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En Shrivemoor se estaba organizando el puerta a puerta. La oficina de investigación olía a café, a camisas recién salidas de la lavandería y a loción para después del afeitado. Cuando Jack llegó, pelo húmedo y traje arrugado, Marilyn y Essex estaban con Maddox en la oficina del SIO. Ignorando sus miradas, sacó una guía telefónica de su escritorio y buscó las páginas de Lewisham. Sabía que tenía la respuesta, que estaba tan cerca de ella como los latidos de su corazón. Tan sólo necesitaba buscar en la dirección adecuada.
Rápidamente garabateó cinco nombres. Cada una de las calles situadas en un radio de cien metros alrededor del solar en construcción de Brazil Street.
– Marilyn -dijo ensañándole el papel mientras se levantaba, pásalo por el ordenador y dame los resultados… -Encima de la mesa, donde lo había dejado la noche anterior, seguía el fax del St. Dunstan. En su arrugada primera página se leía la lista de nombres encabezados por la letra B: Bastin, Beale, Bennet, Berghassian, Bingham, Bliss, Bowman, Boyle.
– ¿Jack?
Pero la expresión de Jack había cambiado. Sus ojos miraban fijamente la dirección escrita bajo el nombre de Bliss: «34 A. Brazil Street».
La cara en la pintura de Rebecca… los dientes estropeados. Bliss quejándose de las obras cuando le visitó en el St. Dunstan por primera vez. Maldita sea, ¿cómo he podido pasarlo por alto?
– Jack, ¿qué ocurre?
Levantó la mirada. Maddox, Essex y Marilyn le estaban observando.
– ¿Dónde estás?
– Lo siento, yo…
– Estaba diciendo que podrías encargarte del puerta a puerta. -Maddox cruzó los brazos. Improvisa un cuestionario con Marilyn.
– No puedo. -Jack arrancó la página del fax y se la metió en el bolsillo. Necesito que me acompañe un hombre.
Maddox suspiró.
– Adelante, elige al que quieras. -Señaló con la barbilla a Essex. Él, supongo.
Bliss, tiró de Rebecca hacia el ventanuco, haciendo que su cadera se golpease contra la pila. Una tetera se estrelló contra el suelo salpicando de té.
– ¡Déjame, cabrón!
– Cierra la boca -siseó él. Cierra la boca y no grites.
– ¡Malcom, por favor!
Sus calientes manos le aferraron los brazos.
– ¿Qué coño crees que estás haciendo?
– He dicho que te calles. -Y luego la maniató con la cinta de embalar.
La maldita cinta de embalar que yo misma he abierto, pensó ella. Se apoyó con todo su peso contra el fregadero y se debatió con desesperación, en vano.
Este hijo de puta tiene fuerza, pensó. Nunca lo hubiera imaginado. Me ha atrapado…
Bliss intentaba ahora amordazarla con un trozo de cinta. ¡No! Apartó la cabeza, pero él consiguió pegar la cinta y se alejó por el corredor.
¡Dios mío! Retorció violentamente las manos, pero la cinta se ciñó todavía más a sus muñecas. ¿Qué intentará ahora?, se preguntó presa del pánico.
Un portazo. El piso se quedó en silencio.
Rebecca, inclinada sobre la pila del fregadero, respiraba con fuerza por la nariz, con todos sus sentidos alerta. Fue mordisqueando la cinta que la amordazaba hasta que consiguió despegarla.
Tenía las manos atadas alrededor de una tubería al otro lado del ventanuco. Puso una rodilla encima de la pila, encaramándose encima del fregadero. Los platos acumulados sonaron estrepitosamente.
– ¡Joni! -gritó. ¡Joni!
Silencio.
– ¡Joni!
Jadeante, Rebecca dejó caer la cabeza.
Vamos, tranquilízate y haz bien las cosas. ¿A qué está jugando ese cabrón? ¿Qué pretende?
La respuesta apareció cara y fría en su mente cortándole la respiración.
¡Dios mío! ¡No…!
Helada, sobre el fregadero con la ropa mojada y los ojos desorbitados, con las rodillas sangrando, contuvo la respiración mientras el corazón parecía a punto de estallarle.
No seas ridícula, Becky, no puede ser él, es imposible.
¿Y por qué no? Joni ni siquiera está aquí. Me ha mentido para conseguir que entrara en su casa.
Pero… ¿Malcom? ¿Y por qué no?
