172816.fb2 El Asesinato Como Diversi?n - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

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CAPÍTULO II

Mucho me temo que Tracy estuviera borracho. Aunque al mirarlo nadie lo hubiera adivinado, a menos que lo conociese a fondo. Sabia cómo dominar la bebida. Quizá no pudiera dominar a Millie (la había perdido hacía media hora), pero a la bebida si que la dominaba.

«Bueno -pensó Tracy-, que Millie se cuide sola.» Eso se le daba bien. Además, el mundo era un lugar•extraño y monstruoso, y había cosas profundas y complejas que decir al respecto, con tal de que hubiese alguien dispuesto a escuchar.

Y aunque Millie había desaparecido, estaba Baldy, el tabernero, que podía ocupar su lugar porque sabía escuchar. Era perfecto para eso si se exceptuaba que, de vez en cuando, tenía que irse al otro extremo de la barra para servir otro par de cervezas a los dos hombres que estaban allí.

– Todo se reduce a lo mismo, Baldy -dijo Tracy-. Se reduce a la pregunta de si el asesinato puede o no ser una diversión. ¿Tú qué opinas?

– Opino que estás chiflado.

Tracy agitó la mano ligeramente, y estuvo a punto de darle a su copa.

– Eso es completamente irrelevante y no viene al caso. Y el caso sigue siendo: ¿Puede el asesinato ser una diversión?

– ¿Te refieres a asesinar a alguien o a que te asesinen?

– Ah -dijo Tracy-. He ahí la cuestión. Baldy, con tu certera precisión has puesto tu gordo dedito en el quid de la cuestión. Para una mente normal, el ser asesinado y el cometer un asesinato no tienen nada de agradable.

– Pero para un tipo como tú es distinto, ¿no? Tracy frunció el ceño y repuso:

– Baldy, no te lo estás tomando en serio. Te aseguro, con beoda dignidad, que tengo una mente sana. Tengo un certificado que lo prueba. ¿Y tú?

– Pues yo no. ¿Y qué?

– Pues que volvemos a nuestra cuestión. La respuesta es que ninguna de las dos cosas. Quiero decir, que no es divertido matar ni que te maten. Pero el asesinato puede ser divertido. Pregúntame cómo.

– ¿Por qué debo hacerlo?

– Porque, si lo haces, te invitaré a ti y me invitaré a mí a una copa.

Baldy sirvió los dos tragos y marcó la venta en la caja.

– Skoal! -dijo.

Y bebieron.

– De acuerdo, adelante -dijo Tracy.

– ¿Adelante qué?

– Pregúntame cómo.

– Vale. ¿Cómo?

– Si me invitas a una copa -dijo Tracy-, te lo cuento.

Baldy sacudió la cabeza con aire triste, pero no se negó. Sirvió las copas.

– Prosit! -exclamó Tracy. Y bebieron.

– Y ahora te lo contaré -dijo Tracy-. El asesinato puede ser divertido sólo cuando se lo contempla de forma abstracta, como ejercicio intelectual. Vamos a ver, Baldy, ¿por que son tan populares las historias de detectives?

– ¿Porque la gente las lee?

– Y la gente las lee porque le gustan. Porque el asesinato puede ser divertido…, si se trata de un asesinato de ficción y no de un asesinato real. Si te compraras una historia de detectives y en ella no hubiera un asesinato, la tirarías a la basura.

– Yo no leo libros. Pero, en una ocasión, un tipo intentó asesinarme -adujo Baldy.

– Está muy bien -dijo Tracy-, pero es irrelevante. Lo que yo quiero saber es si escuchas la radio.

– Claro.

– ¿Qué programas te gustan más?

– Los de crímenes. Como Los cazapandillas y…

– Baldy, eres justo el tipo que buscaba. Cuando hayas escuchado lo que voy a decirte y me comentes lo que opinas.

Del bolsillo interior de la chaqueta sacó un manuscrito doblado, y lo sostuvo de modo tal que Baldy pudiera leer la carátula. Decía así:

EL ASESINATO COMO DIVERSIÓN

Serie de guiones de quince minutos, en la que se representan crímenes de ficción

completos, con pistas que se proporcionan al oyente para que pueda resolverlos…

– Baldy, pongámonos serios y seamos sobrios -sugirió Tracy-. Quiero tu sincera opinión sobre esto. Escuchas programas de radio sobre crímenes; ¿qué te parece éste? No será muy distinto de algunos que se transmiten ahora mismo, pero tendrá una diferencia y ya mismo vamos a analizarla. Comenzamos con el locutor, que dice…

Hojeó el manuscrito hasta llegar a la segunda página.

