172836.fb2 El Caso De La Se?ora Murphy - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 15

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Capítulo 14

Estaba soñando una especie de sueño loco en el que Mike Dolan no era Mike Dolan en absoluto, sino un enano disfrazado como hijo de Dolan, que tenía a Robert Sideco en su nómina de sueldos y conspiraba para robarse la provisión de licores de Sylvia Dolan. Yo los había descubierto, y Robert, vestido con una llamativa bata de seda sobre pijamas todavía más llamativos, me perseguía con un machete; yo corría como un demonio, porque estaba desarmado, por una desierta calle Hurón, pero la costilla rota me dolía y él ganaba terreno y yo podía percibir el ruidito del machete cuando me pasaba como a una pulgada de la espalda y del cuello… Antes de que me tirara otro machetazo, me salvó el repique del despertador.

La costilla me dolía cuanto me senté para impedir que siguiera sonando; quién sabe cómo había estado durmiendo de lado, con la mano bajo las costillas, exacto en el sitio lastimado.

Pregunté al tío Am si estaba despierto, bostezó y me dijo que sí. Con el sueño fresco en la memoria le dije que tenía la solución del caso Dolan y cuál era. Echóse a reír, ya con los pies fuera de la cama, diciéndome:

Ed, vamos a vestirnos aprisa, sin afeitarnos, y a conseguir un par de grandes desayunos. Cuando sepamos algo de Dolan pudiéramos tener que salir de inmediato, sin oportunidad de comer hasta la noche.

Le contesté que me parecía buena idea, y la pusimos en práctica. Regresamos antes de las doce y nos turnamos para que uno se quedara al teléfono y el otro fuera al cuarto de baño, en el corredor, a lavarse y afeitarse. La llamada telefónica no llegó sino hasta las doce y media y ambos estábamos listos para ella.

El tío Am contestó; no teníamos ninguna extensión en el cuarto, por supuesto, así que yo no podía escuchar. El tío Am no dijo más que sí unas cuantas veces y colgó.

– Quiere hablar con los dos y no desea que yo vaya para allá, porque si la sirvienta me ve, quedo imposibilitado para vigilarla. Así que él viene y estará aquí en unos diez minutos.

– ¡Por Dios, vamos a apresurarnos a medio arreglar esto! Yo tiendo las camas y tú haz lo demás.

Fue asunto de diez minutos dejar el cuarto presentable, y entonces recordé que, si bien Dolan tenía nuestra dirección, no sabía cuál cuarto era el nuestro, así que me dispuse a esperarlo abajo.

No tuve que andar todo el camino; entró al ir yo llegando al pie de las escaleras, en el sitio desde donde me eché el clavado la noche del lunes. Lo conduje a nuestro cuarto y lo pusimos en el sillón más cómodo, el del tío Am. Se le veía y se le oía cansado; probablemente no había dormido mucho.

– Tomaré las cosas una por una – comenzó -. Mike. Llamé al sicólogo temprano para deshacer la cita que teníamos con él. Luego llamé al campamento de muchachos en Wisconsin y me aseguré de que estaría bien que llegara un poco antes. Ya va en camino para allá, con dos de mis muchachos en quienes confío completamente. No he hablado a su escuela todavía; lo haré mañana. Luego…

– ¿En su coche? – lo interrumpí.

– No, hice que uno de los muchachos rentar uno. ¿Por qué?

– Un pensamiento que me vino. Si alguien está tratando de eliminarlo a usted y no puede llegarle de otro modo, una bomba en el coche resulta siempre una posibilidad.

– Buena idea, y no había pensado en ello. Muy bien, entonces no utilizaré mi automóvil durante unos cuarenta días, por lo menos, y lo examinaré antes de pisar el arranque la primera vez. Todavía mejor, pediré al capitán Brandt que alguien del equipo de bombas lo revise. Él sabrá todos los sitios en dónde buscar y cómo hacerlo para que no estalle. Gracias, Ed.

