carretera no tiene nombre. La gente de la zona la llama Nagi Road.
– Nagi. Es un hombre extraño para una carretera secundaria.
– Según los más viejos, significa «fantasmas de los muertos». Termina en la vieja Estatal 259. Desde allí, las vías son modernas, hasta que lleguemos a Muskogee Turnpike, que como sabes, nos conducirá a Broken Arrow.
– ¿Y cuánto tardaremos?
– Unas cuatro horas en circunstancias normales, así que hoy, lo mejor que puedes hacer es relajarte. No creo que lleguemos antes de las ocho.
Yo suspiré y me puse a mirar por la ventanilla. Dejé pasar el tiempo admirando el paisaje nevado del sureste de Oklahoma. No hubo charla mientras nos dirigíamos sin pausa hacia el norte. Clint estaba concentrado en la carretera, y yo tenía puesta mi atención en los parajes que atravesábamos. Pasábamos de largo la tierra blanca, que cambiaba de bosque a colinas suaves y a prados interminables. Yo conocía bien aquella parte de Oklahoma porque estaba llena de ranchos de caballos que había visitado con mi padre en busca de yeguas de cría.
Había muy poco tráfico. La nieve asustaba a la población de Oklahoma. Y no era de extrañar que estuvieran escondidos. De hecho, cuanto más miraba, más me daba cuenta de que nunca había visto tal cantidad de nieve.
– ¿Cuánto tiempo llevas viviendo en Oklahoma? -le pregunté a Clint.
Él dividió su atención entre la carretera y yo.
– Tuve que viajar mucho por trabajo, pero salvo eso, toda mi vida.
– ¿Y cuánto es eso?
– Cuarenta y cinco años.
Mmm. Diez años más que yo. Sonreí con petulancia. Después de llegar a los treinta y cinco, es agradable ser la más joven.
– ¿Y cuánto tiempo has vivido tú aquí?
– Aparte de la Universidad en Illinois y mi estancia en otro mundo, toda mi vida.
Él arqueó las cejas a modo de pregunta.
– Tengo treinta y cinco años -le respondí. Pensé que no tenía importancia reconocer la edad, sobre todo cuando era inferior al otro.
Clint sonrió.
– No quería saber tu edad. Me estaba preguntando si recuerdas una tormenta de nieve como ésta.
– No. No es normal, Clint.
– No, no es normal, pero la tierra sabía que se avecinaba.
– Eso ya lo has dicho antes. ¿A qué te refieres, exactamente?
– Lo sentí en los árboles. Al principio era lo mismo que todos los años. Ellos captan energía y la conservan para el otoño y el invierno. Sin embargo, me di cuenta enseguida de que esta vez era distinto. Era como si el bosque se estuviera cerrando en sí mismo, devorando energía y almacenándola. Cada vez había menos animales. Incluso los ciervos desaparecieron. Eso me alarmó definitivamente. Yo también almacené provisiones y leña para la tormenta que se avecinaba. No, nunca había visto nada así -repitió-. Esta nevada va a cubrir los coches si no cesa.
– Ha ocurrido algo -asentí yo.
– Nuada -dijimos al unísono.
– Y estoy seguro de que Rhiannon no es totalmente inocente en esta situación -dijo Clint.
– Rhiannon no ha sido totalmente inocente de nada desde que llegó a la pubertad -murmuré yo. Después, tomé aire profundamente y dije algo que hubiera deseado no decir nunca-: Tenemos que hablar con ella.
– Por desgracia, yo estaba pensando lo mismo -dijo Clint con resignación.
– ¿Dónde está?
– No tengo ni idea. La llamada telefónica de ayer es la primera noticia que tengo de ella desde hace semanas.
– ¿No vive en Tulsa?
– Que yo sepa, sólo viene a Tulsa de vez en cuando. Normalmente, me llama para recordarme que tengo que adorarla. Sé que compró un chalé a orillas del lago, en Chicago, y que también pasa temporadas en Nueva York y en Los Angeles.
– Dios santo, ¡sólo lleva seis meses aquí!
– El tiempo es irrelevante para los deseos de Rhiannon.
– Bueno, pues no es irrelevante para los míos. Quiero averiguar cómo podemos mandar a Nuada otra vez al infierno, y después, volver a Partholon.
Preferiblemente, antes de tener una hija que pertenecía a otro mundo. Ni siquiera sabía si alguien podía cruzar aquella División conmigo (recordé que Alanna me había hablado de ella mi primer día en Partholon). Había sido una experiencia muy difícil para mí; ¿qué le ocurriría a una niña? Cerré los ojos y suspiré, luchando por no derramar lágrimas de frustración.
– Todavía estás bajo los efectos del intercambio de mundos -dijo Clint en un tono calmante-. Descansa un rato. Te despertaré cuando tengas que darme las indicaciones para llegar a casa de tu padre.
Oí el crujir de una tela mientras él se movía en el asiento.
– Usa esto de almohada.
Lo miré y me di cuenta de que me estaba dando su abrigo.
– Gracias -dije.
Formé una almohada y la puse contra la puerta del Hummer para poder apoyar la cabeza en ella. La tela era suave y todavía conservaba el calor de su cuerpo. Sentí que los labios se me curvaban, sin poder evitarlo, en una sonrisa, mientras el sueño se apoderaba de mí.
Hugh Jackman y yo estábamos volando campo a través a por unas nubes esponjosas de color violeta. Él me abrazaba y me mordisqueaba el cuello mientras me describía la lujosa suite al borde del mar que había reservado para nosotros dos en el Hyatt de las Islas Caimán…
Entonces me vi succionada del sueño y entré en un túnel de fuego. Al principio sentí pánico y desorientación, pero pronto me calmé y pude mirar hacia el suelo.
La visión del enorme templo me provocó una oleada de emociones. ¡Mi casa! El Templo de Epona. Mi cuerpo flotaba suavemente mientras yo asimilaba aquella vista tan maravillosa y familiar. Estaba atardeciendo, y el cielo ya estaba teñido con las delicadas acuarelas de una puesta de sol en Partholon. El suave color nácar del templo brillaba de una manera mágica. Por debajo de mí, los guardias estaban empezando a prender las antorchas y los apliques que mantenían el templo iluminado de noche.
Reconocí a varias de mis ninfas, que pasaban de patio en patio, con los brazos ocupados con ropa limpia, o con cestas cargadas de hierbas aromáticas.
Al principio, la escena me pareció normal, pero al seguir observándolo todo con los ojos llenos de lágrimas de nostalgia, me percaté de que algo no iba bien. Mis sirvientas caminaban en silencio. No hablaban. Me acerqué al templo y me di cuenta de que todos estaban en silencio, y de que el ambiente era de tristeza. El ambiente era espeso, asfixiante.
¿Qué demonios había ocurrido?
Mi cuerpo comenzó a deslizarse hacia el centro de la edificación. Me hundí a través de la cúpula al mismo tiempo que el sol comenzaba a esconderse por el horizonte.
Mis baños estaban en penumbra, desiertos, como una ostra sin perla. Sólo había una figura en ellos, alguien que estaba encendiendo meticulosamente las velas que había en los apliques de calavera dorada, en el centro de las hornacinas distribuidas por las paredes. Sus manos esbeltas temblaban mientras se movían de vela en vela. Aquella mujer tenía un aire de desesperanza casi palpable. Cuando se movió, yo distinguí las suaves curvas del rostro de Alanna.
– Oh, amiga -susurré, al ver las arrugas que tenía alrededor de los ojos.
No pareció que sintiera mi presencia. Suspiró largamente mientras continuaba con sus deberes de una forma mecánica.
Me di cuenta de que mi cuerpo se elevaba de nuevo.
– ¡No! ¡Déjame hablar con ella! -le rogué a mi diosa.
«Paciencia, Amada».
Aquellas palabras resonaron en mi mente mientras volvía a atravesar el techo de la cúpula. Me dirigí rápidamente en dirección norte. Ya había experimentado suficientes excursiones como aquélla para saber que era mi diosa la que tenía el control de la situación. Había algo que quería mostrarme. Era mejor relajarse y esperar a que terminara, pese a que el hecho de saberlo no me hiciera más fáciles las cosas.
Me di cuenta de que había anochecido rápida y completamente. Aquello no era el oscurecimiento gradual típico de los días y las noches de Partholon. Era como si, en ausencia del sol, la oscuridad reinara sin oposición alguna. Me estremecí al pensarlo, y mi cuerpo se detuvo en seco.
Por debajo de mí, el bosque sagrado se abría para exponer un claro, en el que había una gran hoguera que atrajo mi atención. Comencé a descender. Me di cuenta de que aquél era el mismo claro que había en los dos mundos, y me fijé bien en la hoguera. No era del color azafrán y dorado de las llamas amigables, sino que ardía de un color rojo que parecía a punto de estallar y destruir.
No vi a ClanFintan hasta que estuve a pocos metros sobre el fuego. Él metió la mano en un bolso de cuero que llevaba colgado al costado y sacó algo que parecía arena. Lo echó sobre las llamas mientras pronunciaba las palabras «mo muirninn», una y otra vez, con una voz ronca y gutural, llena de tensión. Tenía los ojos enrojecidos y estaba muy cerca del fuego, mirándolo fijamente. Su pecho humano estaba desnudo y sudoroso, y su parte equina estaba cubierta de una espuma blanquecina, como si llevara corriendo días y días.
– ¡ClanFintan! -lo llamé. Pronuncié su nombre con toda la fuerza de mi anhelo.
Entonces, él alzó la cabeza y miró en dirección a mí.
– Rhea, amor mío. ¿Me has oído por fin?
– Sí -grité, con la esperanza de que mi diosa me permitiera comunicarme con él, aunque sólo fuera por un instante.
«Tranquilízalo, Amada».
– ¡Estoy aquí! ¡Estoy intentando volver a casa!
Mientras hablaba, sentí que mi cuerpo se volvía visible. Mi marido abrió mucho los ojos, con sorpresa y placer. Entonces yo me miré y me di cuenta, para mi completo azoramiento, de que estaba desnuda.
– Te veo -susurró él.
– Epona nunca me viste adecuadamente -dije yo.
– Y yo le doy las gracias por ello.
Sonreí suavemente y le dije lo que mi diosa estaba transmitiéndome.
– Y Epona va a asegurarse de que vuelva a casa.
– ¡Cuándo! -exclamó angustiado.
– Yo… no lo sé.
– Tienes que volver. La ausencia de la Amada de Epona ha pasado una terrible factura a nuestro mundo.
– ¡No! -grité-. No me he ido para siempre. Diles a las gentes que Epona no los va a abandonar.
– ¿Cuándo? -repitió él.
– Ha ocurrido algo en mi antiguo mundo -dije-. Nuada me ha seguido hasta aquí.
Él entrecerró los ojos. Era demasiado sabio como para cuestionar el hecho de que, de alguna manera, nuestro enemigo hubiera sido reanimado.
– ¡Tu diosa no permitirá que esa criatura te haga daño!
– ¡No! No estoy preocupada por mí misma. Él va a atacar a la gente a la que quiero. Creo que sé cómo puedo volver a Partholon, pero tienes que entender que no puedo marcharme de aquí hasta que sepa que la gente a la que dejo atrás está segura.
Su preciosa cara se ensombreció, y noté que había tensión en sus palabras cuando volvió a hablar.
– He visto al hombre del claro. El hombre que tenía mi cara.
– Sí.
– ¿Es mi reflejo en tu mundo?
– Sí.
– Entonces, estás protegida, a salvo -dijo entre dientes.
– Sí -repetí yo, sintiéndome desleal, inepta y muy, muy culpable.
Él siguió mirándome fijamente a los ojos.
– ¿Está bien nuestra hija?
Yo sonreí.
– Todavía me hace sentir muchas náuseas.
– Entonces, está bien.
Alzó una mano hacia mí, y me rogó:
– Vuelve conmigo, Shannon.
– Lo haré, mi amor -respondí, y noté que se me iba a escapar un sollozo de la garganta mientras mi cuerpo comenzaba a ascender de nuevo-. Dile a Alanna que no pierda la esperanza… -mi voz se desvaneció y se evaporó en la noche.
El túnel de llamas se abrió ante mí, y me preparé para el viaje de vuelta, aunque no pude evitar emitir el grito de mi alma aterrorizada…
Y me encontré de nuevo en el asiento del Hummer.
– ¡Shannon! -Clint me estaba zarandeando por el hombro. Su expresión era de pánico-. ¡Dios mío, Shannon! ¿Estás despierta ahora?
– Estoy… estoy bien -balbuceé. Sentía la horrible desorientación de moverse entre dos mundos.
– Primero gritaste mucho, y después te quedaste inmóvil -me dijo él, que estaba muy pálido-. No respirabas apenas.
– Ha sido el Sueño Mágico. Es una visión que Epona me envía a veces, en sueños -dije, como si estuviera explicándole algo lógico.
– ¡Maldita sea, Shannon! ¡El Sueño Mágico! ¿De qué demonios…?
– ¡Para! -le grité.
– ¿Qué?
– ¡Que pares el coche! ¡Voy a…!
No pude terminar. Con una sola mirada a mi cara verdosa, Clint debió de darse cuenta de lo que ocurría. Frenó suavemente y yo tuve tiempo de abrir la puerta y saltar a la nieve. A dos pasos del vehículo comencé a vomitar.
Me sentía como si fuera a morirme. Odio vomitar.
– Tranquila, tranquila -me dijo él, y me agarró por la cintura para que no me cayera hacia delante.
Cuando terminé, Clint me entregó un puñado de pañuelos de papel.
– Gracias… -susurré.
Después me limpié la boca y la nariz.
– De nada, mi niña -dijo él, mientras me llevaba de vuelta al Hummer.
– ¡No! -exclamé-. Necesito un poco de aire fresco. Me voy a quedar aquí un momento.
– No mucho tiempo -dijo él-. Hace demasiado frío y te mojarías.
Asentí y me concentré en respirar con normalidad.
– ¿Puedes mantenerte en pie? -me preguntó.
– Sí -respondí con un hilo de voz.
– Ahora mismo vuelvo.
Clint me soltó la cintura y se dirigió hacia la parte trasera del coche.
Aquello significaba que el bebé estaba bien. El bebé estaba bien. El bebé estaba bien.
Era una frase que se repitió en mi mente como una letanía.
– Aclárate la boca y bebe un poco -me dijo Clint, y me entregó una de las botellas de agua que habíamos empaquetado con la comida. Estaba muy fría, y me quitó el mal sabor de boca.
– ¿Mejor?
– Sí, muchas gracias. Sólo necesito quedarme aquí un minuto.
Esperamos juntos unos instantes, bajo la nieve, hasta que Clint decidió que me había recuperado lo suficiente y me guió hacia el coche. Cuando estábamos de nuevo en marcha, él me miró y me preguntó:
– ¿Esas visiones siempre te afectan tan violentamente?
– No siempre -dije yo.
– ¿Y adónde te ha llevado tu diosa?
– A casa. A Partholon.
– Ah. ¿Y qué te mostró?
– Mi templo no está bien en mi ausencia. La gente… bueno, no quiero parecer una engreída, pero necesitan a la Amada de Epona.
Clint asintió como si estuviera intentando entenderme. Con los ojos fijos en la carretera, me preguntó:
– ¿Has visto a… ClanFintan?
– Lo he visto y he hablado con él. Le dije que volvería en cuanto nosotros consiguiéramos resolver el problema de Nuada.
– ¿Nosotros?
– ClanFintan también te vio en el claro. Tiene la certeza de que tú te ocuparás de que no me ocurra nada malo.
– Está en lo correcto.
– Te lo agradece.
– ¿Y tú?
– ¿Yo qué?
– ¿Agradeces tú el hecho de que yo prefiera morir antes de permitir que te ocurra algo malo?
– Sí -le respondí con franqueza. Sin embargo, antes de que él pudiera seguir haciéndome preguntas, cambié de tema-: ¿Dónde estamos?
