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El viaje de vuelta al bosque fue agotador. Salimos de Broken Arrow un poco después de las nueve de la mañana, y seis horas después paramos en un pueblo sin nombre para repostar y para comer algo. Cuatro horas después, cuando el sol se estaba poniendo, por fin Clint tomó el giro para salir de la carretera y enfiló el sendero cubierto de nieve que llevaba a su cabaña.
– Nagi Road -susurré, mientras observaba la carretera por la ventanilla-. Los fantasmas de los muertos.
Tuve una sensación de tristeza, de soledad. Alcé la mano y la posé en el cristal.
– Yo recordaré -les murmuré a los espíritus.
– ¿Estás hablando con los fantasmas? -me preguntó Clint suavemente.
– Sí -respondí, y tomé nota de que debía pedirles a mis doncellas que realizaran unas libaciones en memoria de los guerreros indios.
– ¡Vaya! ¡Qué frío!
Habíamos llegado. Bajé del Hummer y salí corriendo hacia la cabaña, me quité las botas junto a la puerta y seguí a Clint hacia la chimenea.
– No te preocupes. La cabaña sólo tarda unos minutos en calentarse -me dijo con una sonrisa. Cuando el fuego ardía alegremente en la chimenea, añadió-: ¿Por qué no buscas en el segundo cajón de mi cómoda algo de ropa para estar más cómoda que con esos vaqueros? Mientras, yo iré a preparar un par de sándwiches calientes de jamón y queso.
– Me parece un buen plan -respondí.
Oí los sonidos reconfortantes de la cocina mientras buscaba en su cajón. Toqué un jersey de algodón grueso y lo saqué. Olía a limpio y tenía un logotipo redondo en la pechera. Era un castor con sombrero que tenía unas cartas de baraja en una mano y un bastón en la otra. Alrededor de la insignia se leían las palabras Escuadrón de Combate Aéreo 125 Castores. En la espalda tenía un F-16, la silueta del estado de Oklahoma y otro castor tahúr, y debajo, las palabras Grupo de Combate de la Guardia Aérea 138 de Oklahoma.
Castores voladores. Hombres… Tuve que sacudir la cabeza. Sin embargo, no pude reprimir la sonrisa.
Me quité los vaqueros, el sujetador y la camisa y me puse el jersey de Clint, que era increíblemente suave y que me llegaba por las rodillas. Me remangué y entré en calcetines a la cocina.
– Mmm… huele muy bien -dije. El jamón se estaba friendo en una sartén-. ¿Puedo ayudarte?
Él me miró y sonrió al ver el jersey.
– Veo que has descubierto mi favorito.
– Oh… No quería ponerme tu favorito. Voy a buscar otro…
– Shhh -me dijo él-. Me gusta vértelo puesto.
Antes de que yo hubiera terminado de sonrojarme, él añadió:
– Venga, ayúdame. Haz una ensalada para los dos. Las cosas están en el cajón de la verdura, en el frigorífico.
Trabajamos en un silencio agradable, y pronto estuvimos comiendo una ensalada fresca y sándwiches calientes.
– Bueno, ¿y de veras tienes un plan para acabar con Nuada, o sólo estabas tranquilizando a tu padre?
– Era una mentira. No tengo ni idea de cómo matarlo. Mi padre necesitaba concentrarse en mejorar, no preocuparse por mí. Gracias por no delatarme.
Él me hizo un saludo marcial.
– Tú eres la Elegida. Yo sólo soy uno de tus subalternos y adoradores.
Yo ignoré su comentario, pero añadí:
– Y muy buen cocinero.
– Vaya, gracias, mi niña.
Con una floritura, comenzó a recoger los platos.
– Te ayudo -dije yo, pero se me escapó un bostezo.
– No, no sabes dónde colocar las cosas. Yo solo lo haré más rápidamente. Ve a la cama. Tu hija y tú necesitáis descansar.
Con eso, me echó de la cocina.
En realidad, me sentía agradecida. Aunque el reloj de la chimenea decía que no eran más que las ocho de la tarde, a mí me parecía más de la medianoche. Mi cuerpo anhelaba dormir. La enorme cama de Clint estaba llena de edredones, y yo me acurruqué bajo ellos.
Caliente y contenta, me tendí de costado y me quedé mirando el fuego de la chimenea. El peso familiar de mis párpados me resultó reconfortante, y me sumí en un sueño profundo.
Sean Connery y yo estábamos flotando en una balsa gigante con forma de corazón, en algún lugar del Caribe donde las aguas eran color azul turquesa. Yo estaba tomando un gran mojito y sólo llevaba una sonrisa y mi bronceado. Sean me estaba poniendo aceite perfumado de coco por la espalda, y susurrándome, con su atractivo acento escocés, cómo iba a disfrutar lamiéndolo…
Cuando de repente, me vi suspendida sobre la cabaña de Clint.
– Supongo que no podías esperar a que Sean terminara lo que había empezado -dije con un suspiro.
La diosa me ignoró y su voz resonó en mi mente:
«Amada, es hora de que veas las cosas que han ocurrido».
– ¿Qué cosas?
«La caída de Rhiannon», respondió la diosa en un tono triste.
– Tienes razón. Quiero saberlo.
Después de todo, Rhiannon era una parte de mí, en muchos sentidos. Me sentía obligada a entender por qué se había vuelto tan retorcida.
«Prepárate, Elegida. Recuerda que estoy a tu lado».
Aquello parecía un mal presagio, pero antes de que pudiera atemorizarme demasiado, comencé a flotar hacia arriba, hacia el cielo oscuro y sin estrellas. Subí y subí, atravesé las nubes preñadas de copos y salí al cielo nocturno, frío y silencioso. Había más estrellas de las que yo hubiera visto en mi vida, incluso en Partholon. Rápidamente, el cielo se abrió, y yo sentí que mi alma era succionada hacia la abertura. Entré en un túnel completamente oscuro, en el que sentí como si se me clavaran mil agujas heladas en el cuerpo. Intenté gritar, pero la negrura del túnel absorbía todos los sonidos. Tuve que sufrir aquella agonía en silencio.
Salí expelida hacia la calma de otro cielo nocturno.
Me encontré flotando sobre el Templo de Epona, y el aire perfumado de una noche cálida de primavera envolvió mi alma trémula con sus brazos amorosos. Mi terror desapareció, y respiré profundamente, reconfortada y relajada. Había una planta cuajada de lilas rodeando la fuente de aguas termales, y yo suspiré de placer al ver aquello por debajo de mí.
Entonces, pestañeé. Estaba confusa.
No recordaba que hubiera lilas junto a la fuente. Observé las murallas de mármol del templo. Había árboles ornamentales y una pradera llena de flores en la zona que se extendía más allá de las puertas del templo.
Antes no había nada de eso.
La sorpresa final fue ver la hiedra florecida que colgaba desde los muros del templo. Cuando el edificio era mío, no había nada de aquello. Mi templo era un lugar bello, sí, pero no estaba dedicado únicamente a adorar la belleza, sino que también era el templo de los guerreros. Como tal, debía estar preparado para la guerra. Aquel templo estaba preparado para dar una fiesta.
«La que fue mi Elegida antes que Rhiannon había envejecido».
Seguía oyendo la voz de Epona en la mente, pero en aquella ocasión, su presencia era más tangible que nunca. A mi lado, percibí un movimiento en el cielo. Volví la cabeza y me quedé sin aliento al ver a mi diosa. Era magnífica. Tenía una melena espesa de color rubio, como el trigo maduro, y le caía hasta los hombros ocultando en parte su rostro. Llevaba una túnica de lino del mismo color perla que el mármol de su templo, que flotaba como la gasa y se ceñía sensualmente a sus formas elegantes.
– ¡Oh! Diosa…
Incliné la cabeza con adoración. Nunca había visto a nadie como ella. Era la belleza esculpida desde tiempo inmemorial. Era lo que los artistas llevaban siglos intentando recrear. Estar en su presencia me había dejado sin palabras.
«La que fue mi Elegida antes que Rhiannon había envejecido», repitió ella. «Tenía una hija, pero como sucede algunas veces, la niña no mostró afinidad por entrar a mi servicio. Cuando murió, elegí a Rhiannon como Encarnación. Sin embargo, sólo era una niña que gateaba. Así que mis Sacerdotisas menores se ocuparon del templo hasta que mi joven Elegida creció. Ellas permitieron que crecieran las flores, y que el templo se convirtiera en menos de lo que yo quería que fuera. Sabía que mi Elegida devolvería las cosas a su estado idóneo cuando tuviera edad suficiente para ello. Lo que no sabía era que las Sacerdotisas que la cuidaron la mimaron tanto que la dañaron irreparablemente. Vamos a presenciar su ceremonia de ascensión».
La diosa agitó la mano, y la escena cambió. Nos vimos suspendidas sobre un precioso claro en el bosque que rodeaba el templo.
– Es el claro con los dos robles -dije.
«Sí, Amada. Es el Bosque Sagrado. Esta noche vamos a presenciar la celebración de Beltane, la estación siguiente a la primera menstruación de Rhiannon».
Había grandes hogueras por todo el borde del claro. Y alrededor de aquellas hogueras, había hombres y mujeres bailando y bebiendo, todos ellos ligeros de ropa, lo cual era típico de cualquier ceremonia que presidiera Rhiannon. Parecía que todo el mundo lo estaba pasando muy bien. La música se oía por el bosque, y yo me di cuenta de que mi corazón se aceleraba de impaciencia.
Junto a mí, oí el tintineo de la risa de la diosa.
«Sientes la llamada de Beltane incluso ahora, ¿verdad, Amada?».
– Siento algo -dije-. Algo bueno.
La risa de Epona me produjo una inexplicable alegría. Yo seguí observando el claro con satisfacción. Junto al pequeño riachuelo, había una tienda muy grande, que parecía sacada de Las mil y una noches, y que estaba cerrada. La luz brillaba dentro, y le confería a la lona un brillo mágico. «Observa», me dijo la diosa mientras descendíamos y atravesábamos el techo de la tienda.
En el centro del espacio había un brasero de cobre en el que ardía una sola llama. El suelo estaba cubierto de ricas alfombras de lana. Los únicos muebles eran incontables cojines de terciopelo, todos teñidos del color de la sangre nueva.
– ¡He dicho que no lo voy a beber! -gritó una niña.
Sonreí al reconocer aquella voz. Era yo, o más bien Rhiannon, de adolescente. Yo hubiera reconocido aquel tono de listilla en cualquier parte.
– Pero, mi señora, la Elegida siempre bebe el vino de Epona antes del ritual de ascensión -le dijo una jovencísima Alanna, con su voz dulce, que sonaba agotada y preocupada. Alanna le tendía una copa, pero Rhiannon le dio un golpe y la tiró al suelo. El líquido rojo se derramó sobre la alfombra.
– Soy la Encarnación de la Diosa. Haré lo que quiera, y no quiero beber esa poción.
– Mi señora -dijo Alanna, intentando razonar con ella-. El vino de Epona hace que la ceremonia sea agradable para la Elegida. Por eso, Epona requiere que su Amada lo beba. La diosa sólo piensa en vos.
– ¡Ja! Epona piensa en su propio placer, y en controlarme.
– Mi señora, vos sois la Amada de Epona. Ella quiere que sigáis el mejor camino para vos misma -continuó Alanna, que obviamente, estaba consternada.
– Me niego. Prefiero conservar la lucidez. Ahora, déjame y que comience la ceremonia.
Rhiannon hizo un gesto altivo de despedida, y Alanna recogió la copa y salió, reticentemente, de la tienda.
La joven Rhiannon comenzó a pasearse, con movimientos nerviosos, de un lado a otro. Llevaba una túnica dorada que sólo tenía una abertura para la cabeza y dos agujeros para los brazos. Se ataba en el centro, pero cada vez que ella se movía, se abría vaporosamente y dejaba ver su cuerpo firme y desnudo.
– Ah, la juventud -murmuré.
De repente, Rhiannon se tapó los oídos con las manos, como una niña que no quería escuchar a sus padres.
– ¡No! ¡Sal de mi cabeza! ¡Nadie me dice lo que tengo que hacer! ¡Lo haré a mi manera, no a la tuya! -gritó.
Me di cuenta de que debía de estar gritándole a Epona, y miré a la figura que había a mi lado.
«Siempre obstinada», susurró la diosa con tristeza.
En aquel momento, se abrió la puerta de la tienda, y entró una figura asombrosa. Era un hombre alto, humano en todos los sentidos, salvo que sobre los hombros tenía la cabeza de un caballo.
– ¿Qué?
«No temas. Es un hombre humano. La cabeza es la del último semental que se apareó con mi yegua Elegida».
– ¿Se sacrifica al semental después? -pregunté, espantada. Recordaba al compañero de Epi.
