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– Tenías razón, entonces. Aquí nadie es lo que parece. Tal vez ni siquiera Pérez i Ruidoms sea lo que parece. Un actor. Un hombre riquísimo. Un padre protector.
– Lo que no es, sin duda, es un padre protector. Ha sido un padre castrador.
Parecía hablar Margalida con conocimiento de causa. Carvalho le señaló melancólicamente el informe abandonado.
– Me encantaría asistir a un acto ritual de Testigos de Luzbel. Tú debes saber cómo conseguirlo.
Los ojos de Margalida le estaban estudiando. La muchacha parecía un arbolillo zarandeado por huracanes interiores.
– Tú el otro día me seguiste y viste cómo me encontraba con Anfrúns.
– Desde hace unos días tengo la sospecha de que todo el mundo sigue a todo el mundo.
– Es lógico que yo conozca a Anfrúns. Soy especialista en satanismo. Siguió calculando lo arriesgado que era satisfacer los deseos de Carvalho y finalmente afirmó con la cabeza. -Vale, tio, però no et passis de rosca ni de llest o a la primera bajanada, s'ha acabat el bròquil <strong>[21]</strong>.
Era evidente que Margalida las verdades absolutas sólo las decía en catalán. Hablaron de los placeres del verano, de lo estimulante que había sido el tiempo pasado en la playa, pero Margalida se bajó la blusa para enseñarle los hombros y la huella que le dejaba el tirante del sostén sobre la piel quemada por el sol. Los sostenes parecían poderosos para tetas tan rotundas como las de la muchacha, sostenes de señora mayor en contraste con la carita de doncella de Orleans dispuesta a morir en la hoguera de las pasiones personales y nacionalistas. Carvalho le señaló las cuatro paredes, el informe, el ordenador, el ojo del televisor supuestamente secreto.
– ¿Vocación? ¿Necesidad de trabajar?
Margalida rebuscó en una mochila y sacó un paquete de puros San Julián, ofreció uno a Carvalho, que rechazó tal muestra de retroceso en la escala del gusto del fumar pero cuando vio que ella encendía uno se lo pidió.
– He cambiado de opinión. No se debe dejar fumar sola a una mujer.
Eres más viejo que mi padre. Mi padre no dice estas gansadas, tío.
Carvalho volvió a repetir la pregunta: ¿Vocación antisatánica? ¿Necesidad de trabajar?
– Soy catalanista y trabajo por la independencia de Cataluña. Hoy me toca aquí, mañana quién sabe. Lo llevo en la sangre, tío. A mi abuelo paterno lo mataron los franquistas, mi abuela materna tuvo que exiliarse con su marido enfermo y cuatro crios. Cuando volvió los fachas del pueblo la acusaron de separatista y le hicieron la vida imposible. Aceite de ricino. Le mataban los perros. Era un pueblo de eso que llaman la Catalu ña profunda donde cuatro fachas podían meter en cintura a todo el mundo con la ayuda de la guardia civil. Y el catalán prohibido y pobre de ti que te examinaras en el Instituto de Balaguer hablando un castellano con demasiado acento catalán. Eso me lo contaba mi padre. ¿Entiendes, tío? Franco estuvo en todas partes pero aquí estuvo dos veces, contra los rojos y contra nosotros, y además mi familia era roja por si faltara algo. ¿Lo vas entendiendo?
– Por vocación, entonces.
Admitió Carvalho. Tenía ganas de abrazar a la muchacha secretamente, sin que ella se diera cuenta, un abrazo sin entusiasmo, como de colega no de ideología sino de memoria o de paciencia histórica, pero se limitó a enviarle una mirada de complicidad.
– No soy independentista. No creo en las independencias, pero detesto las dependencias. No sé si me explico, Margalida.
– Si te parece muy largo llámame Marga.
– Llamándote Margalida no te dejes llamar nunca, por nadie, Marga. Si te llamaras Margarita sería diferente. Pero Margalida es un nombre absoluto.
– ¿Te gusta?
Ella tenía los ojos iluminados.
