172899.fb2 El latido del p?jaro - читать онлайн бесплатно полную версию книги . Страница 51

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CAPÍTULO 50

Caffery y Essex se sorprendieron al encontrar a Lola Velinor sentada en su oficina del St. Dunstan con su hermoso pelo negro recogido en un moño y un discreto collar de perlas sobre una blusa azul marino. Y comprendieron que el cadáver de Peace no había aparecido en su jardín por casualidad.

– No me dijo que estuviera en personal.

– No me lo preguntó.

– ¿Quién es el responsable de este departamento?

– Yo.

– ¿Y Bliss?

– ¿Malcom? Es mi ayudante. Está de vacaciones.

– Conocía a Harteveld.

Ella irguió la cabeza y frunció el ceño.

– Sí, ya se lo dije cuando me interrogaron.

– Necesitamos una dirección -dijo Jack.

Lola Velinor le miró plantándole cara con su rostro bizantino y entrecerrando los ojos.

– No tengo por qué darle nada, inspector.

– Se equivoca. Sección 17, artículo 19. Si me da la gana puedo llevarme sus archivos ahora mismo…

– Jack, hagamos esto con tranquilidad -terció Essex.

Lola Velinor apretó los labios. Se levantó y los acompañó hasta el sitio donde Wendy, de vuelta al departamento de personal, estaba sentada como un ratón de biblioteca entre los archivos.

– ¡Inspector Caffery! -Wendy se levantó. ¿Le apetece una taza de…?

– Wendy -la mandíbula de Lola Velinor se endureció. Déle al inspector Caffery todo lo que tengamos sobre Malcom Bliss.

– ¿Malcom Bliss?

– Eso he dicho.

– ¡Oh! -Ruborizada, abrió un cajón del archivador que tenía más cerca. Aquí está. -Abrió la carpeta. Brazil Street número 34, es su dirección en Lewisham. Y también está la de su madre, que murió el año pasado. Le dejó un pequeño chalet en Kent. Wildacre Cottage. Si lo desean puedo darles la dirección y el número de teléfono.

Mientras Essex anotaba los datos, Wendy le miraba pestañeando detrás de sus gruesas gafas.

– Solía bajarse la cremallera por debajo del escritorio -dijo. Me refiero a que se tocaba mientras hablaba con las mujeres. -Sacó un pañuelo de su manga y se lo pasó por la boca con mano temblorosa. ¿Es por eso que tiene problemas?

– Por algo parecido -dijo Essex.

El mango del serrucho le había producido a Rebecca un hematoma en la cabeza, provocándole momentos de aletargamiento y un dolor agudo si agachaba la barbilla. Pero su mente se mantenía incólume y sabía exactamente lo que ocurría a su alrededor.

Se quedó tendida con los ojos cerrados, reconstruyendo lo que Bliss le había hecho. Después de desnudarla de cintura hacia abajo, le había atado los tobillos a la parte posterior de los muslos utilizando la misma cinta de embalar. Luego la tumbó de lado en el suelo y le ató las manos sobre el estómago.

Y Bliss seguía ahí. Ella podía oírle, olerle. A unos cinco metros, ligeramente a su derecha. Hablaba como un poseso, repitiendo las mismas frases con voz cantarina y ridícula.

Está loco, Becky. Y vas a morir.

Una retahíla de imprecaciones tarareadas, tranquilizadoras, persuasivas: una conversación consigo mismo. Bliss siguiendo su propia y perversa lógica.

Rebecca intentó centrar su atención en lo que la rodeaba, tratando de adivinar las dimensiones de la habitación.

Ya no estaban en el piso de la ciudad. Lo percibía en el aire y en los sonidos que le llegaban. Todo estaba en calma. Sólo el trino de los pájaros. Ni trenes, ni coches, ninguno de los ruidos del centro de la ciudad. Tranquilo como el dormitorio de un niño. ¿Estarían en las afueras? ¿En el campo? Tal vez a kilómetros de cualquier lugar habitado y nadie sabría dónde encontrarla…

De pronto todo quedó en silencio. Rebecca contuvo la respiración y escuchó atentamente. Cuando se convenció de que Bliss había salido de la habitación, abrió los ojos y respiró.

La habitación, más o menos del tamaño que había imaginado, estaba en penumbras. El sol destacaba las rosas, pájaros y plumas del estampado de las cortinas. Detrás de una puerta batiente, una sombría cocina. A menos de dos metros de Rebecca, seis sillas de mimbre rosa pálido colocadas alrededor de una mesa de bambú y cristal sobre la que había platos de papel, una botella de licor de cereza, sombrerillos de cotillón y los restos de una tarta de cumpleaños. Encima, susurrantes y temblorosos como una multitud de fascinados espectadores, una veintena de globos: rosas, azules, amarillos, rojos, empujándose unos a otros, flotando blandamente en el aire. Y Joni -lo que quedaba de Joni -apoyada en una de las sillas. Envuelta en plástico adhesivo, se mantenía erguida… aunque parecía muerta.

