172836.fb2 El Caso De La Se?ora Murphy - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 16

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Capítulo 15

Al llegar a casa, leí un rato, luego me acordé de algo y telefonee al número de Dolan. De nuevo contestó Robert, y en esta ocasión pregunté por Ángela. Llegó al teléfono a los dos minutos.

– Habla Ed Hunter, Ángela – le dije -. Estuve allí y hablé con tu papá hará una hora aproximadamente; se me olvidó completamente preguntarle cómo te sentías. Así que te lo preguntaré a ti.

– Me siento muy bien, Ed. Me quedé en casa hoy y probablemente me quedaré mañana; nada más por el aspecto. Tengo la mandíbula inflamada todavía, si bien empieza a bajárseme, y ya no se verá pasado mañana. Para entonces el moretón deberá disminuir hasta el punto que con unos anteojos oscuros quede cubierto.

– ¡Qué bueno! – contesté.

– Probablemente sea para mi bien. Ya están cerca los exámenes en la universidad y eso me da una oportunidad de estudiar. Es muy probable que pase con banderas desplegadas en lugar de con calificaciones ordinarias. Gracias por haberme llamado.

Nos despedimos y regresé a la lectura.

Me entró el sueño y me acosté. No apagué la luz de la lamparilla; deseaba encontrarme despierto cuando el tío Am llegara a casa. Llegó antes de que me durmiera; apenas diez minutos más tarde. Me senté y encendí la otra lámpara.

Me soltó una frase sobre la trementina y el vino de Jerez de la señora Murphy, y le contesté con otra acerca del bote de goma y del guisado irlandés; como ninguna de las dos era muy brillante, las declaramos empatadas.

– ¿Aconteció algo? – indagué.

– Una gran nada. Se fue a su casa y se quedó en su casa. Nadie llegó y nadie salió. Las luces se apagaron como a las diez y quince. Aguardé otros quince minutos y me vine. Y acá, ¿hay alguna novedad?

– No mucha. Tuve otra conversación con Dolan. Le hablé para decirle que estaría aquí toda la noche y me contestó que fuera. Le presenté el ángulo de cui bono, y me informó sobre su testamento.

El tío Am estaba colgando su chaqueta.

– Bien, cuéntamelo mientras me desvisto.

Le dije lo del testamento de Dolan y entonces le pregunté cuánto se figuraba que pudiera valer Dolan.

Encogióse de hombros.

– Una adivinanza es todo lo que sería, Ed. Pero no serán cacahuates. Puede ser que un cuarto de millón o medio, quizá. No se establecen fondos con una fortuna inferior a eso.

Sonó el teléfono y yo lo contesté porque era quien estaba más cerca. Era Dolan.

– Acabo de llegar a casa – me dijo -, y cuando pasé en el coche enfrente de la de ustedes divisé que había luz todavía en su cuarto. ¿Llegó ya Am?

– También él acaba de llegar. ¡Nada, nada! – le anuncié -. Se fue a su casa y allí se quedó. ¿Quiere hablar con él?

– No, si eso es todo lo que me va a decir. Que siga con el asunto, pídale de mi parte. Esas llaves perdidas es todo lo que tenemos para basar nuestro trabajo. Necesito averiguar qué es lo que hace la muchacha; si se registra con una agencia de empleos y consigue otro puesto o si descansa unos cuantos días y se va de la ciudad. Puede continuar con la tarea semanas enteras si es necesario. Si le parece mucho tiempo, puede disfrutar de un día libre y utilizar a un operador de Starlock para que lo sustituya.

– Perfecto – repuse -. Y… se lo debí haber preguntado cuando estuvimos hablando, ¿qué respecto a mí, mañana? ¿quisiera que estuviera de guardia aunque ninguno de nosotros piense en algo que se me pudiera encomendar?

– Sí, mañana y el sábado. Y tal vez más tiempo. Todavía no lo sé, Ed, me doy cuenta de que se oye tonto pagarle cien dólares diarios por no hacer nada, quizá; pero hasta que no sepa qué es esa amenaza y me pueda cuidar de ella, el dinero no es ningún obstáculo.

– Correcto – asentí -. Y ese precio incluye que además esté disponible en las noches. Pero ¿estaría bien que pasara los días en la oficina y las noches en mi cuarto?

– Seguro, con tal de que lo pueda conseguir en un sitio o en otro. Excepto, por supuesto a la hora de las comidas. Buenas noches.

