172899.fb2 El latido del p?jaro - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 17

El latido del p?jaro - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 17

CAPÍTULO 16

A las nueve en punto de la noche se encendieron las farolas en Shrivemoor Street, el sodio amarillo hendiendo la calurosa noche. El edificio estaba en silencio, sumido en la oscuridad salvo una franja de luz fluorescente que asomaba a través de las persianas de una habitación de la primera planta, donde Caffery y Essex, sin corbata y con el cuello de las camisas desabrochado, estaban sentados examinando un listado. A su lado había un paquete de seis cervezas Speckled Hen y un menú del Kentucky Fried Chicken.

Cuando regresó esa misma tarde del centro de investigaciones, Caffery decidió no contarle nada a Maddox sobre sus progresos. Cuando a las cuatro de la tarde llegó el fax, precisamente mientras el detective inspector Diamond iba a salir para conseguir una orden de requisa para el GTI rojo de Géminis, Jack llamó a Essex para que le acompañara a la oficina del inspector de servicio.

– ¿Tienes algún plan para esta noche? -le preguntó enseñándole un papel enrollado-. Esto hace que adelante, pero es sólo el principio.

Ahora el fax estaba desenrollado encima del escritorio, deslizándose como una ola hasta el suelo.

– Ciento sesenta y ocho mujeres -dijo Essex mientras masticaba un bocado de pollo-. Si lo restamos de trescientos veinte, nos quedarán… veamos…

– Ciento cincuenta y dos.

– Gracias. -Garabateó esa cantidad al final de la lista dejando unas manchas de grasa con sus dedos-. Eliminaremos a los que tengan más de, digamos… ¿cincuenta años?

– Que no serán muchos.

– Más o menos unos veinte, con lo que nos quedarán ciento…

– Treinta y dos. -Caffery arrancó la lengüeta de un bote de cerveza. Pásalo por el HOLMES y si no aparece nada les interrogaremos. Durante el fin de semana no podremos hacer nada, pero si empezamos el miércoles y con una media de veinte minutos por interrogatorio, entre los dos conseguiremos liquidar unos cincuenta al día e ir reduciendo la lista hasta el miércoles… exactamente a tiempo.

– Será pan comido -dijo Essex cogiendo su cerveza.

– Mientes -Caffery levantó su bebida-, por lo que te estaré eternamente agradecido.

Brindaron.

– Es gracioso. -Essex se secó la boca y se reclinó en su asiento. Es gracioso que no te des cuenta.

– ¿Cuenta de qué?

– De la confianza que te tiene Maddox.

– ¿Confianza? -Sacudió la cabeza, sonriendo por la ironía. ¿Esto es confianza? Sólo me ha dado cuatro días.

– Cuatro días más que a cualquier otro detective. Es un hombre de manual, Jack. Un currante. Y tú… -Al otro lado de la habitación la impresora cobró vida. Bueno, considéralo desde su unto de vista.

– Essex se acercó a la impresora y levantó la tapa de plexiglás. Te está dando carta blanca a pesar de lo que le preocupa que jodas el caso. Piénsalo. -Echó un vistazo al papel que se estaba imprimiendo. ¡Ah!, es de nuestro especialista en Lambeth.

– ¿Del laboratorio? -Caffery estaba encantado de cambiar de conversación.

– Pues sí. -Essex sonrió. Es de Jane Amedure. Jane Amedure… el genio de la lámpara. Me lo enseñó todo cuando fui agente de pruebas en el caso Ambleside.

– ¿Ambleside?

– El año pasado -Essex no levantó la mirada. Un argelino acabó con su madre y la dejó en un congelador en un piso de protección oficial en Old Kent Street. La encontraron seis meses después. -Tomó un trago de cerveza. Durante tres estuvo sin electricidad.

– Ya nada te asombra, ¿verdad?

– Bueno… Luego hubo lo de nuestro amigo Colin Ireland. Mataba al gato de sus víctimas y ponía su boca alrededor de…

– Sí, sí, no sigas. Ya me lo han contado, gracias. -Caffery se frotó los ojos, súbitamente cansado. Continuemos. ¿Qué nos cuentan los del laboratorio?

