172836.fb2 El Caso De La Se?ora Murphy - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 12

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Capítulo 11

Me dirigí a la entrada y abrí. Un hombrecillo, con un maletín bajaba de un coche. De seguro había estado aquí antes, porque se encaminó directamente a la puerta y pasó junto a mí haciendo un simple movimiento de cabeza, sin preocuparse aparentemente por quién fuera yo o qué estuviese haciendo ahí.

Para entonces Dolan ya había salido del estudio.

– Por aquí, doctor – y enderezó rumbo a las escaleras.

Salí y me quedé un momento en el peldaño superior viendo si venía el coche de Steck por alguna parte, pero ninguno aparecía a la vista. La noche se sentía agradable, y allí me quedé unos cuantos minutos hasta que percibí un ruido tras de mí y me volví. Dolan bajaba las escaleras. Regresé y entrecerré la hoja.

Entró en su estudio de nuevo, pero en esta vez no se sentó tras el escritorio, sino en una de sus esquinas, y yo ocupé mi puesto en el vano. Entonces empezó:

– Creo que tendré tiempo de acabar de hablar antes de que George llegue aquí. Vive a una buena media hora de distancia, aunque sea con el poco tránsito de pasada la medianoche. ¿En dónde estaba? Oh, sí, como a los diez para las dos. Estaba dormido…

– Un instante, señor Dolan – le pedí. -. ¿Quisiera comenzar un poco antes de eso, digamos como a la hora en que se retiró? Para que yo sepa quiénes estaban en la casa, todavía levantados, y otras cosas por el estilo.

– Muy bien. Me retiré un poco más temprano que por lo regular, como a las once. Todo mundo se encontraba en casa, a excepción de Ángela. Está metida con un grupo teatral de aficionados de la universidad, no como actriz, sino ayudante del director, y ensayaron hoy en la noche. Nos había dicho que probablemente no regresaría sino a la medianoche o un poco después.

»No, sé si yo fui el último que estaba despierto, pero sí el último que andaba todavía en pie. Mike dormía; lo fui a ver antes de retirarme. Sylvia se había llevado una botella a su habitación inmediatamente después de que acostaron a Mike. Entonces es cuando bebe fuerte, ya bastante tarde. Dice que no puede dormir y que se quedaría despierta toda la noche si… Bueno, de todos modos, estaba en su cuarto. Examiné las dos puertas para asegurarme de que estaban con llave, antes de subir.

– ¿Y la posterior con cerrojo?

– No. La llamada puerta posterior no conduce a ninguna parte del exterior; da para un garaje, de dos coches, que hice construir atrás del edificio. Angie y yo guardamos nuestros coches allí. Ella llevaba el suyo, por supuesto, lo guardaría en el garaje y luego entraría por esa puerta posterior. Cuando lo hace le pone cerrojo, a menos que mi coche no esté allí y sepa que yo estoy fuera con él.

– ¿Le puso cerrojo esta noche?

– Tiene cerrojo. Debe haberlo corrido cuando entró. ¿En dónde estaba yo? ¡Oh!, en que me iba a meter a la cama. Los tres sirvientes se encontraban en sus cuartos; dormidos o no, lo ignoro. Sus habitaciones están situadas en el tercer piso; todos nosotros tenemos una alcoba, por separado, en el segundo.

»Así está el cuadro cuando me fui a dormir. Angie dice que regresó a casa alrededor de la medianoche, se acostó y se durmió. Su cuarto está contiguo al mío.

»Es ligera de sueño y un ruido la despertó. Se sentó en la cama cuando vio que la puerta de su habitación se estaba abriendo. Dice que no se asustó al principio; su primer pensamiento fue que yo estaba viendo si había regresado bien y entonces charlar un momento. Sacó los pies de la cama, se levantó, extendió la mano en busca de la bata que colgaba en el poste… y dos hombres entraron en el cuarto. Ellos…

– ¿Qué tanta luz había?

– Insignificante. No estaba por completo a oscuras, sin embargo, apenas los podía distinguir como sombras. No le será posible identificarlos. Lo más que le es posible hacer, por lo que toca a una descripción, es que uno de ellos era de tamaño regular y el otro un poco más alto. Cree que usaban ropas oscuras; el que la golpeó traía puesta una camisa blanca; pescó un reflejo blanco cuando se volvió para encarársele. Cree que los dos usaban sombrero, aunque ni siquiera de eso está segura.

