172836.fb2 El Caso De La Se?ora Murphy - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 4

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Capítulo 3

Como no se suponía que yo supiera tanto como en realidad sabía de la familia Dolan, le hice una pregunta que parecía natural.

– ¿Tiene usted alguna hermana, señorita Dolan? La mujer que entró no se ve de bastante edad como para ser su madre.

– No lo es, digo, ni mi madre, no de bastante edad. Mi madre murió hace doce años, cuanto yo tenía diez. Papá se casó con Sylvia tres más tarde, y entonces tenía veintidós, lo cual la hace ahora de treinta y un años.

– Nueve mayor que usted, entonces. Sin embargo, de edad suficiente para ser madre de Mike, si calculo bien su edad en ocho.

– Unos cuantos meses menor.

Todavía continuábamos rodando hacia el Este, por Erie.

– Respecto a esa copa – le pregunté -, ¿realmente desea una? Podemos pasearnos un poco mientras hablamos. Es una noche bellísima.

– Muy bien. No, no deseo realmente una copa. Puede ser que más tarde… sino le estoy pidiendo demasiado de su tiempo.

Puede haberlo contestado que dispusiera de mi tiempo toda la noche, si gustaba, pero me pareció demasiado reciente nuestro conocimiento para tal sugerencia. Ni siquiera como broma.

– No tengo ningún compromiso, ni siquiera tengo que ir a trabajar mañana. Mi tiempo le pertenece.

Ella no se dio por aludida, y yo tampoco insistí, sino que seguí manejando en dirección del bulevar Michigan. Mi intención era tomarlo rumbo al Norte y luego ir por el lago.

Me sentí satisfecho nada más con rodar un rato. No quería mover el tema de la aventurita de Mike sino hasta que ella lo hiciera. El telefonazo había sido de ella y también esta cita; yo no la llamé. Deseaba que iniciara la conversación a su modo, para ver qué sesgo le daba; específicamente, cuál era su interés. Ella me tendría que sonsacar, lo cual me daría oportunidad de hacerle alguna pregunta casual entre mis contestaciones.

Por otra parte yo disponía de toda la noche, y no me importaba que siguiéramos adelante, hasta Milwaukee, antes de que mencionáramos a su hermano menor. No la he descrito, excepto en lo del cabello negro, no ser enjuta, y en suponerla de veinte años, en lo cual erré por dos. Bueno: era alta para mujer, delgada aunque no mucho con grandes ojos castaños, y ese cutis perfecto, blanco de leche, que lo mejor de las jóvenes irlandesas poseen sin importar si son lecheras o princesas.

Ed, me advertí, no te dejes llevar tan aprisa. Ésta es una princesa irlandesa y no una lechera, en cuanto a que probablemente se pueda gastar más dinero en kleenex y nylons de lo que yo gano. Limpio y sucio el dinero de Dolan, de seguro había mucho. El solo vestido blanco de lana que ahora llevaba puesto, podía haber costado más dinero del que los dos Hunter ganaban en una semana.

Seguimos rodando. Sin importar la razón, también ella debe haberse sentido renuente a iniciar la conversación, por lo menos acerca del asunto para el cual deseaba verme. Cuando por fin rompió los minutos de silencio, fue por el lado izquierdo.

– No es asunto que me incumba, señor Hunter, sin embargo, me siento curiosa. Cuando lo llamé, levantó el teléfono y me dijo algo que no comprendí; luego me explicó que pensaba que la llamada era de alguien a quien usted conocía. Fue algo muy chistoso, algo respecto a una serpiente coralillo y a un pastel amarillo. Si no es un secreto…

Me eché a reír y le conté exactamente lo que había sido y lo del juego de la señora Murphy y cómo el tío Am y yo lo habíamos estado practicando, citándole algunas de las mejores frases.

La joven rió y le agradó el jueguito.

– Permítame pensar en alguna… No, no me lo permita ahora. Hay otras cosas más importantes en qué reflexionar.

»Ed… voy a dejar de llamarlo señor Hunter y será mejor que usted empiece a llamarme Ángela. O Angie, si lo prefiere…

– No lo prefiero – repuse -. Creo que Ángela es un nombre muy bonito, Ángela.

– ¿Cómo actuó Mike cuando lo atrapó esta noche en su cuarto?

– Bastante normal para un chico a quien han pescado con la mano en el frasco de la mermelada. Asustado al principio, luego un poco desafiante, y después no muy satisfecho, pero aceptando lo inevitable cuando se dio cuenta de que lo iba a llevar a su casa a encararse con la música.

– ¿No diría que estuviese perturbado síquicamente?

– No, no… espere, Ángela, vamos a empezar esto por el otro extremo. Ya oí la versión de Mike dos veces esta noche; cuando se la saqué en pedazos y luego cuando la contó a su padre. Dígame exactamente qué le confió a usted cuando lo llevó para el otro piso, y permítame ver si añadió o quitó algo.

