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– Deja lo de las religiones y haz caso a Charo. Soy tu gestor y sé lo que me digo. Con toda la crudeza, no tienes dónde caerte muerto y un empleo fijo, con un poco de blindaje, podría ser algo así como una jubilación asegurada. Liquida lo de esa madre. Pásale un informe racionalista, creíble y no te metas en más honduras.
– Lo quiera o no lo quiera yo, el nexo existe. Aquí se está cociendo algo oscuro, complejo, y tengo la sospecha de que si yo no quisiera meterme, igual me meterían. Pero ¿para qué?
Fuster no tenía la respuesta y la almohada tampoco. Al día siguiente comprobó que el whisky de calidad no propicia resacas y salió de casa con el propósito de hacer caso a Fuster. Nada más llegar a su despacho comenzó la redacción del informe para Delmira:
El punto de indagación en el que me hallo me invita a plantearle la necesidad de dar por terminado mi trabajo, habida cuenta de que nada me conduce a evidencias nuevas. El deseo de implicar al financiero Pérez i Ruidoms en un escándalo hace que X contrate a unos sicarios para que asesinen a su hijo, teniendo en cuenta las relaciones de todo tipo que le unen con el hijo de Pérez i Ruidoms. El asesinato aparece rodeado de una atmósfera de crimen pasional, fruto del despecho, hasta que alguien, vamos a llamarlo Z, desvela la motivación real y pone en la pista de un crimen mercenario tramado por un grupo de presión antagonista de Pérez i Ruidoms, sin que pueda atribuirse al grupo Mata i Delapeu porque lo encabeza el padre del asesinado y no parece que se trate de una confusa tragedia griega o judía, el sacrificio de Isaac por ejemplo. La manera como la policía fue conducida hacia los sicarios supuestos autores materiales del delito es sospechosa, así como la ejecución de los asesinos en el momento de la detención, aunque como testigo presencial del asalto policial sospecho que ni siquiera el inspector Lifante controlaba los hilos que movieron a la ejecución de los sicarios. Movido por sus indicaciones, me predispuse a despejar las dos incógnicas: X y Z. X sería el urdidor de la ejecución y Z el desvelador de los verdaderos motivos. Mis medios para despejar estas dos incógnitas son nulos…
Al llegar a este punto del redactado, Carvalho se detuvo. No. No era cierto. Podía ir más allá, pero sentía por primera vez inseguridad, miedo a ir demasiado lejos, a tener noción de excederse, una noción que más bien le había estimulado que reprimido. Hasta ahora. La angustia de estar angustiado. El miedo de tener miedo. Hizo una bola con el papel escrito y la tiró a la papelera, pero se arrepintió, la recuperó, la alisó y se la metió en un bolsillo.
Y de pronto otra vez el fax:
Bárbaro, cruel, tosco, rudimentario, salvaje, feroz e inclemente parcelas tu corazón y tus pensamientos minuciosa, estratégicamente, apartas de un manotazo todo aquello que no conviene al exacto concepto de utilidad; lo confiesas fría y cínicamente sin inquietud. Con total desvergüenza, descaro y procacidad presumes de haber encontrado la fórmula magistral. Lo cierto es que lo has hecho, el diseño de tu plan es perfecto salvo que te has quedado sin corazón con que vivirlo.
Tú no sientes, no te impregnas de amor, deseo, necesidad… esos sentimientos los ejercitas, los despliegas, los pones a producir como utilidades fabriles, y mientras los ejecutas, los perpetras, también los vas secando, agostando hasta la extenuación, como emociones. No es una educación encorsetada la principal causa de desavenencia entre tus gestos y lo que dices sentir; tus gestos -escasos- están en perfecta concordancia con lo que realmente sientes -poco-. Eres demasiado inteligente para no darte cuenta de que algo falla en el esquema, te sabes impotente para apreciar que: el encanto de lo inútil es necesario.
Bueno, no, los besos sí, los besos aquellos que ya habrás decidido que son mi cuota, dámelos todos, dámelos suaves, húmedos, lentos, poderosos, azules, y… contados; es lo que he venido a reclamarte, por favor: bésame mucho. Mientras te escribo desde mi ordenador personal, casi borracha y en una noche, más noche que ninguna, me cruzan de parte a parte dos canciones: bossanova en tu mirada, Bossanova…; y: Somos. No puedo organizarme, no sé cómo hacerlo, me siento inútil para todo, para todos, para mí; mis piernas no me obedecen, suenan como carracas oxidadas y sin embargo tengo que salir corriendo como sea, tu recuerdo indica un camino que a veces me parece conocido, mejor dicho, lo estoy conociendo… Yo que había imaginado caricias en el arpa de tus venas… que había inventado besos nuevos.