¿Muerta? Oh, Dios mío… En ese momento Bliss salió de la cocina, desnudo. Rebecca se quedó inmóvil, descubierta con los ojos completamente abiertos. Pero él no la miró. Tarareando y sobándose suavemente su diminuto y goteante pene, se dirigió hacia Joni. Al llegar a la mesa la miró pensativamente y bebió un trago de licor de cereza. Se pasó la mano por los labios, dejó la botella y de un solo movimiento, ágil a pesar de su corpulencia, se subió encima de la mesa, se arrodilló delante de Joni, le dobló la cabeza y metió la polla en su boca.

Rebecca, horrorizada, no podía apartar la mirada de Bliss mientras éste se masturbaba con la boca de Joni.

Es un monstruo perverso, pensó Rebecca con creciente temor.

No saldré viva de ésta.

De pronto, la garganta de Joni se estremeció con violentas arcadas y su abdomen se sacudió espasmódicamente, pero Bliss siguió penetrándola con los ojos lascivamente entrecerrados. Cuando eyaculó, se retiró despacio de la boca de Joni, cogiendo durante un instante su cara para mirarla a los ojos. Haciendo un gesto de asentimiento, dejó caer la barbilla sobre el pecho de la muchacha. Luego bajó de la mesa y salió de la habitación.

Rebecca no hizo ni un movimiento. Se quedó absolutamente quieta durante unos segundos.

– ¿Joni? -musitó luego.

Silencio. Joni, seguía sentada de perfil, desnuda y magullada, con la cabeza inclinada sobre el pecho. En la mesa, frente a ella, una porción de tarta y una copa de champán. En su regazo tenía una servilleta de papel y, debajo del flequillo que le había cortado, se extendía una mancha sanguinolenta por sus mejillas y su frente.

– ¿Joni? -la llamó Rebecca arrastrándose unos dolorosos centímetros por el suelo. ¿Joni?

Joni movió la cabeza. Por un instante pareció no reconocer a Rebecca, pero luego empezó a balbucear.

– Por favor… -musitó con un hilo de voz, menos que un suspiro. Una lágrima afloró en su ojo sano. Por favor, no me mires…

– No te preocupes. -Rebecca se lamió los labios y se apoyó sobre el codo haciendo una mueca de dolor. Saldremos de ésta.

Intentó soltarse las piernas, pero Bliss la había atado tan ceñidamente que todos sus forcejeos fueron en vano. Jadeando, movió las manos.

Vamos, Becky, debes encontrar una forma. ¡Piensa!

Fue repasando los objetos que podía utilizar: al lado de la chimenea había unas tenazas, un atizador y una pequeña pala. En la cocina, sobre la encimera de formica, al lado de una ventana con las cortinas echadas, una panoplia de cuchillos de cocina. ¿Y en la mesa? Desde donde estaba no podía verlo con claridad.

Debe de haber cuchillos, se dijo, incluso un tenedor.

Respiró profundamente y rodó para ponerse boca abajo ignorando el dolor y las náuseas. Apoyó con fuerza las manos en el suelo y arrastró el cuerpo.

De pronto se vio a sí misma, con los ojos hinchados, semidesnuda, magullada y cubierta de sangre, avanzando a rastras por el suelo como un perro atropellado por un coche. Apretó los dientes, no quería seguir viendo esa imagen. La mesa estaba a sólo un metro, ya casi la había alcanzado. Se arrastró más y…

De pronto oyó la cadena del inodoro y una puerta que se cerraba.

Con los ojos desorbitados, se quedó paralizada con el corazón desbocado.

Wendy Dellaney se consideraba una persona leal. Estaba orgullosa de la reputación del St. Dunstan, orgullosa de formar parte de él. Y furiosa, verdaderamente furiosa, porque Malcom Bliss había conseguido avergonzarles una vez más. Sentada ante su escritorio bebiendo una taza de té, respiraba hondo para tranquilizarse mientras miraba la carpeta de Malcom. Descolgó el teléfono.

– ¿Wendy? -preguntó Lola Velinor levantando bruscamente la cabeza. ¿Qué estás haciendo?

– Voy a decirle exactamente lo que pienso de él. Es un hombre repugnante, un hombrecillo horrible y repugnante.

– No lo hagas. -Lola se levantó y le quitó el auricular de las manos. No interfieras. No te imaginas lo grave que es esto, deja que la policía se ocupe de todo.

Wendy, con el miedo reflejado en sus pequeños ojos, se encogió deseando desaparecer dentro de su vestido estampado con ruiseñores. Diez minutos después, cuando la señorita Velinor se fue para comunicar la visita de la policía al responsable del hospital. Wendy esperó a que cerrara la puerta y descolgó el teléfono.