La diosa respondió divertida.
«Se sacrifica de manera indolora cuando se vuelve anciano y enferma».
Yo suspiré de alivio y continué observando. Rhiannon había dejado de andar, y se había quitado las manos de los oídos cuando el hombre había entrado a la tienda. Él caminó decididamente hacia ella, pero Rhiannon dio dos pasos hacia atrás y se alejó de él. Aquello confundió al hombre, y se detuvo ante el fuego. Rhiannon y yo lo observamos. Tenía un cuerpo magnífico y una piel bronceada, y sólo llevaba un pequeño taparrabos para cubrir su desnudez.
– ¿Quién es? -le pregunté a Epona.
«El hombre fue elegido de mi guardia privada. Guiar a mi Elegida a la edad adulta es un gran honor».
Así que Rhiannon ascendía al poder a través de aquel ritual sexual. La miré de nuevo. No debía de tener ni dieciséis años, y por su falta de respuesta, debía de ser virgen todavía.
«Ha permanecido virgen, sí, como dicta la tradición», me dijo la diosa, anticipándose a mis preguntas, como siempre. «Por eso debería haber tomado la poción. Permite que se eleven los velos que hay entre los mundos. Yo entro en mi Elegida, y su paso a la edad adulta es placentero. Sin embargo, ella desobedeció mi voluntad, y debe pagar el precio».
El tono de voz de Epona no era duro, ni enjuiciador. Era de resignación, de tristeza, como si deseara que las cosas fueran de otra manera.
«A veces, cumplir la propia voluntad no es algo fácil de soportar».
Vi cómo el hombre de cabeza de semental se acercaba de nuevo hacia Rhiannon. Ella volvió a retroceder, tan deprisa que se tropezó con uno de los cojines. Al caer comenzó a gritar, pero con un movimiento veloz, él saltó a su lado y la atrapó entre sus brazos, girándose, de modo que cuando ella cayó, lo hizo sobre su pecho.
Su grito se transformó en un gruñido de desprecio.
– ¡No me toques! -le escupió.
En vez de obedecerla, él le rodeó los hombros con el brazo, la estrechó contra sí y la sujetó a su costado. Con la mano libre, le abrió la túnica dorada y comenzó a explorar las partes íntimas de su cuerpo suave y joven. Yo vi la expresión de espanto de Rhiannon cuando, sin querer, rozó la cara contra la cabeza embalsamada del caballo.
Estaba temblando, pero no de deseo.
– ¡Te ordeno que me sueltes! -dijo ella. Intentó que su voz sonara firme, pero el miedo que sentía hizo que sonara como si fuera incluso más joven.
El hombre le hizo caso omiso. En vez de dejar que escapara, se llevó la mano a sus piernas y se arrancó el cuero que cubría su impresionante erección.
– ¿Por qué no para? -pregunté yo, espantada.
«No puede. Ha tomado la poción de Cernunnos, y el espíritu del dios vive dentro de él. Debe aparearse con mi Elegida para asegurar la fertilidad de Partholon. Amada, tú sentiste la llamada del ritual cuando entramos en el claro. La ceremonia de ascensión de Rhiannon debería haber estado llena de placer y deseo, en vez de horror y dolor. No hay forma de detenerlo. Ni siquiera mi Elegida puede poner en peligro Beltane y la fertilidad de Partholon».
La violación continuó, y nuestros espíritus ascendieron a través del techo de la tienda, seguidos por los gritos de Rhiannon.
Flotamos en silencio muy por encima del bosque.
«Observa las consecuencias, Amada».
Mientras hablaba, la diosa agitó una mano ante nosotras, y el cielo comenzó a brillar y a ondularse como si alguien hubiera arrojado una piedra a la superficie de un lago. Cuando se aclaró, las imágenes se solidificaron y se movieron delante de nosotros.
– Es como una pantalla de cine -dije con reverencia.
«Observa», repitió la diosa.
Yo observé atentamente, mientras las escenas se sucedían contra el cielo nocturno. Rhiannon estaba creciendo, así que su aspecto maduró en la sucesión de imágenes, pero eso fue lo único que maduró. Todas las escenas eran de sexo con diferentes hombres y en diferentes posturas. El único factor común era que Rhiannon siempre permanecía fría y mantenía el control de la situación. Algunas veces, incluso paraba en mitad del acto y le ordenaba a su compañero que se marchara de su vista. Yo observé cómo se acostaba con incontables hombres, aunque era evidente que ella obtenía poco placer de las relaciones sexuales.
«No se permite sentir placer. El sexo es algo oscuro para Rhiannon, así que el amor, finalmente, también se ha convertido en oscuridad para ella».
Oscuridad. Era una descripción acertada. El tiempo pasó ante nuestros ojos y las aventuras sexuales de Rhiannon se hicieron más y más retorcidas. Parecía un reflejo de lo que le estaba sucediendo a su propia personalidad.
– Me sorprende que no se quedara embarazada -dije.
«Mi Elegida sólo puede concebir si tiene relaciones con el Sumo Chamán que yo elijo para ella».
Por lo menos, eso era un alivio. Rhiannon hubiera sido una madre horrible.
Las imágenes cambiaron de nuevo, y yo sentí un tirón físico al reconocer a un joven centauro que apareció en la pantalla. ClanFintan se acercó a Rhiannon e hizo una reverencia. Estaban solos en la sala del trono del Templo de Epona. Me encantó ver la imagen juvenil de mi marido. No era tan alto y musculoso como en su edad adulta, pero ya tenía los magníficos rasgos del hombre en que iba a convertirse. Los hombros y el pecho anchos, y la mandíbula fuerte. Tenía los mismos ojos, oscuros y rasgados, pero brillaban de placer e ingenuidad, en vez de tener el brillo de la sabiduría adulta.
– Bien hallada, mi señora -dijo con voz de adolescente.
– Me han informado de la profecía: te convertirás en Sumo Chamán -ronroneó Rhiannon, lo cual hizo que yo me alarmara. ClanFintan no se dio cuenta, sin embargo.
– Sí, mi señora. Eso es lo que se ha profetizado -respondió ClanFintan, con orgullo.
Yo recordé lo cauteloso y reservado que se había mostrado cuando nos conocimos, y tuve ganas de saltar a la pantalla y abrazarlo para protegerlo de todas las cosas malvadas que Rhiannon tuviera planeadas para él. Sin embargo, Epona alzó la mano, y yo reprimí mi impulso.
«Observa, Amada».
Rhiannon se puso en pie y bajó lánguidamente los escalones del estrado en el que descansaba su trono. Lentamente, caminó en círculo alrededor del centauro, que se quedó inmóvil, observándola con curiosidad.
– Quizá lo hagas muy bien.
Su voz era seductora, y se acercó mucho a él, pasándole la mano desde el hombro humano hasta su pecho y después hasta el lugar en el que se convertía en caballo. Después, continuó la caricia por todo su cuerpo, y vi que los músculos del centauro se contraían como respuesta.
– Creo, mi señora, que nos irá muy bien -dijo-. Yo también estoy satisfecho porque el destino haya decretado que un día estemos juntos.
La risa sarcástica de Rhiannon resonó burlonamente.
– Yo no estaba hablando de eso, tonto. Estaba hablando de diversión.
Antes de que ClanFintan pudiera responder, ella se quitó el broche que le sujetaba la túnica por el hombro, y la tela vaporosa se deslizó hasta el suelo. Rhiannon se quedó desnuda ante él.
Vi que a ClanFintan se le aceleraba la respiración, y cuando habló por fin, su voz temblaba.
– Todavía no soy Sumo Chamán. No puedo realizar el Cambio para convertirme en humano, mi señora.
Otra vez aquella risa burlona, venenosa.
– He estado con muchos hombres humanos, pero nunca con un centauro. Si pudieras adoptar la forma humana, no me resultarías tan interesante.
Él frunció el ceño, confuso, mientras ella se metía entre sus brazos.
Yo cerré los ojos.
– ¡Basta! ¡No quiero ver nada más de esto!
Sentí al mismo tiempo ira y celos.
«Observa, Amada», repitió la diosa. «Sólo te queda una escena más».
Abrí lentamente los ojos. La pantalla había cambiado de nuevo. Era la habitación de Rhiannon, y estaba iluminada por cientos de candelabros. En vez de la cama había un catafalco bien elevado del suelo, y sobre él había una especie de colchoneta de arbustos tejidos. Rhiannon estaba sobre la colchoneta, desnuda, y tenía una elevación en el vientre, que yo reconocí con facilidad.
– ¿Está embarazada? -susurré.
«Mi Elegida sólo puede concebir si se aparea con el Sumo Chamán que yo he elegido para ella», repitió la diosa.
Por lo tanto, si Rhiannon estaba embarazada, tenía que ser el hijo de ClanFintan. Sin embargo, el joven ClanFintan todavía no se había convertido en Sumo Chamán. Y él mismo había admitido que no podía adoptar la forma humana.
A mí se me encogió el estómago ante el significado de aquel embarazo.
– Bebed, mi Diosa -dijo alguien, y yo volví a concentrarme en la escena.
Bres acababa de entrar en la habitación. Era mucho más joven que el hombre a quien yo había visto recientemente. Me sorprendió comprobar que su cuerpo era esbelto, y que tenía cierta elegancia escultural. Supongo que no había envejecido bien. Qué tragedia.
Tenía una copa llena de un líquido rojo, y la posó en los labios de Rhiannon. Ella bebió ansiosamente. Me di cuenta de que sus ojos estaban enrojecidos, por lo que debía de haber bebido ya bastante.
Eso no era bueno para el bebé.
Dejó caer la cabeza hacia atrás y Bres se colocó a los pies del catafalco. Él posó la copa en una mesa y después tomó un objeto punzante, largo y delgado. Me recordaba a una aguja de ganchillo, pero era más largo, y con una punta afilada en el gancho. Se volvió hacia los pies de Rhiannon, que estaban a la altura de su pecho.
– Ahora debéis venir hacia mí, Diosa.
Sin decir nada, Rhiannon se arrastró hacia él, doblando las rodillas y extendiendo las piernas.
Bres le ató los tobillos con unas cintas de cuero para que no los moviera del lugar donde los había colocado, y yo me di cuenta de que Rhiannon estaba agarrándose al colchón con tanta fuerza que tenía los nudillos blancos.
El sexo de Rhiannon había quedado expuesto, como el suave montículo de su vientre. Durante un momento, Bres observó su cuerpo, y después, con una mano, le abrió los labios. Con la otra mano, insertó el instrumento en su vagina. El cuerpo de Rhiannon se tensó y dio unos tirones espasmódicos. Al mismo tiempo, las llamas de las velas comenzaron a agitarse salvajemente, como si una diosa vengativa acabara de dar un soplido de advertencia.
– ¡No! -gritó Rhiannon-. ¡No dejaré que me usen! ¡Yo elegiré! ¡Yo elegiré!
Cuando terminaron sus gritos, Bres introdujo más el gancho en su cuerpo, y con un movimiento rápido, lo giró y tiró de él. Obtuvo un borbotón de líquido claro mezclado con sangre. Rápidamente, se limpió las manos en la túnica y se acercó a la cabecera del catafalco.
– Ahora lo expulsaréis.
Suavemente, le limpió las lágrimas y el sudor de la cara a Rhiannon. Ella escondió el rostro en la curva de su brazo.
– El jugo de la amapola mitigará vuestro dolor. Pronto habrá terminado todo.
La escena se desvaneció.
Yo tenía las mejillas cubiertas de lágrimas.
– Pero… me dijiste que sólo podía quedarse embarazada del Sumo Chamán. ClanFintan no era Sumo Chamán todavía. Ni siquiera podía adoptar la forma humana.
«El Sumo Chamán no se hace, Amada, sino que nace. ClanFintan fue el Sumo Chamán desde sus primeros llantos».
– Ella mató a su hija -dije con incredulidad.
«Al orquestar la muerte de su hija, también mató su capacidad de sentir compasión o piedad por los demás. La crueldad y la indulgencia para consigo misma la consumieron, y yo tuve que cortar los vínculos que compartíamos. Muy pronto, la culpabilidad mató todo lo bueno que quedaba en ella. Y, en lugar de aquel bien, comenzó a desarrollarse el mal verdadero».
– Así que, en realidad, no es tu Elegida -dije.
«Le retiré mi favor, y le permití que se intercambiara por ti, Amada».
– Entonces, ¿por qué has permitido que yo volviera a Oklahoma? ¿Por qué no estoy en Partholon?
«Rhiannon y sus aliados de la oscuridad deben ser vencidos. No puedo permitir que el mal de Nuada se desate en tu antiguo mundo».
El cielo nocturno se onduló nuevamente. Después se abrió y dejó a la vista la frialdad y la negrura de aquel portal del tiempo.