Clint me miró como si quisiera decirme que estaba al tanto de mis tácticas, pero no me presionó.
– Faltan unos diez minutos para la salida de Broken Arrow. ¿Adónde voy desde allí?
– Mi padre vive a unos quince kilómetros al este de la salida de Kenosha -le informé. Después me miré y suspiré por aquella ropa rara que además tenía manchas de vómito y estaba húmeda-. Demonios, no quisiera aparecer así.
– Antes estaba bromeando pero ahora hablo en serio: ¿hay algún Wal-Mart cerca?
– Sí, pero… ¿crees que estará abierto con esta nevada?
– ¿Wal-Mart? -preguntó Clint con una carcajada-. Ni siquiera cerraría por una guerra nuclear.
– Entonces, debemos pasar la salida de Kenosha y llegar a la de la calle ciento cuarenta y cinco. Hay un Wal-Mart a un kilómetro de la carretera. Podemos comprar algo de ropa y volver a Kenosha. Llegaremos a casa a la hora de la cena -dije, aunque el hecho de pensar en comer me produjo náuseas otra vez.
– Tus deseos son órdenes para mí -me dijo con una mirada irónica-. Tú eres la diosa aquí.
Yo le devolví una sonrisa tirante. El problema se trataba de que yo no era la diosa de verdad.
La salida del Wal-Mart estaba tan desierta como el resto de la carretera, aunque cuando llegamos al aparcamiento de los grandes almacenes, nos encontramos un gran número de coches. Había una vieja pickup Ford intentando dar marcha atrás porque no había conseguido meterse en el sitio al que había tratado de deslizarse, y un Impala girando los neumáticos inútilmente, atascado en la nieve, bloqueando la parte delantera de la tienda. Por supuesto, aquel gran Wal-Mart tenía muchas puertas, así que nadie había entrado en estado de pánico.
Clint rodeó con facilidad al coche atascado y yo vi que había varios hombres poniéndoles cadenas a las ruedas para intentar ayudar al conductor.
Clint aparcó y me ayudó a bajar del Hummer. Nos acercamos a la entrada de los grandes almacenes, donde un operario estaba intentando apartar la nieve con una pala y varios sacos de sal. Había bastante gente entrando en el edificio, y yo me encaminé hacia las puertas de cristal cuando una risa musical llamó mi atención. Me resultaba muy familiar. Al ver a una pareja que salía de la tienda, me quedé inmóvil. Nosotros íbamos tomados del brazo, así que Clint se tropezó y se detuvo repentinamente a mi lado.
– ¡Suzanna!
Toda la alegría que sentí al verla se reflejó en aquella palabra.
Su reacción fue un reflejo de la mía. Ella también se detuvo de repente, y el hombre que la acompañaba se vio obligado a parar, como el hombre que estaba a mi lado. Sin embargo, ahí terminaron las similitudes. Yo sabía que en mi cara se reflejaba el placer indescriptible que estaba sintiendo al verla, pero su expresión se ensombreció al instante. Su mirada se movió entre su marido y yo, como si la hubieran sorprendido en una partida ilícita de ping pong.
Sin pensarlo, me adelanté con intención de abrazarla, pero vi que se ponía tensa y daba un paso atrás.
– Suz… eh…
¿Qué demonios podía decir? «¡Hace seis meses que no nos vemos! ¡Te he echado de menos! ¡Necesito hablar contigo! ¡Me he casado con un centauro, estoy embarazada y me he convertido en la encarnación de la diosa en un mundo paralelo y…».
– Suz… eh…
No. No podía contarle nada de aquello, allí y en aquel momento.
– Me alegro muchísimo de verte -dije.
– ¿De veras? -preguntó su marido con frialdad y con sarcasmo-. Recuerdo que la última vez que viste a Suzanna le dijiste que no querías volver a verla -dijo. Cuando Suzanna intentó decir algo, Gene la miró con dureza y continuó-: Dijiste que era menos que una esclava para ti porque no conocía su sitio. Le ordenaste que se quitara de tu vista y que no volviera a ponerse en contacto nunca más. ¿Y ahora dices que te alegras mucho de verla?
Oh, magnífico. ¿Por qué demonios no se me había ocurrido eso? Claro que Rhiannon había interactuado con mis amigos y mi familia. Claro que había ofendido y herido a todo el mundo. Yo me había pasado seis meses limpiando sus desaguisados en otro mundo, lo que incluía convencer al reflejo de Gene, Carolan, de que no necesitaba odiarme porque yo no era la maldita Rhiannon, y nunca le haría daño a Alanna. Era lógico que ella hubiera seguido estropeándolo todo en mi mundo.
– Puedo explicártelo, Suzanna -dije, ignorando la mirada hostil de Gene y concentrándome en la mujer que había sido como una hermana para mí-. Llevo meses sin ser yo misma. De veras, puedo explicártelo. ¿No podríamos ir a algún sitio a tomar una taza de café, o algo así?
Vi que su cara se suavizaba y adoptaba una expresión familiar, encantadora, y abrió la boca para responder.
– No -dijo Gene, adelantándosele-. No vamos a ir contigo a ninguna parte.
– Shae… -dijo Suzanna con su voz dulce. Al oír aquella forma cariñosa de mi nombre, se me encogió el corazón-. Tal vez podamos vernos en otro momento… -me pidió nerviosamente, mirándonos a Gene y a mí.
– Necesito hablar contigo ahora, Suz. Es importante.
Para mi horror, ella se encogió de hombros y evitó mi mirada mientras decía:
– No. Creo que no es buena idea.
– ¡Tú no lo crees! -exclamé entre dientes, mirando a Gene significativamente.
– Mira, Shannon -me respondió él con desprecio-, tienes que admitirlo. Tu vida ha cambiado. Ya le has dejado bien claro a Suzanna que no encaja en tu estilo de vida. Os habéis distanciado. De todos modos, nunca fuisteis el mismo tipo de gente.
Me sentí como si me hubiera abofeteado. Por supuesto que Suz y yo no éramos el mismo tipo de gente. Eso era lo que nos había convertido en grandes amigas. Tuve ganas de gritárselo a la cara.
Entonces, me di cuenta de que Suzanna tenía una expresión de angustia, como si me estuviera rogando que no dijera nada. Tenía los ojos llenos de lágrimas. Parecía una mujer que tuviera que elegir entre su marido y su mejor amiga.
Gene le tomó la mano y se la colocó sobre el brazo. Ella puso la otra mano sobre la de él en un gesto tranquilizador. Había elegido, ¿y qué me esperaba yo? Mi vida había ido en una dirección distinta, una que ella no podía seguir. ¿Qué quería yo que hiciera, dejar al padre de sus hijos por mí? No, yo no quería eso, aunque nunca pudiera regresar a Partholon.
– Lo entiendo -dije, intentando que mi voz sonara con normalidad.
Gene soltó un resoplido de sarcasmo.
Yo le hice caso omiso, y mantuve la mirada fija en la de Suzanna.
– Siento muchísimo el dolor que te he causado durante estos meses. Te voy a echar de menos. Y te quiero. De verdad.
Vi que apretaba los labios, y mientras Gene tiraba de ella para alejarse de mí, las luces horteras del Wal-Mart iluminaron sus lágrimas.
Mientras yo comenzaba a caminar, tambaleándome, las luces azules y rojas de un coche patrulla de la policía de Broken Arrow que se detenía junto al Impala atascado proyectaron sombras extrañas en la nieve. Clint me pasó el brazo por los hombros y me sujetó. Las puertas de cristal se abrieron; entramos, pero mis pies no pudieron llevarme muy lejos de la entrada, así que permanecieron abiertas detrás de nosotros. El aire frío que sentía en la espalda contrastaba con el aire caliente que el conducto de calefacción nos enviaba por encima. No me había dado cuenta de que estaba llorando hasta que Clint me dio un pañuelo de papel. Le di las gracias con un gesto y me soné la nariz.
– Era mi mejor amiga.
– Lo siento.
Nos rodeó un rebaño de compradores cargados de bolsas, y Clint me tomó del brazo y me guió hacia un lado de las puertas.
– Supongo que debo disculparme. Ha sido una escena fea -le dije, sonriéndole con timidez.
Sin embargo, él no me estaba mirando. Estaba mirando hacia fuera por un escaparate que había junto a las puertas eléctricas.
– ¿Clint?
Iba a preguntarle qué miraba, pero entonces sentí algo que me hizo girarme hacia el escaparate.
La nieve seguía cayendo, y la luz gris del atardecer convertía a la gente del aparcamiento en fantasmas. El policía estaba ayudando a poner las últimas cadenas en los neumáticos del Impala. Con un respingo de sorpresa, me di cuenta de que Suzanna y Gene todavía estaban a pocos metros del lugar donde habíamos estado hablando. Sin embargo, en aquel momento no se tocaban. Suz estaba cruzada de brazos, con un gesto defensivo. Gene tenía un puño apretado contra un lado del cuerpo. Con la otra mano, hacía gestos furiosos. Suzanna negó decididamente con la cabeza, y dio un paso hacia el edificio, alejándose de su marido. Gene la tomó del brazo. Estaban atrayendo la mirada de la gente que pasaba a su lado.
Entonces, por el rabillo del ojo, yo vi un movimiento oscuro, como un aleteo de murciélago en el cielo nocturno. Miré hacia la derecha y escudriñé con toda mi atención, intentando percibir lo que había allí y esperando con fervor haberme equivocado.
– Allí…
Clint señaló un lugar detrás del coche atascado. Al principio, parecía la sombra del Impala, hasta que distinguí una mancha como de tinta.
La sombra se onduló y se deslizó por debajo del coche. El motor rugió.
Lo que ocurrió después fue muy rápido. Yo avancé, pero en vez de abrirse, las puertas permanecieron cerradas y las luces fluorescentes parpadearon y se apagaron. Al mismo tiempo, vi cómo Suzanna se zafaba de la mano de Gene. Mientras ella caminaba deprisa hacia las puertas de cristal, todavía estaba mirando a Gene y diciéndole algo, así que no vio las ruedas que giraban a toda velocidad y que, milagrosamente, se levantaron del suelo helado. El Impala salió impulsado hacia delante, directamente hacia Suzanna. Ella no saltó por los aires a causa del impacto. Cayó hacia delante, y el coche pasó por encima de su cuerpo.
Yo noté bilis en el grito que se me escapó de la garganta. Estaba dando puñetazos inútiles en el cristal. Entonces, las luces se encendieron de nuevo. La puerta se abrió fácilmente. Clint y yo salimos hacia el lugar del accidente.
– ¡Soy enfermera, déjenme pasar! -ordenó una mujer rubia, y el círculo que se había formado alrededor de Suzanna se abrió rápidamente. La enfermera se arrodilló fuera de mi campo de visión. Yo oí al oficial de policía, que estaba pidiendo una ambulancia por radio.
– ¡Retírense! ¡Retírense!
El policía comenzó a apartar a la gente con los brazos abiertos, y yo me acerqué.
Suzanna estaba inmóvil. Su cuerpo estaba mirando hacia mí, y su cara también debería hacerlo, pero tenía el cuello torcido en un ángulo extraño, y había un charco rojo que se extendía por debajo de su cabeza y sus hombros. Surgía vapor en donde su sangre caliente tocaba el suelo helado.
Y en algún lugar, en mitad de aquel horror, oí el eco de una risa, mientras una sombra oscura se disipaba en la noche.
– Hay mucha sangre -susurré-. ¡Suzanna!
El hombre que estaba arrodillado a su lado alzó la cara. Era Gene. Estaba muy pálido, y tenía los labios azules por la conmoción.
– Ha sido culpa tuya -silbó.
– Tenemos que irnos -me dijo Clint.
Entonces me tomó del brazo y me llevó hacia las puertas.
– No puedo dejarla -dije con un sollozo.
– Ya no puedes ayudarla, Shannon. Está muerta.
Yo tuve una sensación de irrealidad, y me di cuenta de que era el comienzo del shock. No me resistí, y Clint me llevó hacia el Hummer, hablándome suavemente al oído.
– No te pares. Vamos, respira y camina. Así, Shannon, así -murmuraba.
Cuando estuve sentada en mi asiento, me puso el cinturón de seguridad y dio un paso atrás, y yo me di cuenta de que su aura azul brillaba intensamente a su alrededor.
El Hummer avanzó por la nieve helada del aparcamiento con la misma facilidad con la que había entrado. Clint encendió la calefacción y, una vez más, se quitó el abrigo.
– Envuélvete con esto -me dijo, con una expresión preocupada.
– ¿Por qué no nos hemos quedado? Tal vez me necesitaba.
– Ya no necesitaba a nadie, Shannon, y esa cosa seguía allí. ¿Qué habría pasado si nos hubiera atacado de nuevo? No tenemos un bosque del que extraer poder. Habría muerto más joven.
– No nos habría atacado. Nuada no va por mí. Ha ido por Suzanna porque sabía que yo la quiero -murmuré-. Eso significa que no sólo va a intentar matar a mi padre; todo aquél que a mí me importe estará en peligro hasta que destruyamos a esa criatura -antes de que él pudiera responder, le indiqué una salida de la carretera con un dedo tembloroso-. Tuerce a la derecha, hacia Kenosha.
Clint lo hizo, y yo vi las luces de una ambulancia que se dirigía hacia el aparcamiento del Wal-Mart.
– ¿Estás seguro de que ha muerto?
– Sabes que sí, Shannon. Nadie podría sobrevivir a un atropello así.
Culpa mía. Había sido culpa mía. Me estremecí y me ceñí el abrigo alrededor del cuerpo mientras sentía el asalto de otra oleada de náuseas. Tuve que concentrarme en no vomitar. No podía pensar en Suzanna, pero no podía evitar acordarme de que sus tres preciosas hijas se habían quedado sin madre. Por mi culpa.
– ¡Shannon! -exclamó Clint, e interrumpió mis sollozos-. ¡Ya basta! Te vas a poner enferma otra vez.
Yo lo miré entre las lágrimas y me sequé los ojos con la manga de su abrigo.
– Vamos, dime cómo puedo llegar a casa de tu padre -me ordenó él-. Concéntrate.
Yo asentí y miré hacia el panorama cubierto de nieve. Pasamos por barrios residenciales por los que yo había jugado de niña. Las casas fueron distanciándose poco a poco, y me di cuenta de que no había luz, porque todo estaba a oscuras. La tormenta debía de haber cortado la electricidad.
– Ya casi hemos llegado -dije-. ¿Ves aquel edificio de cemento? Tuerce a la derecha -le indiqué, y esperé unos instantes. Después continué-: Sigue la línea de árboles hacia aquella colina. La casa de mi padre está a la derecha.
Señalé un pequeño camino que separaba dos prados en la cima de la colina.
– Gracias a Dios que la puerta está abierta -dije con un suspiro de alivio-. ¿Qué hora es? -le pregunté a Clint.
– Las ocho.
– Aparca detrás de cualquiera de las dos camionetas -le indiqué. Como de costumbre, mis padres no habían metido los coches al garaje. No lo usaban como refugio de vehículos, sino como almacén y taller.
– Quédate aquí. Voy a salir y te ayudaré.
Clint salió con rigidez del Hummer. Se irguió lentamente, con una mano posada en la espalda. Cuidadosamente, rodeó la furgoneta y me abrió la puerta.
– ¿Te duele la espalda?
– No te preocupes -respondió, y me hizo un gesto para que saliera.
Yo salté del Hummer con las piernas temblorosas. Clint me tomó del brazo y me ayudó a caminar hasta la puerta delantera. Entonces, carraspeé nerviosamente. No sabía qué hacer. En circunstancias normales habría avisado a mi padre de un grito y habría pasado a casa, pero en aquel momento no sabía cómo iba a recibirme. ¿Y si Rhiannon también había alejado de mí a mis padres? ¿Y si mi padre no quería verme?
– ¿Estás bien, mi niña? -me preguntó Clint, apartándome un rizo de la cara.
