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– El estado llama a Susan McKay.
Ryan trata de no mirarme al decir esto, pero al final no puede evitar lanzarme una mirada de soslayo. Su rostro es una máscara de satisfacción.
Hasta el momento, Harry y yo habíamos supuesto que Ryan mantenía a Susan en el vestíbulo, bajo citación constante, como una especie de penitencia. La ha hecho aguardar, impaciente, durante casi una semana, para que tenga oportunidad de arrepentirse de la ayuda que nos prestó con lo de la pistola de Suade, detalle que, por otra parte, nosotros habríamos sacado a relucir en cualquier caso.
Jonah se echa hacia adelante. Harry y yo hemos hecho que se colocara entre nosotros, tratando de evitar que su expresión corporal de derrota sea vista por el jurado, como ocurrió ayer.
– Pensaba que vosotros dos erais amigos -susurra en un tono demasiado fuerte, y yo miro hacia el jurado, con la esperanza de que los que ocupan la primera fila no tengan demasiado buen oído.
En un susurro le contesto:
– Comparece contra su voluntad. La han citado.
– Oh. -Asiente, como si comprendiese-. Probablemente contará lo que hice en su oficina. Lo de que me puse furioso y me marché de mala manera.
Tal vez Susan no tenga necesidad de hacerlo si Jonah sigue hablando. Le pongo una mano en el antebrazo y me llevo un dedo a los labios para silenciarlo.
Cuando escucho repicar de tacones sobre el suelo de la sala de audiencias, no necesito volverme a mirar. Sé que Susan está en la sala. Noto el calor de su mirada en mi nuca, como un rayo láser.
Ella había comenzado a tranquilizarse, aceptando lo que yo le decía todas las noches de que Ryan no la llamaría a declarar. A fin de cuentas, Brower escuchó las amenazas de muerte en mi bufete. Susan apenas puede añadir nada.
Tal vez sea una testigo hostil, pero camina con decisión. Cruza la sala, entra en el recinto de los togados, y se detiene junto al podio. Cerca del banquillo de los testigos, alza la mano derecha. Cuando hace esto, sus ojos no miran al alguacil que está repitiendo la conocida fórmula -«¿Jura usted decir la verdad, toda la verdad…?»-, sino que me miran a mí. Sospecho que lo que siente en estos momentos no es enfado, sino la reacción normal que acompaña a la sorpresa: o luchas o te vas.
– ¿Tiene la bondad de tomar asiento? -dice Ryan-. Díganos su nombre. Deletree su apellido para que conste en acta, y denos su dirección.
– Susan McKay. -Me doy cuenta de que está asustada. Deletrea su apellido como si estuviese escupiendo las cinco letras, y luego da la dirección de su oficina, no la de su casa. Ryan no parece advertirlo. Los reporteros de la primera fila tendrán serias dificultades para localizarla cuando termine su testimonio. Su teléfono particular no aparece en la guía de teléfonos.
– Señora McKay, ¿puede usted decirnos cuál es su profesión?
– Dirijo el Servicio de Protección al Menor.
– ¿Se trata de una organización pública?
– Sí.
– ¿Del condado o del municipio?
– Del condado.
– ¿Y cuál es su cometido en esa organización?
– Soy jefa administrativa.
– ¿O sea, que dirige usted el departamento?
– Sí.
– ¿Tiene usted que rendir cuentas a alguien?
– Al Consejo de Supervisores -dice ella.
– Y el consejo está satisfecho de sus servicios, ¿no? -Ryan hace la pregunta como si supiese que los superiores de Susan están en estos momentos muy poco satisfechos de ella.
– En efecto.
Ryan ya sabe todo esto. Simplemente, le está refrescando la memoria a Susan.
– ¿Tiene usted la bondad de contarle al jurado a qué se dedica su organización?
– Nos ocupamos del bienestar de los niños que son víctimas de abusos o de abandono. Investigamos las acusaciones de malos tratos y negligencia. Tomamos a los niños bajo custodia si es necesario. También, ocasionalmente, elevamos solicitudes a los tribunales para el nombramiento de tutores. El departamento efectúa las pertinentes recomendaciones siempre y cuando considere que algún niño debe quedar bajo la custodia del tribunal.
– ¿Dice que investigan ustedes acusaciones de malos tratos? -Ryan escoge del menú el plato que más le apetece.
– En efecto.