– …con el locutor que dice: «El asesinato como diversión. Evidentemente, no nos referimos a asesinato reales, sino a unos crímenes ideados para poner prueba su ingenio como detec…»

– ¿Qué quiere decir ingenio?

– Gracias -dijo Tracy-. Cambiaremos esa palabra. Es exactamente la cosa que quería saber. Nunca se me había ocurrido. «…Para poner a prueba sus habilidades como detective. La interpretación que escucharán dentro de unos instantes contiene todas las pistas necesarias para que un investigador -como quizá le guste usted imaginarse a sí mismo- resuelva el crimen. Escuche atentamente y luego decida quién es el culpable. No se limite a adivinarlo. Las pistas están ahí, si usted es lo bastante listo como para dar con ellas. El caso de hoy se titula…»

Tracy levantó la vista y añadió:

– Y a continuación el locutor dice cómo se titula el caso y después viene un corte para dar paso a la publicidad de nuestro patrocinador, Dios lo benmaldiga, y…, ¿sabes qué significa «benmaldiga»?

– ¿Eh? No.

– Es una yuxtaposición de «bendiga» y «maldiga» inventada especialmente para los patrocinadores. ¿Sabes qué significa «yuxtaposición»?

– Ni idea.

– Entonces, ¿por qué deberías saberlo? En fin, después del anuncio viene una fanfarria, y pasamos al Caso del Crimen Rimbombante, o como se llame. ¿Todo bien? ¿Me sigues?

– A mí me suena bien -repuso Baldy-, pero dime una cosa, ¿por qué no quitas el anuncio? ¿Los programas de radio no estarían mejor sin anuncios?

– Baldy, es una idea brillante. Espero que sea sintomática del despertar de la mente de América. En fin, cuando consiga un patrocinador, se la expondré. Le citaré tus palabras y le diré que lo invitarás a una copa a condición de que quite los anuncios.

»Pero volvamos al programa, Baldy. Hemos superado con éxito la barrera del primer anuncio, y entramos en el cuerpo del programa; y aquí es donde habrá una ligera diferencia en el tratamiento. Lo haré divertido, lleno de diálogos chispeantes en el límite de la farsa, introduciré el personaje de un detective torpe y que no puede resolver los crímenes, y por eso debo dejar que el oyente se encargue de ello.

»El hombre no pescará una sola de las pistas que le proporcione, y en el caso de que llegue a arrestar a alguien, no será la persona indicada y lo hará por motivos erróneos. Espero que sea una buena comedia, lo bastante buena como para hacer honor al título del programa El asesinato como diversión…, y, al mismo tiempo, espero que proporcione las pistas necesarias que permitan llevar a cabo un ejercicio intelectual a aquellos oyentes cuyas mentes funcionen de ese modo. Debido a esta combinación de factores, no se parecerá a ningún otro programa que se haya puesto en antena. En fin, que combina las características de diversos tipos de programas que se transmiten en estos momentos. ¿Me sigues, Baldy?

– Claro. Pero, ¿cómo sabe el oyente si ha acertado quién ha cometido el crimen?

– Eso viene al final del programa, después de otro anuncio. El locutor original vuelve a oírse cuando el locutor publicitario termina con su parte, y presenta la solución, explica cuáles eran las pistas, por si alguien no las ha descubierto. ¿Qué tal?

– Está bien. El asesinato como diversión, ¿eh? ¿A qué hora lo hacen?

Tracy suspiró.

– Tengo los borradores de algunos guiones. Me hacen falta por lo menos una docena, antes de poder hablar con nadie de mi proyecto.

– Pues acabas de hablar conmigo de él.

– No seas burro, Baldy. Me refiero a antes de que pueda hablar del proyecto con alguien de la emisora, o con un posible patrocinador. Lo más probable es que tenga que seguir reteniéndolo durante un tiempo y…, bueno, olvídalo. ¿Y nuestras copas?

Baldy las sirvió. Y luego dijo:

– Bromeaba cuando te pregunté a qué hora lo hacían. Oye, Tracy, ¿no me contaste una vez que trabajabas para un tipo llamado Dineen, que era el director de programas de la «KRBY» o algo por el estilo? ¿No es el mismo al que se cargó un tipo disfrazado de Papa Noel?

Tracy asintió.