»Así que uno de ellos giró y la vio parada junto a su cama (el pijama blanco habría facilitado verla en la oscuridad), dio un paso y le lanzó dos puñetazos. El primero, probablemente con la izquierda, le dio en el ojo derecho; tendrá un buen moretón para mañana. Y el segundo la alcanzó en la mandíbula del lado izquierdo.

»Si hubiese sido un derechazo directo, probablemente la hubiera hecho perder el sentido, pero como fue, la arrojó a través de la cama que acababa de abandonar. Viendo estrellitas, más consciente todavía. Sólo que ella hizo lo más inteligente que pudo haber hecho: se quedó quieta como si estuviera inconsciente. Me contó que su mente trabajaba velozmente y se figuró que probablemente habían ido a matarme, lo cual resulta lógico. No es que yo tenga enemigos que yo sepa, Ed, pero, ¡maldita sea!, se compagina con lo que Mike oyó y… ¡infierno, no es lógico que vinieran en pos de ella!

– A menos que vinieran a secuestrarla – sugerí.

– No pensó en esa posibilidad, supongo. Imaginó que me andaban buscando a mí y habían entrado en su cuarto por equivocación. Su plan era esperar hasta que hubieran salido, y luego llegar a la puerta y echarle llave. Una vez que estuviera a salvo tras una puerta cerrada, iba a comenzar a dar gritos para advertirme antes de que pudieran llegar a mi habitación.

– ¡Muy inteligente! – comenté -. Lo mejor que pudo hacer, pero…

– Pero no lo hizo, no. Los individuos no cerraron su puerta después de salir, sino que la dejaron un poco entreabierta. Así que cuando llegó a ella los pudo oír, y lo que oyó fueron sus pisadas que bajaban las escaleras; no en dirección de mi cuarto. Esperó un minuto hasta que estuvo segura de que no la podían ver; entonces se dirigió a mi habitación y me despertó.

»Ya estaba deshecha para entonces, y lloraba, y me tomó quizá un minuto saber lo bastante para que me permitiera reflexionar en lo que debía de hacerse. Luego tomé una pistola y corrí escaleras abajo. Cuando llegué abajo la puerta de enfrente estaba entornada y tal vez se habían marchado.

– ¿Quiera registrar la casa de todos modos?

– Seguro, en cuanto George llegue y seamos cuatro. Le dije que trajera una pistola más.

– Usted guarda (guardaba) una pistola encerrada en un cajón de su escritorio, aquí, y la otra arriba, en su cuarto. ¿Sabe algo Mike acerca de ellas?

– No, no sabe que haya ninguna pistola en casa. La que tengo en mi alcoba no está bajo llave, mas la guardo en un sitio en donde nunca pensará en buscar, aun cuando supiera que tengo en mi poder un arma.

Me figuré que oía un ruido atrás de mí, y me di vuelta para ver. El doctorcito venía bajando las escaleras. Hice un ademán a Dolan y me aparté para dejar que pasara el doctor, quedándome más allá de vano por si quería cerrar la puerta y hablar en privado. No lo hizo.

– Nada serio, señor Dolan – informó con agrado -. Además de lo que me dijo usted. Un moretón en un ojo y un pequeño dolor en la mandíbula.

– ¿Está seguro de que no hay nada roto?

– Completamente. Si desea asegurarse más, puede hacer una cita con un dentista, en el curso de los siguientes días, para que le examine los dientes de ese lado. Pero ninguno parece suelto.

– ¿Ninguna razón para que vaya a su consultorio par un examen más minucioso?

– Ninguna razón. Le di un sedante y se dormirá antes de que pase una hora. No se le ve trastornada mentalmente, no obstante, probablemente sería buena idea hacer que alguien se quedara con ella hasta que durmiera. Su ama de llaves parece bastante competente en ese sentido.

– Muy bien – asintió Dolan -. Sus clases de mañana. ¿Cree usted que deba asistir a ella o quedarse en casa?

El doctor se encogió de hombros.