No contestas, pero está tu voz. Acabo de hablar contigo, me impresiona tanto tu voz, pareces saber qué es lo que voy a decir.Es así de grave, te quiero, te quiero, te quiero. No estoy jugando contigo, no quiero jugar con nadie, no quiero ser un peligro público, un día estaré completamente sola, lo sé.
Tengo otras sensaciones físicas, también muy sorprendentes, no te cuento porque no creo que estés en edad de entender.
Tú, que todo lo sabes, ¿ no podrías pasarme ese manual de instrucciones tan operativo que empleas1? Yo sé que no te soy indiferente, sé que te gusto un montón.
Es suficientemente agradable saber que altero de algún modo tus hormonas, y que conversar conmigo te distrae, te apetece, que te acuerdas de mí. Es una relación desigual. Yo te necesito fundamentalmente. Cuando te fuiste, después de mi ultimátum sobre las dos camas, te seguí, alcancé a verte bajar las escaleras del parking, luego me aposté (¡vaya expresión!) en una esquina para verte salir con el coche. Se alejaba la pieza, mejor dicho: yo me alejaba de ella y me quedé aturdida, sola, ridicula. No sé si tú habrás sentido nunca una atracción, tan desmedida, como la que siento yo por ti, intuyo que sí pero aunque para satisfacerla también tuvieras escollos, dependencias que salvar, me consta que cogiste tus escrúpulos, tus lealtades, tu nobleza, los envolviste convenientemente y los lanzaste a la luna.
Luego cuando se pasó «el episodio», te diste la razón a ti mismo, llegando a la conclusión de que había sido muy conveniente no perturbar la paz familiar; a partir de ahí el número de veces que ocurra no te altera en nada, tomas el manual de instrucciones y ejecutas las maniobras impunemente. Mauricio es excepcional, no hay nadie como él, ni tan siquiera mi estado de enamoramiento hada ti me impide reconocer su superioridad; debo serle absolutamente sincera, debo hacerlo del único modo limpio que se me ocurre, participando de la soledad y la tristeza que le causaré, es decir: triste y solatambién yo. Ya alguna vez te he dicho que no creo que nadie se avergüence de sus sentimientos, nacen sin pedir permiso. Lo siento mucho, Oso Cavernario, debes estar agotado y apesadumbrado, para alguien que pretendía algo lúdico, placentero e intrascendente, todo esto debe ser una lata. Si te sirve de consuelo te diré que debe haber un montón de mujeres guapas a las que puedes orientar en la vida, aunque ya no sea posible enviarlas a Katmandú.
Las elecciones autonómicas volvieron a dar la victoria al nacionalismo moderado, pero fue tan precaria que las expectativas de final de un período no desaparecieron, al contrario, se acentuaron y mientras los socialistas y ex comunistas se preparaban para unas elecciones anticipadas, los diferentes nacionalismos velaban las armas para el combate en disputa por la túnica sagrada del pujolismo, mientras la vida continuaba y las setas se ofrecían al fervoroso caminar de Carvalho por la Boqueria en un año en el que abundaban los ous de reig, la bien llamada «ammanita de los césares», la reina de las setas en opinión de Carvalho, contra el patrioterismo micológico defensor del níscalo o rovelló como una seta nacional metafísica y los paladares claustrofóbicos clitoriales que elegían la colmenilla o los cosmopolitas que se inclinaban por los ceps. Rompió algunos fax de Yes sin leerlos, confiado en que la destrucción le ayudara a construir la voluntad de desencuentro y acogió con alborozo la llamada de Margalida, que apareció sobre su moto y volvió a exigirle que subiera a ella como paquete. Esta vez no estaba dispuesto a pasar frío y Margalida le puso periódicos doblados sobre el pecho, la edición en catalán de El Periódico, contenidos por la chaquera. Tampoco estaba dispuesto a mantenerse en vilo mientras ella regateaba taxistas y le pasó los brazos por el estómago pegándose a la espalda de la muchacha. No sólo sorteaba coches, sino que observaba por el retrovisor si algo les seguía y giraba bruscamente por las calles menos esperables para ir hacia Hospitalet y continuar el viaje