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La policía me dijo que la habían visto alguna vez merodeando por la zona y la tenían clasificada como chica bien que busca camello…
¿Comprende? Pero a mí me consta que no se pincha, ni esnifa. Que no se pincha es obvio, porque a veces cuando está en la cama dormida, en pelota, entro para taparla y me fijo en las zonas de pinchazo.
Y que no esnifa es tan cierto como que yo me llamo Brando. Sólo un esnifador es capaz de distinguir a uno que esnifa o que no esnifa. Yo tomo coca desde los treinta años, con cabeza, eso sí. Y yo puedo asegurarle que no esnifa. Me preocupa ese merodeo por esos barrios. ¿Qué busca? Traté de sonsacarle a Alfredo, el viejo ese que está en la cama con ella, pero se me quejó muy dolido, muy dolido.
La niña casi ni le habla. Se lo folla, me lo trae a desayunar y luego si te he visto no me acuerdo hasta que le llama por teléfono.
¿Por dónde empezaría usted?
Carvalho empezó por fijar las condiciones económicas. Brando sumó, restó, multiplicó con una calculadora de muñeca y se quedó estudiando a Carvalho. Era evidente que Carvalho no estaba a la altura de su precio, pero Brando cabeceó decidido.
– Adelante. Lo primero es lo primero.
Buscar a un griego, a dos griegos y proteger de sí misma a una chica descarada, podían convertirse en partidas simultáneas excesivas, pero los franceses pasarían y Carvalho dependía de la clientela local, por lo que decidió dejar en la trastienda el caso de niña descarriada y liquidar cuanto antes aquel encargo cosmopolita que tan altos había colocado los tacones postizos de Biscuter. Se fue pues a por el coronel Parra, supremo hacedor en uno de los cientos de locales al servicio de los cientos de organismos dedicados a una perfecta organización olímpica.
El "coronel Parra" hacía veinte años que llevaba corbata. Había que concederle el mérito de ser el primer revolucionario en asumirla cuando consiguió un cargo en la Sección de Estudios de uno de los más importantes bancos del país.
Pero ahora llevaba una corbata sin paliativos, una de esas corbatas que implican cultura, de marca, de marca de corbatas, de esas corbatas que sólo reconocen los expertos en corbatas y entonces se toca la corbata como si fuera un sexo, miembro de la masonería de las corbatas de seda natural. Y todo lo demás era accesorio. Estaba más viejo, pero su envejecimiento quedaba relativizado por la modernidad de la corbata. Tenía ganas de sacarse a Carvalho de encima y había en ese deseo una legitimidad racial de propietario de corbata Gucci frente a un Carvalho que se había puesto la única que tenía, una estrecha minucia corbatera en la peor seda thailandesa, más un souvenir de viaje que una corbata propiamente dicha.
– ¿Georges Lebrun? Permíteme que busque en mi pajar por si encuentro esa aguja. ¿Sabes qué me pides? ¿Sabes cuántos extranjeros están en estos momentos en la ciudad tratando de sacar tajada de las Olimpiadas? Una Olimpiada conlleva desde un alfiler a un elefante. Tengo una colección completa de vendedores de alfileres y otra de vendedores de elefantes.
– Éste vende cultura.
– Busquemos el apartado de Cultura. Francia. ORTF.
¿Sabes cuántas ofertas tenemos de la ORTF?
– Conoces mis limitaciones.
– Georges Lebrun. Producción de series educativas olímpicas.
Deja que mi secretaria lo meta en el ordenador.
– Primero mete en el ordenador cuál de tus cinco mil secretarias ha de meterlo en el ordenador.
– Pepe, no creces. Recuerda aquel aforismo de Herbert Spencer: o crece o muere.
– En mis tiempos Spencer pasaba por prefascista.
– Ahora se le considera como parte del plural patrimonio socialdemócrata-liberal. Volveremos a vivir bajo esta presión filosófica durante un siglo. No te resistas.
Déjate dar por culo y goza. O creces o mueres. Ya ha caído el muro de Berlín.
– Te veo muy bien, coronel.
– No vuelvas con tus bromas.
Hace tiempo que dejé aquel ejército.
Cursó instrucciones por un dictáfono que parecía llevar corbata.
Todo en aquel despacho llevaba corbata.
– El desafío de la Olimpiada puede ser terrible. Mil novecientos noventa y dos será un año decisivo. Todos los ojos del mundo estarán pendientes de España.
– No nos había vuelto a suceder desde la guerra civil. Me parece que fue entonces cuando merecimos por última vez la portada del "New York Times".
– La nostalgia es un error, Pepe.
– ¿Y la ironía?
– Un ruido.
Desde una impresora situada a espaldas del coronel Parra el hombre invisible, o quizá una mujer invisible, empezó a emitir una lengua de papel, para detenerse de pronto, en medio de un silencio telúrico. El ex coronel Parra tendió el brazo sin volver la cabeza y arrancó el pedazo de papel con la precisión de un experto.
Leyó lo que en él había impreso, luego estudió a Carvalho mientras retenía la información.
– ¿Para qué lo quieres? De esta oficina no puede salir información así como así. Aquí nos jugamos cientos de millones de pesetas cada día.
– Es sobre un cliente. El asunto no tiene nada que ver con tu negocio multinacional olímpico. Se trata de un griego, de un pobre griego que huye de una mujer. Ni siquiera es un griego olímpico.
– ¿Me lo juras?
Asintió con los ojos y tuvo a su disposición la ficha de Lebrun: "Georges Lebrun, treinta y nueve años, nacido en París. Funcionario de la ORTF con categoría de director general adjunto. Asunto: Olimpia 2000. Vídeos educativos sobre el espíritu olímpico a partir de la filmación de las Olimpiadas de Barcelona. Compromisos precontractuales con cuarenta países.
Informe económico confidencial AYF 36. Valoración Positiva C. Prolongación mit 62."
– Aquí no pone que ensucia libros con mocos y zumos de fruta.
Tu ordenador es una mierda. ¿Qué más?
– Nada más.
– ¿Tienes una impresión personal de monsieur Lebrun?
– ¿Para qué? De nada me sirven las impresiones personales. Realizo cincuenta contactos al día.
¿Quién retiene cincuenta impresiones personales? Es un funcionario, me parece que muy capaz y habla un lenguaje de datos que procesamos en los ordenadores. Tal vez cene con él un día de éstos si el ordenador sintetiza una información positiva y mis jefes políticos dan el visto bueno a esa información.
– ¿Quiénes son tus jefes políticos?
– Nani Gros, la Tere Surroca y Pascual Verdaguer en última instancia. Es decir, "Chu en Lai, la Idanova " y "el Melancólico", para recordar sus nombres de guerra.
– ¿De qué guerra? Te invito a cenar un día de éstos. Si quieres, en mi casa.
– Sólo como ensaladas italianas y pescados azules a la parrilla.