– Si ella lo desea, no hay razón para que no asista. Tal vez tendrá que ponerse gafas oscuras a causa de ese moretón. O le puedo recomendar un cosmetólogo que se lo pintará muy bien. No traigo su número conmigo; si lo desea, me puede llamar a mi consultorio mañana.

Me encaminé hasta la puerta con el doctor, para ver que no la cerrara, y al estar allí eché otro vistazo al exterior, cuando subía al coche. Todavía ningún signo de George Steck.

Regresé al vano de la puerta.

– Este tipo Steck – le pregunté – ¿confía usted en él, señor Dolan?

– Hasta cierto punto. ¿Por qué?

– Nada más me estaba preguntando si deseaba usted realmente que viniera para acá, o si lo llamó por teléfono para asegurarse, en parte, de que se encontraba en realidad en su casa, a media hora de distancia, cuando ocurrió el ataque.

– No daña estar seguro de una cosa, ¿verdad? No hay, que sepa, ninguna razón por la cual hubiera él estado aquí o deseara atacar a Angie.

– Sin embargo, la posibilidad le entró en la cabeza – proseguí -. ¿Y qué respecto a los Hunter? ¿Envió a Robert en lugar de telefonear, para que viera si estábamos en cama y no todavía levantados y vestidos?

Soltó una risita que casi semejaba un ladrido.

– Vamos, eso no se me ocurrió. No, envié a Robert porque tenía que llamar al doctor y a George, y calculé que llegaría más aprisa que una tercera llamada. Además, me desembarazaba de Robert en tanto hacía las otras llamadas.

– Fue muy aprisa, en verdad – comenté -. ¿Va a cambiar sus proyectos todo este incidente, señor Dolan?

– ¿Proyectos acerca de qué?

– De llevar a Mike con un sicólogo mañana. Seguro ahora ya no parece que hubiera estado soñando o imaginando cosas ayer en la tarde.

– ¡Por Dios que no! Ángela de seguro tampoco estaba soñando o fantaseando esta noche. Si le hubiera visto la cara…

Seguro que me hubiera agradado hacer precisamente eso y oír su versión de primera mano. Mas no había ninguna excusa razonable par que yo solicitara hablar con ella, especialmente si le habían dado un sedante.

– Sí – suspiró Dolan -, esto cambia las cosas acerca de la versión de Mike. No, no lo llevaré mañana, o, por lo menos, hasta que averigüe lo que hay detrás de esto… ¡Maldita sea! Quisiera que George llegara para que pudiéramos empezar… – y consultó el reloj.

– Escuche, señor Dolan – le manifesté -, eso de registrar la casa está bien, sin embargo, ¿no cree que andamos medio descaminados?, ¿no sería mejor que discutiéramos este asunto y viéramos si alguien tiene la menor idea de quiénes eran esos hombres y qué demontres quieren o querían aquí? Probablemente ya se hayan marchado y no hay ninguna prisa. Si no se han ido, si permanecen ocultos en algún sitio, tampoco hay prisa; y no sé por qué imagina usted que puedan estar. Pero… un momento. Un coche se detiene.

Me dirigí a la puerta de entrada. Un «Caddi» se encontraba junto a la acera, en donde el coche del doctor se había estacionado y dos individuos bajaban. Uno era George Steck, el guapo, el grande, a quien viera yo brevemente la noche anterior; el otro hombre era un poco mayor, corto (por lo menos comparado con Steck), y con la extraña combinación de un cuerpo delgado y un rostro de luna llena. Me parecía vagamente familiar, como alguien a quien hubiese visto antes, pero a quien no podía situar. Me lanzó una mirada fría, como si él también me hubiese visto antes, y esperó hasta que Steck sé le acercó, dando vuelta desde el asiento del conductor.

Steck se detuvo al pie de los tres escalones y me contempló sin placer ni animosidad.

– Usted es, déjeme ver, ¿Ed Hunter? ¿Qué está haciendo aquí?

– Lo mismo que usted – repuse -. El señor Dolan me mandó llamar. Está esperando en el estudio.

Me hice a un lado para dejarlos pasar, luego cerré la puerta y fui tras ellos hasta mi puesto en el vano.

Dolan se encontraba de nuevo sentado tras su escritorio.

