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Dotty le sonrió desde el umbral de la puerta; tenía un aspecto deliciosamente casero con el delantal verde estampado.
– ¿Tiene hambre?-le preguntó, quitándole la botella de vino y llevándosela a la cocina-. ¿O prefiere que hablemos un poco antes de comer?
Le dijo que no tenía hambre y la siguió hasta la cocina, pero ella lo envió con firmeza de vuelta a la sala, le ordenó que se sentara y le dijo que ella se encargaría de abrir la botella y de servir el vino.
Esperanzado, Tracy se sentó en el sofá, pero Dotty, cuando regresó a la sala con dos copas de vino, escogió el sillón.
– Señor Tracy…
– Llámeme Bill.
– Bill, tengo tantas preguntas para hacerle sobre el trabajo de guionista de Radio. Lo hace usted tan maravillosamente. Ojalá pudiera…
Hombres mejores han sucumbido a peores lisonjas. Acabó contándole todos los trucos del oficio, los pequeños trucos que marcan las grandes diferencias. Cosas como: «…y otro punto que has de tener en cuenta Dotty, cuando se supone que un actor está allí presente, cada tanto ha de decir algo, de lo contrario te la cargas, tal como diría un guionista de Radio. Los oyentes se olvidan de que está allí, porque no lo ven. Por ejemplo, si en escena hay tres personas, no puede hacer que sólo dos de ellas mantengan una conversación; la tercera persona ha de intervenir con frecuencia aunque sea para decir “sí” o “¿cómo?”, o algo por el estilo. Diez frases seguidas sin que esa tercera persona intervenga, y desaparece de la memoria de los oyentes y se produce un efecto muy cómico si de repente pone en boca suya algún comentario. De hecho, es un efecto que se utiliza deliberadamente en algunos programa cómicos».
Y, después, la cena. Resultó ser que Dotty sabía cocinar de un modo competente, aunque no soberbio. Había preparado una cazuela de gambas, y estaba lo suficientemente buena como para comérsela.
Ayudar a Dotty a fregar los platos (imponiéndose las protestas de ella) resultó muy íntimo y agradable pero siguieron hablando de la Radio. Siempre que él cambiaba de tema, Dotty se encargaba de volver a sacarlo.
Cuando terminaron de fregar los platos, Dotty volvió a sentarse en el sillón y Tracy tuvo el sofá a su entera disposición, como antes. Pero Dotty estaba tan decorativa allí sentadita, que era bonito contemplarla Al fin y al cabo, no se ganó Zamora en una hora, Dotty era una chica guapa.
– …en cuanto a los argumentos -le decía Tracy- existe una gran diferencia entre escribir el argumento de un serial y el argumento de cuentos para revistas En el caso de un cuento para revistas, metes a los personajes en un lío y los vuelves a sacar y ya tienes un cuento hecho. Pero en un serial de Radio, tienen que meterse en el lío siguiente antes de salir del último. Lo cual significa que tienes que mantener activas por lo menos dos líneas argumentales al mismo tiempo.
– Es una lástima que nunca puedan ser felices, ¿no? -comentó Dotty, dejando escapar un bonito suspiro.
– La culpa de eso la tiene la audiencia -le dijo Tracy-. A la gente que escucha seriales no les interesan los personajes felices.
– Ya. De modo que Millie tiene que meterse en otro berenjenal antes de sacar a su hermano del lío del Banco. ¿Qué tipo de secuencia utilizarás después, Bill?
– Sabia que ibas a preguntarlo. Todavía no he pensado en nada. Todo lo que se me ocurre ya le ha pasado a Millie. Al menos, todo lo que puedo utilizar en la Radio.
– Oye, Bill, a Dale Elkins no le ha ocurrido nada todavía, al menos hace tiempo que no le pasa nada. ¿Por qué no hacemos que sufra un accidente? Que lo atropelle un camión, o algo así. Entonces puedes introducir escenas en el hospital y visitas con un médico o que no está seguro de si Dale se recuperará o no y…
Tracy chasqueó los dedos.
– Dotty, es perfecto. Eres una maravilla. Usaremos estas escenas preliminares. Justo antes de que lo atropellen o lo que sea, él y Millie discuten por cualquier tontería y ella lo manda a hacer gárgaras. No es ésa su intención, claro, porque lo quiere de veras, sino que es una simple pelea de novios.
