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– Señor Henry, soy el detective inspector Diamond. Nos encontramos el otro día en el Dog and Bell.
Se oyó levantarse la tapa del buzón y asomar rápidamente una placa de identificación.
– Le estoy metiendo unas fotografías por el buzón. Creo que ya las ha visto antes.
Una lluvia de copias de ocho por diez cayó por el buzón. Géminis, apoyado contra la pared, clavó la mirada en los rostros que se desparramaron por el suelo del recibidor.
– Varios testigos aseguran haber visto al menos tres de estas mujeres en su compañía.
Géminis no dijo nada. Al otro lado de la puerta, el inspector Diamond tosió.
– ¿Tal vez quiera acompañarme a comisaría para hablar con calma?
Esperó un momento. Géminis seguía en silencio, mirando fijamente el buzón y oyendo cómo el policía plegaba una hoja de papel. Su madre todavía estaba durmiendo en la habitación al final del pasillo; no quería que se despertara, no quería que se la molestara.
– También le dejo una copia de una orden de incautación. Según estipula la ley, debo preguntarle si consciente que se incaute su coche, matrícula Cg66 HCY y ofrecerle la oportunidad de entregarme las llaves por voluntad propia.
Géminis se deslizó por la pared hasta sentarse en el suelo.
– Consideraré este silencio como un «no». -Un papel cayó revoloteando. La orden, señor Henry. Le traeremos un listado de todo lo que requisemos, lo que en este caso significa el coche y su contenido.
– ¡No podéis llevaros mi coche!
Un pálido ojo azul asomó parpadeando por la rendija del buzón.
– ¿Vais a llevaros mi coche?
– Exacto.
– ¿Por qué cree que esas chicas estuvieron en mi coche?
– Usted ya sabe por qué estamos interesados en ellas. -Incluso desde detrás de la puerta, podía oler el acre aliento de Diamond. ¿Verdad que lo sabe?
– Quizá -musitó Géminis. Quizá.
– No ha sido Géminis -dijo Caffery. Es imposible.
Maddox, alzando el cuello de su gabardina para protegerse de los últimos coletazos de una tormenta, levantó su ojerosa mirada. Estaban al pie del edificio de apartamentos de protección oficial, contemplando cómo los mecánicos del FSL cargaban el GTI rojo de Géminis en la grúa. Encima de ellos las nubes eran arrastradas lejos de Deptford, hacia el Támesis, por un viento invisible. Era sábado, los interrogatorios en el St. Dunstan estaban programados para el lunes y Caffery había decidido utilizar su tiempo libre en seguir los pasos de su equipo.
– ¿Sabes algo sobre la serotonina? ¿Histaminas libres?
– No soy científico.
– Las lesiones eran posmortem -dijo Caffery, y quiero decir muy pos.
Maddox se metió las manos en los bolsillos.
– Eso ya lo sabíamos desde que les hicieron la autopsia.
– No. Creímos que se las habían hecho en el mismo momento, apenas habían muerto, formando parte del asesinato.
Miró de reojo al hombre que estaba sujetando un cartel en los limpiaparabrisas del GTI en el que se leía: PROPIEDAD INCAUTADA.
– Escucha, Steve -prosiguió, las mujeres fueron violadas. Utilizó un condón porque es un pirado muy limpio o está obsesionado con el sida, y, además, lo hizo posmortem.
– ¿Posmortem?
– Por eso no había señales de violencia, ni contusiones en los genitales. Los tejidos muertos no reaccionan.
– ¿Y cómo has sabido todo esto?
– El informe forense dice que las lesiones fueron producidas tres días después de la muerte.
– ¿Tres días?
– El que no hubieran sido violadas era un enigma. Y ésta es la respuesta. Conservaba los cuerpos. Seguramente las violaba y mutilaba a la vez, quizá repetidamente y casi seguro cuando ya había desaparecido el rigor mortis. -Caffery vio cómo la cara de Maddox se endurecía. Es un necrófilo, Steve. Lo que no explica la facilidad con que las mata, pero sí explica por qué quiere matar sin perder el control, por qué no había signos de lucha ni moraduras.
– Menudo bastardo.
– La muerte debía ser rápida y sencilla. Matar no le interesa. Lo divertido es el cadáver. Sólo los utiliza cuando están putrefactos.
Maddox se estremeció. Seguía lloviznando. Caffery se metió las manos en los bolsillos y se acercó a Maddox.
