172899.fb2 El latido del p?jaro - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 31

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CAPÍTULO 30

Cuando Caffery llegó, Maddox estaba en la escalinata de la comisaría de Greenwich, al sol, comiendo una grasienta samosa y mirando con aire ausente a los estudiantes que bebían cerveza fuera del Funnel and Firkin. Las líneas de su frente parecían más profundas. Cuando Caffery le preguntó qué le pasaba, frunció el entrecejo señalando la puerta de la comisaría.

– Ese descerebrado ha arrestado a Géminis sin siquiera consultarme. Menudo gilipollas.

¿Te sorprende, Steve?, pensó Jack. ¿De verdad te sorprende?

– Supongo que tendré que suspender la fiesta -dijo.

– ¡Caray!, me había olvidado -dijo Maddox dándose un golpe en la frente. No. -Sacudió la cabeza con exasperación. Que se jodan, además ya hemos hecho demasiadas horas extra. Dejaremos a Diamond en la oficina para que al menos haga algo útil. Betts puede empezar con el interrogatorio y yo ya pasaré más tarde.

– Sólo tienes que decirlo, Steve, y la suspendo. Sólo la hago por…

– Lo sé. Todos lo hacemos por ellas. Ésa es la cuestión. Es la última gran idea del jefe: los hogares felices hacen policías felices. Ni maridos violentos, ni alcohólicos, ni suicidas.

– Muy años noventa. -Jack abrió la puerta para entrar. ¿A las ocho entonces?

Maddox terminó su samosa, arrugó la bolsa entre las manos y la tiró en una papelera situada al pie de la escalera.

– Muy bien, a las ocho.

Caffery evitó pasar por la sala de vigilancia y se dirigió directamente a las dependencias del segundo piso reservadas, en todas las comisarías metropolitanas, para uso exclusivo del AMIP.

Vestida con unos anchos pantalones verde oliva y una delicada blusa de popelín, Rebecca le esperaba sentada, mirando por la ventana, moviendo con gesto distraído un elegante pie y jugueteando con un colgante mejicano de plata que llevaba al cuello.

– Hola -saludó a Caffery.

– Encantada de verte.

– ¿Ah, sí?

Se quedó mirándola.

– ¿Estás enfadada?

– Sí.

Él se sentó frente a ella y se miró las manos.

– Cuéntamelo.

– ¿Te estoy incordiando? No quiero que pienses que soy una pesada, pero te lo dije muy en serio. Creo que él es muy importante.

– Me he perdido. ¿De qué estás hablando?

– Hablé con tu servicio de mensajes.

– ¿Mi servicio de mensajes? -Caffery se reclinó. ¿Y cuándo fue eso?

– Ayer por la tarde.

– ¿Llamaste a mi móvil?

– Sí.

Verónica. Caffery meneó la cabeza.

– Rebecca, no recibí el mensaje. Lo siento.

Ella suavizó la mirada.

– No pretendo agobiarte, pero he estado toda la noche despierta, pensando en aquello que me dijiste acerca de que debía tratarse de alguien bien situado, alguien en quien ellas podían confiar. Al extremo de… -se estremeció -dejar que les inyectara lo que fuera.

– No debería haberte contado todo eso. Espero que…

– No se lo he dicho a nadie. -Se echó hacia delante y su larga melena cayó sobre sus hombros. El año pasado Joni me llevó a una fiesta. El dueño de la casa no ocultaba que disponía de heroína y que se la inyectaría a quien quisiera un chute. Era médico y sabía hacerlo sin que doliera y exactamente en qué cantidad, bueno, toda esa clase de cosas. -Se reclinó en la silla. Y te aseguro que no le faltaban voluntarios.

– ¿Dices que era médico?

– Lo fue o estudió para serlo. Ahora es alguien importante en una compañía farmacéutica y creo que está relacionado con el St. Dunstan. -Se apartó el flequillo de la frente. Muchas chicas de la zona suelen terminar la noche en su casa. Tiene lo mejor de lo mejor, a la vista de todos. Casi siempre, al final de sus fiestas, se lleva a la cama a alguna chica que quiera echar un polvo. Un buen cliente. Hace años que funciona así.

– No ha sido mencionado durante los interrogatorios.

– Es un hombre muy discreto. Si una quiere que vuelvan a invitarla no debe soltar prenda. Tiene buen aspecto, es inteligente y posee un extraño atractivo. ¡Oh!, y además tiene un Patrick Heron alucinante.

– Sacudió la cabeza. Lo tiene precisamente allí, colgado de la pared, y todas esas putitas esnifando coca, ríen como unas idiotas y no se enteran de lo que tienen delante de las narices. -Se dio la vuelta y el sol provocó reflejos de miel en sus ojos verdes. Aquella noche creyó que yo era una puta y me pidió que me quedara. Le contesté que no y, bueno, nos peleamos. Nada importante. Le clavé las uñas en el cuello y le arañé bastante fuerte.

– ¿No insistió?

– Al final, ya no. Pero si me preguntas si es capaz de crueldad, de violar, o quizá de asesinato…

– ¿Qué responderías?

– No sé por qué, pero… respondería que sí. Hay algo desesperado en él.

– ¿Dónde vive?

Rebecca se dio la vuelta y señaló hacia la ventana.

– En la colina. En una de esas grandes casas de Croom’s Hill.