– Oye, ¿por qué no usas la idea que usó ese tipo para cargarse a Dineen? Es la idea más genial que he oído en mi vida. Mira que caminar por Broadway a plena luz del día, disfrazado hasta las pestañas, y que no te pesquen. ¿No sería una idea estupenda para que la metieras en uno de tus programas?

Tracy frunció el entrecejo. Abrió la boca para decir algo, pero se vio liberado de la obligación de contestar:

Se abrió la puerta del bar, y Millie Wheeler entró como una exhalación.

– Tracy -dijo la muchacha-,las he pasado moradas tratando de encontrarte. ¿Intentabas darme plantón, o qué? Si Mike no me hubiera comentado que a lo mejor estabas aquí…

Con un buen motivo para desviar su atención de la desafortunada pregunta de Baldy, Tracy preguntó, jndignado:

– ¿Yo? ¿Que yo trataba de darte plantón? ¿Cuando fuiste tú quien se fue a bailar con ese gigoló, en el «Roosevelt»? ¿Y después desapareciste con él?

Miliie se encaramó al taburete que había junto Tracy.

– No era un gigoló, Tracy. Era un corredor de seguros. Tenía unas buenas pólizas. Y después del baile no desaparecí con él; me fui al lavabo a empolvarme la nariz. ¿O es que no sabes que una dama tiene que empolvarse la nariz cuando se ha bebido unas cuantas. cervezas?

– No te has bebido ni una cerveza. Sólo tragos largos.

– El principio es el mismo, Tracy. Hola, Baldy, ¿te ha estado hablando de asesinatos?

El tabernero los miró lúgubremente.

– Sí -respondió-, y la idea del programa es buena, pero… Verás, el asesinato real no tiene nada de divertido. Una vez, un tipo intentó asesinarme, y aquello no logró arrancarme ni una sola carcajada.

– Cuéntaselo a Tracy -le sugirió Millie-. Venderá la historia y las ganancias las compartirá contigo, para que después tú puedas compartirlas con el tipo que intentó asesinarte.

– ¡Qué locura! -exclamó Baldy, y fue hacia los clientes que estaban al otro extremo de la barra.

Millie se acercó un poco más a Tracy, y a éste le llegó una oleada del perfume de la muchacha.

– Tracy -le dijo ella en voz baja-, ¿te encuentras algo mejor? ¿Menos preocupado?

– Lo estaba logrando, maldita sea. Hasta que Baldy tuvo la brillante idea de que podía usar el asesinato de Dineen…, quiero decir, la idea del disfraz de Papá Noel…, para uno de los programas de radio de la serie que le estaba comentando.

– ¿Por qué no? Quiero decir, ¿por qué no iba a ocurrírsele esa idea, si acababa de leer la nota en el diario?

– Claro, pero…, ¿quieres una copa, Millie?

– No, gracias. He bebido demasiado. Oye, Tracy, eso debería demostrarte que todo fue una coincidencia. Quiero decir, a Baldy se le ocurrió que utilizaras la idea en un guión y…, ¿sabes a qué me refiero?

– Claro, chica. Pero me lo sugirió después que ocurrió todo. Y…, ¡vaya!

– ¿Qué?

– Acaba de ocurrírseme. En este instante, Millie. Tendré que eliminar ese guión de la serie cuando me decida a ofrecerla. Tanto trabajo para nada.

– ¿Por qué?

– ¿Por qué? Porque me han robado la idea. Y cometería un plagio si la utilizara; es una idea utilizada, de segunda mano. ¡Diablos! ¡Y yo que pensaba usarla para iniciar la serie! Me parecía muy buena. Era muy buena. Pero ahora no podré tocarla ni aunque la coja con pinzas. ¿Quién iba a considerarla original?

– Yo.

– Ya, porque ocurre que me conoces y sabes que estoy hecho con material de primera. Además, leíste la sinopsis que tenía en la máquina de escribir antes de que se cometiera el asesinato. De modo que tu caso diferente.

Millie suspiró y luego le dijo:

– Además, estoy un poco borracha. Creo que sería mejor que nos fuéramos a casa. Al menos, yo. Si quieres completar la noche, cogeré un taxi y… -Se interrumpió bruscamente, pues estuvo a punto de caerse al bajar del taburete.

Tracy la sujetó.

– Está bien -le dijo-. No te abandonaré. Daré por concluida la velada. ¿Tienes que trabajar mañana?

– No. Es mi día libre. Pero me siento como si fuera a tenderme en el techo para quedarme dormida de un momento a otro. Tienen que haber sido las galletas que comí con el queso.