Informé al tío Am todo lo que Dolan había dicho y meneó la cabeza con tristeza.

– ¡Maldita sea, muchacho, confío en que podamos averiguar algo para él! Siento como si le estuviéramos robando el dinero hasta estos momentos.

– Hemos hechos todo lo que nos ha pedido que hagamos, y lo mejor que pudimos hacerlo. ¿A qué horas calculas que comenzarás tu vigilancia el día de mañana?

– Creo que será suficiente a las nueve. Dudo que salga antes de esa hora. Ahora que conozco el barrio me voy a llevar el Buick. Avisé a Harry Main que no lo necesitaría más, cuando le pagué. Lo cual me recuerda, después de pagarle me quedé un poco escaso. ¿Sabes cuánto hay en la caja chica de la oficina?

– Cien dólares exactos.

– Los tomaré en la mañana. Cuando te vayas a almorzar, puedes pasar por el banco a hacer efectivo un cheque. Otros cien, o más si tú deseas un poco de dinero.

Fue nuestra primera noche de sueño normal desde el lunes, y Am me dejó en la oficina a la siguiente mañana. Quité la cubierta a la máquina de escribir y me puse a trabajar. Había decidido que no me quedaría sentado sin hacer nada hoy y mañana, no todo el tiempo por lo menos, aunque me pagaran por ello.

Dolan no había dicho que deseara un informe por escrito, pero pensé que, supuesto que dispondría de tiempo, podía utilizarlo escribiéndolo. Comencé con la llegada de Mike a nuestro cuarto el martes en la noche. Puse todo, excepto, desde luego, mi paseíto con Ángela. Describí mis conversaciones telefónicas y en persona con Dolan, no porque le interesaran, sino porque esperaba que repasándolas una vez más pudiera esclarecer mis pensamientos, permitiéndome descubrir algo que hubiese podido pasar por alto. No obtuve nada; seguía todavía tan a oscuras cuando terminé como cuando había empezado. No obstante, me hizo pasar la mañana; era mediodía cuando acabé.

Sonó el teléfono al estarlo releyendo; era Dick Barth de la Great Lakes Finance Company, con un trabajito. Debería hacerse no más tarde que mañana y tuve que rehusar. Le di una explicación que lo satisfizo, y le informé que para el lunes tendríamos un servicio de respuestas.

Concluí de leer lo que había escrito; para entonces faltaban unos cuantos minutos para las doce. Bajé a tomar mi almuerzo y a recoger dinero del banco.

Al regresar principié a escribir los informes del tío Am, en su lugar. Eso fue más fácil porque no había ningún objeto en hacer versiones repetidas cuando los dos habíamos estado haciendo la misma cosa. Yo había detallado mis propios gastos; no podía hacer lo mismo con los suyos porque no le había preguntado cuánto gastara en seguir a Sylvia Dolan o cuánto le había cobrado Harry Main por la noche anterior. Fuera de eso nuestros informes resultaban al corriente hasta ese momento.

El teléfono repicó como a las dos. Era Ben Starlock.

– Déjame hablar aprisa, Ed, y dame una contestación rápida. Acaba de telefonearnos el empleado que sigue a Sideco. Se encuentra en el exterior de unos billares en Halsted, a los que Sideco llegó hace unos diez minutos. Entró cinco minutos después; sólo compró una cajetilla de cigarrillos y salió de nuevo cuando se dio cuenta de que era estrictamente un sitio en los que únicamente se habla español; hubiera resaltado allí como un dedo vendado si se quedaba dentro. Nada más mexicanos y filipinos. Sin embargo, vio que Sideco había colgado su americana y su sombrero y estaba jugando billar. Lo cual significa que bien pudiera quedarse allí toda la tarde.

»Pete García esta aquí en la oficina sin hacer nada. Puede ir para allá en un auto, en diez minutos; quizá hasta pueda ponerse a jugar con Sideco y darle un poco de cuerda. ¿Qué me dices?

– ¿Le será posible identificar a Sideco de los otros filipinos que se encuentras ahí?

– Healy dice – contestó Starlock riendo -, que trae puesta una camisa de seda morada, tirantes azules y una corbata de moño amarilla. Dudo de que nadie más tenga esa misma combinación.

No titubee nada, sabiendo cuál era la actitud de Dolan respecto a gastos:

– Mándalo aprisa para allá. Luego vuelve a llamarme.