»Pero eso le dará más dramatismo al asunto cuando él esté herido e inconsciente. Millie tendrá unos remordimientos terribles por haber sido mala con él. Teme incluso que muera sin volver a recuperar la conciencia, para poder pedirle perdón. Veamos…, ella tendrá la culpa de la pelea y se dará cuenta de ello cuando sea demasiado tarde. El puede estar inconsciente durante una semana entera de guiones, aunque eso sólo se traduzca en ocho o diez horas de tiempo real…
– Bill, ¿no hubo una vez un médico que se enamoró de Millie, hará cosa de un año? Tracy asintió.
– Uno de los papeles que hizo Jerry Evers. Veamos…, creo que utilizó un tono de voz muy característico. Supongo que podría volver a hacer ese papel sin que ello interfiriera con el papel que interpreta ahora…, el de jefe de cajeros del Banco.
– Bill, podríamos hacer que se encargara del caso cuando ingresen a Dale en el hospital, ¿no?
Tracy asintió despacio.
– Las cenizas de un viejo amor y la sangre del nuevo. Dotty, eres una maravilla. ¿O ya te lo había dicho?
Hablaron hasta pasada la medianoche; entonces, Dotty lo acompañó amablemente hasta la puerta y Tracy se encontró en plena noche. Amablemente, pero con tanta firmeza, que el beso de despedida que le dio fue casto y de una falta de ambición decepcionante.
Pero las cosquillas le perduraron en los labios mientras volvía a su casa andando.
Sí, señor, una chica guapa, Dotty. Y tenía un piso muy bonito, y le había preparado una cena estupenda, y la idea para la siguiente secuencia de Millie también era estupenda. Maldición, por aquella idea a él le pagaban; tendría que compartir con ella parte de sus ingresos mientras durara la secuencia. Pero seguro que ella se negaría en redondo. Pues tendría que pagárselo de otro modo.
A lo mejor, Dotty podría colaborar con él en la creación de un nuevo serial radiofónico, conseguirían el apoyo de la «KRBY», y un patrocinador…
Casi había llegado a su casa cuando se le ocurrió preguntarse cómo podía Dotty mantener un piso así con un sueldo de estenógrafa. Si no conocía mal los alquileres del Village, ese apartamento le costaría por lo menos todo el sueldo de estenógrafa que le pagaban en el estudio. Además, Dotty se vestía muy bien para ser estenógrafa.
Tardó un minuto en encontrar una respuesta, y se sorprendió de su sencillez. Los cuentos de amor para las revistas, claro. Probablemente ésa fuera su principal fuente de ingresos, y la chica trabajaba en el estudio para conseguir una cierta experiencia en la Radio y poder abrirse las puertas de los seriales radiofónicos. Al llegar a su casa, Tracy se quitó a Dotty de la cabeza con gran determinación (al menos trató de quitársela del centro de sus pensamientos), y se sentó ante la máquina de escribir. Debía aprovechar mientras la idea siguiera fresca y escribir un resumen de la nueva secuencia, para poder llevársela a Wilkins por la mañana. Al día siguiente, sábado, no se hacia el programa de Millie, pero Wilkins estaría en su despacho hasta mediodía.
Puso papel en la «Underwood» y tecleó el título.
Encendió un cigarrillo y se quedó mirando el teclado. ¿Por qué discutirían Millie y Dale?
Media hora más tarde, seguía sentado ante la máquina de escribir mirando el teclado. En el fondo de su corazón sabía ya que la fila superior, la que venía debajo de la fila de números, decía QWERTYUIOP y que la fila del medio decía ASDFGHJKL. Pero todavía no se le había ocurrido un motivo razonable por el que Millie y Dale pudieran discutir. Maldición, eran unos personajes tan insípidos, que ¿por qué podrían discutir?
Enfurecido, arrancó el papel de la máquina y lo lanzó a la papelera. Colocó la funda sobre la máquina de escribir para que la condenada fila QWERTYUIOP se mofara de él.
No estaba de humor para escribir, ni para pensar de modo constructivo. Se iría a dormir, se levantaría temprano y entonces las cosas le vendrían rodadas. Maldición, tenía la idea principal…, era una estupidez que se dejara amilanar por detalles ínfimos. Haría el resumen por la mañana y, si los detalles no le salían, no los incluiría. Al fin y al cabo, sólo necesitaba un resumen.
