172899.fb2 El latido del p?jaro - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 32

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CAPÍTULO 31

– ¡Otro plato roto! -dijo Verónica al entrar en la cocina con los trozos para arrojarlos a la basura. Estoy pensando en esconder los vasos de mamá antes de que se rompa alguna.

Caffery descorchó una botella de Sancerre. Se había refugiado en la cocina para descansar unos instantes y no le sorprendió que Verónica eligiera el mismo momento para aparecer por allí. Sacó un recipiente del frigorífico y, cuando advirtió que Jack no pensaba contestarle, cerró la puerta con brusquedad.

– ¿Sabes quién es muy rara?

– No, ¿quién?

– No pretendo ser grosera, Jack, pero me refiero a Marylin. ¡Menuda imbécil! Yo estaba hablando tranquilamente con su marido, que es encantador, y de repente, sin razón alguna, ella viene y empieza a tratarme con distancia, como si estuviese ofendida.

Jack no respondió. Sabía exactamente lo que ella pretendía. Se había hecho la mártir durante toda la noche, llevando y trayendo, con una sonrisa triste y valiente en la cara, fuentes repletas de crostini, pimientos asados y tapénade. Ahora necesitaba atraer la atención, ansiaba una pizca de desasosiego para que la velada fuera completa.

– No me estás escuchando, ¿verdad? -dijo sirviendo humus mientras golpeaba la cuchara en el borde del bol. Creí que al menos podríamos seguir siendo amigos pero, al parecer, ni siquiera podemos mantener una conversación.

– No te esfuerces, Verónica, no pienso picar. -Sacó una botella de Médoc del armario. Estaba agotado y la fiesta le parecía un sacrificio que le estaba quitando parte de su precioso tiempo. No pienso discutir contigo, así que no te molestes.

– ¡Dios! -sacudió la cabeza con aire resignado. Eres un neurótico, Jack, endiabladamente neurótico. Sinceramente creo que deberías pedir ayuda.

– Estás borracha.

– No, no lo estoy. ¡Vaya contestación! -Dejó caer el bol en una bandeja y de pronto su expresión se relajó, como si no hubiera ocurrido absolutamente nada. A ver. -Buscó un paño de cocina. ¿Qué vamos a hacer con el champán? Saca las botellas del congelador, antes de que estallen. Se acercó a la ventana y apartó las cortinas con un dedo, como esperando ver algo más aparte de su reflejo en el cristal. Esos niños… -dijo con desaprobación. Es demasiado tarde para que sigan despiertos. Ahí fuera no puede pasarles nada bueno.

Y dejó caer la cortina.

La noche era pálida y, a pesar de que las cristaleras estaban abiertas de par en par, los invitados, al igual que las moscas que, precursoras de la tormenta, se habían arremolinado sobre las luces halógenas del patio, sentían que el cielo presagiaba lluvia y sólo los niños habían salido al jardín. Los adultos estaban dentro, de pie, formando corrillos, manteniendo en equilibrio platos y vasos. Nadie hablaba sobre el caso, ni siquiera cuando los niños no podían oírlos, como si un simple cuchicheo pudiera atraer la mala suerte. Caffery, con el Sancerre en una mano y el Médoc en la otra, se paseaba por el salón llenando vasos. En cierto momento se entretuvo para que Marilyn Kryotos le metiera un trozo de nan en la boca.

– Jack -dijo ella con voz queda, ¿todavía te interesa tu compinche Cook? Te lo digo porque no has vuelto a preguntarme nada y…

– ¡Mierda! -Intentó limpiarse la boca con el dorso de la mano sin derramar el vino. Lo siento, Marilyn, perdona. He estado ocupado en otra cosa y lo olvidé completamente.

– Tiene una reserva para el vuelo de Air India de mañana a las dos de la tarde. Si quieres puedo retenerlo.

– No; deja que se vaya. Supuse que él… bueno, no sé, creo que me estaba agarrando a un clavo ardiendo.

Ella dejó su plato y le tendió el vaso para que se lo llenara.