– Por favor, dime cómo puedo librarme de Nuada y detener a Rhiannon -le pregunté a Epona, con pánico, mientras mi alma comenzaba a moverse hacia aquel túnel.
«Cuando llegue el momento lo sabrás, Amada. Recuerda que Rhiannon ha vivido la vida llena de un odio que ella misma ha creado, así que el odio no puede vencerla».
– ¡No lo entiendo, Epona! ¿Qué significa eso?
«Piensa en lo que has presenciado esta noche. Con el conocimiento llega la sabiduría y el poder».
Mi espíritu fue absorbido por el túnel. En aquella ocasión, cerré con fuerza los ojos y contuve mi terror. Terminaría muy pronto.
El túnel me escupió en el cielo lleno de nieve, por encima de la cabaña de Clint. Abrí los ojos y atravesé el techo, y floté suavemente sobre la cama. Mi cuerpo estaba acurrucado de lado, y parecía que estaba durmiendo plácidamente. Clint estaba tendido a mi lado, con los vaqueros y una camiseta. Estaba por encima de las mantas, así que nuestros cuerpos no se tocaban. Se había tapado con una colcha. Tenía los ojos cerrados y respiraba profundamente. Mi corazón dio un salto al verlo.
«Ámalo esta noche, Elegida», me dijo la diosa.
– Pero… Estoy casada con ClanFintan.
«Él es el reflejo de tu compañero, Amada. Él también nació para quererte».
– Pero…
«Te necesita, Elegida…».
Las palabras de Epona resonaron en mi mente.
Abrí los ojos. El fuego se había reducido a un resplandor suave. Lo observé mientras recordaba las palabras de Epona. No tardé mucho en tomar la decisión.
Y me giré para mirar a Clint.
Al sentir mi movimiento, él abrió los ojos con preocupación.
– ¿Qué? -preguntó, comenzando a incorporarse.
– Shh -dije, y le acaricié el brazo-. No pasa nada.
Él volvió a tumbarse, y se pasó la mano por los ojos en su gesto habitual del despertar.
– ¿Otro sueño?
– Más o menos. Esta vez he visto el pasado.
– ¿Cómo? -Clint ya se había despertado por completo, y se giró para colocarse frente a mí.
Yo sonreí.
– Es bastante raro, ¿verdad?
Clint sonrió también.
– Se tarda un tiempo en acostumbrarse, pero creo que nosotros lo hemos conseguido. ¿Qué has visto esta vez?
– La diosa me mostró el pasado de Rhiannon. No creo que Epona lo hiciera para excusar el comportamiento de Rhiannon, sino para que yo pudiera entenderla mejor.
– ¿Y la entiendes mejor?
– Sí. Y lo siento por ella.
– ¿De veras?
Asentí.
– Podría haberme pasado a mí. Si mi educación hubiera sido como la suya, creo que podría haberme convertido en lo mismo que ella. En realidad, me da un poco de miedo.
Él me apartó un rizo de la cara.
– Pero no te convertiste en lo mismo que ella.
– No, pero no la juzgues con demasiada dureza, Clint. Se parece mucho más a mí de lo que yo hubiera pensado. Tienes que darte cuenta de que, en un momento dado, fue una niña, una niña asustada que no estaba lista para asimilar lo que le ocurrió.
Él resopló tal y como lo hubiera hecho ClanFintan.
Entonces, yo le acaricié la mejilla.
– Prométeme que vas a recordar compadecerte de ella.
Él me miró a los ojos.
– Te lo prometo.
Sin pararme a pensar en lo que hacía, me incliné hacia delante y lo besé ligeramente en los labios.
– Gracias.
– De nada -respondió. Su voz se había hecho más grave y él se había quedado inmóvil de repente. Yo no me aparté. Nuestras caras estaban muy cerca.
De nuevo, me incliné hacia delante y lo besé. En aquella ocasión me entretuve. Él no hizo ningún movimiento para profundizar el beso, pero separó los labios y permitió que explorara su boca a placer.
– Me gusta tu sabor -le susurré contra los labios.
– Mi niña…
Aquellas palabras cariñosas se convirtieron en un gemido cuando rodé hacia él y aparté las mantas para poder adaptar mi cuerpo al suyo.
Nuestras piernas estaban entrelazadas, y yo me deleité al sentir mi piel desnuda contra el calor y la aspereza de sus pantalones vaqueros. Pasé las manos por debajo de su camiseta mientras seguíamos besándonos, para poder explorar su espalda. Encontré con los dedos una cicatriz que le recorría casi toda la longitud de la espalda. Conscientemente, tiré de la energía de mi interior y dejé que pasara desde las yemas de mis dedos al cuerpo de Clint, para librarlo del dolor. Noté la calidez como un cosquilleo de sensaciones eróticas.
En respuesta, Clint se echó a temblar mientras me abrazaba y gemía en mi boca.
– ¿Hace que te sientas mejor? -le susurré.
– Oh, Diosa… -me dijo con la voz ronca- si tú supieras…
Le quité la camiseta y pasé la lengua por su pecho, hasta la dura expansión de su estómago, sin dejar de acariciar con las yemas de los dedos la cicatriz, y deteniéndome cada vez que percibía una zona de dolor.
Finalmente, tiré con los dientes del botón de la cintura de su pantalón, y lo miré a los ojos. Estaban llenos de pasión.
– Creo que llevas demasiada ropa -bromeé.
– Vivo para obedecerte -dijo Clint, y rápidamente, con una sonrisa, comenzó a quitarse el resto de las prendas.
– ¿Uno de mis fieles subalternos? -me reí, mientras me acurrucaba contra su cuerpo desnudo.
– Me llamo Sacrificio -murmuró mientras se inclinaba a besarme.
Yo respondí a su beso hasta que me sentí mareada, y después lo empujé hacia la almohada. Él me miró con confusión.
– Por favor, deja que te ame esta noche -le pedí.
– Oh, mi niña… -susurró, mientras me acariciaba la cara con ambas manos-. ¿Acaso no sabes que no puedo negarte nada?
Yo tuve que contener las lágrimas. En respuesta a sus palabras, moví la boca por su cuerpo.
Su respiración era profunda y entrecortada cuando tiró de mí hacia sus labios. Sin embargo, en vez de besarlo, me senté y, lentamente, me quité el jersey y me deslicé las braguitas por los muslos desnudos. Sus ojos ardían mientras observaba cómo me colocaba a horcajadas sobre él. Con delicadeza, tomó mis exuberantes pechos en las manos.
– Están muy sensibles en este momento -susurré.
Él me besó los pezones con suavidad.
– Yo nunca te haría daño.
– Lo sé, Clint, lo sé.
Entonces, me apoyé en sus anchos hombros y comencé a mecerme con un ritmo atemporal que él siguió con un entendimiento perfecto. A medida que se incrementaba, me di cuenta de que el aura de Clint comenzaba a brillar. Entonces, el plateado de mi aura también se hizo visible a mi alrededor. Mientras nos acercábamos al clímax, las dos auras se mezclaron y aumentaron, y los sentimientos que se habían apoderado de mí se intensificaron de repente, casi hasta un nivel doloroso.
Clint abrió los ojos, y nuestras miradas quedaron atrapadas la una en la otra. Me tomó por las caderas y se hundió con fuerza en mí, una y otra vez, y la noche explotó a nuestro alrededor, y dentro de nosotros.
Yo dormité a ratos, protegida entre sus brazos.
– Nunca me había pasado -dijo Clint, con una voz suave y emocionada.
Lo miré a los ojos.
– Lo que hiciste con los dedos… -continuó-. Conseguiste acabar con el dolor, pero más que eso, tú… -sacudió la cabeza maravillado-. Fue… -me acarició los labios con el dedo-. No hay palabras para describirlo.
– Y nuestras auras se unieron. ¿Te ocurrió eso con Rhiannon?
– No. Nada de esto me sucedió con Rhiannon. Sólo contigo, Shannon. Sólo contigo. Las cosas que me hizo ella… Me tenía atrapado con un poder antinatural, perverso. Era oscuro y malvado. Me odiaba a mí mismo por desearla.
– Shhh -susurré, posándole un dedo contra los labios-. Ya ha terminado. Esa parte de tu vida ha acabado.
Sentí que su erección latía. Deslicé la mano entre nuestros cuerpos y lo acaricié, disfrutando de la sensación que mé producía la piel suave sobre la dureza.
Entonces, lo noté. La ligera hendidura de tejido cicatrizado que tenía por toda la longitud de su miembro. Me quedé helada al darme cuenta de lo que significaba aquella cicatriz. Vi de nuevo la escena del parque de Chicago, el brillo de la hoja del puñal y las gotas rojas que manchaban el blanco de la nieve.
Abrí los ojos con espanto, y vi que Clint los tenía cerrados, y que en su rostro había placer y paz. Tenía una sonrisa suave en los labios, y emitió un gemido casi inaudible.
«Cúralo, Amada».
Con la voz de Epona en la mente, yo seguí acariciándolo, haciendo que la salud, la curación y la luz pasaran hacia él, y eliminando la perversidad y los placeres retorcidos, y la oscuridad con la que Rhiannon lo había marcado. Y en la curación de Clint, yo hallé mi propia alegría. De nuevo lo tomé dentro de mi cuerpo, y en aquella ocasión con una gentileza profunda, y un entendimiento completo. No me guardé nada, y mientras hacíamos el amor, sentí la presencia de Epona, como si estuviera santificando nuestra unión. A través de los párpados cerrados, vi el brillo mágico de nuestras auras mientras se unían y llenaban la cabaña de luz y belleza, y el calor del amor de la diosa.
Mucho más tarde, él me tomó la cara entre las manos.
– Te quiero -me dijo.
Yo cerré los ojos y apoyé la cabeza en su hombro.
– Yo también te quiero, Clint.
Sabía que era la verdad. Los amaba a los dos, a ClanFintan y a Clint. Eran dos piezas de un todo. Y me rompía el corazón pensar en que tenía que dejar a Clint, tanto como me dolía el alma al pensar en separarme de ClanFintan para siempre.
«Oh, ayúdanos, Epona».
«Duerme, Amada».
La voz etérea resonó por mi mente, y yo me sentí rodeada de un cansancio líquido. En los primeros momentos del sueño, noté que Clint había comenzado a acariciarme del mismo modo que lo hacía ClanFintan. Recorrió mi cuerpo desde la parte trasera de la rodilla, hacia el muslo, hasta la espalda, y después hacia la pierna nuevamente. Mi último pensamiento consciente fue que ya no me sorprendían todas aquellas similitudes.
Me desperté lentamente, y en aquellos primeros momentos de lucidez sentí los brazos que me protegían y me mantenían acurrucada contra el calor duro de un cuerpo masculino.
Entonces, lo recordé. Oooh, Clint…
Estoy segura de que me ruboricé, pero, azorada o no, la naturaleza no podía esperar, así que me salí de su abrazo silenciosamente, encontré el jersey, que estaba debajo de la cama, y me dirigí hacia el baño.
Me miré al espejo. Estaba desarreglada, y francamente, tenía aspecto de haber hecho el amor varias veces durante la última noche. ¿Y qué más, aparte de lo evidente? Había tocado algo en lo más profundo del alma de Clint, algo que gritaba dolorosamente en su necesidad de ser sanado. La mezcla de nuestras auras había sido algo asombroso. ¿Por qué nos había ocurrido a nosotros, y no con Rhiannon, y tampoco, tal y como me susurró la mente, con ClanFintan?
La diosa me había indicado que amara a Clint. Era una idea muy sobrecogedora. Epona me había usado como bálsamo en aquel mundo. Acababa de hacer el amor con un hombre increíblemente atractivo del que me había enamorado porque era, básicamente, un clon de mi marido. Y, sin embargo, no me sentía culpable. Clint me necesitaba, y Epona me había permitido arreglar lo que Rhiannon había roto. No iba a lamentarlo, ni a dudar de ello.
Después de terminar en el baño, regresé a la cama. Clint tenía un aspecto joven y sexy, y entre el tornado de colchas y edredones, se le veía una cantidad de músculos pectorales casi obscena.
Lo desperté con besos, e hicimos el amor otra vez.
Mucho más tarde, yo me estaba estirando perezosamente, y él me estaba mordisqueando un lado del cuello, lo cual me recordó algo.
– Tengo hambre. Muchísima hambre.
– Bueno, te has ganado a pulso un buen desayuno esta mañana, mi niña -respondió él. Me besó la frente y se levantó de un salto. Se puso los vaqueros y la camisa, y me dijo-: ¿Por qué no te das una buena ducha caliente mientras yo hago un verdadero desayuno de Oklahoma?
No me dio oportunidad para responder; se encaminó a la cocina como si fuera un hombre con una misión.