Puso el despertador a las ocho y se fue a dormir.
Pero la preocupación no le dejó conciliar el sueño. ¿Acaso estaba acabado como escritor? Sabia que a otras personas les había pasado, pero siempre le había parecido que aquello era algo que le ocurría a los demás. No a Bill Tracy.
Entonces, sus pensamientos volvieron a Dotty, y no tardó en quedarse dormido. Y en soñar.
El estridente timbre del despertador lo despertó para enfrentarlo a un mundo fútil. Lo apagó tan rápido como le fue posible y Sea quedó tendido en la cama mirando el techo indiferente, pensando en el completo desastre de los últimos días. No había escrito una sola palabra. Ni siquiera había logrado tener una idea constructiva para el programa de Los millones de Millie o el de los asesinatos.
De acuerdo, tenía el esquema general de una idea, pero se le había ocurrido a Dotty, y no a él. Ni siquiera había sido capaz de aportar los detalles menores. ¿También tendría que pedirle a Dotty que se encargara de eso?
En la penumbra del amanecer (bueno, no era exactamente el amanecer, pero la penumbra persistiría hasta que se levantara y subiera las persianas) tendría que levantarse y sentarse delante de esa condenada máquina y escribir algo. O eso, o una discusión con Wilkins.
Nunca en su vida había tenido menos ganas de escribir que ahora. Maldición, no debería haberlo postergado para la mañana. Después de desayunar jamás se le ocurriría nada creativo. Y antes de desayunar, incluso el pensar en ello le dolía.
Lanzó un gemido y trató de olvidarse de Los millones de Millie. Pero eso le recordó los asesinatos. Unos asesinatos estúpidos, sin ton ni son. ¿Habrían acabado? Tenía la sensación de que no.
¿Quién seria el siguiente?
En lugar de tratar de adivinarlo, y visto que carecía de base para ello, salió de la cama y se metió en la ducha. El agua fría no lo despertó del todo, pero sí le ayudó.
Una vez vestido, decidió que no le apetecía desayunar. Era mejor que comenzara a escribir el condenado resumen. Quitó la funda a la máquina y se sentó.
«Vamos a ver… Dale y Millie tienen que pelearse, y la primera cuestión es por qué vamos a hacer que discutan. Veamos…»
Maldición, seguía teniendo la mente obnubilada. Será mejor que antes bajara a tomar un café.
En el pasillo se encontró con Millie Wheeler, que llegaba en ese momento cargada de paquetes.
– ¡Tracy! ¿Qué es lo que te ha hecho caer de la cama a las ocho y media de la mañana? ¿O es que todavía no te has acostado?
– Es mi día de ajetreo, cariño. Tengo que trabajar. Y en serio.
– ¿Has desayunado?
– Bajaba a tomar café. ¿Te vienes?
– Aquí tienes café. -Le entregó un paquete. Y después le dio los otros y añadió-: Anda, aguántame todo esto para que pueda abrir la puerta.
La siguió, dejó los paquetes en la cocina y se sentó. Millie se puso a preparar café.
– ¿Qué estás haciendo, Tracy? ¿Los guiones de Los millones de Millie?
– Un resumen para la próxima secuencia. Millie discutía con Dale, y luego él saldrá y lo atropellará un camión.
– Buena idea. Me refiero a que a Dale lo atropelle un camión. ¿Por qué van a discutir?
– Todavía no se me ha ocurrido. ¿Tienes alguna sugerencia?
– Hummm -masculló Millie-, déjame pensar.
– Sacó platos y tazas de la cocina y fue a colocarlos sobre la mesa-. ¿Por qué no haces que Millie se entere de que Dale le ha echado el ojo a una rubia?
– Oye, es estu…
A Tracy le golpeó una sospecha repentina, pero no logró identificarla. Millie estaba inclinada sobre la cocina echando unos huevos en la sartén, y no podía verle la cara.
– …estupendo -dijo-. Anda, sigue. ¿Dónde conoce a la rubia?
– Pues trabaja en una oficina, ¿no? ¿Por qué no haces que la rubia trabaje en el mismo sitio? Podría ser una nueva estenógrafa.
– Ya -dijo Tracy. Como Millie seguía dándole la espalda, él entrecerró los ojos con aire de suspicacia-. Y, después, ¿qué pasa?