»Mientras, estamos con Brandt. Le hablé por teléfono y le di una idea aproximada de cómo están las cosas; tengo una cita con él esta misma tarde, para entrar en detalles. Incidentalmente, los mencioné a ustedes dos; no sólo se acuerda, sino que habló elogiosamente de ustedes. Y ahí quedó.

»Ahora a la sirvienta. Elsie Aykers. Hablé con la señora Anderson de ella, y le hice también algunas preguntas acerca de Robert. Decidí que sospechar de la señora Anderson era llevar las cosas demasiado lejos, así que en parte la tomé por confidente mía, lo bastante par que pudiera hacerle preguntas libremente.

Sacó del bolsillo una libreta de apuntes, rasgó una página y me la entregó.

– La primera línea es la dirección que le dio, pero no sé si signifique algo ahora. Quiero decir que pudiera haber sido un cuarto que dejó cuando consiguió este trabajo. O puede ser una dirección permanente, de su familia, si es que tiene.

»El nombre y la dirección de la agencia en donde la consiguió la señora Anderson, en el Loop. Dice que ya había tomado a otras de ahí. Quizá le muestren su solicitud. Si no están dispuestos a cooperar, llamen al capitán Brandt y dejen que él les hable, entonces con seguridad los de la agencia se mostrarán anuentes. La señora Anderson dice que no comprobó las referencias; aceptó las seguridades de la agencia de empleos. Si ustedes pueden obtenerlas de su solicitud, comprueben si son locales; aun cuando la agencia les diga que ellos las investigaron, acaso no lo hayan hecho. ¿Esta claro? – Asentí con la cabeza y continuó -: bien, Ed, ésa es su tarea para esta tarde. Puede comenzar en cuanto nos separemos.

»Am, su trabajo consiste en seguirla y vigilarla. No en su día libre; la voy a despedir hoy mismo, ya tarde. Una de las cosas que hice esta mañana fue juntar los siete juegos de llaves, y ella no tenía el suyo. Por tanto, no estoy deseando correr ningún riesgo.

»Cuando la mandé a buscar las llaves en su bolso, para enseñármelas, regresó y me dijo que habían desaparecido. Dice que las tenía todavía el lunes, la última vez que salió, y no tiene la menor idea de cómo las pudo haber perdido.

»Puede ser que sí, pero no voy a correr el riesgo de conservarla después de hoy. Ni siquiera esta noche. Si dio o prestó esas llaves a alguien, también es capaz de dejar que alguien entre del exterior y los cerrojos no significarán nada. Para el caso de que la esté despidiendo injustamente, la resarciré pagándole dos semanas adelantadas, y eso es equitativo, puesto que no trabajó para nosotros más que dos semanas y media.

– Sí lo es – aprobé -, pero ¿por qué no la despide inmediatamente? ¿Para qué esperar?

– Para dar a usted la oportunidad, Ed, de comprobar en la dirección sin encontrársela allá, puesto que lo conoce. Y la agencia de empleos también; podría dirigirse allí de nuevo para registrarse. Digo, pudiera, si la dejara que se fuera temprano esta tarde, cuando estuviese abierta la agencia todavía.

Volvióse ahora al tío Am.

– Le diré lo que voy a hacer, Am. Lo dejaré para después de la cena; cenamos temprano y habremos terminado para las siete. La llamaré a mi estudio entonces y arreglaré el asunto. Le daré alguna razón para esto (no sé cuál; ya pensaré en alguna); pondré como condición de las dos semanas de sueldo el que se vaya inmediatamente. Tendrá que empacar, por supuesto; sin embargo, eso no le tomará mucho tiempo; la señora Anderson dice que llegó con una sola maleta. Así que usted puede contar con que salga por la puerta del frente como unos diez minutos después de las siete y media; nadie sale por el callejón de atrás después de anochecer.

»No puedo garantizar que se vaya a pie hasta la calle Clark a tomar un autobús o que llame por teléfono un coche de alquiler. ¿Podrá usted estar listo para cualquier caso?

El tío Am asintió con un ademán.