– Y a ese respecto, ¿tuvo su agencia oportunidad de indagar las alegaciones de malos tratos, específicamente de abusos deshonestos, referidos a una niña llamada Amanda Hale?
– Debo protestar, señoría -digo-. La pregunta es irrelevante.
– Afecta al móvil -arguye Ryan.
– Protesta desestimada -decide Peltro.
– Yo no realizo las investigaciones personalmente -dice Susan.
– Ya, pero conoce usted el caso, ¿verdad?
– Conozco las acusaciones.
– ¿Efectuó su departamento alguna investigación referente a tales acusaciones?
– Se efectuó una indagación preliminar. La cosa no llegó a la categoría de investigación.
– ¿Puede usted decirle al jurado quién presentó las acusaciones ante el condado?
– Protesto, señoría. ¿Podemos acercarnos? -Señalo hacia el estrado.
Peltro asiente con un ademán. Ryan y yo nos acercamos a la parte del estrado más alejada del banquillo de los testigos. La taquígrafa del tribunal, con su máquina estenográfica computerizada, aguza el oído para anotarlo todo.
– Señoría, esto es altamente perjudicial -hablo en un susurro, procurando que ni el jurado ni los periodistas oigan mis palabras-. No se formuló acusación alguna contra mi cliente. Todas las pruebas indican que tales sucesos nunca ocurrieron. Jamás hubo constancia de abusos deshonestos ni de incesto.
– Las acusaciones se formularon -dice Ryan-. No las menciono para demostrar que son ciertas. Es indiscutible que las alegaciones afectan directamente al móvil. El acusado sabía que se habían formulado tales cargos. Y también sabía que esos cargos iban a repetirse en el comunicado de prensa de la víctima. Tal vez la cosa hubiera resultado difamatoria, pero eso en ningún caso justifica un asesinato. El señor Madriani sabe que ésa es nuestra teoría. Ha estado clara desde el principio. Partimos de la base de que el acusado mató a la víctima para silenciarla.
– Señoría, si usted permite esto, existe el riesgo de que el jurado condene a mi cliente por motivos que nada tienen que ver con este caso.
El juez menea la cabeza. No le es posible desestimar las razones de Ryan. Mi protesta está cogida por los pelos, y es evidente que Peltro se da cuenta de ello.
– Señor Madriani, después podrá usted repreguntar a la testigo -dice -. En su momento podrá dejar usted claro que el departamento no halló base para las acusaciones. Pero éstas afectan efectivamente al posible móvil.
»Voy a desestimar la protesta. -Peltro lo dice alto, para que lo oiga toda la sala. Envía a Ryan de nuevo hacia el podio, y a mí de regreso a mi asiento.
– Señora McKay, ¿puede usted decirnos quién presentó las acusaciones de abusos deshonestos cometidos contra Amanda Hale?
– La madre de la niña.
– O sea, Jessica Hale, ¿no?
– Sí.
– ¿Y contra quién se formularon tales acusaciones?
– Contra Jonah Hale.
– ¿El acusado?
– Sí.
– Era el abuelo de la niña. -Lo es -dice Susan-. Es el abuelo de la niña.
– Desde luego. -Ryan sabe perfectamente que la niña ha desaparecido, aunque la fiscalía no ha formulado ninguna acusación contra Jessica-. ¿Y dice usted que investigaron esas acusaciones?
– No. He dicho que hicimos una indagación preliminar que no llegó a convertirse en una investigación formal.
– ¿Hizo usted indagaciones?
– Yo no. Las hizo mi departamento.
– Bien -dice Ryan, que al fin está llegando a donde quería llegar-. ¿A quiénes interrogaron durante esa investigación preliminar?
– A los vecinos. A otros parientes. A la niña. A la abuela de la niña.
– O sea, a Mary Hale, ¿no? -Ryan señala hacia Mary, que está sentada en primera fila, detrás de Jonah.
– Sí.
Ryan mira a Mary y sonríe. Si no fuera porque el privilegio conyugal se lo impide, a continuación haría testificar a la esposa de mi cliente.
– Y, de resultas de tal investigación, su departamento llegó a la conclusión de que no era necesaria una investigación formal, ¿no?
– Así es.
– ¿Tomó usted esa decisión, o lo hizo otra persona de su departamento?
– La tomó otra persona -dice Susan.
– ¿Quién?