– Pues -que lo atropella un camión -repuso Millie alegremente-. Eso es lo que me dijiste. Y le está bien empleado, ¿no? ¿Cuántos terrones?
– ¿Dónde, en el café?
– Claro, pelma. -Ella se giró y en su rostro no había asomo de astucia.
Tracy insistió en ayudarla a lavar los platos después del desayuno. Quizá fuera su conciencia. Después, ella lo echó porque tenía que vestirse para ir al estudio.
Desconsolado, regresó a su máquina de escribir. Resueltamente colocó una hoja, carbón y papel de copia amarillo.
Resueltamente mecanografió el título, giró el rodillo y comenzó a escribir el resumen. ¿Habría sido, la sugerencia de Millie, una conjetura al azar? ¿O…?
De todos modos, era una idea utilizable. Pero optó por convertir a la chica en operadora de máquina de calcular en lugar de estenógrafa, y en pelirroja en lugar de rubia. Al menos, esa parte del resumen, pensó con amargura, sería idea suya y no de Dotty o de Millie. Y, por supuesto, Dale no sería culpable de tontear con otra (de todos modos, a Wilkins no le gustaría la idea), sino que seria una víctima de las apariencias engañosas.
Siguió escribiendo; las frases salían despacio, palabra por palabra. Cada palabra le hacía daño. El resumen era breve, de dos páginas a doble espacio, y tardó hasta las once de la mañana en acabarlo.
Tenía la frente perlada de sudor, y no se debía solamente al calor de agosto. Le había costado un triunfo escribir aquel resumen, y eso que se había sentado a la máquina con la idea ya preparada. Y ni siquiera había sido idea suya… Por eso le había costado tanto trabajo, porque la idea no le pertenecía.
Suspiró aliviado ante aquel pensamiento reconfortante y se marchó. Tendría que darse prisa si quería encontrar a Wilkins. Probablemente estaría hecho un basilisco. Era un milagro que aún no le hubiese telefoneado.
Al final, la dura prueba no resultó tan mala.
Wilkins frunció el ceño cuando Tracy entró en su despacho, pero se ablandó cuando vio el resumen sobre el escritorio.
Lo leyó despacio y asintió.
– Con esto bastará. ¿Tiene preparado algún episodio?
– Pensé que era mejor que primero me aprobase el resumen, por si deseaba introducir algún cambio. Para el lunes puedo presentarle unos cuantos guiones.
– Muy bien. Puede que le sugiera alguna modificación. ¿No le parecería mas…, esto…, más normal que la muchacha de la oficina fuera una rubia? Quiero de…
– No -respondió Tracy-. Por esa misma razón, mejor que no sea una rubia. Una morena, si le parece que una pelirroja sería demasiado outré.
La oreja derecha de Wilkins se elevó un poco.
– ¿No le gustan las rubias, señor Tracy? No sé por qué, pero tenía la impresión de que…
– No es nada personal -repuso Tracy con una sonrisa-. Pero me parece que lo de las rubias está ya un poco trillado. Tanto, que se han convertido en un lugar común. Y, hablando de rubias, ¿está Dotty por aquí? Con una estenógrafa, podría empezar a trabajar en los guiones ahora mismo, en uno de los despachos.
– Es posible que se haya marchado. Los sábados sólo trabaja hasta mediodía, y ahora son…, si, son las doce y diez. Me parece que esta tarde vendrá la señorita Hill. ¿Le pido que le eche una mano?
– Olvídelo, señor Wilkins. En realidad, puedo trabajar mejor por mi cuenta. Lo dije sólo porque me pareció que podría servirle de experiencia a Dotty, en caso de que hubiera trabajado hoy, claro.
– Ya. Es una pena, entonces, que se haya marchado. Por cierto, señor Tracy, en esta secuencia hay un aspecto absolutamente discutible. Me refiero a la posibilidad de que Dale Elkins se muera. Se trata de un aspecto que deberemos exponer a nuestros patrocinadores. No debemos tomar medidas tan…, esto…, radicales, sin contar con la aprobación de todos los anunciantes.
– Por supuesto -replicó Tracy-. Por eso lo sugerí como mera posibilidad. Lo de la pelea nos llevará varios días, el mismo tiempo que tardaremos en sacar a Reggie de sus problemas con el Banco. Justo antes de que acabe el último guión en el que hablamos del asunto del Banco, introduciremos el accidente. Y las escenas en el hospital… nos servirán para varias semanas.