– Esto en lo relativo a Elsie. Ahora, vamos a Robert Sideco. Como se lo avisé ya, mañana es su día libre. La señora Anderson me informa que sus costumbres del día libre son regulares y podemos contar con ellas. Duerme un poco más tarde que de costumbre y baja a la cocina a desayunarse como a las nueve. Después del desayuno sale, por la puerta del frente, y regresa ya bastante tarde.

»¿Puede arreglar para que un operador de Starlock aguarde para seguirlo como a las nueve y media, mañana en la mañana?

El tío Am hizo otro movimiento de cabeza.

– ¿Estoy libre desde ahora hasta las siete? O, ¿cree usted que debo de quedarme aquí, en espera?

– Umm… supongo que no hay necesidad de eso.

– Bien, si algo llegare a presentarse, probablemente me encontraré en la oficina. Prefiero pasarme la tarde allá en lugar de aquí; hay algunas cosas que puedo hacer.

– Muy bien – concluyó Dolan levantándose -. Si alguno de ustedes dos se encuentra con algo importante o sospechoso, llámenme en cuanto puedan comunicarse conmigo. De otro modo… bueno, les hablaré mañana por la mañana para recibir sus informes. Probablemente después de las diez; seguiré adelante hoy y esta tarde, pero tal vez desee dormir hasta tarde, mañana.

– Entendido – convino el tío Am -; y este trabajito con la sirvienta, ¿se trata de esta noche tan sólo, o he de continuarlo de nuevo mañana? Es posible que ahora se vaya directamente a su casa y allá se quede; si hace eso, no averiguaré mucho.

– Buena idea. Sí, continúe mañana, especialmente si no averigua mucho esta noche.

– Si logra eso – interpuse -, tendré su informe sobre esta noche, listo para dárselo cuando nos llame. ¿Desea que espere aquí cuando nos hable mañana, o en la oficina?

– Supongo que no importa, Ed. Como quiera. Si no me comunico en un número, lo haré en el otro. Bien, ¡buena suerte!

Se retiró, lo acompañé hasta la escalera y luego volví.

– Resulta muy bien, Ed. Podré hasta pagar la multa del estacionamiento y enviar el informe de la Phoenix; me figuré que tendría que dejar ambas cosas hasta el lunes por lo menos. Llamaré a Starlock y arreglaré la vigilancia de Sideco para mañana. Y por lo menos iniciaré las gestiones para un servicio de respuestas.

– ¡Vámonos!

– Espera un minuto, tomemos las pistolas.

– ¿Por qué? No las necesitaremos hoy con las tareas que hemos de hacer.

– Chico, de aquí para adelante, mientras estemos en este caso será mejor que las portemos. De otro modo, si nos encontramos en la oficina y las necesitamos, estarán aquí en casa, y si las necesitamos aquí (como aconteció anoche) estarán en la oficina. Algún día, cuando nos sintamos suficientemente ricos, tendremos dos en cada sitio; por ahora vamos a llevarlas para que no nos pesquen desprevenidos otra vez.

Se había estado poniendo el cinturón y la funda mientras hablaba, y yo me quité la chaqueta para hacer lo mismo con la mía, de axila. Entonces salimos.

Caminamos hacia el garaje le sugerí:

– Tú no necesitarás el coche por lo menos hasta las siete. Así que…

– Yo no lo necesitaré ni entonces, Ed – me interrumpió -. Para un trabajo de seguir a alguien como el de esta noche, prefiero utilizar a Harry Main u a otro chofer.

Harry Main es un chofer a quien conocemos, y siempre utilizamos, si está libre y lo podemos conseguir par la clase de tareas de vigilancia en donde un coche de alquiler sirve mucho mejor que uno propio. Si va uno siguiendo a alguien que se baja de un automóvil de alquiler, en medio del Loop, tendría una probabilidad en cien de conseguir sitio en donde estacionarse a tiempo de no perderlo. Por supuesto que puede uno abandonar el coche en mitad de la calle, pero eso no le agrada a la policía. No hay problema si se le va siguiendo en auto alquilado.