– De acuerdo, pero si cambias de opinión…

Se interrumpió. Su hija pequeña, Jenna, había irrumpido en el salón desde el jardín para aferrarse a las piernas de su madre, berreando y sacudiendo la cabeza.

– ¡Mamá! ¡Mamá!

– ¿Qué pasa? -preguntó Marilyn agachándose. Díselo a mamá.

– Hay alguien en el jardín -balbuceó con su media lengua.

– ¿Alguien?

– Monstruo.

– Jenna -Marilyn cogió la pequeña y regordeta mano de su hija y la sacudió suavemente, habla bien, por favor.

– Monstruo en… en… -se interrumpió para coger aire mirando por encima del hombro hacia el jardín -en el jardín.

Marilyn miró a los que la rodeaban y puso los ojos en blanco.

– ¿Podéis creéroslo? Justo cuando empezábamos a sentirnos a gusto y resulta que ahora hay un monstruo en el jardín.

– Es verdad, mamá -dijo Dean, el hermano mayor de Jenna, entrando por las puertas de cristal con la cara tan pálida como la luna. Lo hemos oído.

A su madre se le subieron los colores.

– Dean, te advertí que debías portarte bien.

– ¡Es verdad!

– ¡Dean! -le reconvino señalándole con un dedo. ¡Ya basta!

– Te diré lo que vamos a hacer, Jenna, princesa -dijo Maddox arremangándose con la solemne gravedad de alguien que no ha olvidado lo que es ser padre de niños pequeños. ¿Qué te parece si yo y mis detectives salimos fuera y arrestamos al monstruo? Deberás decirnos exactamente qué clase de monstruo es, así sabremos cómo esposarle.

– No sabemos de qué clase es -dijo Dean con seriedad. No le hemos visto, sólo le hemos oído arrastrarse entre las hojas.

– ¡Ah, bueno! Ahora todo está claro -exclamó Essex levantándose de su silla. Seguramente se trata de uno de esos monstruos invisibles que se agazapan en el lodo.

– Seguramente -convino Dean.

– En la policía nos las tenemos que ver a diario con montones de ellos. Incluso tu anciana mamá podría detenerlo con las manos atadas a la espalda.

– ¡Noooo! -aulló Jenna agarrándose a la falda de su madre y dando patadas en el suelo. ¡No salgas, mamá!

Marilyn le acarició la cabeza.

– Mamá se va a quedar aquí. Mira, la policía va a comprobar que el monstruo ya se ha ido.

– ¡Cazafantasmas! -exclamó Essex, y salió corriendo al patio aterrizando sobre el césped con las rodillas. ¡Astro de la Noche contra Suzie Wong, flor de oriente y gran Doshu del camino del Loto, dueña de la técnica secreta de dislocación kan-pum-set-pum-su-waza! imitó al presentador de un combate.

Una sonrisa cruzó el rostro de Dean.

– ¡Ataco desde el inconsciente, Ki-ai!

Caffery, agradecido por la forma en que sus compañeros distraían a los niños, dejó las botellas en el alféizar de la ventana y se dirigió al centro del jardín donde Essex simulaba atacar a los arbustos arrojando una sombra como la de Kali, la diosa de los innumerables brazos. Maddox siguió sus pasos golpeando las plantas, buscando debajo de los guisantes de olor, apartando las ramas de un sauce llorón.

– ¡Aquí no hay nadie! -gritaba. ¡No hay ningún monstruo!

– ¡Por aquí tampoco hay nadie! -confirmaba Caffery a Jenna, que se arriesgó a separar su cara cubierta de lágrimas de la falda de su madre para mirar de reojo al jardín mientras se mordía los nudillos.

Essex, sorprendentemente ágil para su tamaño, lanzó unas patadas al aire.

– Suzie Wong dice: «¡Apártate de mis amigos, monstruo!».

Jenna, con la timidez propia de los niños, sonrió con el dedo en la boca y volvió a apoyar su cabeza en el regazo de Marilyn con la risa bailándole en la comisura de la boca.