Wilkins asintió y le comentó:
– El martes tengo cita con nuestro patrocinador. Le enseñaré este resumen y le pediré su opinión. Le garantizo que la primera parte, es decir, la pelea, el accidente y las escenas del hospital, serán de su agrado. Puede usted trabajar en los guiones de una semana, incluso de dos, sobre esa base.
Al tomar el ascensor que lo llevaría a la calle, Tracy fue sintiéndose mejor. Había superado el primer obstáculo. Si el domingo lograba escribir un par de guiones…
La fuerza de la costumbre, más que el deseo de beber, lo condujo al bar. Pidió una botella de cerveza y la bebió despacio tratando de reunir el valor suficiente para marcharse a casa y empezar con los guiones. Presentía que iba a costarle un triunfo.
¿Por qué diablos tenía que entregar guiones justo en ese momento? ¿Por qué los asesinatos no habrían surgido más adelante? Si lograra encontrar el modo de tomarse una semana de vacaciones y olvidarse de Los millones de Millie…
Una silueta voluminosa se instaló junto a él, en barra.
– Hola, Tracy -lo saludó el sargento Corey-. Acabo de subir a ver si lo encontraba en el estudio, y el señor Wilkins me dijo que probablemente pasaría por aquí al salir.
– Tipo listo, ese Wilkins -dijo Tracy-. ¿Qué bebe, sargento?
– Bueno…, supongo que una cervecita no me sentará mal. Pero no se lo cuente al inspector. Pasaba por aquí y se me ocurrió que podía comentarle algo que averiguamos, si lo encontraba. Sabemos de dónde salió el traje de Papá Noel.
Tracy dejó la cerveza y preguntó:
– ¿De dónde?
– De «Seabright’s», la tienda que hace vestuarios teatrales. El lunes por la noche entraron a robar…, fue justo la noche antes de que asesinasen a Dineen. Dieron parte a la Policía, pero no denunciaron la desaparición de ningún traje. La denuncia no la cursó nuestro departamento, como es lógico, y no nos enteramos hasta esta mañana.
– Que fue cuando echaron en falta el traje de Papá Noel, ¿no?
Corey asintió con aire de sabio.
– Exactamente. El martes por la mañana, cuando vieron que habían entrado a robar, lo primero que controlaron fue la caja, donde los dueños sólo habían dejado unos pocos dólares de cambio. Estaba todo en orden, de modo que supusieron que el ladrón no había encontrado el dinero. Revisaron por encima las existencias, pero no abrieron caja por caja. Y esta mañana alguien les pidió un traje de Papá Noel, y no pudieron servir el pedido.
– ¿Y quién diablos iba a querer un traje de Papá Noel en esta época del año?
– ¡Ah! -exclamó el sargento.
Tracy frunció el ceño.
– Nunca me lo han presentado. ¿Tiene algo que ver con Lo, el pobre indio? No, espere, sí que conozco un Ah. En Buffalo. Solía llevarle mis camisas. Ah Lee Soon, creo que se llamaba.
– Señor Tracy, me está tomando el pelo.
– Le apuesto diez dólares. Conseguimos una guía de teléfonos de Buffalo y… Oye, Hank, tráenos dos botellas de cerveza. Está bien, sargento, me rindo. ¿Quién trató de alquilar un traje de Papá Noel? esperaré sentado a sus pies conteniendo el aliento.
– Jerry Evers. Ese actor que hace papeles de hombre mayor, y que solía pelearse con Dineen y discutió con Frank Hrdlicka.
– Oh -dijo Tracy.
– En estos momentos está en la Comisaría. Están hablando con él.
– ¿Y qué cuenta?
– Algo de lo más complicado, pero será difícil probar lo contrario. Dijo que tuvo la corazonada de que el traje de Papá Noel utilizado por el asesino fue robado de una tienda de alquiler de disfraces, y que decidió averiguar de cuál. Según él, creyó que podría descubrir algo que se nos hubiera podido pasar por alto a nosotros.
– Eso no es tan complicado, ¿no? -comentó Tracy-. Porque sí encontró algo que se pasaron ustedes por alto, ¿no?
