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Capítulo XLVI

Saqué el coche y me dirigí al bar “Victor” con la idea de tomar un gimlet y esperar un rato hasta que saliera a la calle la edición de madrugada de los diarios de la mañana. Pero el bar estaba repleto y el ambiente no era muy agradable. El barman se acercó saludándome por mi nombre.

– Le gusta con bitter, ¿no?

– Generalmente lo tomo solo, pero por esta noche póngale doble cantidad de bitter.

– Ultimamente no he visto a su amiga por acá. Aquella de la esmeralda en el dedo.

– Yo tampoco.

Al cabo de un momento el barman volvió con la bebida. Comencé a tomarla a sorbos porque no tenía ganas de achisparme. O bien me embriagaba en forma o me mantenía sobrio. Eran las seis pasadas cuando el repartidor entró en el bar con los periódicos. Uno de los que atendían el bar le gritó que se fuera en seguida, pero el muchachito se las arregló para dar una vuelta rápida y vender algunos diarios antes de que el mozo pudiera atraparlo y echarlo afuera. Yo conseguí un ejemplar. Abrí el Journal y eché una ojeada a la primera página. Lo habían publicado. Estaba íntegro. Habían invertido la copia para que saliera negro sobre blanco y al reducirla de tamaño consiguieron que entrara en la mitad superior de la página. En otra página había un breve editorial, en tono fuerte, y en otra, un artículo de Lonnie Morgan en un recuadro de media columna.

Terminé el gimlet, me fui a un restaurante a cenar y después me dirigí a casa. El artículo de Lonnie Morgan era una recapitulación concreta, honrada y clara de los hechos y acontecimientos concernientes al caso Lennox y al “suicidio” de Roger Wade… de los hechos tal como habían sido publicados. No añadía nada, no deducía nada, no imputaba nada. Era un informe claro, conciso, de tipo comercial. El editorial era otra cosa. Formulaba preguntas… la clase de preguntas que un periódico hace a los funcionarios públicos cuando se los atrapa con las manos sucias.

A eso de las nueve y media sonó el teléfono y Bernie Ohls dijo que vendría a verme de paso para su casa.

– ¿Leyó el Journal? -preguntó tímidamente y cortó sin esperar la respuesta.

Cuando llegó, comenzó a protestar por los escalones que tuvo que subir y dijo que le gustaría tomar una taza de café. Fui a la cocina a prepararlo y mientras tanto Ohls estuvo dando vueltas por todos lados como si se sintiera en su casa.

– Vive en un lugar muy solitario -dijo-. ¿Qué hay detrás de la colina de espaldas a la casa?

– Otra calle. ¿Por qué?

– Por preguntar, no más. Sus árboles necesitan ser podados.

Llevé el café al living y Ohls se sentó y empezó a tomarlo. Encendió uno de mis cigarrillos, dio una o dos pipadas y en seguida lo apagó.

– He llegado a un punto en que no me importa la materia prima -dijo-. Tal vez sea a causa de los anuncios de televisión. Le hacen odiar todo lo que tratan de vender. ¡Dios, deben pensar que el público es medio idiota! Cada vez que un imbécil con chaqueta blanca y un estetoscopio colgado del cuello muestra un tubo de dentífrico o un paquete de cigarrillos o una botella de cerveza o un frasco de champú o alguna cajita con alguna cosa que hace que un luchador gordo huela como las lilas de la montaña, siempre lo anoto para no comprarlo nunca. ¡Diablos, no compraría el producto aunque me gustara!… ¿Leyó el Journal?

– Un amigo me informó bajo cuerda. Un cronista.

– ¿Así que tiene amigos? -preguntó, como si la noticia lo asombrara-. ¿No le dijo cómo consiguieron el material?

– No. Y en este Estado no tiene por qué decírselo a nadie.

