172899.fb2 El latido del p?jaro - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 46

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CAPÍTULO 45

La mujer que estaba detrás de la barra siempre le saludaba con un gesto. Era una vieja vaca reseca que desperdiciaba el maquillaje con que se embadurnaba la cara como si estuviera en carnaval. Alguna vez se había forzado en responder al saludo, pero, un día de la semana pasada, pasó por el bar antes de lo acostumbrado y la sorprendió hablando con el inspector Caffery. Bliss, en la puerta, furioso y nervioso, decidió que por su ligereza merecía que la ignorara. No se acercó a la barra y tomó la copa en el salón.

Joni no tardaría en llegar y, a pesar de excitación, estaba decidido a mantener la compostura. Después de todo el tiempo que había pasado, tenso y sufriendo, porque Joni restregaba sus tetas artificiales en la cara de cualquiera, había aprendido a dominarse y adoptar la conducta que se esperaba del cliente de un pub, lo que facilitaba la petición de Harteveld de recoger información sobre las mujeres que frecuentaban el local. Bliss nunca se precipitaba, tan sólo invitaba a copas y escuchaba. Era tan inofensivo que las chicas miraban directamente a través de él como si no existiese, charlando sobre sus cosas personales y él se enteraba de lo difícil que sería que se denunciara su desaparición a la policía.

Hubieran estallado en carcajadas si se les hubiera insinuado o pellizcado sus pequeños muslos. Así que se quedaba tranquilo esperando el día en que las chicas llegarían a él, mucho más cariñosas en la muerte que en la vida.

Se abrió una puerta y la luz entró en el bar. Joni. Sorprendido, Bliss se alzó levemente, saboreando el momento, pasándose la lengua por los dientes. Unos pasos detrás, la seguía su amiga. Bliss se dejó caer en la silla sintiendo que le invadía la rabia.

La amiga Joni no le gustaba. Era una puta arrogante que se consideraba pretenciosamente «una artista» y que andaba pavoneándose por los bares pintando a las chicas como si pudiera dignificarlas a través del arte. Y a los clientes también. El propio Bliss había sido pintado varias veces por ella, pero él no se olvidaba de cuando ella era una de las «chicas». Su nombre de batalla era «Pinky». Se hurgó la nariz observándola pensativamente. Se dirigió hacia la barra con la cabeza muy alta, sin molestarse en mirarlas.

Joni se acercó con aspecto aburrido.

– Hola, Joni -sonrió él.

– Hola, Malcom -suspiró ella resignada, debí imaginar que estarías aquí. Nada cambia, ¿verdad?

Dejó caer su bolsa en el suelo y se sentó en un taburete tapizado, estirando las piernas con su trasero justo en el borde del asiento. Llevaba unas botas de piel hasta la rodilla y una falda de ante que le llegaba hasta medio muslo. Su pelo rubio, sujeto con dos pasadores de plástico, tenía el mismo corte que el de todas las chicas que veía por la calle. A Bliss no le gustaba. Le irritaba esa manía de Joni en arreglar lo que no estaba estropeado, esa obsesión por el cambio.

Se esforzó en sonreír.

– ¿Una copa, Joni?

– Está bien. -Se miraba las uñas con el labio inferior hacia fuera.

Se comportaba como una niña. Desde que Bliss la conocía no había madurado en absoluto. Ya no resultaba graciosa; debía decírselo. Decirle que ya no tenía gracia, que le cabreaba más de lo que podía soportar.

– Vino, supongo.

Más allá, la artista esperaba con la cabeza en alto, como un caballo al que tiran del bocado. Demasiado buena para ese lugar. Él se acercó sonriendo amablemente.

– Buenas tardes.

Ella le dirigió una mirada despectiva.

Bliss sonrió para sí mismo. Puta. Cogió la copa que le tendía la mujer detrás de la barra y limpió cuidadosamente donde sus dedos habían tocado el vaso de Joni.

Cuando le llevó la copa, Joni no le dio ni las gracias, pero a él no le importó. Estaba acostumbrado.

– ¿Estáis bien, chicas? -preguntó. Su misma excitación le había llenado la boca de saliva y debía hablar cuidadosamente para no escupir. Parece que las cosas os van muy bien, ¿verdad?

– No, no nos van bien. -Joni apretó los labios haciendo un puchero. Han encontrado el cadáver de una mujer negra en la calle justo detrás de la esquina de casa.

– Vaya. -Bliss tomó un sorbo de cerveza. ¿Ya saben quién es?

– No. -Lanzándole una mirada asesina, Joni cogió con un gesto de impaciencia su bolso, apuró su copa y se dirigió a la escalera meneando su rubia cabeza.

Bliss y la artista se quedaron en silencio. Ella bebía su cerveza despacio.

– Bueno -dijo él, debo admitir que nunca había visto a Joni tan perturbada.

La artista asintió con un gesto.

– Está preocupada -dijo mirando su copa. Dice que está considerando largarse de Greenwich.

Bliss sintió un escalofrío, pero antes de replicar dejó que desapareciera el nudo de su estómago y la tensión de su polla.

– ¿Ah, sí? -repuso mirando hacia la escalera. Y ¿adónde piensa ir?