– Tú te llevas el coche, me dejas en el palacio municipal y continúas tu camino. Yo me ocuparé de la infracción y volveré a la oficina.

Así lo hicimos. Eso me acercó a la agencia de empleos. Di vuelta a la manzana tres veces, buscando un lugar para estacionarme, hasta que renuncié a ello y lo metí en un sitio de paga. Mi tiempo valía cien dólares diarios del dinero de Dolan, y no era justo que perdiera media hora por economizar cincuenta centavos.

La dificultad en la agencia fue que el gerente se había ido a almorzar y nadie quería tomar la responsabilidad de enseñarme la solicitud, con lo que tuve que aguardar cuarenta minutos. Cuando por fin regresé estuvo muy amable y envió a buscar la solicitud de Elsie Aykers, a mediados de mayo, tres semanas antes.

La tarjeta en el expediente no mostraba nada, excepto el hecho de que la habían enviado a la casa de Dolan y cuánto le habían cobrado por el servicio. La solicitud sí mostraba más, y copié de allí los hechos que no conocía aún. Había tenido otros tres trabajos como doncella de servicio, en los dos años anteriores, y daba las referencias. Era más joven de lo que yo había calculado; tenía solamente veinte años y se graduó en una escuela superior. Una inicial en la tarjeta indicó al gerente cuál de las mujeres la había entrevistado, y la llamó; no se acordaba de Elsie personalmente, Así que eso no nos llevó a ninguna parte. Le pregunté si comprobó las referencias y me contestó que sí, que siempre llamaban al que las había ocupado más recientemente, y luego escogían a cualquier otro, porque algunas daban una lista de nombres de casi una página.

El gerente deseó saber si había algo en contra de Elsie, en caso de que regresara a registrarse, le contesté que no, que se trataba de un asunto de rutina.

Le di las gracias y me retiré, recogí mi coche del sitio de estacionamiento, mediante setenta y cinco centavos, y me dirigí al Sur, a la dirección que Elsie daba en su solicitud. Me dio gusto por el tío Am, que fuera un vecindario mezclado. Es muy duro para un operador blanco tener que vigilar en un vecindario en donde todos son negros, durante algún tiempo, porque atrae tanta atención que hace más daño que provecho.

La dirección resultó ser un pequeño bungalow bastante limpio, aunque con una mano de pintura hubiese estado mejor. Tenía un medio pórtico con cuatro peldaños, y en él estaba un negro de edad mediana, en mangas de camisa, sentado en una mecedora leyendo un periódico. Subí dos de los cuatro escalones y él bajó el periódico y me miró. Le pregunté si la señorita Elsie Aykers vivía allí.

Me contestó que sí y que no; que era la casa de su familia; que habitaba en el sitio en que trabajaba, y sólo iba a su casa una vez a la semana, en su día libre. Me informó que era el papá de Elsie y preguntó sí podía saber para qué la quería.

Le pude haber soltado algún cuento que me hubiera permitido hacerle más preguntas, pero decidí que no valía la pena, pues si había algo malo acerca de Elsie, no lo iba a saber por su papá, y era mejor efectuar una retirada sin despertar sospechas que pudieran dificultar la tarea del tío Am. De modo que le dije que representaba a una escuela de secretarias, que una de las antiguas profesoras de Elsie me había dado su nombre, entre otros, como el de una joven que era bastante inteligente para trabajar en una oficina; que la maestra había oído que Elsie estaba trabajando como sirvienta y pensé que podía conseguir algo mejor que eso. Me cohibió un poco cuando se mostró interesado, pidiéndome detalles sobre tiempo y costo. Esquivé respuestas categóricas respondiendo que dependía de cuántos cursos deseara ella seguir, y cuántas horas fuera a estudiar, y que si me informaba cuál era el día libre de Elsie, regresaría para poderle explicar directamente todos los detalles. Me dijo que su siguiente salida era el lunes y le aseguré que volvería entonces, por la tarde; y me escabullí.