– Oh… -se detuvo y me dijo-: He dejado el número de la habitación de tu padre junto al teléfono, por si quieres llamarlo.
Después, entró en la cocina.
Yo tuve que encontrar el jersey de nuevo. Después llamé y oí la voz de mi padre, más fuerte y menos embriagada por los sedantes. Mamá Parker iba a llegar en cualquier momento. Según la doctora, mi padre podía volver a casa al día siguiente, y eso le alegraba mucho porque estaba harto de la comida del hospital.
Cuando yo entré en la cocina, Clint estaba friendo algo que tenía un olor exquisito.
– ¿Has hablado con tu padre? -me preguntó sin darse la vuelta, atento a la sartén.
– Sí, está muy bien. Va a casa mañana con mamá Parker.
Vi que asentía como respuesta, y después me fui hacia el baño para tomar la ducha. Una vez arreglada, volví a la cocina, y él me dio la bienvenida con una sonrisa que me derritió el corazón, y me entregó un plato cargado.
– Buenos días. Me alegro de que tengas hambre.
– Buenos días y ¡Dios santo! ¿Acaso te has creído que soy un leñador?
Me quedé mirando, atónita, la montaña de huevos revueltos con pimiento, champiñón, cebolla, beicon y queso, de patatas fritas, de salchichas y de galletas, untadas con mantequilla y miel.
– Una futura madre debe comer -dijo él, con aquella maravillosa sonrisa.
– Si sigo comiendo así, ocuparé el doble de espacio cuando sea madre -refunfuñé. Sin embargo, eso no me impidió comenzar con aquel plato delicioso y lleno de grasa.
Cuando paré para tomar aire, me di cuenta de que Clint me estaba mirando fijamente.
– ¿Qué pasa? -le pregunté, tomando un sorbito de té caliente para aclararme la boca.
– Me estaba preguntando si eres consciente de lo feliz que me hiciste anoche… -hizo una pausa, y de nuevo esbozó aquella sonrisa-. Y esta mañana.
– Yo…
Iba a recordarle cuál era nuestra situación real, que yo tenía que volver a Partholon con ClanFintan. Sin embargo, no pude decírselo. No sabía lo que iba a ocurrirle después de que yo me marchara. Ni siquiera quería pensarlo. Sólo sabía que, durante el tiempo que pasáramos juntos, quería hacerlo feliz.
– … me alegro -susurré.
Él tomó mi mano y se la llevó a los labios. Le dio la vuelta para poder besarme la muñeca, justo en el punto en el que me latía el pulso. Por un momento, vi el doloroso reflejo de la realidad en sus ojos, y lo atraje hacia mí con fuerza para besarlo.
Lo sabe. Al pensarlo, tuve una fuerte necesidad de protegerlo. Quería pedirle a gritos a mi diosa que lo ayudara a no quererme, pero sabía que no podía ser, y además, yo quería su amor.
Quizá, en cierto modo, yo fuera tan egoísta como Rhiannon.
– ¡Te toca! -dije alegremente, intentando apartarme de la cabeza todos aquellos pensamientos sombríos. Antes de que él pudiera resistirse, lo empujé hacia el baño-. No voy a recoger nada, te lo prometo. Sólo voy a lavar y a secar los platos y lo dejaré todo desordenado. No te preocupes -dije, con un empujón final.
Riéndose, él desapareció por la puerta del baño.
Lavé los platos y después, ignorando mis propias palabras, coloqué todo en su sitio. Después, mi nariz me condujo hasta el cubo de la basura, que estaba debajo del fregadero.
– ¡Puaj! Huele como si algo se hubiera muerto ahí… la semana pasada.
Contuve la respiración, até la bolsa, la saqué del cubo y me calcé las enormes botas de Clint. Después salí a la puerta para dejar la basura en el porche hasta que Clint se ocupara de su destino final.
En cuanto puse los pies en el porche, mi cuerpo quedó inmóvil. Algo iba mal, muy mal. Parecía que el aire había cambiado. Seguía nevando, pero con fuerza, y la capa de nieve que lo cubría todo se había convertido en un sudario blanco que todo lo silenciaba.
Dejé caer la bolsa y corrí hacia los árboles. Posé la mano en el tronco del primero, un almez de tamaño mediano, y cerré los ojos para concentrarme.
– ¿Qué ha ocurrido? -susurré.
«Se acerca el mal, Amada de Epona». La voz del árbol sonaba lejana y tensa.
– ¿Está aquí ahora?
«Acaba de entrar en el Bosque Sagrado. Ella lo está llamando».
– ¡Ella! -grité yo-. ¿Te refieres a la que pervierte el nombre de Epona?
«Sí, Elegida».
– ¿Dónde está ahora?
«En el Bosque Sagrado».
– ¡Gracias! -dije, y le di unas palmaditas al árbol, mientras sentía una punzada de angustia en el estómago.
«Mantente alerta, vigilante, Amada de Epona».
– Eso dalo por sentado -dije. Después volví a la cabaña todo lo rápidamente que pude.
Clint estaba en la puerta, totalmente vestido y con las mejillas enrojecidas por la ducha.
– ¿Ya ha llegado el momento? -me preguntó con rigidez.
– Sí -respondí, y le expliqué lo que me había dicho el almez mientras me quitaba sus botas y me ponía las mías-. Me di cuenta de que ocurría algo en cuanto salí. Rhiannon está en el claro.
– Y Nuada va a reunirse con ella.
Asentí.
– Tenemos que librarnos de él, Clint. Es muy importante que no recupere todo su poder. Rhiannon no se da cuenta de que él no la obedecerá una vez que lo haya ayudado a fortalecerse. Debemos acabar con Nuada. Tratar con Rhiannon es secundario.
Y después, yo podría volver a Partholon, donde debía estar.
No lo dije en voz alta, pero vi que él ya lo sabía, porque se le reflejó en los ojos. Sin titubear, me acerqué a él y lo besé, intentando decirle con los labios lo que no podía decirle con palabras. Lo mucho que lo sentía. Lo mucho que hubiera deseado que las cosas fueran distintas. Y también, que por nada del mundo hubiera cambiado un solo momento de lo que había ocurrido aquella noche.
– Ponte varias capas de ropa -dijo Clint, mientras me entregaba su jersey favorito. Me observó con una sonrisa de posesión mientras me lo ponía sobre la camisa que ya llevaba.
– ¿Tienes un par de calcetines de sobra? -le pregunté.
Él asintió, y sacó otro par de calcetines para cada uno. Nos vestimos metódicamente, en silencio.
– Quiero que te pongas uno de mis abrigos -me dijo, y sacó dos chaquetas de esquiar del armario-. Necesitarás mucho espacio para moverte.
Mientras yo me ponía la chaqueta, él sacó algo negro y pesado del armario, algo que hizo un ruido metálico. Oí un clic cuando él puso un cargador en la culata del arma.
Clint notó que lo estaba mirando, y se volvió hacia mí.
– Prométeme que no lo vas a hacer -dije.
Él no dijo nada. Sólo me miró a los ojos.
– No podría soportar que la mataras -añadí.
– Te juro que no derramaré ni una sola gota de su sangre -respondió él. Su voz adoptó un tono melódico, como si estuviera entonando un encantamiento.
– Gracias, Clint -dije con solemnidad.
– Termina de vestirte y vamos -me respondió, y guardó el revólver en la funda de un cinturón. Después se lo puso con una facilidad que me dio a entender que no era la primera vez que llevaba un arma.
Yo me subí la cremallera de la chaqueta y me coloqué los guantes y el gorro.
– Lista -dije.
– Recuerda que siempre te querré, mi niña. Estés donde estés -me dio un beso fuerte. Después abrió la puerta y salimos al silencio letal de la mañana.
Caminar por aquella nieve profunda era como caminar por el agua. Me sentí aliviada al entrar en el corazón del bosque; las ramas de los árboles servían de techo y nos protegían de lo peor de la tormenta conteniendo unos copos gruesos como flores de algodón.
Además, sentí júbilo al oír los saludos etéreos y susurrantes de los árboles.
«¡Te saludamos, Amada!».
«¡Ave, Epona!».
«¡Bienvenida, Elegida!».
El sendero se ensanchó y pude colocarme junto a Clint. Lo tomé del brazo mientras caminábamos.
– ¿Te están hablando los árboles otra vez? -me preguntó con una sonrisa.
– ¿Tú también los oyes?
– No. El bosque no habla conmigo de la misma manera que contigo.
Teníamos un camino largo por delante, y yo sentía mucha curiosidad.
– Clint, me has dicho que siempre te gustó el bosque, pero no me has explicado por qué tienes tanta afinidad con él. ¿Cómo descubriste que podías obtener energía de los árboles si no puedes hablar con ellos?
Clint suspiró.
– Después del accidente, estuve unos seis meses en el hospital. Después, comenzó la rehabilitación, que también fue muy larga. Los amigos que venían a visitarme de vez en cuando dejaron de hacerlo, o cuando venían, actuaban con nerviosismo, como si se sintieran culpables por no querer estar allí -dijo, y soltó una carcajada amarga-. Bueno, no los culpo. ¿Quién quiere estar en el hospital con un inválido? Después de un tiempo, me quedé solo.
– ¿Y tu familia, tu madre y tu padre, tus hermanos y hermanas?
– Viven en Florida.
– ¿No tenías novia?
– Tenía una, pero pronto quedó claro que Ginger sólo estaba interesada en salir con un piloto de combate, no con un ex piloto incapacitado.
Yo estuve a punto de echarme a reír. Él era un hombre guapo, fuerte, alto, la antítesis de alguien incapacitado. Pero, claro, ¿qué se puede esperar de una mujer que se llama Ginger? Por favor.
– ¿Tampoco tenías una ex mujer que fuera a visitarte?
– Claro. Llevó a mi hijo varias veces al hospital, al principio -dijo, con una sonrisa de tristeza-. Yo creía que lo hacía por bondad, pero después me di cuenta de que disfrutaba con la publicidad y la atención. Cuando terminaron mis quince minutos de fama, ella se marchó.
– ¿Todavía la querías?
– No. Nos casamos demasiado jóvenes, y poco a poco, nos fuimos distanciando. El divorcio fue de mutuo acuerdo, amistoso -me explicó, y se encogió de hombros-. Sin embargo, me habría venido bien tener a una amiga de verdad cuando estaba en el hospital, y habría sido agradable que hubiera quedado eso, al menos, entre nosotros.
La resignación de su voz me hizo daño en el corazón. Algo de lo que me había dicho apareció en mi mente y originó varias preguntas más. Clint tenía un hijo.
– ¿Y tu hijo?
– No hay mucho que decir de Eddy. No nos llevamos bien. Yo nunca lo he entendido, pero siempre he tenido la sensación de que, cuanto más intentaba encontrar puntos en común con él, o acercarme a él, más se alejaba de mí. Antes culpaba a su madre, pero eso no es justo. Es sólo que el chico y yo no hablamos el mismo lenguaje.
Yo no sabía qué decir. Me resultaba difícil creer que un chico no estuviera entusiasmado por el hecho de que su padre fuera piloto de combate, y no quisiera emularlo.
Él giró los hombros con inquietud.
– Antes me roía por dentro, y después del divorcio intenté que pasara más tiempo conmigo. Acababa de cumplir trece años cuando tuve el accidente. Estuve tan mal al principio que no lo vi en meses, casi en un año. Cuando, por fin, salí del hospital, él se comportaba como si me tuviera miedo. Yo no entendía por qué. De hecho, todavía sigo sin entenderlo. Así que me distancié.
Clint hizo una pausa para recuperarse, y prosiguió.
– Ahora tiene dieciocho años. Lo último que supe de él es que está en una banda de rock. Su madre me llamó no hace mucho. Está preocupada por él, porque parece que toma drogas. Intenté hablar con él y se cerró en banda, como siempre. Otra vez. Básicamente, sabe dónde estoy, y sabe que mi puerta siempre está abierta para él si necesita ayuda. Tal vez, algún día despierte esa parte de mí que está en mi hijo. Me gustaría, y creo que por mucho que finja lo contrario, a él también.
– Una cosa que he aprendido durante los diez años que pasé dando clase es que incluso las mejores personas pueden tener problemas con los hijos -dije yo.
Clint me apretó la mano y continuó:
– Así que hace unos dos años me vi completamente solo. No podía pilotar, y los amigos de toda la vida estaban incómodos conmigo. No sabía qué hacer. Un día estaba haciendo una excursión de pesca, y me alojaba en una cabaña que está por esta zona. Por supuesto, los peces no picaban, así que llevé el bote a la orilla y empecé a subir una montaña para meditar un poco.
– ¿Y así es como te diste cuenta de que tienes afinidad con los árboles?
– Sí. Cuando intenté suicidarme.
– ¿Cómo? -me detuve en seco.