No lo había hecho. Si el chico no estaba contando una historia completamente verídica, tenía una excelente memoria; y eso fue lo que le expliqué.

– Ed, una cosa antes que la olvide. Una de las razones por la que deseaba conversar con usted… ¿Tiene una pistola en su habitación?

– Le dije a Mike que no. En realidad sí hay una, bastante vieja. Guardamos nuestras armas en la oficina.

– Mike puede no haberle creído. Por si le vuelve una idea semejante, y esperemos que no suceda, ¿quiere llevársela a la oficina?

– Mañana mismo, se lo prometo.

– Gracias, Ed. ¿No cree que haya alguna probabilidad de que lo intente de nuevo esta noche? Por supuesto, no sabe que esté usted ausente, pero…

– Mi tío ya está allá ahora. Tiene el sueño más ligero que yo. Por otra parte… no. Esté o no Mike convencido todavía de que esa conversación era un sueño, no se le ocurriría intentar otra vez la misma cosa, en el mismo sitio, esta noche.

Ya estábamos en el Drive en esos momentos, en dirección al Norte, a lo largo del lago. No había mucho tránsito, ni tampoco me molestaba, porque no estaba tratando de ganar tiempo.

– ¿Puedo hacerle algunas preguntas?. Si cualquiera resulta demasiado personal, avíseme.

– Muy bien, Ed. Pregunte.

– No sé si tiene otros hermanos además de Mike.

– Ésa es fácil. No.

– Entonces, sin contar a los sirvientes de los que hablaremos después, sólo cuatro personas viven en esa mansión: el señor y la señora Dolan, usted y Mike.

– Correcto.

– ¿Quién era el tipo guapo, el Adonis de cabellos rubios que me franqueó la entrada esta noche? No me pareció un sirviente.

– No lo es, si bien trabaja para papá. Algo intermedio entre su mano derecha y su mensajero; o más bien ambas cosas. Está en la casa con frecuencia, pero no vive allí. Su nombre es George Steck.

– Hasta las gentes que van con frecuencia no abren la puerta de en una casa llena de sirvientes. ¿Cómo sucedió eso?

– Ya se estaba yendo cuando usted tocó el timbre. Se fue cuando hablaba en el estudio con papá y con Mike.

Titubee, porque la siguiente pregunta que surgía en mi mente era una que no podía justificar tuviera algo que ver con el incidente de Mike. Debe haberla adivinado.

– Es guapo, ¿verdad? Sin embargo, si se está preguntando si siento alguna inclinación hacia él, la respuesta es que la sentí, ligera, hace tres años, cuando comenzó a trabajar para papá. Pero papá se opuso a ello, con firmeza, y se me pasó pronto. No, papá no está pretendiendo casarme con alguien de la sociedad, no es un arribista en esa dirección. Tampoco permitiría que me casara con nadie metido en el hampa, aunque él sí lo esté. – Echóse a reír con cierta sorna -. En cuanto a George, sabe que perdería su empleo, y probablemente no conseguiría otro en Chicago, si se atreviera a verme de cierto modo. Así que no lo hace; es ambicioso.

– ¿Espera ocupar algún día el puesto de su padre?

– Probablemente. Y pudiera acontecer. Sin embargo, eso no lo haría avanzar conmigo. Ya ni me gusta siquiera. Pero, ¿no estamos ya muy lejos de Mike?

– Sí – asentí -. ¿Cómo están las relaciones de Mike con su mamá?

– Excelentes. Y he de conceder a Sylvia que es una madre magnífica para él. A pesar de su debilidad.

»Sylvia es una alcohólica, lo ha sido durante varios años. No es una borrachona, aunque bebe algo en exceso y todos los días. Está un poco achispada para media tarde, pero logra dominarse bien con Mike. Cuando bebe realmente fuerte es después de la hora de acostarse.

– ¡Por Dios! con todo el dinero de su padre, ¿no puede ayudarla un siquiatra?

– Ni los mejores siquiatras del mundo pueden curar a un alcohólico que no desea curarse. Y ella no lo quiere. Se le puede encerrar, alejarla del alcohol, pero en el instante mismo en que tenga acceso a él, empezará otra vez. Es una tragedia, algo contra lo que no se puede hacer nada a menos de que ella consienta en cooperar…

– ¿Cree honradamente que eso no tiene ningún efecto en Mike?

– Así lo creo. Todavía no, quiero decir. Cuando Mike crezca o ella se ponga peor, entonces sí. Si ella no cambia, será lago que él aprenderá a aceptar como yo acepté la muerte de mi propia madre a los diez años de edad. Me sobrepuse a ello.

– Y cuando tenía trece, su padre llevó a la casa una nueva esposa únicamente nueve años mayor que usted. ¿No resintió eso?

