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Los ojos del señor director le estaban diciendo: Entonces, suicídate, hermano.
– La casa de Vallvidrera es suya. Puede hipotecarla o venderla.
– La casa propia no se vende. Prefiero incendiarla. ¿Qué se puede hacer con diez millones de pesetas?
– Gastarlos prudentemente cuando ya no pueda trabajar. Imagine que necesita unas cien mil pesetas al mes para sobrevivir. Estirándolo un poco los puede alargar hasta diez años.
– Otra opción.
– Compre algo o dé la vuelta al mundo.
El hombre había sacado el sentido del humor escondido en la caja de seguridad de apertura retardada.
– Es una gran idea. Compraré a la mafia rusa una partida de caviar algo deteriorado o quemaré libros hasta entrada la noche y en invierno viajaré hacia el sur.
Volvió a casa. La clausuró con todos los cierres posibles. Se metió en su habitación. Apagó la luz. Se tendió en la cama, volvió a cubrirse, cerró los ojos, sintiéndose como un cuerpo flotante en la oscuridad, un cuerpo navegante en la nada más absoluta, tan absoluta que no admitía ni el menor movimiento. Moverse significaba afirmarse, afirmar, creer. Yes había vuelto la cabeza hacia él, sin importarle el orificio del tiro en la sien, ni el hilillo de sangre que le tatuaba un recorrido oscurecido desde detrás de la oreja hasta la barbilla. Carvalho trataba de rascar con una uña la sangre coagulada pero Yes apartaba la cabeza, como sólo podía apartar la cabeza Yes y los labios de Yes, de pronto otra vez Yes muchacha le pedía una pajita o el canuto de un bolígrafo para poder tomarse la raya de coca que había trazado sobre el cristal que rodeaba la geografía blanca del lavabo. Ahora Yes le reñía:
– ¿Por qué tienes que hablar siempre como un detective privado? ¿No puedes dar excusas normales?
– Lo tomas o lo dejas, lo siento. Por otra parte, vernos con tanta frecuencia me parece excesivo. Ahora voy a comer aquí tranquilamente y no pienso invitarte.
– Estoy sola.
– Yo también, Jessica, por favor. No me gastes en seguida. Utilízame sólo cuando sea estrictamente necesario. Tengo trabajo. Vete.
Ella no sabía cómo irse. Sus manos divagaban, como si buscara dónde apoyarlas, pero sus piernas retrocedían en busca de la puerta.
– Me mataré.
– Será una lástima. No evito suicidios. Sólo los investigo.
El teléfono sonó hasta agotar su confianza en ser atendido. Volvió a sonar otra vez y otra vez insistió, como si tratara de comunicarle a Carvalho algo imprescindible que él podía predecir. O era la policía o era Biscuter comunicándole que la policía quería verle.
Biscuter le confirmó que la policía andaba buscándole. Carvalho bajó a Barcelona y ya en el despacho se trazó un orden del día condicionado por el encuentro con su futuro en Lluquet i Rovelló. Con diez millones de pesetas olvidadas en la Caixa más que ahorradas y con la casa en propiedad por todo patrimonio, tenía razón Charo, había que asirse a la última oportunidad del funcionariado, negociar en posición de fuerza para conseguir la promesa de una pensión cuando se jubilara y presenciar desde la platea la victoria del Satán economicista, como le llamaba Anfrúns. Ni siquiera persiguió esta vez en los diarios el desarrollo de la noticia del asesinato de Jessica. Sabía que de un momento a otro sería el hecho el que le perseguiría a él y una llamada a la puerta le puso en alerta.
Dos enviados del inspector Lifante le sugerían que les acompañara a la Central de Policía de Via Laietana. Las centrales de policía ni se crean ni se destruyen, simplemente repintan sus fachadas. Carvalho abrió el cajón donde estaban los fax de Yes y seleccionó los primeros, los que le criticaban como comparsa de su propio imaginario. Se los metió en el bolsillo y ya indicaba a los inspectores que estaba dispuesto a seguirles cuando de pronto el fax volvió a emitir y aunque fingió acoger el mensaje con indiferencia algo molesta, el corazón empezó a revolverse contra el cerebro porque era una carta de Yes. Cuando enmudeció la máquina, el silencio atmosférico se había hecho hielo, como paralizando a los inspectores que le miraban expectantes, mientras Carvalho ordenaba las hojas desmotivado, las doblaba y se las ponía en el bolsillo opuesto de la americana. Cuando el coche policial recorría la escasa distancia que separaba el despacho de Carvalho de la Central de Via Laietana, con una mano acariciaba las páginas diríase que tibias, como si conservaran el aliento de Yes al escribirlas, pero ¿quién se las había enviado?