Comenzaba a parecerme que Elsie era precisamente lo que aparentaba, a menos que el tío Am descubriera algo siguiéndola a una cueva de malhechores o a un tugurio de opio, no obstante, todavía tenía sus tres referencia para ser comprobadas por teléfono.

Eran como las tres y media cuando volví a la oficina. El tío Am quería saber lo que hubiese, pero convino en esperar hasta que yo pudiera llamar y ratificar las referencias. Tuve la suerte de hallar a la señora de la casa, al primer intento, en los tres telefonazos.

El expediente de empleo de Elsie se ajustaba a su solicitud. Hasta en las fechas, hasta donde sus patronas lo podían recordar, y ésa es la cosa más importante que se debe examinar al comprobar unas referencias. Si en la solicitud se dice que la solicitante trabajó la mitad de tal año para una persona y la segunda mitad para otra, y uno descubre que solamente trabajó cuatro meses para cada una, entonces quedan otros cuatro sin comprobar, y durante ese tiempo pudo haber tenido uno o dos otros trabajos de donde la corrieran por robar o por haber sido sorprendida en la cama con el hijo del ama, de diez años de edad, o lo que gusten ustedes. Elsie no había estado desocupada más de una semana o dos en cada ocasión.

Por tanto, eso era todo lo que yo podía hacer acerca de Elsie; con lo que contaba para trabajar. Así que informe al tío Am cómo estaban las cosas, y él me explicó lo que había hecho. Había pagado la multa, puesto en el correo el informe de la Phoenix y terminado las negociaciones para que desde el lunes comenzara el servicio de respuestas. Llamó también a Starlock y arregló que uno de los operadores de Ben siguiera a Robert Sideco desde las nueve de la mañana hasta que regresara a la casa. También había localizado a Harry Main en su casa, conviniendo en que Harry lo recogiera frente del restaurante irlandés, en la calle Clark, a las seis cuarenta y cinco. Desde que lo dejé en el palacio municipal, el tío Am había estado tan ocupado como yo mismo.

– Me he emparejado con todo lo que tengo qué hacer hasta ahora, Ed; me voy a quedar aquí otro par de horas, hasta después de las cinco y media, y luego iré al «Irlandés» a comer una langosta Thermidor. Quedas libre para hacer lo que gustes el resto del día, o te puedes quedar aquí para una partidita de gin y después ir a comer conmigo.

Le contesté que me quedaría para comer con él; que había pensado en una llamada que me agradaría hacer. Probablemente no conduciría a nada, pero no perjudicaba intentarla.

Llamé al capitán Brandt a la inspección general de policía. Le dije quién era, y le rogué que se consultaran dos nombres en los archivos para ver si tenía algún expediente cualquiera de ellos. Le manifesté que era en relación con el caso Dolan, razón por la cual no deseaba solicitar informes en la forma acostumbrada.

– ¡Seguro! – me contestó -. ¿Trabajan para Dolan?

– Sí, como sirvientes. Los estamos investigando. Elsie Aykers y Robert Sideco. Doncella de servicio y mocito.

Le di el número de nuestro teléfono y me dijo que llamaría en cuanto tuviera algún informe.

El tío Am tenía ya las cartas en la mano y la parte superior del escritorio desocupada cuando entré en su despacho. Siempre lo usábamos para nuestras partidas, de modo que, si un cliente entraba, no nos sorprendiera jugando.

Terminamos apenas una mano, cuando el teléfono repicó. Era Brandt y había hecho que se consultaran los nombres. No había ningún expediente acerca de Elsie Aykers, lo cual no me sorprendió, pero sí una acusación en contra de Sideco.

Hacía diez años, época en que había dado su edad como diecinueve, lo había aprehendido por portar armas ocultas, después de una zacapela en el South Side. El escándalo había sido entre una pandilla de jóvenes negros y otra de muchachos puertorriqueños, mexicanos y filipinos, la mayor parte quinceañeros. El pleito había terminado cuando llegó la policía, pero se llevaron a unos lastimados y a otros que vagaban por el contorno. Sideco se encontró en la redada y llevaba una navaja dos pulgadas más larga de lo que la ley permite. Por ser primera ofensa, se le dio una sentencia, suspendida, de tres meses. Después de eso, no lo habían arrestado nunca.