– Springer está que salta de furia. Lawford, el representante del Fiscal de Distrito, que esta mañana se llevó la carta, asegura que se la entregó directamente a su jefe, pero tengo mis dudas. Lo que ha publicado el Journal parece una reproducción exacta del original.

Seguí sorbiendo el café y no dije nada.

– Se lo tiene merecido -prosiguió Ohls-. Springer debió haberla entregado él mismo. Personalmente no creo que Lawford haya dejado escapar nada. El también es un político. -Me miró fijamente.

– ¿Para qué ha venido, Bernie? Usted no me tiene simpatía. En una época fuimos amigos… en la medida en que se puede ser amigo de un policía duro e inflexible. Pero aquella amistad se ha perdido un poco.

Ohls se, inclinó hacia adelante y sonrió… con sonrisa algo cruel.

– A ningún policía le agrada que un ciudadano privado realice a espaldas suyas un trabajo policial. Si usted me hubiera informado de la relación que existía entre Wade y la mujer de Lennox, yo habría podido descubrir algo. Si me hubiera hablado de la relación que existía entre la señora Wade y Terry Lennox la habría tenido a ella en la palma de la mano… y viva. Si hubiera hablado claro desde el principio, Wade podría estar vivo todavía. Sin mencionar a Lennox. Usted se figura que ha actuado con mucha inteligencia, ¿no?

– ¿Qué quiere que le diga?

– Nada. Es demasiado tarde. Ya le dije una vez que aquel que se cree muy vivo no engaña a nadie sino a sí mismo. Se lo dije en forma clara y directa. Pero usted no me llevó el apunte. Creo que en este momento daría una muestra de inteligencia si se fuera de la ciudad. Nadie lo quiere aquí, y cuando hay un par de tipos que no le tienen simpatía a alguien, no se quedan cruzados de brazos.

– No soy tan importante, Bernie. Dejemos de pelearnos y discutir. Hasta la muerte de Wade, usted ni siquiera se interesó o intervino en el caso. Después de su muerte el asunto no le importó mucho a usted, ni al Investigador, ni al Fiscal del Distrito ni a nadie. Puede ser que me haya equivocado en algunas cosas. Pero la verdad salió a relucir. Usted hubiera podido tener en sus manos a la señora Wade ayer por la tarde… pero ¿con qué?

– Con lo que usted nos hubiera contado respecto de ella.

– ¿Yo? ¿Con el trabajo policial que hice a espaldas suyas?

Ohls se puso de pie bruscamente. Tenía la cara roja.

– Muy bien, como usted quiera. Pero ella estaría viva ahora. La hubiéramos podido detener bajo sospecha. Usted quería que muriera.

– Lo único que yo quería es que se examinara a conciencia, que se mirara a sí misma larga y profundamente. Lo que haría después era cosa suya. Yo quise rehabilitar a un hombre inocente. No me importó un comino cómo conseguí hacerlo y ahora tampoco me importa. Si me necesita para algo estaré a su disposición cuando guste.

– Ya habrá quien se encargue de usted, amigo. No tendré que molestarme. Usted cree que no es bastante importante como para que se preocupen por su persona. Claro que no lo es, si vemos en usted al inofensivo detective llamado Marlowe. Pero la cosa es diferente si usted personifica al tipo a quien le advirtieron que no se metiera en nada y que les dio públicamente, en un diario, una bofetada en la cara. Eso hiere el orgullo de la gente.

– Esto es lastimoso -dije-. Sólo de pensarlo, sangro internamente, para usar sus propias palabras.

Ohls se dirigió hacia la puerta y la abrió. Se detuvo al pie de la escalera contemplando los escalones de madera roja, los árboles que cubrían la colina situada al otro lado del camino y el suave declive al final de la calle.

– Un lugar agradable y tranquilo -dijo-. Suficientemente tranquilo.

Bajó las escaleras, subió al coche y partió. Los policías nunca dicen adiós. Siempre esperan verlo a uno de nuevo en la fila.