Él no me miró, sino que tiró de mi mano para que siguiera caminando.
– La reflexión que hice me llevó a la conclusión de que no tenía razones para vivir. Así que saqué mi revólver, me apoyé contra el tronco de un roble y me dispuse a volarme la cabeza. Entonces fue cuando me habló el árbol. Al principio pensé que me estaba volviendo loco, pero con su voz me llegó tal… sentimiento de aceptación, que tuve que creerlo.
– ¿Y qué te dijo?
– Me llamó «Chamán», y me dijo que despertara -dijo-. Así que saqué el dinero del banco y compré la cabaña. E hice amigos nuevos. Sobre todo, indios ancianos. Hay muchos choctaw que todavía viven en esta zona. Intentan vivir a la vieja usanza. Yo estoy aprendiendo a ayudarlos. Normalmente los llevo al médico, o a comprar provisiones, pero algunas veces sólo se trata de sentarme a escuchar.
– Así que tú también tienes gente de la que cuidar -le dije.
– Supongo que eso es algo que tenemos en común.
Yo no respondí, porque no era a mí misma a quien me refería, sino, al Sumo Chamán que había en mi vida.
– Pero entonces, ¿ya no oyes hablar a los árboles?
– Sólo los siento. Algunas veces me ponen ideas en la cabeza, o me advierten de que se acerca tormenta. De vez en cuando encuentro un árbol especialmente anciano, como los que hay en el claro, y oigo que me susurra la palabra «Chamán».
Pronunció aquella palabra con alegría. Era la palabra que le había salvado la vida.
– ¿Hay algo más que quiera saber, mi señora? -me preguntó.
– Sí. Quiero saber cómo es pilotar un F-16.
Su expresión se volvió lejana.
– Mi niña, el poder… es increíble. Y todo está en tus dedos. Se convierte en parte de ti. La cabina es una burbuja de cristal, y ves todo lo que hay a tu alrededor. No hay laterales ni límites. Imagínate cuál sería la visibilidad si estuvieras volando en una escoba -dijo, y se echó a reír-. La vista es como si estuvieras colgando del aire, y el avión se convierte en una extensión de tu cuerpo. Te conviertes en puro poder.
– ¿Como cuando yo canalicé la energía de los árboles a través de mi cuerpo?
– Sí, seguramente se parece mucho a eso. Es algo que te sobrepasa. Tú sólo estás ahí para hacer el viaje.
– ¡Y qué viaje!
Nos sonreímos el uno al otro y volvimos a tomarnos del brazo, mientras nos acercábamos más y más al corazón del bosque sagrado.
Pronto, el sendero giró bruscamente hacia la derecha y ascendió empinadamente, y se hizo estrecho. Yo reconocí la zona. Estábamos cerca del claro. Dejé que Clint fuera delante de mí, y cuando se volvió para darme la mano y ayudarme, se le resbaló el pie en una piedra cubierta de nieve.
– ¡Demonios! -exclamó mientras movía los brazos para recuperar el equilibrio. Yo vi una expresión de dolor en su rostro.
Subí como pude hacia él y le dije, sin aliento:
– Eh, creía que te había curado el dolor de la espalda anoche.
Él me tomó de la mano y me acercó a sí.
– Mi niña, no fue la espalda lo que me curaste.
Después se dio la vuelta y siguió caminando. ¿No le había curado la espalda? Estaba segura de que había sentido dolor bajo las yemas de los dedos. Recuerdo que concentré la energía que tenía dentro en mis manos, para pasarla a su cuerpo, y que él había respondido. Estaba segura.
Sin embargo, antes de que pudiera seguir preguntando, el camino se ensanchó y llegamos al bosque sagrado. Al tocar cada uno de los árboles mientras avanzábamos, me llenaba de energía. Miré a mi alrededor y me vi rodeada de belleza salvaje.
Estaba tan distraída por la alegría que sentía que no me di cuenta de que Clint se había sumido en un silencio tenso.
– Incluso el aire huele de manera diferente aquí -dije. Clint no me respondió, y yo le di un codazo-. Vamos, tú también tienes que sentirlo.
Él respondió con un gruñido de preocupación.
– Este lugar es precioso -insistí.
– Shhh.
– Pero…
Entonces, él me tapó la boca con la mano. Con la cabeza, señaló hacia el suelo, a la izquierda del sendero, y me dijo al oído:
– Huellas de motos de nieve.
Me quedé asombrada. Era cierto; junto al camino discurrían las huellas de dos motos. Más adelante cruzaban el sendero y continuaban hacia la derecha, adentrándose en el bosque. De nuevo, Clint acercó la boca a mi oído. Aunque a mí no me importaba, la verdad.
– Aquí es donde dejamos el camino. Esas huellas se dirigen directamente al claro.
Yo tragué saliva mientras seguíamos las huellas. Cuando habíamos caminado durante unos minutos, miré el perfil pétreo de Clint. Tenía que aclarar una cosa con él. Me detuve y lo tiré del brazo hasta que se inclinó hacia mí. Entonces, le dije al oído:
– Quiero estar sola cuando me enfrente a ella.
Clint tomó aire, y yo supe que iba a echarme un sermón, así que continué rápidamente.
– Deja que hable con ella cara a cara. Quizá nos sorprenda con su reacción. Tal vez, el hecho de verme le impresione, y podamos meterle un poco de sentido común en la cabeza.
Él puso cara de escepticismo.
– ¿No recuerdas lo egocéntrica que es? ¿Y acaso no soy yo igual que ella físicamente? Quizá se sienta tan impactada, o intrigada, o lo que sea, al verme, que pueda razonar con ella.
Con un gruñido, Clint me dio a entender que no le gustaba nada aquello, pero que me lo permitiría.
– Tú puedes esconderte junto a los árboles. Si las cosas se ponen feas, estarás lo suficientemente cerca como para poder ayudarme.
Clint sonrió al oírme y me dio un beso rápido.
– Está bien. Lo haremos a tu manera -susurró.
– Bueno.
– Al principio -murmuró él.
Entonces, él se dirigió al borde de los árboles, sigilosamente, para esconderse entre los arbustos. Cuando el bosque lo ocultó, yo erguí los hombros y comencé a caminar hacia delante, sin preocuparme por avanzar en silencio.
– Voy a necesitar tu ayuda, Epona -dije en voz alta.
Me pareció que oía que las ramas de los árboles más cercanos se agitaban para responderme.
Salí de debajo de los árboles y me hundí hasta la rodilla en la nieve que cubría el suelo del claro.
Lo primero que noté fue el verde asombroso de los robles, y la familiaridad de la zona me nubló los ojos. Por un momento, vi lo claramente que aquel claro reflejaba el claro de Partholon. Aunque la nieve sobraba en la escena, y también las huellas mecánicas, que no encajaban…
Seguí con la mirada aquellas huellas hasta que encontré los dos vehículos que las habían dejado. Un poco más allá había dos personas.
Rhiannon estaba junto al árbol que crecía en la orilla izquierda del riachuelo, justo fuera de un círculo que había sobre la nieve, y que era como el que había dibujado en Chicago. El círculo contenía ambos árboles, y la zona del riachuelo que corría entre ellos. La inconfundible figura de Bres estaba agachada en el centro del círculo. Estaba de rodillas, de frente a Rhiannon, que estaba de espaldas a mí. Él tenía el pecho desnudo, pero llevaba unos vaqueros, gracias a Dios. Si tuviera la cabeza elevada, me habría visto, pero la tenía inclinada y sus manos estaban unidas ante su pecho, como si estuviera rezando.
Rhiannon llevaba el mismo abrigo de piel que llevaba en Chicago. Al menos, lo había llevado durante un minuto. Comencé a caminar hacia ella, dije:
– Demonios, espero que no se desnude hoy.
El sonido de mi voz recorrió el claro silencioso. Rhiannon se giró hacia mí. Cuando se encontraron nuestros ojos, las dos nos quedamos inmóviles, a pocos metros de distancia.
Rhiannon y yo parpadeamos al mismo tiempo. Yo estaba pensando que ella llevaba demasiado maquillaje cuando ella comenzó a hablar.
– No eres tan atractiva como yo.
– ¿De veras? -respondí-. A mí me parece que llevas demasiado maquillaje, y que eso te hace parecer mucho mayor.
Arqueó una ceja y se cruzó de brazos, cosa que yo imité rápidamente.
– ¿Para qué has venido, Shannon?
– Creo que tú y yo tenemos que hablar.
Ella sonrió, y se rió suavemente.
– ¿Y por qué iba a querer yo hablar contigo, profesora?
– Por muchos motivos. Parece que tenemos muchas cosas en común. Me pareció interesante conocerte.
– Yo no tengo ningún interés en conocerte a ti.
– ¡Oh, por favor! Tienes que sentir tanta curiosidad como yo. ¡Míranos! Somos la misma. Si tú te quitas el maquillaje, y yo me pongo un abrigo de piel como el tuyo, sería como estar frente a un espejo. Seguro que tenemos muchas preguntas que hacernos la una a la otra. ¿Y qué demonios hace tu novio ahí?
– Bres no es mi novio. Es mi sirviente, y está vinculado a mí por la sangre. Está cumpliendo mis órdenes. Se está preparando para la Llamada.
Aquello no sonaba bien.
– No lo entiendo -dije.
– Se me olvida que eres ignorante y no conoces las costumbres antiguas, y que sólo te pareces a mí en el aspecto -dijo ella con condescendencia-. Estoy llamando a un protector, y Bres será el cuerpo que habite.
– ¡Dios santo! ¿Acaso crees que Nuada va a ser tu guardaespaldas? -inquirí con un escalofrío.
– ¡Nuada! ¡Ese es el nombre que utilizó el espíritu! ¿Por qué lo conoces?
– ¡Porque ayudé á matarlo en Partholon! Él no es un protector benevolente, es un ser perverso. Has resucitado al espíritu del líder de las criaturas demoniacas que estuvieron a punto de destruir tu antiguo mundo.
– Entonces, ¿Nuada es muy poderoso? -preguntó ella. En vez de haberse quedado espantada, se había quedado pensativa.
– Rhiannon, es el mal. No va a proteger a nadie. Él destruye vidas, no las salva -le dije. Sin embargo, ella sonrió, y me di cuenta de que no lo estaba entendiendo bien. Tomé aire y continué-: Mató a tu padre.
– ¡Mientes! -gritó.
– Lo siento. No quería decírtelo así, pero tu padre murió hace seis meses. Yo vi cómo ocurrió todo. Los Fomorians, las criaturas que él lideraba, invadieron el Castillo de MacCallan. Los hombres no estaban preparados para repeler el ataque, y no tuvieron ninguna oportunidad. Epona me llevó a presenciar aquel horror durante el Sueño Mágico. Tu padre luchó con nobleza, y mató a docenas de criaturas. Tuvo una muerte heroica.
Rhiannon se había quedado pálida.
– Cuando llamaste a Nuada para que viniera a este mundo, me encontró a mí en vez de a ti. Fue a mi casa, y estuvo a punto de matar a mi padre también.
– Mentiras -escupió ella-. Dices mentiras porque no puedes soportar que yo sea más poderosa que tú.
– ¡A mí no me importa un comino lo poderosa que seas tú, idiota! ¡Ni siquiera quiero estar en este mundo! Ya habría vuelto a Partholon si tú no hubieras resucitado a esa maldita criatura y la hubieras traído aquí. El motivo por el que estoy en Oklahoma es que tengo que arreglar lo que tú has estropeado. Otra vez.
– No me hables así -me ordenó en un tono frío y peligroso.
– Mira, Rhiannon. Ya no estás en Partholon, y yo no soy uno de tus esclavos. No me asustas, y te hablaré como me dé la gana. Quiero ser agradable contigo, sobre todo después de que Epona me mostrara lo que ocurrió en tu pasado, el motivo por el que eres tan odiosa.
Rhiannon dio un respingo, como si yo la hubiera golpeado, pero yo continué hablando.
– Sin embargo, no me estás facilitando las cosas. Creo que tu problema es que nunca te han dicho que no, así que te has pasado la vida haciendo lo que querías y te has convertido en una bruja egoísta y odiosa. En circunstancias normales, dejaría que te las arreglaras tú misma hasta que te dieras cuenta de que necesitas terapia psicológica, pero el problema es que te las has arreglado para soltar a un ser malvado y enloquecido en este mundo. Por si no lo sabías, Rhiannon, no es muy normal que nieve así en Oklahoma. Es antinatural, como la magia que has estado usando -dije, y di un paso hacia ella-. Ahora, quiero que envíes a esa criatura de vuelta al infierno, o a donde sea.
– Enviaré a la criatura -dijo Rhiannon, en un tono muy controlado- al sitio al que pertenece. Observa y aprende, profesora.