– No lo recuerdo. Probablemente, yo tuve que poner la firma en la resolución. Tendría que consultar el expediente.
Ryan no sigue insistiendo.
– Ahora le voy a pedir que recuerde la mañana del 17 de abril de este año. ¿Recibió usted en esa fecha una llamada telefónica del señor Madriani?
– Recibo muchas llamadas. No puedo recordar todas las fechas.
– Sin duda, recibe usted un montón de llamadas del señor Madriani.
– Algunas -dice Susan.
– Ustedes dos son amigos, ¿verdad?
Susan vacila, y luego dice:
– Sí.
– ¿No sería más cierto decir que son ustedes más que amigos?
– ¿A qué se refiere?
– ¿No es cierto que son ustedes amantes?
– Protesto. -Me he puesto en pie.
– ¿Qué relevancia tiene eso? -pregunta Peltro.
– Retiro la pregunta -dice Ryan. Al hacerlo, sonríe al jurado-. ¿No es cierto que en estos momentos está usted viviendo con el señor Madriani? ¿O, para ser más exactos, que el señor Madriani está viviendo con usted?
– Señoría… -Vuelvo a estar de pie junto a mi sillón.
Susan se remueve en el banquillo, inquieta, con la mirada en el juez.
– Señor Ryan -dice Peltro.
– Señoría, el hecho afecta a la posible parcialidad del testimonio.
– El fiscal está tratando de impugnar a su propio testigo -digo.
– Me doy cuenta. La testigo ya ha declarado que son amigos -dice Peltro-. Una sola pregunta más en ese sentido, y ya puede usted ir sacando la cartera y mandando a buscar su cepillo de dientes. Ahora, proceda.
Ryan asiente, y en seguida vuelve a encontrar el punto de sus notas en que se hallaba.
– Volvamos al 17 de abril -dice-. El día en que la víctima murió. ¿Recuerda usted la fecha?
– Sí.
– ¿Recuerda si ese día por la mañana recibió usted una llamada telefónica del señor Madriani?
– No estoy segura. Creo que sí.
– ¿Le ayudaría a recordar que le enseñásemos una copia de los registros del teléfono móvil del señor Madriani? -Ryan hace que dé la sensación de que el sometido a juicio soy yo, cosa que, de momento, es cierta.
– No. Lo recuerdo -dice Susan.
– ¿Recuerda de qué trató esa conversación telefónica?
– No sé si me acuerdo de todo -dice Susan.
– Entonces, háblenos de la parte que sí recuerda.
– Quería que yo fuera a verlo a su bufete.
– ¿Al bufete del señor Madriani?
– Sí.
– ¿Le dijo por qué?
– Dijo que era por algo relacionado con un cliente.
– ¿Mencionó el nombre de ese cliente?
– No sé si en ese momento me lo dijo o no.
– ¿Averiguó usted posteriormente quién era el cliente?
– Sí.
– ¿Quién era?
– Jonah Hale -dice Susan.
– ¿El acusado?
– Sí.
– ¿Qué más le dijo el señor Madriani por teléfono?
– No lo recuerdo.
– ¿Le comentó que acababa de tener una entrevista con la víctima, Zolanda Suade?
– Protesto. La pregunta es tendenciosa.
– Sólo le he preguntado si lo recuerda.
– Sí -responde Susan.
– No responda a las preguntas mientras haya una protesta sin decidir -le indica Peltro.
– Lo siento -dice Susan.
– Ella sabe la respuesta, señoría -insiste Ryan.
– Prosiga -dice Peltro.
– Creo que es posible que me lo dijera -contesta Susan antes de que Ryan pueda formular la pregunta de otro modo.
– ¿Le explicó el señor Madriani lo que la señora Suade y él hablaron durante esa reunión?
– No. Por teléfono no me lo explicó.
– ¿No le dijo que la cosa no fue nada bien? -Ahora Ryan trata de adivinar.
– Es posible que lo dijera.
Susan habla sin darme tiempo a protestar.
Ryan sonríe.
– ¿Le habló del comunicado de prensa referido al cliente del señor Madriani que la señora Suade había preparado?
– Protesto.
– Se admite la protesta. Formule la pregunta de otro modo.
– ¿Le habló el señor Madriani de algo de lo que se dijo durante la entrevista con la señora Suade?
– No recuerdo si me mencionó el comunicado de prensa entonces o después.