– No lo sé…
Antes de que pudiera terminar de responder, se abrió la puerta.
– ¿Shannon?
– Sí, soy yo, papá. Vengo con un amigo. ¿Podemos entrar? -pregunté, como si tuviera seis años otra vez.
– Sí, sí -dijo él, mientras quitaba el cerrojo de la puerta mosquitera-. Es la peor tormenta que recuerdo. ¡Parece que estoy en Illinois!
Entramos al pequeño recibidor. Había una lámpara de aceite grande que ardía sobre la consola que había junto a la puerta. Papá se acercó y ajustó la llama, y de repente, todos quedamos iluminados por un resplandor amarillo. Mi padre iba vestido con ropa cómoda y su vieja sudadera de la Universidad de Illinois. Estaba estupendo, sólido y fuerte. Tuve ganas de echarme a sus brazos y llorar como un bebé.
Sin embargo, arrastré los pies por el suelo nerviosamente, pensando en cualquier cosa que pudiera decir.
– Eh… ¿por qué no ladran los perros?
Mi padre criaba perros sabuesos, no para cazar, sino porque le encantaban.
– Están encerrados en el establo. Hace demasiado frío fuera. He encendido los radiadores eléctricos, y tienen un buen comedero lleno de comida. Están con los caballos. Esos cachorros deben de creerse que están en el cielo canino.
– ¡Oh, papá, te he echado mucho de menos!
Me puse de puntillas y lo abracé con fuerza. Él me dio un beso en la mejilla.
– Bueno, ahora ya estás en casa.
Yo le sonreí entre lágrimas de alivio, dándole gracias a mi diosa porque, hubiera hecho lo que hubiera hecho Rhiannon, no había conseguido destrozar mi relación con mi padre. Él miró con curiosidad a Clint, como preguntándose de qué lo conocía, e inmediatamente le tendió la mano.
– Señor Parker, es un placer conocerlo…
– Papá, es mi amigo Clint Freeman -dije yo, avergonzada por mi falta de buenas maneras-. Clint, mi padre, Richard Parker.
Se estrecharon la mano, y mi padre nos llevó hacia el salón.
– Vamos, poneos cómodos. Shannon, ¿por qué no le das algo de beber a Clint? Ya sabes dónde está todo.
Yo asentí y me dirigí hacia la cocina mientras mi padre le indicaba a Clint que se acomodara en el sofá.
– ¿Qué te apetece, Clint? -pregunté, buscando las tazas-. ¿Un café, té, o algo más fuerte?
– Un café, si no es molestia.
– Ya está hecho -me dijo mi padre desde el salón-. Espero que te guste fuerte -le comentó a Clint.
– Sí -respondió él.
Yo serví el café, me hice un té, y llevé ambas tazas al salón.
– ¿Tú no quieres nada, papá?
– No. Yo acabo de tomarme una taza de café con Baileys -me dijo. Después me miró con curiosidad y añadió-: Nunca bebo café tan tarde, pero tenía el presentimiento de que debía quedarme despierto esta noche.
Yo me senté junto a Clint y tiré nerviosamente de la bolsita de té.
– Aún queda un poco de la botella de whisky que trajiste de Escocia y que no has querido probar estos últimos meses. Te he guardado un poco por si recuperas de nuevo el sentido del gusto, ¿eh, Bichito?
Sentí cómo mis ojos se llenaban de lágrimas cuando mi padre empleó el apodo cariñoso con el que solía llamarme. Pero enseguida recordé que Rhiannon detestaba el whisky porque lo consideraba vulgar, y me estremecí ante la prueba de que ella había estado allí. Con mi padre.
– ¡No! ¡Quiero decir, sí! Me refiero a que todavía me gusta el whisky. Es sólo que esta noche prefiero un té.
«Y», añadí para mí, «durante los siete meses próximos también».
Tomamos nuestras bebidas en silencio. Yo no sabía por dónde empezar, pero con sólo estar en aquella habitación tan familiar me sentía mejor, más fuerte, más capaz de enfrentarme a los horrores de aquel día.
– ¿Dónde está mamá Parker? -pregunté.
La ausencia de mi madrastra me asaltó de repente. Ella debería haber estado por allí, insistiendo en que comiéramos algo y en que yo me quitara aquella ropa sucia y húmeda. En general, haciendo cosas de madre que me hacían sentirme querida. Me avergoncé de no haber preguntado por ella en cuanto había llegado.
– Mamá Parker está visitando a su hermana de Phoenix.
– ¿Sin ti?
– Llevaba meses preparando la visita. Yo iba a ir con ella, pero uno de esos potros idiotas decidió que quería saltar una valla y se rompió una pata, así que me he quedado para curar al muy tonto.
Yo asentí al oír aquella letanía familiar de quejas contra los caballos. Había pocas cosas que a mi padre le parecieran tan tontas como los caballos de carreras, y pocas cosas que adorara más.
Sabía que debía abordar el motivo de mi visita, pero aquella conversación hizo que me diera cuenta de lo mucho que ansiaba la normalidad, aunque sólo fuera una ilusión temporal.
– Bueno, ¿y cómo van las cosas en el instituto?
Mi padre llevaba entrenando casi tres décadas a los alumnos del instituto en el que yo trabajaba de profesora. A mí también me encantaba enseñar. Y una de las cosas en las que mi padre y yo estábamos totalmente de acuerdo era que los adolescentes eran más tontos que los caballos de carreras. Vi que en sus labios se dibujaba lentamente una sonrisa.
– Esos pequeños bobos… cada año son más tontos -dijo, y se echó a reír-. Y este año han contratado como subdirector a un sensiblero que ha trabajado en una de esas escuelas tan delicadas de medio grado. El muy tonto no sabría lo que es la disciplina ni aunque la tuviera delante de las narices -añadió, y me miró agitando la cabeza, con una expresión de sufrimiento y resignación-. Es una suerte que te fueras cuando lo hiciste.
Ante aquella mención de mi cambio de carrera profesional, la calidez que estaba sintiendo por dentro se congeló. Miré mi té con tristeza.
– Tienes mal aspecto, Bichito -me dijo mi padre-. ¿No vas a contarme lo que ha pasado?
Lo miré. Yo nunca había podido ocultarle nada, ni lo había intentado. Quizá Rhiannon tampoco hubiera podido ocultarle su verdadera forma de ser. Quizá él ya supiera que Rhiannon no era yo.
Tomé aire y erguí los hombros.
– No sé por dónde empezar. Es complicado.
– La vida es complicada -me dijo-. Empieza por el principio, y nos las arreglaremos desde ahí.
– Papá, no he sido yo misma durante estos seis meses.
Mi padre asintió.
– Sí, ya lo sé. Fuiste muy grosera con mamá Parker. Es una suerte que ella te quiera tanto. Me alegro de que hayas vuelto a la normalidad y…
Yo alcé la mano para detenerlo.
– No, no me refiero a que no haya actuado con normalidad. Me refiero a que no era yo. Literalmente.
El comentario que iba a hacerme se le quedó en los labios, y me observó con suma atención.
– Explícate, Shannon Christine.
– ¿Te acuerdas de que hace seis meses tuve un accidente?
– Por supuesto que lo recuerdo. Estuviste sin conocimiento durante días. Estábamos muertos de preocupación. Yo sabía que ibas a estrellar ese maldito Mustang más tarde o más temprano. Conduces demasiado rápido… -murmuró, sacudiendo la cabeza, preparado para retomar aquella vieja discusión.
– No fue un accidente normal, papá. Y no me estrellé contra nada. Compré un ánfora en la subasta de una finca. Era una urna funeraria antigua, creo. En ella estaba la imagen de la Suma Sacerdotisa, la Encarnación de Epona.
– La diosa celta de los caballos, ¿verdad? -dijo, asintiendo. A mi padre le encantaba leer, como pueden atestiguar todos los libros que almacenaba en el salón.
– La diosa era yo -continué-. O, más exactamente, mi reflejo en otro mundo, en otra dimensión. Es un mundo en el que existe la mitología en vez de la tecnología, y en el que algunas personas son reflejos exactos de las personas que hay aquí.
– Shannon, ésta es una broma muy tonta.
– ¡No es una broma! -exclamé yo, mirando a Clint, que hasta aquel momento, se había mantenido en silencio-. Díselo.
– Señor… Escúchela. Le está diciendo la verdad, y puede demostrárselo.
Yo entorné los ojos. ¿De qué estaba hablando? ¿Cómo iba a demostrarlo? Clint asintió para animarme.
Yo carraspeé y me volví de nuevo hacia mi padre.
– Fue el ánfora lo que causó mi accidente, y más que eso. Fue la causa de que me transportaran a otro mundo y me intercambiaran por mi reflejo, la Encarnación de la Diosa Epona.
Él abrió unos ojos como platos, pero no me interrumpió.
– Así que la bruja que ha estado estropeándome la vida y la de mis amigos y mi familia durante estos seis meses no era yo.
– ¿Me estás diciendo que no has estado físicamente en este mundo?
Asentí.
– ¿Y que la mujer que dejó tu trabajo, se casó y acabó con un millonario y ha estado paseándose por todo el país en un jet no eras tú?
– Exactamente.
– Shannon, eso parece una locura.
– ¡Ya lo sé! Soy yo la que lo está viviendo, y a mí me parece ridículo.
Cerré los ojos y me froté las sienes al sentir una nueva oleada de náuseas y un súbito dolor de cabeza. Mi padre no iba a creerme.
Entonces, Clint me posó la mano en el cuello.
– Señor Parker… -dijo con calma-, es tarde y Shannon ha pasado por muchas cosas hoy. Tal vez sea mejor que nos vayamos a dormir y terminemos de explicárselo por la mañana.
– Tienes mal aspecto, niña -me dijo mi padre.
Yo abrí los ojos.
– Papá, Suzanna ha muerto.
Él dio un respingo.
– ¡La pequeña Suzanna! Dios santo, ¿qué es lo que le ha pasado?
Clint intervino.
– Es una parte de la historia, señor Parker. Por ahora le diremos que ha ocurrido esta misma noche, y que Shannon ha tenido que verla morir.
Su voz tenía un tono protector que me sorprendió.
Yo vi que mi padre lo miraba especulativamente.
– De acuerdo, hijo. Que nuestra chica se acueste.
Mi padre se acercó al sofá y me tomó de la mano para que me pusiera en pie. Me dio un abrazo y unas palmaditas en la espalda. Después me olisqueó.
– Dios santo, Bichito, hueles fatal.
– Lo sé -dije con tristeza.
Sin soltarme la mano, me llevó por el pasillo a mi habitación. Allí encendimos velas para iluminar, y después, él se volvió hacia Clint.
– Ésta es la habitación de Shannon. Tú puedes dormir en la cama que hay en la oficina, si te parece bien.
– Sí, señor.
Mi padre asintió y se volvió hacia mí de nuevo.
– Creo que todavía quedan algunas cosas tuyas en la cómoda, y supongo que habrá bastante agua caliente como para que puedas darte una ducha rápida. La necesitas. Mañana aclararemos todo esto.
Yo le di un abrazo y susurré:
– Te quiero, papá.
– Yo también te quiero, Bichito -respondió. Después se dio la vuelta y empujó a Clint hacia la puerta-. Ven conmigo, hijo -me dijo, cerrando la puerta con firmeza.
La típica actitud protectora de mi padre me hizo sonreír mientras rebuscaba en el primer cajón de la cómoda. Encontré unos de mis viejos vaqueros, un jersey y uno de mis camisones favoritos, que tenía un dibujo de Santa Claus metiéndose en una chimenea. Tenía un letrero que decía: Cómo saber si has sido realmente malo. Me lo había regalado una estudiante por Navidad.
– ¡Oh, qué estupenda visión! -suspiré, de pura felicidad, al encontrar un par de braguitas de color violeta, completas-. ¡Demonios, qué alegría poder librarme de esos malditos tangas!
Es asombroso lo poco que hace falta para hacerme feliz cuando estoy estresada.
Mi padre tenía razón. Quedaba agua suficiente para darse una buena ducha. El agua me calmó, y apenas me había puesto el camisón cuando comenzaron a cerrárseme los ojos. Apagué las velas de un soplido y me acosté. Dormí profundamente, sin soñar, durante horas, hasta que mi cuerpo consciente descansó y entré en el Paraíso de los Sueños.
Estaba charlando tranquilamente con Hugh Jackman, caracterizado de Lobezno, cuando noté que mi cuerpo ascendía y era succionado a través del tejado del rancho de mis padres. Flotar en aquel cielo del que caía tanta nieve fue una experiencia rara. Era como si los copos blancos estuvieran dentro de mí y a mi alrededor a la vez.
– ¡Aj! ¡Tengo ganas de vomitar otra vez! -dije.
«Respira, Amada».
Hice lo que me indicaba la diosa e inhalé el aire helado. Casi inmediatamente, el vértigo remitió. Me di cuenta, con algo de desconcierto, de que no sólo tenía más y más experiencia con el Sueño Mágico, sino que me sentía cómoda en él.
Miré hacia abajo y me quedé asombrada con el cambio de la tierra por debajo de mí. Era como una postal de Navidad de Colorado. Las tierras de papá estaban totalmente cubiertas de nieve. Junto al establo, los montículos eran casi de un metro de altura.
– Es precioso -susurré.
«No es natural, Amada», me dijo mi diosa.
– ¡Lo sé! -Respondí yo-. Nunca nieva así en Oklahoma.
«Es porque en este mundo ha entrado algo antinatural. Aquí está trabajando un demonio de verdad».
– Nuada -dije yo, como si el nombre fuera una maldición.
«Debes detenerlo».
– ¿Yo? ¡Si no sé cómo hacerlo!
«Debes conseguirlo, Amada. Tú eres la única que puede».
– ¿Cómo? En Partholon pude averiguarlo porque estaba rodeada de gente que entendía la magia. Ellos me ayudaron. ¡Y tú me ayudaste!
«Confías muy poco en ti misma, Amada».
Yo me alarmé al notar que la voz de la diosa comenzaba a desvanecerse.
– ¡No! ¡No te vayas!
«Tranquila. Los ancianos te guiarán… y el Chamán de este mundo…».
– ¡Epona! -grité-. ¿Qué ancianos? ¿Qué Chamán?
«Recuerda que eres la Elegida».
Y, como la niebla, se desvaneció.
Tragué una bocanada de aire y me incorporé bruscamente.
– ¡Mierda!
Me levanté de la cama y seguí hablando sola.
– Volver a Oklahoma debería ser una experiencia normal. Antes, Oklahoma era algo normal… incluso aburrido -comencé a vestirme y, mientras lo hacía, continué mi perorata-: ¡Pero no! En vez de eso estás embarazada, en mitad de una tormenta de nieve, y perseguida por un monstruo horrible. Y muerta de hambre, además.
Me callé al abrir la puerta de mi habitación, y me encaminé hacia la cocina. No iba a poder dormirme otra vez, y de repente, me apetecían mucho unos huevos revueltos, una tostada y beicon. Por lo menos, allí sabía dónde estaban las cosas.
Abrí un cajón donde se guardaba de todo y rebusqué las cerillas para encender la lámpara que había siempre sobre la mesa de la cocina.
– Aquí están -susurré.
– Podías haberte ahorrado la molestia. Creo que tu padre dejó las cerillas aquí, junto a la lámpara -dijo Clint, y me asustó tanto que di un respingo.
– ¡Demonios, Clint! ¿Qué haces ahí sentado a oscuras? -antes de que él pudiera responder, encendí la lámpara. Él se estaba llevando la taza a los labios-. ¿Y por qué no has dicho nada? Me has dado un susto de muerte.
– Parecía que tenías una misión. He pensado que era mejor quedarme aquí sentado, y no estorbarte.
– Mmm… ¿por qué estás despierto?
– ¿Y tú? ¿Has tenido uno de esos sueños?
– Sí.
– ¿Has visto a ClanFintan otra vez?