– ¡Hola, George! – a Steck y después -: ¡Hola, Ernie! – al otro individuo, regresando a Steck -: Me agrada que lo hayas traído, ¿cómo sucedió? ¿estaba contigo cuando llamé?

Steck meneó la cabeza.

– Me dijo que trajera una pistola extra. Vince, pero me colgó antes de que pudiera preguntarle si quería decir una pistola o una con alguien que la empuñara. Ernie vive apenas a unas cuantas cuadras de mí, y en el mismo camino, así que jugué a la segura en ambos casos. Traje esto – sacando una automática cuarenta y cinco del bolsillo lateral de la americana y entregándola a Dolan por la culata – y recogí a Ernie también. Trae su propia arma.

– Muy bien – asintió Dolan -, entonces sumamos cinco armados y eso será suficiente.

Steck me miró sobre el hombro y luego regresó a Dolan la vista; su expresión debe haber interrogado quién era el quinto, porque Dolan contestó la pregunta.

– El tío y socio de Ed. Está vigilando la puerta posterior y…

Yo fui quien interrumpió en esa ocasión. Había percibido un sonido que provenía de las escaleras, al extremo del vestíbulo, y me hice atrás para ver qué era. Dos mujeres venían bajando la escalera.

Ángela traía puesta una bata azul pálido sobre sus pijamas blancas; una venda de gasa diagonal rodeando la cabeza, que le cubría el ojo derecho, contrastaba fuerte y hermosamente con el color negro, casi azulado, de su cabello. El rostro se le veía un poco pálido, lo cual hacía resaltar lo rojo algo hinchado del lado izquierdo de la mandíbula. El ojo visible refulgía bien despierto, y se había tomado la molestia de aplicarse lápiz de labios antes de bajar. ¿Por mí?, me preguntaba. Su padre debía haberle dicho que nos había mandado llamar, antes, o después de hacerlo.

Siguiéndola, y con apariencia de desaprobación, venía una mujer gruesa, con cabello gris. Sin duda el ama de llaves, la señora Anderson.

Me asomé al estudio el tiempo suficiente para decir:

– Aquí viene su hija, señor Dolan.

Se levantó y empezó a dar la vuelta al escritorio en el momento en que yo retrocedía un poco para dejarla pasar. Me sonrió murmurando un saludo:

– ¡Hola, Ed Hunter! – Muy buen detalle, pensé.

– ¡Hola, señorita Dolan! – contesté.

Llegó al vano al mismo tiempo que Dolan, y por el momento le cerró el paso.

– Ángela – le dijo -, debías haberte quedado arriba tratando de dormir. El doctor Agnew te dio un sedante y…

– Vamos, papá – protestó -, después de lo que aconteció tengo derecho a saber qué está pasando. – La voz se oía débil, aunque firme -. Estoy absolutamente despierta y me siento muy bien. Ese sedante no me va a hacer ningún efecto inmediato, si es que me hace alguno. Por otra parte, una de las razones por las que bajé es a tomarme una copa, y bien fuerte. Eso me ayudará muchísimo más a dormir que seis sedantes.

– Pudiste haber enviado a la señora Anderson por una – gruñó.

– Si no le hubieras pedido que no me dejara sola bajo ninguna circunstancia, lo pude haber hecho. Además, deseo saber qué es lo que está pasando. Soy libre, y de edad, y estoy mezclada en esto, así que agrada saber.

El señor Dolan se dio por convencido y retrocedió.

– Hola, George, hola Ernie – murmuró con una ojeada en torno -. Pensé que habías enviado a buscar a los dos Hunter, papá. ¿No estaba disponible el tío de Ed?

Yo contesté en lugar suyo, con una ligera broma.

– Lo han desterrado a Siberia, señorita Dolan. Está cuidando la puerta de atrás.

Inició un movimiento hacia la silla de junto al escritorio pero se detuvo y se volvió.

– Entonces voy allá a presentarme. Me prepararé la copa mientras estoy allá, ¿eh, papá?

– Muy bien – le contestó Dolan -: pero regresa cuanto antes. Quiero que se registre esta casa. Ed, vaya usted con ella y vea que no se quede allí más de un minuto. George, tú toma el sitio de Ed en el vano de la puerta. Nada más asegúrate de que nadie pasa ni sale por la puerta de enfrente.