A la espera de que Lifante le recibiera, Carvalho se sentó en un banco de madera y fingió sacar las cuartillas desganadamente, alzándolas hacia sus ojos para protegerlas de cualquier lectura intrusa.
Ya he/hemos agotado toda la medicina forense, incluso las disecciones en vivo están agotadas; lo están porque no hay nada que añadir al estudio -necrológico- de este muerto y también porque su estudio nos ha traído el cansancio, la desgana, casi, el tedio. Es, desde luego, un muerto que está aún de buen ver y oler. Por eso lo mejor será echarle tierra encima cuanto antes; no sólo porque a los muertos lo mejor es darles tierra, también porque es la forma más segura de no dejar que se revuelvan. Los escasos datos biográficos que conozco de usted sólo me han permitido saber cuál fue el año de gracia de su nacimiento; de forma casual he sabido que fue en junio, ignoro el día. He estado fabulando sobre esto y he llegado a la -indiscutible- conclusión, de que su nacimiento no pudo ser producto de un solo día, por ello sus escasos y solapados datos vitales deberían informar para facilitar el zodíaco. A fín de año, las fiestas alcanzaban el máximo esplendor. Por ello había decidido hacerle llegar mi regalo antes del día 1 de enero del 2000. Le había escrito un poema sobre un pergamino a modo de resumen, tratando de conjugar en él lo que de usted conozco y lo que a mí me sugiere, es decir los datos ciertos con los datos verdaderos. Usted es sabio y novísimo, certero y apabullante, con usted suena la música. Seguramente le sorprenderá saber que tiene alma de torero. Para ser torero hay que tener mucho oficio, conocer a fondo -perfectamente- todos los elementos, manejarlos con precisión, decididamente, alternarlos y hasta prescindir de ellos, de todos ellos, incluso del que le sirve de pretexto en un alarde de arrogancia, de poder, de color; con la suavidad y la armonía del baile, acortando la distancia hasta el ceñido, fundiendo lo que se sabe con lo que se siente, en funambulesca ejecución y corriendo el riesgo.
El poema recupera el mar de terrazas concatenadas que veía de niño, en un escenario como ése aprendiste (¿le importa si le tuteo?) que la mirada sólo puede ejercerse desde arriba. Se vive dentro, abajo y cuando se sube a la azotea, se descubre a los otros como similares, se despeja el horizonte, se respira mejor y se ve más claro, se comprende. Desde entonces tienes la costumbre de achicar los ojos para ver mejor, como cuando oteabas el horizonte y te dañaba el sol; desde entonces te seducen las alturas aunque no sería de extrañar que sintieras vértigo.
Digas lo que digas el denominador común es siempre un lenguaje original, propio, certero, intimista, sabio, cercano, nuevo, abierto a las precisiones tanto como a los sueños, seductor aunque solidario. Incluso tus silencios son lenguaje. Sólo cuando se conoce el conjunto de tu vida se te conoce, y entonces se te conoce completamente; es como un juego mágico enel que te vas haciendo con cada una de las piezas, todas distintas, irregulares, multicolores, la sorpresa final es un mosaico espléndido, más exactamente un vitral. No sólo tiene formas, color, tiene luz. Me había atrevido a pensar que este poema podíamos hacerlo juntos y una vez terminado mi turno, tú podrías jugar con él, cambiar palabras, añadirlas, eso también formaría parte del juego; te ayudaría a anochecer, te enseñaría a amanecer. Era mi regalo fin de milenio, eso me aseguraba que tendrías que aceptarlo, más aún, que lo apreciarías.
Este poema era tan mestizo como tú, no le importan las técnicas, puede con todas, las quiere todas, siempre espera descubrir una nueva, se ha ido haciendo incorporando elementos afines, engullendo los que no lo eran tanto. Había escrito este poema pensando que sólo estaría completo cuando pasearas por él tu mirada, el verde inadvertido de tus ojos excusará mi falta de talento.
No te preocupes, esta angustia, este esquizofrénico comportamiento se nos pasará, tu memoria lo sabe y puede que saberlo te lo haga más triste.
Te voy a dar la noticia del año, del siglo, del milenio.
Mi marido lo sabe todo.
Mi marido lo ha visto todo.
Mi marido lo ha visto todo.