Essex ojeó el informe.

– Veamos: toxicología e histología, análisis capilar. Bien, aquí está: toxicología. Nuestra víctima no identificada, la que murió primero, era adicta. Han descubierto benzoilecgonina y diamorfina en los tejidos internos.

– Benzoilecgonina y diamorfina… ¿Cocaína y heroína?

– Exacto. En cuanto a Shellene Crawn necesitamos que no lo confirmen, pero nuestra especialista dice que da positivo en caballo, crack, coca, todo el muestrario. En Wilcox se confirma el caballo. Hatch, tal como suponíamos, positivo, y, sorpresa sorpresa… -levantó la mirada, negativo en Spacek. Ni siquiera crack. Limpia.

– ¿Causa de la muerte?

Echó otro vistazo al informe y lanzó un silbido de asombro.

– ¡Krishnamurti! ¡Ese hombre es un Einstein! Metió un gol. -Excitado, miró a Caffery. Heroína. Directamente inyectada en el bulbo raquídeo. Todas sus funciones deben de haberse detenido instantáneamente, corazón, pulmones, todo.

– ¿Lo comprendes ahora? -dijo Jack. ¿Comprendes lo que estoy buscando?

– Sí… todo eso del hospital.

– El bulbo raquídeo, ¡por el amor de Dios! ¿Puedes imaginar a un miserable camello sabiendo dónde encontrar el bulbo raquídeo? Quiero decir…

– Predicas a un converso -murmuró Essex, leyendo el informe. Mira -levantó el documento, esto también va a gustarte, Jack. El Hombre Pájaro… ¿puedo llamarle así?

– Siempre que no salga de esta habitación.

– Muy bien, el Hombre Pájaro es un auténtico bicho raro o sabe lo suficiente acerca de medicina legal para no dejar rastros. -Depositó el informe sobre el escritorio. Parece que hubieran mantenido relaciones sexuales consentidas, pero el Hombre Pájaro utiliza un condón y Amedure dice que después obliga a la chica a lavarse.

Eso o las lava posmortem. Todas tienen restos de jabón en la vagina. Cada muestra tiene la misma concentración de estearina de sodio para el sebo. Fabricante: nuestro viejo amigo Wrigts Coal Tar.

– Si es tan precavido, ¿cómo explicas las manchas de semen en el abdomen?

– ¿Al sacarse el condón salpica unas gotas? -Essex se encogió de hombros. O la saca, se quita el condón y se hace una paja, perdón, se masturba sobre su vientre. Luego hace que se lave, o lo limpia él mismo después de matarla. Sin embargo -levantó la mano, no es tan cuidadoso como parece.

Terminó la cerveza y estrujó el bote.

– Veamos… aquí tenemos hepatología, un análisis espectométrico de los restos encontrados junto a los cadáveres, como aquel cabello negro que, al parecer, no tenía folículo y no han podido averiguar el ADN, pero sí que procedía de una cabeza afro caribeña. Y fíjate en esto.

– Levantó la mirada. Nuestro asesino lleva peluca.

– ¿Peluca?

– Sí, mira. ¿Recuerdas los pelos rubios que Krishnamurti encontró en las víctimas?

– Sí.

– Amedure dice: «Los pelos, tintados, son de origen asiático, todos carecen de raíces y están limpiamente cortados. No rotos ni arrancados. Reúnen las características necesarias para presumir que proceden de una peluca».

– Eran largos -dijo Caffery. Una peluca de mujer.

Essex alzó las cejas.

– Michael Caine.

– ¿Qué dices?

– Vestida para matar. ¿No la has visto?

– Paul… -suspiró Caffery.

– Vale, vale -levantó la mano. Sigo olvidando que en esta pareja yo soy el payaso y tú el imbécil sin sentido del humor.

– Y orgulloso de serlo.

– Sí, ya, y triste. -Volvió a estudiar el informe, mordiéndose el interior de la mejilla. Y sin amigos, no lo olvides. -Hizo una pausa. Mira, fíjate en el análisis de sedimentos.