– ¿Después?
– Me refiero a cuando fui a su bufete.
– ¿Cuándo fue usted al bufete del señor Madriani?
– Aquella misma mañana, más tarde.
– ¿Se refiere usted a la mañana del día que mataron a la señora Suade?
– Sí.
– ¿Y quiénes participaron en esa reunión?
– El señor Brower…
– ¿Se refiere a John Brower, el investigador de su departamento?
– Exacto.
– ¿Por qué estaba él allí?
– Me pareció buena idea.
– ¿Y lo llevó consigo?
– Sí.
– ¿Por qué lo llevó?
– Estaban tratando de encontrar a una niña. A la nieta del señor Hale.
– O sea que conocía usted la identidad del cliente antes de ir a la reunión, ¿no? Hace un momento dijo que no podía recordar si el señor Madriani le dijo o no el nombre de su cliente por teléfono.
Susan parece perpleja, confusa.
– Supongo que me lo dijo y que yo lo sabía.
– Yo también lo supongo -dice Ryan.
Susan está nerviosa. No es una buena testigo. Todo el rato habla antes de tiempo.
– Supongo que en algún momento me dijo que la madre de la niña se la había llevado, violando así una orden judicial…
– ¿En algún momento? -pregunta Ryan-. ¿Tuvo usted más de una conversación con el señor Madriani respecto al señor Hale y a su nieta?
– Creo que sí.
Harry me mira. Yo estoy comenzando a sudar. Capítulo y versículo. ¿Dónde y cuándo?
– ¿Cuántas veces habló usted con el señor Madriani antes de esa llamada telefónica del día 17?
– Puede que él mencionara el tema en una ocasión.
– ¿Recuerda usted dónde ocurrió eso?
Me imagino cómo miraría el jurado a Susan si ella describiese la escena de la tumbona, en mi casa. Ella con un diminuto biquini, y yo con crema solar en las manos, extendiéndosela por la espalda.
– No, no lo recuerdo -dice Susan, mirándome con ojos culpables.
– ¿Recuerda usted cuándo tuvo lugar esa conversación?
– No.
– ¿Recuerda por qué le mencionó el señor Madriani el asunto?
– La niña, la nieta del señor Hale, había desaparecido. La madre se la llevó, violando una orden judicial. Supuse que él quería contar con la ayuda de mi departamento para encontrarla.
– ¿Y no vio usted nada inadecuado en esa petición?
– No había nada inadecuado. Me ha preguntado usted por qué había llevado al señor Brower a la reunión. Ése fue el motivo. -Susan se recupera y pone al fiscal en su sitio.
– Desde luego -dice Ryan-. Preferiría usted no hablar de todo esto, ¿no es cierto?
– ¿El qué?
– Que no desea usted decir ni una palabra que pueda perjudicar al señor Madriani ni a su cliente.
– Preferiría no haber testificado, si se refiere usted a eso.
– No me refiero a eso -dice Ryan-. ¿No es cierto que preferiría usted ayudar al señor Madriani antes que perjudicarlo?
– Eso es algo que jamás me he planteado. -Susan desvía la mirada del jurado, como si la pregunta fuera un insulto, quizá para que los jurados no puedan ver sus ojos, que en estos momentos están llenos de furia.
– ¿Quién más participó en esa reunión, aparte de usted y del señor Brower? Me refiero a la reunión del día 17. -Ryan no pierde el ritmo, y reanuda el interrogatorio sin vacilar.
– El señor Hinds. -Susan señala con un movimiento de cabeza a Harry, sentado a la mesa de la defensa-. Y el señor Hale.
– ¿El acusado?
– Sí.
– ¿Nadie más?
– También estaba el señor Madriani -dice ella.
– Ah, sí, claro -dice Ryan-. No podemos olvidar al señor Madriani. ¿Podría usted decirle al jurado de qué se habló durante esa reunión?
– Hablamos, sobre todo, de la nieta del señor Hale.
De eso y de alegaciones de escándalos en el condado, aunque Susan no tiene intención de entrar en eso. Y, o mucho me equivoco, o Ryan tampoco desea hacerlo.
– La niña había desaparecido, y el señor Hale deseaba encontrarla -prosigue Susan.
– ¿Sólo hablaron de eso? ¿De cómo encontrar a la nieta del señor Hale?
– De eso hablamos principalmente.