– El Hombre Páj… el asesino conserva los cuerpos durante tres días y luego las mutila. ¿Sabes lo que significa?
– ¿Además de estar mucho más pirado de lo que creíamos?
– Significa más que eso.
Maddox se mordió el labio. Unos rayos de sol bailaron en los bloques de hormigón y de pronto se sintió muy viejo. Recorrió con la mirada el edificio hasta detenerse en la planta en que vivía Géminis.
– ¿Que vive solo?
– Sí, y además tiene un congelador. -Caffery siguió la mirada de Maddox. Las cortinas del apartamento estaban echadas.
Maddox carraspeó.
– Podemos obtener una orden de registro.
– Muy bien.
Caffery echó a andar hacia la entrada del edificio.
– ¿Adónde vas?
– Tengo algo que enseñarte.
– ¡Eh! -Maddox le alcanzó. No quiero que le pongas sobre aviso, Jack.
– No pienso hacerlo.
En la entrada, una niña de unos diez años, con una sucia melena rubia y un niño pequeño con la nariz llena de mocos apoyado en su cadera, estaban mirándolos a través del cristal. Llevaba puesta una vieja camiseta rosa y sus pies descalzos estaban cubiertos de arañazos. Caffery llamó al cristal. La niña abrió la puerta, se echó hacia atrás y los observó en silencio.
– Gracias.
Pulsó el botón del ascensor y las puertas se abrieron. Entró y se dio la vuelta para mirar a Maddox.
– ¿En qué piso vive?
– Diecisiete. No vamos a hablar con él, tío. Aún no.
– No te preocupes. -Caffery apretó el botón de 17. -Entra y veamos lo que pasa. Veamos cuántas veces se abre la puerta desde aquí hasta el diecisiete. Veamos hasta qué punto es factible la idea de Diamond.
Ambos hombres se quedaron de pie, con las manos en los bolsillos, observando cómo avanzaba la luz roja en el panel situado encima de la puerta.
– Imagina que eres él, Steve. Tienes un cuerpo en una bolsa de basura, justo aquí, en el suelo. Estamos hablando de un cuerpo de mujer acuchillado y doblado. Apestando.
el ascensor seguía ascendiendo: 9, 10, 11. Maddox estaba callado, mirando cómo avanzaba la luz roja: 12, 13, 14. Se detuvo y las puertas se abrieron. Una vieja con un impermeable y un tembloroso perrillo sujeto con una correa se quedó mirándoles.
– ¿Bajan?
– Subimos.
– Hummm… iré con ustedes. -Entró sonriendo, sujetando una pequeña capucha a su impermeable. Nunca se sabe si parará cuando vuelva a bajar.
Caffery miró a Maddox y murmuró.
– Recuérdalo. En el suelo.
Una mujer con dos niños pequeños subió en el piso 15, y después de la parada en el 17 el ascensor continuó hasta el último piso.
En la cabina ya iban seis personas y un perro. Maddox, incómodo, no dejaba los pies quietos. Durante el descenso hubo tres paradas más. En cuanto llegaron a planta baja, el ascensor iba repleto.
– Es de día -dijo Maddox al salir a la calle, frotándose la cara con cansancio. Así pues, las bajó por la noche.
– Ya. Pero ¿puedes imaginártelo bajando todos estos pisos de día o de noche? Y después sacarlas del ascensor.
Echó a andar hacia el coche. El GTI se tambaleaba precariamente sobre la grúa.
– Luego tuvo que recorrer toda esta distancia. Mira hacia arriba.
¿Cuántas ventanas ves?
– Jack, estamos en un barrio pobre. No sería la primera vez que alguien arrastrara un bulto sospechoso en medio de la noche.
– Has visto esos cadáveres -bajó el tono de voz. No me dirás que no notaste cómo olían. Incluso tres días después de muertos ya hieden. Lo sabes muy bien. Es un olor que no se olvida, un olor que lo impregna todo.
– Tal vez lo hizo en otro sitio.
– Seguro -asintió Jack. Bien, sigue aferrándote a esa idea, no pierdas la esperanza.
La expresión de Maddox cambió. Una vena empezó a latirle en la sien y cuando habló su voz sonó profunda y queda:
– Esta mañana he hablado con el jefe. Se ha enterado de que tenemos a un novato en el equipo, así que he tenido que cubrirte.