interminable en dirección hacia el mar, cuando la ciudad ha perdido definitivamente su nombre y los últimos campos que la separan del aeropuerto decoran su escasa nostalgia campesina. Todavía las frutas del Prat y los basureros del Prat con sus carros y percherones poblaban la infancia de Carvalho, cuya memoria últimamente con tanta fuerza reclamaba coexistir con la premonición de vejez. Los caminos ya no estaban asfaltados y la moto se orientó hacia una masía aislada en un pequeño palmeral y noria, muy próximo el río Llobregat. La moto se detuvo ante la erosionada casa. Echaron pie a tierra, ella bajó la cremallera de su cazadora de cuero, sacó una linterna de la cartera adosada al sillín y se puso en marcha hacia la puerta. El haz de luz fue desdeñando habitaciones erosionadas que olían a humedad y descubrió una escalera que descendieron hasta encontrarse ante una puerta cerrada. Margalida golpeó con los nudillos según una clave rítmica y la puerta la abrió un joven con aspecto de príncipe hindú en el exilio, efecto tal vez acentuado por la chilaba blanca que le ocultaba los pies y lo convirtió en una figura alabastrina deslizándose más que caminando por la moqueta de la única habitación que parecía tan habitada como habitable, con compacto incluido, moqueta y mueble bar. Albert Pérez i Ruidoms buscó el centro radial de la habitacióny se sentó sobre sus piernas dobladas como si fuera a iniciar ejercicios de yoga, se había concentrado pero no tardó en salir de sí mismo para reparar en sus visitantes. Margalida seguía los movimientos del joven con respeto y Carvalho con la fascinación que siempre le habían despertado las teatralizaciones aplicadas a la vida cotidiana. El silencio de Albert era una invitación a que hablaran y Carvalho no estaba dispuesto a actuar de telonero, ni de discípulo de Sócrates preparándole al maestro preguntas mayéuticas.
– Albert, el señor Carvalho está de nuestra parte y quisiera una explicación tuya de cuanto ha sucedido, especialmente el asesinato del pobre Alexandre.
Albert se dirigió a Carvalho.
– Supongo que usted estará al corriente de la idea de la muerte de Dios derivada de Emmanuel Kant.
– Me parece que sólo estoy al corriente del pago del recibo de la luz.
El desconcierto de Albert obligó a la intervención de Margalida.
– El señor Carvalho tiene mucho sentido del humor.
Albert cerró los ojos para expresar su radical desdén por el sentido del humor.
– En fin, no nos remontemos a Kant, pero debo decirle que el fracaso del racionalismo lo comparten todos los integrismos totalitarios, sean de corte llamado revolucionario, sean de corte capitalista conservador. El irracionalismo no es la negación de la capacidad humana de comprender, sino un universo lleno de posibilidades negadas por el racionalismo. Yo no soy Satán. El Satán que nos han descrito está hecho a la medida de la afirmación del Dios cristiano y jamás existió.Satán es la otra mirada y tal como nos han dejado la Tierra, la vida y la Historia, la luz, Satán es la luz de la negación. Testigos de Luzbel tenía un carácter reivindicativo de otro orden.
– ¿Tenía? La secta aún existe. Ahora la dirige Anfrúns.
– Satán también puede tener sus Judas y Anfrúns es uno de ellos. Anfrúns es un títere en manos de mi padre.
Ahora Carvalho buscó en Margalida la ratificación de lo que estaba diciendo su amigo y ella estaba arrobada en la contemplación de Satán, como si ya hubiera llegado a la beata eternidad infernal y la felicidad consistiera en la contemplación infinita de un Satán infinito. Prosiguió Albert:
– Desde que tengo quince años he tratado de buscar alternativas a todo lo que representa mi padre, como lo había hecho también el pobre Alexandre. Él tenía al menos la suerte de tener una madre sensible e inteligente, yo no. Cada vez que yo me he descolocado y me he situado al margen del universo de mi padre, él se ha apoderado de mi espacio, porque el espacio me implicaba a mí. Yo creía que Testigos de Luzbel quedaba definitivamente en otra galaxia a la que él nunca llegaría. No ha sido así.
