172869.fb2 El Estanque En Silencio - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 10

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9

De regreso en la Casa Ford, Janet subió las escaleras y dobló por el pasillo de la izquierda. Llamó a la puerta situada al final y alguien le invitó a pasar, con una voz que no sonó como si perteneciera a Meeson. Penetró en una habitación en forma de L, donde el sol entraba por dos de las cuatro grandes ventanas.

Adriana Ford estaba en un canapé, en el lugar de la sombra. Unos cojines brocados de color crema le servían como apoyo y la ayudaban a mantenerse incorporada. Llevaba puesta una bata suelta del mismo material, guarnecida con piel de color oscuro. Una colcha verde de terciopelo le cubría hasta la cintura. Janet tuvo que haber visto estas cosas en cuanto entró, porque más tarde las recordó, aunque en aquel momento sólo se dio cuenta de la presencia de Adriana…, la fina piel, muy cuidadosamente maquillada, los grandes ojos, el pelo de corte geométrico de un asombroso rojo oscuro. Era difícil adivinar su edad. Estaba allí Adriana Ford, y su presencia dominaba la habitación.

Janet se acercó al canapé. Una mano larga y pálida tocó la suya y señaló una silla. Se sentó mientras Adriana la observaba. Podría haber sido enervante, pero, por lo que se refería a Janet, si Adriana deseaba observarla, no le importaba. Desde luego, no tenía nada que ocultar. ¿O sí que lo tenía? Ninian atravesó sus pensamientos, agitándolos. El color de su cara se encendió un poco.

Adriana se echó a reír.

– ¡Así que eres algo más que un ratoncillo escocés!

– Espero que sí -dijo Janet.

– ¡Yo también lo espero…! -exclamó Adriana Ford-. Somos un grupo terrible de mujeres. Esa es la conclusión a la que llega una…, empezamos con mujeres y volvemos a ellas. Y soy muy afortunada con Meeson…, era mi modista, ya sabes, así es que podemos disfrutar las dos juntas hablando de los viejos tiempos. No pensaba entonces que tendría que hacer este papel… ¡La Inválida Permanente…! Bueno, esto no te divierte. Star te envió aquí para que cuidaras de su hija. ¿Te ha amenazado ya con una de sus terribles rabietas de gritos?

Janet sonrió ligeramente.

– Sólo grita cuando no puede conseguir lo que quiere.

– ¡Es una norma muy simple! Le he dicho a Star una docena de veces que la niña tendría que ir a la escuela. Es bastante inteligente y ya tiene demasiados años para una niñera como Nanny. Bueno, supongo que ya habrás conocido a todo el mundo. Edna es la mujer más aburrida del mundo, y Geoffrey lo piensa así. Meriel quiere alcanzar la luna y lo más probable es que nunca lo consiga. Somos un grupo extraño y te sentirás contenta cuando puedas dejarnos. Yo misma estaría contenta de poder marcharme, pero estoy aquí permanentemente. ¿Ves a Star con frecuencia?

– De vez en cuando -contestó Janet.

– ¿Y a Ninian?

– No.

– ¿Demasiado ocupada para ver a tus viejos amigos? ¿O se trata sólo de un carácter inconstante? He oído decir que ha alcanzado un buen éxito con ese extraño libro que escribió. ¿Cómo se titulaba…? Nunca nos encontraremos. Nada de dinero, desde luego, y ningún sentido, sino simplemente un destello de genialidad. Todos los chicos inteligentes que estuvieron en la universidad con él le dieron palmaditas en la espalda y le escribieron, y el tercer programa emitió una versión dramatizada que yo no habría escuchado de haber sido cualquier otro el autor. Su segundo libro parece que tiene más material. ¿Lo has leído?

– No -contestó Janet.

Se había prometido a sí misma no hacerlo y le estaba resultando difícil cumplir su propósito. No leer su libro era como una señal y un símbolo de haber logrado apartar a Ninian de su puerta. Desde un rincón de su mente acudió a ella el eco susurrante de la canción de Pierrot:

Ouvre moi ta porte Pour l'amour de Dieu!

