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– Para hacer espionaje publicitario, se les entiende todo. ¿De qué agencia son?
– Estamos rodando un spot sobre caspa artificial.
El director primero se enfadó ante el comentario de Carvalho, pero luego le entró progresivamente la risa. Todos los figurantes del plató estaban pendientes de los recién llegados y la despechada Maribel acudió hacia ellos. Era la guía que habían conocido en el restaurante.
– Son amigos míos.
– Pues salúdales de tu parte y de la mía y vuelve al trabajo, joder.
Maribel se los llevó hacia el espacio libre que quedaba tras las cámaras.
– ¿Qué pasa?
– El almacén está cerrado, o desde fuera o desde dentro. Si no está allí, ¿dónde puede estar?
– Está allí.
Lo decía como si Alekos no pudiera estar en parte alguna y ella misma captó la trascendencia de su tono y comprendió que no podía dejar a media luz a Claire.
– No te asustes, pero está bastante mal. Estuvo internado en un hospital y se marchó porque decía que de allí no saldría vivo. Ahora vive con ese muchacho en el almacén del que os hablé. Él apenas sale.
Está allí. Lo más probable es que hayan atrancado la puerta por dentro. Los almacenes y las fábricas vacías son tierra de nadie y a veces funciona la ley de la selva.
– ¿Si llamamos nos abrirán?
– No creo que os oigan. Viven en el otro extremo, en la otra punta. Podéis hacer algo más sencillo. Os metéis en el almacén de al lado… Pero será mejor que esperéis a que acabe esta toma y yo os explicaré cómo podréis entrar.
Volvió corriendo al plató y se dejó rellenar la pechera por la señora Paquita. Un ayudante de dirección dio las últimas instrucciones y la voz del director llenó desde los cielos pidiendo silencio y acción. Carvalho aguardó fascinado a que algo importante ocurriera, pero las huríes se limitaron a dar gasazos a los bellos caballeros y ellos fingieron patear el mundo a ritmo de claqué mientras a sus espaldas crecía una gigantesca botella de "Eau de Toilette" para hombre.
– ¡Corten! ¡Mejor, mucho mejor! Otra toma más y basta. Tú, Ingrid, cuando le lanzas la gasa a la cara a tu pareja procura hacerlo con cariño.
– Es que es un hijo de puta.
– Pero eso a nuestro anunciante no le interesa y al público tampoco.
– Serás mía.
Proclamó el muchacho insultado mientras trataba de abrazar a una rubia alta y delgada. El director bebía directamente de una botella de Coca-Cola de litro que dejó sobre la plataforma, con cuidado, para que no se le alterara el contenido ambrosiaco. Repartió gritos e instrucciones por los cuatro puntos cardinales y se repitió la escena. A Carvalho le pareció exactamente igual que la anterior, pero el director estaba entusiasmado por el resultado.
– Por fin. Os ha costado, pero lo hemos conseguido.
La unidad de grupo quedó rota por el cansancio y las ganas de marcharse a casa. Maribel se puso un abrigo ligero sobre el traje de hurí y corrió hacia los recién llegados forzándoles a seguir su caminar y a saltitos sobre los zapatos de tacón. Salieron a la alta noche y Claire trataba de ponerse a la altura de la mujer mientras le preguntaba por la enfermedad de Alekos.
– Si quieres que te diga la verdad no lo sé muy bien y prefiero no saberlo. Era un tío muy majo y de pronto empezó a perder, perder.
No quiero asustarte, pero prepárate para un espectáculo que no te gustará.
Salieron del laberinto a la calle donde insistía el protagonismo de los gatos y las ratas. La modelo abrió la puerta del almacén vecino a Skala y se adentraron en un ámbito que parecía haber sido depósito de material de la construcción. Se acercó a la tapia lateral izquierda y señaló el escalonamiento de restos de baldosas.
– Subiendo por aquí llegáis al borde del muro y es fácil saltar al otro lado, porque también allí hay restos abandonados. Tal vez al señor le cueste más.
Señalaba a Carvalho y la ironía llegó tarde para desagriar la respuesta del detective.
– Aún no me ceden el asiento en los autobuses.
– No quería molestarle.
– ¿Usted no viene?
Preguntó Lebrun.
– No. No puedo. Me esperan mis compañeros y yo no he traído coche, pero ahora les resultará fácil. Busquen con paciencia. Esto es muy grande y a ellos les gusta esconderse.
Besó las mejillas de Claire y se dejó retener por los brazos de la muchacha.
– ¿Tan mal está?
– No lo sé, parace estar muy mal. La verdad es que hace días que no se acerca por el bar de la plaza y Mitia es muy huidizo, como si no quisiera hablar con nadie.
Lanzó un beso con los dedos a Carvalho y Lebrun y se marchó por donde había venido, como una muñeca tintineante engullida por la noche.
Lebrun parecía preocupado por la faceta gimnástica de la expedición.
– ¿De verdad quieres ir ahora, Claire?
– ¿Cuándo, si no?
– Mañana, temprano. Esto me parece especialmente macabro. No se ve ni una luz. ¿Cómo vamos a buscarlo? ¿Palpando?
– Tengo una linterna de bolsillo.
Avisó Carvalho.
– Aunque no hubiera linterna de bolsillo. He esperado este momento durante meses. Necesito terminar esta historia, ¿no lo comprendes?
¿Acaso tú no la necesitas terminar también?
– Tranquila… vayamos.
Claire retenía a Lebrun cogiéndole una manga con una mano.
– No digas nada, no hagas nada… ¿entiendes? Todo según lo convenido.
– ¿Todo?
– Todo.