– Un poco, al principio, lo dominé. Mis sentimientos hacia ella son, ahora, ambivalentes.

– ¿Qué quiere decirme?

– Ambivalente significa…

– Conozco la palabra ambivalente, ¡maldita sea! También anfibio, ambidextro, y algunos polisílabos. Quiero decir, ¿ambivalente entre cuáles extremos?

– Perdón, Ed. No pretendí impugnar su vocabulario. Entre que me agrada y no me agrada, eso es lo que quiero decir. No entre quererla y odiarla; nunca ha sido así de fuerte en ninguna dirección. A veces siento pesar por ella y, a veces… ¡no!

– ¿Y las relaciones de Mike con su padre? Por lo poco que vi esta noche, me parecen buenas. Aunque usted está más cerca.

– Mike casi venera a su padre. Lo idolatra.

– Hasta el punto de… aguarde, déjeme pensar en cómo expresar esto correctamente. Vincent Dolan se encuentra metido en negocios ilegales. Para algunas gentes, eso lo convierte en criminal; para otras, no. ¿Cree usted que Mike pudiera pensar de él como un criminal e idolatrarlo sobre esa base, como algunas personas solían idolatrar a Capone y a Dillinger?

– Nunca pensé en esa posibilidad, sino hasta esta noche. El que Mike fuera en busca de esa pistola… De eso era precisamente de lo que le quería hablar. O que usted me hablara a mí, ¿Tiene todavía alguna pregunta más?

– No muchas. – Quizá porque no me agradaban los pensamientos que me estaban comenzando a asaltar; el seguir rodando no era ya diversión. Estábamos bastante al Norte, cerca de un sitio que conocía; un pequeño promontorio que domina al lago y en donde era posible estacionarse. Decidí hacer eso si no había muchos coches. No había, y allí me estacioné.

Ángela se deslizó en el asiento más junto a mí, pero yo conservé las manos en el volante. Me obligué a concentrarme en lo que deseaba saber. Habíamos examinado la actitud de Mike hacia su padre; me había contado todo lo que podía sobre ella.

Eso nos dejaba dos relaciones por examinar. La suya con su padre, la suya con Mike. No había esperado nada inusitado de ninguna de ellas, y no descubrí nada inusitado.

No, no pensaba en su padre como en un criminal. Se ganaba la vida con un negocio ilegal, pero eran negocios, a pesar de todo. Y no inmorales, opinaba. En cuanto a la legalidad, ¿por qué habría la legalidad de ser un asunto de geografía? Aquí en Chicago era perfectamente legal hacer una apuesta en una carrera de caballos o de perros, según se hiciera en el hipódromo o el galgódromo. ¿Por qué habría de ser ilegal si se hacía a una cuadra o a unas cuantas millas de la pista? Si Chicago estuviera en Nevada o en cualquiera de muchos países extranjeros, sería legal.

Era una racionalización, bien lo sabía, porque pasaba por alto muchas cosas. Principalmente el hecho de que haciendo algo que es ilegal, sea o no inmoral, en gran escala, conduce al cohecho y a la corrupción de las fuerzas policíacas, superiores o inferiores, o las dos, y destruye el respeto público por las leyes que debieran ser obedecidas, y provoca otros efectos todavía menos agradables. Pero moralmente es tan malo ser ilegal en pequeña escala como en grande. ¿No había yo mismo violado algunas leyes? De todos modos, no me puse a discutir con ella.

No me dijo que amara a su padre, y acepté que lo consideraba un poco tiránico en algunos aspectos, pero lo admiraba y lo respetaba.

– Puede parecer como un irlandés de ópera cómica – me explico, utilizando la misma frase que surgió en mi mente unas cuantas horas antes, cuando vi a Vincent Dolan por primera vez -, pero no lo es. Digo, no es tipo de ópera cómica. Tiene una inteligencia muy filosa, y nunca ha dejado de seguirla afilando. Se ha educado por sí mismo, pues sólo estuvo un año en secundaria, pero nunca ha dejado de seguir estudiando.

– Lo advertí, por el modo como hablaba, y su vocabulario.

No había mucho qué preguntar respecto al modo como ella y Mike se llevaban, pero lo pregunté, y recibí la respuesta que esperaba. Se llevaban bien, como cualquier hermano y hermana de esa edad tan dispareja. Amaba a Mike, eso era todo, y por ello estaba preocupada esta noche.

Encendí dos cigarrillos y le di el suyo. Cuando eso terminó, descubrí que, de alguna manera, mi brazo derecho se encontraba en la parte superior del asiento, tal vez porque al encenderlos se me había acercado un poco, y resultaba difícil meterlo otra vez entre los dos. Así que fumé con la mano izquierda y ordené a mi derecha que se quedar en donde estaba sin caer sobre su hombro.

Se sentía muy tibia y cómoda tan cerca de mí.