– No. Esta vez sólo he flotado por ahí, mientras mantenía una conversación con Epona -respondí, y después le dije-: Voy a hacer huevos revueltos y beicon para todo el mundo. No me digas que no tienes hambre.
– Me encantaría que me dieras de comer.
Nuestras miradas se cruzaron, y por el brillo de sus ojos, supe que su respuesta tenía doble sentido. Aparté la vista rápidamente.
– ¿Y qué te dijo tu diosa?
– Oh… -yo comencé a romper huevos en un cuenco-. Me dijo que el mal anda suelto, y que hay que detener a Nuada, y que los ancianos me ayudarán, y el Chamán de este mundo también, y que confiara en mí misma -le dije, batiendo como una maniaca-. Sin embargo, yo prefiero evitar el mal. No sé cómo detener a Nuada, no conozco a ningún anciano ni a un Chamán aquí, y creo firmemente que todo esto se me escapa de las manos.
Me di cuenta de que estaba conteniendo las lágrimas, lo cual sólo sirvió para enfadarme más. Quizá me hubiera librado de las náuseas matinales, pero tenía las hormonas descontroladas. Maravilloso.
Clint me agarró las manos para que dejara de batir los huevos frenéticamente. Apoyó la barbilla sobre mi cabeza e hizo que me apoyara en él.
– Estoy aquí. Tu padre está aquí. Entre los tres lo solucionaremos. Además eres la Elegida de Epona. No lo olvides.
– Eso es lo que me recordó ella -dije, dándome la vuelta para mirarlo a los ojos.
– Bueno, si no quieres hacerle caso a tu diosa, ¿vas a hacerme caso a mí? Después de todo, soy el reflejo de tu marido -sin darse cuenta, habló en un tono juguetón tan parecido al de ClanFintan que se me encogió el corazón.
– Sí, lo eres de verdad -respondí temblorosamente.
Él leyó el anhelo en mi cara, y su tono de broma se volvió serio al instante. Noté que se le cortaba la respiración. Entonces, me acarició con suavidad la barbilla y la mejilla, y me pasó la mano por la nuca. Yo me estremecí.
– Shannon, mi niña.
Aquella expresión cariñosa salió de sus labios justo cuando se inclinaba para besarme. El beso fue ligero y engañosamente casto. Apartó la cara para poder mirarme.
– Deja que te bese, Shannon.
– Acabas de hacerlo.
– Eso no ha sido un beso, mi amor -dijo él, con una sonrisa llena de promesas-. Déjame besarte, Shannon -repitió suavemente.
Yo quería que me besara. Lo necesitaba. Su sonrisa fue maravillosa cuando yo asentí.
Entonces, me abrazó, y yo me aferré a sus hombros. Nuestros cuerpos se unieron al mismo tiempo que nuestros labios. Sentí la pasión contenida en la tirantez de su cuerpo mientras Clint saboreaba mi boca. Dejé que nuestras lenguas se entrelazaran. Él jugueteó con la mía, exactamente igual que jugueteaba ClanFintan.
Aquel pensamiento fue como un puñetazo en el estómago. Me aparté rápidamente y salí de su abrazo.
– Yo… lo siento. No quiero… No, no es cierto. Sí quiero. Quiero sentir tus besos. Eres como él, y no puedo evitar desearlo. Pero estoy casada, y no contigo.
– Estás casada en otro mundo, Shannon, no en éste.
– ¿Y eso te importaría a ti? Si yo te perteneciera a ti, ¿no te importaría que me acostara con él, en este mundo o en el otro?
Su silencio fue toda la respuesta que yo necesitaba.
– Claro. Los hechos no cambian. Esté aquí o allí, sigo casada con otro hombre.
– ¿De qué estás hablando, Shannon? -preguntó de repente mi padre.
Clint y yo nos sobresaltamos culpablemente.
– Eh… Buenos días, papá.
– Será mejor que saques el beicon de la sartén -dijo mientras se sentaba frente a la silla de Clint-. Y sírveme un café, por favor.
Yo se lo serví.
– Gracias, Bichito -me dijo, y le dio un sorbo al café mientras yo vertía los huevos en la sartén. Cuando mi padre volvió a hablar, su tono era pensativo-. No puedo decir que entienda ni que me crea de verdad lo que me contaste anoche. Sin embargo, te conozco lo suficientemente bien como para saber que tú sí te lo crees. Y nunca has sido mentirosa, así que debe de haber algo de verdad en todo ello. Estoy dispuesto a escuchar con la mente abierta -dijo. Le dio otro sorbo al café y miró a Clint-. Pero primero quiero saber con quién demonios estás casada, y por qué es este hombre el que está aquí contigo, en vez de tu marido.
Yo removí los huevos en la sartén, y le hablé por encima del hombro, mirando hacia atrás.
– Estoy casada con un Sumo Chamán y guerrero, que también es el líder de su gente. Se llama ClanFintan. No está aquí conmigo porque existe en otro mundo.
– Has dicho que estás allí desde tu accidente. Eso fue hace seis meses. No creo que sea tiempo suficiente para conocer a alguien tanto como para casarse con él.
– Era un matrimonio arreglado. Me desperté en Partholon después del accidente y me encontré comprometida con él. Era una de las cosas de las que huía Rhiannon.
– ¿Rhiannon?
– Así se llama la mujer que se está haciendo pasar por mí -dije-. El desayuno está listo. Podéis serviros -añadí, mientras ponía en la mesa tres platos que saqué del armario.
Mientras desayunábamos, mi padre siguió haciéndome preguntas.
– Parece que te metiste en un lío, si esta tal Rhiannon huyó a otro mundo con tal de no casarse con ese tipo.
– No era sólo por eso -dijo Clint-. Rhiannon dejó su mundo porque era una cobarde, y porque quería el tipo de poder que atisbo en éste.
Mi padre masticó un poco, mirando a Clint especulativamente.
– ¿Y cuál es tu papel en todo esto?
– Yo traje a Shannon de vuelta a este mundo.
– ¿Tú? ¿Porqué?
Antes de que Clint pudiera responder, yo intervine.
– Para entenderlo, tienes que entender a Rhiannon, lo cual significa que debes escuchar toda la historia. -Estoy escuchando.
Yo sonreí y comencé a contarle la historia. Mi padre me prestó toda su atención y no me interrumpió, salvo por unas cuantas preguntas en cuanto a los centauros y su cambio de forma. Clint también escuchó atentamente. Aunque yo le había explicado algunas cosas de las que habían ocurrido en Partholon, nunca había oído la historia entera. Sólo lo que Rhiannon le había contado, desde su perspectiva.
Cuando terminé la narración, en el punto en que Clint había tirado de mí y me había arrastrado al claro del bosque sagrado, mi padre preguntó:
– Entonces, ¿dónde está Rhiannon?
– Bueno, no creo que esté en Oklahoma, pero sigue en este mundo -dijo Clint-. No sé por qué, pero sólo fui capaz de traer a Shannon, no expulsé a Rhiannon.
– ¿Y cuál es la conclusión?
– Que subestimé a Rhiannon, cosa que no va a volver a suceder.
– Y eso no es todo, papá -dije yo, y mi padre me miró de nuevo-. ¿Te acuerdas de esas fuerzas malignas que atacaron Partholon? Su líder, Nuada, o su espíritu, o lo que sea… está vivo. Y está aquí. Él provocó la muerte de Suzanna anoche.
– Explícame eso, Shannon.
– Nuada estuvo aquí anoche. Hizo que un coche atropellara a Suzanna y… -en aquel punto, se me quebró la voz, y tuve que tomar aire-. Pareció un accidente, pero Clint sintió su presencia, y sabemos que hizo algo con el coche. Y, papá, creo que va a venir aquí.
– ¿Aquí? ¿Por qué?
– Está obsesionado conmigo. Cree que soy yo quien lo llamó de entre los muertos. Yo no lo hice. No quiero tener nada que ver con él, por supuesto. Creo que su resurrección ha tenido algo que ver con un dios oscuro de Partholon. Y ha jurado que mataría a todos mis seres queridos de este mundo.
– Ya lo habías visto matar a mi reflejo en Partholon.
Asentí, conteniendo las lágrimas.
– Epona me ha advertido que este tiempo antinatural se debe a que Nuada está liberado en este mundo. La diosa dice que debo detenerlo… antes de volver.
– ¿De volver? -mi padre irguió la espalda-. Sé que te has encariñado con algunas de esas personas, pero ésta es tu casa, Shannon. Es tu sitio. Ya encontraremos la manera de enviar a Rhiannon de vuelta a su casa, para que se ocupe de sus responsabilidades.
– Papá, tengo que volver, y no sólo porque me necesiten. Quiero a ClanFintan.
– Bueno, ¿no me has dicho que Clint es su reflejo?
Yo asentí. Mi padre miró a Clint.
– Pues hasta un ciego se daría cuenta de que te quiere. ¿No es así, hijo?
– Sí, señor -respondió Clint.
– Y, por cómo os estabais besando en la cocina hace un rato, creo que tú también sientes algo por él, ¿no?
– Eso no tiene nada que ver, papá -respondí yo, ruborizándome.
– A mí me parece que sí. A mí me parece que tenemos que matar a ese tal Nuada y enviar a Rhiannon a su mundo de nuevo. Y tú tienes que quedarte aquí.
– Estoy embarazada, papá.
– ¿Eh?
– ¿Qué?
Los dos hombres hablaron a la vez. Yo suspiré.
– Estoy embarazada de ClanFintan. Tengo que volver.
– ¡Demonios, Shannon! -gritó Clint mientras se levantaba de la silla. Se alejó un par de pasos, como si quisiera darle un golpe a algo.
– ¿Estás segura de que estás embarazada, Bichito? -me preguntó mi padre con la voz ronca.
– Sí, papá.
– ¿Del centauro?
– Sí.
– ¿Y vas a tener sitio ahí dentro para todo eso? -me preguntó, mirándome fijamente.
– ClanFintan me ha dicho que voy a tener un bebé humano. Pero -añadí con una sonrisa-, dice que será muy buen jinete.
– ¿Eso dijo? -preguntó mi padre con una carcajada.
– Eso, y que él nació para quererme.
– Tienes que volver, Bichito. Ese niño necesita a su padre -me dijo entonces, mirándome con tristeza.
– Es una niña.
– ¿Cómo lo sabes?
– La Elegida de Epona siempre tiene una niña en primer lugar -le expliqué.
– Tu diosa y yo estamos de acuerdo en una cosa.
– ¿En qué?
Me cubrió la mano con la suya, curtida de trabajar.
– En que las hijas son regalos de los dioses -dijo. Los dos tuvimos que parpadear, con los ojos llenos de lágrimas. Después, él se levantó-. Tengo cosas que hacer. Os dejaré solos durante un rato, pero después me vendría bien que me ayudarais a llevar la comida a los animales, así que no tardéis mucho -dijo, y miró a Clint-. Esto cambia las cosas, hijo.
– Lo sé, señor -respondió Clint.
Mi padre asintió y después salió por la puerta de la cocina, que llevaba al garaje. Sin embargo, al instante volvió y miró fijamente a Clint.
– Ya sé por qué me resulta tan familiar tu cara -dijo, sacudiendo la cabeza-. Eres ese coronel del Ejército del Aire cuyo F-16 se estropeó justo por encima de Tulsa, y que se quedó en el aparato lo suficiente como para impedir que se estrellara en la ciudad y cayera en el río Arkansas. La historia salió en todos los periódicos. ¿No te acuerdas, Shannon? Fue hace unos cinco años.
Yo asentí y parpadeé como una boba. Me acordaba, pero no había reconocido a Clint.
Mi padre lo miró con las cejas arqueadas.
– Dijeron que por haber esperado tanto, fuiste eyectado demasiado tarde. Te rompiste la espalda, si mal no recuerdo.
– Recuerda bien -dijo Clint.
– Dijeron que fuiste un héroe.
– Sólo estaba haciendo mi trabajo.
Mi padre asintió con respeto.
– Hay botas altas en el armario. Antes de venir al establo, abrigaos bien. No quiero que mi nieta se enfríe.
Cerró la puerta de la cocina y me dejó a solas con Clint.
– Entonces, ése es el motivo por el que te duele la espalda -le dije.
– Sí.
– ¿Y te viene bien vivir en mitad del bosque?
– Sí. Es el único modo en el que puedo moverme. Cuanto más lejos estoy del bosque, más empeoro. Por eso no pude quedarme en Tulsa con Rhiannon cuando vino, y por eso no me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta mucho después.
– ¿Y ahora estás bien, o necesitas volver al bosque hoy?
– Puedo tolerarlo durante unos días, porque las tierras de tu padre tienen árboles que me dan algo de alivio. Es en la ciudad donde me debilito rápidamente.
– Bueno, avísame. No quiero ser la causa de…
Él me interrumpió con más tristeza que enfado.
– Podías haberme dicho lo del bebé.
Me encogí de hombros.
– No representa ninguna diferencia. De todos modos, habría querido volver, aunque no estuviera embarazada. Lo he dicho para que mi padre lo entienda con más facilidad.
– Para mí también es más fácil comprenderlo, pero quiero que sepas una cosa. Todavía quiero que te quedes. Si por algún motivo no puedes volver o decides no hacerlo, yo te querría, y te desearía. A ti y a tu hija.
– Gracias, Clint. Lo recordaré.
Me tomó la mano y me dio un beso en la muñeca. Yo la aparté, de mala gana.
– Vamos a lavar los platos del desayuno para ir a ayudar a mi padre.
– De acuerdo.
Cuando terminamos el trabajo, salimos de la cocina y, en el garaje, nos pusimos unos abrigos viejos, gorros, guantes, bufandas y las botas de goma, altas y de suela gruesa. Abrimos la puerta del garaje y entramos a un mundo completamente blanco.
Seguía nevando. Aquella mañana eran unos copos cristalizados que caían sobre los montículos brillantes que ya lo cubrían todo. El viento de Oklahoma soplaba con fuerza, y era lo único que me resultaba familiar de aquel tiempo.
Nos acercamos al establo, cuya puerta estaba abierta, y comenzamos a escuchar los ladridos de los perros, que salieron y saltaron hacia nosotros, intentando no resbalarse en la superficie helada de la nieve. A cada pocos pasos, alguno de los cachorros rompía con una pata la capa dura y tenía que luchar por no hundirse en la nieve que amenazaba con envolverlo.
Yo me asomé al establo y dije:
– Vaya, papá, ¿no tenías sólo tres perros hace seis meses? Aquí cuento cinco, creo.
– Sí -respondió mi padre, que apareció en la puerta con un cubo de pienso en las manos-. Mamá Parker se enamoró de la cachorrita marrón y del cachorro plateado hace dos meses. Se llaman Fawnie Anne y Murphy.
Clint y yo atravesamos la nieve y entramos en el establo junto a los perros. El maravilloso olor a alfalfa me envolvió e inhalé profundamente el olor del heno mezclado con el de caballo. El establo era grande y estaba bien diseñado. Había ocho boxes ocupados por yeguas, potros y un par de caballos de carreras muy elegantes. En el otro lado había pilas de heno que llegaban al techo. Junto al heno estaba la habitación de los arreos, de la que provenía olor a grano y a cuero.
– ¿Dónde están el resto de los caballos? -pregunté, mirando en el primer box, y acariciando el hocico de terciopelo que me saludó.
– En el prado. Estarán bien, siempre y cuando se mantengan juntos bajo el techado. Tienen heno suficiente para un par de días. Bichito, llénales los cubos de agua. Clint, pon heno en las cestas de los boxes. Yo voy a medir el grano -nos ordenó-. Después miró a Clint y añadió-: Si tu espalda te lo permite.
– Mi espalda siempre está dispuesta a trabajar en el campo -le aseguró Clint.
– Bien -dijo. Después, se dirigió hacia los perros-. ¡Vamos, fuera! ¡A estirar las piernas! Estáis demasiado en medio.
Todos hicimos lo que nos había dicho.