– Suzie es un nombre de chica -murmuró, no de chico. Es tonto.

– ¿Verdad que sí? -coincidió Marilyn.

– Munen mushin! Ki-ai, ki-ai!

– Sí, ki-ai, ki-ai -repitió pacientemente Caffery y subió los escalones hasta la casa sonriendo a los que estaban mirando por la ventana. ¿Verdad que nos sentimos más seguros sabiendo que hombres como Essex nos protegen?

Marilyn ladeó la cabeza para mirar el jardín.

– Parece como si se lo hubiera tragado la tierra.

– ¿Cómo?

– Essex ha desaparecido.

Caffery se dio la vuelta. En el jardín reinaba el silencio.

– Se lo ha comido -dijo Marilyn con una risa nerviosa.

– Mmmm… ¡Menuda porquería tendremos en el jardín!

– Lo dudo, Jack -dijo Maddox, con las mejillas encendidas y sonriendo burlonamente, tendiendo un vaso para que se lo llenara. No creo que ni un monstruo pueda tragarse a Essex.

– No te preocupes -suspiró Caffery. Mañana por la mañana veré lo que queda de él.

– No, será mejor que no lo hagas -repuso Maddox meneando la cabeza. Olvídalo. La carne de cerdo cruda es buena para los rosales.

– ¡Qué asco! -exclamó Marilyn.

Del silencioso jardín sólo llegaba el suave murmullo de la brisa meciendo las hojas del sauce y anunciando la tormenta. Essex efectivamente, parecía haberse desvanecido. Caffery recorrió con la mirada los oscuros rincones del jardín intentando adivinar cuál era el truco, dónde habría podido esconderse.

– ¿Dónde estará?

– Se lo ha llevado el monstruo -sollozó suavemente Jenna.

– No seas tonta.

Maddox lanzó una mirada a Caffery con las cejas levantadas.

Caffery se encogió de hombros.

– A mí no me mires.

– Se lo ha comido el monstruo -insistió Jenna.

– Todo esto es ridículo -dijo Verónica en voz baja, saliendo para buscar por el jardín. En tu jardín no hay monstruos, ¿verdad Jack?

Caffery dejó las botellas y bajó despacio los peldaños que conducían al césped.

– ¿Paul?

En los parterres reinaba e silencio; las pequeñas manchas de Clematis stellata parecían flotar en la oscuridad fantasmagóricamente. Apartó las ramas del sauce y miró hacia abajo. En la vía del tren la oscuridad era aún más profunda. Penderecki tenía las luces apagadas.

– Voy a matarle -dijo Maddox detrás de Jack. En cuanto te encuentre, te mato. Ya está bien de bromas. Estás asustando a los niños. -De pronto se interrumpió. ¿Qué ha sido eso? ¿Lo has oído?

– ¿Qué?

– Eso.

Algo oscuro se abalanzó sobre ellos desde las sombras. Instintivamente, Maddox se agachó. Dean soltó un grito desde el patio y Caffery dio un ágil salto hacia atrás.

– ¡Pero qué…! -Sorprendido, vio a Essex corriendo grotescamente por el césped, meciendo los brazos como un mono.

– Ki-ai, Ki-ai!

– Idiota -dijo Caffery riendo.

Entre risas, los invitados regresaron a la sala.

– Maldito loco -le increpó Maddox señalándole con el dedo. Esto va a costarte caro.

– Ki-ai, Ki-ai? Munen mushin? -repuso Essex con tono lastimero.

– ¿Dónde estabas escondido?

Se mesó el pelo y sacudió la cabeza.

– Lo único que sé es que me llevaron en una nave espacial.

– Supongo que se dedicaron a hacer experimentos sexuales contigo, ¿verdad?

– ¡No me digas que también te ha pasado a ti! ¡Vaya, vaya! -Rodeó los hombros de Maddox y Caffery para llevarlos de vuelta hacia la casa. ¿En qué año estamos? ¿Todavía ocupa el trono la adorable señora Thatcher?

