172880.fb2 El hombre de mi vida - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 23

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– Me encantaría además una ración de anchoas.

Sin inmutarse hizo el pedido Lifante por teléfono y quedó Carvalho a su merced.-Esto empieza bien, Carvalho, y que siga igual. Vamos. Explíquemelo todo.

– ¿Empiezo por Adán y Eva? Nunca creí lo de la manzana. Una de dos, o es la metáfora de la necesidad de matar para sobrevivir, es decir, el origen de la coartada de la cocina y sobre todo de la nouvelle cuisine.

– Se va a quedar sin vermut.

– Me han pasado cosas peores.

– ¿Sabe usted de dónde salieron los papeles que implican a Rigalt i Mataplana? Pues del caso de los eslavos que habían matado a Mata i Delapeu. No. No fue del registro del domicilio donde se atrincheraron, sino de una investigación derivada. De pronto llegaron a nuestro poder unos documentos que implicaban a Rigalt i Mataplana en un asunto de cobros de comisiones para el partido en el gobierno de la Generalitat e indirectamente se liga a Rigalt con la financiación de tramas nacionalistas ilegales. ¿Qué sabe usted de eso?

– ¿No le conmueve a usted tanta voluntad de esclarecerlo todo?

– No me chupo el dedo, Carvalho. Sé que me han puesto las pruebas en bandeja.

– Entonces, ¿por qué ha divulgado en seguida la implicación de Rigalt?

Lifante dio un puñetazo en la mesa, se puso en pie y gritó a Carvalho desde su instalación en las alturas.

– ¡No insulte mi inteligencia! ¿Quién controla el flujo de información? Nadie sabe quién ha pasado esa noticia esta mañana, a primera hora, a todas las emisoras de radio. La información sobre Rigalt me llegó de pronto mientras seguíamos el rastro que nos había llevado hasta los sicarios yugoslavos. Digamos que enun fondo que encontramos en un almacén de información, así, de pronto, zas, un dossier Rigalt i Mataplana. Entonces empecé a atar cabos. Usted se presentó en el escenario del asedio al piso de los yugoslavos, usted aparece en veinte informes sobre las idas y venidas de Rigalt i Mataplana, su chica, Charo, es una protegida de Rigalt i Mataplana. Carvalho no soy imbécil. Le pregunto quién mueve los hilos. ¿Quién le mueve a usted?

Carvalho se encogió de hombros. No nos movemos, nos mueven. ¿De qué le sonaba esta frase? De cuando creía en la cultura y muy especialmente en Beckett: «Esto no es moverse, esto es ser movido.»

– ¿A quién beneficia este crimen? ¿Quiere que yo tire de este hilo? Quizá lo tenga usted, Lifante, más cerca de lo que parece. Yo en este asunto de los nacionalismos me muevo como un pato en el Everest, pero practico la deducción o la inducción. La desaparición política de Rigalt i Mataplana deja al presidente de la Generalitat desguarnecido y en vísperas de acontecimientos importantes.

– ¿Se refiere usted a la reunión de jefes de información de las Naciones sin Estado o a otra reunión? La de Pueblos sin Estado o Estados sin Pueblo o como se llame la cojonada esa, no va a celebrarse. Puedo asegurárselo.

Lifante había destapado parte de sus cartas, pero se guardaba la mitad.

– Demasiadas reuniones para esta ciudad. Ya me lo temía. Con motivo de los Juegos Olímpicos construyeron un inmenso teatro y ahora no siempre encuentran espectáculo.-Carvalho, ni la reunión de los jefes de información de los Pueblos sin Estado, ni la de Región Plus iban a ser en Barcelona.

– De lo que estoy seguro es de que todo eso lo sabía el gobierno español y el francés y el italiano y el inglés y el alemán. Es decir, todos los que vigilan de cerca a los pueblos escogidos por Dios pero sin Estado. ¿Ha pensado usted alguna vez, Lifante, que quizá Dios los haya escogido para no darles estado? Dios es muy suyo. Suponga que a usted le intoxican con informaciones que vienen del CESID, es decir, del servicio de información del propio gobierno español. Al fin y al cabo usted es un policía periférico.