El establo se llenó con los sonidos amables de nuestras tareas y con los maullidos de algún gato que había entrado ahora que los perros habían salido, y que pedía algo de atención.
Al cabo de un rato, percibí un sonido extraño. Era una mezcla entre aullido y gemido. Parecía un grito de pánico, diferente a cualquier otro ruido de perro que yo hubiera oído nunca.
– ¿Qué demonios pasa? -preguntó mi padre, mientras se dirigía hacia la puerta del establo.
– ¡Clint!
Clint ya lo había oído. Dejó la bala de heno, y los dos salimos detrás de mi padre.
Fuera, el viento se había detenido por completo, pero la nieve caía con más fuerza. Los copos gruesos formaban una capa que lo oscurecía todo, salvo un velo de luz matinal.
Nos quedamos inmóviles, intentando localizar la dirección de la que provenía el ruido.
– Seguro que esos cachorros nuevos se han quedado atrapados en la nieve, y no saben salir.
El silbido agudo de mi padre atravesó el aire.
– ¡Fawn! ¡Murphy! ¡Venid, perrines! -dijo, y volvió a silbar.
De repente, aparecieron varios perros por la esquina del establo. Corrieron hacia mi padre, temblando y gimiendo.
– ¿Qué os pasa, cabezas de chorlito? -les preguntó mientras les acariciaba afectuosamente las cabezas.
– Papá, están aterrorizados -dije, y añadí-: Además, faltan dos.
– Esos dos cachorros… Deben de haberse quedado atascados en la nieve. Parece que los aullidos vienen del estanque. Voy a ir a sacarlos de donde estén.
Mi padre se encaminó hacia el prado, pero Clint lo detuvo.
– Un momento -dijo-. Allí hay algo.
– Habla con claridad, hijo -le ordenó mi padre.
Clint me miró.
– ¿Lo sientes?
– Sí -respondí.
Sentía terror.
Los aullidos frenéticos se intensificaron. Nos llegaban desde el prado que había al este del establo, donde había un estanque grande con mucha agua para los caballos, y muchos peces para cualquier vecino que quisiera echar una caña de pescar.
– Bueno, pues esa cosa les está haciendo algo a mis perros, y eso me cabrea. Shannon, el rifle está en la sala de arreos, donde siempre. Y está cargado, así que ten cuidado.
– Nos quedamos juntos -oí que le decía Clint a mi padre mientras yo me alejaba hacia el establo en busca del rifle.
– Entonces, será mejor que protejas a Shannon.
– Señor, Shannon tiene mucho más poder dentro de sí que el que tiene el rifle.
Yo le entregué el rifle a mi padre mientras él murmuraba una respuesta a Clint. Los tres caminamos sobre la nieve hacia el estanque, que estaba cubierto de nieve. Durante todo el tiempo, seguimos oyendo aquellos horribles aullidos.
– ¡Fawn! ¡Murf! ¡Venid aquí! -volvió a gritar mi padre.
A los pocos instantes llegamos a la orilla oeste del estanque, y vimos con espanto que los dos cachorrillos estaban flotando en un charco oscuro de agua que se había abierto en el hielo en el centro de la superficie del agua. Apenas se les veía la cabeza mientras luchaban por mantenerse a flote. Cada pocos segundos, alguno emitía un aullido de miedo, y trataban desesperadamente de aferrarse con las garras al borde del agujero para poder salir. Sin embargo, no encontraban asidero y volvían a caer al agua helada.
– Oh, Clint. Es horrible.
Toda mi atención estaba centrada en los perros, pero de pronto vi a una figura moviéndose por encima del hielo hacia el agujero. Era mi padre. Se había tumbado sobre el estómago y estaba acercándose a los animales arrastrándose como un cangrejo.
– ¡Papá! -grité. Clint y yo hicimos ademán de seguirlo.
– ¡No os mováis! -ordenó mi padre, pero él siguió avanzando.
– ¡Para, papá! ¡El hielo se va a partir y te vas a caer! -grité con un sollozo.
Mi padre no respondió, y siguió avanzando. Yo oía que les estaba hablando de un modo tranquilizador a los cachorros, que respondieron reduciendo sus aullidos de temor a gemidos.
Entonces, noté que mi cara se quedaba sin color. Vi que el agua se ondulaba y se movía con una vida oscura y propia. Primero chapoteó ávidamente hacia la perra marrón, y engulló su cabeza con un sonido aceitoso. La cabecita marrón no reapareció.
– ¡Fawn! -gritó mi padre.
Después, el agua chapoteó hacia el cachorro plateado.
– Es Nuada. Está ahí -dijo Clint. Yo lo miré. Estaba rodeado por su aura azul, que brillaba como un zafiro-. Ve hacia los árboles que rodean el estanque, Shannon.
Señaló un enorme sauce cubierto de nieve, cuyas ramas colgaban sobre la superficie congelada del agua, como si fueran el pelo de un gigante en descanso.
– Permanece tocando el árbol, y estáte preparada.
Yo no le pregunté para qué. Fui todo lo rápidamente que pude hacia el tronco del árbol. Antes de llegar, oí a mi padre de nuevo:
– ¡Murphy! ¡No!
Entonces, un espantoso crujido atravesó el aire. Yo me tropecé y caí entre la cortina de ramas, pero me ayudé de la corteza áspera del tronco del sauce para levantarme. Me di la vuelta y vi a mi padre hundiéndose por una grieta del hielo, sumergiéndose lentamente en el agua helada.
– ¡Papá!
Vi con impotencia cómo luchaba contra el peso del agua y de su ropa. Dio un puñetazo en el hielo grueso que lo rodeaba, intentando hacer un agujero del que poder agarrarse, pero se cortó la mano y de su palma comenzó a brotar sangre.
Y el agua negra chapoteó hacia su cuello.
– ¡Shannon! -gritó Clint.
Se había colocado a un lado de la orilla, justo enfrente de mí. Estaba de lado, con los brazos extendidos en cruz, como si fuera Jesucristo. Con uno de los brazos me señalaba a mí, y con el otro señalaba a mi padre.
– Pídele el poder al árbol, y úsalo para enviarme tu energía, como hiciste en el bosque sagrado, cuando se tocaron nuestras manos.
Yo di un paso atrás para que todo mi cuerpo estuviera pegado al tronco del viejo sauce.
«Bienvenida, Amada de Epona».
– Oh, ¡ayúdame! -le pedí con un sollozo.
«Estamos aquí para ti, Elegida, pero debes tener el valor de pedirnos el poder».
¿A ellos? ¿De qué estaba hablando? Me di la vuelta y vi que las ramas del sauce estaban entrelazadas con las del árbol más cercano, y las del más cercano con el siguiente, y así sucesivamente, formando una cadena viviente de sauces, una autopista de ardillas.
– ¡Vamos! ¡Shannon! -la voz de Clint tenía un tono de desesperación.
Yo cerré los ojos con fuerza, y pensé sólo en el calor, en canalizar aquella energía. De repente, sentí aquel calor latiendo contra mi espalda. Entonces me concentré en Clint y vi su espectacular aura. Entonces el calor fue lo único que me ocupó la mente, tomé la energía que me estaba invadiendo y la reuní en mis dedos, como si estuviera formando una bola de fuego.
– ¡Sí, Shannon! ¡Bien hecho!
Tomé aire y me relajé en aquella sensación de energía ilimitada que había detrás de mí.
– Soy la Elegida de Epona.
Mi susurro fue recogido por las ramas del sauce, que comenzaron a mecerse, aunque no corría una brizna de viento. Sentí la energía cada vez más intensa, y me imaginé que la tenía en la palma de la mano como una circunferencia brillante. Entonces, con un movimiento rápido, la lancé hacia donde sentía el aura de Clint.
Abrí los ojos. Había un rayo de luz blanca, plateada y pura, que salía de mis manos. Aquel relámpago se dirigió hacia Clint, y cuando lo recibió, el hielo que había bajo sus pies comenzó a relucir con una luminiscencia sobrenatural, que se extendía con cada uno de sus pasos. El resplandor que rodeaba a Clint hizo que la oscuridad que había alrededor de la grieta del hielo fuera mucho más evidente, más obscena.
Una ola pasó por encima de la cabeza de mi padre, y él desapareció bajo la superficie.
Clint reaccionó al instante.
– ¡Más, Shannon! -gritó.
Yo me sentí como si me arrancaran el alma. Apreté los dientes y presioné la espalda contra el tronco del árbol.
– ¡Soy la Elegida de Epona, y necesito vuestro poder!
En aquella ocasión no susurré, sino que grité, y la respuesta fue rápida. Me llegó en forma de columna brillante, que salió de mis manos y envolvió a Clint de un modo que hizo resplandecer con tanta intensidad su aura de zafiro que tuve que parpadear.
La mano ensangrentada de mi padre era lo único que se veía por encima del agua. Clint se agarró a ella, y el fuego azul se extendió por todo su brazo hacia el agua, encendiendo una llama etérea. Salió un grito de agonía desde las profundidades del estanque, y de repente, el cuerpo de mi padre fue vomitado de la superficie oscura. El aura azul de Clint se expandió para abarcar a mi padre.
Yo quería correr hacia ellos para ayudar a Clint a arrastrar a mi padre a tierra firme, pero Clint debió de sentir que el poder que yo le transmitía se debilitaba, porque se volvió hacia mí y me gritó:
– ¡Quédate ahí! Sigue enviándome poder. Yo me ocuparé de tu padre.
Obedecí, intentando mantenerme concentrada en ser un conducto de aquella energía antigua, y Clint se arrodilló junto a mi padre, que estaba inmóvil, y comenzó la reanimación para una víctima de ahogamiento.
Mi padre no había estado mucho tiempo bajo el agua, pero a mí se me nubló la visión por las lágrimas mientras esperaba. Me parecía que pasaba una eternidad antes de que mi padre tosiera, y después vomitara bocanadas de agua del estanque. En cuanto comenzó a respirar por sí mismo, Clint se lo echó al hombro con un movimiento suave. Después caminó hacia mí desde el estanque, tambaleándose bajo el peso considerable de la forma inerte de mi padre.
– ¡Tenemos que llevarlo al médico, Shannon! ¡Vamos! -me dijo con la voz ahogada.
Rápidamente, yo le acaricié el tronco al sauce.
– Gracias por salvarle la vida -le dije.
«Ha sido un verdadero placer, Amada de Epona». La respuesta fue un suave eco que resonó en mi mente mientras yo seguía a Clint.
Sin dudarlo, tomé la mano libre de Clint para transmitirle fuerza y calor. Mi palma ardió cuando la energía pasó de él a mí.
– No -jadeó él. Estaba muy pálido, y tenía una expresión de dolor-. Guárdala para él. Yo estoy bien.
Yo lo solté, de mala gana, y ambos volvimos al establo.
Los tres perros que habían sobrevivido estaban callados y quietos cuando entramos. Clint dejó a mi padre, con sumo cuidado, sobre una pila de heno. Le envolvió la mano con mi bufanda, y para cuando yo volví del cuarto de arreos con unas cuantas gualdrapas, él ya le había quitado el abrigo y el jersey mojados.
– Tápalo y habla con él mientras traigo el Hummer. Ahora es el momento de que compartas el poder curativo de los árboles.
Yo asentí, y comencé a tapar a mi padre con las mantas. Sentí terror al ver que tenía la piel de un color gris azulado, y que estaba inmóvil. Le tomé la mano sana, y me concentré en transmitirle todo el calor que el sauce me había regalado. Noté el cosquilleo caliente en la palma.
– Papá, ¿me oyes? -con el borde de una de las mantas, comencé a secarle el pelo-. Por favor, papá, tienes que despertarte.
Le temblaron los párpados, y por fin, abrió los ojos. Sin embargo, tenía una mirada rara, vidriosa.
– ¡Papá!
– ¿Bichito? -preguntó, con un hilo de voz.
– Soy yo. Estás bien.
– ¿Y los cachorros?
Yo negué con la cabeza.
– No se pudo hacer nada.
– Mamá Parker se va a disgustar mucho.
Cerró los ojos de nuevo, y yo le apreté la mano frenéticamente para que no se desvaneciera. Él me devolvió la presión, y yo recuperé el aliento.
– Ahora te creo -me susurró-. Creo lo de Partholon. Te creo.
Oí el rugido del Hummer. Clint apareció un instante después y volvió a cargar con mi padre sobre su hombro. Lo tendió en el asiento trasero del vehículo, con un gesto de dolor, y me habló con una autoridad calmada.
– Shannon, ve detrás con él. Sigue transmitiéndole toda la energía que puedas, pero no te debilites tú misma como hiciste en el bosque sagrado. Ya no tendrás muchas oportunidades de recargarte.
– ¿Y tú?
– Ya nos preocuparemos por mí más tarde.
Se sentó tras el volante y me dijo:
– Agárrate, va a ser un viaje rápido.
Clint arrancó el motor, giró el volante y se dirigió rápidamente hacia la carretera.
– ¿Qué tal está la mano? -me dijo después de unos segundos, mirándome por el espejo retrovisor.
Mi padre tenía posada la mano herida sobre el pecho. Yo estaba sentada a su derecha, así que me incliné hacia él.
– Deja que te vea, papá.
Él emitió un gruñido de dolor, pero me lo permitió. Tenía la bufanda empapada en sangre, que ya estaba goteando sobre las gualdrapas.
– Sigue sangrando -le dije a Clint.
– Toma -me dijo, quitándose la bufanda del cuello-, envuélvele la herida con esto y presiónasela. Tiene un corte profundo.
– Lo siento, esto te va a doler -le dije a mi padre. Después le envolví la mano, até la bufanda y apreté con fuerza, transmitiéndole más calor. Mi padre cerró los ojos.
– ¡Mierda! -dijo entre dientes-. Era mejor cuando no la sentía.
– Por lo menos tu voz suena mejor.
– Sí, y voy a emplearla para soltar una retahila de juramentos. Esa maldita cosa estaba ahí. Era parte del estanque.
– Lo sé. Aquí no está completamente formado, como estaba en Partholon. Su cuerpo es más líquido y tenebroso.
– Es malvado. Lo sentí.
Yo asentí y seguí concentrada en transmitirle la energía a mi padre.
De repente, quiso incorporarse, y yo tuve que sujetarlo para que se estuviera quieto.
– ¡Esa cosa sigue ahí, con el resto de los animales!
– Señor -dijo Clint rápidamente-, lo hemos detenido, al menos temporalmente. Y no creo que Nuada quiera atacar a un animal a menos que éste tenga valor para una persona. Se sirvió de los cachorros para atraerlo a usted. Ahora que nos hemos ido, no tiene motivo para perseguir a los animales.
Mi padre se relajó un poco.
– Tiene un objetivo -le dije yo-. En este momento está centrado en toda la gente a la que quiero.
Mi padre asintió.
– Tiene sentido, si es que alguna cosa de todo este embrollo tiene sentido -dijo, mientras le castañeteaban los dientes-. ¿Cómo pudo creer esa cosa que tú lo llamaste para que viniera aquí?
– No lo sé, yo no… A menos que lo haya llamado otra persona.
Clint me miró por el espejo retrovisor y asintió, comprendiéndolo todo al mismo tiempo que yo.
– Lo llamó Rhiannon -dije.
– ¿Y por qué ha hecho eso?
– Es mala, papá. Bres, su seguidor, practicaba la magia negra. Me lo dijo Alanna. Y ClanFintan me habló de un horrible dios maligno, y de cómo la gente del Castillo de la Guardia había empezado a adorarlo. Tal vez Rhiannon se abriera al mismo mal sin entender de verdad las consecuencias. Tal vez ni siquiera fuera ésa su intención, pero lo que estuviera haciendo despertó a Nuada de entre los muertos. Tú dices que ella intentaba que la ayudaras, ¿no?
– Sí -respondió Clint-. No dejaba de decirme que entre los dos podíamos controlar el poder del bosque.