Tracy se puso de pie y notó que la habitación daba vueltas a su alrededor de un modo que le habría resultado más desconcertante de haberle sido menos familiar.

– Supongo que tienes razón -le dijo a Millie-. Se acabó la velada. En la esquina hay una parada de taxis ¿Seremos capaces de llegar tan lejos?

En el taxi, Millie apoyó la cabeza sobre el hombro de Tracy, y éste notó que el cuerpo de la muchacha, encerrado en su brazo, era suave y cálido.

– Tracy…

– ¿Sí. Millie?

– A… analicémoslo seriamente. El guión y el asesinato. No pudo haber sido una co…, coincidencia…, sabes a qué me refiero. ¿O sí fue una coincidencia, Tracy?

– Eres una gran ayuda para un hombre que trata de olvidar algo. Cállate y deja que te dé un beso.

– Ahora, no. Estoy atontada y no me enteraría. Pero creo que cometes un error tratando de olvidarte del asunto. Tendrías que enfrentarte a él, Tracy. Tendríamos que haberlo discutido seriamente en lugar de ponernos trompas perdidos. Vamos a…, quiero una taza de café cargado, Tracy, y después discutiremos el tema. Ya me encuentro mejor, un poco.

Tracy frunció el entrecejo, pero le ordenó al taxista que los dejara en «Thompson’s». ubicado en la esquina, en vez de ir hasta el Smith Arms.

Y mientras tomaban café y rosquillas, le dijo:

– De acuerdo, Millie, ejerce tu papel de detective. ¿Por dónde empezamos?

– ¿A qué hora escribiste lo de Papá Noei?

– A eso de las siete. Y seguí trabajando hasta que me marché. Puse el papel en la máquina a las siete, me paseé por la habitación un rato y después seguí escribiendo; volví a pasearme, y asi.

– El asesinato se cometió esta mañana, a las diez. De modo que es probable que el asesino leyese el guión ayer, a últimas horas de la tarde.

– ¿Por qué estás tan segura? No sé, ¿por qué no pudo haberlo leído esta misma manana mientras yo dormía?

– Porque no habría tenido tiempo de prepararse. Tracy. A menos que ya tuviese un traje de Papá NoeI en el armario, y no tuviera que buscarse uno. Tendría que haber robado uno, si no lo tenía ya… Además, ¿cuánta gente tiene un traje de Papá Noel por ahí tirado?

– Hummm. En eso tienes mucha razón. No pudo haber comprado o alquilado abiertamente el disfraz, si iba a usarlo con ese fin. Bien, tuvo que haberlo robado. Y si leyó el guión ayer a últimas horas de la tarde, habrá tenido toda la noche para conseguir el disfraz, y supongo que habrá necesitado todo ese tiempo. Pero, a menos que yo mienta o tú mientas, y sabemos que los dos decimos la verdad, entonces nadie leyó el guión ayer. ¿Y ahora qué, señorita Holmes?

– Tracy, ¿no tenías por ahí un apunte de esa idea, antes de anoche? No sé, ¿unas líneas en alguna agenda, o algo así?

Tracy sacudió la cabeza con decisión.

– No. Se me ocurrió por primera vez ayer, cuando me senté delante de la máquina de escribir. Por cierto, me había sentado a trabajar un poco en una idea para Los millones de Millie, pero me surgió esta otra y me olvidé por completo de Millie. No, chica, a menos que, de veras fuera una coincidencia, en cuyo caso…

Sacó un sobre y un trozo de lápiz del bolsillo. Escribió una «A» en el dorso del sobre, y dijo:

– A. O tú o yo matamos a Dineen, o bien, uno de nosotros es cómplice del asesinato.

– Estás metiendo demasiadas cosas en el mismo apartado, Tracy. Eso tendría que ocupar el A, el B, el C y el D, ¿no te parece?

– Sí, si quieres ponerte muy técnica. Pero no creo; en ninguna de esas posibilidades, por eso quiero deshacerme de todas ellas metiéndolas en el mismo apartado. Tenemos ahora la letra E, o mejor dicho, las letras’ E y F, uno de nosotros habló anoche de esa idea con alguien, y ese alguien la puso en práctica. Yo no fui.

– Y yo tampoco, Tracy. De eso estoy completamente segura. De manera que ahora viene la posibilidad de que alguien entrara en tu apartamento. ¿Hay alguien más que tenga la llave, aparte de ti?

– No. Salvo, claro está, la llave maestra.