Janet fue a recoger a Stella a las doce y media y se encontró con que ella ya había establecido un programa para el resto del día.

– Ahora regresamos a casa y usted me cepilla el pelo y me revisa las manos y me dice que no comprende cómo puedo habérmelas ensuciado tanto, y yo me las lavo, y usted las vuelve a revisar, y después bajamos y comemos. Y después de la comida duermo mi siesta…, sólo si hace buen tiempo lo hago en el jardín, sobre una manta. Usted puede hacer lo mismo si quiere. Tía Edna lo hace, pero Nanny dice que es una costumbre perezosa. Las mantas están en el armario del cuarto de la niñera y siempre tenemos que acordarnos guardarlas en el mismo sitio.

Salieron después de comer, atravesaron un prado verde y cruzaron por una puerta que daba a un jardín con un estanque en el centro. Había un banco de piedra y una glorieta y un seto que el viento acariciaba. Más allá del seto había malvas altas que sobresalían por encima de él, y arriates, llenos de caléndulas y cabezas de dragón, de gladiolos, y una tardía maraña de amarantos y los altos penachos de las varas de oro. En la glorieta había sillas de jardín y un armario lleno de cojines y mantas.

Stella dirigió los preparativos con entusiasmo.

– Tenemos muchos cojines. Puede usted sentarse en el banco y yo colocaré mi manta junto al estanque. Es mi lugar favorito. A veces hay libélulas, y casi siempre hay ranas, pero a Nanny no le preocupan. Y cuando nos hayamos instalado cómodamente, me podrá contar de cuando se perdieron en medio de la niebla.

El sol calentaba y el cielo era azul. Sobre el estanque flotaba una libélula verde, como una llama oscilante. Janet vio estas cosas con los ojos de su cuerpo, pero con los ojos de su mente subió y tropezó en medio de la niebla, entre los guijarros de Darnach Law, con la mano de Ninian apoyada en su hombro, ayudándola a mantener el equilibrio.

La aguda voz de Stella repiqueteó:

– ¿No estaba Star allí?

– No. Tenía un resfriado. Mrs. Rutherford no la dejó salir.

– ¡Qué lástima!

– Ella no lo pensó así. Quedamos empapados. No hay nada que empape tanto como la niebla.

– A Star no le gustaba mojarse -dijo Stella, con una voz somnolienta; después, bostezó y se arrellanó entre los cojines-. A mí sí. A mí me gusta quedar empapada… y llegar a casa… y sentarme al lado de un fuego estupendo… y tomar… té… caliente… -su voz se fue haciendo más débil poco a poco.

Janet la observó y vio cómo se relajaba el rostro, ya dormido, con las mejillas suavemente redondeadas, los labios ligeramente separados y los párpados aún no cerrados del todo. Una vez desaparecida toda aquella incansable energía, tenía el aspecto de ser indefenso. Se preguntó si Stella estaría subiendo en sueños por Darnach Law.

Empezó a desear haber traído un libro. No había confiado en disponer de tiempo para leer, y ahora no quería molestarse en ir a buscarlo; además, Stella podía despertarse y encontrarse sola. Se dedicó a observar la libélula. Ahora se había detenido y colgaba inmóvil de una piedra bañada por el sol. No había visto una tan cerca… los ojos brillantes, las alas como de gasa, el cuerpo alargado, verde como una manzana, y todo aquel vibrante movimiento detenido.

Oyó unos pasos por el camino enlosado. Ninian Rutherford apareció por un hueco arqueado del seto y preguntó:

– ¿Estudiando la naturaleza?

Fue una voz extraordinariamente encantadora… apropiada para atraer a un pájaro desde su nido, como decía su vieja niñera escocesa. Había atraído a Janet en otra ocasión, pero ahora estaba armada para defenderse contra ella. ¿O no lo estaba? Levantó la mirada y se encontró con sus ojos sonrientes. Si había algo detrás de la sonrisa, desapareció antes de que ella pudiera estar segura. Podrían haberse encontrado ayer, separándose como los mejores amigos. El abismo de dos años tenía que ser ignorado.

El rodeó el estanque y se sentó a su lado.