En la oficina de Caritas destinada a la inmigración, Delmira Mata i Delapeu aún se llamaba Delmira Rius, no utilizaba el segundo apellido, Casademont, ni la copulativa, y Carvalho experimentó un cierto alivio al no tener que arrastrar tantas palabras. Delmira llegó con las manos llenas de carpetas, las gafas colgantes sobre el pecho y el aire ausente, por lo que tardó en respirar la misma atmósfera que Carvalho. La habían dedicado a la tutela de los niños magrebíes que vagaban por las calles de Barcelona tras introducirse en el país ilegalmente o los hijos de familias rotas por la muerte o la delincuencia.
– En algunos casos los padres se fueron a Francia a ganarse la vida y no saben siquiera si aún están vivos.
Las consultas que pasaban por Delmira Rius eran atendidas con los cinco sentidos de la mujer, como si se sintiera puesta a prueba por sí misma antes que por los demás, y Carvalho confirmaba en silencio las primeras vibraciones positivas que le había enviado su cliente, en cuanto consiguió liberarse del armazón de prejuicios con el que la había aprisionado. Estaba muy atareada o trataba de ganar tiempo antes de que Carvalho hablara y dejara su tristeza vista para sentencia. Aspiró todo el aire que soportaron sus viejos pulmones e invitó con un gesto a que Carvalho se explicara. Empezó por la secuencia de la noche de la falsa verbena, es decir, por el final, y a estas horas suponía que su marido ya habría recibido el informe de la policía según el cual los asesinos de su hijo habían muerto al hacer frente a la orden de detención. Ella estaba sorprendida al comprobar que Carvalho se sorprendía de su sorpresa.
– Mi marido y yo no nos hablamos ni para darnos el pésame. Vivimos en casas separadas. En países separados. No quiero que mi país sea el suyo. No quise tampoco que fuera el de mi hijo y no pude conseguir que no le afectara el país de su padre. De ese territorio salieron para matarlo. Mi pobre hijo. Como si fuera un chivo expiatorio escogido sin razón ni piedad.
– En resumen, señora. La verdad oficial está cerrada. Pérez i Ruidoms enviará a su hijo a estudiar al extranjero y empezará una nueva vida para algún día vivir como su padre, ser como su padre. Lo satánico no está en las sectas satánicas. Está en todas partes. El otro día vi un reportaje de televisión en el que unos hombres enseñaban a un perro de pelea a destrozar a un pobre perrillo de lanas, todavía de buen ver, al que sin duda acababan de robar o secuestrar por la calle. Como el perro de pelea no tenía muchas ganas de morder al perrillo en zonas vitales era la voz humana la que le guiaba: el cuello, las patas, los cojones, y el perro de pelea cumplía las órdenes y el de lanas perdía la voz para gritar, y cuando trataba de escapar se encontraba con una barrera de hombres que se lo impedían. Allí estaba lo satánico. La voz humana era satánica. Los cuerpos humanos eran satánicos.
– Yo esos cuadros los veo o los leo cada día. Perosustituya usted al perro de lanas por niños y viejos y mujeres, todos maltratados a dentelladas.
– Dos mil años de educación cristiana, ciento cincuenta años de racionalismo emancipatorio, marxismo, anarquismo… para nada. La Creación fue una paparrucha, los sermones un doble lenguaje y la selección de las especies una chapuza. Ganó el más cruel. Bien. ¿Damos el caso por cerrado?
– ¿No ha llegado usted al fondo?
– Incluso dudo que esos dos muertos sean los verdaderos asesinos. En cualquier caso han sido víctimas de una encerrona.
– ¿Quién es el culpable?
– Su marido, señor Mata i Delapeu, y su antagonista, Pérez i Ruidoms, han sido advertidos a través del drama de sus hijos. Matan a un hijo de Mata i Delapeu para culpabilizar al hijo de Pérez i Ruidoms. Detrás de esto hay alguien que quiere asustarles.
– ¿Asustar a mi marido? ¿No sabe usted quién es?
– Sé que preside todo lo que no preside Pérez i Ruidoms y gana todo el dinero que no gana Pérez i Ruidoms o a la inversa. Pero esto se complica, señora. Hay jugadas de fondo que relacionan esta operación con intereses extranjeros o no, pero que implican una concepción multinacional del chantaje y del crimen de altura.