– ¿Qué me dice del comunicado de prensa de Suade? -Ryan le refresca la memoria acerca de su testimonio anterior, cuando dijo que, a primera hora de aquella mañana, yo le había mencionado por teléfono el comunicado de prensa.
– Ya recuerdo.
– ¿Se habló del comunicado de prensa durante la reunión?
– Es posible -dice Susan.
– ¿Llegó usted a ver tal comunicado de prensa?
– Sí.
– ¿Lo leyó?
– Creo que sí.
– ¿Puede usted decirle al jurado cuál era su contenido?
– Era inconexo -dice Susan-. Un montón de acusaciones incoherentes.
– ¿Qué clase de acusaciones? ¿Contra quién?
– Contra el señor Hale. -Escuchándola, parece como si Susan hubiese bloqueado el recuerdo de las alegaciones de escándalos en el condado.
– ¿Qué decían esas acusaciones?
– No recuerdo los detalles.
– Vamos, vamos, señora McKay. ¿No leyó usted el comunicado de prensa?
– Sí.
– Se trataba de acusaciones bastante serias, ¿verdad?
– Supongo que sí.
– ¿Quiere que le lea el comunicado de prensa para refrescarle la memoria?
– No, no es necesario -dice ella-. Había unas feas alegaciones de abusos deshonestos.
– ¿Por parte de quién?
– ¿Se refiere a quién hizo las alegaciones?
– Me refiero a quién fue acusado de la comisión de tales actos.
– El señor Hale.
– ¿El acusado?
– Sí.
– ¿Y leyó usted ese comunicado de prensa en su presencia?
– Creo recordar que sí.
– ¿Qué otras imputaciones se hacían?
Susan reflexiona un momento.
– No recuerdo cómo lo expresó.
– ¿Se refiere a la víctima, a la señora Suade?
– Parto de la base de que ella lo escribió. -¿No es eso lo que el señor Madriani le dijo a usted?
– Creo que sí.
– ¿Recuerda la otra imputación?
– Creo que alegaba agresión sexual.
Ryan mira al jurado, y enarca las cejas.
– ¿Por parte de quién?
– Por parte del señor Hale.
– ¿Quiénes fueron las presuntas víctimas de tales actos? Yo no puedo hacer nada por evitar esto. Ryan aduce que el asunto tiene relación con el móvil de Jonah para cometer el asesinato. La realidad es que está indisponiendo al jurado contra nuestro defendido.
– La hija y la nieta del señor Hale.
– Ellas fueron las presuntas víctimas.
– Sí.
– ¿Vio el señor Hale ese comunicado de prensa durante la reunión que se celebró en el bufete del señor Madriani?
– Tal vez le entregasen una copia. No lo recuerdo.
– ¿Y cómo reaccionó él al enterarse?
– No se sintió nada feliz -dice Susan.
Ryan ríe, belicoso, en beneficio de los jurados. Se vuelve hacia ellos.
– No me extraña -dice-. ¿Se enfadó?
– Sí, desde luego -dice Susan.
– ¿Se puso furioso?
– No sé si llegó a ese extremo.
– ¿Dijo algo?
– No lo recuerdo.
– ¿No dijo nada?
– Dijo algo, pero no recuerdo qué.
– ¿No es cierto, señora McKay, que el señor Hale, después de enterarse de la información que contenía ese comunicado de prensa, y durante aquella reunión, hizo amenazas de muerte contra la víctima, Zolanda Suade?
Susan vuelve los ojos hacia mí por un instante, como pidiéndome ayuda.
Se trata de una pregunta desvergonzadamente tendenciosa, pero no protesto. Brower ya ha mencionado en su testimonio las amenazas de muerte. Yo asumo la más convincente de mis expresiones de indiferencia. Es lo mejor que puedo hacer, dado el desastroso estado del caso de la defensa.
– Es posible que las hiciera.
– ¿Tan acostumbrada está usted a oír a la gente proferir amenazas de muerte contra otras personas? Quiero decir que si para usted es algo tan normal y cotidiano como para no recordarlo.
– Sucede con cierta frecuencia -dice ella-. En el mundo hay muchos maridos furiosos.
– ¿Me está usted diciendo que es normal que no recuerde las amenazas del señor Hale?
Susan no responde. En vez de ello mira a Ryan como si en este momento también ella estuviese profiriendo mentalmente amenazas de muerte.