– Bueno, ¿cómo te van las cosas, Janet?-era el antiguo nombre chistoso que él le daba, y el mismo tono de burla-. ¿Y qué estabas mirando con tanta atención?

Y cantó por lo bajo:

Mira bien dentro del pozo,

Janet, Janet,

Y allí verás su hermosa alma, mi jo Janet.

Empleando su tono de voz más natural, ella dijo:

– Estaba observando una libélula. Nunca había visto una tan verde. ¡Mira!

Pero él no dejaba de mirarla a ella.

– ¿Has estado siguiendo un régimen de adelgazamiento? Te has quedado un poco delgada.

– Si me quedo aquí durante dos semanas, probablemente tendré que adelgazar después. La leche es prácticamente crema y Mrs. Simmons es una cocinera maravillosa.

– Es de lo más ingenioso -dijo él, echándose a reír-. De veras, querida, te vas a morir de aburrimiento. Es típico de Star haberte hecho venir para cuidar a su hija. ¿Pero qué te ha impulsado a aceptarlo? Pero tú nunca tuviste mucho sentido común.

El color se agolpó en las mejillas de Janet.

– Si algo he tenido alguna vez, ¡es precisamente eso!

– ¿Sentido común? -sus ojos la observaron burlonamente-. No tienes ni lo que podría haber en el canto de una moneda de seis peniques… no, si eso significa cuidar de ti misma y procurar que la gente no te explote y que no dejes la piel a tiras en tu trabajo.

La joven levantó las manos morenas y las volvió a dejar caer en su regazo.

– Yo no diría que me estoy dejando la piel en ninguna parte.

– Hablando metafóricamente, si. Es lo que acabo de decir…, no tienes sentido común. Dejaste que Star te echara encima este trabajo, y permites que ese tipo, Hugo, te saque toda la carne de los huesos, ¡ese estúpido idiota!

– ¡No es un estúpido idiota!

– Es… ¡una persona afectada introducida en el trato, con ventaja para él!

Era tan moreno como Star era rubia. De pronto, Janet se dio cuenta de que Stella era como él. Había en ella la misma energía nerviosa, el mismo ceño fruncido, y el mismo oscuro destello de ira en los ojos. Ahora aquella chispa brillaba allí, mientras él se inclinaba hacia ella, diciendo:

– No sabes cómo luchar por ti misma… ¡ése es el problema contigo! Serías una luchadora estupenda si dedicaras tu mente a ello… ¡te lo garantizo! ¡Pero no estás dispuesta a hacerlo! Siempre estás pensando en los demás, ¿o es que eres demasiado orgullosa como para molestarte?

¿Hacia dónde iban por aquel camino? Los dos sabían muy bien lo que él quería dar a entender cuando decía que ella era demasiado orgullosa para luchar. Había sido demasiado orgullosa para luchar por él. Si él deseaba a Anne Forester, no sería ella la que moviera un solo dedo para recuperarlo.

– Ninian, estás diciendo tonterías.

– ¿Y por qué no? Quedo mejor diciendo tonterías que si tuviera que hablar en serio.

Se había inclinado hacia ella lo suficiente como para darle la impresión de que estaba cercada, con el brazo extendido sobre el respaldo del banco, con naturalidad. Janet extendió una mano para contenerle y él se echó a reír.

– Ninian, vas a despertar a Stella.

– Bueno, ¡no quiero hacer eso!-dijo él, con una alegre voz-. ¡Dejemos dormir a los tigres! ¿Qué tal te las arreglas con ella?

– Muy bien.

– ¿Ha tenido ya una de sus famosas rabietas?

– Sólo las tiene cuando algo le molesta.

– Así es que no tendrá ninguna contigo…, ¿no es eso?

– Desde luego.