– Bueno…, si. Comprobamos lo de los trajes, claro, hasta tal punto que telefoneamos a todas las tiendas de disfraces de la ciudad para preguntar si últimamente habían alquilado o vendido algún traje de Papá NoeI, pero nadie lo había hecho. Supongo que…, bueno, que tendríamos que haber profundizado más y pedirles que revisaran sus existencias y comprobaran si les faltaba algún traje, pero…, diablos, no se nos ocurrió. Creímos que si les hubieran robado un traje nos lo habrían dicho. Pero la cuestión es que en «Seabright’s» no sabían que se lo habían robado.
– ¿Y Jeny Evers se tomó de verdad el trabajo de ir a otras tiendas a pedir un disfraz?
– Fue a otra más. Lo comprobaron. Pidió un traje, lo miró y dijo que quería otro de mejor calidad…, era de franela barata, ¿sabe? Y les preguntó si era el único que tenían y si últimamente hablan alquilado o vendido algún otro. «Seabright’s» fue la segunda tienda en la que entró. Por supuesto que habría ido a más de una tienda para respaldar su historia.
– Sargento, tómese la cerveza antes de que pierda el gas. De acuerdo…, si Jerry es el asesino y si él robó el traje de Papá Noel el lunes por la noche, entonces, ¿por qué rayos iba a llamar la atención sobre el hecho de que faltaba el traje, y para qué iba a ir a preguntar de tienda en tienda?
Corey sorbió su cerveza muy despacio.
– No lo sé -repuso-. Pero imaginamos que el asesino está loco. De modo que podría hacer cosas tan extrañas como ésa. Es posible que no pueda estarse quieto. A lo mejor tiene la loca idea de que ocultará sus andanzas revelando de dónde salió el traje, puesto que no podemos probar que fue él quien lo robó. Supongo que está tratando de desviar las sospechas hacia otra persona.
– ¿Y lo está logrando?
Corey se mostró apenado.
– Le acabo de decir que ese tipo está chiflado. Y voy a probárselo. Suponga que el tal Jerry Evers no haya matado a nadie. Suponga que sea puro como la nieve inmaculada. Bien, pero, por otro lado, le caían gordos tanto Dineen como Hrdlicka; entonces, ¿por qué rayos se toma tanto trabajo para ayudamos a encontrar al asesino? No es esa clase de tío. Es un tipo solapado y más bien…, ¿cuál es la palabra exacta…? Furtivo. Eso es, furtivo.
Tracy sacudió la cabeza, apesadumbrado. Al fin y al cabo, no tenía derecho a echarle a perder a Jerry su plan de conseguir publicidad gratuita. Pero la cuestión era que Jerry podía pasarse.
– Vamos, sargento, ese tipo es actor.
– Puede ser, pero está asustado. Lo bastante como para mostrarse natural en lugar de actuar. Tengo que marcharme. Sólo venía para comentarle lo del traje. Hasta la vista.
– Hasta la vista, sargento.
Tracy suspiró y, cuando Corey se hubo marchado, le echó una mirada colérica a su imagen del espejo.
Maldito Jerry Evers. Al parecer, lograría salir en los diarios. Si de veras lo acusaban, conseguiría publicidad, vaya si la conseguiría. Tanta, que podría ahogarse con la tinta. Entonces, cuando fuera conveniente, se acordaría de la coartada del peluquero y la Policía cargaría con el muerto.
Gran plan, lástima que mientras la Policía se metía en un callejón sin salida, el verdadero asesino podía estar preparándose para volver a matar. Y las verdaderas pistas, si las había, se estaban enfriando. Más bien se estaban congelando.
Maldito Jerry Evers.
Tracy terminó su segunda botella de cerveza y vagó sombríamente bajo el calor del mediodía. Trató de encontrar un buen motivo para no ir a su casa y ponerse a trabajar en los guiones de Millie. No lo logró, salvo que, ya que estaba, podía almorzar primero.
¿Por qué no le había pedido a Corey que almorzara con él? Detestaba la idea de tener que comer solo cuando después tendría que pasarse toda la tarde en soledad.
Maldición, ¿por qué no trabajaría Dotty hasta la una, en vez de hasta las doce?
En fin, quizá Dick Kreburn no hubiera almorzado todavía. Después podría irse andando hasta casa desde la de Dick, sin tener que apartarse demasiado de su camino.