– ¿Hay algo en mi pregunta que escape a su comprensión? -pregunta el fiscal.
– No.
– Entonces, responda.
– Por lo general, recuerdo las amenazas.
– ¿Y qué me dice de las que nos ocupan?
– Probablemente, el señor Hale profirió amenazas.
– ¿Qué fue lo que dijo el señor Hale cuando probablemente profirió esas amenazas?
– Le indignaba el hecho de que la ley no pudiera hacer nada respecto a Zolanda Suade y a sus actividades.
– Además, él consideraba que Suade era la responsable de la desaparición de su nieta, ¿no es así?
– Y probablemente lo era.
– No es eso lo que le pregunto. Le pregunto si el señor Hale creía que la señora Suade estaba implicada.
Susan mira a Jonah. No le hace gracia decirlo, pero lo dice.
– Sí.
– ¿Lo dijo con todas las palabras durante la reunión?
– Sí.
– Y afirma usted que estaba indignado por el hecho de que la ley no pudiera hacer nada respecto a la señora Suade.
– Exacto.
– ¿Le pidió el señor Hale, a usted o a su departamento, que hicieran algo específico? -Ryan está volviendo sobre la declaración de Brower, rematándolo todo con un bonito lazo.
– Quería que fuéramos a ver a Suade y la interrogásemos.
– ¿Cómo? ¿Aclaró cómo deseaba que la interrogasen?
– No lo recuerdo.
– ¿No es cierto que le pidió a usted que utilizara la fuerza cuando interrogase a la señora Suade acerca del paradero de su nieta?
– Es posible. Como digo, se sentía muy frustrado.
– ¿Le dijo usted que su departamento iba a hacer algo?
– No había nada que hacer. No teníamos pruebas de que la señora Suade estuviese implicada.
– ¿Le comentó usted eso al señor Hale?
– Sí.
– ¿Y cómo reaccionó él?
– No recuerdo sus palabras exactas.
– Díganos lo que recuerde.
– Algo parecido a que encontraría alguna forma de ajustarle las cuentas.
– ¿Eso dijo? -Ryan tiene algo delante de él, unas páginas numeradas que no puedo leer desde esta distancia; pero apostaría a que es la transcripción del testimonio prestado por Brower. Yo diría que está cotejándolo con lo que Susan va diciendo.
– Creo que sí. Como digo, no recuerdo sus palabras exactas.
– ¿Diría usted que el acusado estaba furioso cuando dijo eso?
– Supongo que sí.
– ¿No sabe si estaba furioso?
– Estaba alterado -dice Susan.
– ¿Se sorprendería usted si le dijese que su investigador, el señor Brower, dijo literalmente que «se puso hecho una furia» después de que el señor Madriani le dijese que él, el señor Hale, estaba acusado en aquel comunicado de prensa de violar a su hija y de cometer abusos deshonestos con su nieta? ¿Le sorprendería si se lo dijese?
– A veces John exagera -dice Susan.
– ¿Ah, sí? ¿Fue ése el motivo de que usted lo rebajase de categoría?
– Yo no lo rebajé de categoría.
– ¿Cómo llamaría usted a lo que ha hecho?
– Al señor Brower se le han asignado otras responsabilidades.
– Ah. -Ryan asiente ahora con la cabeza-. Volvamos a la reunión en el bufete del señor Madriani. Durante esa reunión, ¿le dijo usted al señor Hale que su departamento había investigado a la señora Suade y que no les había sido posible hacer nada, ni conseguir una orden de suspender sus actividades, ni encontrar base para presentar acusaciones criminales contra ella?
– Es posible que se lo dijese.
– ¿Lo dijo, o no lo dijo?
– Creo que lo dije.
– ¿Y recuerda la respuesta del señor Hale?
– No la recuerdo.
– ¿No propuso el señor Hale que su departamento se personase en la oficina de la señora Suade y utilizase la fuerza para averiguar lo que le había ocurrido a su nieta?
– Ya le he dicho que es posible que lo hiciera. -Susan traga saliva no sin esfuerzo-. Es posible. No lo recuerdo.
– Durante esa reunión, ¿amenazó Jonah Hale en algún momento con matar a la señora Suade?
– Puede que dijera ciertas cosas…
– ¿Amenazó con matarla?
– Profirió alguna amenaza.