– Nuestra santa Edna es suficiente para molestar a cualquiera. No es nada raro que Geoffrey se extravíe. Y su rostro fue su fortuna, ya sabes. En cualquier caso, era toda la fortuna que poseía. Por qué diablos se casó Geoffrey con ella es algo que ha de ser considerado como uno de esos misterios indisolubles que ocupan su lugar junto al Hombre de la Máscara de Hierro y Quién Mató a la Princesa en la Torre. Es casi seguro que Ricardo no lo hizo, porque, de haberlo hecho, Enrique VII se habría lanzado sobre él para acusarle después de la batalla de Boswort. Confió en que admires la versatilidad de mi conversación. ¿O quizá es Hugo una persona tan brillante que nadie puede competir con él?

Janet se permitió hacer aparecer el hoyuelo de su sonrisa. Era un hoyuelo atractivo.

– No tienes una conversación muy brillante cuando dices las cosas en taquigrafía.

– ¡No querrás decir que puedes descifrar todas esas tonterías en puntos y rayas!

– Los puntos y las rayas son Morse, no taquigrafía.

– Querida, no me lo puedo creer. ¡Taquigrafía! La única cosa que me parece peor es el estruendo de una máquina de escribir, o la ortografía reformada de Bernard Shaw. ¡Eso me agotaría inmediatamente!

El hoyuelo permaneció. Janet no dijo nada.

Ninian golpeó la mano en el respaldo del banco.

– ¡Ahora es cuando me vas a preguntar cómo escribo mis cosas!

– Eso ya lo sé… en extraños trozos de papel, arriba y abajo y de través, y alguien tiene que ordenártelos.

– Tengo que hacerlo yo mismo, querida. Janet, ¡eso te hubiera venido muy bien!

– ¿Qué es lo que me hubiera venido muy bien?

– Podrías haber tenido ese trabajo para siempre, pero no, tuviste que coger una rabieta y marcharte. No estoy enojado, ya lo sabes… Lo que sucede es que siento mucho que tengas que descifrar todo ese material de Hugo.

– Es un material muy bueno -observó ella seriamente.

El hoyuelo había desaparecido.

Ninian se pasó una mano enfurecida por el pelo.

– Muy bien, ¡lo es!-admitió-, ¿Y qué? Trabajas para él y no tienes que preocuparte por mis desdichados escritos y obras. Él es un escritor de best-sellers y yo no lo soy, y probablemente no lo seré nunca. ¡Y quizá sea eso lo mejor! ¡Y tú no estarías dispuesta a cambiar tu trabajo por nada del mundo!

Janet le miró con serenidad. Había algo de gratificador en poder hacer enfurecer a Ninian.

– Es un buen trabajo -comentó.

– ¡Oh, sí, un trabajo lleno de amor!-la mano que había estado apoyada en el respaldo del banco salió disparada y la cogió por la muñeca-. ¿Lo es?

– ¿El qué? ¡Ninian, me estás haciendo daño!

– ¿Es un trabajo lleno de amor? ¡No me importa en absoluto si te estoy haciendo daño o no! ¿Hace el amor contigo…, te besa?

Janet se quedó mirando la mano morena, que ella sentía como unas esposas de carne y sangre. Sus labios temblaron, pero no permitió que se abrieran en una sonrisa. Hubo un decidido aumento en su entonación escocesa cuando dijo:

– De ser así, no sería cosa de tu incumbencia.

La presión sobre su muñeca se hizo más fuerte. No lo hubiera creído posible, pero así ocurrió… y le hizo mucho daño.

– ¿Lo hace?

– ¡Me estás rompiendo la muñeca!

Ninian se echó a reír.

– ¡Eso pondría fin a la taquigrafía!-la soltó tan repentinamente como la había agarrado-. ¡No debes hacerme enfadar! Ya conoces el truco y supongo que te encanta jugar conmigo al ratón y al gato.

– ¡En absoluto!

– En cualquier caso, será mejor que tengas cuidado o un día puedes ir demasiado lejos.

Miró por encima del hombro de Janet y vio los ojos de Stella fijos en él. Era evidente que acababa de abrirlos. Todavía aparecían oscurecidos por el sueño, con las pupilas visiblemente contraídas al recibir la luz sobre ellas.

– Ninian -dijo la niña, con una voz vacilante.

Ella acababa de salir de un sueño, y él estaba allí. Lo miró fijamente, se levantó de un salto y se echó en sus brazos.