El teléfono repicó una vez más en pocos minutos y era el mismo Starlock quien me llamaba.

– Pete está ya en camino. ¿Qué más querías decirme, Ed?

– Am se encuentra en un trabajito suyo y olvidé preguntarle esto. ¿Hizo algún arreglo para recibir el informe de su operador esta noche, después que regrese con Sideco a la casa?

– No, no hizo. ¿Debo de decírselo cuando llame de nuevo?

– No es asunto de vida o muerte, pero sería mejor. A menos de que algo surja, estaré en casa toda la noche, y Healy sabe en dónde vivo. Es a una cuadra de donde dejará a Sideco, así que dile que se detenga en nuestro cuarto si ve la luz encendida.

– Está bien.

Hubo otras dos llamadas esa tarde, ambas en la media hora anterior a las cinco. La primera fue de Ben Starlock: Pete García acababa de regresar y no tenía nada importante que informar, excepto que Sideco era un magnífico jugador de pool. Había jugado con los mismos compañeros toda la tarde, así que Pete no había podido jugar con él ni hablarle. Sí pudo advertir que no jugaban fuerte.

Sideco se había marchado a las cuatro y quince, y García, dejando que Healy lo remplazara, había hablado de los billares para informarse si habría nuevas instrucciones. Ben le contestó que diera a Healy mi recado, si lo alcanzaba, lo cual sí hizo.

La otra llamada, poco antes de las cinco, fue de Dolan. Primero me preguntó si tenía informes intermediarios, de Am o del operador que seguía a Sideco. Le contesté que no había nada de Am, pero le pasé lo que me había llegado acerca de Sideco.

Me informé que había hecho una cosa: registró el cuarto de Robert. Lo que había encontrado allí no había sido sospechoso, pero lo había sorprendido. Sideco era muy solvente para sus circunstancias, y su solvencia parecía justificada. Encontró una cajita de hojalata (que pudo abrir y cerrar con un ganchito), en la que estaban todos los apuntes de Robert, inclusive copia de sus datos sobre impuesto de la renta, durante ocho años. Las libretas de depósito por ese tiempo mostraban que había estado guardando exactamente veinte dólares a la semana, lo cual le daba ocho mil al cabo de ocho años. Había bastante más que eso, porque de vez en cuando había sacado dinero, alrededor de mil dólares cada vez, invirtiéndolos en acciones… y en buenas acciones. Su operación de 1959, por ejemplo, mostraba una ganancia de capital de seis mil dólares sólo en acciones de American Motors. Había comprado mil dólares en 1958 a diez, y las vendió en la cúspide, en 1959, a setenta. Tuvo unas cuantas pérdidas, aunque no muchas. En ese momento, además de pocos miles en el banco, calculaba que la cartera de acciones de Robert llegaría a la cantidad de treinta mil dólares.

– ¡Hijo de tal por cual! – exclamó riéndose -. La siguiente vez que desee un cañuto sobre el mercado, ya sé en dónde pedirlo.

Ambos convinimos en que, aunque el grado sorprendente de solvencia de Robert, considerando su empleo, no lo eliminaba como sospechoso, sí disminuía ciertamente la posibilidad de que estuviera mezclado en algo chueco; y si lo estuviera, con dificultad hubiera sido por algún pequeño soborno del exterior.

Dejé la oficina a las cinco, me fui a comer y luego a casa a pasarme otra noche leyendo. Me estaba aburriendo un poco de no hacer nada y hubiese preferido asistir a algún espectáculo, emborracharme, hacer algo, cualquier cosa, hasta sustituir al tío Am en la vigilancia de Elsie, si no fuera porque el hecho de que me conocía me eliminaba de ello; empero, mientras Dolan me estuviese pagando cien dólares al día nada más por estar a la expectativa, estarme sin hacer nada era lo mejor para ganar dinero.

John Healy se presentó como a las diez, con un informe bastante soso sobre Robert Sideco. Se había pasado la mayor parte de la mañana admirando los aparadores en el Loop; se estuvo una hora en la oficina de un comisionista contemplando el pizarrón – algo que me hubiese asombrado excepto por lo que había sabido por Dolan acerca de sus actividades en la Bolsa -; disfrutó de un almuerzo descansado, sin copas, y luego se fue a los billares. Después, caminó un poco con un amigo que lo acompañaba y posteriormente, solo. Por fin se había decidido y se echó un trago en una taberna, más tarde comió en una cafetería. Acabando de comer hizo una llamada telefónica, en seguida fue a un juego de bolos en donde, tras unos minutos, se le reunió un amigo con quien estuvo jugando un par de horas. Al final Robert se había ido a la casa en un autobús.