Un ruido exterior lo suficientemente considerable quebró el discurso de Albert. Margalida saltó y se dirigió a una ventana a ras de suelo para tratar de ver lo que ocurría en un exterior ya definitivamente oscurecido.
-Són ells! <strong>[25]</strong>
Albert se había puesto de pie y estaba paralizado, pero Margalida le obligó a salir de la parálisis empujándole.
– Surt per la cava i agafa la meva moto. Nosaltres ja ens espavilarem <strong>[26]</strong>
Margalida tenía una confianza ilimitada en sí misma o en Carvalho, pero no tuvo tiempo el detective de rebatir tanta seguridad, porque la salida precipitada de Albert de la habitación precedió a la entrada de cuatro mocetones con las cabezas rapadas y armados con barras de hierro y gritos disuasorios que a veces alcanzaban la estructura de amenaza inteligible.
– ¡Hijos de puta! ¡Os vamos a capar!
Fue sorpresa lo que provocó la reacción de Margalida, que arremetió con un spray contra dos de los intrusos y se revolvió a tiempo como para dar una centelleante patada en la bragueta de un tercero. Consideró Carvalho que a él le correspondía arremeter contra el cuarto y a por él fue lanzándose de cabeza para no darle tiempo a adquirir distancia, pero la adquirió, por lo que el detective trastabilló y cayó de rodillas al suelo donde recibió una patada de su antagonista en el costado. Se revolvió para poder izarse y ya estaba Margalida como una fiera con las cuatro garras tomando posesión del hemisferio norte del cuarto hombre, ojos e ingles incluidas, las uñas en los ojos y las patadas en las ingles. Los afectados por el spray habían salido fuera en busca del supuesto bálsamo del aire, Carvalho llegó a tiempo de rematar de dos puntapiés en la cabeza al afectado por la primera agresión de Margalida y el cuarto hombre soportaba una lluvia de golpes de kárate que a la muchacha le salían del alma, del cuerpo y de una rabia fría, asesina. Los de fuera habían puesto un coche en marcha y Margalida no pudo impedir que los de dentro salieran corriendo. Se oyó la voz de uno de ellos:
– ¡Se ha escapado en una moto!
Margalida fue en su persecución pero cuando llegó a la explanada, el coche ya culebreaba por el camino en busca de una lucecita distante sobre la que cabalgaba Albert. Se revolvió furiosa hacia Carvalho.
– ¡La pistola! ¿Por qué no has sacado la pistola?
– Casi nunca llevo pistola.
– ¡Pues vaya detective privado! En este juego hay que llevar pistola. Ahora cogerán a Albert.
Tenía ganas de llorar y no se contuvo. Carvalho reprimió el gesto de consolarla tocándola, aunque sólo hubiera sido con la punta de los dedos. Margalida volvió a la casa y se dejó caer al suelo. Carvalho se quedó de pie a su lado. Ella miraba las paredes, la decoración, el deshabitado confort.
– Estuve semanas preparándole este refugio para que pudiera esconderse de su padre. La masía había sido de mis abuelos maternos y estaba casi abandonada y ahora…
– ¿Quiénes eran?
– Sicarios de su padre. Tiene un repertorio completo. Unos días recurre a los de Dalmatius, otro, a los cabezas rapadas. Hay como agencias para estas cosas.
– ¿Qué sentido tiene lo que ha dicho de Anfrúns?
– ¿Tan difícil es adivinarlo? Anfrúns es el hombre que el todopoderoso Pérez i Ruidoms ha infiltrado en el mundo de las sectas.
– ¿Y el asesinato de Alexandre Mata i Delapeu?
– Albert cree que lo instigó su padre.
– Hay que salir de aquí. ¿Llevas teléfono móvil? Alguien debería venir a buscarnos.
– No me fío. Igual tienen una furgoneta de interferencia por aquí. Caminemos hasta una fonda que aún queda por aquí cerca.
Siguieron el camino recorrido por la moto y sus seguidores en pos de un caserío lejano iluminado y de pronto algo vio en el camino Margalida que la hizo correr. Cuando Carvalho consiguió llegar hasta ella vio en el suelo la derribada moto y oyó decir a Margalida:
– Lo han cogido. Vuelve a estar entre las garras de su padre.