– ¿Me estás diciendo que el jefe prefiere las casualidades y las pruebas circunstanciales? -Sacudió la cabeza. Steve, el equipo F seguramente ha hablado con todos los racistas del este de Greenwich y estarán encantados ante la posibilidad de encerrar a un miserable camello. Enciérralo y te los quitarás de encima por unos días. El inspector Diamond estará encantado, lo lleva en las venas. Me pregunto si se comporta de este modo porque sabe que puede hacerlo, porque…
– hundió las manos en los bolsillos y fijó su mirada en los ojos de Maddox -porque tú se lo permites.
– Todavía estás en período de prueba, Jack. No lo olvides.
– No lo he olvidado.
– Te veré en Shrivemoor. Dile a Verónica que le deseo suerte con la quimioterapia.
– Steve, espera…
Pero ya se estaba alejando y Caffery tuvo que gritar para que le oyera por encima del ruido de la grúa.
– ¡Comisario Maddox! -Su voz resonó contra el edificio. Los niños que estaban en la entrada asomaron la cabeza sorprendidos. ¡Voy a demostrar que estás acusando a la persona equivocada! ¡El asesino ni siquiera es negro!
Pero Maddox siguió andando. La grúa se puso en marcha y el GTI de Géminis, cubierto con una lona blanca, dispuesto como un dosel en una boda india, se alejó por las calles de Deptford.
El pub estaba vacío. Un pastor alsaciano que se había echado a dormir cerca de la chimenea de gas abrió un ojo para observar a Caffery acercarse a la barra. Betty, la camarera, vestida con una escotada blusa de nailon, gafas con una montura desproporcionada y una cadenilla alrededor del cuello, ni siquiera se molestó en saludarle. Se sacó el cigarrillo de la boca y siguió inmóvil, esperando que Jack fuera el primero en hablar.
Caffery sacó su placa y dijo:
– Lo siento, otra vez la pasma.
– Ya. ¿Quiere una copa?
– ¿Por qué no? Un Bell’s. -Buscó unas monedas en su bolsillo. ¿Cómo va el negocio?
– No tiene más que verlo con sus ojos. Los periodistas han acudido en jauría y ahuyentando a la mitad de la clientela.
– ¿Ha hablado con ellos?
Betty pegó un respingo que hizo tintinear sus pendientes turquesa.
– No quiero su asqueroso dinero. Ojalá no hubiera sucedido nada de esto.
– Todos lo deseamos. -Caffery se sentó en un taburete. Betty, ¿recuerda al joven que interrogamos hoy?
– ¿Ese chico de color?, ¿el que se largó?
– Sí.
– Se llama Géminis. ¿No le parece que ponen a sus niños nombres muy divertidos? Acérquese -dijo ella. No había nadie más en el pub, pero pareció quedarse más tranquila cuando Caffery se estiró lo suficiente por encima de la barra para poder oírla. Géminis… -musitó. Los periódicos dicen que las chicas eran adictas, ya sabe, drogas…
– Ya.
– Pues debían conseguirlas en algún sitio, ¿no cree? -Se dio un golpecito en la nariz con aire conspirador. Y no digo más. -Pasó un paño por un vaso, comprobó que estaba limpio y lo puso frente a él. Finge que sólo las lleva de acá para allá en su coche, pero no soy ciega. Estoy segura de que eso les sirve para llevar a cabo sus pequeñas transacciones, ya sabe a qué me refiero.
– ¿Le conoce Joni?
– Por supuesto. -Betty entornó los ojos obsequiando a Caffery con la visión de sus brillantes párpados. Géminis siempre la lleva. A ella y a Pinky, si no ha venido en bicicleta.
– A ella y ¿a quién?
– Cuando estaba trabajando la llamaban Pinky.
– Rebecca -murmuró él, sintiéndose extrañamente confuso al oír su nombre en labios de esa mujer.
– Así se llama. Ahora es artista. Se sienta con sus pinturas en ese rincón del bar, ceñuda y sin pronunciar palabra en toda la noche.
De pronto, el alsaciano empezó a gruñir. Caffery se volvió y alcanzó a ver cómo se cerraba la puerta y la sombra de un hombre que se apartaba del cristal opaco.