En el salón, Jenna se quedó mirando fijamente a Essex sin saber si reír o llorar. Marilyn, aún pálida, le dio un golpe en el brazo.

– No vuelvas a darme un susto así. -Suspiró y bajó la cabeza para hablar con Verónica.

Dios no les dio sangre suficiente para irrigar a la vez su cerebro y sus fantasías, y si intentamos que ambos funcionen al mismo tiempo… -Agitó la cabeza con expresión compungida. Creo que la palabra «calamidad» no es lo bastante adecuada.

– Y que lo digas -respondió Verónica con voz inexpresiva.

A medida que se acercaba la tormenta el calor iba aumentando y el hielo se fue fundiendo en las cubiteras de acero. Las fuentes de queso y embutidos se apartaron una vez vacías y del montón de baguettes sólo quedaron unas migas. Alguien había propuesto un CD de los valses de Strauss y Marilyn estaba bailando con Essex, tropezando con todo el mundo y riéndose. La habitación se iluminaba intermitentemente con el fulgor de los relámpagos.

Caffery, con una copa de vino en la mano, estaba en un rincón observando a Dean. Cuando desapareció Ewan tenía más o menos la misma edad. Seguro que la habitación le parecía igual de grande, tenía los mismos miedos y el jardín le producía el mismo desasosiego. De pie, la barandilla le llegaba a la altura de los ojos, igual que a Ewan.

– Bonita casa -dijo Maddox, arrancándole de sus recuerdos.

Seguro que no la has conseguido con tu sueldo.

Caffery lo miró.

– No, claro que no. -Contempló su copa de vino. Era de mis padres, me dejaron con ella.

– ¿Te la dejaron?

– No. Me dejaron a mí con ella. -Sonrió haciendo girar el vino en la copa. Me la vendieron tirada de precio. Les alegró mucho perderla de vista. A mí también.

– ¿Todavía viven?

– Sí, en alguna parte.

– Vaya. -Maddox asintió pensativamente con la cabeza. Resulta muy curioso que nunca lo hayas mencionado.

– Sí, supongo que sí. -Incómodo, Jack tosió para aclararse la garganta. ¿Vino?

– Gracias. Una más no me hará ningún daño. -Jack le tendió una copa. Romaine le ha dado oficialmente un sobresaliente a la cocina de Verónica. Esta noche se ha superado. -Se bebió de un trago la mitad de la copa. Pero ya tengo que irme. Quiero pasar por Greenwich para ver cómo le van las cosas a Betts.

– ¿Cómo va todo?

– Una vez lo sepa la prensa, bastante mal.

– No crees que salga bien, ¿verdad?

Maddox escrutó el rostro de Caffery, luego le cogió de un brazo y se lo llevó a un aparte.

– Si quieres que te sea franco…

– Sí.

– Nunca conseguiremos que la acusación contra Géminis se sostenga.

– No te recordaré que ya te lo había advertido.

– Ya -suspiró Maddox. A las nueve de la mañana empieza el primer aplazamiento y cuando haya concluido deberemos acusarle, tengamos o no tengamos pruebas: serología está remoloneando y en el registro del apartamento no conseguimos nada. Los del departamento de órdenes de registro creen que somos unos chicos muy graciosos, el hazmerreír de Greenwich. Pero… -Maddox apuró su copa y removió el vino dentro de la boca como si no le gustara lo que estaba a punto de decir. Nos ha dado una pista. Asegura que las chicas tenían un cliente en Croom’s Hill. Acompañó a la última hasta allí unos diez días atrás. Cree que se trataba de Shellene Craw y afirma que tuvo relaciones sexuales con ella, lo que explicaría el pelo.

– ¿Croom’s Hill?

– Sí. ¿Te suena de algo?

– Steve -Caffery se le acercó con excitación, esta tarde Essex y yo estábamos trabajando en ello…

– Continúa.

– Se trata de alguien de buena posición. Pero padece un pequeño problema: tiene mono. Lo soluciona con un simpático colombiano, y el opio es del Triángulo de Oro. Un cliente habitual. También es el accionista mayoritario de DCC Plc.