La adrenalina le recorrió el cuerpo haciéndola reaccionar. Tomando aire, retorció sus manos frenéticamente, dispuesta a arrancarse el brazo antes que quedar atrapada en ese lugar.
Tú, la chica dura sabelotodo, ¡maldita idiota!, tú solita te has metido en esto.
– No te muevas -le susurró Bliss al oído sobresaltándola. Y cierra tu jodida boca o me veré obligado a utilizar esto.
El inspector Basset estaba sentado en su despacho con las piernas estiradas, la silla inclinada hacia la pared y las manos cruzadas sobre el estómago. Se había quedado durante más de una hora mirando por la ventana cómo la gente iba de compras por Royal Hill mientras se limpiaba las uñas con un clip pensando en Susan Lister y su marido. Esa misma mañana el comisario jefe les había endilgado un sermón sobre la conveniencia de mantener un estrecho contacto con el AMIP.
El teléfono de su escritorio empezó a sonar.
Basset dejó caer las patas de la silla.
– ¿Sí?
– Soy Violet Frobisher.
Rebecca se dio la vuelta violentamente. Jadeante, con los ojos enloquecidos, enseñando los dientes.
Bliss retrocedió con un dedo sobre sus hinchados labios. Se abrió la chaqueta y, desviando los ojos como si lo que estaba a punto de enseñarle fuera tan indecoroso que ni siquiera él fuese capaz de verlo, señaló hacia abajo: remetido en la cinturilla de los pantalones de chándal, descansando como un bebé contra su estómago, había un pequeño serrucho eléctrico.
Lo acarició tiernamente, suspirando como si formara parte de su propio cuerpo.
– Recuerdo tu clítoris, Pinky. He visto tu coñito rosa.
– ¡No te acerques! -Se echó hacia atrás. El grifo se clavaba en su espalda, el agua goteaba por su cuerpo.
– Si eres buena y te estás quietecita, lameré tu clítoris.
Entre sus torcidos dientes se atisbaba su lengua bulbosa. Como un gato olfateando una hembra en celo. Se llevó una mano a la boca y la lamió desde la muñeca hasta la punta de los dedos.
– Mmm, clítoris rosado. ¿Te gustaría que te lo chupara? -sonrió saboreando cada palabra. El adorable clítoris rosado de Pinky.
– ¡Que te jodan! -Forcejeó desesperadamente. ¡Cabrón!
– ¡No! -Bliss golpeó con fuerza el fregadero. ¡Que te jodan a ti, puta! -Empuñó el serrucho poniéndolo en marcha delante de su cara. ¡Jódete, zorra del demonio!
Ella retrocedió frenéticamente y la cinta que la maniataba se rasgó. De pronto estuvo libre. Perdió el equilibrio y cayó contra la pila del fregadero mientras Bliss la miraba atónito. A continuación, el mango del serrucho la golpeó brutalmente en la nuca.
Caffery conducía lentamente por Brazil Street.
10, 12, 14.
Pasó frente a la verja del edificio de la escuela. La lluvia había amainado y la excavadora estaba trabajando.
28, 30, 32, 34… 34.
La fachada tenía un revestimiento rugoso y en las ventanas de la primera planta ensanchado el sendero que conducía hasta un horrible garaje adosado. Vacío.
– Le conozco -dijo Essex mientras Caffery pasaba por delante de un coche. De un Rover verde botella aparcado en el sendero y medio escondido por un murete de ladrillos, salió un hombre de pelo canoso vestido con un traje oscuro. Echó una ojeada dentro del garaje. Caffery acercó el Jaguar al bordillo de la acera.
– ¿Qué estará pasando? -Essex se metió el teléfono en el bolsillo. Es el inspector Basset, del CID de Greenwich. Vamos.
Se dirigieron aprisa hasta el sendero de la casa vecina para no ser vistos desde la planta baja. Basset estaba husmeando por la ventana. Cuando vio a Essex gesticulando desde el jardín de enfrente pareció perplejo y alarmado.
Corrió hacia ellos.
– ¡Joder! -siseó. Espero no haber metido la pata. Debería haberlo comprobado pero pensé que no ibais a hacerle caso y estaba volviéndome loco con sus llamadas…
– Calma -dijo en voz baja Caffery, cogiéndole por la manga y llevándoselo detrás de la valla. ¿De qué me estás hablando?
– De la señora Frobisher, ya te hablé de ella.
Caffery y Essex intercambiaron una mirada.
– ¿Que nos hablaste de quién?