Se dio la vuelta y, sin decir una palabra, elevó los brazos por encima de la cabeza. La silenciosa plegaria de Bres se hizo audible de repente. Las palabras eran irreconocibles, pero mi cuerpo reaccionó de una manera intensa al oírlas. Se me puso el vello de punta, y me sentí como si estuviera en mitad de una tormenta eléctrica. Entonces, el acento melódico de Rhiannon se unió a la voz gutural y áspera de Bres. Ella se acercó a él, pero me di cuenta de que no atravesaba la circunferencia de hielo derretido.
Sin alzar la cabeza, él extendió los brazos hacia ella. Tenía un objeto en la palma de la mano. A la luz grisácea que se filtraba entre los copos de nieve, brilló la hoja de un puñal.
– Oh, magnífico -murmuré.
Me preparé para correr hacia delante y quitarle el puñal o taparme los ojos, como si estuviera viendo una película de miedo. Mientras decidía qué iba a hacer, Bres elevó la cara, y con horror, yo observé cómo cambiaban sus rasgos, cómo se alteraba su forma, como si estuviera hecho de arcilla. Primero, se cerraron su boca y su nariz, y sus ojos brillaron. Después ya no tenía ojos, sino unos huecos negros y cavernosos, y su boca se convirtió en un agujero de fauces horribles. Después su rostro volvió a cambiar, y se convirtió en el hombre más guapo que yo hubiera visto en mi vida.
Tuve que tragar bilis. Mientras, él se convirtió de nuevo en el esquelético Bres.
Rhiannon no mostró ninguna reacción ante aquellas espantosas transformaciones. Le quitó el puñal, y con dos movimientos rápidos le hizo dos cortes en forma de cruz en el pecho. Al instante comenzó a brotar la sangre de las heridas, y a derramársele por la piel.
Ante la aparición de la sangre, el ritmo de su letanía aumentó de manera espectacular. Por el rabillo del ojo, vi moverse una forma oscura. Me di la vuelta rápidamente en dirección a aquella figura, y se me encogió el estómago.
La negrura avanzó, y Rhiannon notó su presencia. Entonces, también se volvió. Al ver aquella forma negra, entrecerró los ojos y las palabras de su letanía cambiaron.
– ¡Nuada eirich mo dhu! ¡Nuada eirich mo dhu! ¡Nuada eirich mo dhu!
Siguió y siguió, como si fuera un disco rayado. Yo observé cómo Nuada se incorporaba y se convertía en una forma reconocible. Le crecieron garras de las manos, y se le separaron las piernas, que tomaron una forma humanoide. Y extendió las alas. Abrió la boca y comenzó a formar palabras.
– Mujer, estoy aquí, cumpliendo tus deseos.
Estaba concentrado en Rhiannon. No parecía que notara mi presencia.
– Agradezco tu obediencia -dijo Rhiannon con una voz seductora-, y te ordeno que habites en el cuerpo de mi sirviente.
Él soltó una carcajada horrible.
– Quizá tengas el poder de despertarme, mujer. Sin embargo, tu patética ofrenda de sangre no es suficiente para darme órdenes. No tengo deseo de ser tu sirviente, pero deseo probarte.
Con una rapidez inesperada, Rhiannon se lanzó hacia mí y me tomó del brazo.
– ¿Qué demonios estás haciendo? -grité yo, intentando zafarme de ella sin quitarle la vista de encima a Nuada, que seguía acercándose a nosotras. Al oír mis gritos, él se detuvo.
– Veo que hay dos de vosotras -susurró-. Mejor, mujeres. Mejor -rió.
De repente, Rhiannon tiró con fuerza de mí y con el mismo movimiento seguro y rápido, me hundió el puñal en el costado. Noté algo agudo rasgándome dolorosamente una costilla.
«¡Oh, Epona! ¿Ha matado a mi hija?», pensé yo. Sentí el cuerpo entumecido, y noté que fluía la sangre. Me fallaron las rodillas. Entonces, oí un grito de agonía de Clint.
Con crueldad, Rhiannon cortó la tela del abrigo y las capas de ropa que se estaban empapando de sangre, y expuso la herida de mi costado a ojos de Nuada. Al ver mi sangre, él se echó a temblar.
– ¡Ahora estás bajo mis órdenes! -gritó Rhiannon-. ¡Con esta sangre, estás unido a mí, porque es como si hubiera sacrificado la sangre de mi cuerpo, el cuerpo y la sangre de una Sacerdotisa y de la Elegida de Epona. Debes obedecer. ¡Entra en mi sirviente!
Con aquella orden final, el cuerpo de Nuada perdió su forma y se convirtió en un charco negro y venenoso contra el color blanco de la nieve que cubría el claro. Aquella negrura entró en el círculo de Bres al mismo tiempo que Clint salía corriendo hacia nosotras desde el bosque. En un instante, el cuerpo de Bres absorbió a Nuada. Su cántico cesó, y lentamente, alzó la cabeza y abrió los ojos. Eran dos luces rojas.
– ¡Shannon! -gritó Clint.
Su voz sonaba muy lejana, pero estaba junto a mí. Intenté responder, pero Rhiannon me empujó hacia él con un gruñido de desprecio.
– Debería haberme imaginado que estarías aquí.
Clint me abrazó y cayó de rodillas, intentando agarrarme y protegerme con su cuerpo.
– ¿Qué has hecho, Rhiannon? -preguntó él con la voz rota, mientras se tiraba frenéticamente de la bufanda. Hizo una bola con ella y me apretó la herida para intentar contener la hemorragia.
– Y debería haber sabido que la elegirías a ella -añadió ella con sarcasmo-. Siempre serás débil. Rezo porque nuestra hija tenga mi fuerza.
Clint dio un respingo, como si ella lo hubiera abofeteado.
– Una hija… no. No puede ser.
Rhiannon se echó a reír.
– Claro que sí. Aunque todavía no he decidido si me voy a quedar con esta hija o no.
Clint me movió cuidadosamente entre sus brazos para poder liberar su mano derecha. Noté que abría la cremallera de su abrigo y rebuscaba por dentro. Después, sacó el revólver y encañonó a Rhiannon.
Ella se quedó quieta, y miró de Clint a la criatura, que se había quedado agachada e inmóvil dentro del círculo.
– Debería haberte matado la misma noche en que me di cuenta de lo que eras -dijo Clint, con calma, racionalmente, con una actitud que no se correspondía con las cosas extrañas que estaban sucediendo.
– Pero no pudiste matarme -ronroneó Rhiannon-. En vez de eso, preferiste jugar a nuestros jueguecitos. No finjas que no recuerdas cómo era entrar en mi cuerpo y embestirme una y otra vez… y las otras cosas que hacíamos por la noche. Recuerda cómo brotaba tu sangre, mezclada con tu simiente, cuando me dejabas que cortara tu miembro latente, y después llegabas al orgasmo en mi boca.
Clint se puso muy tenso y respondió:
– Hasta anoche, habría dicho que tienes razón. He estado obsesionado por las cosas que hicimos… pero ya no. Me he curado de tu suciedad. Lo mejor que podría hacer para este mundo sería mataros a ti y a la niña que hemos concebido.
A mí me costó un tremendo esfuerzo alzar la mano para apartar el brazo de Clint. Al notarlo, él me miró a los ojos.
– Recuerda lo que me prometiste. Me lo juraste.
Clint apretó los dientes, y vi que luchaba contra sí mismo. Después, bajó el revólver lentamente.
Rhiannon se rió burlonamente.
– ¡Débil! ¡Siempre débil! Eres una sombra lamentable de lo que podrías haber sido. No eres amenaza para mí.
Sin dejar de reírse, se acercó al círculo.
Se detuvo a pocos centímetros de la nieve derretida. La criatura la devoró con los ojos rojos, brillantes.
– Nuada -dijo seductoramente-, no me creías lo suficientemente poderosa como para conseguir tu obediencia. ¿Quién era el tonto?
– Yo, mi señora.
– ¿Y a quién vas a obedecer ahora, Nuada?
– Os obedeceré a vos, mi señora.
Sus palabras eran serviles, pero su tono era peligrosamente condescendiente, como si estuviera hablando con una niña mimada.
Entonces, ella lo abofeteó con fuerza, y dejó dos manchas rojas en las mejillas pálidas de Bres.
– Vas a aprender la forma adecuada de dirigirte a mí. Y yo voy a disfrutar enseñándote.
– Esto tiene que terminar ahora -susurró Clint.
Me posó sobre la nieve con delicadeza, y se quitó el abrigo y el jersey. Colocó el jersey bajo mi cabeza y mi hombro, para que no tocaran más la nieve, y me tapó con el abrigo.
Sus movimientos hicieron que la criatura moviera los ojos para observarlo, y eso llamó la atención de Rhiannon. Se dio la vuelta y entornó los ojos con furia.
Al ver a Clint erguido ante ella, su expresión cambió, y convirtió en una de diversión.
– ¿Acaso tú también necesitas una lección de obediencia? -le preguntó.
– No, no -respondió Clint.
Elevó el revólver y apretó el gatillo.
El sonido del disparo fue ensordecedor, pero no consiguió tapar el grito de locura de Rhiannon al ver el agujero rojo que apareció en mitad de la frente de Bres.
– ¡No!
El cuerpo cayó de rodillas, y después, pesadamente, hacia delante, de cara a la nieve.
– ¡Lo has matado! ¡No deberías haber podido hacerle daño dentro del círculo de poder!
Clint se encogió de hombros.
– Seguramente, te vendrá bien recordar en el futuro que no estás en Partholon, sino en Oklahoma. A las balas no les importa nada un círculo de nieve derretida.
– Sobre todo, si las dispara un Chamán -añadí yo.
Clint y Rhiannon me miraron con sorpresa. Detrás de ella, yo percibí un movimiento. El cadáver de Bres se retorció y se marchitó, y todos volvimos a concentrarnos en lo que ocurría dentro del círculo. Con un repugnante sonido líquido, Nuada escapó del cuerpo.
– Oh, mierda -susurré.
Rhiannon sonrió sarcásticamente. Su risa surgió con histerismo de entre sus labios, y me di cuenta de que estaba completamente loca.
– ¿Y qué van a hacer tus balas contra esto, Chamán? -le preguntó a Clint.
Después se volvió hacia la criatura.
– Todavía eres mío. Todavía te ata mi sangre -le dijo, y señaló a Clint con un dedo tembloroso-. Destrúyelo.
La mancha de oscuridad respondió a Rhiannon y se irguió. Yo observé con espanto, en silencio, cómo se solidificaba y de nuevo tomaba forma.
Con un tremendo dolor, conseguí incorporarme y sentarme. Tenía que llegar a cualquier árbol. Por supuesto, lo mejor sería tocar a los ancianos robles. Yo conocía el poder que tenían. Sin embargo, estaban dentro del círculo, y Nuada se interponía entre ellos y yo. Miré hacia los árboles del borde del claro; estaban a unos cincuenta metros, pero tendría que ir hacia ellos.
Intenté ponerme en pie, apretando los dientes de dolor, pero me caí hacia atrás. Parecía que las piernas no iban a cooperar. Abrí la boca para llamar a Clint, y al instante, la cerré de nuevo.
Clint estaba levantando los brazos, lentamente, mientras entonaba un cántico en voz baja. Yo no podía descifrar sus palabras.
Miré a Rhiannon. Ella no estaba prestándole atención a él, ni a mí tampoco. Se movía metódicamente alrededor de la circunferencia, murmurándole las palabras «mo muirninn» a la criatura, como si fuera una expresión de cariño. A cada pocos pasos, hacía un corte en el círculo con la punta de la bota, sin dejar de murmurar.
Entonces, las palabras de Clint se hicieron audibles para mí y miré de nuevo al Chamán. Su aura brillaba y latía con fuerza a su alrededor, y de repente, parecía tan fuerte y tan poderoso que se me llenaron los ojos de lágrimas. Tenía los brazos estirados hacia el cielo, y su voz había adoptado un tono melódico muy diferente a los cánticos de Partholon. Sus palabras estaban subrayadas con el pulso profundo y primitivo que yo percibía en el aire. Escuché atentamente cómo llamaba a los espíritus a través de la naturaleza, de la lluvia, el fuego y la tierra.
Cuando terminó su invocación, bajó los brazos y miró a su alrededor como si acabara de despertar de un sueño abrumador. El azul de su aura seguía brillando, pero no había ninguna otra cosa que hubiera cambiado en él, ni en la zona que lo rodeaba.
Le rogué a Epona que, si lo que él estaba haciendo no funcionaba, me permitiera llegar hasta los árboles para poder vencer a Nuada. Y, al mirar al borde del bosque, tuve que parpadear. Me froté los ojos y vi lo que estaba sucediendo.