Mi marido lo ha visto todo.
Ayer noche me dijo que me iba a poner un vídeo muy interesante. Había conseguido que los dos chicos se fueran al cine y era lógico que me lo pusiera aprovechando su ausencia. Pensé que era algo que podía dañarles.
LOS ACTORES DEL VÍDEO ÉRAMOS TÚ Y YO, EN TU CASA, EN TU CAMA, EN TU LAVABO. EN EL PARQUE DE SANT LLORENC.
¿Quién ha podido espiarnos de esta manera? ¿Por qué? ¿para qué?El muchacho aquel que me llevé a Katmandú ha crecido y ha tenido que reprimirse para no pegarme. Sé que me odia. Sé que te odia. Sé que me puede matar, pero jamás podrá matar lo nuestro, lo que nos reúne después de veinte años y un día y nos descubre el error del desencuentro, un error que le incluye a él, cuando le recuerdo muchacho con gafas, letraherido, tímido, incapaz de besarme si yo no le daba mis labios, incapaz de quererme si yo no se lo pedía, incapaz de odiarme hasta que ahora yo le he dado motivos. Además ¡me ha destrozado el poema!
Te quedas sin regalo.
Volvió a leer Carvalho la frase temerosa de Yes y el vídeo circuló por su cabeza como en una pantalla, y si volvía la cabeza detrás de la cámara veía a Anfrúns. La proyección se interrumpió en el momento en que el inspector le proponía pasar a su despacho. Aún quedaban algunos párrafos por leer, pero dobló los papeles y se los metió en el bolsillo de donde habían salido.
– ¿Anónimos?
– Facturas.
Al fondo del pasillo vio a un hombre taciturno y replegado sobre sí mismo que los miraba de perfil, especialmente a Carvalho. Luego se puso la bufanda y salió de la comisaría.
– ¿Lo conoce?
– No.
– Es Mauricio Martí, el marido de Jessica Stuart-Pedrell. Sospechoso, pero no hay pruebas. Peor aún, tiene coartada. ¿Qué sabe usted de él?
– Casi nada. Sólo me consta que viajó a Katmandú con Jessica en 1979, aproximadamente. Cuando me reencontré con Yes apenas hablamos de él. Estaba obsesionada con lo que había ocurrido veinte años atrás, con la recuperación de su padre, de la memoria de su infancia.
– ¿Nunca le reveló ningún temor?
– No. Había cambiado mucho. Tanto que parecía otra persona, aunque el problema era mío, no suyo, probablemente.
– ¿Nunca le reveló algo especial que pudiera aclararnos algo? Una mujer sin problemas, de vida transparente. Nadie la ha visto con nadie que no pertenezca a la familia. No ha dormido ni una noche fuera de casa. Ni un hueco en su vida.
Carvalho había dejado puesta la cara de la perplejidad y viajaba por las geografías solitarias de los encuentros con Yes. Primero, ¿por qué tuvo que contárselo todo a su marido cuando el todo era algo tan perteneciente al pasado? ¿Qué sentido tiene la lealtad llevada hasta la destrucción de dos seres humanos, ella misma y aquel muchacho al que cambió la vida para llevárselo a Katmandú? Pero Yes no había sido la víctima de su sinceridad, sino de una conjura que ella jamás habría comprendido, de una maldad estructural que podía filmar su entrega amorosa y después ponerla a disposición de un marido asustado de su propia cólera. Pero también Carvalho había faltado a un elemental código de prudencia: ¿por qué no la había avisado de las fotografías que le había enseñado Anfrúns? Había escondido la cabeza bajo el ala. Como si esas fotos no existieran o él estuviera en condiciones de impedir su circulación, él era el precio y no le había dicho a Anfrúns que no fuera a pagarlo. Pero había algo más. Un vídeo. Y lo habían metido en el paraíso agónico de Yes, sus hijos, su marido, tan perfectos, tan vulnerables. Carvalho comprendió de pronto cómo encajaban en el puzzle las piezas de Dalmatius, del Dalmatius real y de Anfrúns, las enigmáticas palabras de Dalmatius acerca de la fidelidad y el crimen. El inspector hablaba de la pareja formada por Yes y Mauricio como un ejemplo y un caso extraño de éxito cuando se trata de unir a una muchacha de familia riquísima y a un muchacho que no tenía dónde caerse muerto.
– Un estudiante becario al que de pronto se le aparece una muchacha deslumbrante.
– Dorada.
– ¿Dorada viene en este caso de oro?