– Ya sabes, esa que tiene ese vecino.
– Ya me he perdido -murmuró Essex.
– Te telefoneé. ¿Recuerdas? Te dejé un mensaje para que averiguaras lo que estaba pasando. Al no saber nada de ti supuse… -Se removió inquieto mirándolos alternativamente. Por lo visto no sabéis nada sobre la señora Frobisher y su vecino. ¿Tampoco sobre los olores? ¿Ni del congelador que se descongela? -Se puso de puntillas y echó una mirada por encima de la verja. ¿Ni de pájaros muertos en la basura y ahora, además, que alguien grita en el piso?
Caffery se masajeó las sienes.
– Tenemos un sospechoso en el 34 A. Es esa casa.
– Frobisher vive en el 34 B. Es su vecina del piso de arriba.
– ¿Y cuándo dices que me dejaste ese mensaje?
– Más o menos una semana, cuando la prensa publicó el asunto Harteveld.
– ¡Mierda! -Caffery miró a Essex, que tenía los ojos fijos en sus zapatos.
– Diamond -dijo.
– El mismo -suspiró Caffery. Bien, ¿qué sabemos?
– No hay nadie.
– ¿Has entrado?
– No. La señora Frobisher llamó hace unos veinte minutos diciendo que había oído gritos. La pobre vieja tenía un susto de muerte. No quería volver a molestarnos porque creía…
– ¿Porque creía que nos estábamos ocupando del asunto?
– Exactamente -Basset parecía incómodo. ¡Mierda! Al jefe le va a encantar todo esto.
Se oyó un ruido procedente de la casa. Los tres se agacharon detrás de la valla. La señora Frobisher salió a la puerta con una bata azul y zapatillas a cuadros. Un gato se frotaba contra sus tobillos.
– Señora Frobisher -Basset la miró la mano, y luego se la estrechó, observando por encima de su hombro a Caffery y Essex. Lo siento, señora Frobisher, permítame que le presente al inspector Caffery y al detective Essex.
Ella inclinó la cabeza a modo de saludo.
– Estaba preparándome un té. ¿Os apetece?
– Gracias -dijo Essex entrando en la casa.
El piso estaba limpio aunque desordenado. Las revistas se apilaban en los rincones y un ligero olor a comida subyacía bajo el aroma del ambientador. Los hombres se sentaron en una salita contigua a la cocina en unos desvencijados sillones, dejando vagar la mirada por los objetos de decoración que coleccionaba la señora Frobisher: peluches, una selección de tazas procedentes de estaciones de servicio, fotos de Gregory Peck arrancadas de revistas y con marcos imitación plata.
En la cocina, la señora Frobisher hablaba sola mientras reunía el servicio de té. Luego abrió un paquete de galletas.
– Recuerdo que fue ayer hacia las cuatro de la tarde, porque estaba viendo Judge Judy y acababa de prepararme una taza de té. -Dejó la bandeja en la mesa. El gato dormitaba debajo de ésta plácidamente. Tippy estaba bebiendo su plato de leche cuando oí un gran alboroto. Ese hombre estaba fuera, con una chica joven.
– ¿Recuerda cómo era la joven?
– Todas me parecen iguales. Rubia, con la falda corta por aquí. Andaba dando traspiés. Vomitó en el sendero y él tuvo que llevarla a cuestas hasta la casa. Bueno, pues después de eso ya no volví a verle el pelo a esa chica. Ni volví a pensar en ello hasta esta mañana cuando de repente oí… -La taza de té tembló ligeramente en su mano. La oí gritar de una forma que me heló la sangre.
– ¿Tiene una llave del piso de abajo?
– ¡Oh, no! No es mi inquilino, pero…
– ¿Sí?
– Se ha dejado una ventana abierta en sus prisas por marcharse.
– ¿Sabe dónde ha podido ir?
– Sé que tiene otra casa, en el campo, creo. Tal vez se ha ido allí porque ha cogido el coche. -Miró a Basset. ¿Recuerda que me dijo que me fijara en la marca?
– ¿Lo ha hecho?
Asintió con un gesto de cabeza.
– Un Peugeot. Debería haberlo sabido porque mi nuera tiene uno igual.
Essex entró por la ventana mientras Caffery le esperaba en el garaje, pensando en lo resguardado que estaba, en lo fácil que sería hacer marcha atrás por el camino con un coche, abrir el maletero y…
– Jack -Essex abrió la puerta: estaba lívido, es él. Lo hemos encontrado.