– ¿De qué?

– Una compañía farmacéutica. ¿Has oído hablar de Snap-Healer?

– Me suena.

– Es un producto para el asma. DCC acaba de conseguir la exclusividad, las ventas se han disparado y la vida le sonría. También…

Un trueno retumbó en el jardín haciendo vibrar una bandeja llena de copas de pie alto. Algunas mujeres se sobresaltaron y Marilyn soltó una risita nerviosa. Essex fue a cerrar las cristaleras pero Verónica le detuvo.

– No, déjalas así. Me gusta la lluvia. -Contemplaba el jardín como si esperara que algo fuera a suceder.

Las gotas de lluvia empezaron a caer en el patio y un olor a tierra húmeda inundó el salón. Jack se dio la vuelta hacia Maddox y murmuró:

– También es miembro del comité de dirección del St. Dunstan.

Maddox guardaba silencio contemplando la lluvia. Cerró brevemente los ojos y asintió.

– Continúa.

– Hizo estudios de medicina. Chuta con heroina a sus invitados. Yo estaba a punto de investigar a otro, a un técnico del St. Dunstan, pero de pronto aparece éste y todo empieza a encajar.

Y ahora vienes tú y me hablas de Croom’s Hill. -Vació su copa de un trago. Deja que me encargue de esto. Dama una semana. Me ocuparé de todo personalmente.

Jack, no puedo chascar los dedos y… De acuerdo, conseguiré un permiso de cuarenta y ocho horas del jefe. Luego ya veremos.

– Mira, Jack -terció suavemente Romaine, enlazando su brazo con el de Maddox mientras sonreía a Caffery, debes aprender la regla de oro: fuera del trabajo no hablar de trabajo.

– No estábamos haciéndolo -dijo Maddox.

– Mientes. Puedo verlo en tu cara.

– NO le hagas caso, Jack. Quiere que pida la jubilación anticipada.

– Debes comprender a mi marido. -Le dio unos golpecitos en el pecho. Intenta que todos estén contentos y eso repercute en él.

Maddox cogió su mano y le besó la muñeca.

– Ya lo habíamos dejado, te lo prometo. Sólo estaba mirando a Marilyn y a sus niños. Ya sabes, recordando a Steph y Lauré cuando tenían su edad.

– ¡No me digas que te estás poniendo sentimental! -Le besó y se echó hacia atrás frunciendo la nariz. ¡Uf!, qué aliento. Ya veo que esta noche tendré que conducir yo.

– Sólo he tomado… -abrió la boca para que su mujer le rociara con un aerosol para refrescar el aliento -un par de copas.

– Es culpa mía -dijo Caffery, soy el camarero y…

De pronto la cara de Romaine cambió de expresión y se llevó un dedo a la boca pidiéndole silencio.

– Mira -articularon sus labios con los ojos clavados en las puertas que daban al jardín, date la vuelta.

Caffery tomó conciencia de que todas las conversaciones se iban apagando y los invitados se volvían para mirar las puertas cristalera.

– Mira… -repitió Romaine, señalando el jardín con un dedo.

Casi horrorizado, presintiendo lo que iba a ver, Jack se dio la vuelta.

Dean, paralizado, estaba sentado en el umbral de la puerta con la cara pálida y tensa. Detrás de él, Verónica, fascinada ante lo que veía, sonreía levemente. Las cristaleras estaban abiertas de par en par hacia la noche y, bajo el pálido reflejo de la luz, empapado por la lluvia y sujetando algo entre los brazos, estaba Penderecki con su pelo, ralo y alborotado, fosforescente bajo el resplandor de los relámpagos.

En el salón reinaba un absoluto silencio. Caffery, atónito, tenía la mirada clavada en los ojos de Penderecki, incapaz de adivinar qué llevaba entre los brazos.

Penderecki se lamió sus gruesos labio y sonrió avanzando un paso. Todos se apartaron y él, muy despacio, guiñó un ojo. Luego, con un sonido que recordaba un suspiro, dejó caer una brazada de huesos a los pies de los invitados.