Dick no había comido. Tomaron espaguetis en un pequeño restaurante italiano que estaba a la vuelta de la esquina de donde vivía Dick. Este seguía teniendo la voz un poco ronca, pero insistió en que podía hablar todo lo que quisiera.
– Cuanto más, mejor -le dijo-. El lunes ya tendré la voz normal.
– No demasiado normal -le sugirió Tracy-. Por exigencias del guión, el lunes y el martes tendrás que estar ronco.
– A eso me refiero -dijo Dick, sonriendo-. A partir de ahora tengo que hablar mucho para mantener la ronquera. Quizá tendría que tomar lecciones de canto. Oye, ¿qué tal va lo de los asesinatos? No he hablado contigo desde que leí lo de los guiones en el diario. ¿Fue así realmente?
– Y tanto, maldita sea.
– Oye, Tracy, si hay algo que yo pueda hacer…
– Claro, averigua quién es el asesino. No, no me tomes en serio. No te metas en esto, Dick. Cuanta más gente se meta en esto, más confundida estará la Policía. Jerry Evers…
– Tracy, no me digas que Jerry intenta mezclarse en todo este asunto. Debí adivinarlo. Tiene tantas ganas de publicidad, que sería capaz de asesinar a su abuela con tal de que le publiquen una nota de dos centímetros en la página tres.
– Aspira a tres columnas en la primera plana, y a una continuación, el muy cabrito.
Tracy le refirió lo ocurrido.
Dick sacudió la cabeza y le sugirió:
– Tracy, tendrías que descubrirlo. O quizá no, no lo sé. Pero los de la Policía no son tan imbéciles como tú piensas. Quizá no se crean que fue él, quizá lo estén usando como pantalla de humo para que el verdadero asesino se confie.
– Y muy confiado estará -dijo Tracy-. Seguro que está partiéndose de risa.
Cuando terminaron de comer, Tracy se resistió virilmente a la tentación de matar el resto de la tarde en compañía de Dick, y se marchó a casa.
La máquina de escribir seguía en su sitio.
Se sentó delante de ella y luchó con todas sus fuerzas. Trabajó honestamente, con el coraje de la desesperación.
A las seis de la tarde, después de tres horas y tres cuartos de ruda labor, por fin había logrado escribir la mitad de un guión. Aunque sabía de antemano lo que iba a escribir, le había costado mucho encontrar las palabras. Se sentía como un estropajo. Cuando se levantó para estirar las piernas y se vio en el espejo, descubrió que, además, tenía todo el aspecto de un estropajo.
Pero le sonrió a su imagen porque acababa de ocurrírsele una idea. Una idea maravillosa. Ojalá se le hubiera ocurrido cuatro horas antes; se habría ahorrado una tarde infernal.
Tal vez daba igual que no se le hubiera ocurrido antes. Se sentía mucho mejor por haberse probado que seguía siendo capaz de plasmar las palabras sobre el papel, al precio que fuera.
Cogió el teléfono y llamó a Dotty.
– Habla Tracy -le dijo- Oye, Dotty, tengo una proposición para hacerte. Una proposición de trabajo. ¿Estás libre esta noche?
– Lo que tenía que hacer no era realmente importante, Bill. Podría telefonear para cancelarlo.
– Hazlo, pues. ¿Has cenado?
– No.
– Entonces, no cenes. Estaré en tu casa en seguida. De camino, compraré algo para comer y podemos cenar en tu casa. Así estaremos más tranquilos para hablar. Hasta ahora.
Se duchó velozmente para deshacerse de su aspecto de estropajo, y después reunió todos los guiones antiguos de Los millones de Millie que logró encontrar en su piso, y con las copias de los que había escrito pero no habían sido transmitidos, lo colocó todo en un maletín, junto a la mitad del guión que acababa de hacer.
A las siete, cargado de comestibles varios, llegó al apartamento de Dotty.
Esperó sólo hasta depositar sus paquetes, y luego le preguntó:
– Dotty, ¿te sientes capaz de escribir los guiones de toda una semana de Millie? Son cinco en total.
La muchacha puso los ojos como platos y entreabrió los labios.
– Vaya…, creo que sí, Bill. Me encantaría probar. Pero, ¿por qué? No sé…
– Me harías un gran favor si pudieras escribirlos. Estoy hecho un lío y necesito una semana de vacaciones mucho más que la semana de sueldo. Por cierto, mi sueldo de esta semana será tuyo. ¿Quieres probar?