De entre los árboles aparecían figuras que se acercaban al claro majestuosamente. Eran hombres ancianos, cuyos rostros estaban tan marchitos por el tiempo que no podía adivinarse su edad. Y, por cada uno de aquellos hombres aparecía la figura de un espectro luminiscente. Al principio era difícil distinguirlos como entidades individuales, porque se mezclaban perfectamente con el blanco y el gris de los copos de nieve, pero el anillo de guerreros fantasmales siguió avanzando. Cuanto más se acercaban, más distinguibles eran sus rasgos.
Los ancianos se acercaron, y al unísono, comenzaron un cántico. Tenía el mismo ritmo ancestral que la invocación que había hecho Clint. Los guerreros muertos no hablaban, pero seguían hacia delante con pasos sigilosos, obedeciendo la llamada de los ancianos. Las coronas de plumas de los antiguos vestidos de combate se alzaban y descendían con los movimientos de los guerreros.
Yo aparté la vista de aquella fabulosa escena y miré a Clint. De él irradiaba un poder puro, maravilloso. Se había unido al cántico de los ancianos.
Después miré a Rhiannon. Ella era ajena a todo, y seguía destruyendo el círculo que ella misma había dibujado, y canturreándole a la criatura. El cuerpo de Nuada había recuperado la forma por completo. Era la sombra viviente del ser al que había derrotado ClanFintan. Se movía de adelante hacia atrás, concentrado en la pequeña parte del círculo que Rhiannon debía romper todavía.
Noté que el aire se movía a mi alrededor, como si alguien hubiera pasado un plumero por mi cuerpo. Las formas nebulosas de dos de los guerreros pasaron tan cerca de mí que, de haber alargado el brazo, hubiera podido tocar sus trajes de flecos.
«Saludos, Elegida».
Los pensamientos de varios de los guerreros invadieron mi mente.
«Agradecemos tu recuerdo».
Me sorprendí. Aquéllos debían de ser los espíritus de los guerreros de Nagi Road. Con mudo asombro, vi cómo seguían avanzando hacia el círculo de nieve derretida.
Rhiannon rompió la última parte de la circunferencia y dio un paso atrás con un grito de triunfo. Entonces, chocó con el anciano más cercano a ella. El susto casi le hizo perder el equilibrio, pero el indio la agarró con sus brazos fuertes y la mantuvo en pie.
– Apártate, Hechicera -dijo, y su voz era como el crujido de las hojas de otoño-. Tenemos que llevar a cabo una tarea.
Rhiannon se zafó de sus manos. Miró frenéticamente a su alrededor, con los ojos desorbitados, al ejército de guerreros fantasmales.
– Haz lo que te ha dicho el Chamán, Hechicera -le dijo Nuada, silbando aquella última palabra-. Yo terminaré lo que tú dejaste inacabado.
Sin embargo, antes de que pudiera poder un pie fuera del círculo, el cántico de los ancianos comenzó de nuevo. En aquella ocasión había urgencia y tensión en las palabras.
Nuada abrió las fauces y dejó a la vista sus colmillos afilados mientras rugía a los espíritus. Entonces, vio a Clint y entornó los ojos.
– Ahí estás, Chamán -dijo-. Ahora terminaremos esto que hay entre nosotros.
En cuanto se liberó del círculo, sentí un cambio en el ejército de guerreros. Todos prorrumpieron en gritos de batalla, y como si fueran uno, avanzaron cerrando más y más el círculo.
Nuada se detuvo ante el muro de espíritus.
– Los muertos no pueden hacerme nada -dijo con un gesto imperioso.
– En eso te equivocas -respondió Clint-. Los que te rodean son espíritus de guerreros muertos, protectores de este bosque sagrado y este mundo. Yo los he despertado, como ellos me despertaron a mí. Y ahora, vamos a expulsarte a ti, y a tu perversidad, y te enviaremos de vuelta a tu reino de oscuridad.
Con un silbido de reptil, Nuada se lanzó hacia Clint. Con una gran rapidez, uno de los guerreros se interpuso en el camino de la criatura y le dio un hachazo. En vez de pasar a través del cuerpo de Nuada, le cortó la carne oscura. Antes de que el eco del grito de dolor de Nuada se hubiera desvanecido, la parte de carne cortada se volvió ceniza y se dispersó en el aire, entre los copos de nieve.
Los demás espectros rodearon el cuerpo de Nuada, que no dejaba de gritar. Pronto, no vi más que una forma que se retorcía, rodeada por los espíritus enfadados de los guerreros.
Y después, sólo hubo silencio.
Entonces, los guerreros desaparecieron. En el lugar que había ocupado Nuada sólo quedó un hueco en la nieve, cubierto de ceniza.
Dejó de nevar.
– Chamán, ¿nos necesitas para algo más? -le preguntó uno de los ancianos, respetuosamente, a Clint.
– No, amigo mío. Gracias.
Sin embargo, el anciano no se dio la vuelta inmediatamente. Habló con solemnidad:
– Mi corazón siente alegría, porque la herida del alma del Chamán Blanco se ha curado.
Pronunció aquellas palabras de un modo muy bello, como si cada una de las sílabas tuviera un significado secreto. Entonces, el anciano entornó los ojos y,se acercó a Clint, mirándolo con atención. Era como si estuviera viendo el alma de Clint.
El anciano frunció el ceño con preocupación.
– Piensa, hijo -dijo con una infinita tristeza-. Tienes que asegurarte de que ése es el camino que vas a recorrer. Es muy largo.
Clint se sorprendió.
– Gracias, amigo. Lo recordaré.
– Nos veremos de nuevo, Chamán Blanco. Hasta entonces, adiós, hijo mío -dijo el anciano, mientras volvía hacia el bosque.
– Adiós, padre -le dijo Clint.
Después, se acercó rápidamente a mí y se agachó a mi lado.
– ¿Puedes andar? -me preguntó con calma. Entre sus brazos, me sentí bien de repente, como si me hubiera aliviado el dolor del costado.
– ¡No! -gritó Rhiannon, y se lanzó hacia Clint, con el puñal listo para atacar.
Sin embargo, Clint reaccionó rápidamente. Se puso en pie y, con facilidad, rechazó su golpe, le agarró la muñeca y se la retorció hasta que ella soltó el puñal, que cayó inofensivamente entre la nieve.
Sin soltarla, Clint se agachó para recuperar el arma, y después se dirigió a ella.
– Se acabó, Rhiannon. No voy a tolerar nada más.
– ¡Tú! ¡Tú! ¡Como si tú pudieras dictar las acciones de una diosa!
– Yo nunca haría algo semejante. Sin embargo, tú no eres una diosa -le dijo él, y yo me sorprendí por la gentileza con la que le había hablado.
– ¡Mentira! ¡Soy la Elegida de Epona, la Amada, la Encarnación de la Diosa. Y voy a tener a la Hija de Epona.
– No -dije yo-. Antes eras su Elegida, pero ya no lo eres.
– Y supongo que piensas que ahora lo eres tú.
– Sí. Sí, lo soy. Yo no lo pedí, y al principio ni siquiera quería serlo, pero ahora lo acepto. Partholon es mi elección.
Antes de que Rhiannon pudiera responder con alguno de sus retorcidos razonamientos, le pregunté:
– ¿Te hablan los árboles?
– ¿Los árboles? Ellos están aquí para reforzar mi poder, para engrandecer mi magia.
– No. Ellos no refuerzan tu poder. Tú has estado obteniendo poder de la tierra, sí, pero los árboles no te lo han dado voluntariamente. Rhiannon, tú te has entregado a Pryderi. Eso significa que has traicionado a Epona.
– Epona es egoísta y celosa. Ella intenta obligarme a que la adore, pero yo siempre he tomado mis propias decisiones. ¿Por qué iba a someterme a una sola diosa, cuando hay muchos para poder elegir?
– ¿Qué te llaman los árboles? -repetí yo.
– No me llaman nada -respondió Rhiannon despreciativamente.
– Ellos le han dado la bienvenida a Shannon, llamándola Elegida de Epona -dijo Clint suavemente.
– ¡No!
– Sí. Yo lo he visto. Shannon es la Elegida de Epona. Ha sido reconocida en ambos mundos. Y ella también está embarazada. Va a tener a la verdadera Hija de Epona. La diosa ya no habla contigo. Lleva mucho tiempo sin hacerlo. Sabes que es la verdad.
Rhiannon comenzó a negar con la cabeza, y me vi reflejada en ella. Vi todo lo que había temido siempre, todas mis inseguridades y mis heridas, en su expresión.
– Lo siento, Rhiannon -le dije con amabilidad. Ella estaba rota y yo no me sentía contenta. Tenía una sensación de pérdida y de tristeza.
Clint le soltó la muñeca. Ella se retiró, caminó hacia atrás por encima de los vestigios del círculo, más allá del cadáver de su sirviente, hasta que tropezó con una de las raíces de los ancianos robles. Cuando cayó, no se levantó. Sus sollozos me sacudieron como si fueran míos.
De nuevo, Clint se agachó a mi lado.
– ¿Estás lista para volver a casa, mi niña?
Yo no podía hablar, así que asentí.
– Primero, deja que te mire la herida.
Cerré los ojos y apreté la cabeza contra su hombro cuando me quitó la bufanda empapada en sangre del costado. Mientras me inspeccionaba el corte, inhalé aire bruscamente.
– Lo siento, amor -me dijo, y me besó la frente-. Es una herida mala, pero creo que lo peor de todo se lo llevó la costilla. Vamos a ver si puedo taponártela para que no sigas sangrando.
– Eso estaría bien -susurré.
Clint me ató la bufanda alrededor del torso para mantener el vendaje improvisado en su sitio. Intenté no hacer demasiado ruido, pero me dolía mucho, y no pude evitar gimotear.
– ¿Crees que podrás andar? -me preguntó cuando terminó.
– Si me ayudas sí -susurré.
– Siempre te ayudaré. Para eso estoy aquí.
Él me puso un brazo alrededor de los hombros y el otro bajo el codo. Después, me ayudó a ponerme en pie.
– Oh, Dios, me duele mucho -dije, jadeando.
– Lo sé, mi niña -respondió mientras caminábamos hacia los árboles-. Ya casi hemos llegado. Cuando toques los árboles te sentirás mejor.
Me di cuenta de que pasábamos junto a Rhiannon, que se había acurrucado en posición fetal a los pies del roble más cercano. Después, yo estaba en la base del roble gigante. Clint me apoyó con delicadeza sobre la corteza cubierta de musgo.
«Bienvenida, Amada, Elegida de Epona».
Las palabras sonaron maravillosamente bien.
– Hola -murmuré-. Por favor, ayúdame. Me duele mucho.
«Te oímos, Elegida».
Con aquellas palabras llegó una oleada de calor que me recorrió todo el cuerpo. Fue como una inyección de morfina, y rápidamente, me sentí calmada y fortalecida.
– Oh, gracias, anciano -le dije.
– ¿Mejor? -me preguntó Clint, apoyando la mano en mi hombro. Yo asentí.
– ¿Lo suficientemente bien como para cambiar de mundo?
Su voz no vaciló, pero yo la noté extrañamente ahogada.
Lo miré a los ojos, y de repente supe que si decía que no, que si decía que esperáramos hasta que se me hubiera curado la herida, nunca volvería. Me quedaría allí para siempre, y sería la esposa de aquel hombre maravilloso, y el amor de su vida.
«Debe ser tu decisión, Amada. Tuya y del Chamán».
Cerré los ojos y me apoyé en el árbol.
– Pero, realmente, no es una elección -susurré a Epona.
En aquel mundo, yo era profesora de literatura y lengua inglesa e hija. Y podría ser la esposa de un hombre que me quería mucho.
En Partholon era un símbolo de seguridad y la prueba de la benevolencia y la fidelidad de una diosa.
En el abdomen, sentí un cosquilleo, como de las alas de un ruiseñor joven, que me recordaba cuál debía ser mi decisión.
Abrí los ojos y sonreí con tristeza a Clint.
– Lo suficientemente bien como para cambiar de mundo.
Él asintió una vez.
– Ya sabemos lo que debemos hacer. Te ayudaré a ponerte a horcajadas sobre la corriente, y yo me colocaré en la misma posición frente a ti. Concéntrate en llamar a ClanFintan.
De repente, oímos la risa de Rhiannon, burlona y tensa. Clint y yo nos volvimos a mirarla. Estaba todavía acurrucada a los pies del árbol, a pocos metros de nosotros. Tenía el pelo enmarañado y sus ojos estaban apagados, perdidos.
– No puedes volver.
Sus palabras me dejaron helada.
– Claro que puedo. Antes casi lo consigo. Fue la aparición de Nuada lo que estropeó el traslado.
La risa se mezcló con sollozos.