– Dolan va a venir a verme a las cuatro – concluyó – y le pasaré datos a él, por lo que le valgan, aunque no parezcan mucho. ¿Quiere que lo llame a usted?

– No, a menos que él lo desee por alguna razón – repuse -. Le puede decir que Am y yo estamos en la oficina, por si acaso nos necesitare.

Dolan no nos llamó, lo cual significaba que no había nuevos acontecimientos. En el gin conservé mi ventaja, y por un momento pareció como si fuéramos a disfrutar de una noche de paseo por cuenta del tío Am; una vez llegué hasta novecientos veintitantos dólares, y otro juego me habría hecho pasar la línea. Pero perdí los otros dos siguientes antes de ganar otro, y cuando dejamos de jugar a las cinco y media, para irnos al «Irlandés», le llevaba ganados setecientos dólares. Se trata de un restaurante viejo y de un vecindario pésimo, o sea el nuestro, aunque uno de los mejores en el Medio Oeste para toda clase de mariscos.

Resultaba más fácil dejar el Buick en el garaje y caminar unas cuantas cuadras hasta el restaurante, que buscar sitio en donde estacionarlo en la calle Clark, así que eso hicimos. Tomamos una buena cena, y unos cuantos minutos antes de las seis y cuarenta y cinco, pagamos la cuenta y salimos a esperar a Harry Main. Llegó al minuto, el tío Am subió en el auto y yo me dirigí a la casa deteniéndome en una droguería para comprar alguna novelilla.

Al llegar decidí llamar a Dolan para que supiera que estaría en mi cuarto toda la noche, por si se le ocurría algo; luego me percaté de que eran las siete, y, de acuerdo con el programa, estaría despidiendo a Elsie Aykers en ese preciso instante. Esperé, por tanto, hasta las siete y media para llamarlo, pero no recibí ninguna respuesta. Llamé entonces por el número de la lista. Robert me contestó y me comunicó con Dolan.

Le dije que deseaba decirle una o dos cosas, nada de importancia, aunque hablaríamos con mayor libertad si se iba a su estudio y me llamaba de ahí.

– Si está en su casa, Ed, ¿por qué no viene para acá?

Dolan me estaba esperando en la puerta y me franqueó la entrada; advertí que tuvo que quitarle el cerrojo, y después de que entré lo volvió a echar.

– Nueva regla de la casa – me informó -, hasta que cambie las cerraduras, lo que no he tenido tiempo de hacer todavía. Hasta tras de mí se corre el cerrojo cuando salgo. Nadie sale sin que alguien lo acompañe para cerrar bien la puerta.

Fuimos a su estudio y me preguntó si deseaba una copa; no la acepté. Le pregunté si se había ido Elsie y asintió.

– Hablé con ella y se fue a las siete. Era la primera vez que hablaba realmente con ella y pareció ser una buena muchacha; tomó todo con ecuanimidad y me dijo que comprendía; me dio las gracias por las dos semanas de aviso. Me apenó un poco hacerlo, pero haber «perdido» sus llaves en ese tiempo precisamente, no justificaba correr el riesgo de que siguiera con nosotros.

– Mi creencia – le contesté -, por lo que valga, es a favor de su honradez; o perdió esas llaves o se las robaron de la bolsa sin que lo supiera, ¿Podrían habérselas quitado fuera de la casa?

– De acuerdo con su versión, sí. Parece que la última vez que está segura de que las tenía fue el sábado último. La señora Anderson la envió a un mandado entonces, y usó su llave para entrar cuando volvió. La única vez que salió después fue el lunes, todo el día. Cuando regresaba esa noche, Mike venía delante de ella, de ver una película en el barrio, y utilizó su llave, con lo que no tuvo que buscar la suya. Entonces, si está diciendo la verdad, sus llaves se le pudieron perder o le fueron robadas cualquier día después del sábado, y fuera de la casa, el lunes.