– Es como si el poder de los árboles se amplificara si yo te lo transmito. Yo no lo entendí hasta que lo vi, pero Rhiannon tiene mucha experiencia con la magia, y seguramente, en el mismo momento en que te vio, lo supo -dije, pensando en el aura azul zafiro de Clint-. Sin embargo, como tú no le permitiste que te usara, necesitaba encontrar a otra persona que sí se lo permitiera.
– O a algo -matizó Clint.
El Hummer rebotó en un bache, y a mi padre se le escapó un gruñido de dolor que terminó en las palabras:
– ¿Y cómo puede pensar alguien que es capaz de controlar el mal?
– Ella está acostumbrada a mandar en su mundo, y cree que lo puede dominar todo.
– ¿El hospital de Broken Arrow está en Elm Street?
– Sí -dije yo débilmente-. Al final de la calle.
– ¿Cómo se encuentra, señor Parker?
– Mejor, hijo. Mejor.
Yo tuve que admitir que cada vez estaba más fuerte.
– Suéltale la mano, Shannon -me ordenó Clint.
– ¿Qué? -yo había oído las palabras, pero me costaba entender lo que significaban.
– Señor, Shannon tiene que soltarle la mano. Ha usado todo el poder que le ha transmitido el sauce, y ahora está compartiendo su propia energía con usted. No es bueno para ella, ni para el bebé.
Eso hizo que saltaran todas las alarmas de mi mente, pero no podía hacer que me respondiera la mano. Afortunadamente, mi padre sí reaccionó.
– Vamos, nena, suéltame. Yo ya estoy bien. Vamos a cuidar a mi nieta.
Se soltó de mi mano y me dio unas palmaditas. Yo intenté sonreír, pero no pude.
– Shannon, ¿estás bien? -me preguntó Clint, mirándome con preocupación por el espejo retrovisor.
Yo intenté decir que sí, que no me ocurría nada, pero sólo pude soltar un resoplido.
Mi padre me tocó la frente con la mano ilesa, mientras soltaba una imprecación por el dolor que aquel movimiento le causaba en la otra mano.
– ¿Qué demonios le pasa? -le gritó a Clint-. Está helada. Hace un minuto estaba perfectamente.
– Ya estamos en el hospital -dijo Clint, mientras entraba con el Hummer en el callejón de Urgencias del hospital. Salió del coche y abrió la puerta para sacar a mi padre. Lo llevó hacia la entrada de Urgencias en un segundo.
– ¡Ayuda a Shannon primero! -le dijo mi padre a Clint, con debilidad.
– La ayuda que ella necesita no está entre estas paredes.
Los dos desaparecieron por las puertas de cristal eléctricas, y yo apoyé la cabeza en el respaldo del asiento. Estaba muy bien allí sentada. Respiré profundamente y me pregunté por qué tenía tanta opresión en el pecho. Quizá sólo tuviera que dormir un poco. Seguramente necesitaba descansar…
– ¡Shannon! ¡Maldita sea! ¡Despierta!
El grito de pánico de Clint me hizo abrir los ojos. Él me sacó de la parte trasera del Hummer y me llevó en brazos a través del aparcamiento, sacudiéndome con firmeza.
– ¡Shannon! ¡No te desmayes!
Antes de que pudiera cerrar los ojos de nuevo, me dejó sobre el suelo y me empujó para que apoyara la espalda contra un árbol. Con una de las manos me sujetó por el hombro, firmemente. Valiéndose de los dientes, se quitó el guante y apretó la palma de la mano contra la corteza.
– ¡Por favor, ayúdala! -susurró.
«¡La Amada de Epona!», gritó una vocecita en mi mente, joven y emocionada. Al instante, comencé a sentir un cosquilleo en la espalda, que me extendió el calor por todo el cuerpo.
Cerré los ojos, no porque fuera a perder el conocimiento, sino porque estaba saboreando el regreso de las sensaciones a mi cuerpo. A los pocos minutos, abrí los ojos.
– Te dije que no te agotaras -dijo él.
– Me resulta difícil distinguir cuándo es suficiente -dije-. Cuando me di cuenta de lo que estaba pasando, ya estaba…
– ¿Casi muerta? -terminó él con sarcasmo.
– No, casi inconsciente.
Él soltó un resoplido por la nariz, algo tan parecido a lo que hacía ClanFintan que me eché a reír.
– ¿De qué te ríes?
– De ti -respondí. Comencé a ponerme en pie, y Clint me ayudó-. Estaba pensando que serías un centauro estupendo.
Me abrazó, y yo me permití el lujo de apoyar la cabeza en su pecho.
– A mí no me gustan los caballos, mi niña.
– Los centauros no son caballos.
– Están muy cerca de serlo.
– ClanFintan se molestaría mucho si te oyera decir eso.
– Dile que venga y que lo discuta conmigo -respondió él, y yo percibí una sonrisa en su voz.
– Quizá lo haga.
– Bueno. Aquí en Oklahoma sabemos cómo manejar a los caballos. Estoy seguro de que será un poni estupendo.
Yo me eché a reír y lo empujé.
– Eres horrible.
Miré al árbol en el que me había apoyado y vi que era un pequeño peral. No debía de tener más de cinco años. Asombrada, me quité ambos guantes y apoyé las manos y la frente en su tronco.
– Gracias por tu ayuda, pequeño.
«¡Oh, Amada! ¡Ha sido un placer!», dijo su vocecita, que me rebotó en la cabeza de un modo doloroso.
Yo me estremecí, pero disfruté de la intensidad exuberante e infantil del joven peral.
– Que la Diosa te bendiga y te haga alto y fuerte.
Le acaricié la corteza a modo de despedida y me pareció sentir que temblaba como un cachorrillo bajo mis manos.
– Vamos a ver a mi padre -dije.
En el mostrador de Urgencias, la enfermera nos indicó dónde podíamos encontrar a mi padre. Nos dirigimos hacia la habitación número cuatro de la zona de Observación, y nos lo encontramos tumbado en una cama, un poco incorporado por la cintura. Tenía una vía de suero puesta en el brazo izquierdo, y la mano derecha apoyada sobre una mesita elevada junto a la cama. La mano descansaba sobre una tela azul, que ya estaba teñida de sangre. Con sólo mirarla, tuve que tragar saliva. Estaba abierta de modo que parecía una patata asada. Lo miré a la cara. Tenía un horrible arañazo en el lado izquierdo de la frente, y el golpe ya comenzaba a mostrar colores rojos y morados. Estaba muy pálido.
Un enfermero estaba rebuscando entre algunos frascos y cajones que había en un armario, al otro lado de la habitación. Nos saludó amablemente con un gesto de la cabeza.
– ¿Cómo estás, papá?
Le tomé la mano sana con cuidado de no mover ninguno de los tubos.
– Bien, bien -dijo él, con algo de brusquedad-. Estos idiotas quieren darme morfina, y yo les digo que me pongo tonto con esa cosa -me explicó, y después alzó la voz para que lo oyera el enfermero-. Demonios, jugué al fútbol contra Notre Dame en el año sesenta, con un brazo roto. Les dimos una buena. Sólo tienen que darme unos cuantos puntos y dejarme volver a casa.
El enfermero se dio la vuelta y fulminó a mi padre con la mirada. Tenía una terrible jeringuilla en una mano. La otra la tenía en la cintura. Su voz fue muy agradable, pero su tono decía que ya estaba cansado de las heroicidades de mi padre.
– Mire, señor, entiendo que es usted un hombre guapo y musculoso, pero sus días de jugar al fútbol con un brazo roto pasaron hace cuarenta y tantos años -dijo, y parecía que aquella discusión llevaba desarrollándose ya un buen rato.
Mi padre abrió la boca, y yo intervine antes de que las cosas fueran a peor.
– Papá, por favor, deja que te pongan la inyección. Creo que no puedo verte sufrir más -le dije. Después me incliné hacia él y añadí-: No me hagas llamar a mamá Parker. Ya sabes lo que va a decir ella.
Los dos sabíamos que yo lo había amenazado con sacar el armamento pesado, y él me miró con miedo.
– No hay por qué molestarla -dijo, y me apretó la mano. Después le gruñó al enfermero-: Adelante, póngame esa maldita inyección. Pero sólo esta vez.
– Gracias, muchas gracias -dijo el enfermero, y con una expresión de exasperación, le puso la inyección a mi padre.
En aquel momento, apareció la cirujana, la doctora Athena Mason. Era una mujer atractiva de mediana edad cuya voz y actitud infundían confianza. Tenía el cuadro de resultados de mi padre, y después de saludarnos, examinó la mano herida. Mi padre asintió, y ella me contó cuál era la situación.
– Su padre ha sufrido un daño grave en los nervios de la mano. Con la cirugía, probablemente recuperará el ochenta por ciento de la movilidad. Sin la operación, no podrá sujetar objetos ni tendrá sensibilidad por debajo de la muñeca. Él y yo hemos llegado a la conclusión de que el mejor tratamiento es la cirugía.
– ¿Y estará bien? -pregunté yo, un poco mareada.
– Sí -ella me sonrió para darme seguridad-. Puedo operarlo inmediatamente. Si esperan fuera, prepararemos a su padre. Los llamaré para que entren de nuevo antes de llevarlo al quirófano.
Yo le di a mi padre un beso rápido y salí con Clint a la sala de espera. Nos acercamos a la máquina de café y sacamos un té. Al poco rato, se acercó una enfermera y nos avisó de que podíamos entrar a ver a mi padre.
– Gracias -le dije.
Una enfermera vestida para entrar al quirófano estaba sacando la camilla de mi padre al pasillo. Se detuvo.
– La doctora está esperando -nos dijo.
Yo asentí y, rápidamente, le di un beso a mi padre en la frente. Tenía muchos tubos clavados en diversos lugares. Le habían puesto una especie de tienda de campaña diminuta alrededor de la mano, como si fuera un cuerpo muerto que había que ocultar. Aquel pensamiento me asustó. Intenté sonreír alegremente.
– Todo va a salir muy bien, papá. No te preocupes por nada.
– Hola, Bichito. Esta morfina me ha puesto muy tonto -me dijo, arrastrando adorablemente las palabras-. Creo que he estado flirteando con esa enfermera -añadió, y soltó una risita.
Yo me eché a reír y le besé la mejilla.
– Ahora ya sé por qué no querías morfina.
– Exacto -dijo él, y miró a Clint-. Cuida de nuestra chica, hijo.
– Sí, señor.
– Oh, y no te preocupes por mamá Parker. La he llamado. Su cuñado le está poniendo las cadenas en el Buick. Llegará antes de que estos carceleros me suelten.
– Se va a enfadar contigo -le dije con una sonrisa.
– Lo sé -me respondió.
– Ya es la hora, señor Parker -dijo la enfermera, y continuó empujando la camilla.
– Te quiero, papá.
– Yo también te quiero, Bichito.
Las puertas del ascensor que subía al quirófano se cerraron silenciosamente. Clint me siguió mientras yo caminaba hacia la sala de espera con desánimo. Miré el reloj, y me di cuenta, con asombro, de que había pasado el mediodía.
La enfermera de Urgencias estaba en su mostrador.
– La doctora ha dicho que seguramente su padre estará en quirófano unas dos horas.
Yo le di las gracias.
– Creo que tengo hambre -le dije a Clint.
Él asintió.
– Seguramente te vendrá bien comer algo.
– Pero no quiero comida de hospital -respondí yo con la nariz arrugada.
La enfermera intervino.
– Hay un Arby al final de esta calle, y está abierto pese a la nevada. Todo un turno de personal nos quedamos aquí atrapados cuando cambió el tiempo, y en el restaurante están cocinando como locos -añadió, encogiéndose de hombros-. A las enfermeras tampoco nos gusta la comida de hospital.
– Un Arby está muy bien -respondió Clint-. Muchas gracias.
– ¿Quiere que le traigamos algo? -me ofrecí yo.
– Oh, no. Ya hemos ido -dijo la enfermera. Después cerró la ventanilla y se despidió de nosotros agitando la mano a través del cristal.
Yo tomé del brazo a Clint y salimos a la calle. El Hummer estaba en el aparcamiento de Urgencias. Su motor arrancó y rugió como el de un coche de carreras. A los pocos minutos estábamos en el Arby, y antes de salir del coche, me volví hacia Clint y le di un beso en la mejilla. Él me abrazó y me besó la cabeza antes de soltarme.
– Vamos. Las dos tenéis que comer.
– No hay nada como un sándwich gigante del Arby con extra de salsa, una ración de patatas fritas grande y una Pepsi light.
De vuelta a la sala de espera del hospital, yo chasqueé con la lengua con agrado y sorbí por la pajita las últimas gotas de líquido.
– Ahora que ya no tengo tantas ganas de vomitar, la comida me sabe muy bien.
Clint me miró divertido.
– Madre mía, ¡sí que comes!
Yo me di unas palmaditas en el estómago y asentí.
– Sí, comemos mucho.
– ¿Te sientes mejor?
– Asombrosamente mejor -dije con una sonrisa.
– ¿Y estás preparada para hablar de nuestro plan?
– ¿Tenemos plan? -pregunté, sorprendida.
– Si no lo tenemos, deberíamos.
– Bueno, sé lo que no quiero hacer.
– Es tan buen lugar para empezar como cualquier otro. Vamos a decidir lo que no queremos hacer y planearemos desde ahí -dijo.
Su tono era de militar a cargo de la operación, y yo le di las gracias a mi diosa de que uno de los dos supiera lo que estaba haciendo.
– No quiero volver a casa de mi padre -dije en voz baja-. No podría soportar acercarme al estanque de nuevo.
– Estoy de acuerdo. No sería seguro, aunque estén los árboles para ayudarte. Son poderosos, sí, pero para matar a Nuada necesitas el poder que sólo pueden transmitirte los ancianos robles del corazón del bosque sagrado.
– Si es que se le puede matar. Se supone que está muerto.
– Entonces, tenemos que enviarlo de vuelta a la oscuridad.
Hablaba con una confianza que yo no sentía. Y sin querer, no dejaba de preguntarme cómo encajaba el dios Pryderi en todo aquello. Luchar contra Nuada resucitado ya era horrible. Luchar contra un maligno dios antiguo podría ser…
– Debemos encontrar a Rhiannon y conseguir que nos diga qué demonios está pasando.
– Quieres decir qué demonios ha hecho -me corrigió Clint.
Asentí.
– ¿No te dejó un número de teléfono, ni una dirección donde dar con ella?
– Lo intentó, pero yo no lo acepté. No quería tener que volver a verla. Había dejado una mancha de suciedad en todos los lugares de mi vida que había tomado. Necesitaba estar limpio de ella.
– ¡Eso es…! -dije, dándome una palmada en la frente-. ¿Cómo no lo había pensado antes? No necesitamos el teléfono de Rhiannon, porque ella está conectada conmigo. ¿No recuerdas que dijiste que ella y yo tenemos las mismas auras? Seguramente, tú solo podrías llamarla con ayuda del bosque sagrado, pero imagínate qué tipo de mensaje podríamos enviarle los dos juntos con el bosque.
– Sería algo que no podría ignorar -respondió Clint con una sonrisa.
– Y si pasa por alto nuestra primera invitación, seguiremos invitándola, e invitándola, e invitándola…
– Se va a enfadar mucho. Lo verá como un reto.
– Muy bien. Eso es, en realidad.
Miré el reloj. Eran más de las cinco de la tarde. Fuera, el cielo se había oscurecido por completo. De nuevo, la noche. Al recordar el viaje largo que nos esperaba hasta el bosque, suspiré de cansancio.
– Esta noche no -dijo Clint, leyéndome el pensamiento-. Vamos a esperar hasta mañana. Nos aseguraremos de que tu padre está bien y de que tu madrastra está de camino. Y viajaremos durante el día.
Poco después, la doctora Mason apareció en la sala de espera.
– Su padre ha salido perfectamente de la operación. Había más daños de los que yo había pensado al principio, por eso hemos tardado más de lo que esperaba.