– ¡No sabes nada, Elegida! -dijo sardónicamente-. Podrás pedirle a tu centauro que se acerque al claro, incluso quizá puedas tocarlo brevemente a través de la magia de los árboles, pero no puedes volver con él si no realizas un sacrificio de sangre. Pregúntale a tu diosa, si no me crees.
– Rhiannon, yo no necesité hacer ningún sacrificio de sangre para traer aquí a Shannon -dijo Clint.
– Yo fui quien la trajo. Yo quería invocar a Nuada, llevaba llamándolo muchos cambios de luna. Lo sentía, pero no podía atraerlo hacia aquí, aunque hiciera los sacrificios adecuados. Había algo que lo estaba reteniendo, y supe que era su obsesión por Shannon. Así que decidí traerla a ella. Utilicé primero la misma ánfora del primer intercambio, y cuando fracasé, aproveché tu invocación en el bosque.
Shannon sintió un escalofrío al recordar el ánfora que encontró en la biblioteca del templo y que estuvo a punto de absorberla. Afortunadamente, ClanFintan había llegado a tiempo.
– ¿Mataste a alguien aquella noche? -preguntó Clint con infinita tristeza.
– Sí. Por eso pudiste traerla aquí.
– ¿Y el día en que Nuada llegó aquí finalmente?
– Sacrifiqué a otro. En aquella ocasión, Nuada llegó a este mundo con facilidad, atendiendo mi llamada.
– No es posible que esté diciendo la verdad y necesitemos un sacrificio.
Clint no me miró. Tocó la mejilla manchada de lágrimas de Rhiannon con una mano, y la otra la apoyó sobre el tronco del roble. Cerró los ojos y se encerró en sí mismo. Su aura latió con tanto brillo que tuve que cubrirme los ojos. Cuando la luz desapareció, me estaba mirando, y su expresión era de tristeza.
– Está diciendo la verdad.
– Bueno, pues si necesitamos sangre, ¡tengo mucha en el costado! -grité.
Rhiannon negó lentamente con la cabeza.
– Debe ser una muerte. Aprendí bien esa lección en Partholon. Pryderi se la enseñó a Bres, y Bres me la enseñó a mí. La Triple Cara de la Oscuridad disfruta con la muerte. Debes sacrificar a un humano para pasar al otro mundo.
Miré a Clint, pidiéndole ayuda. Él asintió lentamente, dándole la razón a Rhiannon.
A mí se me hundieron los hombros, y bajé la cabeza. Oí un movimiento a mi lado, y me di cuenta de que Clint se había acercado a mí con Rhiannon, a quien tenía agarrada de la muñeca. Ella no se resistía, sino que estaba muy quieta, a su lado. Yo lo miré, y vi que sus ojos estaban llenos de dolor y determinación. Me asustó.
– Esto es elección mía, Shannon. No lo olvides. Lo hago voluntariamente.
Antes de que pudiera preguntarle qué quería decir, se volvió hacia Rhiannon. Su voz sonó profunda y calmante.
– No puedo dejarte aquí sola. Lo sabes -le dijo, y su tono de voz convirtió aquellas palabras en una expresión de cariño-. Eso es lo que estuvo mal desde un principio. Te dejaron sola con demasiada frecuencia, y nadie te guió de verdad.
Rhiannon no respondió, pero abrió mucho los ojos y asintió.
Clint sonrió bondadosamente.
– Yo no te dejaré sola, Rhiannon, ni a tu hija tampoco. Nunca más.
Clint se volvió hacia mí y me acarició la mejilla suavemente. Después se sacó el puñal de Rhiannon de un bolsillo interior del abrigo.
– ¿Clint? -pregunté, sin poder disimular mi temor.
– Shh -dijo-. Ya está todo decidido.
Estrechó a Rhiannon contra sí y, con un rápido movimiento, se hizo un corte vertical y profundo en el cuello, justo debajo de la oreja izquierda, seccionándose las dos arterias mayores.
– ¡Clint! -grité.
Mi mente se rebeló. No podía creer lo que él acababa de hacer.
El puñal se le cayó de entre las manos, y él tuvo que apoyarse en el tronco del árbol. Su cabeza cayó hacia delante, y posó la frente sobre la corteza. La sangre se derramaba por su cuerpo, cubriéndolos a Rhiannon y a él con un manto púrpura. Ella estaba sollozando frenéticamente, e intentaba zafarse de él. Yo me acerqué a acariciarlo, pero su mirada me dejó helada.
– No -susurró-. Así debe ser.
Vi que cerraba los ojos, y su aura vibró salvajemente. Tomó aire, y cuando abrió la boca, gritó dos palabras, con tanta fuerza, que su voz llegó de un mundo al otro.
– ¡ClanFintan, ven!
La corteza comenzó a temblar bajo las palmas de sus manos. Clint empujó hacia delante, y el árbol engulló parte de su hombro izquierdo, y el cuerpo de Rhiannon. Con un esfuerzo hercúleo, consiguió volver la cara para mirarme antes de ser completamente engullido. Su rostro estaba pálido, salvo por algunas salpicaduras de sangre. Le tembló la mano cuando me llamó.
– Ven -dijo, formando la palabra con los labios.
Yo me aferré a su mano, ya fría, y le permití que tirara de mí al interior del árbol.
Todos los sonidos cesaron, y el tiempo quedó suspendido. Era como si nos hubiésemos hundido bajo la superficie del agua. Clint avanzó en esa esfera líquida dejando un rastro de sangre tras de sí y llevándonos a Rhiannon y a mí consigo. Yo no podía respirar, y no podía pensar. Me invadió el pánico.
«¡Piensa en ClanFintan!».
La voz de Epona fue como una cuerda a la que pude agarrarme. La obedecí al instante.
Me obligué a apartar la vista de la truculenta visión de Clint y Rhiannon. Ignoré el dolor lacerante que sentía en el costado, y pensé en mi compañero. En su olor, y en el sabor de su piel caliente. En su risa fácil y contagiosa, y en cómo controlaba su fuerza con la bondad. Pensé en el padre de mi hija.
Y entonces, la oscuridad líquida que me rodeaba comenzó a vibrar y a iluminarse con el color azul de los zafiros. Sin embargo, el color no provenía de Clint. Él ya no estaba frente a mí, ni me agarraba de la mano.
Miré hacia atrás, por encima de mi hombro. Clint estaba abrazando a Rhiannon, como si fueran amantes. Observé que ella alzaba los brazos lentamente y le rodeaba los hombros para devolverle el abrazo. Estaban rodeados de sangre, pero en vez de mitigar el aura, el color rojo se mezcló con el color zafiro y creó otra aura. Era púrpura, un color morado brillante y profundo. Era el mismo color que rodeaba mi aura plateada.
Él debió de sentir mi mirada, porque sus ojos medio cerrados se concentraron brevemente en mí. Le temblaron los labios, y vi que formaba las palabras «mi niña». Después, cerró los ojos y escondió la cara en el pelo de Rhiannon.
La oscuridad comenzó a solidificarse, y yo volví la cabeza hacia la luz azul. Allí había una mano que tanteaba la oscuridad endurecida. Sin pensarlo más, me agarré a ella con todas mis fuerzas.
El árbol me expelió rodeada de líquido. Yo me quedé tumbada en el suelo, gimiendo de dolor. Tosí violentamente y vomité. No podía ver nada y tenía un horrible pitido en los oídos. Estaba helada, y al mismo tiempo ardía.
Debía de ser la conmoción, pensé vagamente.
Grité de dolor cuando un par de brazos fuertes me tomaron del suelo. Reconocí el olor de la hierba dulce, de caballo y de hombre cálido.
«Estoy en casa», pensé, antes de perder el conocimiento.
Estaba en un lugar de gran oscuridad, y mi primer pensamiento fue que no estaba dolorida.
¿Acaso no acababan de apuñalarme?
No me sentía así. En realidad, no sentía nada, sólo una sed intensa y la boca seca.
Mis párpados aletearon, y el mundo apareció borroso ante mis ojos. Pestañeé, intentando enfocar la mirada. Tomé aire profundamente, y entonces noté un dolor intenso en el costado.
Vi salpicaduras de luz que se cruzaban y se multiplicaban. Nada se mantenía quieto. Sin embargo, parpadear estaba ayudando. Los puntos de luz comenzaron a mantenerse quietos.
Eran velas. Muchísimas velas. La habitación estaba a oscuras, salvo por la luz de aquellas velas. Oí un sonido, un crujido. Había un fuego que ardía alegremente en una chimenea.
La habitación estaba caldeada, agradable. En realidad, salvo por aquel horrible dolor que tenía en el costado, la boca seca y algo muy pesado y ardiente en el muslo izquierdo, no me sentía tan mal. Un poco desorientada, pero no tan mal.
«Estás en casa». La voz de Epona canturreó por mi mente, y terminó con toda mi confusión.
Paseé la mirada, con cariño, por toda la estancia. Era mi habitación de Partholon. Sabía que sólo había estado fuera un poco más de una semana, pero me parecían décadas. Mi habitación estaba tal y como yo la recordaba, salvo que normalmente yo no usaba tantas velas, y que siempre había ramos de flores en los jarrones. Bueno, era casi invierno. Quizá mis ninfas no hubieran encontrado ninguna planta en flor.
¿Y qué era aquello tan pesado que había sobre mi pierna?
Miré hacia abajo, y se me aceleró el corazón. ClanFintan estaba tendido en el suelo, junto al enorme colchón. Su cabeza estaba apoyada en mi muslo. Yo no veía su cara, pero por el ritmo constante y profundo de su respiración, supe que estaba dormido. Sonreí suavemente. Con la mano temblorosa, le acaricié el pelo.
Él alzó la cabeza de repente, y se giró hacia mí.
¿Cómo podía haberme imaginado que podría vivir sin él?
– ¿Te has despertado? -me preguntó con gravedad.
A mí se me llenaron los ojos de lágrimas, y asentí.
Él se irguió y me observó con suma atención.
– ¿Quién eres? -me preguntó.
Por un momento me quedé estupefacta. Entonces, fruncí el ceño. ¿Que quién era? Me fije bien en él, preguntándome si había participado en alguna lucha últimámente y había recibido un golpe en la cabeza, que explicaría su expresión embobada. Salvo que tenía unas profundas ojeras, y estaba más delgado que de costumbre, yo no percibí ninguna señal de heridas. Tenía algunas canas más de las que yo recordaba, pero era el mismo centauro de siempre.
Tomé aire y me encogí de dolor, lo cual no ayudó a suavizar mi tono de voz cuando respondí.
– ¡Caramba, soy yo! ¿Quién demonios te crees que soy, John Wayne? Mierda, he pasado por un infierno para volver aquí, ¿y ni siquiera me reconoces?
– ¡Shannon! -exclamó él, con alegría. Al instante, un grupo entró en mi habitación y ahogó su grito.
Alanna era la primera, seguida por una bandada de sirvientas que soltaban chillidos de euforia. A mí se me alegró el corazón al verla. «Está viva», me aseguré. «Está viva». Y llevaba un ramo de rosas a punto de florecer.
Bueno, allí estaban las flores que faltaban en mi habitación. Ojalá Alanna hubiera permitido hacer aquellas tareas a las adolescentes. Se suponía que ella era la jefa en mi ausencia.
Antes de llegar junto a mí, las ninfas se pusieron a hacer reverencias. Me di cuenta de que estaban sonriendo y tenían lágrimas en los ojos.
– Hola, amiga -le dije a Alanna, avergonzada de que mi voz estuviera tan quebrada.
Alanna se puso el dorso de la mano contra la boca para ahogar un sollozo. Con la otra mano, sujetó el ramo de rosas contra el pecho. Después, el sollozo se convirtió en una carcajada.
– ¡Oh, Rhea! Supimos que volvías con nosotros cuando las rosas comenzaron a florecer de nuevo.
La miré con desconcierto. Entonces, ClanFintan respondió a mi pregunta silenciosa.
– Con tu pérdida, las flores dejaron de brotar. Se marchitaban y morían en el capullo. El sol se escondió tras las nubes. Los pájaros dejaron de cantar.
Entonces, me besó la mano.
Un escalofrío me recorrió la espalda, al entender la enormidad del significado de aquellas palabras. Había hecho la elección correcta, como Clint.
«Partholon necesita a su Amada».
Alanna le entregó las rosas a una de las ninfas, se enjugó las lágrimas y se acercó a mí para besarme la frente.
– Bienvenida a casa, mi señora -dijo.
– ¡Bienvenida a casa, Amada de Epona! -repitieron las ninfas.
Pero yo sólo tenía ojos para mi marido.
Él se inclinó hacia delante y me tomó entre sus brazos, muy suavemente.
– Bienvenida a casa, mi único amor.
El terciopelo de su voz me envolvió, y todo mi cuerpo se llenó de júbilo.