– ¿Análisis de sedimentos? ¿Y eso qué es? ¿Comprobar que es sangre humana?

– Más o menos. Distinguirla de la de animal.

– ¿Estamos hablando de pájaros?

– Exacto.

Essex siguió escudriñando las hojas.

– Aquí dice que en las bolsas de aire del pájaro había tejido humano.

– ¿Qué? -exclamó Caffery mirándole.

– Lo que he dicho, humano.

– ¿Sabes lo que eso significa?

– Pues no lo tengo muy claro.

– ¿Cómo crees que llegó a los pulmones?

– ¿Lo aspiraron?

– Sí. Lo que quiere decir…

– Lo que significa que… ¡oh…! -De pronto Essex comprendió. ¡Mierda! -Se sentó en el escritorio de Kryotos sin ninguna sombra de veleidad. ¿Quieres decir que los pájaros estaban vivos? ¿Que murieron allí adentro?

Caffery asintió con un gesto.

– ¿Sorprendido?

– Pues sí. Lo estoy.

Se quedaron en silencio reflexionando sobre esta posibilidad.

De repente la atmósfera de la habitación pareció cambiar, como si la temperatura hubiera bajado uno o dos grados. Caffery se levantó, terminó su cerveza y señaló el informe.

– Continúa.

– De acuerdo. Essex se aclaró la garganta y cogió el documento. ¿Qué quieres saber?

– ¿Cómo las sedaba?

Recorrió con un dedo el informe.

– Hematología dice que… bueno, dice que…

– ¿Qué?

– Dice que no lo hizo.

– ¿Cómo?

– Que no las sedaba.

– Imposible.

– Es lo que dice aquí. Nada excepto alcohol, un poco de cocaína, pero no lo suficiente para dormirlas. Nada de fenol ni benzoínas, ni barbitúricos excepto en Wilcox y la joven Kayleigh. A ver… -Sus ojos recorrieron la hoja. Nada si dejamos de lado a nuestra anónima señorita número uno que estaba atiborrada de caballo. Pero las consecuencias de la heroína siempre son difíciles de prever, no todos tienen el mismo nivel de tolerancia.

– Debe de haber usado algo.

– No, Jack. No lo hizo. Hay restos de esa mierda en todas ellas, pero nada que pudiera tener ese efecto.

– ¿Estás seguro?

– Completamente. Si Jane Amedure lo dice, no hay duda posible.

Caffery estaba exasperado.

– ¿Entonces cómo pudo mantenerlas quietas para clavarles una maldita aguja en el cuello?

– No son precisamente unos magos -dijo Essex de repente, apartando los ojos del informe. Esos asesinos no son especialmente listos. Si miro hacia atrás, me doy cuenta de que en la mayoría de los casos fueron muy poco listos.

– ¿Poco listos? -repitió Caffery, y se preguntó cuán poco listo era el Hombre Pájaro. O Penderecki. ¿Cuánto de listo se necesitaba ser?

– Les acompaña un poco de suerte -dijo Essex. No es más que eso.

– No. El Hombre Pájaro no sólo tiene suerte. Él sabe. -Se acercó a las fotos. ¿Verdad que sabe? -interpeló a la mujeres muertas que le observaban con mirada vacía desde la pared. Decidme, ¿cómo lo hizo?

– Jack. Mira esto.

Caffery siguió contemplando las fotografías: Petra, brazos delgados, radiante sonrisa y leotardos. Michelle Wilcox, pobre infeliz, alborotando el cabello de su hija…

– Jack…

La gordita y apetitosa Shellene. Kayleigh con su traje rosa de fiesta, brindando hacia la cámara.

– ¿Cómo lo hace?

– ¡Jack!

– ¿Qué pasa? -exclamó dándose la vuelta.

– Entomología. -Essex sacudía la cabeza. Ahora comprendo por qué parece que no las viola. ¡Bastardo cabrón!

– ¿Por qué?

– ¿Sabes lo que tenemos entre manos, Jack?

– No.

– Tenemos a un necrófilo. A un auténtico necrófilo. Sacudió el informe antes de tendérselo a Caffery. Ahí lo tienes todo. Con pelos y señales.