– ~Que si quiero probar? Bill, esto es fantástico. Me encantaría. ¿Estás seguro de que de veras quieres…?
– Segurísimo. Eso me mantendrá fuera del manicomio. Leeré lo que hayas hecho antes de presentarlo; esa tarea no me hará daño. ¿No te sentirás ofendida si encuentro cosas que no me gustan y te pido que las rehagas?
– Claro que no, BilI. Agradezco mucho las críticas…, además, las necesito. Jamás se me habría ocurrido entregar nada sin que tú le dieras el visto bueno. Tú conoces el oficio muchísimo mejor que yo.
– De acuerdo, entonces. Trato hecho. ¿Tienes mucha hambre? ¿Quieres que comamos ya y hablemos de esto más tarde, o prefieres que te entregue los guiones primero?
– Bill, estoy tan entusiasmada, que no me importa si no vuelvo a comer en mi vida.
– De acuerdo. -Tracy abrió el maletín y sacó los guiones. Los puso sobre el escritorio en dos pilas, una grande y otra pequeña-. Estos de aquí son guiones antiguos; están ordenados por si quieres hacer referencia a alguna cosa. Cubren las últimas tres semanas. Si necesitaras consultar algo anterior a eso, tendrás que utilizar los archivos del estudio. Y éstos -dijo señalando la pila más pequeña- son los cinco guiones de esta semana que viene, de lunes a viernes. Todavía no se han emitido. Ya los has leído, me parece, mientras modificábamos los anteriores. Lo que escribirás tú será para la semana siguiente, y aquí tienes escrito medio guión para empezar, y también el resumen de la secuencia. Wilkins ya ha aprobado el resumen, al menos lo suficiente de éste como para cubrir la primera semana de guiones.
Con los ojos aún brillantes de entusiasmo, Dotty cogió el guión inacabado y el resumen.
– De acuerdo -dijo Tracy-, léelos si quieres, así podrás empezar a pensar en algo. Yo me pondré a preparar la cena.
– ¿De veras no te importa? Me gustaría leer esto ahora mismo. Ah, quería preguntarte una cosa. ¿En el estudio tienen que enterarse, o no quieres que diga nada?
– ¿Por qué no? Claro, yo mismo se lo diré a Wilkins. Haré que por esta semana te libren de tu trabajo como estenógrafa, aunque tenga que irme yo a cubrir tu puesto. No creo que tenga motivos para oponerse si los guiones están bien. Además, ya me encargaré de repasarlos para asegurarme de que lo estén.
– ¿Y si él no estuviera de acuerdo?
– Seguiremos adelante con el plan, pero tendrás que trabajar por las tardes, cuando salgas del estudio. Es decir, si puedes. Pero no te preocupes, no se opondrá. Y ahora, prepararé algo para cenar.
Silbando, y sintiendo que se había quitado una tonelada de peso de encima, se fue a la cocina y empezó a abrir los paquetes que había llevado.
Siguió silbando mientras trabajaba. Hacía semanas que no se sentía tan feliz.
Oyó que Dotty se dirigía al escritorio y comenzaba a escribir a máquina.
Asomó la cabeza por la puerta de la cocina y preguntó:
– ¿Ya vas a empezar?
– Sólo voy a pasar la parte del guión que escribiste, Bill, pará cogerle el ritmo. Oye, has tenido una idea estupenda para la pelea entre Millie y Dale. Eso de que Millie crea que Dale le ha echado el ojo a una chica del despacho. La pelirroja operadora de la máquina de calcular.
– Si -dijo Tracy.
– ¿De veras crees que él le ha echado el ojo a esa muchacha, o es que se lo parece a Millie?
– Bueno… -dijo Tracy.
– ¿Y cómo se enteró Millie?
– Eso mismo me he preguntado yo. Escúchame, jovencita, quizá tú puedas escribir guiones de Radio y hablar al mismo tiempo, pero yo tengo que concentrarme para preparar la cena. ¿Cuánto hay que hervir el agua antes de usarla para hacer café? Vale, vale, no me lo digas. Déjame pensar.
Fuera de la cocina todo estaba en silencio, salvo por el teclear de la máquina de escribir.