– Sin comentarios. Yo sólo tengo una patria y un estado.

Con el dedo alzado Lifante le estaba expresando su impaciencia, pero Carvalho se sentía a gusto en su propio juego.

– Yo mismo soy un instrumentalizado, pero todavía no sé por quién y para qué.

Había llegado el momento de enterarse, por lo que nada más ser liberado por Lifante, telefoneó a Charo pidiéndole una entrevista con Quimet.

Imposible. Insistió y Charo cedió. Pásate por aquí, pero sobre todo no se te ocurra comprar aquellas hierbas que te dije. No van bien. Insistió otra vez antes de colgar: no se te ocurra comprar otra vez las hierbas que te dije. Es decir, no debía acercarse a Lluquet i Rovelló. Se trasladó a la Vila Olímpica dispuesto a callejear a la espera de que expirara el plazo para el encuentro. Su paseo despertaba una curiosidad no normal, como si cuatro o cinco personas le confundieran con Julio Iglesias o con Sharon Stone. Perseguido por sus descarados vigilantes, Carvalho descendió hasta los muelles del Port Nou y curioseó las naves que estaban en oferta de segunda mano. Fue ante un viejo velero con bandera indescifrable cuando sintió una presión en los riñones y una voz junto a la oreja le instó:

– Suba al barco sin hacer cosas raras.

¿Puede haber algo más raro que subir a un barco de recreo en noviembre?

El hombre importante era el gordo sentado en el sillón giratorio del supuesto capitán del barco y dedujo que era yugoslavo o algo parecido porque hablaba igual que todos los entrenadores de fútbol preyugoslavos, yugoslavos o posyugoslavos que habían entrenado o entrenaban a clubes españoles. El hombre no ocultó llamarse Dalmatius, y Carvalho digirió la sorpresa de que aquel Dalmatius no era el que había visto torturado en Can Borau. Se parecían, eso sí, y el actual estaba decidido a impresionar a su retenido y los cuatro ayudantes aparentaban acabar de salir de la ducha de cualquier estadio de fútbol. ¿Por qué será que todos los jóvenes eslavos tienen aspecto de jugadores de fútbol o de baloncesto? No pudo responderse a sí mismo Carvalho porque los ojillos negros de Dalmatius estaban fijos en él, hundidos en una bola blanca a la que sus mejores amigos estaban decididos a llamar cara. Era el único que no tenía aspecto de jugador de fútbol yugoslavo y mucho menos de jugador de baloncesto, pero tampoco era el Dalmatius que le había mostrado Pérez i Ruidoms en su cámara privada de tortura. Un trompe-l’oeíl más.

– Le voy a hacer un regalo, amigo. Le voy a avisar y usted a cambio me va a decir para quién trabaja.

– Primero usted avíseme.

– Puede irse directamente de aquí a las aguas del puerto con el vientre abierto y lleno de piedras o puede arder usted dentro de su casa de Vallvidrera con alguna de las chicas que suelen acompañarle. Elija usted la que prefiera. La putita de Rigalt i Mataplana o Jessica Stuart-Pedrell. O todo puede quedar en simple aviso si usted nos ayuda a componer el cuadro. ¿Para quién trabaja?

– Para mí mismo. Soy detective privado.

– ¡Detective privado!

El tono de Dalmatius invitaba a la risa y todos rieron.

– ¡Detective privado! ¿De qué película sale usted?

Seguían riéndose y Carvalho dedujo que estaban mal informados.

– Ustedes son extranjeros y tal vez no me conozcan, pero soy un detective privado de bastante prestigio, el más conocido de Barcelona, sin duda. De hecho, los personajes más emblemáticos de la ciudad somos un mono albino que se llama Copito de Nieve y yo, Pepe Carvalho.