– ¿Pidió por teléfono un coche cuando se fue?

– No. Imagino que caminó hasta la calle Clark y tomó allí el autobús.

Eso es lo que el tío Am se debe haber figurado, sabía yo, y habría conservado su auto usándolo para seguir al autobús que tomara. Lo cual es mucho mejor técnica que despedir a Harry y subir al mismo autobús.

Le conté lo que había hecho esa tarde, mi visita a la agencia de empleos, mi breve conversación con el padre de Elsie y cuán exactamente se comprobaban sus referencia. Le pregunté entonces si Brandt le había informado de mi llamada y del expediente de Robert.

– Lo cual no me preocupa – me contestó asintiendo -. Cuerno, también yo andaba con una navajota en mis quince. En el barrio en que crecí había que hacerlo porque todos los demás andaban armados.

– Yo diría que ese expediente es un factor positivo para limpiarlo de culpa.

– ¿Cómo, Ed?

– Si le dieron una sentencia, suspendida, quiere decir que le tomaron las huellas dactilares. Lo cual a su vez denota que no puede tener ningún expediente bajo ningún otro nombre, o sus huellas se hubieran comparado.

– Buen razonamiento; a mí no se me hubiese ocurrido. Bueno… ¿todavía alguna pregunta mientras estamos hablando? No hay prisa, pero tengo que salir durante unas horas.

– Hay algo que nunca hemos tomado en cuenta. El punto del cui bono, es decir, ¿quién se beneficiaría directamente con su muerte? Supongo que tiene hecho testamento. Fuera de su familia, ¿no hay a quien se mencione con alguna suma importante?

– Importante, no. La señora Anderson se beneficia con cinco mil, no más de lo que le correspondería por diez años de servicios. A Robert lo tengo apuntado con mil. Ninguno de ellos lo sabe. Fuera de eso… será mejor que se lo diga. Firmé un nuevo testamento hace apenas seis meses, Ed, y es muy complicado. Tenía que serlo porque deseaba proteger a Mike en contra de la posibilidad de que Sylvia se hundiera en el alcoholismo, en cuyo caso no desearía que ella continuara con su custodia.

»Mi abogado y yo, y él es el ejecutor testamentario, redactamos el documento en esta forma. Se estableció un fondo que dará a Sylvia doscientos a la semana durante toda su vida, pase lo que pase. El resto se divide por partes iguales entre Ángela y Mike. Ángela recibiría la suya en una suma total. La porción de Mike está constituida por un fondo que le pagará una renta hasta que cumpla veintiún años, y entonces se le entregará. Mientras Sylvia conserve la custodia de él, tendrá el control de la renta; si se hunde en la bebida o por alguna otra razón resulta inadecuada como madre, el abogado entablará juicio en nombre de Ángela para que se quite la custodia a Sylvia y se le entregue a Ángela.

»Confío en que eso no suceda nunca; eso perjudicaría a Mike muchísimo; aunque más lo perjudicaría que lo eduque una madre alcohólica.

»Incidentalmente, tanto Sylvia como Ángela saben de esto y están conformes con ello. Tuve que ponerlo en su conocimiento para estar seguro de que Ángela consentiría en entablar un juicio por la custodia de Mike, si fuera necesario, y deseaba que Sylvia comprendiera lo que acontecería si se hacía necesario.

»Bueno, Ed, tengo que marcharme. Pediré un auto por teléfono: estoy siguiendo su consejo de no utilizar mi coche hasta que alguien del equipo de bombas lo examine. El capitán Brandt me enviará a uno de los muchachos mañana.

»Lo acompañaré a la puerta antes de telefonear.

Así lo hizo y me franqueó la salida. Oí que corrió el cerrojo. Hasta para el corto intervalo entre mi ida y la llegada del automóvil, en respuesta a su llamada, estaba echando cerrojo, sin correr riesgo alguno. Y andaba armado hasta dentro de su propia casa. Una vez que se sentó ante su escritorio, la americana descubrió bastante como para permitirme ver que llevaba una funda de axila.