– ¿Pero podrá usar la mano de nuevo?
– Le llevará varios meses de rehabilitación, pero sí, podrá entrenar a sus caballos de carreras y manejar el heno.
Mi padre debía de haber hablado un poco.
– ¿Puedo verlo?
– Está sedado y agotado a causa de la hipotermia, así que ahora está dormido -nos dijo la doctora. Después se sacó un papel del bolsillo y me lo entregó.
– Su padre me pidió que le diera este número de teléfono, y que le dijera que llame a su vecino para que dé de comer a los animales. Y quería que le dijera que no vayan a su casa. Parecía que estaba muy preocupado por si tenían algún tipo de accidente allí.
– Gracias, doctora. Por favor, ¿podría decirles a las enfermeras que tranquilicen a mi padre, y que le expliquen que Clint y yo vamos a quedarnos en un hotel de la ciudad? Después llamaré al mostrador de enfermeras y les daré el número del hotel.
– Muy bien. Su padre estará muy bien mañana, podrá levantarse con normalidad -nos dijo, y asintió amablemente para despedirse-. Conduzcan con cuidado.
– Gracias, doctora -dijo Clint, y tomó el número de teléfono de mi mano-. Hay un teléfono junto a la máquina de café. Voy a llamar al vecino…
– Seguramente, se refiere a Max Smith -dije yo.
– Al señor Smith, entonces, para decirle lo que ha pasado. Es decir, una versión edulcorada de lo que ha ocurrido.
– Te espero aquí -dije yo.
Él asintió y yo me permití el lujo de mirar la figura fuerte de su cuerpo mientras se alejaba. Hombros anchos, cintura estrecha, trasero prieto, piernas largas y fuertes.
Clint miró hacia atrás y me sorprendió observándolo.
– ¿Querías algo, mi niña? -me preguntó con una sonrisa.
– No, sólo estaba, eh… pensando -tartamudeé.
Me ruboricé y me di la vuelta. Él se alejó riéndose por el pasillo.
Volvió en pocos minutos, convenció a una enfermera para que le diera el número directo de la Unidad de Cuidados Intensivos y después me levantó de la silla por el codo. Antes de que yo tuviera tiempo de sentir frío, me había colocado en el asiento del pasajero del Hummer y estábamos en la carretera.
– ¿Por dónde se va al hotel más cercano? -me preguntó, mientras ajustaba la calefacción.
– Supongo que tú no sabrás lo que pasó con mi piso, ¿verdad?
Pensé que si Rhiannon no lo había vendido, podríamos quedarnos allí. Yo siempre dejaba una llave escondida fuera, así que entrar no sería un problema. Con melancolía, pensé que pasar la noche en mi casa sería lo más fácil.
– Eh… fue unas de las primeras cosas que encargó a su magnate del petróleo. Si no recuerdo mal, él lo vendió muy rápidamente.
– Qué maldita bruja -susurré yo-. Ve hacia el norte, y justo antes de llegar a la autopista, encontraremos un par de hoteles.
Clint asintió y el Hummer siguió recorriendo la carretera helada. Yo me quedé callada y dejé que se concentrara en el corto trayecto. Las calles estaban desiertas, y las farolas emitían halos de luz fantasmal.
Cuando llegamos al hotel Luxury Inn, Clint se bajó y entró hacia la recepción. Sin embargo, volvió al poco tiempo y me dijo que estaba completo. Así pues, continuamos nuestro camino hasta el hotel siguiente, el Best Western, situado en Kenosha. Allí les quedaba una habitación libre en el tercer piso. Cuando entramos, percibí el olor a moqueta limpia y a madera nueva. Estaba decorada con gusto, en colores azules y beige, y con un papel floral en las paredes. La cama estaba cubierta por una colcha gruesa que tenía aspecto de agradable y suave.
Era una enorme cama doble.
Me di cuenta de que ambos nos habíamos quedado, en la entrada, azorados, así que caminé decididamente hacia la ventana y descorrí las cortinas para mirar la vista. Nuestra habitación estaba en la parte posterior del hotel, y desde allí sólo veía árboles cubiertos de nieve. Yo sabía que más allá había una autopista, pero era imposible ver tanto sin que los faros de los coches iluminaran la oscuridad.
Sentí una punzada familiar, que me indicó que la idea que se me estaba ocurriendo era cosa de Epona. Aquello hizo que olvidara temporalmente la única cama de la habitación y las dudas sobre cómo íbamos a dormir.
– Eh, ¿por qué no empezamos a llamarla ahora? -le pregunté a Clint.
– ¿A Rhiannon?
– Claro. Mira, el hotel está rodeado de árboles. No son ancianos, pero están situados de manera muy parecida a los sauces del estanque de mi padre. Yo obtuve poder de ellos porque estaban muy cerca. Quizá pueda hacerlo aquí también, y sobre todo, si tú me ayudas.
– Creo que estás demasiado cansada como para hacer eso. Hoy te has agotado.
– Tendré cuidado. No voy a correr ningún riesgo. Será sólo algo como echarle un cebo, para ver si muerde.
– No me gusta la idea, Shannon.
– Podría hacerlo sin ti -le dije, y vi que él apretaba los dientes con un gesto que yo había empezado a reconocer. Era la señal de que comenzaba a estar enfadado-. Pero no quiero hacerlo sin ti. Por favor, ayúdame.
– De acuerdo -me respondió él con reticencia-. Pero vamos a hacerlo rápidamente. Si no la encontramos enseguida, pararemos y no volveremos a intentarlo hasta que estemos de nuevo en el bosque.
– Te lo prometo.
Le estreché la mano y tiré de él hacia la puerta. Sabía que cumplir aquella promesa no sería difícil. Epona era la que estaba detrás de aquella idea, y con la diosa apoyándonos, íbamos a tener éxito.
Fuimos silenciosamente al terreno de la parte de atrás del edificio. Allí, la nieve estaba intacta, y tenía un brillo casi mágico. No soplaba el viento, y la noche estaba muy silenciosa.
Clint hizo una señal en dirección a la fila de árboles más altos, y nos dirigimos hacia allí. Cuando llegamos, me di cuenta de que eran mucho más grandes de lo que me habían parecido en un principio.
– También son perales -dijo Clint.
– Bien. Me gustó el que había fuera del hospital.
– Muy bien -dijo él, y se quitó los guantes-. Hagamos lo mismo que hicimos en el bosque. Vamos a concentrarnos en Rhiannon y en su aura.
Posó las manos sobre la corteza del tronco y me hizo una seña para que yo lo imitara al otro lado del árbol. Después inclinó la cabeza y su preciosa aura azul comenzó a brillar suavemente.
– Espera -suspiré-. No sé cómo es el aura de Rhiannon.
Alzó la cabeza, y respondió con una sonrisa. El aura de Rhiannon era exactamente igual que la mía.
– Es plateada, como si alguien hubiera derretido una luna llena en un cubo de mercurio. Y el borde es de color púrpura, como el de las ciruelas maduras.
– Eso es muy poético, Clint -respondí, intentando disimular lo conmovida que me había dejado su descripción de mi aura.
– Sólo describo lo que veo, mi niña -respondió él suavemente, lo cual no ayudó a calmarme el aleteo del corazón.
Posé las manos sobre el árbol. Inmediatamente, la corteza tembló y yo sentí calor.
«¡La Amada de Epona!».
– Hola, pequeño -dije yo con una sonrisa, y con los ojos cerrados-. Necesito tu ayuda.
«Estoy aquí para ayudarte, Amada».
– Muchas gracias. También necesitaré la ayuda de los hermanos que te rodean.
«Aquí estamos, Amada».
Su respuesta fue como el eco de un secreto.
Muy bien. Adelante.
Primero me imaginé la magnífica aura azul de Clint, con su borde dorado. Pensé en la fuerza que había sentido dentro de aquella aura, la fuerza que él tenía por dentro. Pensé en su bondad y su lealtad. Con los ojos cerrados, vi los latidos de su aura, y vi cómo vacilaba hacia mí, esperando a que yo la usara. De repente, entendí cómo podía hacerlo. Tomé aire, y con aquella respiración, lo acepté y tiré de su fuerza hacia mi interior. El aura de Clint me llenó hasta que sentí un cosquilleo en la piel. Tuve ganas de abrir los ojos y gritar de alegría, pero sabía que no podía hacerlo. Me concentré en el árbol, y sentí claramente el poder verde y vibrante del peral. Después seguí su tronco hacia las ramas superiores, y desde allí dije: -Ayudadme, hermanos…
Mi voz sonó extraña. No salió de mis labios, sino que resonó desde las ramas superiores del árbol. La fuerza verde se multiplicó por diez.
Después, pensé en la descripción que había hecho Clint de mi aura y la visualicé. Era plateada, brillante, como una luna llena… La mezclé con el calor verde de los árboles y la lancé hacia la noche, en busca de su imagen gemela.
De repente, las luces de una ciudad iluminaron el cielo, y la sonda de poder bajó directamente y atravesó los cristales de un altísimo rascacielos. Llegó a una habitación lujosa, iluminada por docenas de candelabros dorados. Yo saqué más poder de los árboles y me quedé sin aliento al ver una figura femenina elegantemente reclinada sobre un diván. Junto a ella había un hombre de pelo gris que me resultaba familiar. Sin embargo, no le presté atención a él. Me atrajo la mujer. Estaba de espaldas a mi sonda de poder; su pelo rojizo y rizado caía por sus hombros en un desorden conocido para mí. La sonda se acercó a ella, y el aura plateada de la mujer comenzó a brillar.
Rhiannon soltó un silbido entre dientes y se puso en pie con un movimiento ágil. Llevaba un vestido de seda dorado que se le ceñía seductoramente al cuerpo, y que dejaba muy poco a la imaginación.
Era yo. Por un instante me falló la concentración, y noté que mi sonda de poder vacilaba.
El hombre que estaba a su lado comenzó a hablar, pero ella le escupió una sola palabra:
– ¡Silencio!
Después, se concentró en la sonda, que latía sólo para sus ojos.
– ¿Eres tú, usurpadora? ¿Qué significa esta intrusión?
Mi voz. Tenía mi voz. De nuevo, mi concentración se debilitó.
Y ella se echó a reír.
– ¿Es demasiado difícil para ti? Sí, debe de ser inquietante ver lo mucho que se puede hacer con conocimiento y poder, y no ser capaz de hacerlo por una misma.
Extendió los brazos para abarcar la opulencia de aquella habitación. Su voz era provocativa. Era como yo cuando me comportaba de manera sarcástica.
Era como yo, sólo que consentida, egoísta, e inmoral.
Sonreí y sentí de nuevo el poder. Sabía perfectamente lo que tenía que decirle.
– En realidad, sólo quería ser amable y darte las gracias por el regalo que me dejaste -mi voz flotó a su alrededor como si fuera una presencia tangible en la habitación. El hombre pestañeó de asombro.
– No te he dejado nada de utilidad en ninguno de los dos mundos, idiota.
– ¿De veras? He encontrado muchos usos para Clint. Casi tantos como los que él ha encontrado para mí.
– ¡Mentira! -chilló ella.
– Ven a comprobarlo por ti misma. Es evidente que me ha elegido a mí…
Tiré de la sonda para recuperar el poder, pero dejé que el sonido de mi risa permaneciera en la habitación como el humo.
Y, de repente, estaba de vuelta. Me percaté de que tenía los pies helados. Miré a mi alrededor y vi que Clint me observaba con expresión de curiosidad.
– ¡Bingo! -exclamé, y le di unas palmaditas al tronco del árbol-. Gracias, pequeño. Y gracias, hermanos.
«¡Siempre serviremos a Epona!», me respondieron.
Me puse los guantes y tomé a Clint de la mano.
– Volvamos a la habitación antes de que alguien nos vea aquí hablando con los árboles y llame a los loqueros -dije.
Clint se rió. Cuando llegamos a la habitación, comenzó a hacerme preguntas.
– ¿Qué le has dicho para que se enfadara tanto?
– ¿Te importaría que te lo contara todo después de darme una ducha? De repente, estoy helada -le dije. Me había puesto a temblar, y tenía la sensación de que mis labios estaban azules.
Las preguntas de Clint se convirtieron inmediatamente en cuidados hacia mí.
– Te dije que no te agotaras -me dijo, empujándome hacia el baño-. Voy a llamar para que suban más mantas.
Asentí, cerré la puerta del baño y me desnudé. Al mirarme en el espejo, me quedé espantada. Tenía muy mala cara, los ojos enrojecidos y unas profundas ojeras. Además, había adelgazado mucho. ¡Se me notaban las costillas! Lo único que me había aumentado de todo el cuerpo eran los pechos y el vientre, donde tenía un pequeño abultamiento. Me lo acaricié con suavidad.
– ¿En qué estás pensando ahí dentro, pequeñina? -susurré.
De repente, Clint llamó con tanta fuerza a la puerta del baño que me sobresalté del susto.
– ¿Shannon? ¿Estás bien? No oigo correr el agua.
– Eso es porque todavía no he empezado a ducharme -respondí.
Intenté que mi voz sonara dulce, al recordar el chillido tan desagradable de Rhiannon, pero creo que terminé con un gruñido. Aunque Clint no debió de darse cuenta.
– He conseguido mantas extra y he pedido té. Además los he convencido para que nos subieran un par de albornoces muy bonitos. Aquí tienes.
Yo abrí unos ojos como platos al ver que giraba el pomo de la puerta. Tuve el tiempo justo para tomar la toalla grande y sujetarla delante de mí cuando Clint asomó la cabeza por la puerta.
– ¡Demonios! ¡Podías haber llamado!
Él se quedó sorprendido ante mi desnudez. De verdad, los hombres son muy espesos.
– Aquí tienes -me dijo, y me tendió un albornoz blanco y grueso. Después cerró la puerta como si yo fuera el diablo.
¿Acaso tenía tan mal aspecto?
Eso parecía.
Después de darme una ducha caliente y larga, me lavé los dientes y salí envuelta en el albornoz, con el pelo recogido en una toalla, como si llevara un turbante.
Clint estaba viendo el canal del tiempo, y dio un respingo cuando yo aparecí, envuelta en vapor.
– Espero que te quede agua caliente -dije, ignorando su forma tan nerviosa de comportarse.
Emitió un gruñido suave y entró en el baño.
Yo puse los ojos en blanco y agité la cabeza mirando la puerta. Hombres.
Me tendí en la cama y me tapé con las mantas. Después cambié de canal hasta que encontré una película de John Wayne. Estaba viéndola con deleite cuando Clint salió del baño. Lo miré; el albornoz subrayaba la anchura de sus hombros. Tenía el pelo mojado y adorablemente revuelto. Sin embargo, él no me estaba mirando a mí. Su atención estaba fija en la televisión. Típico masculino.
– ¿Una película de John Wayne?
– Sí.
– Creo que ésta no la he visto.
– ¿En serio? Es una de mis favoritas -respondí, dando unos golpecitos en el colchón, a mi lado-. Ha empezado hace poco, así que te pondré al corriente -añadí. Después, vacilé-: Te gusta John Wayne, ¿verdad?
– Por tu tono de voz, deduzco que sólo hay una respuesta para esa pregunta.
– Sólo una respuesta correcta, sí.
– Mi niña, John Wayne es un icono americano -dijo él, con la mano sobre el corazón y una actitud de reverencia.
– Respuesta correcta, coronel Freeman. Siéntate.
Le expliqué rápidamente el argumento. Me alegraba de que él ya no se comportara con tanta timidez, y además, siempre me siento bien cuando veo una de las películas de John Wayne, mi héroe, aunque aquélla fuera una de las pocas en las que muere.
Sin embargo, no conseguí mantener los ojos abiertos durante mucho tiempo. Al cabo de un rato, oí la voz grave de Clint:
– Duérmete, Shannon. Te compraré la película para que puedas verla más adelante.
Yo sonreí. Tuve ganas de reírme y de recordarle que en Partholon no hay DVDs, pero me quedé dormida y me sumí en la calidez de la inconsciencia.