– Se lo voy a preguntar de nuevo, y le ruego que recuerde que se halla usted bajo juramento. Durante esa reunión en el bufete del señor Madriani, ¿amenazó el señor Hale en presencia de usted con matar a Zolanda Suade?
De pronto, Susan clava la vista en el suelo y aprieta la barbilla contra el pecho. Contesta algo que no resulta audible.
– ¿Cómo ha dicho?
– He dicho que sí.
– Gracias. -Ryan suspira profundamente. Ya ha establecido dos hechos importantes: la amenaza de muerte, que confirma el testimonio anterior de Brower y, lo que es peor, que Susan es una testigo claramente parcial-. Cuando abandonó usted el bufete del señor Madriani aquella mañana al término de la reunión, ¿se fue usted sola?
– No.
– ¿Quién iba con usted?
– El señor Hale.
– El acusado.
– Exacto.
– ¿Adónde se dirigieron usted y el señor Hale?
– A mi oficina.
– ¿Para qué?
– Después de hablar un rato con el señor Hale en el bufete de Paul… Quiero decir en el bufete del señor Madriani… -Aunque se corrige, el jurado ya ha advertido el lapsus-. Tras la reunión, consideré que, basándonos en la información que él nos había dado…
– ¿Quién?
– El señor Hale. Creí que tal vez fuera posible conseguir una orden judicial que obligase a la señora Suade a darnos información acerca del paradero de Amanda Hale.
– ¿Por qué pensaba usted en aquellos momentos que podía conseguir una orden judicial, cuando antes no le había sido posible hacerlo?
– El señor Hale nos dijo que la señora Suade se había presentado en su casa hacía unas semanas, días antes de la desaparición de la niña, y había proferido lo que él, el señor Hale, calificó como amenazas.
– ¿Suade había proferido amenazas?
– Eso fue lo que él dijo.
– ¿Qué clase de amenazas?
– Él dijo que Zolanda Suade lo previno de que, a no ser que él y su esposa renunciaran a la custodia legal de la niña, la perderían. Y unos días más tarde, eso fue exactamente lo que ocurrió. Apareció la madre, se llevó a la niña, y ni a una ni a otra se las ha vuelto a ver desde entonces. El señor Hale dijo que tanto él como su esposa podían declarar bajo juramento que ésos habían sido los hechos. Estaban dispuestos a firmar declaraciones juradas.
– Pero usted nunca habló de esto con la esposa del señor Hale.
– Ella no estaba presente. Íbamos a llamarla, a decirle que se pasara por la oficina.
– ¿Llegaron a hacerlo?
– No.
– ¿Por qué no? -Ryan ya conoce la respuesta.
– Porque él se fue.
– ¿Quién?
– El señor Hale.
– A ver si lo he entendido -dice Ryan-. ¿Se ofreció usted a ayudar al señor Hale utilizando medios legales, y él, simplemente se marchó de su oficina?
– Cuando llegamos a mi oficina, los abogados del departamento indicaron que no consideraban que la información facilitada por el señor Hale fuera suficiente para conseguir una orden judicial.
– ¿Y cómo reaccionó el señor Hale?
– No le gustó nada la noticia.
– ¿Se puso furioso? -Ryan vuelve a lo mismo, esta vez sonriendo al jurado-. Vamos, señora McKay, ¿no es cierto que Jonah Hale perdió los estribos al oír la opinión de los abogados y salió hecho una furia de su oficina?
– Se marchó -dice Susan.
– ¿No es más cierto que insultó a los abogados de su departamento? ¿Que les dijo cosas que yo no voy a repetir aquí y se fue de la oficina hecho una furia?
– Estaba enfadado.
– Tan enfadado como para marcharse, pese a que no tenía coche. Porque no tenía su coche allí, ¿verdad?
– No.
– ¿Sabe usted dónde estaba su coche?
– No.
– ¿Sabe usted cómo llegó el señor Hale a la reunión de la mañana en el bufete del señor Madriani?
– Creo que Paul… el señor Madriani lo recogió.
– ¿Dónde?
– En el barco.
– ¿En el barco del señor Hale, en Spanish Landing?
– Sí.
– Muchas gracias. -Ryan parece particularmente satisfecho con esta última información. Aparte del hecho de que Ryan no podría haberla conseguido si no nos llamaba a Jonah o a mí a testificar, me pregunto por qué la cosa parece importarle tanto.