– Que la tiene el conserje. Frank se llama, ¿no? ¿Tendría algún motivo para subir a tu casa?

– Frank Hrdlicka. No, no habría entrado en mi casa. Al menos no sin un motivo, y no habrá habido ninguno. No le había pedido que me arreglara ningún grifo ni nada por el estilo. Además, ¿qué motivos podía haber tenido para matar a Dineen? Aparte de eso, es un tipo estupendo. Me cae muy bien. No es un asesino.

– No sabría decírtelo -comentó Millie-. Sólo lo conozco de vista. Pero, si tiene una llave maestra, sí pudo haber entrado en tu casa. O bien…, bueno, puedes preguntarle si no ha perdido la llave maestra.

– Mañana por la mañana es lo primero que haré. Pasemos a la letra siguiente. No sé cuál viene, ya me he perdido… En fin, alguien entró en mi casa de algún modo. No creo que haya sido por la puerta, porque la cerradura es realmente buena; un ladrón pudo haberla roto para entrar, pero estoy seguro de que no pudo haber abierto la puerta sin romperla.

– ¿Por la puerta trasera?

– Está cerrada por dentro con pasador. Nunca la utilizo, y siempre tiene el pasador echado. Las únicas ventanas de mi casa dan a la calle. Es técnicamente imposible que alguien entrase por la ventana…, podría haber bajado por una cuerda desde el apartamento de arriba, pero es algo demasiado fantástico. Sobre todo porque habría estado a la vista de todo el mundo, en una calle tan transitada. De todos modos, revisaré los alféizares y los seguros de las ventanas.

– Tracy, todos los apartados me suenan, o fantásticos o imposibles. Sobre todo, porque no te robaron nada, exceptuando un paquete de cigarrillos y una idea. Y nadie pudo haber sabido que había allí una idea que robar. Tracy, el café nos ha sevido de ayuda durante un rato, pero ya no surte más efecto. De pronto me ha entrado un mareo…, tengo que irme a casa.

Se puso en pie, y Tracy tuvo que volver a sujetarla para impedir que cayera al suelo.

Salieron; el Smith Arms se encontraba sólo a media manzana de allí. Lograron llegar a la puerta y, después, al ascensor. Aguantando todo el peso de Millie, Tracy pulsó el botón. Cuando el ascensor se detuvo, él había logrado ponerla de pie. La cabeza de Millie se posó de un modo laso sobre el hombro de él.

Tracy gruñó y la cogió en brazos.

Notaba que sus propias piernas parecían de goma, y le resultó muy dificil avanzar por el pasillo. La momentánea sobriedad que el café le había aportado se estaba disipando, y él se sentía algo más que borracho y, para colmo, le había entrado un sueño de mil demonios.

Los cincuenta kilos de Millie parecían, por lo menos, cien. La cabeza comenzó a darle vueltas por el esfuerzo.

La muchacha no se despertó cuando él tuvo que apoyarla contra la puerta para sacarle la llave del bolso. Tampoco se despertó cuando volvió a levantarla en brazos.

El apartamento de Millie tenía dos habitaciones igual que el suyo. Tuvo que virar dos veces para llegar al cuarto exterior. A punto estuvo de caerse encima de ella cuando la depositó en la cama.

Entonces, la súbita ausencia de peso y responsabildades lo hicieron tambalearse un momento, y tuvo que apoyar una mano en la pared. Las copas que se había echado al coleto tan de prisa en el bar de Baldy le estaban haciendo efecto en ese momento, con todo su potencia, pero logró aguantar lo suficiente como para quitarle los zapatos a Millie (afortunadament eran de salón, sin lazos ni hebillas), y llegar hasta la puerta que separaba ambas habitaciones, apoyándose contra ella.

El suelo de la habitación exterior subía y bajaba como la cubierta de un bergantín en pleno temporal Por lo que Tracy podía recordar, aquélla era la peor borrachera de su vida. Estaba muchísimo más trompa que la noche anterior.

A pesar de todo se le ocurrió pensar… «Incluso ahora tengo la mente en su sitio, sé todo lo que hice y dije esta noche; sé que le conté a Baldy lo de El asesinato como diversión, pero que no le hablé de ningún guión en particular; sé que anoche no le conté a nadie lo del guión de Papá NoeI; y Millie otro tanto…; tenía la mente en su sitio, y habló con sensatez hasta el momento en que se quedó dormida.»

Pero tanta reflexión no le sirvió para llegar a su propia cama. Cerró los ojos, volvió a abrirlos, inspiró profundamente.