Hugh Jackman y yo estábamos tumbados en un prado de lavanda. Yo tenía la cabeza en el regazo de Lobezno, y él me estaba peinando suavemente los rizos con las cuchillas metálicas de sus manos, mientras me explicaba por qué nunca le interesaban las mujeres de menos de treinta y cinco años. Yo estaba riéndome, cuando abrí los ojos y me vi flotando sobre Oklahoma. Estaba rodeada por gruesos copos que caían al suelo niveo. Entonces, comencé a moverme.
Por desgracia, sabía hacia dónde iba.
– ¡Oh, Epona, no! Por favor, no me lleves allí otra vez…
«Paciencia, Amada».
– Pero si ya sé que Nuada ha salido del estanque, porque está nevando otra vez. ¿De veras tengo que verlo de nuevo?
«No tienes que ver a Nuada, Elegida, pero vas a presenciar su liberación».
Aquello me intrigó. Mi espíritu tomó una velocidad vertiginosa, y pronto vi el horizonte de Chicago. Me dirigí hacia el lago Michigan, y bruscamente, torcí hacia la derecha. Pronto vi luces suaves y árboles.
– Grant Park -dije con una sonrisa, al recordar un viaje maravilloso que había hecho a Chicago con un grupo de amigas de la universidad.
Nunca había visto el parque de noche, y a medida que descendía a través de la cúpula de ramas desnudas de los árboles, me quedé asombrada de lo agreste que parecía. Era imposible que hubiera estado en mitad de Chicago unos minutos antes. El parque estaba oscuro y silencioso. Silencioso de una manera antinatural.
– ¡Ven!
Aquella orden atravesó la quietud como el restallido de un látigo, y me asustó.
Reconocí la voz al instante, y me preparé para lo que me esperaba. Estaba flotando a unos siete metros del suelo. Avancé de nuevo, y me detuve junto a un grupo de magníficos robles, en mitad de un pequeño claro. En el centro de aquel claro había una hoguera. Alguien había dibujado un círculo a su alrededor, con algo que derretía la nieve.
Debía de ser sal.
La hoguera no era grande, pero tenía algo raro. Al principio no entendía qué. Después me di cuenta de que las llamas parpadeaban mucho, como si las estuviera sacudiendo un viento fuerte. Sin embargo, no corría ni una brizna de brisa. La nieve caía recta desde el cielo.
Entonces, Rhiannon salió de entre las sombras y entró en aquel círculo. Llevaba un abrigo de piel muy largo, y de repente, abrió los brazos y lo dejó caer.
Estaba completamente desnuda; ni siquiera llevaba zapatos. A mí se me escapó un jadeo de sorpresa, pero ahogué el sonido. Instintivamente, supe que Epona no quería que revelara mi presencia en aquella ocasión. Sin embargo, no hubiera tenido que preocuparse. Rhiannon estaba concentrada en otra cosa.
Comenzó a bailar lentamente, siempre dentro del círculo. Onduló el cuerpo seductoramente, y yo reconocí aquel estilo de danza sensual, porque era el mismo que había visto cuando Terpsícore había bailado en mi ceremonia de matrimonio con ClanFintan. Era evidente que Rhiannon estaba representando una danza de cortejo para excitar a quienes la miraban. Sin embargo, allí no había nadie.
Su ritmo incrementó, y ella se pasó las manos por todo el cuerpo, de manera provocativa.
– ¡Ven! -repitió.
Entonces, entró una segunda figura al claro, y yo hice un gesto de disgusto. Era Bres. Él también estaba desnudo, y era evidente que Rhiannon le resultaba muy atractiva.
Cuando apareció, los árboles del claro susurraron, como si sus ramas hubieran temblado. Después, el claro entero quedó en silencio. Era evidente que Rhiannon estaba haciendo magia, pero sin la ayuda de los árboles. Ellos no le hablaban.
Rhiannon se acercó, contoneándose, hasta Bres. Él tenía algo en la mano; cuando se movió, la luz del fuego arrancó brillos a la hoja de un puñal.
¿Qué demonios…?
Rhiannon tomó el cuchillo y se arrodilló ante Bres. Tomó su miembro endurecido con una mano y, con la otra, le hizo un corte superficial por toda la longitud del pene. La sangre brotó al instante.
Yo me encogí de espanto, pero Bres no se movió. Sólo tembló de impaciencia y gimió. Tenía los ojos firmemente cerrados.
La herida que había surgido por el corte estaba goteando sangre sobre la nieve.
– ¡Ven! Usando el conocimiento de la oscuridad antigua -dijo Rhiannon, en un tono sexual y ronroneante-, te he despertado. Te he llamado de la muerte. Ahora, con este sirviente del dolor y del placer de Pryderi, con su sangre y su simiente, te lo ordeno, Nuada. ¡Te convoco al lugar de poder!
A mí se me encogió el estómago de náuseas cuando Rhiannon bajó la cabeza, tomó el pene escarlata de Bres en la boca y comenzó a succionar rítmicamente.
«Ya has visto suficiente de esta perversión».
La voz de Epona me atravesó la mente, y me alejé a toda velocidad de aquel claro corrupto.
Me incorporé de golpe. La televisión estaba sin sonido, y las formas azules del canal del tiempo proyectaban sombras extrañas sobre el bulto que había a mi lado.
– Rhiannon está invocando a Nuada -dije, mientras apartaba de golpe las mantas. Entré al baño y me llené un vaso de agua-. Y está valiéndose de poderes oscuros para ello.
– ¿Qué ocurre, Shannon? -me preguntó Clint, pasándose una mano por la cara para quitarse el sueño de los ojos.
– Lo he visto. Está invocándolo. Y está usando el poder de Pryderi a través de Bres. Ella es la que ha traído a Nuada aquí, y no es de extrañar que él esté obsesionado conmigo. Cree que yo soy la que lo desea. Hay una cosa de la que podemos estar seguros: después del encantamiento, o de lo que sea, él no se va a quedar por aquí molestando a mi padre.
– ¿Has podido ver dónde estaba?
– Estaba en Chicago, en Grant Park. Bres estaba con ella. No te puedes creer lo que hizo Rhiannon.
– Sí, me lo creo -dijo él en tono sombrío, y yo me pregunté qué sería lo que había tenido que experimentar con Rhiannon. Entonces, decidí que no quería saberlo nunca.
– Al principio, parecía que Rhiannon estaba llamando a Nuada para que fuera con ella, pero después lo convocó en un lugar de poder… creo que eso es lo que dijo.
– En el bosque sagrado -dijo Clint con seguridad-. Cree que estamos allí. Ella sabe que no me gusta salir del bosque, y tú le dejaste bien claro que estamos juntos.
Asentí, intentando pasar por alto el doble significado de sus palabras. Bostecé forzadamente y dije:
– Bueno, será mejor que nos durmamos de nuevo, porque mañana nos espera un viaje largo y difícil.
Me acurruqué en mi lado de la cama y cerré los ojos.
Él se levantó a apagar la televisión, y después, volvió a acostarse.
– Buenas noches, mi niña.
– Buenas noches -susurré.
Cuando sonó la llamada del servicio despertador del hotel, a las ocho de la mañana, yo miré medio adormilada a mi alrededor y me aparté el pelo revuelto de la cara. Entonces vi a Clint. Salía del baño completamente vestido y arreglado, con energía, y me entregó una taza de té humeante.
– Gracias -murmuré.
Di un sorbito a la infusión y lo observé mientras encendía la televisión. Dijeron que había empezado a nevar otra vez. Qué sorpresa.
Clint se sentó con algo de rigidez en la única silla que había en la habitación.
– ¿Llevas mucho rato despierto? -le pregunté.
– Un rato.
Quise preguntarle qué tal estaba de la espalda, pero aquella mañana, su actitud era distante. Era evidente que se había refugiado en su cueva. Sentí una punzada de dolor por la cercanía que habíamos perdido, pero en realidad, aquello era positivo. Yo iba a marcharme pronto, y Clint tenía que dejar de pensar que estaba enamorado de mí (y yo de él, me susurró mi propia mente).
– Estaré lista enseguida -dije alegremente, mientras me levantaba de la cama y me dirigía al baño.
Compramos un buen desayuno y nos lo tomamos en el coche. Después fuimos al hospital, y llegamos a la habitación de mi padre cuando él también acababa de desayunar. Estaba un poco incorporado en la cama, con el brazo apoyado a un lado, algo rígido. Al vernos, sonrió. Todavía tenía los ojos un poco apagados, pero tenía mucho mejor color.
– ¿Qué tal estáis vosotros dos? -dijo con su voz grave.
– Bien, papá. Hemos venido a verte para asegurarnos de que no estás ligando mucho con las enfermeras -dije, y le di un beso. Me sentí contenta porque ya estaba mucho mejor.
– Bueno, todavía me están dando una medicina que me atonta, pero aparte de eso, estoy bien.
En aquel momento, entró la enfermera para comprobar que su goteo intravenoso funcionaba bien. Nos saludó con un gesto de la cabeza, y yo le pregunté:
– ¿Ha pasado ya la doctora a visitar a mi padre?
– Sí, ha hecho la ronda temprano, esta mañana -dijo, mientras observaba el vendaje de la mano.
– La doctora me ha dicho que puedo irme a casa dentro de dos días -me dijo mi padre.
– Exactamente -dijo la enfermera-. Se está recuperando muy rápido. Vuelvo ahora mismo para darle su medicina -añadió, y se marchó.
– Creo que está nevando otra vez -me dijo en voz baja mi padre.
– Sí -respondí. Me senté al borde de la cama y Clint se acercó a mí.
– Nuada ya no está en el estanque, pero… -dijo apresuradamente, cuando mi padre iba a hablar otra vez-. Creemos que ya no es una amenaza para usted.
– ¿Por qué no?
– Rhiannon lo ha invocado -le expliqué yo-. La vi. Bueno, en realidad me puse en contacto con ella, y parece que está muy interesada en… eh… reunirse conmigo. Así que Clint y yo nos vamos a su casa del bosque. Creo que, entre los dos, podremos librarnos de Nuada.
– ¿Y después volverás a Partholon?
– Creo que sí. Por lo menos, eso es lo que pretendo.
La enfermera volvió a la habitación con una jeringuilla en la mano. La puso en la vía del brazo sano de mi padre y dijo:
– Esto le aliviará el dolor. Todavía está muy cansado.
Yo asentí.
– No vamos a tardar mucho. Sé que necesita descansar.
Ella se despidió y salió de la habitación.
– Bichito -me dijo mi padre-, prométeme que vas a tener cuidado. Esa criatura es muy peligrosa.
– Ya lo sé, papá. Te prometo que no me va a pasar nada. Creo que sé cómo acabar con Nuada. Tiene algo que ver con los árboles.
Mi padre asintió.
– Sí, sí. Los sauces te ayudaron la última vez.
– ¿Y cómo lo sabes, papá? ¿No estabas inconsciente?
– Lo sentí. Sentí que te estaban ayudando. Y Clint también.
Asentí, con la esperanza de que no me pidiera más detalles.
– Te voy a echar de menos, Bichito -me dijo, y me tomó de la mano-. Sé que tienes que volver, pero me apena mucho no poder conocer a mi nieta. ¡Eh! ¿Por qué no usas un poco de ese poder de los sueños para visitarme de vez en cuando? -preguntó; el sedante estaba haciendo efecto, y comenzaba a arrastrar las palabras al hablar.
– Lo haré, papá -le dije, dándole un suave beso en la frente.
En aquel momento, se me pasó por la cabeza que, si mi padre era capaz de sentir el poder de los árboles incluso cuando estaba inconsciente y a las puertas de la muerte, quizá yo pudiera comunicarme con él desde Partholon.
– He hablado con mamá Parker esta mañana. Viene para acá.
– Me alegro -dije con los ojos llenos de lágrimas-. Necesitas que te cuide.
– Sí. No cambiaría a mamá Parker por un cordero. Ni por dos corderos -dijo, y cerró los ojos.
– Adiós, papá. Te quiero -susurré, mientras me secaba las lágrimas. Volví a besarlo y me di la vuelta.
– ¡Hijo! -exclamó mi padre de repente.
– ¿Sí? -dijo Clint, inclinándose hacia él.
– Confío en ti. Protege a nuestra chica mientras esté aquí.
– Le doy mi palabra de que lo haré, señor -dijo Clint.
– Bien… -la palabra se convirtió en un ronquido.
Clint me siguió al pasillo.
– ¿Dónde hay un servicio de señoras? -le pregunté a una enfermera que pasaba por allí, sin poder dejar de llorar.
– Hay uno al lado de la sala de espera, querida. Por allí -dijo, y me dio unas palmaditas de consuelo en el hombro.
– Voy a sonarme la nariz y a lavarme la cara -le dije yo a Clint.
– Estaré en la sala de espera.
Como siempre, el baño del hospital estaba muy limpio, aunque el papel higiénico raspaba la nariz. Me eché agua fría en la cara, pero salí de allí con la nariz y los ojos enrojecidos.
– Tal vez mi padre tenga razón. A lo mejor puedo usar el poder de la diosa para visitarlo. Así que esto no es realmente un adiós. Averiguaré cómo puedo volver a verlo, aunque sea en sueños.
Volví a sonarme la nariz y erguí los hombros.
Clint estaba sentado frente a una televisión que tenía sintonizado un canal de noticias locales.
– ¿Mejor? -me preguntó con una mirada de preocupación.
Asentí.
– Lo siento, yo…
Entonces, en la pantalla apareció algo que me llamó la atención.
La periodista rubia tenía una sonrisa sarcástica. Por encima de su hombro apareció el logotipo de Playboy, y bajo él, un letrero en negro: Una profesora de Broken Arrow pasa de la enseñanza a la seducción.
– Oh, Dios mío -susurré.
– Bien, y ahora, las noticias locales son mucho más interesantes que el tiempo. El agente de la antigua profesora de Broken Arrow, Shannon Parker, ha anunciado esta mañana que su clienta, de treinta y cinco años, va a posar desnuda para Playboy. Y la noticia ya ha creado revuelo; parece que la ex profesora, que actualmente reside en Chicago, quiere que la sesión fotográfica se realice en su estado natal, Oklahoma.
El compañero de la presentadora hizo un comentario gracioso, y cambiaron a la sección de deportes. Yo me había mareado, así que tuve que sentarme en la silla más cercana.
– No irás a ponerte mala otra vez, ¿no? -me preguntó, Clint, con una expresión cautelosa.
– ¡Posar desnuda para Playboy! -exclamé, sacudiendo la cabeza-. El pobre papá se va a morir.
Me tapé la cara con las manos y me hundí en el asiento.
– Él sabe que no eres tú.
– Sí, pero nadie más lo sabrá -dije yo. De repente, me descubrí la cara y me erguí-. Va a ir al bosque sagrado, Clint. Quiere alejarte de mí, y cree que lo conseguirá haciéndose las fotos allí. El bosque sagrado es el lugar de poder… Ha convocado a Nuada allí, por si necesita un plan de apoyo. Esa bruja quiere deshacerse de mí. Seguramente querrá darme como comida a Nuada, como si yo fuera un regalo delicioso.
– En el bosque, ella está en su forma más poderosa.
– Y yo también. Además, tengo tres cosas que ella no tiene.
– ¿Cuáles?
– Primero, la experiencia. Yo ya he participado en la aniquilación de Nuada una vez. Y lo único que ha hecho ella es provocarlo con el sexo y la maldad. Segundo, el bosque me reconoce, y sabe que soy la Elegida de Epona. Y, tercero -añadí con una sorpresa-, te tengo a ti. Tu poder aumenta el mío, y ella no sabe cuánto. En realidad, me da la sensación de que me ha subestimado, lo cual es muy bueno para nosotros y muy malo para ella.
Me puse en pie y tomé de la mano a Clint.
– Vamos. Estoy harta de andar de puntillas a su sombra.