– ¡Entra, cariño, está abierto! -le llamó Betty poniéndose el paño encima del hombro y saliendo de detrás de la barra. Abrió la puerta y por un instante escudriñó la calle, antes de darse la vuelta y dejar que se cerrara. Debía de ser uno de nuestros clientes habituales. Seguramente creyó que usted era de la prensa. Recogió el vaso de Jack, limpió la barra y lo puso sobre un posavasos limpio. Eso o sabía que es polizonte.
El perro se sentó cerca de la estufa y, bizqueando de placer, se rascó la oreja con la pata trasera.
Cuando Caffery salió del pub, las calles estaban vacías. El suelo ya se había secado pero de los árboles todavía caían gotas de lluvia. Súbitamente fue consciente de una sombra que le seguía y del débil chirrido de los frenos de una bicicleta.
– Buenas tardes, detective.
Rebecca paró su bicicleta y afirmó un pie en el bordillo para conservar el equilibrio. Llevaba pantalones cortos de color marrón y jersey ancho, su larga melena recogida en una coleta. Una carpeta de cuero iba sujeta al sillín de atrás.
Jack se metió las manos en los bolsillos.
– ¿Coincidencia?
– No exactamente. -Del lilo encima de ellos caían gotas sobre su jersey. Sigo yendo al pub, como ya debes saber… Te he visto salir.
– Comprendo. Él adivinó que ella tenía algo que decirle. ¿Has recordado algo?
– Pues sí. -Esbozó una mueca de disculpa. Seguramente no es nada, sólo una pérdida de tiempo…
Jack había olvidado lo bonita que era.
– Adelante -le dijo.
– De acuerdo… -Hablaba con ligereza, como si estuviera a punto de reírse. He recordado algo acerca de Petra.
– ¿Qué?
– Algunas veces antes de caer profundamente dormida, justo en ese momento en que parecen juntarse todos los sueños de noches anteriores…
– Sé a qué te refieres. -Caffery conocía muy bien ese instante. Era en ese lugar donde a menudo encontraba a Ewan y a Penderecki.
– Tal vez no tiene importancia, pero anoche estaba medio dormida y recordé a Petra diciéndome que era alérgica al maquillaje. Nunca se lo ponía. Puedes comprobarlo en mis pinturas. Siempre esta muy pálida. El sol rasgó las nubes e hizo parpadear a Rebecca. Pero en la foto que me enseñaste de ella parecía una… una muñeca. He visto objetos inanimados que parecían más reales que ella.
– Siento que lo vieras.
– No lo sientas.
– Rebecca…
Ella ladeó la cabeza y le miró. Una gota de lluvia cayó en su mejilla.
– ¿Qué pasa?
– ¿Por qué no me hablaste de Géminis? -preguntó Caffery.
– ¿Qué pasa con él?
– Ese día se fue con Shellene. ¿Por qué no me lo dijiste?
Ella cruzó los brazos y se miró los pies.
– ¿Por qué crees que no lo hice?
– No lo sé.
– No seas ingenuo. Trafica con drogas, se las pasa a Joni. Por eso no te lo dije.
– ¡Joder! -Caffery sacudió la cabeza. Rebecca, ¿no te das cuenta de lo importante que es?
– Por supuesto que sí. ¿Crees que he podido pensar en otra cosa? -Se mordió el labio. Pero Géminis no tiene nada que ver con esto.
– Muy bien, de acuerdo. Él se frotó la frente. Coincido contigo, pero el problema está en que soy el único. Todos los mandamases opinan que Géminis es su mejor opción. Está metido en un lío, Rebecca, en un auténtico y jodido problema.
– No ha sido él. No comprendo cómo siquiera puedes pensar…
– ¡No lo pienso! Acabo de decírtelo: ¡No creo que sea él!
– ¡Caray! -Sintiéndose aturdida giró el manillar para alejarse de él. No hace falta que te pongas así.
– Rebecca, escucha… -se suavizó sintiéndose estúpido. Lo siento. Es sólo que necesito un poco de ayuda. Necesito que alguien sea honesto conmigo y, para variar, me dé una tregua.
– ¡Por el amor de Dios! -murmuró ella. Todos necesitamos una tregua. Y a ti te pagan para que pongas esto en claro.
– Rebecca…
Pero ella no se dio la vuelta. Siguió pedaleando, con su jersey resbalando sobre su hombro moreno, dejando a Caffery en medio de la calle durante varios minutos, enfadado y confuso, mirando fijamente el punto exacto en que había sido tragada por la ciudad.