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Me doy cuenta de que Mary ha estado aquí antes. Nos habla a Harry y a mí de la otra habitación que hay pasillo abajo, la que tiene unas luces tenues en las mesas auxiliares, unos grandes y mullidos sofás pegados a las paredes, y cortinas en la pequeña cristalera que da al pasillo. Se trata de la sala de espera de los familiares, el lugar al que uno no quiere que lo lleven cuando el médico sale a dar la noticia.
– Había otra señora la última vez que estuve aquí -dice Mary-. Se la llevaron a esa habitación.
Como era de esperar, Mary está alarmadísima. Se fija en todos los detalles, buscando esperanza en las expresiones de los perfectos desconocidos que transitan por el concurrido hospital camino de sus obligaciones. Un joven con bata verde pasa corriendo ante la puerta abierta. A Mary la tranquiliza el hecho de que, al menos, el joven vaya a la carrera.
– Si Jonah estuviera muerto, no correrían -dice.
Probablemente, en la UCI hay dos docenas de pacientes, y quizá el muchacho de la bata verde simplemente vaya a otra unidad a limpiar los orinales, pero Harry y yo no le decimos nada de esto a Mary.
De momento nos hallamos en una pequeña sala de espera, junto a la UCI, la unidad de cuidados intensivos, bañados por la antiséptica luz de los tubos fluorescentes del techo. Esperamos que alguien nos diga algo.
Me han dicho que Jonah no recuperó el conocimiento en la ambulancia, pero que mantiene las constantes vitales: el pulso y la presión sanguínea. Al cabo de unos minutos de sufrir el ataque, ya le habían suministrado oxígeno. Por suerte, en el corredor del juzgado había un equipo de paramédicos, esperando para testificar en su propia defensa, un caso civil por negligencia que, debido a las limitaciones de espacio, se estaba viendo en el edificio de los tribunales penales.
A Mary no le permitieron ir con su marido, así que Harry la metió en un taxi que los llevó al hospital anticipándose casi a la ambulancia.
Durante un largo rato permanecemos sentados y en silencio, hasta que una mujer se une a nosotros, una amiga de Mary, una vecina, una de las pocas que no firmaron la petición de que los Hale se mudasen. La mujer se ha enterado de la noticia por la televisión. Harry y yo aprovechamos la oportunidad para salir un momento al pasillo.
– ¿Pudiste verlo cuando lo metieron en el hospital? -pregunto.
– Usaron la entrada de emergencia -dice, negando con la cabeza-. Por lo visto, primero estuvieron atendiéndolo un rato en la sala de urgencias.
Tal vez el hecho de que lo hayan trasladado a la UCI tenga alguna significación, aunque quizá sólo lo hayan hecho para ayudarlo a mantener las constantes vitales.
Estoy mirando corredor abajo por encima del hombro de Harry cuando, al fondo del pasillo, veo a Susan, doblando un recodo a la carrera, seguida por tres pequeñas sombras: Sarah y las dos hijas de Susan. La expresión de Susan es de angustia.
Comienza a hablar antes de llegar a donde estamos.
– ¿Cómo está Jonah? -Las niñas se detienen detrás de ella.
– No lo sabemos.
– Lo escuché por la radio -dice ella-. Acababa de recoger a las niñas en el colegio.
Sarah se acerca a mí y me abraza. Yo le doy un beso en la frente y ella sonríe. Llevo casi una semana sin ver a mi hija, y eso me hace sentir unos remordimientos tremendos.
– Te echo de menos -dice Sarah.
Abrazar a mi hija constituye toda una terapia. El simple hecho de tener entre los brazos a la chiquilla que adoro hace que las contrariedades, los nervios y el resto de las cosas negativas que rodean el juicio se esfumen como por ensalmo.
Mientras hablamos formando un coro de susurros, una figura femenina se acerca a nuestro pequeño grupo.
Por la expresión de sus ojos comprendo que no está simplemente pasando por aquí. Es una doctora, con gorro, pantalones y chaqueta verdes. Es una mujer afroamericana y me mira a los ojos.
– ¿Son ustedes la familia del señor Hale?
– Su esposa está dentro. -Señalo hacia Mary con un movimiento de cabeza.
Mary se levanta del sofá como impulsada por un cohete. Se retuerce las manos, entrecruza súbitamente los dedos, como si estuviera rezando.
– El señor Hale se ha estabilizado -dice la doctora-. Está fuera de peligro.
– ¿Está consciente?
– Sí.
– ¿Puedo verlo?
– Dentro de un momento, y sólo durante unos segundos. Ha sufrido un ataque al corazón. En estos momentos, todavía ignoramos las lesiones que puede haber sufrido. Pero tendrá que permanecer hospitalizado durante algún tiempo.
– Entonces, ¿no podrá comparecer en el tribunal el lunes? -pregunta Harry.
– Categóricamente, no. -La doctora se vuelve como si Harry estuviera pidiéndole su bendición para enviar a su paciente de regreso al tribunal.
En vez de ello, Harry sonríe y me da con el codo. Ha llegado el momento de hablar con Peltro de un largo aplazamiento. Es probable que vayamos camino de un juicio nulo. El juez no se va a sentir nada cómodo con el jurado campando por sus respetos durante un largo período de tiempo, con las tesis del estado en el recuerdo y nada con lo que rebatirlas, y con la publicidad desatada. Eso sería base más que sobrada para una posterior apelación, y Peltro lo sabe. Ahora lo que hay que averiguar es durante cuánto tiempo tendrá que permanecer hospitalizado Jonah.
Mientras yo pienso en esto, Susan se me acerca y me susurra al oído:
– ¿Qué tal si tú y yo nos vamos a México?
Éste no es el momento. Le dirijo una mirada reprobatoria.
Ella aprieta los labios contra el lóbulo de mi oreja y vuelve a susurrar:
– Hemos encontrado a Jessica.