Alguien le había dado un puñetazo en la nuca y cayó de rodillas. Quiso demostrar elasticidad y casi lo consiguió al alzarse con prontitud y arremeter con la cabeza contra el primer cuerpo humano que sus ojos distinguieron. Fue como si su cerebro chocara contra la barbilla del otro y Carvalho sintió un dolor intelectual intensísimo, algo parecido al anuncio de una pérdida de conocimiento. Tuvo que revolverse para pegar primero al que se le echaba encima pero no lo consiguió. Su puñetazo quedó en el aire y en cambio los dos que le enviaron le dieron en el hígado y en una oreja. Volvió a repetir la hazaña de girar sobre uno de sus pies para dar una patada a lo que fuera, pero la pierna destinada a dar soporte a la proeza recibió una patada en la rodilla y de rodillas se quedó otra vez el detective abrumado por la evidencia de que iban a pegarle una paliza sin respuesta. Se dejó caer del todo y rodó para topar contra las piernas de uno de sus sitiadores, al que consiguió derribar y, en la confusión de la superposición de cuerpos, Carvalho logró levantarse y correr hasta los escalones que subían hacia la escotilla. Tenía un ojo anegado en sangre y con el que le quedaba no quiso comprobar si le seguían o no, pero la obertura de la puerta que iba a devolverle la libertad estaba ahora ocupada por un jugador de baloncesto posyugoslavo. Era altísimo y tenía en la mano algo parecido a un punzón. Se paralizó Carvalho, levantó los brazos y descendió hacia Dalmatius y sus muchachos que permanecían tensos pero quietos.

– ¡Detective privado!

Masculló el hombre gordo.

– Un tonto privado y muerto, un tonto muerto. Voy a darle otro aviso. Deje las cosas como están y dé por cerrado el caso Mata i Delapeu. Me ha pillado en un día bueno, pero piense en que las infidelidades se pagan y que a veces se pagan con la muerte. Siempre hay alguien dispuesto a matar y más ahora, en estos tiempos de ignominia.

Ya no había obstáculo en la escotilla, por lo que Carvalho salió tratando de sonreír con la media cara no inundada por la sangre que le caía de una ceja. El sicario alto le dio una toalla para que ganara el muelle con la cara limpia y la toalla le sirvió para taponar la brecha hasta que llegó a la tienda de Charo. Estaba atendiendo a unas clientas e hizo una señal para que Carvalho pasara a la trastienda. Contuvo un grito de alarma y se marchó corriendo para volver con gasas, esparadrapo y agua oxigenada.

__Límpialo y tapónalo de momento, pero tengo que ir a un ambulatorio. Me han de coser la brecha.

Charo llamó a un taxi y mientras iban hacia el ambulatorio de Peracamps lloraba en silencio. ¿Qué mal hemos hecho, Pepe? Lo de Quimet esta mañana. Nada más abrir los ojos ya me había enterado. ¿Qué va a ser de ti?

__Y de ti.

__La tienda está a mi nombre.

Charo había recuperado una tranquilidad profunda para decir la frase aliviante y ahora volvía a la congoja. Tanto como podía haber hecho Quimet por ti.

__Necesito verlo. Urgentemente. Sea donde sea.

Charo abrió el bolso y sacó un papel doblado. Se lo metió a Carvalho en una mano cuando descendieron del taxi. Carvalho lo leyó de soslayo mientras se metía en la cola de urgencias del dispensario de Peracamps, como él seguía llamando al ambulatorio situado en los traseros de su barrio. Cuando salió con la ceja cosida se despidió de Charo y ella le retuvo abrazándole.

__-Deberíamos pasar la Navidad juntos.

__-No me pide el cuerpo celebrar la Navidad.

__-La Nochebuena al menos. ¿Vamos a pasarla cada

cual en su casa? En Andorra he vivido todas las fiestas, todas, sola, durante siete años, Pepe, porque Quimet debía cumplir con la familia.