Healy estaba cansado después de tanto caminar, y deseaba marcharse a su casa en cuanto pudiera, especialmente porque yo no tenía ni siquiera una copa qué ofrecerle. Lo dejé que se fuera antes de telefonear a Dolan pasándole el informe.

Cuando le pregunté si deseaba que Am lo llamara cuando volviera a casa, me contestó que no, si el informe sobre Elsie era tan poco excitante como el de Robert. Pero que Am debía seguir espiándola hasta que Elsie consiguiera otro trabajo o hiciera algo.

El tío Am regresó a casa un poco después de las once; aparentemente la familia Aykers se acostaba todas las noches como a las diez y media. Había tenido un día más aburrido aún que el de Healy. Elsie había salido de la casa únicamente dos veces, ya tarde, en la mañana, con una mujer, al supermercado y luego a media tarde a efectuar algunas compras en una tienda cercana. Había tenido gente a cenar, una pareja joven con dos niños; el tío Am pensaba que la mujer fuese probablemente una hermana mayor de Elsie. Se fueron temprano, a las nueve, y las luces se apagaron a la misma hora que la noche anterior. El tío Am sintió alivio al saber que no tendría que telefonear a Dolan; declaró que aquello se oía como un trabajo muy insignificante por cien dólares, y que quizá deberíamos empezar a fijar a Dolan una tarifa rebajada. Le contesté que comenzaríamos a pensarlo seriamente si Elsie no buscaba un nuevo empleo para el lunes, y pareciera como si la tarea de seguirla se retardara.

El siguiente día, sábado, el tío Am me dejó en la oficina otra vez y me pasé un día todavía más muerto que el anterior, cuando contaba con poner los informes al día. Pasé el tiempo escribiendo algunas cartas a ciertas compañías financieras y de préstamos, ofreciéndoles nuestros servicios. Ni las feché ni las puse en el correo, pues no quería enviarlas hasta que supiera que habíamos concluido con el affaire Dolan y podíamos encargarnos de otro asunto si alguien nos llamaba por teléfono.

No tenía ninguna razón para llamar a Dolan, pero él me habló como a las siete y media a casa y, ¡gracias a Dios!, fue para soltarme del gancho por un poco de tiempo. Algo se había presentado, un asunto de negocios que no tenía nada que ver con el caso que nos ocupaba, y que lo alejaba de la ciudad durante veinticuatro horas; se marchaba inmediatamente para Milwaukee y me podía considerar fuera de la nómina y libre hasta la misma hora del día siguiente, supuesto que no tendría ninguna razón para hablarme de Milwaukee. El tío Am debía seguir con lo que estaba haciendo.

Yo estaba libre. Me detuve apenas tiempo suficiente para escribir un recado al tío Am, y luego me fui sin aguardar a decidir a dónde iba. No resultó nada espectacular, especialmente en razón de que no llevaba coche. Enderecé rumbo a Loop, a pie, luego me percaté de lo temprano que era, y alcancé una orquesta muy buena y una variedad aceptable en El Gallo Loco. No estaba acostumbrado a la vida nocturna, me entró el sueño y me fui a casa, llegando allí unos cuantos minutos antes del tío Am.

Él había tenido otro día tan soso como ayer, con la variante de que un joven había llegado para llevar a Elsie a un cine. La regresó a la casa a las diez y las luces se apagaron a las diez y media, como de costumbre.

Traté de convencerlo de que llamara a Starlock y consiguiera que uno de los operadores de Ben se encargara de mañana, domingo, para que los dos pudiéramos tener un día franco. No quiso; contestó que figuraba que Elsie comenzaría a buscar otro trabajo el lunes, y hasta entonces, y a menos de que no sucediera así, no iba a compartir su dinero con Starlock.

De todos modos me fue posible dormir hasta bien tarde la mañana del domingo. Fui a un teatro en la tarde y disfruté una buena comida después; regresé a casa a las seis, a modo de estar ahí en caso de que Dolan llegara a su casa un poco antes de lo que había predicho y me necesitara para algo.

Así, llegó la noche del domingo.

Entonces fue cuando saltó la tapa.