– Mida sus fuerzas.
– ¿Y las suyas?
– Yo me limito a pagar. ¿Y usted?
– ¿Podría hacerme un seguro de vida? Si me muero dejo dos huérfanos ya muy mayores que no podrán reciclarse.
– Procure ir a una compañía de seguros en la que no sean copropietarios o mi marido o Pérez i Ruidoms. Si usted sigue yo sigo.
Carvalho salió de Caritas con una nota donde constaba un agente de seguros de la confianza de doña Delmira y marchó al despacho para destinar a Biscuter a algunas indagaciones complementarias.
– Me interesa que te metas en alguna secta, Biscuter. ¿Qué tal va eso de los cátaros?
– Un amigo mío, el Cachas Negras, ¿se acuerda usted del cocinero de la cárcel de Lérida? Igual que Lausín. También está metido en una secta.
– Te interesabas por los cátaros.
– Hay que creer en algo, jefe.
– Me interesa que vayas a por una que se llama neocatarismo o Universo Cátaro. Compóntelas como puedas.
Biscuter se fue a la cocina mientras se encariñaba con la palabra cátaro.
– Suena bien, jefe, se parece a cateto y a catéter.
Carvalho hojeó el plan de estudios que le había pasado Quimet y en las semanas siguientes asistió al cursillo organizado para los aspirantes que aprovechaban las vacaciones de agosto. Era como volver a la escuela de agentes de la CÍA al final de los cincuenta, comienzos de los sesenta, cuando el concepto de investigaciones subterráneas se imponía al de simple servicio de información preventivo. La CÍA ya había derrocado entonces a Jacobo Arbenz en Guatemala y había tratado de hacer lo mismo con Sukarno en Indonesia, sin olvidar las técnicas de guerra sucia empleadas en algunos conflictos periféricos de la guerra fría. Al joven Carvalho le había impresionado la alianza entre espionaje y superstición cuando le contaban la técnica para que los campesinos filipinos rechazaran a la guerrilla comunista y la hostigaran. La CÍA divulgó que los comunistas habían traído a la región espíritus del mal vampirescos que chupaban la sangre, los asuang, y para demostrarlo secuestraba guerrilleros comunistas, los huk, los mataba y les abría dos orificios en las venas del cuello para demostrar que había sido cosa del vampiro mítico. Lo más duro para Carvalho había sido el entrenamiento de tortura con cobayas humanas vivas, generalmente mendigos sin familia que pasaban por los laboratorios de tortura para dar ejemplo a los agentes, pero sobre todo a militares del tercer mundo reclutados por la CÍA para defender la civilización occidental de la amenaza del comunismo. Si todo lo vivido le parecía vivido por otro, ahora en esta cripta de la Teolo gía de la Seguridad catalana, la liviandad, el voluntarismo, la mimesis de discípulos de Badén Powell con la que se empleaban los profesores le suscitaban una especial melancolía, así como la disposición del alumnado, dividido entre desempleados dispuestos a trabajar en cualquier cosa y patriotas auténticos que habían hecho de la independencia de Cataluña la causa de su vida y, si era necesario, de su muerte.
Las asignaturas eran escasas. Historia de Cataluña. El nuevo orden internacional. Servicios de Información descompuesta en Historia, Teoría y Práctica. A su vez la práctica se descomponía en tres seminarios: Legislación e Información, Utillaje para la Información y Deontología de los Servicios de Información. El jefe de estudios era un tal señor Piferrer, que el primer día del cursillo les conminó a comprarse un cuaderno de apuntes y agenda de tapas color negro y marca Myrga, sin especificar el porqué de tanto detalle. Carvalho observó que sus catorce compañeros de clase habían llenado la portada y contraportada del cuaderno con pegatinas de la bandera catalana, del Barcelona FC, de Sharon Stone, de la top model catalana Judit Mascó, y las tres muchachas se autocaracterizaban por llevar la efigie del motociclista Álex Crivillé, del futbolista Josep Guardiola y una se había atrevido a enganchar una fotografía del subcomandante Marcos, líder intelectual del neozapatismo.